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Beatriz Bolsi de Pino y su TRIBUTO A LA MEMORIA.

El relato oral: características, sujeto y atmósfera.

Desandar el camino a las raíces.

Pasos del trabajo.

Primera etapa :

Segunda etapa:

El lugar de las tradiciones:

El periplo por la llanura santafesina.

Las costumbres familiares.

Comidas.

El pueblo de Ceres.

Acta de fundación:

Composición demográfica-  Transportes y vendedores ambulantes.

Costumbres del pueblo.

Festividades populares-

La “farmacopea  casera”.

Sequías, epidemias y langostas.

 

“Los Bolsi” – “Tributo a la memoria”…

 

Tras sucesivos diálogos con la destacada escritora santafesina Beatriz Bolsi de Pino, presidenta de la SADE -Sociedad Argentina de Escritores, Seccional Santa Fe-, coincidimos en la posibilidad de co-operar en el Plan Cultural SEPA 2007 y luego, mediante correo electrónico fueron coordinadas diversas actividades, entre ellas un Encuentro para celebrar el 15 de mayo: Día de la Familia incluyendo la difusión de obras de autores de distintas localidades.

Co-operó para la concreción de ese proyecto, la escritora y educadora por el Arte Marta Goddio, residente en Llambi Campbell.

Beatriz Bolsi de Pino colaboró en el acto fue auspiciado por el área de Cultura de esa Comuna, presidida por la perseverante Stella Maris Fruttero. En esas circunstancias, fue evocada la Gesta de las Malvinas y el 25º aniversario del “Operativo Rosario”, con merecido reconocimiento a los soldados y combatientes que participaron en diversas acciones, desde el 2 de abril al 14 de junio de 1982.

 

Aquí, copia del documento que Beatriz envió a SEPA mediante correo electrónico para su difusión, citando la fuente como corresponde. Subrayados algunos párrafos a los fines de facilitar la lectura… así fue enviado a quienes coordinan distintos programas.

 

 

Autora: Prof. María Beatriz Bolsi de Pino.

 

Trabajo elaborado por la Prof. María Bolsi de Pino.

Presentado en el Congreso  Argentino de Inmigración.

IV Congreso de Historia de los Pueblos de la Provincia de Santa Fe.

Auspicia: Gobierno de la Provincia de Santa Fe.

-Municipalidad de la ciudad de Esperanza.

-Centro de Investigaciones Históricas de Las Colonias.

Esperanza (Dto. Las Colonias)  – 10 al 12 de noviembre de 2005.

Sección: La memoria. Patrimonio intangible. Historias de familias y de pueblos.

Título del trabajo: “Tributo a la memoria”

 

La presente exposición constituye el avance de un trabajo de investigación que he iniciado hace varios años, sobre la historia familiar paterna (mi abuelo inmigrante de procedencia italiana- región de Lombardía) y del pueblo donde finalmente se asentó en nuestra llanura santafesina.

Son objetivos básicos de este trabajo:

  1. la reconstrucción de la historia familiar, a partir de los datos proporcionados fundamentalmente por la memoria (intangible patrimonio) y la narración oral.
  2. el conocimiento del lugar de origen del abuelo inmigrante y de la vida en los pueblos de la llanura santafesina, desde fines del siglo XIX hasta la década del 40.
  3. comprensión de la impronta que la idiosincrasia inmigrante dejó en nuestra historia familiar (visión particular) y en la colectividad de pertenencia (costumbres, tradiciones, conmemoraciones, creencias, estilos de vida, etc)

 

Teniendo en cuenta los objetivos planteados, la información requerida por la investigación procede de diferentes fuentes: la narración oral (como ya lo expresé) y los datos proporcionados por libros, diarios, fotos, el Museo Nacional de la Inmigración y material remitido desde Italia por la Comuna de Pescarolo ed Uniti (Cremona-Lombardía). Material que posibilitó corroborar  y completar  aspectos de la  narración oral. (Fuentes bibliográficas al final del trabajo).

Según Maurice Halbwachs (en La Memoire Colective)  Historia hay una y memorias colectivas muchas, tantas como grupos sociales diferentes que puedan retener tal o cual recuerdo. La memoria para Halbwachs es también “la más social de las instituciones”.

Selecciona, revuelve y almacena información como hacen la literatura y los ordenadores.

Hay hechos que son recuerdos de todos y la memoria de otros nos ayuda a evocarlos. Mantenemos una relación habitual con la memoria colectiva que los conserva.

Hay, sin embargo otros recuerdos que son más personales e intransferibles, sobre sentimientos, sucesos familiares, que no podemos evocar a voluntad porque los grupos a los que pertenecen se han ido desperdigando y no tenemos posibilidad de seguir sus huellas.

En resumen “la sucesión de recuerdos, incluso los más personales, siempre se explica por los cambios que se producen en nuestras relaciones con los diversos ámbitos colectivos y, en definitiva, por las transformaciones de estos ámbitos, tomados por partes o en conjunto” (Halbwachs).

Recordar implica asociar, organizar, seleccionar de determinada manera la información. Hablar de “memoria” supone hablar de reconstrucción. La memoria no es un proceso mecánico sino reconstrucción de vivencias, experiencias, conocimientos que se efectúa de manera personal en el momento de la recuperación.

Registramos aquello que forma parte de la memoria colectiva pero también, a la inversa, nuestro recuerdo se constituye en una  parte del discurso que forma la experiencia colectiva.

El relato oral es una de las instituciones universales para registrar la experiencia, para recuperar una época, una cultura.

Sabemos que existen tres sistemas que han desarrollado estrategias específicas para construir la memoria social: el oral, el escrito y el audiovisual. Tienen en común el ser sistemas de registro que seleccionan la información que conservarán y fijan y proyectan hacia el futuro la información recogida. Los tres, pese a  tener soportes materiales diferentes, son sistemas de comunicación y los tres han transformado profundamente la organización social.

La lengua oral de nuestra época no es sin duda la oralidad de una cultura sin tradición escrita, de manera que no hace uso de ese haz  de procedimientos que caracterizó a las sociedades  sin escritura, como enumeraciones, fórmulas, repetición de bloques enteros de enunciados, control lingüístico de frases mediante técnicas como el ritmo, la rima y la métrica. Es, sin duda, como apunta Walter Ong ( en su obra “Oralidad y escritura”) una oralidad secundaria ya que pasa en muchos casos por el filtro de lo electrónico.

En el  caso concreto de la narración oral, fuente del presente discurso, que ha sido objeto de sucesivas grabaciones, se ha procurado mantener la mayor espontaneidad posible sin condicionamientos de tiempo ni control de las emisiones de anécdotas, ejemplos, descripciones, etc.

De manera que se produjo sobre la base privilegiada de la percepción auditiva del mensaje, con todo lo que ello supone: variaciones en los tonos de voz, énfasis de determinadas expresiones, imitación de tonadas, maneras particulares de hablar, somatizaciones, etc.

Se trata, sin dudas, de una recreación  a partir de lo vivido, y de una re-formulación, retransmisión de lo contado.

Existe una historia, una manera de “decirla” y una manera de escribirla.

El relato oral: características, sujeto y atmósfera

En este punto deseo hacer una aclaración pertinente: entiendo que para que un relato oral pueda devenir en fuente para la historia, ese relato debe estar imbuido de ciertas características:

  • Provenir de un sujeto de lúcida conciencia y clara memoria de los hechos narrados y
  • Haber sido protagonista y/o testigo de esa época.
  • Estructura de superficie en la que la cohesión de las partes logre la coherencia última de un relato no contradictorio y verificable.

 

Características que reviste el discurso oral del “contador” de esta historia.

El hijo de aquel inmigrante, Don Leonidas Bolsi, mi padre, se convierte en el conductor de los hilos del discurso oral; en sujeto del enunciado. Porque es precisamente memoria de un tiempo, de una época de la que él fue protagonista directo. En estos comienzos del Siglo XXI, uno de los pocos que aún conserva nítida conciencia de ese tiempo ido. Y mientras haya alguien que lo piense, lo recuerde, lo nombre, ese tiempo seguirá viviendo.

 

   “Un pueblo olvida cuando la generación poseedora del pasado no lo transmite o ésta rechaza lo que recibió o cesa de transmitirlo”.

Jorge Luis Borges

A través de su voz narradora, surgen las muchas voces de un pueblo y un tiempo. Porque así es precisamente, el relato oral: situado históricamente, intertextual y polifónico.

Las conversaciones con mi padre fueron grabadas desde un día miércoles 12 de julio de 1995. (el grabador se convirtió en soporte material para contrarrestar la evanescencia de la oralidad) Decidí comenzarlas cuando me di cuenta de que él era mi memoria. No sólo mi memoria, sino todo aquello que yo podía reconstruir, lo que podía imaginar a partir de sus relatos.

Y uno se pregunta: ¿de qué materia oscura y luminosa se forman los recuerdos? ¿De qué fondo, intangible y perenne se nutre la memoria?

Intuitivo contador de historias, este sujeto del enunciado, don Leonidas,  no precisó de técnicas, ni estudios de voz o escenificaciones para evocar una época y atraer la atención de todos cuando comenzaba sus infaltables relatos de sobremesa.

Si la escritura nace- ¡tantas veces!- de lo que ya no está, de la insistente nostalgia por lo perdido, no es menos cierto que es también una forma de recuperarlo.

Desandar el camino a las raíces

¿Por qué desandar un camino a las raíces, sumergiéndonos en el “tiempo sin tiempo” de los orígenes? Se me ocurre pensar en varios motivos: por un lado, es cierto que  nuestros abuelos, no pudieron escribir su historia.

Quizá porque estaban ocupados en construir su propia vida, su propia familia en la nueva tierra.

Otra de las razones de esta insistente actitud de revolver, de preguntar y preguntarse, de hurgar en el baúl de los recuerdos, sea, quizá, la necesidad de reconocernos en lo heredado.: una manera de caminar del abuelo o la abuela, un gesto, el gusto por una comida o una canción que, pese a venir de tan lejos, nos atrae tanto.

Aquí quedó su historia: viva en cada fecha que conmemoraban,  en sus bailes, en la manera de trabajar la tierra, en cada uno de sus oficios, en el estilo para construir sus casas, en las Sociedades de Fomento, Clubes y bibliotecas que fundaron en los pueblos de la llanura gringa.

Y en los vocablos y expresiones de su lengua materna que enriquecieron la nuestra. Si hasta de su idioma heredamos esta costumbre tan santafesina de hablar “tragándonos” las eses.(1)

Y uno cobra conciencia de que la memoria ya no es sólo personal, subjetiva, familiar sino  ligadura, elemento intergeneracional. Pero que en sí misma es insuficiente para contener, re-tener el pasado. Es precisamente la oralidad y luego escritura, quienes completan la tarea.

Pasos del trabajo

Primera etapa:

En una primera etapa del trabajo, con el profuso material grabado, procedí a la selección, jerarquización y sistematización de datos.

Se hizo necesario corroborar los datos aportados por el texto oral y para ello, los pasos siguientes fueron:

– lectura de fuentes bibliográficas

– recolección de nuevos materiales en hemerotecas, archivos y museos. Al respecto, fueron de enorme importancia  los elementos aportados por el Museo Nacional de Inmigración, el Archivo Histórico de nuestra provincia de Santa Fe y el Museo de la Colonización de Esperanza. Fuera del país, el material bibliográfico y fotográfico, ( incluyendo planos, partidas de nacimiento y de casamiento del anagrafe) me fue suministrado por la Comuna de Pescarolo ed Uniti y el Museo del Lino, de la misma localidad.

 

Segunda etapa:

Comenzó el trasvasamiento de los datos del discurso oral a la escritura. Discurso sobre el discurso. Reformulación del texto- fuente. En esta tarea de reformulación, que implica el paso de un registro oral a otro, escrito, he procurado conservar -por momentos- los rasgos del relato oral, en cuanto a “escuchar la propia voz narradora”  ( por eso se recuperan citas textuales, palabras y/o expresiones vertidas por el narrador).  Este registro obedece a un propósito de lograr mayor veracidad al escrito, recrear atmósferas y vivencias.

De aquellos campos de lino de la Lombardía

De acuerdo con la obra Emigrazione Piemontese all’ Estero del Prof. Mauro Reginato, durante el período comprendido entre 1876-1900 emigraron de la península itálica 709.076 italianos de los cuales llegaron a la Argentina 165.128 del Piamonte y 121.037 de la Lombardía.

Pobreza y superpoblación fueron las causas detonantes para la emigración de tantos italianos al exterior. Los mismos jefes de familia quisieron dejar constancia de por qué emigraban. Y así nos encontramos con el fragmento de una carta de un italiano que antes de embarcarse en el puerto de Génova decía lo siguiente: “No es ni el amor a la aventura ni el cebo de ganancias lo que nos impulsa a llevar a nuestras familias más allá del Océano, en un país lejano que no conocemos y del que ninguno, probablemente, volverá… No; es la miseria, el sufrimiento, el hambre lo que nos aleja…”.

Esta emigración, fundamentalmente la arribada en la primera etapa (entre los que se encontraba mi abuelo lombardo) se caracterizó por grupos familiares que deseaban ocupar la tierra (previamente subdividida) y aprovechando la fuerza de trabajo que proporcionaba la mano de obra familiar podrían lograr éxito en su pequeña economía. Muchos venían con sus oficios: carpintero, albañil, sastre. Italianos que habían crecido en la cultura del trabajo y del esfuerzo personal. Solían mostrar un carácter duro, que habían heredado de sus padres, quienes a su vez lo habían heredado de los suyos. El jefe de familia era autoridad indiscutible.

Mi abuelo, Giuseppe Secondo no venía con su grupo familiar. Se embarcó solo, con sus escasos dieciséis años, en el puerto de Génova. En medio de la multitud, su joven y solitaria silueta se empequeñecía aún más. Eran cientos y cientos.

 

De las fotografías de la época (algunas proporcionadas por el Museo Nacional de la Inmigración) pueden verse, en la cubierta, las amplias y largas polleras de las mujeres, sus medias oscuras, sus  pañuelos grises, negros, estampados. Gorros de lana, de fieltro, los hombres. ¿Hombres? Casi niños, muchos de ellos, como mi abuelo. Bolsos de tela, valijas de cartón y pesados baúles. Ese joven dejaba atrás su familia: madre, padre y hermanas. Ya no volvería a verlos. Lo aguardaba la tierra fecunda de campos de trigo y lino y el generoso sol de la Argentina. Inmensidad de un suelo que fue primero asombro y después regazo para mitigar el recuerdo.

¿ Y cómo era la tierra que dejaba?

Mi abuelo había nacido en Pescarolo Ed Uniti, un pequeño pueblo de la Provincia de Cremona, región de la Lombardía, un 13 de agosto de 1875.

Altos montes, magníficos lagos, ríos pintorescos, una fértil llanura convierten a la Lombardía  en una de las regiones más características de Italia. Comprendida entre el Ticino y el Mincio, el Po y Los Alpes está coronada por las cimas de Los Alpes centrales que a través de túneles y pasos la comunican con las regiones limítrofes y más allá de éstas, con toda la Europa Central.

La Lombardía no tiene desembocadura al mar pero posee los más bellos lagos de Europa que atemperan su clima.

Como todas las regiones italianas, se encuentra dividida en provincias entre las que podemos citar  Pavia, Milano, Cremona, Mántova, Sondrio, Brescia, Bérgamo, Como y Varese.

La zona agrícola en Lombardía se encuentra en la baja llanura padana, en las provincias de Pavia, Milano, Cremona y Mántova donde por la abundancia de agua la tierra es húmeda y fértil.

Dentro de la provincia de Cremona se encuentra la  comuna de Pescarolo ed Uniti  con 16,62 Km2 de superficie y 1.546 habitantes. Este pequeño poblado que se extiende a la derecha del río Oglio, afluente del Po, fue la cuna de mis antepasados por línea paterna. Allí nació mi abuelo, Giuseppe Secondo Bolsi y sus hermanos, y también su padre y su abuelo (Ver el punto “árbol genealógico”)

Pescarolo, pequeño poblado a sólo 16 Km al noreste de Cremona, (capital de la Provincia del mismo nombre), es descripto  en el texto de Angelo Grandi “Descrizione dello estato fisico-politico-statistico-storico-biografico della provincia e diocesi di Cremona”.Anno 1854,  de la siguiente manera:  “Posee escuelas elementales, un médico cirujano, una farmacia, una obstetra y una estación de la Gendarmería Nacional. La Comuna se llamó Pescarolo hasta el año 1867 cuando absorbió el territorio de las comunas de Castelnuovo del Vescovo y de Pieve Terzagni, asumiendo entonces la actual denominación. La villa presenta un suelo un tanto deprimido y con agua de poco escurrimiento. La mayoría de sus casas son humildes, con excepción de aquellas que circundan la plaza en donde todos los jueves de cada semana se realiza el mercado, abierto aproximadamente en el año 1824 pero que en la actualidad se encuentra muy desvalorizado debido al vecino y floreciente mercado de Vescovato rico en mercaderías y frecuentado por numeroso público cada lunes”.

El territorio de Pescarolo es de naturaleza calcárea arenosa, poco irrigado pero entrecruzado por numerosos espacios de agua de escaso escurrimiento. Es un territorio predominantemente agrícola, diseminado de granjas y construcciones rurales de interés histórico y arquitectónico.

La zona agrícola está subdividida en explotaciones de pequeños propietarios. Característica de siglos es el gran fraccionamiento de la tierra. Comunidad de campesinos, de familias que habitan Pescarolo desde hace siglos. Pero es también un “paese” de asalariados agrícolas que habitan las grandes granjas que circundan la zona. Granjas sumamente  activas provistas actualmente de riego artificial con máquinas hidráulicas. El fértil suelo produce un conjunto de cereales, con especialidad en el grano turco, trigo y extendidos prados de lino. El cultivo de la morera provee el alimento para la cría del gusano de seda. Precisamente, la seda de esta región es considerada entre las mejores que se producen  en el mundo.  Otras producciones de la zona rural circundante son las hortalizas, frutas y forrajes-. La abundancia de este último alimenta la cría del bovino, aves y porcinos.

La denominación etimológica de Pescarolo procede de haber sido un lugar de pesca (pescareccio) ya que desde épocas remotas se encontraba cubierto de agua en gran parte estancada como sucedía en los territorios de Breda, Bagnarolo, Pessina y  tantos otros.

Las primeras noticias escritas del lugar proceden del siglo IX cuando se documenta la presencia de un castillo donado al monasterio de San Giovanni y cedido en uso a la comunidad en el 1249.

En 1428 Pescarolo es citado entre las fortalezas de importancia estratégica y en el 1451 entre las tierras que gozaban de exenciones fiscales. Desde el 1637 deviene feudo de la familia Maggi, a la cual es atribuido todavía en 1751. En el siglo XVIII el castillo es demolido por voluntad del gobierno austríaco.

Este es el pueblo al que Benito Mussolini consideró oportuno visitar el 29 de octubre de 1924 a inaugurar el monumento al diputado socialista Leonidas Bissolati , “assertore equo dei doveri e dei diritti delle plebi…” (justo defensor de los deberes y derechos de los ciudadanos”),  como se lee en el epígrafe escrito -se dice- por el propio Mussolini. (recordemos los inicios de la carrera política de B. Mussolini, dentro del Partido Socialista:  Secretario de la sección de Forli del partido, director de “Avanti”, órgano oficial del partido y fundador de “Il popolo d’Italia”- noviembre de 1914-donde mantuvo una postura a favor de las democracias occidentales).

Evento que ni siquiera los más ancianos recuerdan ya. Recuerdan, sí, el gran éxodo, más de 1200 habitantes que dejaron el lugar en su viaje a la ciudad. La mayoría de ellos porque no encontraban trabajo después de las grandes huelgas de la agricultura. Recuerdan las mujeres vestidas de negro trabajando el “granoturco” o recolectando las hojas de las moreras. Y recuerdan las abuelas que en invierno los pañuelos negros cubrían la cabeza mientras hilaban el lino, la lana o la seda.

El lugar de las tradiciones:

Pescarolo es también el lugar de las tradiciones. Algunas importantes, ahora olvidadas, otras renovadas cada año. Por ejemplo, la tradición del carnaval con los antiguos disfraces y máscaras y, sobre todo, la tradición de “Il Faló” (La Fogata).

El carnaval es una de las fiestas más importantes y sentidas. Es organizada por un grupo de voluntarios que se reúnen en un depósito construido ex profeso para dar vida a los gigantes de cartón piedra que desfilarán por las principales calles del pueblo. En los últimos años, al desfile de los carros alegóricos se han agregado también artistas callejeros (trapecistas, malabaristas, bandas musicales) que animan la plaza con sus actuaciones.

La otra gran tradición repetida año a año, es el gran fuego del último día de carnaval que cada año renueva con la ritualidad y la sacralidad de siempre el sacrificio del árbol, la gran encina encendida en la plaza del pueblo, y toda la población, jóvenes y ancianos juntos, comienzan a entonar las viejas y las nuevas canciones.

Según una tradición oral todavía viva, en el año 1630 los sobrevivientes de la peste del pueblo de Pescarolo se reunieron en la plaza para festejar su salvación. Decidieron  apilar en la plaza todos los implementos y los objetos infectados, formando una enorme fogata con el propósito de destruir con una inmensa pira el recuerdo de la peste.

Desde entonces cada año los pescaroleses encienden ese fuego como perenne memoria del desaparecido peligro.

La planta utilizada para el fuego debe ser la más alta que logran  individualizar. El rito se inicia el día anterior de prender el fuego.

El lunes, al alba, algunos hombres van al campo adonde se encuentra la planta designada y la arrancan de raíz, porque la encina no debe ser cortada, sino extirpada con su propia raíz y luego la hacen caer. Se ata por lo tanto una cuerda a una rama y se tira hasta que la planta ya desenraizada cae a tierra. A la siesta se carga sobre un carro, conducida por las calles del pueblo y “vuelta a plantar” en la plaza. Para izar el árbol se usan tres sogas ligadas a las ramas; éstas son tiradas por los habitantes del pueblo llamadas a la plaza por el sonido de las campanas a rebato. Mientras tanto, los niños van de casa en casa a pedir caramelos.

Al día siguiente, martes, se procede a la recolección de la leña y de viejos utensilios, muebles, trastos hasta formar un enorme montículo. La tarde siguiente al sonido del Ave María se enciende la hoguera y la gente gira en torno al fuego cantando. La tarde de la gran fogata, muchos pescaroleses que desde años habían dejado el pueblo, regresan para repetir con sus “paisanos” el rito coral del fuego.

Consumida la hoguera sobre las mismas brasas se hacía la polenta o llegaba desde las casas y allí se calentaba y luego, en medio de las brasas y de las cenizas calientes, se cocinaba el salame o la carne asada. Y también las papas y los huevos. Costumbres que permanecen aún, todo acompañado de botellas de vino “clinto”.

A partir de aquí se iniciaba realmente la Cuaresma.

Se sabe que algunos años, la hoguera no se encendió, como por ejemplo durante la última guerra. Cuando ésta finalizó recomenzó la tradición con una imponente hoguera.

Nos parece evidente que más allá de cuanto narra la tradición oral, la fogata de Pescarolo que encierra en sí misma dos momentos bien distintos, uno el del árbol y otro el del fuego, tiene un origen mucho más antiguo que el de la peste del 600, y significados que se nos escapan de la lectura de la actual repetición del rito.

Conociendo el árbol genealógico:

Según información proporcionada por el anágrafe de la Comuna de Pescarolo, el árbol genealógico de la familia Bolsi, se remonta al año 1813 en el que, en el mes de julio nacía Giovanni Bolsi, hijo de Giuseppe Bolsi, nacido en San Ambrogio y con ingreso en la Comuna de Pescarolo en noviembre de 1837.

De su matrimonio con Assunta Vattioni nacieron varios hijos entre ellos, Lorenzo –padre de mi abuelo. El matrimonio de Lorenzo Bolsi y María Giuseppa  Annunziata Locatelli tuvo varios hijos: María Paulina, Giuseppe Secondo, Cesare Marcellino, Assunta María y Paola Mariana, todos hermanos de mi abuelo. Según la partida de nacimiento No. 48 del anágrafe de Pescarolo mi abuelo nació en la calle Vicolo Motte No. 114, cercana al Vicolo Ghetto y a la Via Porta.

El periplo por la llanura santafesina

Nuestro abuelo (Don Segundo como lo conocían todos) había nacido, como ya expliqué, el 13 de agosto de 1875, en la provincia de Cremona (la ciudad de los famosos violines Stradivarius), en Pescarolo Ed Uniti. Arribó al puerto de Buenos Aires un 27 de agosto de 1892, a bordo del barco Umberto Primo. Su boleto de tercera clase le daba derecho a una comida diaria. Antes de embarcarse debió obtener un permiso firmado  de sus padres pues era menor de edad.

Fue un viaje sin retorno, y narra mi padre que nunca le oyó a mi abuelo hablar de un posible regreso.

Estuvo primero en Santa Clara de Buena Vista (provincia de Santa Fe) y allí se hizo albañil. En este lugar conoció a María Elisa Spotti, una jovencita piamontesa de quince años (nacida el 10 de mayo de 1884) que había llegado desde Italia con su padre viudo y dos hermanas.

Los “nonos” Segundo y Elisa se casaron el 19 de julio de 1899 y tuvieron doce hijos. El mayor, César, nació casi inaugurado el siglo, el 1º de enero de 1901, pero falleció a los tres meses. Los demás formaron una numerosa familia. De 1902 a 1928 nacieron:

Arístides, Prudencia; Josefina; Florentina; Alfredo; Leonilda; Elide; Luis; Leonidas; Gladys  y Nidia.

Su vida continuó por otro pueblo: Felicia donde el abuelo fue repartidor de carne y pan por la colonia.

Luego de un tiempo, con sus ahorros compró un pequeño negocio en Grutly: tienda y almacén.

Grutly: poblado de casas humildes  que de tan pequeño no figura en los mapas, fue sin embargo, enorme en el corazón de aquel inmigrante que allí comenzó a hacer realidad el sueño de su propia familia en la nueva tierra. Nueve de sus once hijos nacieron en Grutly. Cada nacimiento, una alegría y una forma de echar raíces cada vez más hondas en el suelo de nuestra patria.

 

Siempre preocupado por el bienestar de la familia, hacia el año 1920 encaró un nuevo rumbo: se le presentó la oportunidad de comprar, en la ciudad de Santa Fe, el Almacén del Plata. Toda la familia se trasladó a Santa Fe. El abuelo era proveedor de comestibles y bebidas para instituciones importantes como el Regimiento 12 de Infantería y el Cuerpo de Bomberos, entre otras. Socio de la Bolsa de Comercio de Rosario, y amigo del gobernador santafesino, Dr. Enrique M. Mosca. En este lugar nació la penúltima hija, Gladys, en 1922.

Razones de diversa índole hicieron que el abuelo Giuseppe Secondo  (¿quizá por su alma viajera, su espíritu emprendedor?) se sintiera atraído por ese inmenso Almacén de Ramos Generales que un día conoció en Ceres y que concentraba casi con exclusividad la actividad comercial de la zona. Ese negocio (que compró a don Bertrand Begué) pasó a ser la “Casa de Ramos Generales de Segundo Bolsi y Cía.” y comprendía los siguientes rubros:

      • concesionaria de la General Motors de Argentina, con las marcas Chevrolet, Old Smobile y Pontiac,
      • agente de Autoline y naftas y lubricantes Y.P.F.
      • agente del Banco Español del Río de la Plata,
      • venta de maquinarias agrícolas, ferretería, bulonería, bazar.
      • acopio y venta de cereales, comestibles y bebidas nacionales e importadas
      • venta de materiales de construcción, de postes y todo tipo de maderas
      • venta de telas, ropa de confección, ropa de cama. Lencería. Zapatería.

Mi padre recuerda especialmente algunas mercaderías y marcas del negocio: el vermut (Cinzano y Henzi) llegaba al comienzo, en damajuanas de diez litros; más tarde, en botellas. Otras bebidas eran Pineral, Apinal, el ajenjo y fernet importados, la “chufa” (refresco de color blanco).

Nuestro tan santafesino “chopp” llegó a Ceres cerca del año 1933, traído por el Sr. Santini que era en ese tiempo, dueño del Hotel Colón.

El bacalao se importaba (el de mayor calidad era el “Astocafiso”) y arribaba en latas soldadas.

Con respecto a los artículos de tocador, se vendía el jabón Tinkal y Sunlight y el talco Reuter. Una curiosidad: entre los tipos de telas para confección de trajes y vestidos (sedas, casimires finos) escuché por primera vez el nombre de una tela especial: “gambrona”( utilizada  en la hechura de los pantalones de los chacareros).

Los primeros autos Chevrolet  llegaron al pueblo en 1925, y venían con el volante a la izquierda. Desde 1927 en adelante llevaron el volante a la derecha.

El cereal llegaba en carros desde los campos y salía a Rosario en vagones del Ferrocarril Central Argentino. El mismo gerente de tránsito del Ferrocarril había dispuesto un desvío hasta el Almacén de Ramos Generales para la carga de los cereales en los vagones.

El negocio de mi abuelo aparece registrado en la Guía Oficial de la Pcia. de Sta. Fe del año 1933, en los siguientes rubros: Ramos Generales, Agente de Seguros, Venta de implementos agrícolas, pinturas para autos, surtidores de nafta, bazar, ferretería, despacho de bebidas, talleres mecánicos, tienda y mercería. Semejante emporio era atendido por más de cincuenta empleados, casi toda la familia, y quien era la mano derecha de mi abuelo, Arístides, su hijo mayor.

Comenta mi padre, con nostalgia: “El pulmón de Ceres era el negocio de papá. Empezando por el despacho de bebidas, revestido con estaño, donde se reunían los colonos a hablar y contar cuentos y chistes. Había personajes famosos por lo “macaneadores” y graciosos”.

Las costumbres familiares

Desde muy temprano comenzaba la  actividad y el bullicio en la casa de los nonos. La nona Elisa y las hijas mayores arreglaban las habitaciones y preparaban la comida para todos los hermanos, incluidos algunos invitados (amigos o empleados del negocio).

La casa era también el punto de reunión de todos los amigos, los días sábados por la tarde.

En el comedor de grandes dimensiones, se cantaba, se bailaba, al son de la música que emitía un  fonógrafo de boca ancha. Por momentos, el fonógrafo callaba y tía Titi tocaba el piano.

En el largo patio del fondo, los empleados del negocio jugaban a las bochas, al juego del sapo y  al frontón.

No faltaban los “juegos de mesa”. Los  nonos y mis tías organizaban verdaderos campeonatos  familiares y en rueda de amigos, con juegos de cartas. Del arcón de los recuerdos, la nona sacaba juegos tradicionales de la lejana Italia: la “brisca”, la “bácega”. Jugaban también al tutte, al tres siete, la escoba, y más tarde, cuando “se modernizó” -acota mi padre en la charla-  también a la “loba” y la canasta.

Comidas

La cocina de lombardos y piamonteses era “povera ma diventa rica”, como decían ellos. Cocina que nace en el campo, sencilla, natural. Pobre porque sus ingredientes de base son aquellos de la campaña (como lo fueron en la campaña cremonesa): leche, granos, legumbres, gallina, cerdo, a los que se agregaron, en nuestra zona, la carne vacuna, el maíz, etc. Rica, sobre todo, por la fantasía inagotable con la cual sabían multiplicar los sabores y los aromas. Hierbas (laurel, romero, albahaca),  quesos, salames, servían para aderezar y acompañar los platos.

En pesadas ollas de hierro, se cocinaba el humeante puchero del mediodía, acompañado de la infaltable sopa de verduras. Otros platos eran: los más variados guisos o la polenta en el invierno.

Fieles a la tradición italiana, el día domingo se reservaba a las pastas: tallarines o ravioles. La nona, personalmente, amasaba, estiraba y cortaba la pasta en tiritas muy finitas; tarea que le he visto hacer todas las veces que fui a Ceres. En algunas ocasiones especiales, el más típico de los platos: la bagna cauda.

Infaltable en Navidad, el Pannetone (pan dulce), con su “leyenda italiana, nacida en un palacio en época navideña, en el siglo XVI, cuando el duque Ludovico Sforza quiso festejar la Nochebuena con una comida especial y su cocinero preparó un pan de sabor dulce” (extraído de Guido Abel Tourn-“Del Piamonte y la Lombardía”).

La larga mesa de madera era cubierta por blancos manteles lisos que se extendían al sol para blanquearlos. En ocasiones especiales, los manteles lucían bordados artesanales y delicados trabajos en vainilla.

Mientras iba y venía, en medio del ajetreo de la casa, la nona cantaba. Costumbre que se me ocurre muy italiana, ya que también he escuchado cantar a mi suegra (piamontesa) lavando los platos, colgando la ropa, barriendo el patio. La nona Elisa cantaba una canción italiana que, dice mi padre, comenzaba diciendo: “Vieni sul mar…” y también le gustaba “La loca de amor”. Mi suegra había elegido “La pulpera de Santa Lucía” y cantaba bellísimamente “Torna Sorrento”.

Y el suelo se volvió querencia. Un día cualquiera, conversando con amigos, tomando mate bajo la ancha sombra de los árboles, ese “tano” sufrido y bondadoso sintió que había encontrado “su lugar en el mundo”.

“Era una época feliz” -agrega mi padre, casi en un susurro. Sin duda: vivían a pleno su juventud, formaban una hermosa familia y el nono había dejado atrás su angustia primera y  el fantasma del hambre.

El país disfrutaba el esplendor de la “belle epoque”, la expansión de la agricultura, los altos precios agrícolas.

El pueblo de Ceres

Localidad situada en el Noroeste de la provincia de Santa Fe, perteneciente al Departamento San Cristóbal.  Aproximadamente 30º Lat. N. y 62 º long. Oeste.  Se caracteriza por un  clima de calurosos días estivales (causante de las largas siestas veraniegas, características de toda la región), una gran sequedad en el ambiente, consecuencia de las escasas precipitaciones anuales y un viento Norte impiadoso, que arremolina todo lo que encuentra a su paso y altera la calma de los lugareños.

Se llega hasta Ceres a lo largo de la ruta Nº 34, y desde Rafaela, se suceden las siguientes poblaciones: Sunchales, Tacural, Palacios, Monigotes, Las Palmeras, Curupaití, Arrufó, La Rubia, Hersilia .

Acta de fundación:

Según el original obrante en el libro “Archivo del Ministerio de Agricultura” -Expte. 187 a 189, Legajo No. 5- el apoderado de la Sociedad Anónima “Colonizadora Argentina” informa al entonces Gobernador de la Provincia de Santa Fe, Don Juan Cafferata, que esa Sociedad Anónima ha fundado en un campo de su propiedad, ubicado en el Departamento San Cristóbal y sobre la línea férrea de Sunchales a Santiago del Estero, 3 colonias denominadas respectivamente: “Ercilia”, “Ceres” y  “Selva” en la forma que explican y demuestran los planos adjuntos. Asimismo ha fundado en cada una de las mencionadas Colonias un centro urbano con el mismo nombre de aquéllas y cuyo plano también acompaña. En dichos pueblos se han designado los terrenos necesarios para edificios públicos. Ha recibido instrucciones de sus comitentes para solicitar al Gobernador aprobación a la traza de dichas colonias y pueblos, y previa escrituración de los terrenos ofrecidos para edificios públicos, declarar los acogidos a los beneficios que acuerda la Ley del 6 de diciembre de 1887. Se da entrada a este nota el día 28 de junio de 1892.

Luego de una serie de trámites administrativos, y con la cesión a la provincia de los lotes para Iglesia, Escuela, Juzgado de Paz, Comisaría, Hospital, Cementerio, Lazareto y Plaza Pública, se aprueba la traza de estas colonias y la de los centros urbanos del mismo nombre.

El expediente queda finalmente cerrado, con fecha de fundación de estos pueblos, un 27 de julio de 1892.

Según datos extraídos del Censo Nacional de Población de 1914, Ceres contaba con una población total de 2.712 habitantes, de los cuales, 1477 eran varones y 1235, mujeres. Total de extranjeros: 761- Argentinos: 1951

El Censo Nacional de 1930 arroja un total de 5.000 habitantes por la gran afluencia de extranjeros (italianos, españoles, judíos, franceses, árabes, etc).

Por los años en que mis abuelos y sus hijos se instalaron allí (1923-24), el pueblo tenía calles de tierra y altas veredas de ladrillo. Esas altas veredas protegían las casas del asolador viento Norte, que se colaba por todas las hendijas, y del lodazal en que se convertían las calles apenas llovía unos pocos milímetros. Cuando soplaba “el Norte”, todo quedaba cubierto de una capa de polvillo blanquecino debido a la composición salitrosa del suelo, que provocaba, además, el salobre regusto del agua .

El Ferrocarril Central Argentino -que llegaba hasta Tucumán- dividía el pueblo en dos mitades: este y oeste.

Una pasarela elevada sobre las vías permitía el paso constante de sus pobladores, de uno al otro lado del pueblo (como en la mayoría de los pueblos de la “pampa gringa”). Esta columna vertebral de rieles y trenes de numerosos vagones, ejercía su influencia en la vida económica y social del pueblo. Los vagones de carga iban colmados del cereal de la colonia, rumbo al puerto de Rosario. Los coches de pasajeros llevaban a los ceresinos a las ciudades de Santa Fe y Rosario.

Por las tardecitas, la cita infaltable de niños, jóvenes y adultos paseando y conversando por los andenes, en la espera ansiosa de la llegada del gran coloso que ensombrecía el cielo con su columna de humo.

Composición demográfica-  Transportes y vendedores ambulantes

La población estaba formada principalmente por inmigrantes italianos, tanto en el pueblo como en la zona rural. Algunos apellidos de los pobladores ceresinos dan cuenta de este hecho: Sosín, Mondino, Beltramino, Marzochi, Marozzi, Carangi, Masacessi, Morbidoni, Cravero, Barbero, Di Luca, Ré, Sacripanti, Facta (Raimundo Facta era el concesionario de la fábrica Ford), Boselli…

Completaban el cuadro demográfico, familias de alemanes, franceses, judíos, árabes y criollos.

En la Colonia Montefiore, cercana a Ceres, vivían muchos judíos. Allí se instaló la Colonia Jewish, con contrato realizado entre el Barón Irsch y el Gobierno de la Provincia, para que labraran la tierra. Lentamente, fueron dejando la zona rural y se instalaron en el pueblo, especialmente como comerciantes.

Los transportes más comunes, hasta la llegada del automóvil, eran los sulkys, volantas y “jardineras”. La volanta era el coche familiar, con sus asientos acolchados, techo y cortinitas.

El sulky tenía dos grandes ruedas y era tirado por un caballo. Si se le agregaban otras dos ruedas y lo tiraban dos caballos, se denominaba “jardinera”. Los cereales eran traídos desde la zona rural en grandes carros. A partir de 1928 comenzaron a traer los cereales en camión (Chevrolet, si era de la Concesionaria del nono, o Ford si pertenecía a la Concesionaria Ford de Raimundo Facta). Tanto sulkys como “jardineras” eran los vehículos usados por los vendedores ambulantes.

Desde los tiempos de la colonia existían los proveedores (o abastecedores) que se dedicaban al tráfico y venta de los artículos de consumo, especialmente teniendo en cuenta la escasez de transportes para poder llegar a los “negocios” para abastecerse. La fabricación del pan muchas veces se hacía en las mismas casas de familia, y a partir de 1640 se instalaron las primeras panaderías. En boliches y pulperías se realizaba la venta de productos como vino, yerba, tabaco, azúcar. Los comerciantes viajeros proveían a las poblaciones especialmente de ropa y enseres.

En Ceres los vendedores ambulantes recorrían las calles, llevando la mercadería a domicilio: lecheros que portaban grandes tarros de latón de veinticinco litros de leche fresca y llenaban con cucharones los recipientes que acercaba la “patrona”, panaderos, verduleros y carniceros. Las lecherías pertenecían a Isidro Giraudo, Pedro Manera, Germán y Amadeo Muhn y Juan Rufino.

No faltaba, por supuesto el “turco” que arribaba con las más variadas mercancías y con su conocido pregón: “beines, beinetas, jabón, jabonetas”…

Es interesante notar que los oficios de los inmigrantes parecían desempeñarse según las nacionalidades: zapateros, carboneros, albañiles, mecánicos -encargados primero de la reparación de maquinarias agrícolas y más tarde de la mecánica del automóvil-  eran italianos; peluqueros, cocineros, confiteros, de origen galo; los españoles eran pasteleros, mozos, y tiempo después, dedicados al rubro gastronomía.

Podemos también mencionar la existencia de los oficios que eran indispensables en la vida cotidiana: carpinteros, herreros, peluqueros, modistas, zapateros, silleros -que fabricaban las sillas jinetas-, sastre (el número de sastres aumentó considerablemente con la llegada de los inmigrantes, al igual que el de albañil , pintor y modistas).

Se registra en la Guía Oficial de la Pcia., del año 1933, un cuadro de actividades sociales, culturales, educativas y comerciales, entre las que se encuentran: Escuelas: Escuela Nacional Nº 124 y Escuela Fiscal Nº 413;  Sociedades y Asociaciones: Club Deportivo Central Argentino, Club Central Recreativo Ceres, Centro Juventud Unida, Club Atlético Ceres, Sociedad Española de Socorros Mutuos, Sociedad Italiana de Socorros Mutuos, Sociedad Israelita.

Cuando llegó la electricidad, fue provista por la Compañía y Empresa de electricidad de Rodolfo Coppo y Cía.

Una curiosidad: hacia el año 1926 llegaron a Ceres las primeras barras de hielo, procedentes de Rafaela. Vinieron por tren, en el vagón estafeta. Don Teófilo Sosín instaló entonces la primera fábrica de hielo. Otras fábricas fueron  las de Rodolfo Coppo y la de Froilich. (constan en la Guía Oficial de la Pcia. de Santa Fe-año1933)

Costumbres del pueblo

Con las primeras sombras de la noche, se encendían en las casas y las calles -antes del arribo de la luz eléctrica- faroles y lámparas a querosene, (y más tarde a alcohol). Mis abuelos tenían una hermosa lámpara de porcelana (a querosén) procedente de Italia, que el papá de la nona Elisa había traído consigo. Bajo la luz de las lámparas, los hombres leían los diarios y las mujeres, revistas como “El Hogar”.  Dos diarios se editaban en Ceres: “El Imparcial”, propiedad  de Marchantenè, dirigente radical, y “El pueblo”, propiedad del hijo de don Juan Ré (éste último, vicecónsul de Italia).

Estas dos publicaciones eran esperadas ansiosamente por los pobladores, pues salían sólo una vez por semana (los días domingo “El Imparcial”) y condensaban toda la información de la región.

Llegaban también por tren, los diarios “La Nación” y “La Prensa” .

Los fines de semana se dedicaban -entre otros entretenimientos- al cine. Antes de la instalación de los primeros cines, los ceresinos se reunían en torno a una pantalla que traía, junto a rollos de película, un señor que llegaba en un camioncito. Eran películas en episodios, generalmente de cowboys. Más tarde se instaló el cine “Doré” de Rosendo Carangi, que comenzó con las películas mudas, que se pasaban el sábado por la noche y el domingo a la tarde. Algunas de esas “cintas» (como se las llamaba entonces) fueron: “Varieté” y “Tartufo” con Emile Jannis como intérprete; también “Ben Hur”, con Ramón Novarro; “Alas”, con Lew Aries; “La monjita” con Lilian Gish.

Estas películas mudas venían con música adaptada que se producía de la siguiente manera: se pasaba un rollo de tela a través de un piano. Ese rollo encerraba la música, que iba desenvolviéndose a medida que alguien accionaba los pedales del piano. (En Ceres era la Srta. Pardo la encargada de esta tarea.)

Del otro lado del pueblo se instaló luego un nuevo cine: el del Sr. Trucco; y así, jovencitos en bicicleta llevaban apresuradamente de un lado a otro del pueblo  las películas que se veían, alternadamente, en los dos cines.

Otro entretenimiento lo constituyeron los circos, que llegaban cada tanto. La función de circo culminaba con una obra de teatro gauchesco. Las más conocidas fueron: “Juan Moreyra”, algún episodio del “Martín Fierro”, “Moctezuma, el forastero que llegó una tarde”, etc. Fueron los hermanos Podestá quienes iniciaron el teatro gauchesco en nuestro país.

En esos tiempos, en los que se rendía culto al sainete, se iba al circo criollo y se bailaba el tango, la aparición de la radio no pareció entusiasmar demasiado. (la radiodifusión argentina nació un 27 de agosto de 1920, resultado del impulso científico de un médico -Enrique Susini- y su grupo de amigos radioaficionados que lograron instalar en el Teatro Coliseo de Buenos Aires una antena, y así producir la primera transmisión desde exteriores realizada en nuestro país. Escuchada por quienes tenían una radio a galena).

La primera radio que se instaló en la casa de los nonos fue precisamente, una radio a galena (mineral con propiedades para conducir el sonido) que se utilizaba principalmente para tener información actualizada del precio de los cereales. En ella el abuelo -que era aficionado al boxeo-  y todo el personal del negocio escuchó la pelea del “Torito de Matadero” (Justo Suárez) y Julio Mocoroa. Como era una radio con auriculares (no tenía parlantes externos), cada uno escuchaba un round y lo relataba.

Poco antes de 1930, las radios de galena fueron reemplazadas por los receptores de válvulas, primero con parlante externo y  luego incorporado.

Mi papá, con apenas dieciséis años, decidió adquirir  en mensualidades, una de estas radios, a un viajante de comercio (al Sr. Orlandini, vendedor de aceite para maquinarias agrícolas). Era un bello aparato de caja redondeada, con una antena altísima. Funcionaba con onda corta y larga. Instalada en el comedor de la casa, se sentaba toda la familia a escuchar un variado menú de música culta y popular, deportes a distancia y hasta audiciones del extranjero.

Y ya se popularizaron palabras como speaker, éter, y otras relacionadas con los deportes, especialmente el futbol.

Festividades populares-

Varias fechas convocaban a toda la comunidad.

      • Una de ellas, de gran convocatoria, era la del 16 de Julio, Día de la Fiesta del Pueblo, en homenaje a la Virgen del Carmen, patrona de Ceres. La población se movilizaba en volantas, sulkys (sobre todo los que llegaban del campo) hasta la iglesia para asistir a la misa. Más tarde, llegarían en automóviles. Día de procesión , quermeses, juegos y bailes. Todas estas fiestas se celebraban con gran euforia y con la actuación de la Banda de Música del pueblo. El comercio cerraba y cada familia se congregaba frente a la iglesia y había juegos como los conocidos del “palo enjabonado”, alguna carrera de sortijas,etc.
      • el 20 de Setiembre (Fiesta de los Italianos) y el 12 de Octubre (Fiesta de la Colectividad española).

Desde muy temprano, la Banda de Música recorría el pueblo en ambos festejos. En el caso de los italianos, luego de la actuación de la Banda, venía el “vino de honor” en la Sociedad Italiana, con el discurso del Vice Cónsul de Italia, que repetía invariablemente las mismas palabras, en un previsible “cocoliche”: “Italiani. Amichi. Siamo aquí reuniti para festejar il 20 settembro. Para recordare a lo grandi italiani: Goffredo Mameli, D’Annunzio, Garibaldi e tanti altri”.   Discurso que siempre culminaba con:  “saluti a tutti”.

Personalmente, conocía los nombres y la actuación de Garibaldi y de D’Annunzio. A Goffredo Mameli no lo había escuchado mencionar nunca: era un poeta y soldado italiano, voluntario con Garibaldi que había caído herido en Villa Pamphili y murió poco después de gangrena. Autor de los himnos guerreros “Fratelli  d’Italia y L’Alba.

La colectividad española patrocinaba una “romería” en la que se instalaban quioscos de venta de flores, refrescos, caramelos, para beneficio de la Sociedad. Los hermanos Barrios recorrían las calles del pueblo solicitando “un óbolo” de contribución.

Italianos y españoles vestían en estas fiestas sus trajes típicos y bailaban al son de la música que los caracterizaba (tarantela con panderetas, para los italianos;  jota  y  castañuelas para los españoles).

Y cuando llegaba el momento de asistir a los bailes,  el pueblo lucía su orquesta “típica” y “característica”.

Don Luis Carena, que era peluquero y también músico,  había organizado ambas orquestas. La orquesta típica tenía a su cargo todo el repertorio de tangos y milongas, instrumentales y cantados. La “característica” tocaba pasodobles, valses, corridos, fox-trots.  Pero también el pueblo recibía otras orquestas.

Por ejemplo, la de Pedro Mafia, que llegó desde Buenos Aires, hacia el año 1940. Como fue la primera que arribó  a Ceres, una comisión especial recibió a todos los músicos con bombos y platillos en plena ruta.

Entre los temas musicales que tocaba P. Mafia, estaban “Te aconsejo que me olvides” (1928), “Noche de Reyes” y “Taconeando” (1931), de su autoría.

En los bailes de la época, que se hacían en el Patio Avenida, en los Clubes y Sociedades Italiana y Española, se interpretaban y bailaban temas como los siguientes: “Margot” (1921)  y “Mano a mano” (1923) de Gardel y Razzano, con letra de Celedonio flores;  “La última copa” (1925) y “Tiempos viejos” (1926) de Francisco Canaro. Este último tema, estrenado en el sainete “Los muchachos de antes no usaban gomina”. De Cobián, con letra de Cadícamo, era “Los mareados” (1922).

Otra de las orquestas fue la de Feliciano Brunelli;  según mi padre, un “verdadero señor”  muy respetuoso. Tocaban en las localidades vecinas pero se alojaban en el Hotel Italia, por ese tiempo atendido por mi padre y el Tío Luisito.

No faltó una orquesta de músicos brasileños  (a quienes, por otra parte les había ido muy mal ya que su música no lograba ser convocante aún)  y una compañía de cómicos muy buenos: la de Gómez- Bamio.

La “farmacopea  casera”

Por aquella época, comienzos del siglo XX, la medicina que se practicaba en los pueblos era realmente precaria. Sin demasiados recursos sanitarios y con escasos medicamentos eran comunes enfermedades como el sarampión, tos convulsa, viruela, escarlatina, tisis, sífilis, la gripe epidémica, la difteria. Infecciones como la septicemia y la gangrena (no olvidemos que la penicilina fue creada en 1928 y comercializada recién a partir de 1943).

Había en el pueblo, hacia 1930, cuatro médicos: Don Juan Ré (h.), Fernández Audisio, Marcos Malamud y Salomón Winocur.  A pesar de la existencia de estos médicos, no podía evitarse la influencia de la larga tradición de herboristería para la cura de diversos males: poleo, tártago, aloe, tuna, culantrillo, etc. No olvidemos que los insólitos recursos terapéuticos populares de los santafesinos asombraron a muchos viajeros extranjeros, entre los que se encontraba el mismo Charles Darwin, a quien, cuenta la crónica, “una anciana quiso aliviarlo de una jaqueca aplicándole en las sienes hojas de naranjo o mitades de habas humedecidas”. No faltaban los tés e infusiones de todo tipo: paico, boldo, anís, ruda, menta, etc.

Más adelante vendrían la leche de Magnesia Phillips (laxante), Benitol (jarabe digestivo), las conocidas Pastillas Valda (“entre  pecho y espalda”, rezaba el eslogan), la bolsita de alcanfor, el Vic Vaporub, etc.

Las mujeres, sobre todo, eran portadoras de una verdadera farmagnosia casera que aplicaban a discreción. Conocían las propiedades de cada “yuyo”, cada hierba, cada elemento vegetal y animal adecuado para cada síntoma, malestar o dolor. Una “ farmacopea casera”.

Cuenta mi padre cuáles eran los remedios caseros más comunes: hojas de tártago untadas con aceite para curar el “empacho”; cataplasmas: medicamento externo de consistencia blanda para los problemas respiratorios. Se preparaban de la siguiente manera: se calentaba un paño de frisa o de algodón y adentro del mismo se colocaban semillas de lino. Este preparado se aplicaba sobre el pecho. (Cabe recordar que esta forma de alivio era ya conocida en los pueblos de Italia).  Iban acompañadas de “fomentos y “ventosas”. Las “ventosas” eran frasquitos de vidrio sobre los que se hacía el vacío y eran calentados con hisopos. Se aplicaban en la espalda. El aceite de hígado de bacalao eran reconstituyente y el aceite de castor (o de ricino), purgante. También tenía propiedades laxantes la limonada Rogé., preparada por el farmacéutico. Y se usaban las enemas.

Pese a la existencia de los médicos en el pueblo, muchas veces se recurría a la ayuda de las “curanderas”, sobre todo para ciertos males como el “empacho”, el “mal de ojo”, el “mal de Simeón” (en los bebés y niños), y para los mayores, los dolores musculares, la “culebrilla”, verrugas y lunares,  y para otros temas, que nada tienen que ver con dolores físicos, sino más bien , “males de amor”. Las curanderas más conocidas en Ceres eran las “médicas” Salicrú y Visconti.

En esta época, se vendían en las farmacias productos preparados por el mismo farmacéutico, como algunos de los mencionados, y el “linimento”,que se vendía por litro: líquido de color blanco con fuerte olor para la tos y el catarro. Era también conocido el linimento Sloan. Había en Ceres dos farmacias: la de don Luis Schilman y la de don José Minond.

Sequías, epidemias y langostas

Pero para desesperación de los santafesinos, a pestes y enfermedades se sumaban las invasiones de langostas que dejaban los campos asolados. Mi abuelo decidió en una oportunidad iniciar una guerra contra las llamadas “mangas” de langostas. Se dirigió al Ministerio de Agricultura de la Nación y desde allí enviaron a un representante, Sr. Barbecino, que junto con mi abuelo distribuyeron entre los colonos chapas y lanzallamas para combatirlas. El procedimiento era el siguiente: los campos se rodeaban con chapas-que eran muy filosas- y se quemaban los puntos de desove de langostas con los lanzallamas. Cuando intentaban volar chocaban contra las chapas previamente plantadas y morían. Sin embargo, padecimos (campesinos y habitantes de zonas urbanas) las invasiones de langostas hasta mediados del siglo XX.

Hacia el año 1930, la crisis económico-financiera internacional hizo su impacto también en Argentina. El sistema capitalista se derrumbó y colonos y proveedores sufrieron las consecuencias de la crisis. Los precios de los cereales se devaluaron y los colonos no pudieron hacer frente a sus obligaciones de pago (ni a sus proveedores ni a los Bancos).

Fue así como muchos de ellos se atrasaron en los pagos que hacían con el producto de la cosecha de cereales. El Almacén de Ramos Generales de Don Segundo también sintió el fuerte impacto y finalmente cerró sus puertas a fines de la década del 30.

Los hijos siguieron el camino del trabajo señalado por sus padres, en distintas provincias.

Agobiado por la pérdida de su negocio y por la enfermedad de su hijo mayor, don Segundo muere el 4 de enero de 1948, en el mismo lugar donde había visto crecer a su numerosa familia.

Por muchos años creí que la bella historia de mi abuelo se había perdido en el tiempo. Ahora sé que la magia de esa vida azarosa late por siempre en cada uno de los relatos de mi padre y en cada una de las líneas que escribo.

En un misterioso ensamble de memoria, olvido, recuperación, los narradores orales de nuestra época se convierten en verdaderos  “malabaristas/juglares” -en el sentido medieval del término- que saben jugar con tonos de voz, un léxico pintoresco, inserción de expresiones de la época,  gestos y movimientos.

A la manera de modernos “Griots”, maestros en el arte de hablar que estaban al servicio de los reyes para que no cayeran en el olvido, son también la memoria de los hombres. Son esas “bolsas de palabras” (como expresa el griot Mamadú Kouyaté) que toman la palabra y “dicen” la tradición.

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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS:

-Material sobre el pueblo de Pescarolo-Cremona- Lombardía proporcionada por la Comuna de Pescarolo ed Uniti (estado de familia original, copia integral de la partida de nacimiento)

-Museo del Lino (1999)-A cura di Fabrizio Merisi-Pescarolo ed Uniti-Cremona-Italia

-Extracto del libro de Angelo Grandi “Descrizione dello stato físico-geografico-polìtica-histórico de la provincia di Cremona-(1854)

-Revista Bell’Italia (Octubre 1994) No. 102 -Editorial Giorgio Mondadori-Milano

-Fascículos  “Santa Fe, Rastros y Memorias”. Diario El Litoral. Santa Fe.

-Leiva, Ríos Ortiz  y otros.  (1993). “Orígenes de la medicina en Santa Fe”. Santa Fe.

-Guía Oficial de la Provincia de Santa Fe. Año 1933. Archivo General de la Provincia.

-Censos Nacionales de 1914 y 1930 (Instituto Provincial de Estadística y Censos-Pcia. de Santa Fe)

– Kramsch,C.J. “Interactive discourse in small and large groups”-Cambridge University Press.

-Mollà y Viana. (1989) – Sistemas de memoria social. en Curso de sociolingüística -2- Alzira.Edics.Bromera

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