“…Poesía… el verdadero poder revolucionario capaz de cambiar el mundo.”
Theodor Roszak. Escritor checo (Siglo XX).
Aproximación a su trayectoria…
Algunas de sus obras editadas.
Confraternidad y Literatura ..
Aproximación a su trayectoria…
En el año 1902, en la localidad de Chol Chol –Chile-, nació Gerardo Seguel. Poeta. Profesor de dibujo en una Escuela Industrial; dedicó la mayor parte de su tiempo libre a la Literatura y fue vicepresidente de la Alianza de Intelectuales de Chile.
Se ha destacado que “en sus últimos trabajos, ‘Seguel incluyó valiosas selecciones de las principales obras de los autores que trataba’, una forma de promoción de la lectura porque así se estimula un mayor acercamiento a los textos de diversos autores.”
(Tal es el propósito que influyó para estructurar este servicio de educación por el arte…)
El 25 de junio de 1950, tras un accidente automovilístico cuando regresaba a su hogar -a las 13:55-, lo trasladaron hasta la Asistencia pública y antes de llegar se produjo su fallecimiento..
Julio de 1950: Homenaje.
Días después de aquel hecho definitivo, el domingo 7 de julio de 1950 desde el diario chileno “La Hora”, con el título “Gerardo Seguel: Elegía y adiós” se difundió el merecido homenaje mediante la reproducción del discurso del distinguido escritor Andrés Sabella:
“Cuando el sol tímido de este invierno sacaba a Gerardo de su casa para llevarle a gozar algunas de sus pequeñas granjerías y en la calle familiar sonreían los niños amigos, la brutalidad: vuelta rapidez de la muerte, la embistió con la ciega furia de un toro de espanto. Y la frágil caja humana del poeta fue una sola desgarradura ensangrentada, una fría desgarradura que nos duele a todos los que le amamos por la íntegra cifra viva de su conducta humana.
Era levemente más allá del mediodía. El domingo de los pobres y los poetas giraba en sus vértigos de ternura. Entonces el azar guió mi ansiedad a los libros dilectos y súbitamente cogí uno de Gerardo:
‘Horizontes despiertos’ en cuyas páginas de estraza y ternura se guardan altos y firmes resplandores morales. ¿Qué avatar me unía así, de modo tan fecundo a su agonía? ¿Era la amistad alimentada en larguísimos ríos de esperanza, la aguja del común latido solidario? No lo sé. Lo cierto es que al instante de morir nuestro poeta próximo a mi hija y a mis diminutas riquezas -un Baudelaire, algunos cuadros queridos- yo leía su corazón de savia joven y me bañaba en su hermosa oratoria combatiente:
‘Desde los cuatro horizontes, junto al cielo
acuden flameantes como agullas rojas
las banderas proletarias que contienen la victoria.
Vigorosas y vibrantes multitudes obreras
y los campesinos dispersos, con el puño pegado a la tierra
Levantan hasta el cielo su puño de acero.’
Gerardo Seguel vivía en ebriedad sagrada de profeta, era su oficio el del puro vaticinio centelleante. Nacido en Cholchol, bajo la presión cristalina de las aguas furiosas, surgió limpio de entraña a la brega de los hombres.
Traía del sur potente la inflexible condición de los antiguos árboles fundamentales: de allí le brotaba la rectitud, aquella fortuna que le valió el maestrazgo, la poesía desplegada y la amistad del panadero y del sabio, de la triste lavandera y del muchacho que pinta el alba y las letras de la consigna santa.
Aún su rostro de morena tostadura, anguloso como una clave, servíale en esta definición de augur que sostenía su frente; en esta piel obscura latía un ala de la noche lejana de su Malalche natal:
‘Oh mi antigua infancia descalza y entristecida
allá quedaste contemplando y destejiendo
el paso eterno de manadas de animales polvorosos’
Desde el regazo tibio del pueblo ascendió grada a grada a la cultura y al pedirle su cuota de sangre e inteligencia para defenderse no vaciló un momento flébil, en servirla y tutearla: como soldado de la Alianza de Intelectuales de Chile empuñó el canto y lo llevó hasta confundirlo con la pólvora y el aliento de los que no quieren transformarse en presas de la gula atroz del becerro de oro.
Conociendo que la patria y el mundo poseen idéntico latido, estudió la vorágine libertaria de nuestros primeros poetas -Ercilla, Oña, Núñez de Pineda y Bascuñan- y a la bohemia desastrosa que tiñen los vagos con su inútil esperma opuso la actividad feroz del varón que entiende que la vida es una exigencia de claridad.
¡He aquí su perfil cabal!
Claridad en medio del desamparo y la luna, claridad en la hora de la cárcel que dignificó el sudor carmesí de Gómez Rojas:
‘Se ha ido tan alto el cielo y tan lejos su color’
La tarea creadora de Gerardo Seguel se aposenta en los poemas de:
‘Hombre de otoño’, en 1924, ‘Dos Campanarios a la Orilla del Cielo’, en 1927, ‘Horizonte despierto’ en 1936 y ‘Continuación del Horizonte’, en 1944 y en ‘Fisonomía del Mundo Infantil’, en 1929 donde estudia la expresión del dibujo en los niños, más los tomos de análisis de Ercilla, Pedro de Oña y Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán. En el silencio de su gabinete trazaba los últimos capítulos de su novela: ‘José Bascuñán y Otros Camaradas’; de sus experiencias en ‘El Dibujo Infantil y la Traducción de su Técnica’ y sus investigaciones para ‘El Desarrollo de la Educación en Chile y sus Relaciones con la Economía’. ¡Qué armoniosa gavilla, qué haz de fuego para su mano que, ahora, peina el asombro de los primeros astros que le tutean en el cielo!
Muere Gerardo Seguel cuando rompía en Corea otra llama esperanzada; cuando Chile podría repetir este verso suyo – decisivo: ‘del motín que ocupa el lugar del crepúsculo’, cuando su hija comenzaba a deletrear los colores de su ansia y su fe; cuando sus alumnos le nombraban el padrino de sus primogénitos; cuando una ola le esperaba al pie de sus sueños para conducirlo a una ‘vida más duradera’. [1]
Y muere en vil atropello, entre las ruedas de la estúpida mala suerte; muere, charlando en la calle, en la calle que es surco de rebeliones y redenciones; muere a poco de abandonar su escritorio, donde escribía, ¡todavía albea grave, la última cuartilla!; muere en domingo, que es morir en brazos de un abuelo; muere en seguimiento de un claro poeta Whaddy Barrientos- al que despidió en este Cementerio en los primeros áureos días del otoño, murmurándole las ardientes palabras de la fraternidad.
Estas mismas palabras rezamos nosotros para su estampa asesinada por la criminalidad de las cuatro ruedas y la ninguna conciencia. Le evocamos en su cuarto de trabajo, donde flotará siempre su imagen de obrero de la luz, en llamas de alegría y cordialidad, discutiendo, ayudando, aconsejando; le evocamos en los mitines, voz en alto; le evocamos en la redacción de los periódicos proletarios, sirviendo con su batiente alma de oriflama; le evocamos en la postrera charla fraterna que sostuviéramos ¡hace apenas unas cuantas tardes!
Y le abrazaremos mañana, muy pronto, al verificar que su sueño y el nuestro, el de una infinita paz y una felicidad infinita, se juntan en el vértice de la equidad, ahí donde la canción y el pan se hermanan, ahí donde Gerardo vació sus mensajes y nos aguarda para el diálogo fulgurante de la victoria.
¡Hasta aquel precioso minuto, hermano profundo!.”
Algunas de sus obras editadas:
Poesía:
- Dos campanarios a la orilla del cielo – Poemas (1927).
- Horizonte despierto – Poemas (1936)
- Continuación del Horizonte – Poemas (1944)
Ensayos (obras de estudio, biografías…)
- Fisonomía del Mundo Infantil (1929)
- Pineda y Bascuñan. (Análisis.)
- Alonso de Ercilla. (Análisis.)
(Con vibraciones intensas, estoy intentando concluir la revisión –por tercera vez- de este trabajo.
Hoy, es viernes, 12 de marzo de 2004 – Hora 19:37:00
El viernes pasado estuve con Gastón: pocas palabras, algunas caricias, tenues voces… cerca de la ventana de su dormitorio, mientras la bignonia sigue creciendo y los pájaros revolotean en el amplio patio-jardín… Aquella tarde, dije: -Espero volver la próxima semana.
Ayer, seleccioné los documentos que iba a revisar cuando regresara de la Biblioteca Popular “Mariano Moreno” -de Barrio Candioti-, en la ciudad que es “capital legal de la República, como afirmó Gastón. Entre ellos, el que estamos leyendo referido a la trayectoria del chileno Gerardo Seguel.
Ahora, otra vez el pánico nos aniquila: desde ayer a la mañana, en todos los continentes hay conmoción por los atentados en Madrid, que han provocado aproximadamente doscientos muertos y casi dos mil heridos, cerca de la estación de Atocha. A la tarde volvió a comunicarse telefónicamente Martita. Intenté no trasmitirle más angustia aunque creo que no lo logré porque cuando hay amor, sobre la invisible urdimbre de los vínculos personales se genera la trama de la concordia y casi nada es imperceptible…
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Necesito expresar que esta tarde, después de bajar la ancha escalera de aquel centro cultural -que constituye un laboratorio de ideas-, algunas señales me impulsaron a rememorar tres décadas.
Fue entonces cuando una vez más, sentí algo semejante a lo que quizás percibió el prudente maestro Fray Luis de León (1527-1591) al día siguiente de salir de la cárcel cuando retornó a la cátedra y dijo: “Como decíamos ayer”…
También intuyo que así se habría sentido el filósofo y escritor español Miguel de Unamuno y Jugo (1864-1936) cuando tras varios años de exilio en Francia, volvió a dictar su cátedra en la Universidad de Salamanca y comenzó diciendo: “¡Como decíamos ayer”…
Y así, regalando al aire cualquier recuerdo banal, propongo otra pausa.
Confraternidad y Literatura…
Bajo la bignonia que crece y florece en el hogar de la calle Laprida al 3500, cerca del Puente Colgante reconstruido sobre la Laguna Setúbal, se han expandido algunas voces cuyos ecos aún siguen conmoviendo.
Gastón Gori mientras los gorriones revoloteaban en el amplio patio-jardín donde ya se había desmoronado el horno de barro que el poeta había construido y donde seguían perfumando los azahares, avanzaba hacia el arte de vivir y convivir mientras a mediados de la década del ’80 dialogaba con Charito -su amada, amante esposa- y con Silvia, escritora, amiga…
De ese tiempo compartido hay quedado algunas señales y otras tantas claves que el gigante de las letras -miembro correspondiente de la Academia Argentina de Letras desde 1983, “Ciudadano Ilustre” -declarado en distintas localidades y en el Congreso Nacional-, rememoró al referirse a su primer viaje al exterior: [2]
“En los últimos días del año 1939 llegué a Santiago, Chile… con la imponente imagen de los Andes traspuestos con la secreta esperanza de conocer a Pablo Neruda…”
“Allí encontraría –eso sí lo recuerdo- lo que buscaba: escritores chilenos. Grandes rostros en carteles tipo afiche eran los de escritores –y además políticos- del pasado y entre ellos, estaba el adusto gesto de Sarmiento ya inmortalizado, formando parte de la galería de próceres de la pluma. Al pie de cada cartel iconográfico, se había escrito una frase tipificadora del pensamiento dl escritor. Al pie de la imagen de Sarmiento no se había escrito ninguna y con un lápiz, que yo llevaba, sin inhibición alguna, sin pensar que estaba haciendo lo que no me correspondía, escribí su conocido pensamiento: ‘Bárbaros, las ideas no se matan’.” (En negritas aquí) “Yo no tenía libro publicado en ese año, ni tampoco navajas gastadas en mi barba; era tan anónimo como el más anónimo en Chile, quizás sólo me valiera en ese ambiente el hecho de ser argentino, desde que todo extranjero era allá, como aquí, una curiosidad dentro de un mundo no turistificado aún.
He olvidado cómo sucedieron otros hechos, pero tengo seguridad de haber conocido allí al poeta Gerardo Seguel y de haberme enterado por él de que era responsable de la doble hilera de imágenes de escritores próceres, entre cuyo espacio caminábamos él y yo. Gerardo Seguel supo por mí que fui yo quien había agregado al retrato de Sarmiento lo que no faltaba en otras efigies. Él era muy risueño y supongo que festejó mi intromisión en asuntos internos de otros ámbitos literarios, puesto que desde ese momento fuimos amigos. Seguel había publicado en formato igual a la primera edición de ‘Crepusculario’ de Neruda, su libro ‘Hombre de otoño. Dictaba en esos meses de mi llegada a Chile, cursos de verano en la Universidad de Santiago en materia de dibujo y, por ello, concurrimos a sus clases y a las que dictaba Ricardo Lactan sobre literatura americana. Le agradaba a Gerardo conversar, pasear y trasnochar. Tengo la impresión que vivíamos con él de noche en compañía de Rocco del Campo, Aldo Vicario, Oyarzún, Juvencio Valle, todos ellos jóvenes con excepción de Rocco del Campo y quizás de Rubén Azocar. Azocar había llegado del sur de Chile flamante autor de una novela de reciente edición celebrada por unos y festejada socarronamente por otros… en el bar bohemio donde cenábamos sardinas con vino delicioso de las campiñas chilenas. Advierto que eran sardinas frescas del Pacífico y que los vinos enorgullecían a los detractores de hecho, de la política antialcohólica de los organismos de salubridad del gobierno de Aguirre Cerda.
Una tarde, Seguel, mientras andábamos entre los stands de libros y de las imágenes de escritores por él montados como atractivo, me presentó a Pablo Neruda, que llegaba de México. No era el hombre robusto cuya imagen se impusiese después al conocimiento de sus lectores, tampoco era delgado. Alto, suave en su voz grave, elegantemente vestido, traía la novedad de unos mocasines que no eran usuales aún ni en Chile ni en la Argentina y tanto no lo eran que una revista de Santiago hizo chistes sobre ellos… y con el automóvil en el que viajaba, propiedad de amigos partidarios políticos, si es que creo en lo que decía el periodista. Seguel conversó con Neruda mientras yo los escuchaba desde el plano juvenil de una admiración que me cohibía. No tenía yo libro publicado y la única atención que podía despertar en Neruda era la de ser un muchacho argentino que iría a Talcahuano a dar conferencias sobre Anatole France -mi pasión de entonces- pero que, a último momento, me cambiarían el tema y me harían hablar sobre un hábito muy difundido en el pueblo chileno de ese entonces, que deseaba extirpar el gobierno de Aguirre Cerda, presidente por el Frente Popular. De manera que Neruda no fue más que un recuerdo –vestido él de traje gris- porque contesté a su pregunta sobre el interés que me llevaba a Chile mientras comenzaban a requerirlo otras personas, además, Gerardo Seguel no era de los que se quedaban un instante quieto. Ese mismo día estuvimos allí con Nicanor Parra y el peruano Ciro Alegría; ambos tenían aún fuertes impresiones sobre el terremoto que asolara a Chillán apenas una semanas atrás, localidad donde ellos se encontraban el día que ocurrió el sismo”…
(Releo estos párrafos finales y por un impulso interior, me acerco al diccionario de citas y frases célebres porque allí se reitera una sola expresión del escritor francés Hipolite Fortoul (1811-1856):
“A los hombres se les degüella; a las ideas, no.”
El 15 de febrero de 1811 –tiempo de la inicial organización política de los argentinos– en San Juan había nacido Faustino Valentín Quiroga Sarmiento hijo de José Clemente y de Paula Albarracín, quien lo nombraba Domingo porque era devota de ese santo, y así fue como luego se lo reconoce como Domingo Faustino Sarmiento. [3]
Sabido es que el vehemente sanjuanino como consecuencia de violentas disidencias políticas tuvo que cruzar la cordillera y fue “maestro en Pocuro, empleado de comercio en Valparaíso, minero en Copiapó. /…/ “Cien años después la fuerza de su personalidad se dejará sentir sobre dos grandes espíritus que vivieron en las cercanías. Gabriela Mistral, la gran poetisa que escribió cerca de Pocuro la Oración a la maestra, y don Pedro Aguirre Cerda, aquel caballero que enumeraba sus títulos de la siguiente manera: profesor, abogado, y como si no tuviera más remedio que confesarlo, presidente de la república; don Pedro Aguirre Cerda, que hizo suya la frase de Sarmiento: Gobernar es educar.”
Es oportuno recordar otra información de la doctora Marta Elena Samatán (“Sarmiento continuó siempre con el aprendizaje de idiomas. No pretendía hablarlos sin tropiezos y menos llegar a una perfecta pronunciación, pero sí leerlos convenientemente. En 1837, todavía en San Juan, se asoció con Guillermo Rawson para aprender juntos el italiano. En 1842, en Santiago de Chile, tomo conocimiento del portugués. En París, en 1846, la emprendió con el alemán.”
“Sarmiento es el viajero modelo. Su curiosidad no tiene límites. Observa, pregunta, compara, anota. Administra sus modestos recursos de modo que le permitan ver en forma provechosa el mayor número de países. Cultiva relaciones amistosas que saben guiarlo hacia lo que más le interesa.” Ob. cit. p. 37-41
Hasta ese espacio luminoso hemos llegado, siguiendo la trayectoria de dos amigos: Gerardo Seguel y Gastón Gori, un admirador de la obra del aquel destacado sanjuanino.
Por algo se produjo otra confluencia en este
“lugar para el sosiego y el asombro”… )
Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.
Sábado, 13 de marzo de 2004 – Hora 14:02:07
Treinta y un años han sido insuficientes para olvidar aquel agravio que estableció el final de una amistad y el inicio de confusos trámites burocráticos.
Por algo, el poeta alemán George Rollenhagen (1542-1609), expresó:
“Aunque la rana tomase asiento en un trono de oro volvería a zambullirse de un salto en el charco”
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Con tolerancia y renovadas expectativas…
¡Sigamos por los senderos del arte de vivir y convivir!
[1] Del poema “Compañeros presentes” de Gerardo Seguel.
[2] Braun de Borgato, Silvia. Bajo la bignonia. Santa Fe de la Vera Cruz, Distribuidora Litar S.A., abril de 1992, p. 27-30. En la primea página leo: “A Nidia, por apoyarme en este sueño al fin, cumplido. Gracias. Silvia. Mayo.92”
[3] Samatán, Marta Elena. Autodidactos. Buenos Aires, Editorial de la Universidad de Buenos Aires, julio de 1965, p. 25-26. “San Juan a comienzos del siglo XIX, era apenas algo más que un villorrio sin mayores recursos culturales. En 1812 se hizo cargo de la gobernación un amigo de San Martín, el doctor José Ignacio de la Roza, y gracias a su solicitud quedó inaugurada el 22 de abril de 1816 la Escuela de la Patria, establecimiento que fue confiado al maestro Ignacio Fermín Rodríguez. / Sarmiento ya tenía sus letras cuando fue inscrito como alumno de la escuela. Él mismo cuenta que a los cuatro años empezó a enseñarle a leer su tío, don José Manuel Eufrasio de Quiroga Sarmiento, más tarde obispo de Cuyo. A los cinco años leía corrido y su padre hacía que se ejercitase diariamente en voz alta, velando por su aprendizaje.” /…/ “José de Oro, sacerdote de su familia, decidió llevarlo de acompañante a San Francisco del Monte, en la provincia de San Luis donde debía residir por algún tiempo. La influencia de don José de Oro fue grande sobre el adolescente. /…/ En aquel pueblo aislado, perdido en las serranías, recibió Sarmiento lecciones inolvidables que debían perdurar en su espíritu. Tío y sobrino abrieron una escuelita de primeras letras porque los analfabetos eran legión en la villa y sus aledaños. El muchacho actuaba como maestro con toda la seriedad inherente a su cargo y a diario se enfrentaba con alumnos mucho mayores que él. Puede afirmarse que en San Francisco del Monte se halla la piedra angular de la escuela pública argentina”… (p.28-30) “El primer destierro de Sarmiento en Chile duró hasta la muerte de Facundo Quiroga, en 1835. Hizo un poco de todo para ganarse la vida.” (p. 35)