Estás aquí
Inicio > Política > Literatura y Política > Jorge Abelardo Ramos (1921-1994)

Jorge Abelardo Ramos (1921-1994)

1968: “dos familias y el alma dividida”.

1971: fundación del Frente de Izquierda Popular.

1972: presencia sorprendente.

1973: Ramos, candidato a diputado.

22 de marzo de 1976: vivencia de su hija.

02-04-1982: la Gesta de las Islas Malvinas.

Conclusiones acerca de actitudes del gobierno uruguayo.

Obras más difundidas.

Invierno de 1994:

1994: “Al Coronel”.

Invierno de 1994.

“Políticas carnales”.

Celebración junto a un “maestro”.

En torno a la alineación con los Estaos Unidos.

Opinión sobre Aldo Rico.

En torno a Borges y a Groussac..

Instante final y trascendencia.

1996: celebración… con la voz de su hija.

 

Nació en Buenos Aires, el 23 de enero de 1921. Perteneció al grupo de escritores que se destacaron porque revisaron la historia de los argentinos con documentos casi desconocidos y orientados hacia el camino de la revolución pacífica que provocaría un cambio en la orientación política, con el propósito de terminar con el coloniaje

Entre ellos, hay que reconocer a Arturo Jauretche, Juan José Hernández Arregui, Rodolfo Puiggrós, el Padre Leonardo Castellani, José María Rosa,  Raúl Scalabrini Ortiz…

1968: “dos familias y el alma dividida”…

Un cuarto de año después de determinadas experiencias políticas, durante una entrevista, el periodista Alejandro Caravario del diario Clarín de Buenos Aires, expresó:

“Su deslumbramiento por el peronismo lo sometió a una bigamia política durante mucho tiempo.”

 

El autocrítico dirigente contestó:

“Es cierto, tenía dos familias y el alma dividida”.

Después, en la crónica se alude a conversaciones de Ramos con Perón, hacia 1968:

“-Che, Abelardo, véngase al Justicialismo.  Qué va a ser socialista, usted es peronista”

1971: fundación del Frente de Izquierda Popular…

Por su formación, Jorge Abelardo Ramos orientaba sus acciones hacia la denominada izquierda nacional y en el año 1971 fundó el Frente de Izquierda Popular (FIP) y luego el Movimiento Patriótico de Liberación (MPL).

(En dos convocatorias fue candidato a presidente de la Nación.)

1972: presencia sorprendente…

El periodista Miguel Bonasso ha rememorado una reunión “al caer la noche del jueves 6” –de julio de 1972-, “en los altos de un viejo restaurante de la calle Cangallo al 900”, convocada por el doctor Héctor José Cámpora cuando aún –como sucede a principios del siglo veintiuno-, “las diferencias ideológicas y políticas, y los viejos rencores resurgieron en las horas previas a la constitución de una Comisión de Enlace del Frecilina. [1]

“El profesor Rodolfo Puiggrós había invitado a Jorge Abelardo Ramos, pero los comunistas miraban con odio al intelectual trosko-nacionalista que levantaba la candidatura del general.”

1973: Ramos, candidato a diputado

Después de los agobiantes años del autodenominado Proceso de reorganización nacional, tras el derrumbe de las expectativas en la Gesta de las Malvinas,  quienes detentaban el poder comprendieron que era imprescindible convocar a elecciones.  Así fue como el domingo 11 de marzo de 1973 se realizaron los comicios.

“Un trotskista que había trabajado par el primer gobierno peronista, el historiador Jorge Abelardo Ramos (cincuenta y dos años), encabezaba la fórmula del Frene de Izquierda Popular (FIP), escoltado por el dirigente obrero santiagueño José Silvetti (treinta y tres). [2]

Comenta el periodista Bonasso que “faltando todavía 950 mesas por escrutar”, esa fórmula era la última en la nómina porque representaban el 0,50 % con 61.747 votos.

22 de marzo de 1976: vivencia de su hija…

En la red de redes es posible encontrar textos que contribuyen a conocer la historia de los argentinos que todavía hay que terminar de relatar.

Laura Ramos, la hija de Jorge Abelardo, refiriéndose a vivencias insoslayables que han dejado sus señales, desde que se presintió el autodenominado proceso de reorganización, necesito escribir:

“Mi valijita sólo contenía Artaud, el disco, un fabuloso raído saco de terciopelo violeta, Doktor Faustus, el libro, y una porción de talco que oficiaba de cosmético para ir de caza. El gótico flamígero de tal jovencita, en una pensión de estudiantes de la ciudad de Córdoba donde se cantaban letanías escatológicas que comenzaban “una vieja y un viejo”, no tenía destino. Era un equívoco, un error. El día 22 de marzo de 1976 llegó mi padre (Jorge Abelardo Ramos, historiador y político, líder del Frente de Izquierda Popular) al pensionado. Me pidió que lo acompañara al campo, su refugio desde que lo echaran de la Universidad de Buenos Aires y prohibieran sus libros, un año atrás. Allí, en Despeñaderos, una zona tan infértil y desafortunada que mi abuela rebautizó como Desamparados, me enteré de que al día siguiente, 23 de marzo, habría golpe de Estado. La misma noche del 22 -y nunca fue tan páramo del Yorkshire como esa noche-, mi padre se despidió de su esposa y de mis tres hermanitos, y con un apresurado saludo me dijo adiós. Se fue en un auto conducido por un camarada de la Orden a la que pertenecía, rumbo a un escondite en la ciudad. A la mañana siguiente, el golpe no se produjo. Esa noche me fui a dormir con alivio, sin saber que el campo ya estaba rodeado por el Ejército. Me despertaron en la madrugada; mientras un teniente requisaba nuestros documentos, pude ver una larga fila de soldados arrodillados, con sus armas apuntando hacia el cielo, que se extendía a lo largo de la llanura. Los dos camaradas que habían quedado con nosotros fueron arrestados. Esos meses en que viví en Desamparados, mientras en nuestra patria corría el Mar Rojo y mi padre se mantenía escondido en algún lugar de la ciudad, dejé de usar talco en el rostro, que a su pesar tomó un repugnante tinte rosado. Los dos camaradas fueron devueltos unos días después. Fue un invierno dickensiano en el que leí bastantes novelas, ejercité mis músculos sacando agua del aljibe y, por sobre todo, acuñé muchísimo material para mis futuras historias de huérfanos y madrastras; una temporada sin caza, entre otras cosas.”

(No reprimí el impulso de insertar ese texto, porque creo que es un reconocimiento más a Radar Libros –que contribuye a iluminar zonas de penumbra en la historia de los argentinos y porque estoy convencida de que los padres amantes, se reflejan en determinadas expresiones de sus hijos…)

02-04-1982: la Gesta de las Islas Malvinas…

Cuando el gobierno de facto informó que se había producido un desembarco en las Islas Malvinas, la primera reacción fue celebrar que se recuperara la soberanía usurpada el 3 de enero de 1833.  Se suponía que la diplomacia había participado a los fines de que esa iniciativa resultara eficaz y que con ese acto, se estaba ratificando lo expuesto en distintos foros desde aproximadamente un siglo y medio.  En consecuencia, se expresaron diversas adhesiones, entre ellas el menaje de Jorge Abelardo Ramos, publicado en el diario Crónica de Buenos Aires al día siguiente, en la cuarta página, quien siendo presidente del Frente de Izquierda Popular expresaba:

 “Ante esta decisión debe concretarse una inmediata paz con Chile…

La soberanía es indivisible, por ello debe recuperarse, antes que sea tarde, la soberanía económica.”

El general Perón, el 9 de julio de 1949 había firmado en Tucumán con todos los integrantes del gabinete nacional, la Declaración de la Independencia Económica.  El tornado de septiembre de 1955 arrasó con todas las declaraciones, por decreto reemplazó la Constitución vigente, sancionada en 1949…  De esos hechos, Jorge Abelardo Ramos fue uno de los tantos testigos que oportunamente expresaron sus conclusiones.)

Conclusiones acerca de actitudes del gobierno uruguayo

No ha sido por casualidad, que el contundente Jorge Abelardo Ramos haya escrito y publicado estas conclusiones sobre la injerencia del gobierno uruguayo en los asuntos de la República Argentina:

“…El papel jugado por la oligarquía uruguaya y su pequeña burguesía ‘democrática’ es manifiestamente reaccionario y su pretendida defensa de las ‘libertades democráticas’ es una hipócrita cobertura de su auténtica defensa de los negreros imperialistas del Norte en su lucha contra las conquistas nacionales y sociales del pueblo argentino.

Uruguay se ha convertido en la punta de lanza del imperialismo en el Sur.”

(Hay que recordar la publicidad que generaron el 20 de septiembre de 1955, cuando por las calles de Montevideo se manifestaban celebrando la puesta en marcha de la autodenominada revolución libertadora, que meses después mediante el decreto del 5 de marzo de 1956, prohibió hasta el uso de palabras; el 9 de junio reprimió con fusilamientos a quienes intentaron expresar sus convicciones políticas y tras poner en vigencia la ley marcial tres días después, siguieron los asesinatos…

Obras más difundidas…

Abelardo Ramos publicó notas en diarios y revistas, editó varios libros y entre ellos los de mayor difusión fueron:

– “Revolución y contrarrevolución en la Argentina” – I y II.

  • América Latina: un país”.
  • Las masas y las  lanzas
  • Del patriciado  a  la  oligarquía”

Invierno de 1994:

Aunque Abelardo Ramos estaba enfermo, siguió luchando por defender sus convicciones políticas hasta sus últimos días.

Mientras dialogaba con el periodista Alejandro Caravario, dijo:

“…el peronismo ya no está tan fuerte y no podemos quedarnos tocando la balalika.  Hay que luchar en ese cauce que hace medio siglo eligió el pueblo argentino.”

 

Sabido es que el 1º de julio de 1974 entró en la inmortalidad el Teniente General Juan Domingo Perón y que durante el acto del sepelio en el cementerio de la Chacarita, habló en representación de los gobernadores el Dr. Carlos Saúl Menem, luego representantes de distintos partidos políticos, entre ellos Ramos.

Veinte años después, quien tantas veces había discrepado y otras tantas había coincidido, necesitó escribir lo que sentía cuando el tiempo había atenuado los juicios apasionados..

1994: “Al Coronel”…

Ramos recordando al Coronel, que produjo notables cambios a partir de la primera presidencia en 1946, Jorge Abelardo Ramos escribió:

“Al recordar mi despedida al general Perón en 1974, al cumplirse hoy dos décadas de su muerte, recuerdo que hice un esfuerzo para evocarlo desde una perspectiva histórica. Había sido el hombre más odiado y el más amado del siglo y supongo que en este orden de cosas superaba al otro gran caudillo execrado por la misma oligarquía una generación antes: Hipólito Yrigoyen.

Tomo en préstamo a Manuel Gálvez una feliz expresión: la gran virtud de Perón fue haber inventado un socialismo para uso de los criollos. Se pretendía que Perón fuese de derecha o de izquierda. Pero usaba las dos manos, como él decía, y su movimiento, por estar constituido por diversas clases sociales, profesiones y grupos, individualidades diversas, ideologías múltiples, fue una síntesis de la Argentina de su tiempo, un Frente Nacional Revolucionario al que la jefatura de Perón impuso su sello personal, sus defectos, tanto como sus virtudes. No faltaron sectores extraños, originarios de la pequeña burguesía, que pretendieran señalar a Perón cómo conducir el movimiento. Habría sido ridículo, si no hubiera sido trágico.  [3]

Hasta su último día Perón conservó la total lucidez de su misión.

En un país semicolonial, como era y es la Argentina, parte de una América Latina dividida y saqueada, solo es posible marchar hacia delante reuniendo en la lucha a un vasto Frente Nacional que aspire a la soberanía política, a la independencia económica, a la justicia social y a la unidad latinoamericana. Esta última hoy esboza su realización en el MERCOSUR, al que le falta todavía la conciencia de los ideales comunes cuyo precursor fue Manuel Ugarte a principios de siglo y Juan Perón luego. Como presidente, Perón concibió una alianza con el Brasil de Getulio Vargas y con el Chile del general Ibáñez. En sus notables discursos en la Plaza de Mayo y desde el Palacio de la Moneda, en Santiago de Chile, diseñó ese único camino de salvación para los latinoamericanos. Y ése fue uno de los rasgos proféticos del más grande argentino del siglo XX.”

Invierno de 1994…

“Políticas carnales”…

Desde el momento en que recorté y guardé la página de Clarín que estoy releyendo e intentando reiterar para que perduren esos testimonios, ha transcurrido una década.

(En lo personal, con experiencias que casi aniquilaron las posibilidades de escritura porque tras sucesivas declinaciones en los últimos cuatro años nos conmovimos con cuatro desprendimientos definitivos…

Además, si en aquel tiempo ya Abelardo Ramos expresaba que “el peronismo ya no está tan fuerte” encuentro una coincidencia con mis aproximaciones valorativas porque desde principios de aquella década aludo al P.P. como el partido partido, casi imposible de reconstruir con determinadas concepciones; sólo reminiscencia estéril de quienes no alcanzan a interpretar que dejó de ser Partido Peronista a partir de 1955, luego se ha identificado como Partido Justicialista, con raíz de justicia que es el soporte esencial para la convivencia con dignidad y en paz.  El Líder del movimiento, inculcaba el Justicialismo y estoy convencida de que Eva Perón fue la única peronista ¡Peronista!… lo restante, han sido sólo aproximaciones.)

Celebración junto a un “maestro”…

El domingo 11 de septiembre de 1994, una vez más se celebraba el día del maestro rememorando el aniversario del fallecimiento de Faustino Valentín Quiroga Sarmiento, más conocido como Domingo Faustino Sarmiento porque su madre siendo devota del Santo prefirió nombrarlo Dominguito.  Desde los Estados Unidos se promovió esa conmemoración coincidiendo con el día dedicado “al que enseña”lógicamente también aprendiendo.

 

Aquel segundo domingo de septiembre de 1994, en el diario Clarín dedicaron una hoja a El peronista colorado –a Jorge Abelardo Ramos-, interesante crónica elaborada por Alejandro Caravario.  [4]

Esta reiteración aportará más rasgos para elaborar un esbozo del perfil de este polémico político que destacaba:

“…fuimos y somos socialistas criollos y nacionalistas latinoamericanos”.

Aún en el cuarto año del siglo veintiuno, tienen vigencia sus análisis y es probable que aún escaseen las definitivas respuestas, porque…

“…No cualquiera entiende, por ejemplo, que un hombre con un origen de simpatías anarquistas pase a la devoción por Perón (sin decidirse nunca a ser peronista) y llegue a reivindicar al coronel Mohamed Seineldín.”

Quizás haya confundidos que poco entiendan otra conclusión de quien fue designado embajador en México por el presidente Dr. Carlos Saúl Menem (1989-1995, reelecto hasta 1999).  El periodista que provocó un oportuno toque de clarín, escribió en aquel tiempo:

“Ramos, dice que Menem es ‘el último vínculo con la tradición peronista’ y que ‘contrariamente a lo que se afirma habitualmente, lo que hizo con la ayuda de un notable hombre de números como el doctor Caballo es restaurar el poder de Estado.  La clave de ese poder, sugiere, reside en la eficacia para recaudar. ‘Había todo un sistema industrial, comercial y bancario que violaba el deber de pagar las contribuciones al Estado para que se hicieran escuelas o caminos.  Esa es la corrupción a la que pone término Menem.’ /…/

“El hombre habla como un sabio pícaro.  Tras los espesos anteojos, por momentos suena denso y erudito.  Y en su obsesión retrospectiva –historiador al fin-, las respuestas parecen entregas episódicas de una enciclopedia. / Para Abelardo, el Chacho Álvarez es ‘un subproducto del pacto de Olivos’, ya que supo capitalizar el descontento por aquel acuerdo, especialmente en la Capital Federal.  ‘Es un peronista blanco, lavado.  Un reflejo de la imagen contemporánea.  Usted sabe que el reflejo de la televisión no se puede tocar.  Las últimas elecciones lo constituyeron en un aparente ser real, pero no es real, como se demostrará en la próxima campaña electoral, cuando el radicalismo recupere sus votos.  Álvarez no tiene base social’.”

  (Algo sabía sobre actitudes, valores y movimientos políticos…)

En torno a la alineación con los Estaos Unidos…

Interrogado por el periodista Alejandro Caravario acerca de “cómo sobrelleva su nacionalismo la alineación los Estados Unidos”, Ramos contestó:

“Los cambios en el mundo no podían dejar a la Argentina indiferente. Menem consideró que hacía falta contar con la buena voluntad de las más grandes potencias y practicó una política de acercamiento.  En cuanto a Malvinas… había que hablar.  Aunque reo que no vamos a ningún lado hablando con los ingleses.  Pero no se puede decir que Menem ha traicionado la causa porque no envió una nueva tropa.  Habría que preguntarle a Fidel Castro por qué no invade Guantánamo.  Y está en su propio territorio”.

“De las relaciones carnales confesadas por el canciller Guido Di Tella prefiere no hablar. ‘Las cuestiones sexuales no son mi especialidad’, dice, y clausura el tema.”

Opinión sobre Aldo Rico…

“Rico no es un hombre de confiar. Alguien que da la espalda a su jefe no puede ser leal a nadie.  Y su jefe es Seineldín, que cualesquiera sean los errores que se le puedan atribuir, sin duda es un hombre decente.  Por otra parte, Rico ha quemado la bandera chilena en la calle y quien hace eso es enemigo de la unidad latinoamericana y de la Argentina.”

Luego, con buen humor comentó que no tiene televisor, “porque los médicos recomiendan mantener el equilibrio psíquico, tampoco tengo cable ni video, ni armas de fuego.  Es decir, ningún instrumento peligroso.  /  Su opción recreativa, dice, es ‘dialogar con Rousseau o Aristóteles’, mientras trabaja en la reescritura de La Historia de la Nación Latinoamericana y Revolución y contrarrevolución en la Argentina.  Se alegra de poder reeditar estas obras, en una época ‘que se caracteriza por la transformación de la alcahuetería en bibliografía.  Son todas delaciones de porteras, de alcahuetes que se hacen periodistas para llegar a ser autores y andan buscando al almacenero de enfrente par ver si Lorenzo Miguel toma buenos vinos y esa clase de cosas’.”

En torno a Borges y a Groussac…

 

Se ha reiterado que tras una crítica literaria publicada en el diario Clarín de Buenos Aires, Jorge Abelardo Ramos a pesar de la declinación de su salud necesitó expresar sus disidencias:  [5]

“El señor Feiling dice que yo he tratado a Borges de cipayo. No es así. Borges no fue nunca un cipayo (la palabra ‘cipayo’ es un vocablo persa o iraní, la misma lengua del Ayatolah, que quiere decir ‘hombre de a caballo’ y que, por extensión, en la India se aplicaba a los soldados hindúes que, en lugar de defender su patria, servían a los ingleses dominantes.)

Y digo que Borges nunca fue un cipayo porque toda su formación, desde su nacimiento, fue el resultado de varios factores que hicieron de él un gran poeta cosmopolita bilingüe.

Por un lado, el inglés no lo aprendió en una academia de la calle Maipú, como tantos cipayitos que quieren huir de su patria, sino que lo bebió de los labios de su abuela. En la infancia su padre, que era un intelectual afrancesado y anglicanizado, lo encerró en una maravillosa biblioteca repleta de literatura inglesa fantástica, donde él nutrió sus primeros sueños, que son los esenciales en un ser humano. Luego su adolescencia transcurrió en Ginebra, de la misma manera que fue Ginebra el lugar que eligió para morir.

Él enseñaba a los ingleses, con una dicción perfecta, el inglés medieval y a los norteamericanos les enseñaba el inglés básico. Al mismo tiempo era dueño de un genio verbal por todos reconocido.

Yo diría, más bien, que pertenecía de algún modo y pese a las diferencias de tiempo y lugar, a ese tipo de intelectual anglo indio que en Bengala, Bombay o Calcuta soñaban con ser ingleses refinados, con ir a Oxford o a Cambridge, con incorporarse a la potencia dominante, que era la más poderosa y refinada de su tiempo y que, ciertamente, hablaban el inglés mejor que Shakespeare. Muchos de ellos lograron finalmente ser oxfordianos.

Tenían el corazón dividido o, mejor dicho, las dos almas entrelazadas.
Esos grandes intelectuales anglo indios terminaron finalmente, en muchos casos, yéndose a vivir a la metrópoli.

Repetían, como en el caso de Borges, el drama de Paul Groussac, un amargo francés, notable escritor castellano, que siempre soñó con ser escritor en Francia y que se vio obligado a seguir un, para él, oscuro destino sudamericano.

No era ni francés ni argentino. Era las dos cosas. Esta especie de cruzamiento intelectual entre potencia y colonia, en el caso del Río de la Plata, dio como resultado a un gran poeta anglófilo que, desde ya, detestaba todo lo que podía ser bien criollo, pero cuyo arte literario de tajante corte bizantino y de culto a la pura forma, va a constituir la admiración de todos los textos literarios del porvenir.”

(Es interesante tener en cuenta que tanto Paul Groussac como Jorge Luis Borges, fueron directores de la Biblioteca Nacional de la República Argentina.)

 

Instante final y trascendencia…

Distintos medios informaron el domingo 2 de octubre de 1994 -a los setenta y tres años- había fallecido Jorge Abelardo Ramos, como consecuencia de una neumonía.

1996: celebración… con la voz de su hija.

El 15 de Noviembre de 1996 en la Biblioteca Nacional se concretó un homenaje a Jorge Abelardo Ramos reconociéndose la importancia de la donación de su biblioteca Historia y en esa oportunidad, su hija Laura Ramos –periodista y escritora-, expresó:

“Si me permiten, creo que mi papá se hubiera muerto de risa en este acto. Porque él, como el Scaramouche de Rafael Sabattini, ‘nació con el don de la risa, y con la sensación de que el mundo estaba chiflado. Y ese fue todo su patrimonio’. Me parece que mi padre se hubiera muerto de risa con toda esta pompa: él era capaz de hacer cosas brutales con los libros. Partía un libro para prestarle la mitad que ya había leído a un amigo; regalaba o tiraba bibliotecas enteras, cuando ya no le servían; polemizaba con los autores desde los márgenes, con una pluma azul y en su estilo furibundo y pasional, orlado de irónicos signos de admiración.

Quiero decir que él tenía una relación muy entrañable con los libros, casi doméstica. En una especie de principio zen creo que iba al fondo del asunto, que despojaba a los libros de cualquier categoría que lo apartara de una relación intrínsecamente utilitaria con ellos. Creo que formaba parte de cierto tipo de determinado desprecio que sentía por la intelligentzia y el saber académico que le hacía repetir el adagio de que él, en vez de ser un hombre de letras, había preferido escribir letras para los hombres. Y tenía bibliotecas enormes que se iban renovando todo el tiempo, un circuito de libros que compraba, regalaba y perdía; eran bibliotecas circulantes en las que sólo los clásicos permanecían.

Quería hablarles de esos clásicos. Allí permanecían Balzac, Dickens, el Rojo y Negro de Stendhal en una edición que él había traducido, Borges y ‘Los tres mosqueteros’ (y también ‘Veinte años después’ y ‘El vizconde Bragelone’).

Y quería hablarle de los libros que me fue regalando desde que aprendí a leer. De ‘Los diez días que conmovieron al mundo’ de John Reed, un libro sobre la revolución rusa bastante gordo para los nueve años de edad que yo tenía en ese momento. (Creo que lo decepcioné: me aburrió espantosamente y lo dejé por ‘Mujercitas’.) Con el siguiente libro ya no se equivocó: fue ‘La escuela de las hadas’ de Conrado Nalé Roxlo. Nunca mas volvió a equivocarse, excepto con los volúmenes de poesía de Vallejo, que me regaló varias veces.

Él pobló mi infancia con héroes heroicos.

Me decía que yo había sido amamantada con sopa de letras. Y no era una metáfora. Casi. La idea del alimento bajo la forma de libros viene de cuando vivíamos  en Montevideo, en un barrio hermoso llamado Malvín. Mi padre viajaba cada veinte o treinta días de Buenos Aires a Montevideo en el vapor de la carrera, con varias valijas cargadas de libros.

Eran libros editados por él mismo o dados en consignación por un librero de la calle Corrientes llamado Hernández, un tipo sensacional al que mi hermano y yo debemos, por lo bajo, varios kilos de pan y fiambre alemán, miles de bananas y cajas y cajas de puré instantáneo.

De modo que mi padre traía estos cargamentos de montones de libros: sólo restaba venderlos. Hasta entonces, hasta ese momento en que termináramos de venderlos, debían esperar en algún sitio, pero nuestros padres no contaban con local para guardar esos libros temporariamente. Por entonces vivíamos en un departamento de dos ambientes, frente a la playa. Era un poco pequeño para nosotros, pero muy pronto los dos ambientes dejaron de ser un problema, porque empezaron a alzarse unas paredes divisorias hechas, imagínense, de libros.

Así que teníamos el living y el comedor, y cuantas más valijas cargadas de libros llegaban, más bibliotecas, es decir, más dormitorios o estudios se fueron alzando. Las bibliotecas habían sido instaladas por nuestros propios padres. Clavos en el piso, alambres anudados. Una noche volvimos a casa un poco tarde y nos encontramos con nuestro living, comedor y estudio convertidos en un loft: se había venido abajo una enorme biblioteca.

Muchos de esos libros que decoraban nuestro departamento mientras aguardaban para darnos de comer eran unos ejemplares de colores, muy finitos, de la colección Coyoacán que había fundado mi padre (había tomado el nombre de la casa de Trotsky en México.) Con mi hermano Víctor hacíamos juegos de memoria: uno citaba el nombre de un libro y el otro tenía que adivinar el color, el número de la colección y el autor. ‘a cuestión judía’ decía él. Amarillo, 14, Juan Bautista Alberdi, arriesgaba yo. No, perdiste, es verde, 23, Carlos Marx, me decía él. Fabi, nuestra mamá, los vendía a las distribuidoras, a las librerías y, en las épocas duras, también de puerta en puerta. Pero mi hermano y yo no tenemos malos recuerdos de esas épocas duras. Nos acordamos, más bien, de los fuegos artificiales que tirábamos en la playa, de las tertulias de música, poesía y cigarrillos, de la voz de nuestro padre cantando, para despertarnos, La Internacional.

Yo no sé por qué, pero quienes lo conocieron van a entenderme porque ésa era su cualidad, él nos hacía sentir que éramos los millonarios número uno del barrio de Malvín. Y en realidad de eso era de lo que quería hablarles. Creo que mi padre tenía algunos rasgos de sus personajes favoritos de la literatura. La pasión, y la ambición, de Julián Sorel y de Luciano de Rubempré, el optimismo a toda prueba de Micabwer. Micabwer era un entrañable personaje de Dickens que siempre estaba a un paso de acometer una grandiosa empresa que lo sacaría definitivamente de la miseria y lo llevaría hasta la cima. Entretanto, gastaba a cuenta. A Micabwer y a mi papá, los acreedores los persiguieron toda la vida.

Sólo no tuvo deudas cuando era joven y vivía con Fabi en La Farnesina, un palacio italiano que cobijaba a los artistas argentinos en los años cincuenta; dormían allí mientras recorrían Roma en una motoneta con side-car. Pero las deudas comenzaron a morderle los pies al tiempo de las primeras luchas revolucionarias y la edición de periódicos, la impresión de libros y folletos y el alquiler de oficinas para los grupos políticos. Por entonces aparecieron los contratos apócrifos, los falsos garantes y los avenegras truhanes.

Cierta vez unos acreedores contrataron a unos sujetos vestidos con frac y galera con el propósito de cobrarle una vieja cuenta. No fuimos a la prisión por deudas, como Micabwer, porque afortunadamente no vivíamos en el Londres del siglo XIX. Como David Séchard, otro personaje, pero de Balzac, atesoraba la obsesión de tener una imprenta. Me acuerdo de varias imprentas que iba fundando, y fundiendo. Yo trabajé en todas: me enseñó a corregir pruebas a los doce años y me pagaba por página. Todavía me debe algunas.

Llegó a tener, con Fabi, la Librería del Mar Dulce, de la que Jauretche, su viejo amigo, era parroquiano asiduo. El negocio no era muy próspero, pero el cenáculo de amigos y camaradas se reunió en su estrecho corredor a charlar, fumar y tomar café casi todas las noches, hasta que la bomba de un grupo derechista incendió hasta el último libro.

Alquilaba locales para el partido con un entusiasmo irrefrenable y contagioso. Aquí vamos a hacer un palacio, decía, extendiendo los brazos sobre los caños rotos de un cuartucho húmedo y oscuro. Allí pondremos las máquinas más modernas, y señalaba el paso furtivo de un ratón por un agujero en el piso. Él tenía el poder de convertir las calabazas en carruajes cargados de joyas. Podemos tener este salón veneciano por un alquiler insignificante, decía. Bueno, merced a esos alquileres insignificantes nos embargaron varias veces. Y así yo pude obtener muchísimo material para mis historias. También hubo persistentes emprendimientos agropecuarios, como la crianza de cerdos, un tambo y un corto período de soja. Ninguno resultó un éxito económico. Estoy orgullosa de esos resultados. Un éxito de ese orden sería políticamente sospechoso. ‘Tengo lo suficiente para vivir el resto de mis días. A condición de que me muera mañana mismo’, citaba a Groucho Marx. Pero el no creía en la muerte. Él vivía como un joven inmortal. Era muchísimo más joven que yo. Cuando tenía dinero era dispendioso como un rey, como un bandolero generoso. Nombraba al dinero, como Yrigoyen, ‘las patéticas miserabilidades’.

¿Tenés patéticas?, me preguntaba en un susurro, llevando la mano a su bolsillo, cuando yo lo iba a ver en medio de una conferencia o una reunión política.

En simultáneo a las catástrofes económicas surgieron las grandes realizaciones: dirigió decenas de periódicos y revistas, fundó varios movimientos y partidos y editó a Manuel Ugarte y a muchos de los ensayistas latinoamericanos que no encontraban editor. Nunca dejó de hacer política. Mientras eludía a los señores de la galera viajaba por América Latina dando conferencias en las universidades, tuvo una columna en el diario ‘Democracia’ que hizo temblar a los políticos de derechas e izquierdas, y, durante largos períodos, se dedicó a escribir y repensar la historia de América Latina. Su lucha continental fundó una corriente de pensamiento que hizo un sesgo en el marxismo y abarcó a toda la Patria Grande.

Cierta vez, cuando yo tenía 13 o 14 años, nos explicó a una amiga y a mí el proceso revolucionario por el cual el mundo marchaba inexorablemente hacia el socialismo.
Desgranó diáfanamente los procesos de descomposición del capitalismo, del excedente y la planificación, el problema de las semicolonias, el proletariado y las clases medias, el arribo del gobierno popular con hegemonía obrera, la cibernética, el ocio creativo, la realización de la Utopía. Era una historia tan simple y tan bella. Quiero decirles que él creía realmente en ella. Mi amiga y yo nos fuimos con estrellas y planetas girando alrededor de la cabeza.
En cierto modo el se reía de todo, y en algún sentido se reía de su condición de embajador, del protocolo y la fastuosidad. Una noche, en México, después de una recepción con unos diplomáticos muy clasistas, de espíritu pedestre, horteras, a los que escuchamos silenciosamente desplegar su estupidez, nos quedamos tentados de risa, nos quedamos riendo en el living de la embajada hasta las tres de la mañana. Con él podías reírte. Podías zambullirte en la risa y dejarla crecer. Al llegar a la embajada lo primero que hizo fue sacar los gobelinos ingleses de las paredes y llenarlas de tapices aztecas. Y nunca dejó de usar su poncho salteño. Detestaba la TV, la estrechez de miras de la pequeño burguesía y ciertas convenciones burguesas. Él nadaba contra la corriente. ‘Contre la courant’, así se llamaba un periódico trotskista europeo. Solía decir: si nací zurdo, judío, pelirrojo y usaba anteojos: ¿cómo no iba a ser trotskista?

Creo que en una especie de exorcismo del lujo cuando volvió de México se fue a pasar el invierno a una tierra que tenía en Colonia, en un rancho de dos metros por dos con techo de chapa, primus y una luz eléctrica, que, como decía citando a un paisano, ‘es una comodidad’.   Fabi, que ahora está con él en el cielo impío de los librepensadores, observaba que cuando mi padre describía alguna nueva idea encendía las luces de un gran teatro victorioso: sonaban las trompetas en una escenografía azul y oro, los bailarines surcaban el aire envueltos en capas luminosas; cuando él se retiraba de la escena las luces se apagaban, las trompetas comenzaban a desafinar y los bailarines se convertían en unos tipejos torpes y opacos. Me parece que (citando a J. D. Salinger) desde que él se retiró definitivamente de la escena no conocí a nadie que pudiera encender las luces en su lugar.

Me gustaría despedirme como en los funerales de Nueva Orleáns, en los que los invitados se van caminando despacio, bailando, tocando melodías y cantando canciones. Creo que a mi viejo le gustaría una despedida así.”

 

Mi valijita sólo contenía Artaud, el disco, un fabuloso raído saco de terciopelo violeta, Doktor Faustus, el libro, y una poción de talco que oficiaba de cosmético para ir de caza. El gótico flamígero de tal jovencita, en una pensión de estudiantes de la ciudad de Córdoba donde se cantaban letanías escatológicas que comenzaban “una vieja y un viejo”, no tenía destino. Era un equívoco, un error. El día 22 de marzo de 1976 llegó mi padre (Jorge Abelardo Ramos, historiador y político, líder del Frente de Izquierda Popular) al pensionado. Me pidió que lo acompañara al campo, su refugio desde que lo echaran de la Universidad de Buenos Aires y prohibieran sus libros, un año atrás. Allí, en Despeñaderos, una zona tan infértil y desafortunada que mi abuela rebautizó como Desamparados, me enteré de que al día siguiente, 23 de marzo, habría golpe de Estado. La misma noche del 22 –y nunca fue tan páramo del Yorkshire como esa noche-, mi padre se despidió de su esposa y de mis tres hermanitos, y con un apresurado saludo me dijo adiós. Se fue en un auto conducido por un camarada de la Orden a la que pertenecía, rumbo a un escondite en la ciudad. A la mañana siguiente, el golpe no se produjo. Esa noche me fui a dormir con alivio, sin saber que el campo ya estaba rodeado por el Ejército. Me despertaron en la madrugada; mientras un teniente requisaba nuestros documentos, pude ver una larga fila de soldados arrodillados, con sus armas apuntando hacia el cielo, que se extendía a lo largo de la llanura. Los dos camaradas que habían quedado con nosotros fueron arrestados. Esos meses en que viví en Desamparados, mientras en nuestra patria corría el Mar Rojo y mi padre se mantenía escondido en algún lugar de la ciudad, dejé de usar talco en el rostro, que a su pesar tomó un repugnante tinte rosado. Los dos camaradas fueron devueltos unos días después. Fue un invierno dickensiano en el que leí bastantes novelas, ejercité mis músculos sacando agua del aljibe y, por sobre todo, acuñé muchísimo material para mis futuras historias de huérfanos y madrastras; una temporada sin caza, entre otras cosas. (En Radar Libros)[1] Bonasso, Miguel. El presidente que no fue. Buenos Aires, Planeta-Espejo de la Argentina, 4ª ed. 1997, p. 236-237.

[2] Ibidem, p. 393.

[3] Leo: “usaba las dos manos”… y es conmovedor recordar que su cuerpo yacente fue profanado en 1987, le cortaron las dos manos y ninguna investigación determinó quiénes fueron los responsables.  Incluí en Tríptico II – Homenaje a la palabra, el poema Ser –sólo verbos que develan la trayectoria de Perón y distribuidos en forma de h de hombre; termina con dos palabras: ¡Líder ser!.  Fue presentado en un acto público en 1983 y durante el invierto de 1987 necesité reproducirlo con este agregado vertical, a la izquierda: MUTILARON TU OBRA. PROFANARON TU MEMORIA. PERTURBARON LA PAZ DE TU PUEBLO. ¡Avancemos en PAZ! /87.”

[4] Diario Clarín. Buenos Aires, domingo 11 de septiembre de 1994, Segunda Sección, p. 16. Personajes / Jorge Abelardo Ramos. Título: “El peronista colorado” por Alejandro Caravario.

[5] Texto reiterado en la red de redes; se reproduce aquí como Homenaje Abelardo Ramos, polémico escritor y político argentino.

Top