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Leticia Cossettini y la educación por el arte…

Sinopsis:  Semblanza, por María Dagatti de Assenza. Vivencias. “El juego creador”, fragmento del libro “Teatro de niños” de Leticia Cossettini, edición  1947.

“Me he movido en base a las ondas del alma,

del intelecto y de la sensibilidad”.

Leticia Cossettini.

 

Desde La Región del diario “El Litoral” de la capital santafesina, la educadora por el arte María Dagatti de Assenza -creadora del taller artístico “José Pedroni”-, el sábado 22 de abril de 2000 con el título Homenaje a una gran maestra, destacó la trayectoria de “la educadora Leticia Cossettini, radicada en el sur de la provincia” y en ese tiempo “galardonada con el premio nacional ‘Margarita Ponce 2000’.”

Ese premio es otorgado por la Unión de Mujeres Argentinas (UMA), “a distinguidas mujeres de las más altas convicciones humanas y/o prácticas artísticas.”

María destacó que Leticia es una “hermosa mujer, de espíritu altísimo, que con sus 96 años -a cumplirse en mayo-, se expresa con palabras que responden a la práctica de la docencia con vocación profunda:

‘Me he movido en base a las ondas del alma, del intelecto y de la sensibilidad.  No vivimos en un universo matemático.  Vivimos en la tierra de los hombres, de las pasiones, de las luchas, de los vientos, el canto y la poesía…”

 

Durante el otoño de 2000, tras el encuentro con Leticia, María escribió:

“…anda por su casa como un pájaro que vuela de un lugar hacia otro y su jardín florece cuidado por su dueña, esa misma que evoca la niñez en Rafaela, con las vivencias que la formaron.

Sus descripciones, de infinita ternura, cuentan las andanzas con su padre:

‘Cruzamos en sulky una tierra larga e infinita.  Abajo el vaho caliente de los pastos.  Papá, silencioso, tenía los ojos puestos en el horizonte.  Voy a su lado y le preguntaría… si el cielo se acuesta o se levanta del trigal. Si los árboles viajan con nosotros en este mosaico que relumbra. Pero mis preguntas son corolas poéticas cerradas. No tengo a nadie a quien tomar la mano en este silencio’.”

 

Luego María Assenza, escribió:  “No puedo, sin embargo, cerrar este homenaje sin mencionar las palabras de admiración de Nidya Forni que al ver en mi taller la fotografía de Leticia, dijo asombrada: ‘Es la Victoria de Samotracia’.  Comparación sublime, verdad?

Es que, viendo su figura ágil y esas manos que eternamente habrán de dirigir el ‘coro de pájaros’… no se puede menos que abrazar tan poética imagen, diciendo, junto a sus ex alumnos: ¡Bendita seas Leticia!”.

 

(¡Oh!… Diosa de la Victoria, bella escultura de mármol gris de Lartos, de casi tres metros de altura, obra de Paros en el año 190 a.C., encontrada en la isla de Samotracia, en el mar Egeo, patrimonio del Museo de Louvre de París…

¡Arte!… que sigue conmoviendo en las imágenes que se difunden en distintos continentes…)

“El juego creador”

(Fragmento de su obra Teatro de Niños, 1947.)

 

El niño, sumido en el éxtasis del juego inventa su música que traspasando el cuerpo se hace danza, percibe los sonidos disueltos en su mundo y hace canciones; toma las sugerencias de la realidad trasponiéndolas sutilmente a través de incansable soñar; levanta las construcciones con los elementos más simples y extraños, y nos hace pensar en un arte esencialmente creador.

La niña que recoge las flores caídas y las prende a las espinas de un árbol desnudo creándole una primavera prodigiosa; el pequeño que va repitiendo palabras sin sentido para el adulto y de mágico simbolismo para su alada fantasía; el corro que tras las hojas en remolino va diciendo: “¡El viento, el viento; las hojas, las hojas; vuelo, vuelo!”, está creando su dinámica y su música, como una prolongación de todo su ser; el niño que ve en las nubes gigantes, en las sombras mitos, teje un juego mezcla de realidad y sueño en un eterno dialogar con las cosas; las anima; bebiéndolas realiza una mutación que tiene miles de cauces porque imita los ritmos de la vida.

Cuando en las diarias salidas con los niños por los vecinos campos, el grupo en marcha se detiene a recoger hierbas, a observar la cambiante ronda de una bandada en el alto cielo; cuando extiende los brazos para alcanzar la rama en el aire o echa a correr en el impulso vital del gozo infantil, el grupo adquiere voz y contenido plástico.

No son simples movimientos corporales.  Es una conjunción de todo el ser, como un enlace material que comunica al conjunto armonía renovada, enriquecida, donde al decir de Schiller: “TODO ES ALMA”.

 

Lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

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