(Es oportuno expresar que aborigen es una palabra derivada del latín y en el Diccionario de la Real Academia Española está escrito: “…adj.║ Originario del suelo en que vive. Tribu, animal, planta ABORIGEN. ║ 2. Dícese del primitivo morador de un país, por contraposición a los establecidos posteriormente en él. Ú. m. c. s. y en pl.” -úsase más como sustantivo y en plural.)
Aborígenes en el noreste argentino…
El Dr. Esteban Laureano Maradona convivió con grupos descendientes de aborígenes y dejó escrito:
“En esta llanura boscosa vivió el indio chaqueño, y viven aún en decadencia sus descendientes: tobas, matacos, pilagás, mocovíes, chulupis, vilelas, etc. y otros que se diluyen, podríamos decir ‑con la cruza, estando en minoría.”
Ha explicado el Dr. Maradona que el Chaco es voz que en idioma quichua significa “caza de ojeo o montería” y para otros “selva o monte providencial”, o “país de la caza, o cacerío y rodeo”, de acuerdo con distintas interpretaciones. Cuestiónase al decir: “aunque la palabra ‘indio’ no es correcta en su asignación para el hombre autóctono de América, puesto que no es sinónimo de indígena, el uso lo ha hecho, desde aquel día que Colón descubrió la Isla Guanahaní (12 de Octubre de 1492), llamándole así por un equívoco ‑a los mismos, que otros, más susceptibles de progreso‑, como lo es el guaraní, para asignarles el concepto de salvajes, les llamó ‘guaicurú’ a todas las parcialidades, extendiendo el concepto de primitivo, irreductible a semejanza de un pueblo así llamado que se aislaba en la selva del Chaco Boreal, aunque se movían en un ámbito mayor…”
“El pueblo más poético de América”…
Maradona lo describe así: ‘Erguido y musculoso en general a pesar de la desnutrición que se le atribuye y de las privaciones que se le supone, llega a ser ‘petiso’ y retacón en los actuales matacos y hasta pequeño, como en los montaraces guayakíes de las Misiones, pero de complexión siempre delgada y de actitud vivaz, con movimientos sueltos en la acción.”
“La piel cobriza más o menos de un tinte acentuado en los unos, pero en todos curtida por el sol, siempre fina y lampiña, con excepción de algunos, el color blanco y el pelo rubio no faltan en los alegres chulupíes, cuyas cimbas doradas contrastando con la cabellera lacia y renegrida de los demás, echa hacia atrás en sus acomodos, al emprender la faena cotidiana y alegremente canta, como así, en plena primavera.
Razón tuvo el Dr. Juan A. Domínguez, cuando hablando de ellos dice: que es ‘el pueblo más poético de América’.
Aquellos cabellos renegridos y lacios ‑liótricos‑ que hemos dicho abundosos, relucientes y gruesos, que ostentan uno y otro sexo, recortados a lo poeta en los hombres y en cambio rasurados a veces el casco en la mujer, los que al caso terminan con un copete en la frente cuando está de duelo, blanden al viento, ligeros en los menos, o aprisionados por una vincha o por un chambergo rubano, en los más, y no siempre asegurados y en orden de todos.
El rostro ancho, la frente deprimida, chata la nariz, sobresalientes los arcos superciliares, armonizan con prominentes pómulos, ahuecando las órbitas, en cuyas cuencas brillan oscilantes pequeños ojos negros, llenos de intención. Las cejas y pestañas con frecuencia depiladas en ambos sexos, así como el bigote y la barba en los varones, hacen del indio un rudo contraste en su fisonomía fiera entre aquellas sutilezas femeninas de tocado y su abrupta faz.”
Importancia de la educación.
Destaca el Dr. Maradona que “el indio es suave en su conversación y a veces dulce en su trato, pero siempre asociado el de un temperamento huraño, desconfiado y egoísta. Tiene el concepto de su prosapia, el orgullo y acaso el de su inferioridad, por eso es que reacciona en la forma indicada, pero esto lo evidencia tan sólo en el trato con los ‘cristianos’, pues entre ellos existe una confraternidad ejemplar, una comunidad igualitaria les nivela por lo menos en la tribu. Y esto es así ‑ afirma Maradona‑ porque lo que uno posee es de todos; las cargas y obligaciones alcanzan a todos; los derechos les son comunes; y como decimos, así se desenvuelven en la vida diaria, en la más completa armonía.”
Advierte el Dr. Maradona, que “el indio es ‘ratero’ y roba por necesidad”. Si “con hambre, mata un vacuno en el monte y hasta puede afrontar para perpetrar un crimen y saquear… lo cierto es que sea menos común que lo haga, en la proporción que los ‘civilizados’,” porque “los ‘civilizados’… ejercen el abigeato como una profesión y cometen delitos de homicidio por esto y por muchas otras causas menos atenuantes.”
Expresa luego: “Sin embargo, nos hemos informado que existían tribus que no poseían esas costumbres delictuosas, hasta que no se hubieron puesto en contacto con el ‘medio civilizado’…”
ALGUNAS CARACTERÍSTICAS ÉTNICAS
Los mocovíes…
En el sur del Bermejo, «eran terribles por su firmeza y su fiereza en épocas pretéritas», modificando su comportamiento en las Reducciones, y hablando un idioma parecido al de los abipones.
«En general, la familia es monógama y está confederada en naciones que exceden de sus predios.» Evoca el Dr. Maradona, las circunstancias en que se encontraba «a fines del año 1935 la parcialidad indígena compuesta por tobas y pilagás que poblaban las márgenes del arroyo Guaicurú: vivía desnuda y hambrienta, crecían la cabellera, se horadaban las orejas y tatuaban el rostro y miembros; se trataban como podían sus distintos males. Ha pasado este lapso, y los indios visten, se alimentan mejor porque trabajan; no se tatúan ni mutilan; cortan el pelo como los civiles y entienden o hablan castellano y aprenden a leer, escribir y la aritmética. El año que iniciamos esta campaña en su favor, fue desde que llegamos, aconsejándoles desde un principio: a no robar ‘na‑kochágaick’; a no beber ‘na‑n iylom’; a no jugar ‘na‑sigualagaen’; a no fumar ‘na‑dokóllagan»; a no pedir ‘na‑nitake’; a
trabajar ‘sanaganatagán’.
Los matacos…
Constituyen con los tobas y los chorotes, «el grupo racial chaquense típico.
Viven en el Bermejo Superior y Medio, y en algunos centros del Chaco Austral. «Petisos y retacones, de carácter taimado, suelen ser más huraños y sanguinarios que los anteriores, y por ende, más retrógrados». Se los organizó en colonias, junto a «más de un centenar de pilagás.»
Los pilagás…
Pertenecientes al grupo «guiacurú‑chaqueños‑, son semejantes a los tobas», y «a pesar de cierta leyenda que les tilda de ‘inferiores’, muy susceptibles al progreso». Algunos han conservado la costumbre de adornarse el labio con «tembetá» ‑adorno de madera, vidrio o metal que se colocaban luego de horadarse el labio inferior o el mentón.
Los chulupíes…
«Muchos de ellos de piel blanca, rubios y hasta de ojos azules» ‑reconoce el Dr. Maradona‑. «Sus cabellos trenzados echan atrás y alegremente cantan como lo hacen pocos, sobre todo cuando están alcoholizados».
Sus mujeres preparaban con vainas de «cebil» la «aloja», y «en las ceremonias evocativas, empuñando mates y matracas con silbatos de pitos, celebran aquellas ‑adornados con plumas, collares y ajustados ‘chascas’ en el cuello de las piernas ‑además de pintarrajearse‑ se entregan a la jarana en interminables libaciones en lo que Baco es animador.» Explica el Dr. Maradona que utilizaban «las chascas terciadas en el cuello de las piernas para no cansarse, ‑según sus creencias, seguido de su prole y de sus perros flacos…con la carga al dorso y empuñando alertas el arco y la flecha. Los he visto desfilar con aquel desgaire propio de ellos, reluciente el lomo de marrón oscuro que ostentan desnudos desafiando la canícula y con solo un tapa rabo… Comenta además, que en «épocas pasadas se sabe que los indígenas americanos hacían polvo de semillas desecadas, a las que se le atribuyen propiedades estupefacientes que les transfería el goce de un sueño sumamente agradable. Los fumaban en largas boquillas, lo absorbían en forma de rapé.»
Los tapietés…
«Hablan guaraní como los chiriguanos y los chanés, se les conoce con el nombre de chaguancos y también de tembetás»; «poseen costumbres similares a los tobas, matakos y chorotes» y viven reducidos en la zona del Chaco Boreal. Alude a otro grupo, que vivía en los montes misioneros, «el indígena ‘guayakí’, pequeño, vivaz y salvaje; rápido en la carrera y criminal en la acción cuando encuentra ventaja; vive como todos, haciendo daño». Cuenta una anécdota dramática: en una oportunidad uno fue «cazado a lazo y enjaulado cual una bestia para evitar sus depredaciones», y a pesar de ello, «pudo escapar de la muerte»…
La indolencia, la abulia…
Manifiesta el Dr.Maradona que «esta condición del indio, que desde luego, es innata en él, como en otros pueblos de la tierra», «se ve agravada por la falta de educación y de estímulo, que debiera impartir el gobierno, ya que no sería lógico ni práctico, pedirlo a la buena voluntad de las gentes. Lo que se ha hecho hasta el presente ‑decía en 1936…‑ es reducido en la enseñanza, la que es casi imposible dada la tendencia indígena a arrastrar consigo a su prole en sus continuas migraciones a través de la distancia». Luego, reconoce que «en la observación de 30 años, esto ha mejorado y ha mejorado mucho». En l949 se crearon las primeras Colonias con escuelas de jornada completa, proyecto interrumpido a partir del gobierno de facto en l955.
(Desde entonces se han sucedido diversas iniciativas, sin que realmente se modifique el estado de supervivencia de estos grupos, entre ellos un proyecto del Sen. Carlos E. Montini ‑representante del Dto. Constitución‑ presentado con el objeto de que el Gobierno de la Provincia, en el término de tres años concretara las obras necesarias para consolidar la reparación histórica que los aborígenes merecen, desde las olvidadas normas de los tiempos de Hernando Arias de Saavedra ‑Hernandarias‑, siguiendo por los gobiernos de 1811 y 1813… hasta este quinto centenario del encuentro de las dos culturas: génesis hispanoamericana y circunstancia que constituyó la primera alteración en la organización de las naciones aborígenes que habitaban este vasto territorio, en un continente prácticamente inexplorado…
Hasta aquí lo escrito en 1992 y aunque se han sancionado leyes, ellos siguen expresando sus necesidades sin tener oportunas respuestas…)
El Dr.Maradona -fundador de una Colonia de aborígenes-, recomendaba que para mejorar las relaciones con ellos, era imprescindible que «medie la sinceridad, el amor y el estímulo…y sobre todo la educación». Lógicamente, las cualidades esenciales para todas las relaciones humanas. Reconocía el distinguido ciudadano, que «si el indio es retrógrado e indócil está en su naturaleza específica en serlo, la antítesis de otros pueblos de la tierra que se barbarizan con el progreso.
Y nos abocamos así ante un dilema», plantea con firmeza. «Y hay que aceptar que si aquello es de ‘salvajes’, esto es de ‘bárbaros’ no hay términos medios que atenúen esta verdad cruda. Y, ciertamente que lo es; lo estamos viendo, pues, ni unos ni otros posan en los planos equilibrados de la civilización; de la civilización que es amor, que es justicia, que es derecho. Es por eso ‑recomienda‑ que hay que educar al salvaje y al bárbaro; a los unos, conduciéndoles hacia la civilización y a los otros, retrotrayéndoles a la misma, que es común que existan‑ y, esto, con el ejemplo, con la instrucción, con amor. Y ahí también tienen materia las distintas religiones para desarrollar sus actividades en pro de elevar al ser humano hacia la majestad de Dios.
Datos sobre la población en 1914
Las estimaciones de la Comisión Indigenista que integraba el Dr. Maradona, indicaban la presencia de aproximadamente «80.000 aborígenes que después del Censo de 1914 se supo que estaban reducidos a la cuarta parte constituidos por los tobas que habitaban desde Arroyo del Rey hasta el río Bermejo y aún trasponiendo esta frontera, hasta el Pilcomayo y márgenes derecha de los ríos Paraguay y Paraná; los vilelas, guaicurús, frente a Corrientes; los matacos, en el alto Bermejo sobre la costa, y centro de Formosa, los espineros y mocovíes, en la Región Central Chaqueña, en núcleos descendentes por debajo del paralelo 3l en Santa Fe (San Javier); los chiriguanos, hacia el norte (Orán) en conexión con los chaqueños.
Recuerdos de una noche de insomnio…
Comentó el Dr. Maradona, en uno de sus relatos acerca de «El cacique», cuáles fueron sus primeras experiencias en Estanislao del Campo, cuando había «visto reaparecer cien veces el monte… un ‘ñandú’ que pasa, un grupo de indios que caminan. Y por allá, como entre una bruma, un perro flaco…y nada, nada más que altere el panorama.
Y pensando en su suerte me conmuevo. Y la horda salvaje inánime prosigue…
En una noche de insomnio, en Estanislao del Campo,‑ acicateado por el calor y los mosquitos me dispuse, desde el rancho que me albergaba, oír a la distancia el eco monótono que me traía el viento de una cercana toldería de indios tobas. Aquellas voces tristes y monótonas, sonoras en el silencio de las horas parecían surgir de ultratumba: tenían, se me ocurre, la naturaleza áspera de todo lo creado que nos circunda aquí, desde la prosaica consistencia del quebracho, la amenaza punzante del vinal… Tenían aquellas voces el encanto de su rudeza y la atracción de su solemnidad.
Repercutían aquellas extrañas vibraciones en mi alma de muy distinto modo; era la primera vez que los oía; y a la sensación de miedo, en que percibí erizárseme el cabello y una ola de frío correr por mis venas, suspendiendo la respiración por un instante, siguió una reacción reparadora de calor que se tornó como en valor de un cruzado. Y me dispuse para oír mejor.
Este fenómeno complejo que asumía de perturbación mental, algo de miedo y de coraje, de escalofrío y de calor; de perplejidad que siempre fatalmente termina en un sentido en el campo de la conciencia, se me representaba como la fuerza resultante del clásico teorema; en la misma forma en que se asiste al campo de batalla en el que se debe afrontar y no rehuir, o en un examen de fin de curso en que se empeña una carrera.
Aquella noche de insomnio hubiera optado por lo primero sin que esto signifique preciarme de valiente. Hubiera querido presenciar aquella fiesta clásica en la que se canta y se baila y que tiene además, algo de rito salvaje, sin exclusión de lo sagrado de su contenido; mas, me han dicho de lo arriesgado que es la presencia de ‘cristianos’ en tales circunstancias.
La bulla se prolongó toda la noche hasta el amanecer dejándome tocado por la curiosidad…»
Pasó el tiempo y el Dr. Maradona convivió con esos aborígenes, que lo respetaban porque él supo reconocerlos en su dignidad. Así pudo luego relatar cómo eran esas fiestas, «ante espectadores que hacen coro, también saltan, grita, corren, se retuercen, accionando con la cabeza y los miembros, como si estuvieran actuando, pero en el escenario circunscripto de alrededor de la fogata». Allí se cumplían todos los ritos: el de la pubertad de alguna joven, a quien «el cacique proclamaba apta para el matrimonio» mientras la tribu aclamaba y le deseaba felicidad, augurándole la maternidad de un niño que ha de ser valiente, hermoso, resistente…»
En la toldería, generalmente cercana a algún arroyo o laguna, para disponer del agua indispensable, viven «improvisados en santa paz», en «la choza o el toldo» que ellos levantan «a modo de techumbre», con «ramas, pajas, hojarasca…» En la proximidad la mujer toba corta su pelo, dejándose un copete en la frente, a veces; se depila las cejas y pestañas y marca el rostro con trazos paralelos y cruzados en los cachetes y la frente. Es laboriosa, «prepara los alimentos y las bebidas para aplacar el hambre y calmar la sed y por ende, entonar el espíritu caído de este pueblo soñoliento»; ella «se desvela por la supervivencia de la raza». Trabajan algunas fibras vegetales, las tiñen y confeccionan sus prendas en telares. Preparan los alimentos y entienden sobre el uso de las hierbas medicinales. Cuando organizan sus fiestas, usan collares de abalorios o de discos, lucen vinchas, pulseras y aros, algunas veces hechos con metal. Los hombres, se dedican a la caza y a la pesca. Son menos activos que las mujeres. Los niños comienzan a practicar esas habilidades acompañados por sus padres.
La música…
Confeccionan sus instrumentos: el «pim‑pim», fabricado con un tronco ahuecado y cubierto el orificio con piel de vizcacha de cabra, que suena como un tambor. Suelen utilizar matracas, mate seco, flauta de caña o de canilla de ñandú; algunas lonjas de cuero con recortes de metal que al chocar entre sí producen un sonido agradable. Acompañan esos ritmos con una tonada monótona y melancólica. Algunos, preferían el «kotaki», improvisado «con una olla o continente metálico» que se golpeaba con palillos o con la mano.
Los tatuajes…
El tatuaje no es exclusividad de los aborígenes, porque lo lucen en su piel, distintos grupos sociales. Las mujeres se encargaban de preparar la materia tatuante, utilizando corteza y tallos de aliso en prolongadas cocciones, hasta lograr una tintura azulada, que mezclada con polvo de valvas trituradas o con polvo común, sirve para frotar sobre la epidermis que previamente debía ser marcada ‑dibujada en una sucesión de pinchazos‑, con una espina o un elemento punzante. Esta costumbre en algunos casos tenía connotaciones religiosas y hasta se pensaba que servía como profilaxis para evitar algunas enfermedades. Algo es seguro: quien tiene un tatuaje es fácilmente reconocible, al menos si el diseño es exclusivo y visible…Entre los aborígenes, se lo ha utilizado como «un motivo de orden social, de jerarquía, de embellecimiento, de nacionalidad…» La belleza del tatuaje, depende de la habilidad artística del cacique que lo ejecute y si hubo libertad para elegir la forma, está directamente relacionado con el sentido estético del tatuado.
Complejas relaciones económicas…
Incontables páginas han sido escritas para aludir a la «explotación» que han soportado los aborígenes. El Dr. Maradona, ha visto en su lugar de residencia, cómo hasta los comerciantes ambulantes especulaban con el trabajo de ellos, para que trasladaran sus artículos con menor costo. Cuando había que desmontar y abrir surcos, siempre se pensaba en cuatro o cinco «indios»; si había que contratar para el quebrachal, ninguno podía rendir tanto por tan escasa retribución. En consecuencia, más de una vez, «el ‘pícaro’ indio, con todo disimulo lo conducía a una emboscada con el fin de robo y la cosa terminaba en un crimen», una lamentable decisión que es excepcional, comparada con las infinitas explotaciones que soportó tolerante porque necesitaba trabajar para pagar lo que consumía. Desde que los nuevos habitantes de la llanura les hicieron conocer nuevos productos, que él no podía elaborar y que poco a poco, lo fueron acostumbrando a creerlos necesarios, se fue asegurando una dependencia en constante crecimiento, y así se consolidaron los injustos pactos, a partir del «contrato verbal de trabajo», siempre en las peores condiciones para el aborigen.
Generalmente los litigios se arreglaban con indemnizaciones: entrega de objetos para compensar las diferencias, y si se producían reacciones violentas, servían tanto la macana como las bolas o las boleadoras, produciéndole graves lesiones a las víctimas.
Los entretenimientos…
El juego permite compartir el tiempo, estar entretenido, hacer ejercicios… Los aborígenes jugaban al «dole», con una «bocha de madera liviana» que empujaban y arrojaban mediante el uso de un «bastón». En algunas circunstancias se producían accidentes y se creaban controversias. El Dr. Maradona se pregunta si ese juego, no será el mismo «de la ‘gueca’, aquel que Hernando Arias de Saavedra prohibió el 29 de noviembre de l603, en su sexta gestión gubernativa…»
También practicaban el fútbol, jugaban con los cocos, y aprendieron a usar los naipes y a jugar al truco. No tenían en cuenta la cantidad de horas que pasaban entregados a ese ocio que servía además para beber, mascar coca o fumar tabaco… El Dr.Maradona, ha dicho: «Estoy por creer que en esto son sobresalientes, como sobresalientes son en el ‘dulce no haber nada’…»
Algunos nombre en la historia de la Historia…
Cacique Pablito…
Lo nombra el Dr. Maradona al referirse a los tobas y sinipies que vivían en el Cerrito, que al tiempo de su visita a ese lugar, los halló «capitaneados por el Cacique Pablito…», quienes agrupados a mocovíes y abipones, en un tiempo «asolaron Córdoba, Santa Fe y Santiago del Estero, en épocas hispánicas».
Cacique Moreno…
Comentó el Dr. Maradona que «el cacique es todo un personaje ilustre en su medio que conoce cual un augur en el vuelo de las aves, en los gritos nocturnos de éstas, en el gesto de los hombres y de los animales, acontecimientos próximos que debe advertir.
El ve en los astros, signos de una complicada astronomía y con el oído posado sobre la tierra, ausculta los fenómenos dinámicos que se suceden en el suelo de sus dominios: y todo lo prevé; tiene un tacto fino y el además severo, por eso suele ser el mejor ‘soldado’.»Explicó que a veces los aborígenes han cambiado sus nombres y han adoptado los apellidos de militares o civiles a quienes han admirado. Recordó que una vez llegó procedente del «ingenio Las Palmas», el «cacique Moreno» que se desempeñaba en un cargo policial, y tenía la misión de «conchabar hombres capaces para llenar sus compromisos que tenía concertados ‑seguro de ganar un tanto por cada indio que llevara dispuesto a trabajar», pero en ese momento no tuvo éxito, porque los aborígenes no soportaban «los malos tratos», «los engaños» y las distancias que debían recorrer a pie, soportando hambre y sed. Creyó el Dr. Maradona que tenía setenta años en ese momento, y advirtió que estaba «temeroso de la muerte» y no se dejó revisar. Falleció al poco tiempo, prefiriendo «el libre albedrío»…antes que someterse al tratamiento continuo de una enfermedad.
Juan Contrera Heragaick
Fue un colaborador en la demarcación de la colonia aborigen «Juan Bautista Alberdi», que intentó defender a «sus hijas menores contra otros paisanos alcoholizados procedentes del Chaco Austral», y fue muerto a golpes con la «maza ‘rompehueso’…» que es tan contundente que si pega, seguramente mata.
Manucho…
Ha escrito el Dr. Maradona, acerca de las creencias que tenían sobre la muerte las tribus aborígenes. Pensaban que eran consecuencia de un «mal», y «los familiares buscan la venganza en el presunto victimario y tratan de matar al espíritu destrozando el cadáver…», como una vez sucedió cuando «Manucho, que había sido mordido por una serpiente y que tuvo tiempo de tratarse con el suero polivalente antiofídico a lo que se negó rotundamente. Hinchado por el proceso de la putrefacción, entre humareda y gritos, sus compañeros a viva fuerza le alzaban en vilo y luego, abandonado en el espacio, lo proyectaban sobre el suelo ya ahí sin otra preocupación saltaban sobre el cuerpo yacente hasta reventarlo. «Manucho, era acusado de estrupo y se mostraba indiferente durante la curación de una doncella de su mismo redil, como asimismo su compañera, hasta llegar a negar a que se la tratara, con un gesto soberbio. Durante los velorios, lloraban y gritaban; las mujeres se rasuraban la cabeza, y las mujeres particularmente se cortaban las falanges, de modo que algunas perdían los dedos, hechos comprobados entre los timbúes, los chanás y los charrúas, como comentó Luis Ramírez, en cartas que cita el Dr. Maradona.
José Fernández Cancio
Destacó el Dr. Maradona que «con sus caciques blancos, que para el caso son hombres blancos el indio es dócil como un can. Recuerdo como le querían al explorador José Fernández Cancio, los indios de algunas tribus del Pilcomayo. Se trataba de que don Fernández Cancio, persona respetable en Clorinda ‑asturiano, fundador de ese pueblo en 1902‑, con humana comprensión, les favorecía; el mismo que fuera encomendado por el gobierno paraguayo para rescatar el cadáver del malogrado artista italiano Guido Boggiani, muerto alevosamente por los indios chamacocos en la comisión de un robo en el Chaco Boreal y esto, después que el mismo explorador, en 1901 rescatara los restos del Ing.Civil Enrique P. de Ibarreta en Estero de Patiño que bajaba por el Pilcomayo desde la Misión de San Antonio (hoy Villamonte)». Ibarreta, «italiano de Stresa, nacido en l86l: pintor, músico y poeta» había explorado el Matto Grosso y «murió a golpes de maza en compañía de su criado Gabilán, a mano de sus guías chamacocos, en 1901.
Bartolomé de las Casas…
«Fue muerto de un escopetazo». El Dr. Maradona asistió al velatorio en el toldo, y allí encontraron a una aborigen «que se había cortado el pelo, lloraba desconsoladamente»…
(Lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.)