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Vivencias, misivas, poemas.

Del pulso vital.

“45. Tía Tere.

Longitud… y husos horarios.

Más señales… más poemas.

Los poetas*.

Ocaso*.

Palabras de Oscar Agú.

A contramuros.

Fronteras*.

La puerta*.

Presencia*.

Camino vecinal*.

Esfera*.

 

* * * * * * * * * * * *

Aunque algunos pretendan dudar acerca de la permanente relación entre la Política y la Literatura, es necesario tener en cuenta que casi nada escapa a la influencia de los programas sociopolíticos, porque el ser humano está situado en un lugar donde vivirá en determinadas condiciones: con sosiego… con asombro

Desde su lugar, necesita expresarse y lo hará siguiendo sus íntimos impulsos, aún en silencio, porque sin hablar y tan sólo con miradas es posible comunicarse.

Ya desde fines del siglo veinte, la conversación -con…versación- se expande por la red de redes y generalmente, llegan los mensajes sin que se conozcan los rostros…  Aparecen sí, algunas señales y otras tantas direcciones  que conducen a determinado sitio: lejano, misterioso…

Del pulso vital…

Hoy 27 de febrero es una fecha significativa en mi vida porque dos hechos han dejado señales suficientes para elaborar e interpretar diferentes claves: nació en el año 1919 María Teresa Álvarez -tía y amiga…-, quien dejó una fecunda siembra con sus ejemplos de perseverancia y tolerancia.

Por algo en el primer libro editado –Poemas para Tioco, 24 de octubre de 1980, presentado por Gastón Gori, amigo a perpetuidad como él suele decir-, necesité incluir a partir en la página 63 – “IV – De mi madre y mi familia”, lo escrito en mi agenda en “setiembre de 1976”:

“45. Tía Tere

¿Cómo poder imaginarte / ausente en primavera?  //

Si en tu vida / que tuvo mucho de otoños / y de inviernos, / supiste ser la flor / antes que espina, / y mostrar, / a pesar de las heladas, / los brotes del renacer y la esperanza, / cuando todo parecía frío y yerto. //

¿Cómo poder imaginarte ausente?… //

¡JAMÁS!… //

Estarás en todas mis primaveras, / como si calzaras aún / las sandalias andariegas.”   [i]

El otro suceso -durante el Carnaval de 1960-, está insinuado en el primer libro de narrativa: La mujer tallada y al expresar que ardí como una tea  para algunos podría parecer una metáfora, pero era una realidad porque el fuego transformó las prendas en cenizas y dejó profundas cicatrices… también un vital aprendizaje.

Hoy, Cacho Agú una vez más, se acercó hasta este lugar para el sosiego y el asombro: ¡nuestro hogar!… impregnado de la latentes ausencias y de significativas presencias.

Por algo, a fines de la década del ’70 necesité escribir:

“Nada hay más difícil que penetrar en la interioridad del hombre.  A veces, ni uno mismo puede comprender ciertas actitudes asumidas en situaciones límites. / Todo ello es lo que dificulta avanzar hacia una civilización capaz de defender la vida y la paz. / Algunos creen que todo debe girar alrededor de lo científico… de lo estético… y se olvidan de que nada sirve si no está presente lo ético. / Algunos creen que hay que vivir mirando al pasado… y sin tomar conciencia, día a día pierden el futuro, en un ‘hoy’ que dilapidan sin dejar sembrada ninguna semilla.  Pasan por el mundo como vulgares depredadores, conscientes… o vanidosos.” La mujer tallada, p. 46

                                               Nidia Orbea de Fontanini. 27/02/2004 – Hora 10:04:23

Longitud… y husos horarios…

Acabo de terminar ese mensaje para Oscar Agú, que ahora remitiré por correo electrónico como respuesta al suyo, leídos minutos antes.

¿En qué latitud habrá sido emitido?…  porque Cacho reside en esta ciudad, Santa Fe de la Vera Cruz, República Argentina…

Aquí, incluyo una copia para que sea posible compartir más asombro

 “De: Oscar Angel Agú <cachoagu@yahoo.com.ar>
Enviado el: Friday, 27 February 2004 11:14:25 AM
Para: Alicia Gustavo Oscar Imagamundi <imagamundi@yahoo.com.ar>
Asunto: A CONTRAMUROS

 

COMPARTIENDO. UN ABRAZO. CACHO AGÚ”

 

Más señales… más poemas…

Luego hay más señales:

inventivasocial@infovia.com.ar wrote:

 

Los poetas*

 

Los poetas no pueden andar sobre la tierra.
No van bien.
Un pedazo de luna los atasca
o una estrella les incendia los zapatos
o vagan sin rumbo por las calles
persiguiendo a un sueño renacido
como a la luz de una nueva mariposa.

 

El caso es que  no les favorecen las esquinas
ni el tráfico, ni los bocinazos.
Entonces extraviados
se sientan en el último café de la avenida
y derraman sus sueños y tristezas
en una servilleta de papel.

 

A veces las cosas cotidianas los abruman
y van a bañarse de silencio
a la montaña
en algún cielo del mundo.
Y son felices hablando con las flores
redimidos de viento como un ave.
Pero después
la soledad se vuelve manto de cristales
y lágrimas metálicas les caen sobre las manos
como sobre dos piedras desoladas.

 

Entonces se vuelven a vivir entre los hombres…

 

Pero otra vez la luna o dos lágrimas lo atascan
y sentados entre ideales se quedan a esperar.

 

Ya dijo Baudelaire que son como el albatros:
«Exiliados en la tierra, sufriendo el griterío,
sus alas de gigante le impiden caminar».

 

 

Ocaso*

 

La desnudez extensa del ocaso

 

agita aires anochecidos

 

aletea a mi espalda

 

rumoreando un requiem oscuro.

 

 

La piel ausente gira en tules

 

de miradas desterradas

 

enmudecidos, respiración, tañidos

 

Tramas ovilladas a lo largo de años

 

se agitan en corrales de encierro y asfixia

 

 

Un vuelo de torcaza se ha segado,

 

mordazas grises apresan al ruiseñor

 

El arco iris retrocede al gris en

 

esferas azules, verdes, amarillas

 

 

Viajo a tientas por el túnel de eucaliptus

 

oculto bajo la niebla su verde ceniza

 

intento ver el baile de los zorzales

 

hay una sorda garúa tras mi ventana

 

 

Escapo lentamente,

 

mis brazos pesan, mis piernas también

 

busco luz en las miradas,

 

busco sonido de cascabeles

 

el eco es una burla plañidera

 

 

Ocaso si me tomas

 

viajemos a esa playa rebelde

 

hasta el barco encallado

 

llevame envuelta en tus alas

 

mi cómplice ligero

 

 

Amo ese refugio.

 

Pido al mar irme en su bruma

 

en este oscuro viaje sin fin

 

Dancemos en espumas heladas

 

a la luz de las estrellas

 

 

Al suceder las olas

 

Seré arena blanca

 

cuna de pasos tibios

 

o viajaré lejos

 

acercando el olvido

* de Origami.

  • * * * * * * * *

 

 

Palabras de Oscar Agú…

A contramuros

Fronteras*

«Acaso alguna tarde o alguna noche estuve en el Brasil, porque la frontera
no era otra cosa que una línea trazada por mojones»

J.L.B. («El Congreso)

 

Nunca comprendí las fronteras. Cuando niño imaginé gigantescos y extensos muros, inviolables, construidos ignotamente. Muros que no permitían el paso de las tormentas, de la temperatura ambiente, de las nubes, de los ángeles, de los pájaros. Creía que el sol de este lado era distinto al del otro y que el cielo, invariablemente, era otro.

Crecí. Las cosas están más claras. Ahora el muro lo veo, no lo imagino. Se mueve orugosamente y, en más de una ocasión, impide que vea del otro lado. Llegué a entender que, en ocasiones, formo parte de él.

 

La puerta*

Allí estaba la puerta. Estaba en un marco de inmensidad, sola, invitante, en medio de un frondoso parque por el que suelo caminar. Ahora, ya pasado un tiempo, me pregunto: ¿sólo yo la veía?. ¿Cómo es posible tantos y tantos caminantes desatentos a plena luz del día?.

Como no suelo dejar pasar ciertos desafíos que se presentan, me acerqué a la puerta haciéndome el distraído. ¡Una puerta, aquí, en el medio del parque! ¡Jhá! Veremos.

Primero di una vuelta a su alrededor como inspeccionando. Lo que más me llamó la atención es que la parte de atrás, si la hay de una puerta, no se veía y no se tocaba. Es más, veía a los demás caminantes que gozaban de su andar en la vereda unos cien metros alejados de mí. La puerta,
aseveré, es transparente al menos de un lado. Cuando volví al punto original de mi posición estaba tal como primeramente la percibí.

 

Di un paso hacia adelante y tomé el picaporte. Lentamente comencé a abrirla. No opuso resistencia. Daba a un pasillo oscuro con una luminosidad tenue al fondo. La cerré lentamente. Desde esa posición seguía viendo el parque y la gente pero ellos, no me veían. Oía solo mi respiración y mis, cada vez, más suaves pasos. No me detuve hasta llegar al final del pasadizo que, por otra parte, no fue traumatizante. Al contrario, fue como si mis temores se deshilacharan en él, desflecados y sin consistencia; llegó un punto donde este desmoronarse las barreras del temor me hizo preguntar si no era una especie de inducción para atraparme en ese raro laberinto, fuera quien fuere el que quiera atraparme.

Al llegar a la claridad mi visión se transformó; ya no veía la forma de las cosas sino que veía su interior, todo el movimiento en danza de sus elementos, sus modificaciones y sus uniones, sus luminosidades como un vertedero de chispas multicolores. Permanecí el tiempo necesario, no sabría decir cuanto, observando. Algo se movió en  y con otro sentido acaparando mi atención. ¿Un fantasma? ¿Un ánima? ¿Un espíritu?. Lo que fuere, dijeme. Con extrema suavidad se dirigió hacia donde estaba parado (en realidad, ¿flotaba?) y me hizo una seña para que la siguiera. Esta figura casi humana, con un breve ademán, hizo que se abriera una especie de pórtico celeste y
vi, por ello, un mundo sólo imaginable: peces aeromorfos, panes espontáneos que con el solo hecho de pensarlos aparecían, niños jugando viejos y renovados juegos, pájaros sin jaulas, gente sin el gesto fruncido haciendo diversas tareas: pintar cielos figurados, cantar canciones aún no
realizadas, caminar por senderos que sus pasos abrían por primera y última vez, crear un día distinto al supuesto por el calendario, hojar margaritas y ser siempre correspondido, excavar el aire y atrapar estrellas por instantes, fabricar sueños por encargo y otras tantas tareas que no podría nombrar.

Mi guía sólo me hizo girar parsimoniosamente: otro pórtico se abrió y vi. La imagen espejada y contraria, dura y violenta golpeó mi rostro. Los perros de la noche, en jaurías incontrolables, se adueñaban de los arrabales y avanzaban lentamente hacia el centro; los peces, moribundos, daban bocanadas de auxilio sin respuesta, los niños errantes comían de los
desperdicios y lo poco humano que les quedaba era devorado por la corrupción de zombies anónimos que, si en algo eran reconocibles, lo era por sus harapos. No soporté sostener la mirada y todos los temores que se habían disuelto, aparecieron con mayor fuerza y nitidez. Me inmovilizaron, sujetaron, no me dejaban pensar. El temor detrás de esa puerta, pensé y cuántos tengo.

Con un breve toque, sobre uno de mis hombros del extraño ser, vi otras realidades: lentas, rutinarias, insulsas, pasionales, breves, contundentes: amores cruzados, el pez grande que se come al chico, espejos rotos, amantes furtivos, amantes sin más, labor por el pan cotidiano, gentes viviendo, funerarias, terrazas oscuras, viejos sapos en los zaguanes, deseos ocultos, maremotos parturientos, cosechas generosas, perros copulando, árboles florecidos, música improvisada, poetas deambulando, matarifes ensangrentados, niños riendo y otros pidiendo, noticias radiales, amigos compartiendo. Estaba nuevamente recorriendo el parque sin noción de cuando había cruzado el portal.

 

 

Presencia*

Siempre abordar algo produce una sensación oscura y excitante producto, tal vez, de la propia inseguridad de lo que puede ocurrir en situaciones semejantes. Me voy a permitir ser erótico porque, después de todo, el erotismo,  tiene mucho que ver en nuestros actos cotidianos. En mi condición de macho de la especie, y como tal hablo, descubrir una mujer, disfrutarla en todo produce una sensación parecida: uno no sabe cómo va a reaccionar, no solo la mujer, sino uno mismo. Creo que a las damas les debe ocurrir algo semejante. De todas  maneras siempre es más interesante descubrir y dejarse descubrir por una mujer que abordar otras cuestiones.

Pero ocurre que no recuerdo sobre lo nuevo a abordar, tal vez por el hecho de haber encendido la presencia de una de ellas, es decir, de una mujer que alienta mis pasiones y por más que intente deslizarla hacia otros universos de mi mente ella aparece más nítida y fulgurante que antes, es decir antes de intentar deslizarla. Así es que me dejo llevar por toda esa energía erótica que acumula adrenalina y me permite sumergirme en todas las imágenes que se me presentan.

Ocurre que es una fuerza superior la que me embriaga y no puedo eludirla o, más precisamente, esquivarla. Ella me ocupa, me desliza, me sumerge, me eleva, me impele a rincones siempre cálidos. Quisiera poder perpetuar una de sus miradas, una de sus cadencias al andar, su aroma de mujer cuando pasa junto a mí o su sonrisa. Sería la felicidad constante que, por otra parte, es inatrapable y se esfuma como la brisa o la bruma sobre el río. Y uno se queda con ese instante como fiel reflejo de la eternidad que nos evade. Uno quisiera, como en este caso yo, perennizar el momento y el estado del corazón; su propia excitación y el deseo aún no consumado que se prolonguen para que nunca y para que siempre sea disparada la flecha sin que el arco
deje de estar tenso.

¡Oh!. El amor. Sumergidos en él no lo vemos. Sencillamente lo actuamos, sin percibirlo por su fragilidad que es la nuestra propia.

 

Camino vecinal*

Estaba sentado a la vera de un camino vecinal, un árbol hacia compañía a mi intemperie. La desprolijidad verde de las malezas cercanas y el punto donde el camino se pierde me proporcionaban, más aún, ese indescriptible sentido de la soledad. Precisamente en ese punto algo comenzó a moverse. Sin formas definidas, sin sonido alguno que lo acompañe. Emergía desde el fondo del camino donde el sol quema el aire.

Al principio quedé pegado al suelo observando esa lejanía que acortaba distancias. Pese a ser un camino de tierra, no levantaba polvo alguno; era como si levitase sobre él. Perdí noción de los tiempos. No sé si fueron segundos o minutos pero ante mí, ya parado y pegada mi espalda al
árbol,  hombres y mujeres, con estandartes  celestes y blancos, vestidos con viejos y raídos uniformes militares de todas las épocas o civiles carcomidos por el tiempo,  acompañados de guías y rastreadores y de inmigrantes alucinados por la promesa de la tierra nueva,  bajaron de la
grupa de los animales o de vehículos diversos y con gesto tenso se inclinaron ante mí.

Uno de ellos se dirigió hacia donde estaba. Era el que tenía más autoridad o, al menos, el don del habla. Hasta allí todos iban con gestos adustos y silenciosos, mirada al frente. Sin dejar nada de sus manos comenzó a hablar:  – Pocos nos ven.  No temas y escucha. Casi todos están ocupados en sus obligaciones cotidianas, en sus rutinas que, a veces, se nos ocurren sin sentido. Ya no nos ven. Somos espectros poblando esta pampa interminable como una mar; espectros que hemos creído en nuestras luchas y más de uno de los que aquí ves nos hemos matado entre nosotros por guerrear en distintos bandos o pensar cosas distintas sobre el mismo país.  Y todos  nos
acusábamos de lo mismo, casi los mismos argumentos. Lo comprendimos después. Mira bien, bien. También nos acompañan nuestros hermanos, los mal llamados indios, los verdaderos desposeídos en esta pampa. Somos espectros. Queremos que nos vean pero nos temen y porque nos temen no nos ven. Representamos esperanzas, ideas, anhelos, frustraciones, mentiras, alegrías y tristezas,
dudas y certezas, gozo y dolor. Todo junto. Abocarse a la tarea de desliarlos es inútil y no haría comprensible nada de lo que aconteció. ¿Cómo explicar la alegría de una batalla ganada con el dolor del amigo muerto en la misma?. Nuestras sangres alimentan un caudaloso río rojo. Como verás somos personajes de poca monta en la historia. Quizás figuramos como la tropa de, el alzamiento en, la batalla tal, el pueblo aquel.  Aquí estamos poblando lo que pocos ven; y se siguen sumando a la caravana. Mira bien, bien. Ahora se sumaron soldados combatientes en las islas o muchachos que creyeron en otra forma de país.  Estamos todos. Es una caravana de historias
personales y de grupos y de épocas. No queremos avisar de nada, no deseamos interferir, sólo queremos que nos vean.

Abruptamente finalizó su decir. Me saludó con la cabeza mientras, con uno de los brazos daba orden de continuar. Intenté hablar, preguntarle su nombre, pero no dio lugar a ningún tipo de diálogo. La caravana se puso en marcha pesadamente, tal como llegó. La vi alejarse tras unos árboles a campo traviesa. Quedé largo rato mirando hacia el ocaso. El día estaba dando sus últimos estertores. Unos que otros pájaros retornaban a sus nidos.

Tenía una historia poco creíble en las manos con leve protagonismo de mi parte y se las ofrezco.

Esfera*

No era una sala muy grande. Había una mesa cubierta con un vidrio. Se espejaba una tenue luz azul sobre él. Sala muy sobria, esa. Paredes lisas, sin adornos. Los dos asientos eran confortables. Cuando ingresé me sentí transportado a una cápsula, tal vez porque los sonidos
externos eran inaudibles.

Sobre la mesa, casi de dos metros de largo y uno de ancho – en forma estimativa -, había una esfera transparente del tamaño de una pelota de fútbol. Estaba flotando. En realidad esto lo percibí después. Al principio no lo noté. Estaba solo.

Alguien, no sé quién, me señaló con la voz que observara con atención la esfera. Que mirara su centro. Así lo hice. Vi en el centro una esfera más pequeña, sólida, que giraba lentamente, emitiendo y recibiendo descargas eléctricas muy pausadamente. No la quitaban del lugar. Su grandor era el de una bolita de vidrio con la que juegan los chicos.

Evaluar el tiempo que miraba absorto esa esfera y su centro me resulta imposible. Fue, sin mayores explicaciones, que me di cuenta que flotaba y giraba toda ella. Me atreví a dar vuelta alrededor de la mesa. Nada cambiaba de posición. Solo yo.

La misma voz decía: – Esta esfera tiene vacío interior. Por eso la más pequeña se mantiene en su centro. Las descargas eléctricas son en realidad, ondas electromagnéticas que intercambian información. El espacio interior está cubierto con ellas. En esta esfera se puede acumular toda la información que se quiera. Es casi infinita su capacidad.

El silencio ganó todo el ámbito de la sala. Me vi impulsado a salir de ella. No tuve opciones a preguntas. No se me dieron. Desperté. El dormitorio estaba oscuro y aún no era la hora de comenzar mis actividades.

El sueño me quedó en las manos. Antes que se disolviera decidí escribirlo.

*escritos de Oscar A. Agú

 

* * * * * * * * * * * * * *

(Gracias… al Licenciado Eduardo Francisco Coiro, por ese servicio solidario que impulsó e hizo posible este hallazgo que desde otra perspectiva, acompaña al actual proceso de globalización, ya que nuestro hogar seguirá siendo nuestra casa en una aldea o comarca, en un pueblo o ciudad…  aunque llegara el momento en que sea comprendido que las fronteras sólo han estado en la imaginación…)

 

[i] En la página 67. Su último vuelo: el 4 de septiembre de 1976 tras soportar con fortaleza espiritual, los estragos de un cáncer de pulmón.

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