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2006 – Historias de pajaros cerca de Javier Villafañe.

“Historias de pájaros”.

Chingolo.

Gorrión.

Señales en la trayectoria de Javier Villafañe.

17 de noviembre: ¡el día de los pájaros!.

2006: Semana de los pájaros.

Palomita de la Virgen.

“Historias de pájaros”

Con ese título, Emecé Editores de Buenos Aires, República Argentina, en 1957 publicó treinta y dos narraciones del talentoso titiritero-poeta Javier Villafañe. [1]

 

Javier Villafañe nació en Buenos Aires, el 24 de junio de 1909.

Con su carreta La Andariega recorrió distintos continentes.  Durante siete años vivió en España y con su carreta y sus títeres, transitó por la legendaria ruta del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha…

Tras enviar en 1936 un cuento a un concurso convocado desde el diario La Prensa de Buenos Aires, fue seleccionado y así comenzó a ser conocido como escritor.  Entre sus obras más leídas se destacan El gallo pinto y Paseo con difunto (1991, ediciones Emecé).

Inició su Último Vuelo el 1º de abril de 1996, desde la ciudad de Buenos Aires.  Estaba internado en el Sanatorio del Valle para ser atendido por una arritmia que lo afectaba desde hacía tiempo.  Su hijo Juano, durante un diálogo con periodistas del diario “Clarín” de Buenos Aires, dijo: “Tuvo una recaída y estaba descompensado… Últimamente no estaba bien, no comía mucho, le costaba caminar y había perdido mucho peso.”

Falleció tras un paro cardiorrespiratorio y el velatorio se realizó en el Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires -Perú y Avenida de Mayo-, a partir de las 19 por iniciativa de los legisladores Eduardo Jozami y María Elena Naddeo, inmediatamente aprobada.

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Más información: www.sepaargentina.com.ar

Trayectoria:  “A” Arte / Artistas Argentinos / Titiriteros / 1909-1996…

 

Aquí, la reiteración de los dos primeros relatos publicados en Historias de pájaros.

Chingolo

Tiene la cabeza gris con dibujos negruzcos y un gorro oscuro que erina en un ligero copete, el lomo, las alas y la cola, marrón, gris y canela, una pechera clara con dos botones, el abdomen blancuzco, marrón el pico y las patitas grises.

Camina dando saltitos.  Manso y confiado entra en las casas como de visita; se pasea por los jardines y los patios comiendo migas de pan, granos, semillas e insectos y, de paso, suele probar la carne que se orea en las ramas de los árboles o en las vigas de los aleros.

Hace el nido generalmente en el suelo con cerdas y lo recubre con pajas y raíces.

Es alegre y madrugador.  Se oye su música al apuntar el día; a veces interrumpe el sueño y canta a la medianoche para anunciar buen tiempo.

Cuando pía insistentemente en la puerta de una casa, avisa, y no se equivoca, que llegarán parientes o una carta con noticias agradables.

El gorrión lo corre de las ciudades y el tordo le da trabajo: le regala los huevos para que se los empolle.

 

El chingolo era un muchacho rubio y delgado.  De tarde paseaba por el pueblo montado en un caballo blanco.  No tenía amigos, ni quería tenerlos.  Nadie sabía de dónde había venido, ni quiénes eran sus padres.  No hablaba con ningún vecino; sólo le conocían la voz por haberlo oído cantar.  Eso sí; era buen cantor y buen guitarrero.

-¡Lástima de muchacho –decían algunos viejos aficionados a la música- que sea tan arisco y pendenciero!

Durante el día se lo veía por todas partes con su caballo y su guitarra, cantando. Por los senderos del monte, en los cañaverales, a orillas de los arroyos, en las quebradas y en las lomas.  Y al atardecer, cuando se encendía la primera estrella, salía al galope y se perdía en el camino como si huyera de la oscuridad.

Muchos se preguntaban: ¿Dónde vive el muchacho del caballo blanco y de la guitarra?  ¿En qué lugar del monte tiene su guarida?  ¿Quién se encontró con él durante la noche?

Cierta vez llegó como de costumbre al pueblo.  Era una tarde de fiesta.  A la sombra de un jacarandá se había formado rueda en torno a un forastero, quien, sentado en una piedra, tocaba la guitarra y cantaba.

El muchacho se detuvo para escucharlo.  De pronto se apeó del caballo, se abrió paso entre la gente y cuando llegó al lado del forastero le dijo, desafiándolo:

-¡Cierre ese pico, amigo!  ¡Aquí no hay más cantor que yo!

El forastero sonrió y sin hacerle caso siguió cantando.

Entonces el muchacho le arrancó la guitarra, la partió en dos con un golpe de rodilla y la arrojó a los pies del auditorio que, en silencio, retrocedía ensanchando la rueda.

-¡Aquí no hay más cantor que yo! -volvió a repetir.

Se incorporó el forastero.  Era inevitable el duelo.  Ambos, a un mismo tiempo, desenvainaron los cuchillos.  Estaban frente a frente, inmóviles.  Los pechos jadeantes y un fuego filoso en las miradas.

El forastero fue el primero en atacar; erró el golpe y encontró la muerte.  Cayó al pie del jacarandá, mirando el cielo, enredado en las cuerdas rotas de su guitarra.

-¡Aquí no hay más cantor que yo! -gritó el muchacho del caballo blanco.

Y cuando se disponía a huir, lo detuvieron. Lo engrillaron y lo encerraron en un calabozo.  Al día siguiente, al alba, escapó por entre las rejas convertido en un pájaro.

Ésta es la historia del chingolo.  Quizá sea verdadera.  Porque si lo vemos bien de cerca, observamos que aún lleva puesto un gorro de presidiario y que todavía conserva los grillos que no le permiten andar sino dando saltitos.

Y desde que los gallos despiertan el día hasta las últimas luces de la tarde, vuela por los montes, por los cañaverales, por las orillas de los arroyos, por las quebradas y las lomas, como si anduviera buscando a su caballo blanco y a su guitarra.

Y aquellos que saben interpretar el lenguaje de los pájaros, dicen que el chingolo pide en su canto que le quiten los grillos y el gorro de presidiario.  Y aseguran -yo lo creo- que por eso canta.

 

Otros nombres populares: en la Argentina, chincol, chuschin, cachilo, cachilito, coludo, iquincho, icacú, vichú, afrecherito, bitiche, cabeza atada, chisca, joyerito, icancho, ppachiuschis; en el Uruguay, chingolo, tico-tico; en Bolivia, pfichitanca, gorrión, huaichu, hortelano, tres pesos; en el Perú, gorrión, pfichitanca, tanca, pichinchurro, pichurro, pichirro, pichiusa, pichuchanca; los guaraníes, nanimbé.   Pág. 9-12

 

Gorrión

Sus abuelos vinieron de lejos, en barco.  Los trajo en una jaula un cervecero suizo-alemán, un tal Biekert.  En la aduana, para desembarcarlos -eran varias parejas con algunos pichones nacidos en alta mar-  le exigían el pago de un arancel.  Al cervecero le pareció ridícula la suma pedida.  No quiso discutir.  Soltó los pájaros y dijo:

-Todos juntos no valen un cobre.  Que regresen a Europa si quieren.

Y bajó del barco con la jaula vacía.

Este episodio ocurrió en el puerto de Buenos Aires en el año 1871.

Los gorriones, libres, volaron sobre el río de la Plata.  Desde el aire vieron unos arbolitos verdes en la ribera, unas casas con los frentes pintados de rosa, unos nidos de hornero, unas carretas en fila, el campanario de un templo y una veleta girando.

Les gustó la ciudad y descendieron.  Cuando picotearon los primeros granos caídos en la arena ya tenían cara de ciudadanía.

Entraron al país sin pagar derecho de aduana.  ¿Qué iban a pagar estos pillos que saben burlarse de las tramperas y esquivar los hondazos, que duermen y anidas en los bolsillos de los espantapájaros y caminan por las calles con el andar insolente del orillero!

En Buenos Aire tuvieron sus hijos, sus nietos; en pocos años –se pueden contar con los dedos-, se desparramaron a lo largo de toda la República, de norte a sur, de este a oeste, como el territorio les fue quedando chico invadieron los países vecinos.

Aplicaron la ley del más fuerte y expulsaron de la ciudad, corriéndolos al campo, al chingolo, a la ratona, al misto.

Gordos, panzones, comen con la misma avidez todo lo que tienen al alcance del pico, ya sean grandes insectos, frutas o carne.  Para ellos el comer no ocupa lugar; ésa es su filosofía.

¿Cantar?  ¿Para qué?  Saben que el pájaro cantor tienta a la jaula, y para entenderse les basta y sobra con las dos o tres notas de su destemplada música, que se extiende y dulcifica cuando el macho enamorado llama a su hembra.

Hacen nido en las cornisas, en los huecos de las paredes, en los tejados, en los árboles, o sin pedir permiso se instalan en el de otras aves y ponen unos huevos de color blanco con manchas castañas.

Tienen sus apologistas y sus detractores.  La opinión pública está dividida en gorrionistas y chingolistas.

Para los primeros, son pájaros útiles por la cantidad fabulosa de insectos que devoran (se calcula que una sola pareja llega a comer en un año más de doscientos mil insectos) y los protegen poniéndolos en los árboles y en los techos de las casas -como tienen en París y en Londres- cajitas de madera para que puedan vivir y anidar.  En cambio, otros -lógicamente los chingolistas- los acusan de inútiles, malos cantores y dañinos, y piden su cabeza por los perjuicios que ocasionan con los frutales y cosechas.  Ellos fueron los que organizaron en la provincia de Mendoza, en el año 1937, con el pretexto de defender los viñedos, una campaña para exterminar al gorrión, y durante una semana, del 9 al 14 de agosto, desparramaron granos envenenados por los campos y en los paseos públicos, que los gorriones o pásulas, como también se les llama, apenas si los probaron.

Eduardo L. Holmberg, en Aves libres en el Jardín Zoológico de Buenos Ayres (Revista del Jardín Zoológico, año 1893), trata al gorrión de entremetido y sinvergüenza, y por los grandes daños que causa pide la guerra a muerte a este gringo intruso “cuyo canto no vale un centavo”, que desalojó al criollo chingolo, y es tan desfachatado -son sus palabras- que en las calles de la ciudad hasta se mete por debajo de los carruajes.  Y recuerda el caso de un cura que veía con gran dolor cómo los gorriones le devoraban el granero; entonces, para ahuyentarlos, hizo un espantapájaros con un viejo levitón y un sombrero raído.  Lo dejó de guardia en el medio del granero y se marchó seguro de que los gorriones iban a asustarse y huir al ver a ese extraño e inmóvil caballero.  Al poco tiempo apareció el cura, encontró el granero sin granos y halló en los pliegues del levitón y en las alas del sombrero varios huevos de gorriones.

¡Guerra pues, al gorrión!  -termina diciendo Holmberg.  ¡A la sartén los pichones!  ¡Abajo los intrusos inútiles e hipócritas que hacen sus nidos hasta en los faldones del viejo levitón del buen cura!”  P. 13-16

Señales en la trayectoria de Javier Villafañe…

En 1909 –aunque en algunas publicaciones indican otro año-, en el barrio de Villa Crespo en la ciudad e Buenos Aires nació Javier Villafañe.

Fue desde muy joven un excelente narrador, un trotamundo. Tenía 23 años cuando creó La Andariega, una carreta tirada por caballos o mulas, escenario de sus títeres, al estilo de Federico García Lorca.  Con su atractivo teatro recorrió América de extremo a extremo.  Seis años después pudo comprar una casa rodante al obtener una retribución por su canto poético, aunque con frecuencia afirmaba:

“…Nada tiene el encanto de la carreta, ya que uno puede dejarse llevar por el caballo sin tener que elegir el itinerario.  Lo importante no es llegar a un lugar sino encontrar el destino en el camino”.

El espíritu andariego de don Javier Villafañe, lo impulsó a repetir esa experiencia a los setenta años, por los caminos del Quijote desde Castilla la Mancha, en España.

Fue periodista, describió diferentes paisajes y las costumbres populares en varias revistas y escribió varios libros, entre ellos: La verdadera historia de la señora que perdió la peluca, El pícaro burlado, La calle de los fantasmas, Puede ser o es lo mismo.

En 1938 recibió el premio Municipalidad de Buenos Aires por su libro de poesías Coplas, poemas y canciones.   En una de las últimas entrevistas declaró:

“La mayoría de las veces los muñecos son los que hablan y después, mucho después, yo escribo la obra.”

Se había casado diez veces.    Fue maestro de Ariel Bufano y su asesor en la organización del Grupo de Títeres del Teatro Municipal “Gral. San Martín” en la Capital Federal.

Con frecuencia reiteraba:

“A lo largo del camino cada uno recoge lo que siembra y quien, como yo, atesora buenos recuerdos, no tiene lugar para arrepentimientos ni memoria para los malos momentos.”

17 de noviembre: ¡el día de los pájaros!…

El talentoso poeta y escritor Gastón Gori –seudónimo de Pedro Raúl Marangoni, nacido el 17 de noviembre de 1915 en Esperanza, departamento Las Colonias, provincia de Santa Fe- describió vivencias cerca de los pájaros, en sus obras  Y además… era pecoso; El obsequio de los pájaros, El Señor de los picaflores y el 17 de noviembre de 2002 en “La Casa del Sur” de la capital santafesina, junto a docentes y alumnos de la Escuela Nº 2   “Manuel Belgrano” presentó El día de los pájaros, indicando que la fecha adecuada para celebrarlo de acuerdo a sus observaciones, era el 17 de noviembre.  Gastón Gori inició su último vuelo, ese día en el año 2004…

En bibliotecas y escuelas santafesinas, desde el 2003 se desarrollan actividades alusivas…

2006: Semana de los pájaros.

Con adhesión de escritores, docentes, periodistas, autoridades comunales y municipales de distintos departamentos, se organizaron diversos actos para celebrar la SEMANA DE LOS PÁJAROS, entre el 10 de noviembre -acto en la Escuela “Bernardino Rivadavia” de Candioti (departamento La Capital)- y el 16 de noviembre de 2006.

Casi como colofón, este relato de Javier Villafañe cuya lectura será promovida durante esas jornadas.

Palomita de la Virgen.

Se pasea por los jardines de las casas como si le agradara la proximidad del hombre.  Es tan confiada que hace el nido en las ramas bajas de los árboles casi al alcance de la mano.

Tiene el pico y los ojos negros, la cabeza y el lomo gris celeste y amarillento, la garganta y el abdomen gris rosado, las alas negras tornasoladas y blancas con pequeñas manchas romboides azul prusia, blanca la cola y las patitas rosadas.

El canto es un monosílabo dulce, extendido.  Cuando se avecina una tormenta se queja, llora.  Ama los días serenos, luminosos.  No quiere saber nada con la lluvia y el viento, sobre todo con el viento que fatalmente le deshace ese puñadito de pajas que es su nido.

Comparte el invierno con los chingolos.  Al llegar los primeros fríos estrechan su amistad y se los ve juntos comiendo granos y semillas, buscando el calor del sol y cobijándose en los mismos árboles.

Lleva al paraíso las almas de los inocentes.  Con frecuencia suele visitar a los ángeles y jugar con ellos.  Acompaña a los sedientos y los guía hasta la orilla del río o de un arroyo.  Una sola de sus plumas basta y sobra para ahuyentar al demonio y por cada palomita que muere, llora una lágrima la Virgen.

Si varias de ellas se reúnen y cantan después del mediodía, es augurio de paz y abundante cosecha.

La casa en cuyo fondo, patio o jardín no se ven palomitas de la Virgen, indica que allí vive una bruja o un hechicero.  Al desocuparse la casa conviene, para alejar a los malos espíritus, quemar incienso en todas las habitaciones y poner una cruz de ceniza detrás de cada puerta.

 

Otros nombres populares:  en la Argentina, torcacita, tórtola, tortolita, ulincha, urlincha, urpila; en Chile, tortolita cuyana, palomita; en Bolivia, ulincho, chaicita, heicita; en el Paraguay, picuí; los mocobíes, covinigodale.  Pág. 67-68.

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1991: emociones en “La escuela de la Señorita Olga”…

El cineasta Mario Piazza, nacido en 1940 en Estados Unidos y residente en la ciudad de Rosario (provincia de Santa Fe) desde los diez meses de edad, presentó en 1991 el documental titulado La escuela de la Señorita Olga elaborado con la participación de un grupo de niños de un taller de arte de fines del ocaso del siglo veinte y un algunos adultos que fueron alumnos de la Escuela Experimental Nº 69 “Dr. Gabriel Carrasco” del barrio Alberdi de la ciudad de Rosario cuando en ese lugar había “caminos pavimentados y de tierra”… e incluyó en la filmación, reproducciones de fotografías, láminas y documentos que esas destacadas maestras conservaron durante décadas.

No aprendían música en el aula, sino en el patio, llevando cada uno su silla para estar cómodos mientras escuchaban las explicaciones de Leticia o de Olga, acerca de los instrumentos y de los compositores: Bach, Beethoven… Los trinos de los pájaros eran imitados por algunos alumnos y se animaron a presentar “el coro de los pájaros” imitando los armoniosos silbos…

En aquella escuela experimental, los alumnos se acercaban a distintas personas para interrogarlos: el albañil, el carpintero, “el viejo poblador que conocía todos los avatares del crecimiento de la pequeña ciudad”… participaban en ese proyecto educación permanente por el arte de vivir y convivir.

El dramático testimonio de “Don Pablo… chacarero que vivió en Alcorta” y que tuvo ciento veinte hectáreas de terreno”… indicó que a fines de la segunda década del siglo veinte, en “1930… una ola de miseria invadió al país”…  Comentó el chacarero con tristeza:

“-Salimos de Alcorta… ya no podíamos hacer frente a una situación así.”

La experiencia comenzada en Rafaela y desde 1935 en la escuela rosarina, por sus características fue reconocida en distintos ámbitos, incluso el proyecto y plan pertinente fue distinguido y difundido desde Italia.  A mediados del siglo XX, llegaban hasta la Escuela Gabriel Carrasco, educadores de distintas latitudes, poetas, escritores, titiriteros…

Así fue como llegó el joven Javier Villafañe con sus duendes, con sus relatos en torno a La Andariega, el casi legendario carromato que también servía como escenario.

En el documental, una ex-alumna recordó a Javier Villafañe destacando que era un ser “…muy vital, que nos hechizaba, que nos hablaba de lo que eran los títeres…” y después comentó que cuando terminaron de armar el teatro de títeres, “una de las cosas más bellas de la vida… Leticia y Olga le pusieron el nombre de Javier Villafañe” y representaron la obra Platero y yo, en honor de Juan Ramón Jiménez, otro ilustre visitante en la escuela de la hermanas Cossettini. .

También comentaron que como homenaje al poeta granadino Federico García Lorca, leyeron y representaron “La zapatera prodigiosa”.

Con sonrisas rememoraron la celebración del Día de la Primavera y el concurso de barriletes…

Una niña en su cuaderno había escrito:

Hasta la muñeca tiene corazón de pájaro”…

Termina el documental con otro revelador testimonio de una ex alumna:

-“…una ESCUELA donde éramos felices realmente…”

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En 1950, “Año del Libertador General San Martín”, siendo gobernador el Ing. Juan Hugo Caesar, el ministro de Educación, Justicia y Culto Dr. Raúl Rapela firmó el decreto que declaró la exoneración de la pedagoga y escritora Olga Cossettini por disentir con determinadas orientaciones pedagógicas.

Una ex alumna recordó el momento en que su madre le comunicó esa decisión de las autoridades y ella, casi medio siglo después, reiteró que no podía comprender… que a su querida maestra… la alejaran así…

Una vez más resultó evidente, que los títeres no sólo están en los teatrillos…

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Lecturas y síntesis:  Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

Octubre de 2006.

[1] Segunda edición, también de Emecé Editores, 1993.

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