Títulos de algunas obras poéticas.
Oportuno reconocimiento de César Tiempo.
Orlando Mario Punzi nació en Buenos Aires el 15 de agosto de 1914.
El 7 de agosto de 2004, la Academia Porteña de Lunfardo organizó un acto al celebrarse el nonagésimo aniversario de su nacimiento.
Señales en el Camino…
Poeta, Maestro normal, Ingeniero militar, Coronel retirado, Abogado. Cursó estudios de Derecho tras la autodenominada “Revolución Libertadora” porque fue uno de los tantos que soportó las consecuencias de las absurdas decisiones de quienes detentaron el poder tras la destitución del General Juan Domingo Perón, interrumpiendo el segundo período presidencial (1946-1952; 1952 hasta el 16 de septiembre de 1955).
En 1965, durante la presidencia del Dr. Umberto Arturo Illia fue reincorporado al Ejército Nacional con el grado de Coronel.
Orlando Mario Punzi, en la cordillera de los Andes logró escalar por segunda vez el cerro “Aconcagua” -6.959 metros-, en la provincia de Mendoza, República Argentina.
Declarado Ciudadano Ilustre por la municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires por iniciativa del legislador Milcíades Peña.
Publicó poesías líricas y épicas. Ensayista.
Miembro de la “Academia Porteña del Lunfardo” (1977) y Académico Numerario desde el 10 de octubre de 1995.
Miembro de Número (31) en el “Instituto de Historia Militar Argentina”.
Algunas distinciones:
Primera “Medalla de Plata al Poeta” otorgada por el Círculo de Poetas Lunfardos.
Premio “Raúl González Tuñón” otorgado por la Fundación Argentina para la poesía por su libro El gorrión y la luna.. .
Títulos de algunas obras poéticas…
- 1966: Las crines de bronce. Financiado por el Fondo Nacional de las Artes.)
- 1967: Décimas a la Boca del Riachuelo. Premio del Ateneo Popular de la Boca.
- 1977: El gorrión y la luna. Primer Premio “Raúl González Tuñón” de la Fundación Argentina para la Poesía (1977). Faja de Honor de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores, en 1978. En el acto de presentación, el poeta y periodista César Tiempo expresó:
- “No me sorprende que escriba en el más lúcido español apeado de toda solemnidad, que es la escayola de los peregrinos del lugar común, y escriba al mismo tiempo lunfardo, esa habla del boliche de la gente del pueblo, sin recalar en artificios ni maleficios retóricos”.
- 1978: La rosa de cristal. Primer premio Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires.
- 1981: El balero de lata.
- 1982: Poemas para la voz ausente. Premio “Victoria Ocampo” otorgado por la Fundación del Banco de la Provincia de Buenos Aires.
- 1986: El conventillo de los catorce pájaros.
- 1988: El dos de copas.
- 1990: Los caballos de niebla.
- 1992: La barra de oro.
- 1993: Siete segundos y la eternidad.
- 1998: La tierra encendida.
- Romance de los tres granaderos de Chacabuco.
- 2001: Poemas desde Juan.
- 2003: Las ciento y una del gran bonete.
En prosa:
- 1953: Historia del Aconcagua.
- 1967: Historia de la Décima Brigada de Infantería.
- 1978: San Martín, el primer montañés de América.
- 1978: Itinerario de la poesía popular argentina.
- 1983:Historia del Desierto.
- 1985: La tragedia patagónica.
- 1986: La Argentina en la época de Gardel.
- 1987: Poetas del lunfardo.
Ensayos históricos
- 1978: El camino de Los Patos.
- 1979: Las campañas al Desierto.
- 1979: Moreno periodista.
- 1991: La tragedia patagónica: historia de un ensayo anarquista. (Edición del Círculo Militar)
- 1997: Historia de la Conquista del Chaco.
Calle, tango y sentimientos…
Aquí, una aproximación a sus expresiones poéticas.
Jueves de vino y tango
El tango junta rodeo
de escabio con jarangón
en Juan Domingo Perón
esquina Montevideo:
troesmas de bordoneo,
fuelle, teclado, violín.
Y en el nervioso trajín
de la tarde que se brinda,
se llena de gente linda
la cantina “Chiquilín”.
Es jueves. Los minuteros
marcan las dos y monedas;
ya viene por las veredas
la barra de milongueros.
Campanean los letreros,
el bramaje del lugar,
y entran por fin a morfar
como “frágiles doncellas”
entre bosques de botellas
y los saludos de Oscar.
Afuera, bombonería,
farmacia, bar “Pippermint”,
y de este lado del güín
café, zaguán, lotería.
Adentro, la cofradía:
clan de los cien lastradores.
Vienen y van tenedores
en un viaje sin regreso
y un show de fuentes de queso
como platos voladores.
Unos prefieren parrilla,
otros se van al churrasco,
y alguien le mete sin asco
los dientes a la morcilla.
Pollos, bifes de costilla,
tallarines a granel,
salames en carrusel,
jamones que se abren cancha,
en tanto que el vino mancha
los manteles de papel.
Y así, parecen hermanos
poetas, reos, señores,
unidos con los doctores
y músicos y escribanos.
El pan endulza las manos
como baraja de truco.
Y entre el aroma del tuco
con el óleo y con el ajo,
la farra hierve debajo
del relieve de Pichuco.
De pronto, se oyen sonidos
que llegan del más allá
como un tango que se va
desovillando gemidos.
Todos callan, sacudidos
de la zabeca a los pies.
¿Quién es -preguntan- quién es?
Y Dios, desde su platea
dice:
-Troilo, que fuellea
”Sur, paredón y después…”
Escalafón
El jefe brama con furor creciente
y al punto de explotar como un cartucho:
-¿Qué me decís? ¿Que laburaste mucho,
que merecés un cargo prominente,
y que ayer debutó de subgerente
un chanta que llegó de juntapucho?
¿Que a pesar de tu pinta de flacucho
sos químico, maestro, subteniente,
ingeniero, doctor y sobre el pucho
te designaron inspector docente?
¿Que hay otros de currículo feúcho
que ascienden en avión constantemente,
mientras vos la remás en el falucho?
¿Y cómo te olvidaste justamente
del método mejor? Hablá, te escucho…
-¿Y de qué me olvidé, señor gerente?
III El Vuelo
La procesión amarilla
de la forma de las nubes
me pinta raros querubes
detrás de la ventanilla.
Es martes. Por qué caminos
del recuerdo desvaría
la fraternal cofradía
de los morfis sabatinos.
Razono… Varios vecinos
apoliyan a destajo.
Cuán pequeño soy: un gajo,
una molécula viva.
(El sol luce por arriba
y el cielo va por debajo).
Cierro los ojos, enfermo
de nostalgias por Alicia.
Ya su nombre me acaricia,
y lentamente me duermo.
Inane, vacío, yermo,
el cansancio me invalida.
Y al fin, una sacudida
me despierta y arrebata,
y aparece la azafata
con un kilo de comida.
En el centro del menú
un omelet se florea.
Tres panes, fruta, jalea.
(¡Qué lejos queda Moscú!)
Son las dos. Medio nocáu,
atornillado de mufa
ceden mis párpados… Ufa,
me tira la siesta. Chau.
De pronto, sorpresa. ¡Guau!
¡Qué golazo ganador!
Al cruce del Ecuador
nos obsequian con champán.
(Aprendan los de “Trazan”
y los del “Cid Campeador”).
En las nubes, un trirreme
y un ángel de gracia plena.
Y en el asiento, la cena.
Son las cuatro de “post-eme”.
Huelo, percibo y asomo
la nariz sobre la fuente,
y advierto furtivamente
la jardinera de lomo.
-¿Agua, refresco?
-No tomo,
prefiero, niña, café.
Rebanadas de paté,
lechuga, galleta, pan,
y zanahorias que van
con un extraño puré.
Y más allá de la esquina
con un resto de tomate,
hay un “mouss” de chocolate
con un queso de fontina.
A las seis, según mi bobo,
hacemos una parada
en plena noche cerrada
como una boca de lobo.
La cosa parece globo.
¿Estoy en África? Yes…
Y allí ponemos los pies
con un calor infernal
en Dakar, de Senegal,
donde parlan en francés.
Hay cada grone que pasma.
Cada napier es un zanco,
y alguien vestido de blanco
la labura de fantasma.
En el aire, olor a miasma.
Veinte kioscos en hilera
venden marfiles, maderas,
collares, aros, fetiches,
platas, medallones, chiches,
dijes, máscaras, pulseras.
Con ademán importuno
piden treinta, quince, diez,
nueve, cuatro, cinco, tres,
y al fin lo venden por uno.
Túnicas, país moruno,
“manos maestras, Agrest”.
Del africano far west
y al par que el reloj asedia,
ya sobre las siete y media
zarpamos a Budapest.
A las nueve justas, man,
sirven la segunda cena
y es, lo compruebo con pena,
de africano restaurán.
Ni en papel de celofán,
ni agrediéndolo de flanco,
este menú no lo banco
por mil quinientas razones,
pues viene con dos jamones:
uno rojo y otro blanco.
Yo quisiera saber cuál
es el porcino, ¿cuál es?
¿Acaso chancho burgués?
¿Será jamón radical?
Tiene tufo marginal
y sabor a la violeta.
No pregunto la receta
porque no da dividendo,
y todos siguen comiendo
sin pan y sin servilleta.
Mientras manduco sin ganas
pasan carritos al trote,
y un “azafato” grandote
va repartiendo manzanas.
Rigen todas las etapas
del soviético circuito,
el infaltable lomito
con su cohorte de papas.
El sueño le pone tapas
a mi vecino bamboche.
Y mientras a troche y moche
la turbina bufa y bufa,
adentro manda la mufa,
afuera sigue la noche.
Tras un fatigoso test
de sueños y de entresueños,
ya con los ojos pequeños
llegamos a Budapest.
Mi reloj y mi paciencia
marcan “dos” con bonhomía,
pero tiene con Hungría
siete horas de diferencia.
La nostalgia me silencia.
La siesta se queda trunca.
La sabiola no me funca
por el extraño sopor
de este viaje matador
que no se termina nunca.
Entre polleras -doy fe-
(dame la rima D’Abramo)
qué violento desparramo
de bramaje me mandé.
En Hungría -qué tupé-
doy con Dora y su dorima.
Se me vino Dios encima:
en Budapest anda Dora,
por alias “la gata Flora”
(y aquí se acaba la rima).
Nos ofrecen al pasar
una bebida caliente;
y topamos plenamente
con el verano magiar.
Por el calor singular
nos quedamos turulú.
La piel como canesú,
herrumbrada la osamenta,
ya son las tres y cincuenta.
Y enfilamos a Moscú.
La gente viaja rendida
y a la grupa del infarto,
y a las cinco menos cuarto
nos zampan otra comida.
Hay una luz desleída,
sensual, untuosa y opaca.
Y este menú se destaca:
fiambres, queso, guindas, pan.
(Aprendan los de “Trazan”,
los de “La Veda” y el ACA).
Y sin que ocurriese nada,
ni hubiera nuevo menú,
descendemos en Moscú
”a la hora señalada”.
18-VII
Por la mañana museo
de trabajos campesinos:
ranchos, tahonas, molinos,
parvas, sembrados, rodeo.
Y en medio del campo veo
-y al aire libre sonoro-
rojos, verdes, carmín, oro
conque se visten eufóricas
veintidós pibas folklóricas
con doce rubios en coro.
Los más raros instrumentos:
castañuelas de cucharas
puntean las algazaras
entre saltos y espamentos.
Marcan los ritmos violentos
cuatro fuelles gardelitos.
Guitarras, violas y gritos
preceden a tres ricuras
que tantean las “blanduras”
con soviéticos deditos.
Vienen de un pueblo central
cuyo recuerdo me aferra:
Ekaterinoslav, tierra
del César Tiempo natal.
Kiev por la tarde. Retreta
de sábado junto al río.
Solazo. Plaza. Gentío.
Música, Strauss, opereta.
Sudando la camiseta
y el esmoquin y el balero
el “dire” se juega entero:
bracea con fuerza bruta,
y ataca con la batuta
vestido de funebrero.
La lluvia, de malos modos,
con baldazos de torrente
se descuelga de repente.
Y salen rajando todos.
XI. Buenos Aires
Diez cuarenta (hora soviética)
primera escala del vuelo.
Arden el aire y el suelo
con una lorca frenética.
Una negrada patética
nos acosa bis a bis.
¿En qué caliente país
estamos, porca miseria?
Dicen los mapas: Algeria
(no, por supuesto, París).
Van tres horas de plantón
tiradas a la bartola
por un punto gorgonzola
que se piró del avión.
Lo chapan. ¿Revolución?
Pifiada -dicen- de hangar.
Nos invitan a lastrar
dos azafatas gentiles,
y ya a cubierto de giles
enfilamos a Dakar.
África siempre. Muy quedo,
nos sacude por el lomo
una ráfaga de plomo,
está Dakar al “espiedo”.
El verano mete miedo:
fuego, brasas y tizones.
Un cana rompeportones
del “transit” cierra las puertas,
y con las fauces abiertas
transpiramos como grones.
Es jueves: el berretín
del tango, fiebre, manía.
Va con Garello y García
la barra del “Chiquilín”.
Nichele con su violín.
Montes, tal vez. O los dos.
Aquí son las veintidós;
en Buenos Aires, las tres.
Avión, el mar y después
vamos del Brasil en pos.
Una ya de la mañana
según el horario ruso.
Cinco las horas que puso
el avión a contragana.
Desde la costa africana,
oceánica travesía.
Con soviética maestría
toca la pista la nave
y está -lo mismo que un ave-
en Salvador de Bahía.
Dos horas, y la salida.
Y Buenos Aires espera.
El corazón acelera
los latidos de la vida.
¿Me darán la bienvenida?
Miro la noche. Sonrío.
Veo luces. Caserío.
Estoy gil, sin ansias, harto.
Bajamos. Las once y cuarto.
Salud, Buenos Aires mío.
Como ganado vacuno
que se junta sin control,
miro la gente del “jol”.
Observo, recorro, juno.
Ningún amigo. Ninguno.
Sigue, detrás, el gaudeamus.
Y salgo con mi perramus,
mi maleta, mi valija.
Salud, Buenos Aires, huija.
Misión cumplida, chochamus.
Oportuno reconocimiento de César Tiempo….
Aquí, la reiteración de lo escrito por el talentoso César Tiempo, seudónimo de Israel Zeitlin (1906-1980).
“Orlando Mario Punzi. Nació el día quince de agosto de mil novecientos catorce, en la calle Dorrego Nro. 831. Según el mismo Punzi, una casa ubicada en una calle donde la esquina inmediata convoca a una polémica cita entre tres suburbios: Chacarita, Villa Crespo y Colegiales. Se recibió de maestro en el Normal Mariano Acosta, el mítico colegio al que describió -como nadie- Julio Cortázar.
Luego, ingresó al Colegio Militar de la Nación. Allí, como cadete, por haber obtenido las más altas notas, tuvo el honor de portar la bandera de la patria.
Estudió en la Escuela Mecánica del Ejército, en una época en la que eran de presencia habitual en esa institución, nombres como los del General Savio o el del General Mosconi, obtuvo allí el título de Ingeniero Militar. Después de mil novecientos cincuenta y seis, Punzi fue dado de baja del ejército por haber defendido al gobierno constitucional. Una foto suya arengando a la tropa a combatir en defensa del estado de derecho enarbolando una bandera argentina, recorrió el mundo. Presintiéndose desocupado en aquel futuro inmediato, ingresó en la Facultad de Derecho; a los dos años egresó como abogado.
En mil novecientos setenta y cinco, el gobierno constitucional, lo reintegró al Ejército Argentino con el grado de Coronel de la Nación.
Punzi siempre fue así, polifacético. Podríamos decir: poseedor de un alma renacentista. Pero nunca dejó de escuchar la voz de sus dos mayores pasiones: la docencia y la poesía. De la primera dan cuenta sus obras literarias, algunas acerca de la historia de la nación y de la segunda sus trabajos tanto épicos, como líricos, como lunfardos. Su obra conjuga el coraje del soldado, la filosofía del hombre de derecho y la razón del matemático, con la abnegación del maestro y la ternura del poeta.
Cosechó premios aquí y en exterior. Entre otros, prologaron sus títulos Bernardo Ezequiel Koremblit, César Tiempo y el General Juan Domingo Perón. Ascendió dos veces al Aconcagua. Es autor de decenas de libros. Se ha destacado como un notable poeta y ha incursionado en las letras de tango, es miembro de la Academia Porteña del Lunfardo y -por sobre todas las cosas- un legítimo porteño que adorna la mesa de la cofradía tanguera Aves del mismo Plumaje con su flamante título de “Personalidad destacada de la cultura de Buenos Aires”, que, gracias a una loable gestión del legislador Don Milcíades Peña, le confiriera la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Ochenta
Orlando Mario Punzi
A Dios, compañero de hilera,
que me colmó de bienes.
¿Mis ochenta pirulos? Un afano,
los gasté con amor, a mi manera,
pero siempre lustroso y en carrera.
A Dios, conmigo, se le fue la mano.
Me dio todo: la mamma como primera,
los amigos en tanda y un hermano;
y ya de pibe le saqué temprano
cien sonetos, o más, de la galera.
Nunca yugué de contra y a desgano
ni me salí del riel. Toco madera.
Cinché de buey, como mi nono tano.
Fui maestro, doctor, portabandera,
sufrí y amé… Lo digo de antemano:
Qué bronca me va a dar cuando me muera…
Ya lejos del lunfardo, Punzi, tiene a éste entre sus sonetos épicos:
Soneto a la Patria
Y alzáronse las voces augurales
y el bronce del clarín amanecía,
y emergió de los Andes un vigía
burilado de piedras y metales.
Ríos, montañas, llanos, quebrachales
cimbraban en la prieta geografía,
y el viento de las pampas advenía
sobre los cuatro puntos cardinales.
Un blanco y un azul de rebeldía
flamearon en los mapas virreinales.
Entre lanzas, el sol acontecía.
Y en una gestación de vendavales,
la tierra se partió con la bravía
canción del porvenir: “Oíd, mortales…”
Y, dentro de lo que podemos definir como poesía lírica, también podemos citar este soneto de Punzi, éste titulado:
Cuento
(Homenaje a las madres)
Había, sabes, una vez un hada,
seca la piel, el rostro macilento,
las manos graves, como sin sustento;
la cabeza sin luz, como nevada.
Antigua, de sayal, a la morada
le puso con su leve movimiento
una gota de miel al desaliento
y otra de sal al pan de la jornada.
Había, sabes, una vez un lento
rumor de pasos en la madrugada
y una mujer de lumbre y alimento.
Una noche partió. La vi nimbada,
y hoy la busco tal vez en otro cuento.
O en el rincón más tibio de la almohada.
Lecturas y recopilación: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.