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1998 – En el Camino cerca de Ana Quinodoz…

Homenaje al atardecer

Señales.

Homenaje al atardecer

 

La tarde anunciaba la prolongación de las sombras.  Un llamado y una estrella invitaron a contemplar los armoniosos ciclos, donde el hombre es apenas un misterio entre lo mutable y lo inmutable, entre lo finito y lo infinito.  Era necesario volver la mirada a tesoros ocultos: amarillentas y pecosas páginas donde la palabra sigue siendo un testimonio de amistad y de solidaridad.  Allí estaba la ternura de Febe Cúccari de Ellena, la maestra rosarina que cultivaba silenciosa, las blancas rosas de la amistad y lograba que su perfume, fuera el bálsamo necesario ante el desdén o la osadía de circunstanciales censores.  Recordé sus primeras noticias sobre una convocatoria para integrar la selección de Poesía y Prosa – 1981. Su voz sin estridencias nombró a Ana Hilda Quinodoz y su oportuna idea de imaginarme como un puente para facilitar la comunicación, renovó una vez más mi alegría de servir.  Enseguida intenté comunicarme con Ana y al percibir su voz, recogí uno de los signos de su discreto perfil.  Sus primeras confidencias señalaron el rumbo de su  trayectoria: mujer cordial, esposa amante capaz de acortar cualquier distancia con sus  frecuentes recuerdos; madre sin eludir cotidianos compromisos; ¡poetisa! dispuesta a disfrutar del admirable vuelo de sus versos.

 

Un jardinero aportó lo necesario para que se renovaran las blancas rosas, símbolo de fraternal amistad.  Partimos hacia el sur, la llanura inspiraba serenidad al permitir la contemplación del horizonte, imaginaria línea donde aparentemente la tierra y el cielo rozan un límite abstracto.  Ese primer diálogo prolongado nutrió nuestras esencias interiores y confirmé mis intuiciones: Ana era una mujer apacible y expresiva.  Su mirada y sus silencios reflejaban su talento y su prudencia.  Mujeres rosarinas nos habían congregado: estábamos simplemente soñando… Un canto íntimo era compartido.  Juntas abrimos los voluminosos libros donde reposaban nuestras vivencias y las palabras cómplices del espíritu para plasmar sucesivos versos.  Una vez más se prolongaría la espera hasta que un lector amigo dispusiera de la pausa necesaria para su lectura.  Al regresar, la carga era mayor y no sólo porque traíamos los libros recién presentados.

 

Esas emociones compartidas generaron lazos perdurables hasta que desde el norte se oyó una voz que anunciaba: el viento me ata.  Por distintos senderos llegamos al espacio fundamental donde se ampliaron las miradas y las sonrisas fueron bellas señales de una sincronía inesperada.  Allí estaba otro jardinero, su nombre es Luis y por vocación, procura no tanto que las personas al entrevistarlo queden con sus bocas abiertas sino que puedan regresar con algún alivio a sus dolores. En lo alto: ¡Estrella! y los cuatro podíamos identificarnos con la Cruz del Sur.  Distintos caminos aunque con el mismo rumbo, provocaron alejamientos temporarios, aunque en lo esencial seguíamos cerca y unidos por una confianza mutua.  Lamenté que por un edificio, Ana tuviera que contener alguna lágrima en la tarde de un sábado y al mismo tiempo, vislumbré que las exigencias de las formas, suelen mimetizar a los  poetas y sorpresivamente, algunos aparentan ser lobos cercanos a dóciles rebaños.

Recuerdo a Ana, mi amiga del alma en otra mañana, del año siguiente: transcurría abril y una amenaza de guerra conmovía a los argentinos.  Reconozco que en ese momento, estuve simplemente soñando porque creí que algún acuerdo diplomático confirmaría la recuperación de las Islas Malvinas.  Ana insistía en su negativa: ¡los chicos van a morir! repetía mientras recorríamos la calle Mendoza indiferentes a las vidrieras y a los ruidos de los automóviles.  Nos despedimos y advertí mi desasosiego ante la incipiente duda.  Después, hubo otros encuentros.  Supe de sus limitaciones físicas y de su tenacidad ante el desafío de enfrentar al dolor; preferí el camino de la oración y ella vivió sus últimos días con quienes tanto amó: sus hijos.  Por su grandeza pudo optar por la soledad y el silencio para enfrentar al gran misterio del último desprendimiento.

 

Consumada la ofrenda… sigue siendo la amiga del alma hasta que debamos cruzar el deslinde…

Volver a sus poemas es reencontrarnos con su asombrosa fuerza interior.

 

“¡Ay…!

no sé qué me pasa muy dentro del pecho

cuando me conversan tristes los recuerdos…

parece que quiere detenerse dentro

este golpeteo marcando mi tiempo.”

Entonces… sólo atino a decir: Ana ¡amiga del alma!…

Siguen siendo puras las blancas rosas de la amistad y sólo su perfume puede aproximarse a la sublime dimensión de tu Sosiego…

Como ayer, para ti ¡una sonrisa!… nuestro respeto y reconocimiento expresados en conmovedores  aplausos…

 

Viernes 4 de septiembre de 1998. Hora 18.

Homenaje en la Feria del Libro- Santa Fe de la Vera Cruz.

Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

 

Señales…

 

“Simplemente soñando”: título de Ana para su selección de poemas.

 

estrella… Estrella: Estrella Quinteros de Scarpin

 

jardinero (I): Eduardo Rodolfo Fontanini

 

Mujeres rosarinas: Asociación Literaria «Nosotras», julio de 1981;

 

Presidenta Febe Cúccari de Ellena.

 

“Canto íntimo”: título de Nidia para su conjunto de versos.

 

jardinero (II): Luis Mallarino, poeta, odontólogo residente en Romang.

 

amiga del alma: era la alabanza compartida con  Nelly Borroni Mac Donald… y todavía me parece escuchar su voz grave, mientras dialogaban también nuestras miradas.

 

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