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Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916)

“Yo nunca aprendí a hacer versos.

Ello fue en mí orgánico, natural, nacido.”

Rubén Darío (en Autobiografía)

Más señales: tenacidad y espontaneidad…

1888: “Azul”.

1896: “Prosas profanas y otros poemas”.

Alma mía.

Cantos de vida y esperanza” (1905). 5

Amo, amas…

Lo fatal…

1907: “El canto errante”.

1910: “Poema del otoño y otros poemas”.

Poema del otoño.

 

* * * * * * * * * *

 

En Metapa (Nicaragua), en 1867 nació Félix Rubén García Sarmiento descendiente de criollos y mestizos. Empezó a escribir versos a los doce años y editó su obra a partir de 1885, con el seudónimo Rubén Darío.  A los catorce años, Rubén Darío también incursionó en el periodismo, escribió en La Verdad, un periódico de León y a partir de sus experiencias en Chile como colaborador en La Época, aunque sólo gana para los gastos diarios, empezó a difundir sus expresiones artísticas y también logra -con el apoyo de algunos amigos-, publicar en el prestigioso diario La Nación de Buenos Aires, Argentina donde sí logró el sustento económico imprescindible para hacer lo que él necesitaba hacer: escribir, viajar, vivir…

Sabido es que en el Archivo General de la Nación Argentina hay fotografías de Rubén Darío de aquel tiempo, entre ellas una reproducida por Alfredo Veiravé en su Literatura Hispanoamericana.  En ese momento “dicta sus memorias a Julio Castellanos, en la residencia de un amigo situada en Banfield, provincia de Buenos Aires”. Ob.cit. p. 193.

Después de aquel recorrido por América, en 1898 siendo corresponsal del diario La Nación de Buenos Aires, viajó primero a España y luego a París.

(En su Autobiografía escribió:  “Viví en Chile, combatiente y práctico; viví en la República Argentina, tierra que fue para mí maternal, y que renovaba por su bandera blanca y azul una nostálgica ilusión patriótica; viví en España, la patria madre; viví en Francia, la patria universal.” /…/

“Yo soñaba con París, desde niño, a punto de que cuando hacía mis oraciones rogaba a Dios que no me dejase morir sin conocer París.  París era para mí, como un paraíso en donde se respirase la esencia de la felicidad sobre la tierra.”)

Más señales: tenacidad y espontaneidad…

Así como se emocionó con los halagos y el poder de algunos cheques, también se conmocionó al comprobar que especularon con su labor periodística y su tendencia al arte de vivir y convivir sin las pertinentes precauciones en determinadas circunstancias, hasta el extremo de necesitar escribir:

“Voy explotado.  Explotado con mucho dinero, pero explotado”…

En Buenos Aires además de redactar para La Nación también fue “secretario del director de Correos de la Argentina y tantas ocupaciones necesariamente restaron tiempo a su obra poética tal como lo planteó en el prólogo de Prosas profanas.  Tras aquellas experiencias necesitó decir: “No creas en la gloria que dan los periódicos”, afirmando en el final de la Historia de mis libros:  “Y el mérito de mi obra, si alguno tiene, es el de una gran sinceridad”.

Desde su obra poética, Rubén Darío revela su continua oscilación entre el placer sensual y el misterio de lo mitológico.  Desde el punto de vista del escritor Pedro Salinas “por alcohol se compraba siempre a Darío mucho más que por dinero.  Por alcohol se le engañaba como a un niño”.

El poeta viajó por distintos países y destacó su predilección por las capitales de España y de Francia.  Estuvo en Madrid en 1892 y como expresó el mencionado escritor español, “enunció el pensamiento al que sería fiel durante su vida”.  Dijo en aquella oportunidad: “Nadie ama con más entusiasmo que yo nuestra lengua y soy enemigo de los que corrompen nuestro idioma, pero desearía para nuestra literatura un renacimiento que tuviera por base el clasicismo puro y marmóreo, en la forma, y con pensamientos nuevos.” [1]

En esa dirección también es posible saber que Rubén Darío “no pudo descuidarse, despreocuparse, casi nunca de esa preocupación que los idiomas designan tan equivocadamente con el modismo convencional: ‘ganarse la vida’…” y también Salinas señala que “brevísimos y escasos fueron los respiros.  En ellos, cuando Rubén se veía dueño de algunos dineros los dispensaba en torno suyo, con prodigalidad.  Vividores y parásitos que le conocían esta flaqueza, se le allegaban entonces.  Era él de naturaleza dadivoso, y en viéndose con moneda fresca caía en manirroto. ‘Tener deudas es cosa de gente grande’. Escribía ya en 1886. ‘Yo no ahorro ni en seda ni en champaña ni en flores’. ‘No conozco el valor del oro’…” [2]

El nicaragüense Rubén Darío, también debió soportar los estragos de la burocracia y siendo “Ministro de Nicaragua en Madrid”, en una carta escribió: “…hace cuatro meses que no recibo un céntimo” y explica luego: “…he tenido que malvender una edición de páginas escogidas y mi piano, para poder hacer frente a la situación’.  Y añade, como el ya estoicamente avezado y designado a tales penalidades: ‘Y, ya, ni pido ni me quejo’…”  [3]

Inició su Último Vuelo en 1916 y dos meses antes de su fallecimiento, pidió al gobierno que le pagara los sueldos que le adeudaban y la entrega de una exigua cantidad de dinero, “ocasionó una de las últimas crisis de indignación del poeta.”

(Por algo decía mi abuela Teodora Ramos López Mansilla, castellana e inmigrante en la Argentina: “Nada hay nuevo bajo el sol”…)

En 1967, año del centenario de su nacimiento, se organizaron homenajes en España y en América.  Casi en el ocaso del siglo veinte -en 1998-, el Alcalde de Madrid José María Álvarez del Manzano y López del Hierro en la presentación del libro La Poesía de Rubén Darío -editado por ese Ayuntamiento en ocasión de ser reconocida Madrid como “Capital Iberoamericana de la Cultura”-, rememoró lo expresado acerca del poeta nicaragüense por el talentoso Juan Ramón Jiménez:

“Rubén Darío, con su gran amor a España, nos hizo a los españoles de mi generación ver, volver y amar a España”.

1888: “Azul”

En 1888 Rubén Darío logró publicar libro “Azul” -editado en Valparaíso, Chile-, y desde entonces empezó a ser reconocido tanto en España como en América.  Incluyó dieciocho cuentos breves y siete poemas en la primera edición y en la siguiente, agregó nueve sonetos y más cuentos; como prólogo reprodujo una carta admirativa recibida del español Juan Valera, quien destaca “el carácter cosmopolita de sus escenarios y el tono afrancesado dentro de unas líneas perfectamente castellanas; y, sobre todo, que esto se haya logrado por un joven de veinte años, que apenas ha puesto el pie sino en unas pocas repúblicas hispanoamericanas.”

 

Primavera

Mes de rosas.  Van mis rimas,

en ronda, a la vasta selva

a recoger miel y aromas

en las flores encubiertas.

Amada ven,  el gran bosque

es nuestro templo; allí ondea

y flota un santo perfume

de amor.  El pájaro vuela

de un árbol a otro, y saluda

tu frente rosada y bella

como a un alba; las encinas

robustas, altas, soberbias

cuando tú pasas agitan

sus hojas verdes y trémulas,

y enarcan sus ramas como

para que pase una reina.

¡Oh, amada mía!  Es el dulce

tiempo de la primavera.

 

1896: “Prosas profanas y otros poemas”

En distintas circunstancias se ha reiterado que Prosas profanas es “el libro cumbre de Darío”.  Es oportuno reiterar lo expresado por Jacinto Benavente cuando Rubén Darío presentó su edición de Prosas profanas y otros poemas  ya que destacó su dominio del “idioma castellano” y al mismo tiempo, señaló que “al dislocarlo en rimas ricas y ritmos nuevos, no es el desdibujo ignorancia, sino trazo seguro que produce el efecto deseado”.  Durante un homenaje en el Ateneo de Madrid, el admirable dramaturgo dijo:

¿Qué discurso valdrá lo que un solo verso de Rubén Darío?   [4]

 

Aún perdura el eco de su “Sonatina”:

(Fragmento)

“La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan de su boca de fresa,

que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

La princesa está pálida en su silla de oro,

está mudo el teclado de su clave sonoro,

y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos-reales.

Parlanchina, la dueña dice cosas banales,

y vestido de rojo piruetea el bufón.

La princesa no ríe, la princesa no siente;

la princesa persigue por el cielo de Oriente

la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China,

o en el que ha detenido su carroza argentina

para ver de sus ojos la dulzura de luz,

o en el rey de las islas de las rosas fragantes,

o en el que es soberano de los claros diamantes,

o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa

quiere ser golondrina , quiere ser mariposa,

tener alas ligeras, bajo el cielo volar;

ir al sol por la escala luminosa de un rayo

saludar a los lirios con los versos de Mayo,

o perderse en el viento sobre el trueno del mar”.

………………………………………………………………..

En catorce versos, en un armonioso soneto Rubén Darío intentó develar el misterio de su espíritu.

 

Alma mía.

Alma mía, perdura en tu idea divina;

todo está bajo el signo de un destino supremo;

sigue tu rumbo, sigue hasta el ocaso extremo

por el camino que hacia la Esfinge te encamina.

Corta la flor al paso, deja la dura espina;

en el río de oro lleva a compás el remo;

saluda al rudo arado del rudo Triptolemo,

y sigue como un  dios que sus sueños destina…

Y sigue como un dios que la dicha estimula;

y mientras la retórica del pájaro te adula

y los astros del cielo te acompañan, y los

ramos de la Esperanza surgen primaverales,

atraviesa impertérrita por el bosque de males

sin temer las serpientes; y sigue, como un dios.

 

Cantos de vida y esperanza” (1905)

Durante su residencia en Madrid, Rubén Darío logró impulsar la edición de Cantos de vida y esperanza, un conjunto de poemas que revelan sus íntimas convicciones:

(Fragmento)

“Yo soy aquél que ayer no más decía

el verso azul y la canción profana,

en cuya noche un ruiseñor había

que era alondra de luz por la mañana.

El dueño fui de mi jardín de sueño,

lleno de rosas y de cisnes vagos;

el dueño de las tórtolas, el dueño

de góndolas y liras en los lagos;

y muy siglo diez y ocho, y muy antiguo

y muy moderno; audaz, cosmopolita;

con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,

y una sed de ilusiones infinita.

Yo supe de dolor desde mi infancia;

mi juventud…, ¿fue juventud la mía?,

sus rosas aun me dejan su fragancia,

una fragancia de melancolía…

Potro sin freno se lanzó mi instinto,

mi juventud montó potro sin freno;

iba embriagada y con puñal al cinto;

si no cayó, fue porque Dios es bueno.

……………………………………………………………….

 

 

Por algo, Rubén Darío en uno de los poemas que integran Cantos de vida y esperanza, destacó:

“Y si hubo áspera hiel en mi existencia,

melificó toda acritud el Arte.”

 

Más poemas de Rubén Darío, se reiteran en diarios juveniles aún en el tercer año del tercer milenio:

Amo, amas…

 

Amar, amar, amar, amar siempre, con todo

el ser y con la tierra y con el cielo,

con lo claro del sol y lo oscuro del lodo:

amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.

Y cuando la montaña de la vida

nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,

amar la inmensidad que es de amor encendida

¡y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!

Y aquél tan simbólico, que es el último impreso en Cantos de vida y esperanza, dedicado A René Pérez y que aproxima a…

Lo fatal…

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,

y más la piedra dura, porque ésta ya no siente,

pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,

ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,

y el temor de haber sido y un futuro terror…

Y el espanto seguro de estar mañana muerto,

y sufrir por la vida y pro la sombra y por

Lo que no conocemos y apenas sospechamos,

y la carne que tienta con sus frescos racimos

y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos,

ni de dónde venimos…!

1907: “El canto errante”

Rubén Darío, poeta vagabundo, supo expresarse en El canto errante

(Fragmento)

El cantor va por todo el mundo

sonriente o meditabundo.

El cantor va sobre la tierra

en blanca paz o en roja guerra.

Sobre el lomo del elefante

por la enorme India alucinante.

En palanquín y en seda fina

por el corazón de la China;

En automóvil en Lutecia;

en negra góndola en Venecia;

sobre las pampas y los llanos

en los potros americanos;

por el río va en la canoa,

o se le ve sobre la proa

…………………………………………………

El canto vuela, con sus alas:

Armonía y Eternidad.

1910: “Poema del otoño y otros poemas”

En el conjunto de poemas publicados en 1910, Rubén Darío manifestó una vez más su propensión al placer erótico, al disfrute de lo material y al mismo tiempo, su necesidad de elevarse en lo espiritual como si fueran dos tendencias en pugna en una misma personalidad, la del poeta que durante su luminosa trayectoria fue coherente con su “antiguo aborrecimiento a la mediocridad, a la mulatez intelectual, a la chatura estética”…

Es posible otra breve lectura de sus poemas:

Poema del otoño

                                             (Fragmento)

Tú que estás la barba en la mano

Meditabundo

¿has dejado pasar, hermano,

la flor del mundo?

Te lamentas de los ayeres

Con quejas vanas:

¡y aún hay promesas de placeres

en los mañanas!

………………………………………………………………

En nosotros la vida vierte

fuerza y calor.

¡Vamos al reino de la Muerte

por el camino del Amor!

 

Por algo, en un soneto dejó este testimonio:

 

“Soy Satán y soy un Cristo

que agoniza entre ladrones…

¡No comprendo dónde existo!”

 

[1] Salinas, Pedro. La poesía de Rubén Dario. Madrid, Edición del Ayuntamiento de Madrid, 1998, p. 23; 5-6.  Ensayo de P. Salinas publicado por primera vez en 1948, reeditado y agotado al momento de esta Edición, donde se incluyen los capítulos I y IX, por iniciativa de la Concejalía de Cultura de ese Ayuntamiento, que además aprobó la edición de una Antología Poética completa de Rubén Darío, en ocasión de ser reconocida Madrid como “Capital Iberoamericana de la Cultura”, en 1998.

[2] Ibidem, p. 29

[3] Ídem, p. 30.

[4] Id., p. 9. Comentario en Un libro de Rubén Darío por Juan Antonio Gómez-Angulo Rodríguez – Cuarto Teniente de Alcalde y Concejal de Cultura, Educación, Juventud y Deportes del Ayuntamiento de Madrid (1998).

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