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Justicialismo – Un largo camino…

Sinopsis:  Siglo XIX: mujeres junto a los hombres, en la defensa de la libertad y del federalismo.  Siglo XX: mujeres unidas por intereses comunes.  El voto femenino y la presencia de Eva Perón.

Mujeres del siglo XIX.

Juana Azurduy.

Noticias de los “abajeños”.

La labor de las patricias mendocinas.

Juana Manso de Noronha.

Siglo XX: mujeres en la militancia.

1920: “mujeres proletarias”.

V Conferencia Panamericana de la O.E.A.

1947 – Voto femenino: “el tiempo apremia”.

Debate en la Cámara de Diputados.

Distintas perspectivas.

Presencia del Ministro del Interior

Últimas manifestaciones.

El pensamiento de Evita.

Promulgación de la ley 13.010.

“Luchar por la paz”.

Empadronamiento femenino.

Casi colofón.

 

La historia de Hispanoamérica está estructurada alrededor de las continuas luchas por la libertad, la justicia, la soberanía…

Están registrados los nombres de quienes estuvieron cerca de autoridades –clérigos, políticos o militares- y que co-operaron en diversas circunstancias.

Son más los anónimos que lucharon hasta morir sin saber por qué lo hacían, impulsados por la vehemencia de algunos jefes cuando exponían sus objetivos o por la prepotencia de otros cuando era el momento de enfrentar al enemigo y avanzar hacia el campo de batalla.  Cerca de ellos, estaban las mujeres: madres, esposas, hermanas… y también los niños.

Primero, debieron terminar con la dominación española, después con los conflictos regionales.  En el extremo sur de América, desde el virreinato del Río de la Plata hasta la sanción de la Constitución Nacional (1º de mayo de 1853), fue un lapso de frecuentes luchas por el poder político y territorial.  En las décadas siguientes, tales conductas siguieron manifestándose porque la ambición fácilmente suele imponerse a la razón.  En ese tiempo, en algunas provincias y durante breves lapsos, se reconoció a las mujeres el derecho a votar, pero no “ser elegidas”.

Casi a mediados del siglo veinte, durante la primera presidencia del General Juan Domingo Perón (1946-1952) y por el fervoroso impulso de María Eva Duarte de Perón, el 23 de septiembre de 1947, en el Congreso Nacional culminó un largo proceso de postergaciones en el reconocimiento a la participación de las mujeres argentinas durante en la continua lucha por “las causas nacionales”…

En estas páginas, sólo una aproximación a tales antecedentes históricos y a los hechos que determinaron la sanción de la ley Nº 13.010, que luego reglamentada y mediante sucesivas disposiciones complementarias, establecieron el pertinente empadronamiento de las ciudadanas argentinas, la entrega de las libretas cívicas, la posibilidad de integrar listas de candidatos para los comicios de 1951, circunstancia en que por primera vez pudieron votar en todo el territorio argentino.

El 4 de junio de 1952, comienzo de la segunda presidencia del general Perón, y a asumir las nuevas autoridades, llegaron también las primeras mujeres legisladoras al Congreso Nacional y a las legislaturas provinciales.

Quienes recién comenzábamos a transitar la segunda década de vida, celebramos con emoción ese derecho y a la vez, ese insoslayable deber

Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

Mujeres del siglo XIX…

En el orden correspondiente a sucesivas lecturas, quedan aquí algunos datos:

Juana Azurduy

Lo vivido por la familia de Matías Azurduy y su esposa Eulalia Bermúdez; las experiencias de sus descendientes, amigos y “compañeros de ruta” -al decir del poeta argentino José Bartolomé Pedroni-; la incertidumbre de quienes mientras tanto estaban en sus hogares cuidando a los niños de menor edad, son señales que sirven para elaborar un esbozo de la historia de los argentinos en el camino hacia la libertad y la justicia…  [1]

Juana Azurduy nació en Chuquisaca, territorio perteneciente “al Virreinato del Río de la Plata desde 1776, igual que el resto del Alto Perú, y en ella residían nada menos que la Universidad de San Francisco Xavier, la Audiencia y el Arzobispado.”  En esa universidad conducida por el rector y catedrático canónigo Matías Terrazas, se formaron varios de los que “protagonizaron la historia argentina y altoperuana; entre otros, Bernardo Monteagudo, Juan José Castelli, Mariano Moreno, quien luego ordenó represalias contra quien “le había abierto generosamente el acceso a su biblioteca”, donde pudo acceder a “los únicos ejemplares existentes de la Enciclopedia y de los pensadores franceses que tanto lo influyeron.”

El matrimonio de don Matías Azurduy -”hombre de bienes y propiedades”- y doña Eulalia Bermúdez -aborigen chola-, soportó el fallecimiento de su hijo Blas y dos años después, el 12 de julio de 1780 nació Juana.  Es probable que sus padres inconscientemente hayan permitido a esa hija, una libertad y la adquisición de hábitos poco frecuentes para las mujeres de aquel tiempo.  La geografía donde transcurrió su infancia,  esa placentera vida al aire libre colaborando en algunas “tareas rurales con los aborígenes al servicio de su padre -”quien le enseñó a cabalgar a galope lanzado, sin temor”-; sus frecuentes diálogos con ellos en el idioma “quechua aprendido de su madre”; la concurrencia a ceremonias religiosas y los frecuentes viajes con su padre -aun “los más arduos y peligrosos”, fueron desarrollando aptitudes físicas, destrezas y la formación de un carácter sensible y equilibradamente enérgico cuando lo exigían las circunstancias.   Cuando la familia vivió en Toroca, don Melchor Padilla -hacendado y amigo de don Matías- era vecino y tenía dos hijos que compartían con su padre las tareas rurales: Pedro y Manuel Ascencio.  Cuando Juana tenía siete años murió súbitamente su madre y los tíos Petrona Azurduy y Francisco Díaz Valle se hicieron cargo de las dos huérfanas, “más por ambición de administrar las propiedades que habían heredado que por un sincero deseo de protegerlas afectivamente”.

“Don Matías enzarzado en un entrevero amoroso, muere también, violentamente, sospechándose que a mano de algún aristócrata peninsular que por su posición social pudo evadir todo escarmiento”.

El sicoanalista y escritor Mario Pacho O’Donnell, expresó que “no es improbable que esta circunstancia de brutalidad y de injusticia, que la separó definitivamente de quien ella más amaba -y a quien ella más debía-, haya teñido el inconsciente de Juana de un vigoroso anhelo de venganza contra la despótica arbitrariedad de los poderosos.”

Ante las crecientes dificultades de entendimiento con Juana, sus tíos decidieron internarla en un convento sin comprender que Juana no había nacido para ser monja aunque sí le resultaba interesante el rol que la sociedad chuquisaqueña reconocía a las religiosas y en ese momento, era el único y rápido camino para alejarse de sus arbitrarios tutores.  El bello edificio construido en 1665 por el arzobispo Fray Gaspar de Villarroel fue el espacio donde Juana siguió desarrollando su personalidad hasta que su conducta opuesta a las normas de esa congregación, determinó la decisión de la madre superiora y fue expulsada del Monasterio de Santa Teresa.  A los diecisiete años cambió esa vida contemplativa y de oración por un retorno a sus costumbres.  En Toroca, hacía tiempo que tenía buenas relaciones con sus vecinos y doña Eufemia Gallardo de Padilla la recibe “con alegría” probablemente porque sabía de la buena relación con el segundo de sus hijos Manuel Ascencio y de sus entendimientos acerca de la necesidad de defender a “aquellos hombres y mujeres de piel cobriza a quienes los demás de su misma clase acomodada trataban como si no fueran humanos.  Allí cabalga y recorre vastas extensiones, vuelve a comunicarse con los aborígenes, comparte la mesa con los cholos y dialogan en quechua mientras ella también aprende el aymará.  Manuel “siempre simpatizó con los ‘abajeños’, como se apodaba a quienes provenían del Río de la Plata” y en la universidad había conocido  a los destacados estudiantes mencionados precedentemente.  En 1806 nació Manuel Padilla Azurduy y el matrimonio sigue estando atento a los cambios políticos.

El 25 de mayo de 1809 hubo una asonada en Chuquisaca “a las 7 de la mañana… la plaza Mayor se llena de gente; los canónigos echan a vuelo las campanas de la catedral a cuyo repique hacen eco toas las iglesias…

La poblada nombró a don Juan Antonio de Álvarez de Arenales en reemplazo del virrey y al enterarse el gobernador de Potosí Francisco de Paula Sanz decide organizar su tropa para apoyar a los leales.  [2]

Algunas biografías indican que en pocos años, el matrimonio Padilla Azurduy tuvo cuatro hijos: Manuel, Mariano y las dos niñas: Juliana y Mercedes.

El 14 de setiembre de 1810 en Cochabamba hay un levantamiento a las órdenes del caudillo Esteban Arce y se proclama el reconocimiento a la Junta Revolucionaria de Buenos Aires, momento decisivo que Manuel Ascencio interpreta poniéndose a las órdenes del jefe rebelde. Al ser nombrado comandante de esas fuerzas en seis localidades y sus zonas aledañas, estimuló a los pueblos de esa región y con aproximadamente dos mil aborígenes intentó evitar que Chuquisaca recibiera aprovisionamiento para los realistas.  Su mujer está dedicada la mayor parte del tiempo al cuidado de sus cuatro hijos y ese fracaso militar generó una continua persecución contra el matrimonio.  Están tan convencidos de su responsabilidad que Juana les da alojamiento a los integrantes del primer ejército argentino. Manuel acata  las órdenes de los apasionados Castelli y Balcarce a fin de avanzar sobre Lima para terminar con los realistas.  Se aceleraban los acontecimientos; ella no estaba dispuesta a renunciar a su vocación liberadora y es probable que mientras amamantaba a Merceditas pensara en la próxima partida para acompañar a su marido en el frente de batalla.  Llegó la noticia del desastre de Huaqui, fueron confiscadas las tierras heredadas y los realistas apuntaban a detener a Manuel Ascencio, quien hábilmente impidió ese acto y aprovechó la noche para huir con tres caballos montados por Juana -y Juliana-, Manuel y Mariano y él con Merceditas en brazos.   Cuando Castelli y Balcarce fueron acusados de traición e ineptitud después del desastre de Huaqui, las palabras del joven tucumano Bernardo de Monteagudo fueron insuficientes para defenderlos y Juan José terminó sus días en la cárcel.

En aquellas circunstancias, Manuel Ascencio Padilla y lógicamente su esposa Juana Azurduy, estuvieron convencidos de que sólo con el poder de la fuerza era posible “derrotar-y expulsar al godo.”

Ellos deseaban que sus hijos vivieran en un mundo más justo y estaban dispuestos a cualquier esfuerzo como contribución a ese fin ineludible. Durante un lustro se sucedieron las luchas y las noticias sobre Manuel demoraban en llegar. Se generaban discusiones en el matrimonio porque ella quería participar activamente en esa etapa necesaria para lograr la independencia.

El 4 de agosto de 1812 Belgrano informó a Buenos Aires acerca del valor de las mujeres cochabambinas que habían tomado las armas y  lucharon solas para evitar el avance del general Goyeneche soportando una pavorosa matanza.  A Belgrano lo veían como una persona sensible y predispuesto para evitar errores en la conducción militar; había triunfado en las batallas de Salta y Tucumán.  Generosamente después de esa batalla del 24 de septiembre de 1812, Belgrano firmó la amnistía a los vencidos y entre ellos quedó en libertad Pío Tristán prometiendo ante la imagen de Nuestra Señora del Carmen que no volvería a luchar contra los patriotas.  Los esposos Padilla decidieron ofrecerles colaboración y llegaron a reunir diez mil soldados. Entre ellos estaba Juan Hualparrimachi, un joven cholo hijo de un padre autoritario, español y de una mujer chola, que había soportado frecuentes desprecios de su fanático marido.  La Historia informa que Juan era hijo natural de Francisco de Paula y Sanz, él también hijo ilegítimo del rey Carlos IV de España y que fue fusilado por Castelli. El valiente Juan Hualparrimachi era poeta y se ha reiterado que sus versos en quechua en las páginas que hablan de Juana Azurduy son conmovedores.

(¿Cuántos habrán tenido el privilegio de leerlos?…)

En ese tiempo, Belgrano había sometido a juicio a Manuel Padilla porque “había pasado por las armas a algunos prisioneros que traía consigo y que, según afirmó en su defensa, habían perturbado gravemente el accionar la partida patriota cuando fue atacada por sorpresa por otra al servicio del rey” y Díaz Vélez intercedió para que se perdonara ya que tenía méritos suficientes.

En diciembre de 1812, el general Goyeneche ordenaba que se aplicara la pena de muerte sin más juicio que el comprobar que estaban conspirando. Días después, el 15 de enero de 1813 fue elevada al general José de San Martín una causa juzgada con sentencia de muerte. Inmediatamente, el jefe del Ejército firmó el cúmplase y ante la difícil situación vivida,  comunicó al gobierno de Buenos Aires: “a pesar del horror que tengo a derramar la sangre de mis semejantes, estoy altamente convencido de que ya es absoluta necesidad el hacer un ejemplar de esta clase.  Los enemigos se creen autorizados para exterminar hasta la raza de los revolucionarios, sin otro crimen que reclamar éstos los derechos que ellos les tienen usurpados.”

El 1º de octubre de 1813, en los campos de Vilcapugio -entre empinadas montañas-, los Padilla ayudados por su tropa aborigen tuvieron que transportar  pesados cañones y eligieron los colores celeste y blanco en vestimenta e insignias para distinguirse de los realistas que usaban el amarillo y gualda, demostrando al mismo tiempo la adhesión a Belgrano que había sido censurado por el Triunvirato de Buenos Aires por haber enarbolado una bandera argentina que había bendecido el Padre Juan Ignacio Gorriti, dado que esa decisión podía ser desagradable para el embajador británico Lord Strangford.

Recién tres años después y producida la caída de Carlos María de Alvear -sobrino y servidor de Gervasio de Posadas-, el gobierno de Buenos Aires autorizó el izamiento sobre la Fortaleza de esa ciudad.   Manuel y Juana Azurduy, en Vilcapugio fueron testigos de otro fracaso, atribuido por algunos militares -entre ellos José María Paz- a la equivocada estrategia elaborada por Belgrano.  Sin embargo, el matrimonio pudo enseguida proteger al general Díaz Vélez en su retirada hacia Potosí.

A las tropas de Juana las nombran “las Leales”; son mujeres valientes que saben utilizar hondas y  macanas en la lucha cuerpo a cuerpo con los realistas que usan armas de fuego.  Belgrano, decidió entregar su espada a esa extraordinaria mujer y ella supo corresponder a esa distinción usándola hasta en la última batalla, en aquella región que se extendía desde “Chuquisaca hasta las selvas de Santa Cruz, territorio que integraba las Provincias Unidas del Río de la Plata hasta 1825.  Señala O’Donnell que “los esposos guerrilleros quedaron vinculados por el norte con Arenales y Warnes, por el oriente con Umaña y Cumbay y por el sur con Camnargo y las guerrillas de Tarija.”  Se ha destacado la actitud del cacique Cumbay, jefe guaranítico de la zona este de Chuquisaca y dominante en las selvas de Santa Cruz, que se acercó a Belgrano porque admiraba su comportamiento y se sumó a las filas de los Padilla.

Derrotado el ejército revolucionario en Ayohuma creció el desaliento porque era evidente la potencia de las armas de los realistas.  El coronel Manuel Warnes, gobernador de Santa Cruz de la Sierra -nombrado por Belgrano-, decidió unirse a las fuerzas comandadas por Antonio Álvarez de Arenales. Las circunstancias eran propicias para que se ofrecieran sobornos y el coronel Díaz de Letona, lugarteniente de Goyeneche le ofreció “todo tipo de garantías y honores” si abandonaba la lucha.  Una situación semejante vivió a fines de 1816 el caudillo Francisco Uriondo cuando el general José de la Serna le propuso que cambiara de bando “seguro le decía de que disfrutará de las gracias que en mi proclama prometo, de que olvidaré lo pasado, y de que se le acogerá sin falta de nada de lo que ofrezco”, ofrecimiento rechazado en una extensa carta.

Continuaron las batallas en todos los frentes, no hubo amenazas que detuvieran a los valientes Padilla, acompañados aún por Hualparrimachi junto a José Ignacio Zárate, “caudillo proveniente de la republiqueta de Porco”.  Con el propósito de amedrentar a la población, estudiaban la posibilidad de aplicar diferentes tácticas siempre teniendo en cuenta que estaban los cuatro hijos imponiendo algunas limitaciones.

La noche del 19 de febrero de 1814, tal como estaba previsto doña Juana y el joven Juan recorrieron el rancherío gritando “¡Aquí está Zárate!… ¡Huyamos!” mientras Padilla y Zárate sorprendieron a Sánchez de Velazco durmiendo en su vivienda, lo apresaron y después de conseguir el deseado botín lo liberaron.

Han reiterado que las previsiones de los revolucionarios fueron insuficientes y el hábil Carvallo armó un grupo de soldados que salieron a perseguir a los patriotas.

Padilla y Zárate fueron alcanzados y aunque no los reconocieron, los estaquearon y siguieron bebiendo y torturando, como anticipo del desenlace final.  Enseguida Juana escondió sus cuatro hijos en la vivienda de una aborigen leal y Sánchez de Velasco advertía a los realistas que así como él había salvado su vida, quería que los prisioneros pudieran hablar con un sacerdote.  Juana y Juan repitieron la experiencia de los gritos alertando sobre la presencia del temible Zárate y todos se dispersaron para rearmarse y ocupar distintas posiciones.

Relata José María Paz que mientras el general Belgrano marchaba con “una pequeña columna”, un grupo de ochenta soldados de infantería quedó con el general Díaz Vélez y otros jefes y se advertía por algunos diálogos que algo estaban decidiendo. Ante la orden de abandonar las viviendas y alejarse de ese lugar hasta las veinte cuadras, los vecinos por temor reaccionaron encerrándose.  Ni la advertencia de posible destrucción de esas casas ni el aviso acerca del previsto derrumbe del extenso edificio de la Casa de Moneda hicieron modificar la actitud del pueblo.  En consecuencia Díaz Vélez al atardecer aceleró los preparativos para volar esa enorme construcción, colocaron el explosivo con la correspondiente mecha y cuando buscaron las llaves para cerrar la puerta, nos la pudieron hallar.  Decidió el jefe que encendieran la mecha, dejar la puerta emparejada y al dar la orden de partir, montó en su “Doncella”, la dócil mula tan acostumbrada a sus exigencias.  Iban rápidamente hacia el Socavón en la misma dirección que había partido Belgrano y  esperaban la detonación que no se produjo ni siquiera después de varios minutos de estar en ese lugar, porque evidentemente la mecha se había apagado o quizás,  había desaparecido misteriosamente como la llave.  Los vecinos quedaron en sus casas porque se negaron al éxodo tendiente a evitar que el enemigo al invadir la zona obtuviera más recursos y  Belgrano no disimulo su disgusto.  Cuando el general comprobó que no se producía la explosión,  ordenó al capitán de Artillería Juan P. Luna que con veinticinco hombres de los mejor montados avanzara hacia la Casa de la Moneda para concretar la inmediata voladura, sin entender que el vecindario rechazaba esa iniciativa y que muchos estaban dispuestos a imponer su decisión.  Así como Juana usaba sus armas para defender una causa, una hábil realista convenció al oficial mendocino N. Anglada y el traidor cumplió lo prometido: escondió las llaves y arrancó la mecha.

Juana Azurduy de Padilla atendía a sus hijos y completaba la organización de los Húsares que participaron en la primera batalla cerca de Tarvita -el 4 de marzo de 1814- tras una emboscada a las fuerzas del comandante Benito López: Zárate atacó por la derecha y Juana avanzó sobre los godos por la izquierda, combatieron durante dos horas y media y vencido López huyó hasta la casa del cura que tenía gruesas paredes de adobe y ahí fue atacado por los patriotas. No pudieron incendiar la vivienda porque el techo de paja había sido cubierto con barro húmedo, pero el hábil Padilla hizo un boqueteen el techo e introdujo una bolsa cargada con ají que colgaba de un tiento de cuero, la incendió y los realistas gritaban mientras esa bola de fuego despedía humo y para impedir la asfixia abrieron las puertas; se rindieron y quedaron al cuidado de Zárate.

Francisco López de Quiroga -hijo del comandante-, estaba preparando un contingente pero al descubrirse el plan  por una encontrada por Hualparrimachi, volvieron a imponerse los Húsares y hubo más prisioneros que no fueron asesinados.  Esa actitud contrastaba con la de los realistas que hasta entonces habían torturado y fusilado a los detenidos.

Comenta el historiador Pacho O’ Donnell que según el relato del tambor Vargas, aunque los Padilla no consentían las venganzas crueles, “el 29, día de San Miguel, en la fiesta de Lequepalca, estaban los indios de la Patria juntando gente, sorprendieron a dos mozos que eran orureños guardas de Alcabalas, los atropellaron y mataron a palos, también al hijo de un amedallado del rey” -nativo altoperuano distinguido por sus servicios-, “ lo mataron, después machucaron el cuerpo del muchacho en un batán, esto es lo molieron…”  Al día siguiente, “juntándose los del rey con bastante indiada y tres bocas de fuego, llegaron a Lequepalca, después que los patriotas se fueron”, capturaron a algunos aborígenes, los llevaron a la iglesia, sacaron “a un muchacho tierno poniéndolo en ese estado machucado, pues ahora que se lo coman…”

Los niños Padilla Azurduy estaban siempre cerca del escenario donde luchaban sus padres y esas condiciones desfavorables comenzaron a provocar una pérdida de salud que afectó al matrimonio, básicamente a la madre que los amaba tanto como a la causa que la impulsaba a seguir luchando.  La venganza después de Tavita la organizó el brigadier Pezuela con varios escuadrones y para enfrentarlos, Manuel Padilla buscó el apoyo del caudillo Vicente Umaña porque Juana tenía que cuidar a sus hijos.  Los patriotas fueron derrotados cerca de Pomabamba y Juana decidió ocultarse en la selva buscando seguridad y en cambio tuvo que luchar contra la malaria que atacó a Manuelito.   Varios autores han reiterado que solían plantear alguna intriga para desorientar al enemigo y así sucedió cuando dijeron que Juana y sus hijos estaban prisioneros en Segura.  Padilla insistió ante Umaña para que se sumara a sus filas y el “guerrillero semisalvaje, feroz, astuto y desconfiado”, acostumbrado a triunfar y con evidente influencia en la “zona de Azero”, se negó porque consideraba que iban a perder y “ni siquiera quiso devolverles las armas y pertrechos que tan confiadamente habían depositado bajo su custodia”.  Juana en esos momentos atendía a Manuelito, también a Mariano que estaba muy enfermo y para que estuvieran más protegidas pidió que Dionisio Quispe llevara a las niñas al rancho de alguna familia aborigen.

Los sueños del matrimonio se interrumpieron, no verían al guerrero ni al gran doctor imaginados porque murieron los dos hijos.  Demoraba en regresar el cholo que había llevado a las niñas a un refugio donde estuvieran atendidas y después de orar sobre la sepultura, Juana salió en dirección al rancherío encontrándose milagrosamente con Manuel Ascencio y Juan Hualparrimachi.  Enterado de los sucesos, la reacción del padre fue violenta y le reprochó a Juana la desobediencia de no haberse dedicado sólo a esas misiones.  El cholo se interpuso para calmar esa furia, los esposos se abrazaron y juntos fueron a buscar a Juliana y Merceditas sin imaginar que Dionisio los había traicionado ante la posibilidad del fracaso de la revolución.  Ya colaboraba con los realistas y en consecuencia, las niñas estaban con las muñecas y los tobillos atados a los barrotes de una cama.  La ira de Padilla y del cholo fiel dejó “un tendal de muertos con el vientre abierto o con la cabeza desflorada” y alzaron a las niñas que estaban afiebradas por el paludismo.  Otros sueños concluyeron: Juliana “que siempre ayudaba a su madre en los quehaceres hogareños, equilibrada y justa, y Mercedes, quien había sido dotada de una alegría contagiosa que hacía reír a todos con sus monerías y sus ingenuidades, también terminaron muriendo a pesar de que esta vez eran tres los que intentaron ayudarlas en sus esfuerzos por sobrevivir.”

A partir de ese momento, la actitud de los Padilla fue aún más violenta a pesar de que ya no estaba Belgrano para controlar sus reacciones y prácticamente sólo podían confiar en el fiel Juan.  Los sucesivos fracasos de sus admirados guías desalentaron a cientos de aborígenes que se negaban a arriesgar la vida sin posibilidades de lograr un triunfo definitivo, tantos como los que ya estaban apoyando al traidor Umaña.

En otra posición avanzaba el cacique Cumbay con sus flecheros chiriguanos dispuesto a integrar las filas de Padilla  y junto a “cuarenta honderos” alcanzaron “a formar un nuevo escuadrón de fusileros”. Hubo batalla, remataron a los heridos e irrumpieron “en casas y graneros insaciablemente deseosos de sangre enemiga”, eliminando a todos los godos que no alcanzaron a arrojarse al río prefiriendo enfrentar “al torrente asesino” antes que a los temibles criollos y mestizos.

La resistencia de los realistas fue evaluada con precisión por Belgrano y por el general San Martín, cuando lo reemplazó; tanto que el 23 de abril de 1814 informó a Rodríguez Peña acerca de la necesidad de replantear las estrategias y en vez de seguir luchando en Salta hacia el noroeste sería más eficaz disponer del pequeño y disciplinado ejército que estaba en Mendoza, pasar a Chile y  con apoyo de más aliados avanzar sobre los godos hasta entrar en Lima.  En ese tiempo, Gervasio de Posadas -el tío de Carlos de Alvear- era el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata.  Cuando San Martín comunicó que estaba enfermo y consideraba imprescindible ser reemplazado en la conducción del Tercer Ejército del Norte, fue nombrado  el general José Rondeau.  Las autoridades residentes en Buenos Aires no alcanzaban a interpretar la realidad que vivían los revolucionarios cerca de la cordillera de los Andes, al borde de esa misteriosa columna vertebral de América que tiene en el subsuelo la energía de temibles volcanes.

(Esa distancia aún es reconocible a fines del siglo XX a pesar de que la televisión moviliza esporádicas acciones insuficientes para asegurar la paz social en esos vastos territorios.)

En el otoño de 1814 las fuerzas al mando del general José Rondeau llegaron al Alto Perú y el 25 de mayo se concretó el combate de La Florida; el argentino coronel Ignacio Warnes venció a los realistas y volvió a asumir la gobernación de Santa Cruz de la Sierra. [3]

El 2 de agosto de 1814, en el Cerro de las Carretas estaba apostada Juana Azurduy con sus fieles soldados armados con lanzas,  flechas y “pocas piezas de artillería” que habían rescatado de los realistas.  Hubo un combate con las fuerzas al mando del coronel Sebastián Benavente que estaba a las órdenes del general Joaquín de la Pezuela y Hualparrimachi –nieto de reyes…- acudió en apoyo de Juana que había sido atacada y se defendía con bravura acercándose también Padilla al escuchar el ruido de las armas.  Otra vez la muerte abatió al espíritu de un patriota: el noble Juan murió con el pecho destrozado.  Los esposos Padilla sintieron que habían perdido a mucho más que un aliado y Manuel Ascencio reprochó a Zárate por no haber estado alerta con su tropa para auxiliarlos en cualquiera emergencia.

El caudillo de Porco rechazó ese inesperado e indeseable sermón e intentó neutralizar el poder de los Padilla comunicándose con el general Antonio Álvarez de Arenales, quien defendió al comandante recomendándole a Zárate que cumpliera sus órdenes.

El 27 de noviembre de 1815 el temible coronel Warnes volvió a vencer a los realistas al mando de Juan Bautista Altolaguirre, muerto en ese combate que significó una enorme pérdida para el enemigo.   [4]

En ese tiempo sucesivas intrigas permitieron a los Padilla poder avanzar hacia Tarabuco.  La maternidad conmovió nuevamente a Juana Azurduy quien una vez más fue asistida por las fieles aborígenes en el momento del nacimiento de Luisa, la hija que la acompañó hasta sus últimos días.  En Pitantora, Padilla y sus soldados combatieron hasta lograr que los realistas se alejaran.  Mientras tanto,  Juana buscaba un lugar seguro para seguir criando a su hijita y se trasladaba con bienes provistos por Padilla, que tentaron a sus acompañantes -el Sargento Rómulo Loayza y cuatro soldados- quienes decidieron apoderarse de ese botín.  Juana reaccionó inmediatamente: “de un sablazo en el cuello derribó a Loayza de su mula y arengó a los otros en quechua, paralizándolos”. Han reiterado algunos biógrafos que sosteniendo a su hija siguió cabalgando, cruzaron el río y después, de común acuerdo con su marido dejaron a Luisita bajo la protección de la aborigen doña Anastasia Mamani, fiel servidora que la cubrió con un poncho raído y partió hacia Pago Largo donde siguió cuidándola, tolerando sus llantos y caprichos… [5]

Después que los godos abandonaron Chuquisaca, los Padilla esperaron el regreso de don Juan Antonio Álvarez de Arenales organizando una formación de leales y húsares y llegado el 27 de abril de 1809, ya era evidente el propósito de tomar posesión sin oposiciones.  Arenales ya tenía la intención de avanzar sobre Cochabamba; decidió dejar a Manuel Asencio Padilla a cargo de Chuquisaca y en realidad, sólo quedó a cargo de las acciones militares porque transmitió el poder político a Juan Antonio Fernández.  Intervino Rondeau acusándolo de usurpador y exigiendo a Padilla que abandone ese lugar porque el coronel Martín Rodríguez ya está en viaje paras asumir el gobierno, quien venía pergeñando el modo de confiscar la mayor cantidad de bienes existentes en Chuquisaca.

En la memoria del general José María Paz, perduró aquel arbitrario “lavatorio del dinero”, cuando el presidente del tribunal confiscatorio coronel Quintana designado por el coronel Rodríguez, propuso al coronel Daniel Ferreyra que tomara “algunos pesos” y así lo hizo con todo lo que pudo abarcar su mano, advirtiéndole Quintana: ‘¿qué va usted a hacer con tan poco?; tome usted más”.  Así permitió que guardara todo lo posible envuelto en un pañuelo y con repartos semejantes se redujo tanto el tesoro que “se dijo que faltaba más de la mitad”.  Las apetencias de Martín Rodríguez no tenían límites y hasta se hizo nombrar supremo director de la Provincia del Plata, motivo que colmó la tolerancia de su antes defensor Rondeau quien siendo jefe del Tercer Ejército del Norte ordenó la destitución reemplazándolo justamente por el admirado vecino Juan Antonio Fernández, el amigo de los Padilla[6]

Comenta el general José María Paz que en las inmediaciones de la Quiaca los realistas estaban organizándose para atacar y después de la batalla del Puesto del Marqués -17 de abril de 1815-, el general Rondeau y la mayoría de los soldados estaban ebrios e indefensos.  Mientras tanto los Padilla seguían esperando que Rodríguez les confiara alguna misión, pero sólo les pidió que aportaran sus fuerzas: cabalgaduras, armas y soldados. Evidentemente, no estaba dispuesto a otorgarles nuevos mandos porque les ordenó que permanecieran en La Laguna controlando esa zona.

Noticias de los “abajeños”

Hay que tener en cuenta que Bernardo Monteagudo, quien por su actividad revolucionaria había estado preso en la cárcel de Chuquisaca, escapando para unirse al primer Ejército de Buenos Aires al Alto Perú., conoció en esa circunstancia a Juan José Castelli y comenzó a ejercer su constante influencia.  “Ambos, cortados a la misma medida que su condiscípulo Moreno, descreían de las ‘buenas maneras’ revolucionarias. Fue defendido por Nicolás Rodríguez Peña porque “no era feroz ni cruel… obraba así porque estábamos comprometidos a obrar así todos.  Lo habíamos jurado y hombres de nuestro temple no podían echarse atrás.  ¿Que fuimos crueles? ¡Vaya con el cargo! Salvamos a la patria como creímos que debíamos salvarla. ¿Había otros medios? Quizás los hubiera.  Nosotros no los vimos ni creímos que los hubiese.”

Así consta en carta a Vicente Fidel López.

Los morenistas fueron derrotados y  Moreno expiró en altamar…

Bernardo Monteagudo satisfizo los deseos de Alvear y el 10 de julio de 1812, participó activamente en el fusilamiento de Martín de Álzaga -el héroe que había luchado contra los ingleses en las invasiones de 1806 y 1807- y por eso le fueron confiadas distintas misiones de gobierno.  Después del fusilamiento de quienes junto a Álzaga participaron en el levantamiento contra el Triunvirato, fueron decapitados y las cabezas exhibidas por tres días en la plaza de la Victoria de Buenos Aires.

Monteagudo fue el juez “condenó a muerte a los hermanos Carrera, hoy héroes nacionales en Chile y entonces presos en Mendoza, acción que le mereció el generoso agradecimiento de su tocayo O’Higgins.”  En esa sinuosa trayectoria Monteagudo -el periodista de “siempre bien dotaba pluma”, llegó a “ser el favorito de San Martín y luego del renunciamiento de Guayaquil también de Bolívar, a favor de un genial talento  para seducir a los más poderosos…”  [7]

El documentado estudio de O’Donnell permite saber que “en la cuenta de este joven extraordinariamente parecido, impetuoso y de ideas radicalizadas, se anotan algunos de los hechos más sacrílegos e imprudentes que fueron despertando en los ‘arribeños’ una opinión contraria a los ‘abajeños’.  Su vida, que aún levanta polémica entre detractores y admiradores, termina trágicamente en una calle de Lima, que gobernó escandalosamente  durante el protectorado de San Martín, con el pecho destrozado por el cuchillo de un asesino a sueldo, Candelario Espinoza, a quien Bolívar manda llevar a su presencia y le promete ahorrarle la muerte si confiesa quién le había pagado para asesinar a su entonces favorito.   La confesión hecha a solas debió ser tan impactante que don Simón guardó el secreto hasta la tumba.

El 21 de octubre de 1815, los Padilla se enteraron de la derrota de Rondeau en Venta y Media, donde el clima también fue un implacable enemigo porque agotó a los soldados leales que se retiraron con enormes dificultades.  Al nombrar a los soldados se alude a hombres y a mujeres, ya que como escribió Paz, cuando en un lugar él pidió forrajes y víveres,  contestó “un indio encargado de suministrarlos que no los había, porque todo lo habían tomado los soldados que traía la coronela tal, la teniente coronela cual, etc. Efectivamente, vi a una de esas prostitutas, que además de traer un tren que podía convenir a una marquesa, era servida y escoltada por todos los gastadores de un regimiento de dos batallones…” mientras “los enfermos caminaban los más a pie, en un abandono difícil de explicar y de comprender.”

Otra vez los realistas intentaron sobornar a Padilla -prácticamente exiliado en La Laguna- y el capitán Hernando de Castro le comunicó que habían llegado a las órdenes de don Pedro Blanco,  que estaban todos desarmados y que ese general quería entrevistarlo, ofreciéndose como rehén.  Aunque Juana se opuso a esa entrevista secreta porque pensó que lo traicionarían, Padilla partió al encuentro de Blanco dejándola en la casa de José Barrero para custodiar a Castro, con quien se ha dicho que tuvo buenas relaciones.  Al enterarse los fieles soldados de la entrevista de su comandante con el jefe godo,  se sintieron defraudados y esperaron su regreso con el propósito de matarlo.  Había sucedido que Blanco tenía como rehén al cura Polanco -al Tata- que era uno de los lugartenientes de mayor confianza de Padilla.

Los hechos demostraron  que Juan Padilla seguía leal a la causa de la naciente Patria porque luchó con valentía para derrotar a Blanco en una batalla donde un sablazo quizás dirigido a Juana terminó en el degüello de Castro que murió desangrado.

El 7 de diciembre de 1815,  Rondeau  iniciaba su retirada por Salta tan preocupado por sus riesgos como arrepentido por el desprecio que tuvo hacia los Padilla y en consecuencia,  escribió al “Coronel Comandante en Jefe del Departamento de Chuquisaca Don Manuel Ascencio Padilla” una breve carta con algunas indicaciones y antes de despedirse le expresó:  “Espero que en esta ocasión será U.S. tan diligente y entusiasta en obsequio de la Santa Causa de la Patria, como  ha sido ejemplar  y benemérita su conducta y su valor desde un principio en todos los tiempos.”  Extensa fue la respuesta de Padilla desde La Laguna, en una carta reservada y sus palabras reflejan su trayectoria: su convicción sobre el valor de la lucha por la libertad y la independencia y la tristeza que debió vencer por tantos agravios y pérdidas personales.  Un párrafo sirve como ejemplo: “El gobierno de Buenos Aires manifestando una desconfianza rastrera ofendió las honras de estos habitantes, las máximas de una dominación opresiva como la de España han sido adoptadas con aumento de un desprecio insufrible, la prueba es impedir todo esfuerzo activo a los altoperuanos, que el ejército de Buenos Aires con el nombre de auxiliador para la Patria se posesiona de todos esos lugares a costa de la sangre de sus hijos, y hace desaparecer sus riquezas, niega sus obsequios y generosidad.”  Desde Denuncia Padilla sucesivos errores del gobierno de Buenos Aires -incluso de Rondeau- que impidieron un mejor servicio a la Patria aunque olvidando agravios acepta seguir colaborando aunque antes de saludarlo le advierte que si no hay un cambio de actitud: “… los hombres se cansan y se mudan.  Todavía es tiempo de remedio: propenda U.S. a ellos si Buenos Aires defiende la América para los americanos, y si no…”

“Si no” los altoperuanos harían tronar el escarmiento y así fue cuando en 1825 se desprendieron del dominio  bonaerense.

El general Manuel Belgrano considerando la extraordinaria participación de Juana Azurduy junto al frente de un grupo  aborígenes -entre ellos algunas mujeres-, en el enfrentamiento en el cerro de la Platas, al este de Chuquisaca, decidió remitir el 26 de julio de 1816 al Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata Juan Martín de Pueyrredón, la bandera que ella había quitado al abanderado enemigo.  El 13 de agosto desde Buenos Aires el Director Supremo agradeció el trofeo e informó a Belgrano que se le acordaba el “despacho de Teniente Coronel” a la “Amazona Doña Juana Azurduy” como “justa compensación de los heroicos sacrificios con que esta virtuosa americana se presta a las rudas fatigas de la guerra en obsequio de la libertad de la Patria.”

El 14 de septiembre de 1816 Padilla y su tropa acamparon en el santuario donde también estaba Juana cuidando las armas y la caja de caudales que según algunos historiadores eran aproximadamente sesenta mil duros, el resultado de trágicas “rapiñas”.  Llegaron hasta La Laguna las fuerzas de Aguilera -hombre con vasta experiencia militar- siguiendo el camino señalado por el traidor guerrillero Mariano -o Manuel- Ovando y allí los Padilla demostraron una vez más cuánto se amaban y cómo estaban dispuestos a vencer a los realistas.  Manuel Ascencio había logrado que su mujer huyera cuando una bala terminó con su vida.   El traidor Ovando tenía 105 años cuando relató su historia: que había huido Padilla cuando estaban ganando los realistas y que él lo persiguió siendo amenazado evidentemente con una pistola sin cargar, momento en que Ovando decidió derribarlo con dos tiros:  Cuando iba a cortarle la cabeza estaba allí “el intruso padre Polanco, conocido por ‘el Tata’… con el “pretexto de prestarle sus auxilios espirituales” pero la enérgica reacción de Ovando lo apartó y finalmente sobre una pica recibió el general Aguilera el macabro trofeo.

El 23 de octubre de 1816 el general Belgrano desde Tucumán,  comunicó a Manuel Ascencio Padilla el nombramiento de Coronel de Milicias Nacionales y le pide que bajo la protección de “Nuestra Señora de Mercedes” siga luchando sin temer a “riesgos en los lances acordados con la prudencia, pues ella siempre es declarada por el éxito feliz de las causas justas como la nuestra.”  Tardío fue ese reconocimiento porque la cabeza del noble Padilla estaba sobre una pica al lado de otra por confusión muchos creyeron que era de su mujer.

Recién el 26 de octubre de 1816, estando todavía en Tucumán el general Manuel Belgrano, le comunicaron “a la Señora Teniente Coronel Dña. Juana Azurduy” su merecido nombramiento.

Ella siguió custodiando los caudales que en realidad eran uno de los motivos principales de sucesivas disputas.  Día a día comprendía que se desmembraba su tropa.  Mientras tanto, entusiasmado con el triunfo sobre los Padilla que significa esencialmente sobre los patriotas, el general Aguilera fue al encuentro del coronel Ignacio Warnes y después de la batalla de “El Pari”, de un disparo a quemarropa lo decapitó y colocó la cabeza en una pica para exhibirla en la plaza principal de la ciudad.  El incontenible Aguilera fue matando uno a uno a los caudillos revolucionarios.  Tiempo después Juana Azurduy tuvo relación con el valiente general don Martín Miguel de Güemes, cuyo heroísmo había admirado también su esposo.  Juntos compartieron los sinsabores de los revolucionarios, incomprendidos y calumniados por algunos, apoyados con reserva por quienes no definían sus intereses y perseguidos con excesiva frecuencia.  Han insistido en que no hay referencias históricas sobre la participación de Juana en algún frente de batalla pero ha trascendido que a pesar de los caudales que cuidó a tan alto precio, vivió sin los recursos necesarios y hasta envió un pedido de ayuda a las autoridades de Salta, para poder volver a su Chuquisaca natal y que también gestionó la devolución de sus bienes.

En 1821, el español general Olañeta ordenó a su lugarteniente coronel Valdéz,  la inmediata ejecución de una operación comando de modo que partiendo de Abra Pampa, pasando por San Antonio de los Cobres se internara en el desolado valle de Lerma y ahí, con el auxilio de algunos aborígenes conocedores del terreno y con gauchos enemistados con Güemes, sigilosamente se instalaría en las sierras de los Yacones.  El 7 de junio de ese año, un tiro sorprendió a Güemes y víctima de una emboscada aunque intentó huir fue herido por la espalda; alcanzó a montar su caballo y a cruzar el río hasta la hacienda de Santa Cruz, desde donde lo trasladaban hacia El Chamical.  Las hemorragias lo debilitaban progresivamente y murió diez días después.  Ese 17 de agosto de 1821 dejó otra huella trágica en la memoria de Juana, tal como lo comentara con tristeza durante su vejez.

El 2 de mayo de 1825, Juana Azurduy “viuda del Teniente General Manuel Ascencio Padilla”  tuvo respuesta del gobierno -ahora boliviano-, autorizando la entrega de cuatro mulas pertenecientes al Estado y cincuenta pesos para sus gastos durante la travesía.  No hubo ceremonias cuando llegó a la ciudad de sus desvelos.  El 11 de agosto el gobierno de la nueva República de Bolívar  Bolivia-, “por su patriotismo” la autorizó a tomar posesión de la Hacienda que había sido rematada el 5 de enero de 1810.  Ese absurdo despojo soportado por Juana Azurduy tiene una explicación -aunque no una justificación-: en aquel tiempo -sobre todo después del levantamiento de La Paz en 1809, hubo bastante confusión entre los jefes que actuaban en distintas latitudes.  Pudieron ejercer el poder personas de dudosa fidelidad, que habían estado a favor de los realistas y cambiaron la dirección sólo por intereses personales.

Un ejemplo es el del mariscal Santa Cruz, en el siglo XX héroe de la república que Sucre designó con el apellido del Libertador Simón Bolívar.  El mariscal Santa Cruz que había sido colaborador de Goyeneche, en el período de desorganización que vivieron los bolivianos, promovió sucesivos alzamientos y en menos de un año, entre junio y octubre de 1841 estuvo al frente de cuatro de los trece que convulsionaron al país, exclusivamente a favor de personas, “únicamente impulsados por los caudillos angurriosos, en terrible y constante afán demoledor.”

A los 82 años terminó su Camino la valerosa Juana Azurduy.  Era el 25 de mayo de 1862.  Indalecio Sandi, hijo natural de un pariente de Juana Azurduy fue quien la acompañó en sus últimos momentos.  Es probable que haya estado algún cura cerca, cuando fue sepultada en una fosa común.

Como suele suceder en la historia de la humanidad, en la República organizaron un homenaje y exhumaron los restos retirando algunos huesos que se dijo… pertenecían a la primera tenienta coronela del Virreinato del Río de la Plata.

La labor de las patricias mendocinas

Una mirada sobre una página del diario “La Nación” de Buenos Aires -5 de marzo de 1944-, permite conocer el testimonio de la patricia mendocina Doña Laureana Ferrari de Olazábal, refiriéndose a la Navidad de 1816, cuando compartieron la mesa con Don José de San Martín. En esa circunstancia, él anunció la organización del ejército que cruzaría los Andes, brindó por todos y sugirió la necesidad de disponer de una bandera.

Inmediatamente la dueña de casa y sus amigas Mercedes Álvarez, Margarita Corvalán y Dolores Prats de Huisi, que eran huéspedes para las fiestas de Navidad, Año Nuevo y Reyes,  resolvieron hacer la Bandera. El 29 a la noche se organizaron: lo primero sería comprar las telas y lo harían a primera hora del día siguiente, justamente el de cumpleaños del Coronel Manuel Olazábal. Llegó temprano Doña Remedios Escalada de San Martín para saludarlo y mientras las visitantes seguían durmiendo, Laureana y Remedios recorrieron las tiendas buscando algunos metros de seda color de cielo, como les había recomendado San Martín. Cerca del mediodía en la calle Cariño Botado, el tendero insistió en la calidad de la sarga que le ofrecía y ellas optaron por comprarla celeste y blanca para comenzar cuanto antes sus labores. Doña Remedios hizo las costuras y regaló las perlas de su fino collar para el bordado del escudo. Laureana sacó las lentejuelas doradas de su abanico; de una roseta de su madre separó algunos diamantes para el óvalo y el sol. Dolores dirigía los trabajos. Una bandeja de plata sirvió marcar el óvalo. Hirvieron una madeja de seda roja para lograr el tono necesario para las manos entrelazadas. Durante los festejos del cumpleaños prometieron terminarla antes del día de Reyes y así fue, a las dos de la madrugada de aquella inolvidable celebración. Las cinco amigas oraron arrodilladas dando gracias a Dios por haber permitido terminar esa obra. Durante la misa cantada,  la bandera fue bendecida en la iglesia Matriz, sostenida por “el más civil de los militares” -al decir del riojano Joaquín V. González. En esa oportunidad también se bendijo su bastón de palisandro con puño de topacio que luego donó a Nuestra Señora del Carmen, Patrona del Ejército de los Andes, en el templo de San Francisco, en Mendoza.

Juana Manso de Noronha

Juana Manso, argentina,  fue una educadora que cooperó con Domingo Faustino Sarmiento al asumir en 1859 la dirección de la Escuela Primaria Nº 1, para ambos sexos.

Fue la primera presidenta y luego vocal del Departamento de Educación Pública (luego Consejo General de Educación.)

Publicó: “La familia del Comendador” y “Los misterios del plata” (novelas, la segunda contra el gobierno de Juan Manuel de Rozas).

Fundó un periódico de literatura, modas, teatro: “Álbum para señoritas”.

Falleció en Buenos Aires el 24 de abril de 1871.

Siglo XX: mujeres en la militancia…

1920: “mujeres proletarias”…

El diputado justicialista José Quevedo -Buenos Aires- manifestó que “en octubre de 1920 hubo un grupo de mujeres proletarias -cuyos nombres doy para que queden en la historia- formado por Juana Ferro, Candelaria Tranquilal, Wenceslada Chamorro, Aída Galli, Mariana Campana y Teresa Orueda que fueron detenidas y procesadas porque formulaban un simple reclamo… de cinco centavos de aumento en sus jornales miserables.”  [8]

V Conferencia Panamericana de la O.E.A.

18-02-1928     Un grupo de asistentes a la V Conferencia Panamericana de la O.E.A. propuso la creación de la Comisión Interamericana de Mujeres de América y a partir de ese año se sinstituyó el 18 de febrero: Día de la Mujer de América. Se impone recordar a las mujeres aborígenes, sostén de las familias y solidarias en sus tribus. Alfareras o tejedoras, pescadoras, labradoras o pastoras; sirvieron a través de su rudo trabajo. Defendían su idioma y sus creencias cuando avanzaba la nueva civilización intentando eliminar su noble estirpe.

Hay que pensar en las mujeres inmigrantes: las que acompañaron a los conquistadores españoles y a las que llegaron desde África, sometidas a la ruin esclavitud. Hay que imaginar el mestizaje y allí reside la dificultad para establecer el límite entre lo conquistado y lo perdido. 

1947 – Voto femenino: “el tiempo apremia”…

09-09-1947     Eva Perón había regresado de Europa e inmediatamente insistió en la necesidad de que se sancionara la ley esperada por la mayoría de las mujeres argentinas. Distintos grupos de mujeres “a las seis de la tarde”, abandonaron “las fábricas, talleres y sus casas para agolparse en la puerta del Congreso” para insistir en la sanción de la ley.  En compañía de su amiga Lilian, de Isabel Ernst y de numerosas mujeres, desde un palco presenció el debate final en la Cámara de Diputados, en la sesión especial que trató sólo ese asunto, con la presidencia del Dr. Ricardo C. Guardo, representante de Capital Federal. La sesión comenzó a las 16 con la lectura del despacho sobre los proyectos presentados por el Poder Ejecutivo y por los diputados Justo Díaz Colodrero, Eduardo Colom, Miguel Petruzzi, Ernesto E. Sanmartino y José Emilio Visca; con las disidencias del Dip. Alejandro García Quiroga que propuso “la inscripción y voto facultativo” y la de los Dip. Ángel Baulina, Emilio Ravignani y Mario Mosset Iturraspe quienes propusieron un artículo fijando un plazo de dieciocho meses para la aprobación del padrón electoral femenino.  El Dip. Reynaldo A. Pastor produjo un extenso despacho en minoría.

Debate en la Cámara de Diputados

Hasta las 22:50 hubo manifestaciones de distintos legisladores: el discurso del Dip. Manuel Graña Etcheverry, cordobés y peronista- abarcó diez páginas en el diario de sesiones y reflejó sus lecturas desde Diderot hasta los filósofos contemporáneos; recordó algunas reflexiones de San Agustín; leyó párrafos de las Encíclica del Papa León XIII -Serpientiæ Chistianæ- e incluyó un comentario sobre El Libro de Doña Petrona (el difundido recetario de cocina elaborado por Petrona C. de Gandulfo); rechazando algunas objeciones de la oposición porque esos derechos electorales provocarían “graves daños a la organización familiar, que sería abandonada por causa de su participación en la lucha política”.

Recordó lo expresado por el filósofo español Miguel de Unamuno: “No os apeguéis al miserable criterio jurídico de juzgar de un acto humano por sus consecuencias externas y el daño temporal que recibe quien lo sufre; llegad al sentido íntimo y comprended cuánta profundidad de sentir, de pensar y de querer se encierra en la verdad de que vale más daño infligido con santa intención, que no beneficio rendido con intención perversa”.

El Dip. Baulina terminó su discurso con “una de las expresiones más bellas de nuestra literatura, cuando en el Martín Fierro el autor pone en boca del protagonista aquella maravillosa estrofa llena de ternura y de hondo sentido humano:  “Yo alabo al Eterno Padre / no porque las hizo bellas, / sino porque a todas ellas / les dio corazón de madre”.

Algunos legisladores sostenían que el voto debía ser calificado (sólo para las mujeres alfabetas), voluntario y ejercido en forma gradual en comicios municipales, provinciales y nacionales. Evidentemente, quienes habían participado durante década infame, conservaban con intransigencia sus opiniones, aun habiendo comprobado que el fraude y el crimen político ocupaban extensas columnas en los diarios, durante las campañas y en el día de los comicios; aflorando en las discusiones durante las sesiones preparatorias de las Cámaras del Congreso Nacional y de las legislaturas provinciales, en oportunidad de ser reconocidos los méritos de los ciudadanos electos y la validez de sus diplomas de diputados o senadores.

Distintas perspectivas…

Los legisladores opositores insistían en algunas tradiciones: las mujeres debían dedicarse a sus hogares y familias sin intervenir en agitaciones políticas, olvidándose de la activa participación femenina en las luchas por la independencia nacional; en el trabajo y en la defensa de los derechos sociales, en igualdad con los hombres.

El Dip. López Serrot recordó que “Emil Ludwig, en la ‘Biografía de Bolívar’, se expresa así: “Sin las mujeres, América nunca hubiera alcanzado su libertad.  Muchos de los círculos, clubes y conjuraciones que entonces se formaron en América del Sur nacieron a impulso de mujeres heroicas y apasionadas.  Fueron ellas las primeras en llevar la sublevación a la calle, en lucir la bandera revolucionaria, en cantar cantos patrióticos.  Más tarde, siguieron a sus maridos y a sus amantes en los campos de batalla, tan firmes a caballo como de a pie; a veces con un niño al pecho, otras con pantalones de soldado, como en las viejas estampas”.

Contrasta ese reconocimiento con lo que el mismo diputado manifestó luego: “En Alemania con el voto de las mujeres sumado al de los hombres, se afianzó el totalitarismo; en Italia, las mujeres participaron del fanatismo de los hombres para exaltar y seguir a Mussolini; en el Japón, las mujeres fueron elementos sumisos para los sueños de conquista de sus gobernantes.  Procuremos que no se repita eso.”  Una explicación a esos argumentos contradictorios, puede ser el reconocimiento de que en el último párrafo había una alusión al coronel que junto a Evita impulsaban el incontenible movimiento nacional justicialista que la oposición rechazó en todos los frentes.

El Dip. Sanmartino también insistió en que “la mujer debe combatir al militarismo prusiano que como una hidra de mil cabezas, después de la caída de Hitler, reaparece en diversos países de Europa y de América.  En este momento en que los imperialistas del Norte propugnan solapadamente el establecimiento de regímenes militaristas en el continente para que respondan a la conducción uniforme de una guerra extracontinental, la mujer debe luchar al lado del hombre para el restablecimiento de los gobiernos civiles en América.  “La mujer en el ejercicio del sufragio debe estar también contra el clericalismo falangista, que es la negación del cristianismo doctrina de amor, de fraternidad y de tolerancia, que proclama por boca de uno de sus discípulos Cristo: ‘¡Bienaventurados los pacificadores, porque de ellos será el reino de los cielos’, y dice por boca del Maestro: ‘Solamente la verdad nos hará libres”.

La preocupación de los representantes radicales por los avances del poder militar, por los hechos ha quedado demostrado que se fue debilitando hasta que en 1955 junto a todos los partidos de la oposición, celebraron jubilosamente al gobierno militar que asumió en septiembre; que puso en vigencia la ley marcial y fusiló sin juicio previo a quienes defendían al depuesto gobierno democrático.

Nada se dijo en esas sesiones, de las que formaron la primera generación de descendientes de inmigrantes, pobladores de la pampa gringa santafesina y de quienes se instalaron en otras localidades, trabajando a la par de los varones, por la paz y la justicia en el estrecho ámbito de sus familias, célula esencial de la sociedad.

El Dip. Colom insistió: “Ansío que la ley salga hoy, que la sancionemos hoy, aun con errores de detalles o de forma que en un futuro próximo podrán ser salvados con otra ley.  Anhelo que dentro de pocos días, desde el Cabildo de Buenos Aires pueda el presidente de la República promulgar esta ley, a fin de que en la plaza de la República de la Capital Federal y en las plazas públicas de todo el país, desde Jujuy a Usuhaia y desde Mendoza a Entre Ríos, de Este a Oeste y de Norte a Sur de la República, puedan las mujeres aplaudir a la ley que reconoce sus derechos políticos”.  Pidió “a la mayoría de la Comisión que retire su despacho y que haga suya la sanción del Senado -con contenidos similares- para que hoy pueda sancionarse esta ley y mañana pueda el Poder Ejecutivo promulgarla”.

Presencia del Ministro del Interior

El ministro Ángel José Borlenghi manifestó en el recinto que “el Poder Ejecutivo ve complacido que el proceso de tantos años para la conquista del voto femenino está llegando a su término con el triunfo de la buena causa.”  Informó que las cifras provisionales del Censo indicaban que en la República Argentina habitaban 8.243.659 varones y 7.864.914 mujeres -en la provincia de Santa Fe: 887.119 varones y 812.907 mujeres- y destacó que la mujer argentina, “en todas partes donde le ha tocado actuar con su trabajo físico, con su inteligencia, con su perseverancia, con su espíritu de progreso ha conquistado este derecho al voto.  Con su acción ha demostrado que no es inferior al varón, y por tanto, tiene derecho a elegir sus gobernantes.  No se le hace sino justicia.  Los reparos y los recelos que pudieran tenerse con respecto al ingreso de la mujer a la actividad política, en cuanto ello pudiera señalar una discrepancia con el resto de la familia, no son admisibles, pues es innegable que la mujer ya participa de opinión política, tiene papel militante en la política.”  Advirtió que “la mujer ha aprendido a luchar por sus derechos en otros campos que no son precisamente políticos: en el campo del trabajo y esencialmente en el movimiento sindical.  En los sindicatos auténticos no hay diferencias entre varones y mujeres; éstas son elegidas para cualquier cargo en igualdad de condiciones que aquellos.  Si allí lucha por sus derechos y ejerce su defensa económica, también puede ejercer los derechos políticos”.

Últimas manifestaciones

El Dip. Miguel Petruzzi reconoció que era “legítimo que la mujer aspire a ejercer los deberes y derechos políticos” y dirigiéndose a las “mujeres Argentinas” expresó: “hoy les entregaremos un derecho para que lo eleven con altura hacia un solo ideal, sosteniendo los principios revolucionarios que os entregamos levantando siempre la bandera la patria.  Contaréis con el apoyo de mujeres que os defenderán en vuestro movimiento; y me refiero especialmente a nuestra primera dama argentina, la señora María Eva Duarte de Perón, que, con altura, nos llevará al triunfo de vuestras aspiraciones”.

El Dip. José Emilio Visca insistió en que la mayoría estaba en condiciones de aprobar el proyecto porque disponía de los dos tercios de los votos.  Advirtió con énfasis: “No vamos a temer ni al juicio público, ni al de esta Honorable Cámara, ni al de la prensa…”

El pensamiento de Evita

Consciente de que Eva Perón no podía hablar en el recinto de la Cámara porque ese derecho le corresponde a los legisladores y a las autoridades, su prédica fue oportunamente exaltada por el diputado Visca, quien leyó “algunos párrafos que pertenecen a quien en todo momento ha sido la expresión de este pensamiento femenino y llevó la representación de la mujer argentina a la vieja Europa, la señora de Perón”:  “La mujer puede y debe votar.

El voto femenino, la facultad de elegir y de vigilar desde la trinchera hogareña el desarrollo de esa voluntad, se ha convertido así más que en una aspiración, en una exigencia impostergable.  La mujer puede y debe condicionar su propia conciencia a la conciencia de la comunidad, de la que forma parte activa y vital.  En el camino del hogar a las urnas, está implícita la transformación de la vida cívica argentina, ajena a toda sugestión electoral que no sea la reclamada por la probidad, la conducta y el sentido del orden que rigen la sensibilidad y el espíritu femenino.  La mujer puede y debe votar en mi país.  La mujer votará, si los camaradas legisladores -ahondando en sus responsabilidades nacionales- ofrecen a todo un vasto y ansioso sector humano el precioso instrumento de su reivindicación civil: el derecho a elegir y ser elegidas, como en las comunidades democráticas más avanzadas del mundo.

No defiendo, pues, privilegios de cuna, ni abogo por la continuidad de una  prebenda pública.  Sufrí como todas vosotras, el 17 de octubre, cuando la regresión intentó arrebatarnos el esfuerzo generoso de una revolución, pensada, realizada y consolidada en favor de los explotados, los humildes, los débiles y los olvidados.

He aprendido en el dolor de cada día, la escuela de la sencillez.  Conozco la crudeza de esperar.  Sé de la angustia de ver propuesta una aspiración, y la certidumbre de poder abarcar ahora todo aquello que veía remoto e inaccesible, me hace ser modesta ante las cosas.

El drama diario es mi propio drama, puesto que lo comparto con todos.  La alegría cotidiana o el problema, son asimismo míos, y nada ni nadie podrá distraerlos de mi labor.

El voto femenino restablecerá esa apremiante ausencia de iniciativa pública en la mujer.  El voto femenino, abolirá al fin el complejo de autoridad de la mujer ante el panorama dinámico de su país.  El voto femenino avasallará el tutelaje incomprensible que las leyes ejercen sobre la mujer argentina, y la colocará, por fortuna, en el plano de vigencia política a que su sacrificio permanente le ha dado justo derecho.  Con el voto femenino sancionado, vamos hacia la integración de un sistema político depurado aportando al país una experiencia electoral que millones de mujeres aguardan con sus mejores impulsos.

El voto femenino no será una abstracción, ni una nebulosa.  Ninguna mujer argentina puede mostrar indiferencia ante su inminente aprobación en el Congreso.”

Estaban inscriptos cincuenta oradores y El Dip. Enrique Decker propuso el cierre del debate, decisión rechazada la oposición. El Dip. Emilio Ravignani exclamó “¡Y después quieren que voten las mujeres! e inmediatamente el Dip. Edmundo Zara -mendocino- gritó: “¡No dejan hablar a los hombres y quieren que voten las mujeres!” mientras el Dip. Ricardo Balbín manifestó: “Las mujeres van a aprender cómo se cierra el debate.”  Votaron nominalmente esa moción, por la afirmativa 75 diputados -mayoría peronista- y 37 por la negativa.  Después de breves discusiones, ese aprobó con 81 votos positivos que se considerara el proyecto venido en revisión del Honorable Senado y  fue aprobado por unanimidad. Quedó sancionada la ley que en el art. 5º dispuso que “no se aplicarán a las mujeres las disposiciones ni las sanciones de carácter militar contenidas en la ley 11.386.  La mujer que no cumpla con la obligación de enrolarse en los plazos establecidos”, estará sujeta a una multa o cumplirá un arresto en su domicilio.  La sesión terminó a las 22:50.

Promulgación de la ley 13.010

23-09-1947     Había nubes sobre la Capital de la República y la agitación de un volcán en el espíritu de las mujeres que rodearon a la histórica Pirámide de Mayo.  Todos los balcones de la Casa Rosada se poblaron con entusiastas funcionarios que habían apoyado a Eva Perón en ese justo reconocimiento.  Aproximadamente a las 19, el pueblo que ya sabía de qué se trata, aclamó la presencia de Perón y de Evita.  Se oyó el Himno Nacional y el coro de mujeres acentuaba el grito de ¡Libertad! ¡Libertad¡ ¡Libertad! porque hasta entonces debieron soportar a los gobiernos votados sólo por los varones que integraban el padrón electoral.

Pocos habían comprendido que esa discriminación las ubicaba como extranjeras en su propia tierra, aún en peores condiciones porque con carta de ciudadanía existía autorización legal para votar.

El ministro del Interior Ángel Borlenghi entregó el texto legal a Evita. Con insoslayable emoción sólo atinó a expresar: ¡Me tiemblan las manos!… y en esa síntesis se justificaron todos sus desvelos porque habían transcurrido tres décadas desde el primer proyecto legislativo.

Con la vehemencia que la caracterizaba, reconoció: “El voto que hemos conquistado es una herramienta nueva en nuestras manos.  Pero nuestras manos no son nuevas en la lucha, en el trabajo y en el milagro perpetuo de la creación.  Tenemos, hermanas mías, una alta misión que cumplir en los años que se avecinan.  Luchar por la paz.  Pero la lucha por la paz también es una guerra.  Una guerra declarada y sin cuartel contra los privilegios de los parásitos que pretenden volver a negociar nuestro patrimonio de argentinos.

Una guerra sin cuartel contra los que avergonzaron, en un pasado reciente, nuestra condición nacional.  Una guerra sin cuartel contra los que quieren volver a lanzar sobre nuestro pueblo la injusticia y la sujeción”.

El presidente Perón habló a la multitud reunida en la Plaza de las revoluciones, para celebrar la promulgación de la ley que otorgó a las ciudadanas argentinas, el derecho a elegir y ser elegidas. Dijo Perón en ese momento: “Resabios de incultura y de civilización, propios de pueblos primitivos, viven en la mente de algunos hombres para quienes la cultura no ha representado sino un beneficio material.  Son esos resabios los que han permitido llegar hasta 1947 con la mujer relegada a un lugar secundario en la vida de este pueblo, cuando ella debe ser la formadora de la nacionalidad, ya que es la primera maestra del niño desde su cuna misma.  Es allí, en la misma cuna, donde comienza a enseñarle al hombre que debe ser honrado, virtuoso y patriota…  No es posible que la mujer, que vive sacrificada, que vive con abnegación, no tenga el derecho de compartir con el hombre las decisiones que nos conciernen a todos en la vida de la Nación”.

“La ley que reconoce los derechos cívicos de la mujer modifica un estado de cosas que representaba en nuestro medio un anacronismo político.  Reconoce que no habíamos cumplido integralmente con nuestra Constitución, y estos derechos que asisten a la mujer igual que al ahombre, tardíamente reconocidos, vienen a llenar un vacío que la nacionalidad exigía desde hace mucho tiempo.  [9]

Eva Perón convertía en realidad los propósitos de las Naciones americanas, no sólo porque apoyó con firmeza los derechos políticos de la mujer, sino porque con su obra desde la Fundación contribuyó al reconocimiento del “papel trascendental de esposa, madre, ama de casa y con frecuencia de proveedora económica para el sostenimiento del hogar” de la mayoría de las mujeres argentinas.  Supo acompañar a Perón en la protección de “la familia, como célula social” cooperando “con energía y decisión” para asegurar “su estabilidad moral, su mejoramiento económico y su bienestar social”, como se había declarado en marzo de 1945, en las actas firmadas en Chapultepec.

“Luchar por la paz”

Reflexionó luego Evita: “Tenemos hermanas mías, una alta misión que cumplir en los años que se avecinan. Luchar por la paz. Pero la lucha por la paz, es también una guerra. Una guerra declarada y sin cuartel contra los que avergonzaron, en un pasado próximo, nuestra condición nacional. Una lucha sin cuartel contra los que quieren volver a lanzar sobre nuestro pueblo la injusticia y la sujeción.”  Llovía sobre la Plaza de Mayo. Algunos grupos expresaban su disconformidad por la nueva ley, la mayoría hacía escuchar sus estribillos.  Eva Perón afirmaba: “El voto que hemos conquistado es una herramienta nueva en nuestras manos. Pero nuestras manos no son nuevas en las luchas, en el trabajo y en el milagro perpetuo de la creación.”

Empadronamiento femenino

22-12-1947     En la Legislatura de Santa Fe, los diputados Francisco González Salmerón y Ángel Celestino Marini –justicialistas- presentaron un proyecto de ley que en el art. 1º disponía que “la mujer nativa, naturalizada o extranjera tiene los mismos derechos políticos y está sometida a las obligaciones establecidas en las leyes para los varones” y en consecuencia, en el art. 2º se disponía que “el Poder Ejecutivo dentro del plazo de 18 meses organizará los servicios necesarios para la formación y funcionamiento del fichero provincial y padrón electoral de mujeres, independiente de los registros de electores varones”.  Mientras tanto se avanzaba en la organización de los padrones en la jurisdicción nacional.

(Del libro inédito “El tiempo de Perón” – 1946-1952 – t. II)

Casi colofón…

En una agenda de Teresa Cascajo –la mujer tallada, talada y tarada-, han quedado estas señales que quizás podrán servir para elaborar algunas claves…

“- Tener un automóvil o un automotor -que de lo inmanente lleve a lo trascendente-.  No hay que hacer antesalas para el dominio, ni para la patente, ni esperar que entreguen las constancias con los números de la chapa que será entregada después de una reiterada prórroga, durante varios meses.

– Viajando en el colectivo o en taxis, es posible estar más informado que sólo mirando la televisión y leyendo algunos diarios y revistas.

Des arma, agobia la falta de comprensión, de tolerancia y de solidaridad.  Todos parecen estar mirando al otro, pocos se miran sin espejos, desde su compleja interioridad.

– Acosan las complicidades, la mediocridad, la envidia… que se asemejan a vacunas contra el talento de los soñadores y de los hacedores.

– Hubo un tiempo de ‘adiós al almidón’ y a cualquier superficial apresto.  La trama que se va creando sobre la urdimbre es la que genera su belleza y su resistencia.

– Hace falta tiempo, para crecer y madurar, para equivocarnos y demostrar voluntad para corregirnos; para vivir en armonía y ser conscientes de que sólo somos una ínfima parte del cosmos.”

Lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

[1] Sugiero leer: O’Donnel, Mario Pacho. Juana Azurduy – La teniente coronela. Buenos Aires, Editorial Planeta, 1994.

[2] Rosa, José María. Historia Argentina. Tomo 1.   La Revolución 1806-1812. Buenos Aires, Editorial Oriente, 1992, p. 136-139.

[3] Abad de Santillán, Diego. Historia Argentina. T. 2. Buenos Aires, TEA –Tipográfica Editorial Argentina-, 1965, p. 586-598.

[4] José Ignacio Warnes nació en 1771 –ó 1772- en Buenos Aires y participó junto al general Manuel Belgrano en la expedición al Paraguay, fue tomado prisionero y trasladado a Montevideo pero rescatado volvió a estar junto a Belgrano; luchó en las batallas de Tucumán, Saltas, Vilcapugio, Ayohuma.  Reconocido con el grado de coronel, Belgrano le encomendó que reorganizara las fuerzas de Santa Cruz de la Sierra y cumplió esa misión, logró vencer al enemigo pero en 1816 ante una nueva invasión realista entraron en combate; Warnes cayó y quedó debajo de su caballo, circunstancia favorable para que el general Aguilera lo decapitara y después exhibieran su cabeza en la plaza, donde luego levantaron un monumento en su memoria…

[5] Luisa Padilla Azurduy nació en 1815 y nombraba “la Huachi” a su protectora Anastasia. Aproximadamente en 1833 conoció a Pedro Póveda Zuleta, un cholo que la amó y supo comprenderla en su rebeldía y sus temores. Luisa murió en 1880.

[6] Leer: O’Donnell, Mario Pacho . Capítulo III de Historia Argentina que no nos contaron – El grito sagrado, Buenos Aires, Editorial Sudamericana.

[7] Bernardo de Monteagudo, según varios biógrafos nació el 20 de agosto de 1785 pero algunos autores indican que no hay datos precisos.  Estudió Derecho en Chuquisaca y expuso su tesis:  “Sobre el origen de la sociedad y sus medios de mantenerla” en junio de 1825. Entusiasta lector, cambió su rumbo a partir de su participación en la sonada del 25 de mayo de 1809 cuando impulsó a los estudiantes a levantarse contra “la entrega a los portugueses” y luego fue enviado como delegado a Potosí mientras las noticias de los tumultos de Charcas llegaron a Buenos Aires. Luego fue detenido y encarcelado.  Después de mayo de 1810, Castelli lo nombró su secretario y tras la batalla de Huaqui viajó a Buenos Aires, dirigió La Gazeta; luego fundó la Sociedad Patriótica e integró  la Logia Lautaro. Hacia 1816 viajó a Europa.  Acompañó a San Martín en su campaña, fue nombrado ministro de Guerra y Marina, después de Gobierno y Relaciones Exteriores. Estuvo vinculado a Simón Bolívar, regresó a Lima en 1824.  Al ser herido por una puñalada, murió el 28 de enero de 1825.

[8] Argentina. Congreso Nacional. Cámara de Diputados, Diario de Sesiones, 1952, t. II. p. 843.

[9] Perón, Juan Domingo. Habla Perón. Argentina, Presidencia de la Nación, Subsecretaría de Informaciones, p. 31, 80.

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