Estás aquí
Inicio > Historia > Desde 4 de Enero e Hipólito Yrigoyen…

Desde 4 de Enero e Hipólito Yrigoyen…

“El Imparcial”.

Mercería de Don Díaz.

Familia Donatti-Sobrero.

Los hermanos Colandré.

Los hermanos Lombardi.

Rosita Vigorita, amiga a perpetuidad.

Templo Adventista.

Desde 4 de Enero e Hipólito Yrigoyen…

Las vivencias van dejando señales en la computadora personal casi invisible y no es necesario estar caminando o detenerse en una esquina para rememorar imágenes que ni siquiera han quedado grabadas en fotografías.

En la angosta vereda de la esquina noreste y cerca de la puerta de entrada a un comercio, habían colocado el metálico buzón rojo pintado en la parte superior con color negro. Entre los santafesinos sigue creciendo la competencia entre los rojiblancos de Unión y los rojinegros de Colón.

Una vez, advirtieron que salía humo por el lugar donde antes habían depositado cartas y rápido lograron apagar esas llamas que convirtieron en grises cenizas aquellos mensajes escritos…

Nunca pudieron comprobar si había sido por un descuido o por una actitud intencional. Tampoco se supo quién había ordenado que con esos colores pintaran todos los receptáculos para las cartas que recolectaba y repartía la empresa nacional de correos y telecomunicaciones.

En el ocaso del siglo veinte, no sólo habían desaparecido los buzones, también seguía abierta la herida por la desaparición de personas y hasta ese servicio nacional fue transformado en un uno de gestión privada mediante la aprobación de los legisladores en el Congreso Nacional.

“El Imparcial”

No han sido pocos los españoles que llegaron a Santa Fe de la Vera y tiempo después decidieron instalar un negocio.  Entre ellos, suelen ser recordados quienes atendían en bares y sabía tirar la cerveza… de modo que en el alto vaso no tuviera demasiada espuma, tampoco que enseguida descendiera.  Eso dependía del equilibrio entre el gas que impulsaba al líquido que pasaba por una serpentina y de la habilidad de quien regulaba la altura del vaso y el tiempo ocupado para completar ese servicio

En la esquina de Humberto Primo y 4 de Enero estaban los dueños de “El Imparcial” y mientras unos nombran al asturiano Faustino Suárez que fue el primero en alejarse del mostrador y de esta tierra adoptiva, otros recuerdan a su socio Amaro Faya y a su esposa más conocida por su apodo Pola que por su nombre y apellido Oliva Argüelles; mujer encargada de la Caja y de atender a los clientes en el almacén mientras sus hijos Luisito y Cesarito merodeaban cerca de ese lugar…

Quienes habían probado el chopp del Imparcial, sabían que era un lugar donde se podía disfrutar del placer de beberlo frío no sólo en verano para calmar la sed -¿calmar?…- sino también en invierno, con unos sabrosos sandwiches de miga que podían estar preparados con mortadela y queso, con los tradicionales ingredientes.

Otros, preferían un vaso de vino tinto y no eran pocos los que pedían bebidas blancas: ginebra, anís… para sentirse más animados durante los juegos con naipes –al truco– o con las fichas del dominó. Hacia el este estaban las tres canchas de bochas y ahí entre el arrime al bochín y el control de la medida de la aproximación, estaban los amigos con el vaso en la mano y mirando casi de reojo como iban bajando  el liso o el tinto

Entre los vecinos que se acercaban al Imparcial era conocido y reconocido con simpatía el Peludo Gervasoni, Amado Eliseo hermano de Adolfo, el Canfli.

Amado Gervasoni tenía dos hijas: Porota -en realidad Etelvina Fidela Guadalupe Gervasoni Astudillo en el acta del registro civil- y la Piti: Norma Lilliam María Gervasoni Astudillo.   Don Amado no era un hombre de excesos, tampoco le interesaba demasiado la estética.  Su especialidad era arreglar y mantener en correcto estado de funcionamiento los surtidores de nafta.  Trabajó para la empresa Shell hasta que los furiosos vientos de septiembre de 1955 también fueron tormentosos para él y le comunicaron su cesantía.  Pronto consiguió trabajo en una empresa metalúrgica y tiempo después, no fue por casualidad que un joven vecino que vivía enfrente de ese bar con almacén contiguo sobre 4 de Enero, conociera a la hija menor y entre pausa del dominó y contemplación del atardecer desde la esquina, se fue generando un romance que terminó en casamiento y con tres hijos: Carlos Gabriel, Marcela y José Manuel que nació en el umbral entre lo temporal y lo eterno.

Mercería de Don Díaz…

Enfrente del Imparcial, en la esquina suroeste era posible encontrar hilos, puntillas, botones, agujas ¡finitas y con ojitos dorados! como decía mi madre cuando quería bordar la fina lencería, sin calcar dibujos, sólo dibujándolos con pequeñas puntadas o si necesitaba hacer punto turco para aplicar algún encaje o coser con punto parís, todas las costuras laterales y recortes de esas prendas ya en desuso.  Allí estaba don Díaz y su señora, también solían aparecer por una puerta interior sus sobrinas.  Ahí era necesario llegar sin apuro, porque Don Díaz preguntaba qué querían y después empezaba a señalar lo exhibido diciendo: “¿Éste?” y a cada no, desplazaba su mano hacia izquierda y derecha e insistía: “¿Éste?…”  hasta que ¡por fin tocaba el producto elegido!  No era por casualidad que el negocio funcionara tantos años, eran amenos y cordiales. Preguntaban por la familia, contaban algunas de sus historias.  Cuando advertían que algo les estaba faltando, enseguida avisaban que a la tarde irían a buscar y seguramente en las casas mayoristas de las calles Mendoza o Salta encontrarían lo que ya sabían que tenía comprador cercano…

Familia Donatti-Sobrero…

Hacia el sur del negocio y vivienda de los Díaz, vivía la familia de Donatti-Sobrero.  Don Emilio  y su señora tenían dos hijos: Edith y Emilito. Cuando eran niños, el lugar donde ahora están edificados dos departamentos era un amplio parque con hamacas que se veía desde la calle, detrás del alto portal de hierro forjado que en la parte central tiene un diseño semejante a una enorme cruz.

Don Emilio era escultor y trabajaba en la marmolería familiar, aproximadamente ciento cincuenta metros hacia el norte de su hogar. En la reseña elaborada por Antonio Colón, destaca que fue uno de los artistas que participó en las primeras exposiciones organizadas por la Sociedad de Artistas Plásticos Santafesinos. En realidad, Emilio Donatti siguió expresándose con esculturas de arte funerario.  En nuestro hogar admiramos la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, con larga túnica en fundición de bronce cromado.

Los hermanos Colandré…

Esta pausa en esa esquina es razón suficiente para otras evocaciones.  Insoslayable es la presencia de los hermanos Colandré: José -el oncólogo- y Enrique, menor y séptimo hijo varón, según siguen recordando algunos de sus pacientes a quienes el odontólogo aconsejaba sacarse los dientes y muelas con caries y colocar enseguida los postizos para evitar más infecciones.  Enrique cuando quedó solo en la amplia casa donde tenía instalado el consultorio, no necesitó que le ayudaran para mantener todo limpio y arreglado… como decían y aún dicen, refiriéndose a los quehaceres imprescindibles para la higiene del hogar y para la diaria alimentación.

Los hermanos Lombardi…

Guido Lombardi vivía con su familia en la planta alta contigua a la entrada a la fábrica, lindante con el lugar de exposición de mármoles y mosaicos, negocio conocido como Lombardi Hermanos.

Cuando me acercaba a la casa de mis amigas, desde el balcón ubicado hacia el norte podíamos ver el continuo movimiento de carruajes y camiones sobre el empedrado de la entrada y salida de la fábrica de hielo y de productos lácteos la Marymil… actualmente lugar donde han construido viviendas a ambos lados de la denominada calle 13 de diciembre.  Desde aquel balcón, también era visible el polvo que se expandía cuando movían las bolsas o introducían porland y arena en las mezcladoras. Ese mundo del rudo trabajo era sorprendente en nuestra infancia.  Hasta entonces había observado el trabajo d carpinteros o de herreros, sin tanto desplazamiento aunque con idéntica exigencia de atención y prontitud.

Rosita Vigorita, amiga a perpetuidad…

En un departamento más cerca de 4 de Enero, vivió nuestra amiga Rosita Vigorita y recuerdo que ahí vi por primera vez hileras de botellas de licor en el mueble de un comedor.

Su padre era representante -o vendedor-, de una tradicional licorería de Buenos Aires. Esto escribo y rememoro algunas travesuras infantiles que omito voluntariamente.  Con el propósito de enmendar una actitud inaceptable, cuento que yo tenía la costumbre de morder mis uñas y aunque yo lo había olvidado, décadas después cuando nos encontramos cerca del Supermercado y dialogábamos con nuestra hija Martita, mi queridísima amiga recordó que después de un recreo, mientras estábamos en la fila me atreví a acercar su mano a mi boca y le mordí una uña.  ¡Casi imperdonable!… si no para ella, sí para mi conciencia.  Por eso lo cuento, con firme propósito de enmienda…

Templo Adventista…

En aquel tiempo, principios de la década del ’40 desde la Iglesia Católica Apostólica Romana lamentablemente era frecuente inducir al rechazo por otras religiones.  Si era sábado el día de algún encuentro, escuchábamos los cánticos en las ceremonias religiosas del templo ubicado enfrente de la fábrica de Lombardi.  Nos parecía extraña esa costumbre de cantar tanto. Décadas después, el castellano se impuso al latín, más que murmullos u oraciones silenciosas, en las capillas e iglesias se impusieron los cánticos incluso con acompañamiento musical mediante diversos instrumentos.

Estamos en el primer lustro del siglo veintiuno.

¿Cómo serán las relaciones y las costumbres en las futuras décadas?

Intuyo que esencialmente no habrá diferencias, todo sucederá entre las coordenadas de la comprensión o la intolerancia; del amor o de la indiferencia…

 

Durante una pausa: Nidia A. Orbea de Fontanini.

Primavera de 2005.

Top