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Stefan Zweig (Viena 1881 – Petrópolis, Brasil, 1942)

Stephan –Stefan- Zweig nació el 28 de noviembre de 1881 en el seno de una familia con disponibilidades suficientes para su formación espiritual y oportuna educación; terminó el bachillerato y para satisfacer los deseos de su padre estudió hasta obtener en 1904, el título de Doctor en Lengua y Literaturas Románicas.  Su vocación literaria y su talento confluyen en su destacada obra: fue un destacado poeta y narrador, traductor y editor. Recorrió distintos países: Bélgica, Inglaterra, Francia, España, norte de África, Italia, India y desde el norte al sur, algunas ciudades de América.

Durante esos viajes incrementó sus conocimientos de idiomas: inglés, francés, italiano, castellano.  Emigró a Suiza durante la primera guerra mundial (1918-1919). Tales experiencias impactaron en su espíritu y con nostalgia intentó dejar sus testimonios acerca de “El Mundo del Ayer”, que quedó indefinido tras la conferencia de Yalta, cuando los vencedores decidieron sobre el destino de las tierras y el futuro de los pueblos…

En ese tiempo, era uno de los autores con más traducciones a distintos idiomas.

Por algo, advirtió que:

“El secreto del éxito es un secreto a voces. Pero son voces que todos pueden oír y pocos pueden escuchar.”

 

Stefan Zweig, emigró a Londres en 1934 y durante la segunda guerra mundial, en 1940, escribía sus memorias.  Luego se exilió en Brasil junto a su esposa.

 

Su Conferencia en Santa Fe de la Vera Cruz…

 

El 8 de noviembre de 1940, la Sala del “Cine Colón” estaba “repleta de público” y así lo destacaron en la crónica publicada al día siguiente en el Diario “El Litoral” de la capital santafesina.  Informaron “presentó al orador la señora Rosa Diner de Babini.”

Aquí, la reiteración de lo expresado en aquellas circunstancias, cuando Stefan Zweig “comenzó refiriéndose a la situación por la que atraviesa Europa en el presente y dijo que había producido una amargura profunda, una tristeza punzante, que atribuían al hombre, sobre todo a los que consideran su cultura como una e indivisible.  Que en los momentos actuales parecía ridículo y extemporáneo hablar de unidad espiritual en circunstancias en que ese sueño parece ser destrozado en esta forma brutal, como hasta ahora no se hubiera imaginado, pero tampoco la razón debe ceder el paso a la locura y que debe permanecerse fiel a las convicciones, aunque en realidad las desmienta por el momento. Dijo que no engañaría prometiendo el próximo reinado de la razón sobre la tierra, puesto que el mundo irá de catástrofe en catástrofe, mientras se niegue a admitir al idea de una unidad espiritual que es el sueño tan viejo como la humanidad.

Se refirió a la sentencia bíblica: ‘Confúndanse allí sus lenguas para que ninguna entienda el habla de su compañero’, diciendo que en ese símbolo profundo queda expresado todo el destino de la humanidad,  pero que aún en los instantes más sombríos de sus guerras y períodos de destrucción y odio no había renunciado a su sueño y que hasta los destructores Atila y Gengis Khan, dieron con la idea de crear un imperio universal en ese sueño de unir los pueblos, lo que no perduró por estar fundado en la violencia.

Señaló que recién en la plenitud del Imperio Romano, cuando Roma se identificó casi con el Cosmos se hace realidad el sueño, pero que esta unidad no fincaba en su conquista, sino en que dio una ley una idea internacional y que gracias a la organización genial supo transformar a sus provincias en un todo gobernado por una sola voluntad, consagrando un mismo derecho y una misma ley que los transformaba en un solo organismo viviente.   Dijo que el derrumbe del Imperio bajo los bárbaros fue una de las catástrofes más grandes de la humanidad puesto que no sólo rompió la unidad espiritual de Roma, dejando todo fragmentado, sino que significó un retroceso.  Expresó que el desarrollo de la humanidad se produce con grandes momentos de decaimiento y que a una época de desarrollo vigoroso sigue un retroceso, pero que la razón moral nunca desaparece: sólo se desplaza y mientras una esfera se ensombrece, otra se ilumina.

Agregó enseguida que bajo la forma de la Iglesia católica apareció una fuerza nueva, dotada de una misma idea, trayendo la conjunción del cristianismo con la cultura antigua en una época admirable en que se unieron la fe, la ciencia y la belleza.   Esa unidad fue rota por la Reforma, y por esta causa dijo que sobrevinieron la discordia y la guerra fratricida más tremendas que nunca, pero que aún en medio de esta espantosa tragedia de odio, la unidad espiritual no fue rota del todo, quedando sólo cubierta por un velo.

En este momento trágico -agregó- surgieron humanistas para mantener la unidad, aunque era un grupo pequeño frente al fanatismo.  Ellos cifraban sus esperanzas en que los hombres, una vez llevados hasta una altura espiritual, ya no tendrían que soportar el odio y las guerras, proponiéndose dar al mundo, como elites, su unidad espiritual; lo que no pudieron realizar por haber llegado demasiado pronto o demasiado débiles.

Dijo que el sueño de un idioma universal o de un entendimiento, se disipó al menos por un tiempo; pero que cada vez que el fuego de la unidad espiritual estaba a punto de apagarse, se reanimaba luego.  Sugirió así por encima de todos los idiomas, ‘la música, el arte que tiene el poder mágico de apagar las discordias y unir todos los corazones’.   Pero, agregó enseguida, cada nueva generación quiere llegar hasta la unidad espiritual por un camino nuevo.  Dijo que la generación que vino después (en la que él se sitúa) concebía ideas distintas de la forma de pensar de sus antepasados y que esperaban que la unidad se hiciera por vía de la ciencia y técnica.  Expresó que bastaba pensar en todas las maravillas producidas por la ciencia y la técnica, y que fueron mal aprovechadas por el hombre, para encontrar un fondo de razón en esta manera de pensar.  Pero que la guerra de 1924 y la actual, echaron por tierra los ídolos que se crearon.  ‘Lo primero que nos enseñó la experiencia -agregó- es la necesidad de renunciar a la idea de que Europa debía orientar y conducir al mundo.  Hemos sido curados de este error, y no soy yo el único que se despoja de este viejo engreimiento europeo.

Agregó que para restablecer el orden… el mundo que se derrumba, hacen falta fuerzas distintas que las físicas.  ‘Sólo si creemos desde el fondo de nuestras almas -dijo- la posibilidad de una unidad espiritual entre los mejores y si ello adquiere la fuerza de una religión, ese sueño puede ser una realidad’.

Expresó que era hasta posible que la guerra produjera nuevos odios en lugar de apaciguarlos, pero que ello no mengua su convicción, y, que sí se cree con fuerzas en la necesidad de una unidad espiritual, es gracias a los días que le tocó pasar en este continente.

Terminó diciendo: ‘Dejemos a las máquinas y a la técnica, nuestra misión consiste en eliminar obstáculos invisibles y en levantar en medio de las ruinas, la unidad espiritual del mundo.”  Negritas aquí.

 

Stefan Zweig se suicidó junto a su esposa, en su refugio de Petrópolis, el 22 de febrero de 1942.  [1]

 

Por algo, afirmó:

“El hombre espiritual no debe inscribirse en ningún partido; su reino es el de la justicia, que en todas partes está sobre toda discusión.”

 

En su autobiografía, incluida en El mundo de ayer, Stefan Zweig escribió:

 

“Nací en 1881,  en  un imperio  grande  y poderoso -la  monarquía  de los Habsburgos-, pero no se molesten en buscarlo en el mapa: ha sido borrado sin dejar rastro. Me crié en Viena, metrópoli dos veces milenaria y supranacional, de donde tuve que huir como un criminal antes de que fuese degradada a la condición de ciudad de provincia alemana. En la lengua en que la había escrito y en la tierra en que mis libros se habían granjeado la amistad de millones de lectores, mi obra literaria fue reducida a cenizas. De manera que ahora soy un ser de ninguna parte, forastero en todas; huésped, en el mejor de los casos. También he perdido a mi patria propiamente dicha, la que había elegido mi corazón, Europa, a partir del momento en que ésta se ha suicidado desgarrándose en dos guerras fratricidas”.

Por algo, escribió:

“El amor es como el vino, y como el vino también, a unos reconforta y a otros destroza.”

 

En su libro póstumo El mundo de ayer (1948), hay otras advertencias de Zweig escritas en 1942, año de su suicidio.  Refiriéndose a los comentarios acerca de los judíos y del valor que le reconocían al dinero, afirmó:

“Nada más erróneo. Obtener riqueza significa para él nada más que un peldaño intermedio, un medio para alcanzar el objetivo verdadero, y de algún modo la finalidad intrínseca. La voluntad verdadera del judío, su ideal inmanente, es el de elevarse a la esfera espiritual, la ascensión hacia una capa cultural superior (…) Aun el más mísero vendedor ambulante, que arrastra su lío bajo la lluvia y la tormenta, tratará de hacer estudiar siquiera a uno de sus hijos, a costa de los mayores sacrificios, y se considerará título de honor para la familia entera, el tener en su medio a una persona reconocida en la esfera intelectual, un profesor, un sabio, un músico, como si sus méritos ennoblecieran a todos. Por esto, el afán de riqueza se agota en el judaísmo, dentro de una familia, casi siempre a las dos o cuando mucho tres generaciones, y precisamente las dinastías más poderosas hallan a hijos poco inclinados a hacerse cargo de los bancos, las fábricas, los negocios organizados y seguros de sus padres. No es una casualidad que un lord Rothschild llegara a ser ornitólogo; un Warburg, historiados del arte; un Cassirer, filósofo; un Sasson, poeta; todos ellos obedecen al mismo impulso inconsciente de emanciparse de todo lo que había tornado estrecho al judaísmo, evadiéndose del mero afán de ganar dinero hacia lo espiritual”…

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“… Una vez, el hombre tenía un alma y un cuerpo, hoy necesita también de un pasaporte, de otro modo no es tratado como un ser humano.”

 

Algunas de sus obras editadas…

1905: Verlaine.  (Ensayo.)

1907: Tersites. (Teatro.)

1910: rasilne (Ensayo.)

1911: La casa junto al mar. (Teatro.)

1911: Primera experiencia (Narrativa.)

1917: Jeremías. (Teatro.)

1920: Romaní Rolland.  (Ensayo.)

1920: Tres maestros – rasil, Dickens, Dostoievski. (Ensayo)

  1. Los ojos del hermano eterno. (Narrativa.)

1924: Poesías.

1924: Amok.  (Narrativa.)

1925: La lucha contra el demonio. (Ensayo.)

1926: Confusión de sentimientos. (Narrativa, incluye tres relatos, entre ellos  Veinticuatro horas en la vida de una mujer, primera edición en inglés.)

1931: La curación por el espíritu.

1934: rasil de rasilne (Historia novelada.)

1935: María Estuardo. (Historias novelada)

1938: Impaciencia del rasil (Novela.)

1939: La oveja del pobre. (Teatro.)

1942: Américo Vespucio. (Historia novelada.)

Otros títulos:
  • El amor de Erika Ewald.
  • Rainer María Rilke.
  • El jugador de rasil.
  • Tres maestros.
  • Ardiente secreto.
  • Fouché . Retrato de un político..
  • La rasil peligrosa.
  • María rasilne.
  • rasil, país de futuro.
  • El candelabro enterrado.
  • El misterio de la creación artística.
  • La lucha con el demonio.
  • La lucha contra el demonio.
  • El mundo de ayer. (Autobiografía.)

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Stefan Zweig y “La aventura más audaz de la humanidad”.

En su libro “Magallanes”, Stefan Zweig logró reflejar la epopeya del cruce del estrecho en el Atlántico Sur, donde confluyen las aguas del Pacífico…

Aquí, un fragmento con el propósito de estimular la lectura de ese libro:

 

Cierta mañana aparece sobre una colina una figura extraña, un hombre que en un comienzo no reconocen como semejante, pues la primera impresión es una mezcla de terror y sorpresa, que les hace ver a ese ser dos veces mayor que un hombre común. “era tan grande este hombre, que nosotros le llegábamos a la cintura. Era bien plantado y tenía la cara ancha pintada de rojo, con aros amarillos alrededor de los ojos, algo así como dos manchas en forma de corazón en las mejillas. Su pelo era corto y teñido de blanco, y su vestimenta consistía en pieles de algún animal, excelentemente unidas”, consigna Pigafetta.

Los españoles admiran sobre todo los enormes pies de ese monstruo humano, y en consideración de esos grandes pies, denominan a los nativos “patagones” y a la región Patagonia”. Pero pronto se desvanece el temor producido por el hijo del desierto, pues ese ser envuelto en pieles abre continuamente los brazos riendo con toda la boca, baila y canta y espolvorea sin interrupción arena sobre su cabeza. Magallanes, que de él se trata, interpreta este signo acertadamente como deseo de acercamiento amistoso, y ordena a uno de los marineros que dance de la misma manera y esparza también arena sobre su cabeza. Ante la algazara de los marineros fatigados y rendidos, el salvaje entiende esa pantomima realmente como salutación y se acerca con toda mansedumbre. Entre el gigantón y los marineros se establece cordial simpatía y cuando Magallanes luego de haberle ofrecido alimento, le regala unos cuantos cascabeles, el monstruo se va en busca de otros gigantes y de varias gigantas.

Pero esta despreocupación resulta fatal a los ingenuos hijos de la naturaleza. Magallanes, lo mismo que Colón y todos los demás conquistadores, tiene orden precisa de la Casa de Contratación de llevar unos cuantos ejemplares, no solamente de todas las plantas y de todos los metales sino también de todo nuevo espécimen humano que descubran en el viaje. Al principio los marineros creen que no es peligroso cazar vivo a uno de esos gigantes a mano limpia. Rondan tímidamente a los patagones dispuestos a sujetarlos, pero en el último momento los abandona el valor. Por fin imaginan una treta vulgar. Entregan a dos gigantes tal cantidad de regalos, que necesitan ambas manos para retener su botín. En seguida, enseñan a los dos hombres que ríen encantados, un objeto que produce un ruido particularmente cautivador, es decir, un par de grilletes, y les preguntan si quisieran llevarlos en los pies. Los pobres patagones ríen con toda la cara y asienten entusiastas con la cabeza. Se imaginan embobados que aquellos objetos sonoros tintinearán a cada paso que den. Apretando convulsivamente sus regalos, miran cómo les ajustan las cadenas a los tobillos, pero de pronto quedan aprisionados por esos hermosos aros fríos que producen tan alegre sonido. Ahora los tripulantes pueden caer sin temor sobre los gigantes, como sobre bolsas de arena; encadenados han dejado de ser peligrosos. En vano gritan, se retuercen y gesticulan los engañados nativos, invocando el nombre de su Dios mágico. El emperador quiere curiosidades. Son arrastrados como bueyes sacrificados hasta los buques, donde perecerán miserablemente por falta de alimentos. Este pérfido ataque de la cultura cristiana ha anulado de golpe el buen entendimiento”.

 

Otro párrafo de “Magallanes”…

Stefan Zweig escribió acerca de Ludovico Vertomano:

 

“A la vuelta, disfrazado de monje mahometano, se entera en Calicut (en la actual Kerala, sobre la costa de Malabar, India), por boca de dos cristianos renegados, del planeado ataque del zamorín (príncipe) contra los portugueses. Animado de solidaridad cristiana, corre a reunirse con los lusos… Cuando el 16 de marzo de 1506 los doscientos barcos del zamorín esperan caer por sorpresa sobre los once de los portugueses, éstos ya están dispuestos para la defensa.”   [2]

Vertomano retornaba a Europa en el año 1507 siguiendo el rumbo del Cabo de Buena Esperanza y se desconoce lo que sucedió después a partir de 1510…

 

Sabido es que “Ludovico Vertomano o Vartomanus -también Varthema o Bartema- (1470-1510?) fue un gentilhombre oriundo de la ciudad de Roma y el primer cristiano que visitó La Meca y Medina. En 1503 salió de Venecia a Alejandría, pasando por Trípoli, Antioquía, Damasco (8 de abril). Vertomano en su relación de viaje calcula que la caravana de peregrinos damascenos estaba integrada por cuarenta mil almas y treinta y cinco mil camellos con una escolta de tres companías de guerreros mamelucos que tuvieron que estar combatiendo durante todo el camino hacia las dos Ciudades Santas contra los beduinos del desierto”…

Aproximación a su leyenda….

Stefan Zweig publicó Los ojos del hermano eterno, cuento basado en una leyenda hindú.  Aquí, un párrafo para leer, releer y meditar… mientras en este quinto año del siglo veintiuno, hay guerras y los terroristas siguen con hiriendo y matando; ante las amenazas se genera desazón, el miedo acosa desde el momento en que se escuchan las noticias o se observan las imágenes por televisión; hay aniquilación porque tanto sufrimiento en distintas poblaciones impacta en la sensibilidad y deja señales perdurables…

 

“Desde el rellano más alto de la firme escalera rosada a la sombra del palacio, Virata administró justicia en nombre del rey, desde la salida a la puesta del Sol. Su mirada clara penetraba en la conciencia del culpable y sus preguntas ahondaban en el delito con la perseverancia de un tejón en la negra madriguera. Severo, pero nunca precipitado, ponía el espacio refrigerante de una noche entre el interrogatorio y el fallo. Oíanle los suyos a menudo, en las largas horas hasta la salida del Sol, andar inquieto en las azoteas, meditando sobre lo justo y lo injusto. Y antes de juzgar metía en el agua las manos y la frente para que su sentencia se purificara del calor de la pasión. Cuando la había formulado, nunca dejaba de preguntar al reo si tal vez había caído en error; pero era raro que alguien le impugnase; mudos, besaban el umbral de su cátedra y aceptaban la pena con la cabeza inclinada, como si saliera de la boca de Dios.
Pero la sentencia de Virata nunca era de muerte ni aun para los más culpables, y se guardaba de quienes se lo reprochaban. Porque tenía aversión a la sangre. La fuente redonda de los antepasados de Rajpuna, sobre cuyo borde el verdugo doblaba los cuellos para el golpe mortal, y cuyas piedras se habían oscurecido de la sangre vertida, volvió a quedar blanca bajo la lluvia de los años.”

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Por algo, Stefan Zweig escribió: “…desdichadamente la historia universal no es sólo, como suele mostrarse, la historia del coraje humano. Ella es, mucho más frecuentemente, la historia de la cobardía”.

“…La política no es, como quiere hacerse creer, el arte de guiar la opinión pública, sino más bien el modo en el que los jefes se inclinan como esclavos ante las corrientes que ellos mismos crearon y orientaron”.

“…Así es como nacen los crímenes políticos”…

 

2003: ecos desde Rosario, cerca del río Paraná…

El destacado periodistas santafesino Jack Benoliel, desde el diario “La Capital” de Rosario –su ciudad-,  el martes 19 de agosto de 2003 sugirió algunas reflexiones  a partir de su pregunta:  [3]

¿Stefan Zweig deshonró a San Martín?

Alfredo Cahn fue uno de los grandes amigos de Stefan Zweig. En el curso de la relación que los unió -solo tronchada por la muerte-, tradujo más de veinte libros del celebrado escritor. Cuenta Cahn que en oportunidad de realizarse en Buenos Aires el Congreso Internacional de Pen Clubs, el gobierno argentino -presidido, a la sazón, por el general Agustín P. Justo-, le encomendó, precisamente, por esa reconocida y valorada amistad, que invitara al autor de “Jeremías” a escribir una biografía del general José de San Martín. En caso de recibir la negativa, debía formular similar invitación a Emil Ludwig. Cahn asume el compromiso y lo cumple. Mas al formular la invitación primera, Stefan Zweig le responde de la siguiente manera: “¡San Martín…! Alguna vez he pensado en esta figura de la historia. Pero, usted sabe, no es el tipo de hombre al que dedico mis afanes. Mis personajes son generalmente unos vencidos. Hubo un momento en que pensé que el expatriado que vivió en Grand Bourg fuese un vencido también, y estudié su trayectoria. Pero me encontré con un caso paralelo al de Napoleón. El hecho de que Bonaparte hubiese muerto en el destierro, en El Elba, no quita que haya sido un triunfador. Su fin no es un drama, sino un simple accidente. Lo mismo ocurre con San Martín; su muerte en el destierro no quita que haya sido un triunfador, no resta grandeza a su vida, no ensombrece sus glorias, no anula sus triunfos. Su obra no se desmoronó a pesar de los sinsabores personales de sus postrimerías. No es un personaje que puede inspirar pena a los argentinos. Me imagino que todos ellos estarán orgullosos de su José de San Martín, como los franceses de su Napoleón Bonaparte”.

Alfredo Cahn lo interrumpió para decirle que San Martín había sido una vida ejemplar, casi inimitable. Una vida plena de heroísmo, humildad, grandeza, renunciamiento y entrega total a las grandes causas de América, la libertad, la justicia, la independencia. Zweig respondió así: “Es verdad; digna de toda admiración; pero no conjuga mi temperamento literario”. Con todo, dijo Cahn, no deja de ser halagador el que un gobierno le pida a usted que levante el monumento literario de su más grande héroe nacional. “¡Sí…! -dijo Zweig-, eso me honra a mí pero no es la mejor manera de honrar a San Martín. Aceptando esa iniciativa, accediendo a la invitación del gobierno argentino, no demostraría más que una mera vanidad. Y eso, su gobierno no lo puede esperar de mí. Por otra parte, no creo que en la República Argentina falte un autor con garra y talento suficientes como para realizar esa tarea especial, tan hondamente significativa. Un hombre que como argentino ame a San Martín, y que, por temperamento, se sienta identificado con él.

No faltó, según es sabido, el hombre argentino que escribiera la historia del insigne prócer. Se llamó Ricardo Rojas, quien dio vida a “El Santo de la Espada”. No sé si Stefan Zweig la hubiera escrito mejor o peor; pero sé que éste tributó con su actitud a los manes del general San Martín un espléndido homenaje. Homenaje rendido por un hombre de honor a otro hombre de honor, al que la conciencia universal valora como intachable. Nada enaltece más al hombre que el no claudicar de sus principios éticos. Es oportuno recordar el pensamiento sanmartiniano: “Mi indulgencia podría llevarme a tolerar cualquier acto de debilidad en el hombre; pero jamás toleraría la infidencia”.

El homenaje de esta renuncia cobra mayor jerarquía cuando contrasta luminosamente con la actitud de Emil Ludwig, a quien Cahn se dirigió más tarde, para transmitirle la misma invitación que había hecho a Stefan Zweig. La respuesta fue distinta en forma, en contenido y en belleza ética y moral: “Dígale al señor presidente de Argentina, que escribiré con mucho gusto la historia del general Sanmartino”. Y agregó: “A través de mi biografía se le conocerá en el mundo entero al general Sanmartino”. Ante el asombro de Cahn, Ludwig reitera el error en la pronunciación del sagrado apellido.

El gobierno argentino adoptó una actitud muy digna. Cuando Alfredo Cahn transmitió al general Agustín P. Justo las dos respuestas, desistió de su propósito.

La experiencia me ha enseñado -a través de mis lecturas- que para honrar al que nos honra, la vida se agiganta. Stefan Zweig agigantó la suya, para honrar, con una negativa, la memoria ilustre del Gran Capitán de los Andes. Procederes así anhelaba San Martín. Nacidos en la autenticidad de la conciencia y no en la fragilidad de la obsecuencia.

Son pocos los hombres que, habiendo llegado a ser árbitros del pensamiento colectivo, supieron frenar sus pasiones, soslayar los halagos del mando y enfrentarse con la maledicencia y el encono abierto o solapado, manteniendo siempre la entereza para subordinar a un ideal superior cualquier actitud en pugna con la más rígida conducta individual. San Martín fue uno de ellos.

 

Carta de Sigmund Freud a Stefan Zweig…

Después de un diálogo con Salvador Dalí, el escritor austríaco le pidió a Sigmund Freud que recibiera al pintor catalán.

Aquí, el texto de la carta que Freud envió a Zweig:

“Querido señor,

Es necesario realmente que yo le agradezca la introducción de los visitantes que he tenido ayer. Pues hasta ahora yo estuve tentado de tomar a los surrealistas, quienes aparentemente me han elegido como Santo patrón, como locos integrales (digamos en un 95% como para el alcohol absoluto). El joven español, con sus cándidos ojos de fanático y su innegable maestría técnica, me han incitado a reconsiderar mi opinión. Sería un efecto muy interesante estudiar analíticamente la génesis de una pintura de ese género. Desde el punto de vista crítico, podemos decir mientras tanto que la noción de arte se niega a todo control cuando la relación entre el material inconsciente y la elaboración preconsciente no se mantienen dentro de límites determinados. Se trata, en todo caso, de serios problemas psicológicos…”

 

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Lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

Otoño de 2007.

[1] En algunas biografías indican 23 de febrero de 1942.

[2] Zweig, Stefan. Magallanes. Historia del primer viaje alrededor del mundo. Barcelona, Editorial Juventud, 1990, pág. 34.  Entre comillas, textos difundido en una página web de la  Organización Islámica Argentina.

[3] Conocí al escritor y periodista Jack Benoliel en la Feria Internacional del Libro del Autor al Lector (1986) en la ciudad de Buenos Aires.  Acto en el “Día de la Provincia de Santa Fe”, diálogo acerca del programa “Encuentros con escritores en las escuelas”, incluido en el Plan Cultural de la Subsecretaría de Cultura de Santa Fe, por iniciativa de quien escribe esta síntesis, Coordinadora de las áreas de Educación y Cultura de ese Ministerio (1984-1987 inclusive).  Integraba el panel en representación de la Cámara de Senadores el doctor Ricardo Kaufmann (escritor y legislador), ministro de Educación (10-04-1992 al 24-08-1992, cuatro meses y catorce días), luego de la breve gestión del doctor Danilo Kilibarda (10-12-1991 al 30-03-1992), primer gobierno del señor Carlos Alberto Reutemann, completando ese período el Ingeniero Fernando Bordesio desde el 24-08-1992 sñ 10-12-1995. (Tres ministros, cinco subsecretarios de Cultura.)

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