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19 de abril: día del Aborigen

(Es oportuno expresar que aborigen es una palabra derivada del latín y en el Diccionario de la Real Academia Española está escrito: “…adj.║ Originario del suelo en que vive. Tribu, animal, planta ABORIGEN. ║ 2. Dícese del primitivo morador de un país, por contraposición a los establecidos posteriormente en él. Ú. m. c. s. y en pl.” -úsase más como sustantivo y en plural.)

Aborígenes en el noreste argentino…

El Dr. Esteban Laureano Maradona convivió con grupos descendientes de aborígenes y dejó escrito:

“En esta llanura boscosa vivió el  indio chaqueño, y viven aún en decadencia sus  descendientes:  tobas, matacos, pilagás, mocovíes,  chulupis,  vile­las, etc. y otros que se diluyen, podríamos decir ‑con la cruza, estando en minoría.”

Ha explicado el Dr. Maradona que el Chaco es voz que en idioma  quichua significa “caza  de  ojeo  o montería” y para otros “selva o  monte   provi­dencial”,  o “país de la caza, o cacerío y rodeo”, de acuerdo  con distintas   interpreta­ciones.  Cuestiónase  al   decir: “aunque la palabra ‘indio’ no es correcta en su asignación  para el hombre autóctono de América, puesto   que no  es sinónimo de indígena, el uso lo ha hecho,  desde aquel día que Colón descubrió la Isla Guanahaní (12 de  Octubre de 1492), llamándole así por un equívoco ‑a los   mismos, que otros, más susceptibles de progreso‑,  como lo es el guaraní, para asignarles el concepto de salvajes,   les llamó ‘guaicurú’ a todas las  parcialidades, extendiendo  el concepto de primitivo,  irreductible  a semejanza de un pueblo así llamado que se aislaba en la selva  del Chaco Boreal, aunque se movían en un  ámbito mayor…”

“El pueblo más poético de América”…

Maradona lo describe así: ‘Erguido y musculoso en general a pesar  de la desnutrición que se le atribuye y  de  las privaciones  que se le supone, llega a ser  ‘petiso’  y  retacón en los actuales matacos y  hasta pequeño,  como en  los montaraces guayakíes de las Misiones,  pero  de complexión  siempre  delgada y de  actitud  vivaz,  con movimientos sueltos en la acción.”

“La piel cobriza más o menos de un tinte acentuado en los unos, pero en todos curtida por el sol,  siempre fina  y  lampiña, con excepción de  algunos,  el  color  blanco y el pelo rubio no faltan en los alegres  chulupíes, cuyas cimbas doradas contrastando con la cabellera lacia y renegrida de los demás, echa hacia atrás  en sus acomodos, al emprender la faena cotidiana y alegremente  canta, como así, en plena primavera.

Razón  tuvo el Dr. Juan A. Domínguez,  cuando  hablando de ellos dice: que es ‘el pueblo más poético  de  América’.

Aquellos cabellos renegridos y lacios  ‑liótricos‑ que  hemos dicho abundosos, relu­cientes y gruesos,  que ostentan uno y otro sexo, recortados a lo poeta en  los  hombres  y en cambio rasurados a veces el casco  en  la mujer,  los  que al caso terminan con un copete  en  la  frente cuando está de duelo, blanden al viento, ligeros en  los menos, o aprisionados por una vincha o  por  un  chambergo rubano, en los más, y no siempre asegurados y en orden de todos.

 El  rostro  ancho, la frente deprimida,  chata  la nariz, sobresalientes los arcos superciliares,  armonizan con prominentes pómulos, ahuecando las órbitas,  en cuyas cuencas brillan oscilantes pequeños ojos  negros, llenos de intención. Las cejas y pesta­ñas con  frecuencia  depiladas en ambos sexos, así como el bigote y  la barba en los varones, hacen del indio un rudo contraste en su fisono­mía fiera entre aquellas sutilezas  femeninas de tocado y su abrupta faz.”

Importancia de la educación.

Destaca el Dr. Maradona que “el indio es suave  en su  conversación  y  a veces dulce en  su  trato,  pero siempre asociado el de un temperamento huraño, desconfiado  y egoísta. Tiene el concepto de su prosapia,  el orgullo  y acaso el de su inferioridad, por eso es  que reacciona en la forma indicada, pero esto lo  evidencia tan  sólo en el trato con los ‘cristianos’, pues  entre ellos existe una confraternidad ejemplar, una comunidad igualitaria les nivela por lo menos en la tribu. Y esto es así ‑ afirma Maradona‑ porque lo que uno posee es de todos; las cargas y obligaciones alcanzan a todos;  los derechos les son comunes; y como decimos, así se desen­vuelven en la vida diaria, en la más completa armonía.”

 

Advierte  el  Dr. Maradona,  que “el  indio  es ‘ratero’  y roba por necesidad”. Si  “con hambre,  mata  un  vacuno  en el  monte y hasta  puede  afrontar  para perpetrar  un crimen y saquear… lo cierto es que  sea menos  común  que  lo haga, en la  proporción  que  los ‘civilizados’,” porque  “los  ‘civiliza­dos’…  ejercen  el  abigeato  como una profe­sión y cometen  delitos  de  homicidio  por  esto y por muchas  otras  causas  menos ate­nuantes.”

Expresa luego: “Sin embargo,  nos  hemos informado  que  existían  tribus que  no  poseían  esas costumbres delictuosas, hasta que no se hubieron puesto en  contacto  con el ‘medio civilizado’…”

ALGUNAS CARACTERÍSTICAS ÉTNICAS

Los mocovíes…

En  el  sur del Bermejo, «eran terri­bles  por  su firmeza y su fiereza en épocas pretéritas», modificando su  comportamiento  en las Reducciones, y  hablando  un idioma pareci­do al de los abipones.

«En general, la familia es monógama y está  confederada en naciones que exceden de sus predios.»   Evoca el Dr. Maradona, las cir­cunstancias en que se  encontraba  «a fines del año 1935 la parcialidad indígena compuesta  por  tobas  y  pilagás que poblaban  las  márgenes  del arroyo Guaicurú: vivía desnuda y hambrienta, crecían la cabellera, se horadaban las orejas y tatuaban el rostro y  miembros;  se  trataban  como podían  sus  distintos males.  Ha pasado este lapso, y los indios  visten,  se alimentan mejor porque trabajan; no se tatúan ni  mutilan;  cortan  el pelo como los civiles  y  entienden  o  hablan  castella­no  y aprenden a leer,  escribir  y  la aritmé­tica.  El  año que iniciamos esta campaña  en  su favor, fue desde que llegamos, aconsejándo­les desde  un  principio:  a  no robar ‘na‑kochágaick’;   a  no  beber ‘na‑n  iylom’;  a no jugar   ‘na‑sigualagaen’;  a  no fumar   ‘na‑dokóllagan»;  a no  pedir  ‘na‑nitake’;  a

trabajar ‘sanaganatagán’.

Los matacos…

Constituyen  con los tobas y los  chorotes,  «el grupo  racial  chaquense típico.

Viven  en  el  Bermejo Superior  y Medio, y en algunos centros del Chaco  Austral. «Petisos y retacones, de carácter taimado, suelen ser  más huraños y sanguinarios que los  anteriores,  y por  ende, más retrógrados». Se los organizó  en  colonias, junto a «más de un centenar de pilagás.»

Los pilagás…

Pertenecientes al grupo «guiacurú‑chaqueños‑, son semejantes  a los tobas», y «a pesar de cierta  leyenda que  les  tilda de ‘inferiores’,  muy  susceptibles  al  progreso».  Algunos  han  conservado  la  costumbre  de adornarse  el  labio con «tembe­tá» ‑adorno  de  madera,  vidrio  o metal que se colocaban luego de horadarse  el labio inferior o el mentón.

Los chulupíes…

«Muchos  de ellos de piel blanca, rubios y  hasta de  ojos azules» ‑reconoce el Dr. Maradona‑. «Sus  cabellos trenzados echan atrás y alegremente cantan como lo hacen  pocos, sobre todo cuando  están  alcoho­lizados».

Sus  mujeres  preparaban  con  vainas  de  «cebil»   la «aloja»,  y  «en las ceremo­nias  evocativas,  empuñando mates y matracas con silbatos de pitos, celebran  aquellas  ‑adornados  con  plumas,  collares  y   ajusta­dos ‘chascas’ en el cuello de las piernas ‑además de pintarrajearse‑  se  entregan a la jarana  en  interminables libaciones en lo que Baco es animador.» Explica el  Dr. Maradona  que utilizaban «las chascas terciadas  en  el cuello  de  las piernas para no  cansarse,  ‑según  sus creencias,  seguido  de  su  prole  y  de  sus   perros flacos…con  la carga al dorso y empuñando alertas  el arco  y la fle­cha. Los he visto desfilar con aquel  desgaire  propio  de ellos, reluciente el lomo  de  marrón oscuro  que ostentan desnudos desafiando la canícula  y con solo un tapa rabo… Comenta además, que en «épocas pasadas  se  sabe que los indígenas  americanos  hacían polvo de semillas desecadas, a las que se le  atribuyen propiedades estupefacientes que les transfería el  goce de un sueño sumamente agradable. Los fumaban en  largas boquillas,  lo absorbían en forma de rapé.»

 

Los tapietés…

«Hablan  guaraní como los chiriguanos y los  chanés,  se les conoce con el nombre de chaguancos y  también  de tembetás»; «poseen costumbres similares a  los tobas, matakos y chorotes» y viven reducidos en la zona del Chaco Boreal.  Alude a otro grupo, que vivía en los montes  misioneros,  «el indígena  ‘guaya­kí’,  pequeño, vivaz y salvaje; rápido en la carrera y criminal en  la acción  cuando  encuentra  ventaja;  vive  como  todos, haciendo  daño». Cuenta una anécdota dramática: en  una oportunidad uno fue «cazado a lazo y enjaulado cual una bestia  para  evitar sus depredaciones», y a  pesar  de ello, «pudo escapar de la muerte»…

 

La indolencia, la abulia…

Manifiesta el Dr.Maradona que «esta condición del indio, que desde luego, es innata en él, como en  otros pueblos de la tierra», «se ve agravada por la falta  de educa­ción  y de estímulo, que debiera impartir  el  gobierno,  ya que no sería lógico ni práctico, pedirlo  a la  buena  voluntad de las gentes. Lo que se  ha  hecho hasta el presente ‑decía en 1936…‑ es reducido en  la enseñanza,  la que es casi imposible dada la  tendencia indí­gena a  arrastrar consigo a su prole en sus  continuas migraciones  a través de la distan­cia».  Luego, reconoce  que  «en la observación de 30 años,  esto  ha mejorado  y ha mejorado mucho». En l949 se crearon  las primeras  Colonias  con escuelas de  jornada  completa, proyecto interrumpido a partir del gobierno de facto en l955.

(Desde entonces se han sucedido diversas iniciativas, sin que realmente se modifique el estado de supervivencia de estos grupos, entre ellos un proyecto del Sen. Carlos E. Montini ‑representante del Dto. Constitución‑ presentado con el objeto de que el Gobierno de la Provincia, en el término de tres años concretara las obras necesarias para consolidar  la reparación histórica que los  aborígenes merecen,  desde las olvidadas normas de los tiempos  de  Hernando  Arias de Saavedra  ‑Hernandarias‑,  siguiendo por  los gobiernos de 1811 y 1813… hasta este  quinto centenario  del encuentro de las dos culturas:  génesis hispanoamericana   y  circunstancia que  constituyó  la primera  alteración en la orga­nización de las  naciones aborígenes que habi­taban este vasto territorio, en  un continente prácticamente inexplorado…

Hasta aquí lo escrito en 1992 y aunque se han sancionado leyes, ellos siguen expresando sus necesidades sin tener oportunas respuestas…)

 

 

El Dr.Maradona -fundador de una Colonia de aborígenes-, recomendaba que para mejorar las relaciones  con ellos, era imprescindible que «medie la sinceridad,  el amor y el estímulo…y sobre todo la educación».  Lógica­mente,  las  cualidades  esenciales  para  todas  las relaciones humanas.  Reconocía el distinguido  ciudadano, que «si el indio es retrógrado e indócil está en su naturaleza  específica en serlo, la antítesis de otros pueblos de la tierra que se barbarizan con el progreso.

Y nos abocamos así ante un dilema», plantea con  firmeza. «Y hay que aceptar que si aquello es de ‘salvajes’, esto  es de ‘bárba­ros’ no hay términos medios que  atenúen  esta verdad cruda. Y, ciertamente que lo  es;  lo estamos  viendo,  pues, ni unos ni otros posan  en  los planos equilibrados de la civilización; de la civilización que es amor,  que es justi­cia, que es derecho.  Es por eso ‑recomienda‑ que hay que educar al salvaje y al bárbaro; a los unos, conduciéndoles hacia la  civilización y a los otros, retrotrayéndoles a la misma, que es común  que  existan‑ y, esto, con el  ejem­plo,  con  la instrucción, con amor. Y ahí también tienen materia las distintas  religio­nes para desarrollar sus  actividades en  pro  de elevar al ser humano hacia la  majestad  de Dios.

        Datos sobre la población en 1914

Las  estimaciones de la Comisión Indi­genista  que integraba  el  Dr. Maradona, indi­caban la  presencia  de aproximadamente  «80.000  aborígenes  que  después  del Censo de 1914 se supo que estaban reducidos a la cuarta parte  constituidos por los tobas que  habita­ban  desde Arroyo del Rey hasta el río Bermejo y aún  trasponiendo esta frontera, hasta el Pilcomayo y márgenes derecha de los  ríos  Paraguay y Paraná; los  vilelas,  guaicurús, frente  a Corrientes; los matacos, en el  alto  Bermejo sobre  la costa, y centro de Formosa, los  espineros  y mocovíes,  en  la Región Central Chaqueña,  en  núcleos descendentes  por debajo del paralelo 3l  en  Santa  Fe (San Javier); los chiriguanos, hacia el norte (Orán) en conexión con los chaqueños.

        Recuerdos de una noche de insomnio…

Comentó  el Dr. Maradona, en uno  de  sus  relatos acerca  de  «El cacique»,  cuáles  fueron  sus primeras experiencias  en  Estanis­lao  del  Campo,  cuando había «visto reapare­cer cien veces el monte… un ‘ñandú’ que pasa, un grupo de indios que caminan. Y por allá,  como entre una bruma, un perro  flaco…y nada, nada más que altere el panorama.

Y pensando en su suerte me conmuevo.  Y la horda salvaje inánime prosigue…

En  una  noche  de  insomnio, en  Estanislao del Campo,‑ acicateado por el calor y los mosquitos me dispuse, desde  el rancho  que me albergaba, oír a la distancia el eco monótono que  me  traía  el viento de una cercana toldería de indios tobas. Aquellas voces  tristes  y monótonas, sonoras en el silencio de  las  horas parecían surgir de ultratumba: tenían, se me ocurre, la naturaleza  áspera de todo lo creado que  nos  circunda aquí, desde la prosaica consistencia del que­bracho,  la amenaza punzante del vinal…  Tenían aquellas voces el encanto  de su rudeza y la atracción de su  solemnidad.

Repercutían aquellas extrañas vibracio­nes en mi alma de muy distinto modo; era  la  primera vez que los oía;  y a  la sensación de miedo, en que percibí erizárseme  el cabello y una ola de frío correr por mis venas, suspen­diendo la  respiración  por un  instante, siguió  una reacción reparadora de calor que se tornó como en valor de un cruzado. Y me dispuse para oír mejor.

Este fenómeno complejo que asumía de perturbación mental, algo de miedo y de coraje, de escalofrío  y  de calor; de  perplejidad  que  siempre fatalmente termina en un sentido en el campo de la conciencia,  se  me represen­taba como la fuerza resultante del clásico teorema; en la misma forma en que se asiste  al campo de batalla en el que se debe afrontar y no rehuir, o  en  un examen de fin de curso en que se empeña una carrera.

Aquella noche de insomnio hubiera optado  por lo primero  sin  que esto  signifi­que preciarme de valiente.  Hubiera querido presenciar aquella fiesta  clásica en la que se canta y se baila y que tiene además,  algo de  rito  salvaje, sin exclusión de lo  sagrado  de  su contenido; mas, me han dicho de lo arriesga­do que es la presencia de ‘cristianos’ en tales circunstancias.

La bulla se prolongó toda la noche hasta el amanecer dejándome tocado por la curiosidad…»

Pasó  el  tiempo  y  el  Dr. Maradona   convivió con  esos aborígenes, que lo respeta­ban porque él  supo reconocerlos  en  su digni­dad. Así pudo  luego  relatar cómo  eran esas fiestas, «ante espectadores  que  hacen  coro,  también  saltan, grita,  corren,  se  retuer­cen, accionando con la cabeza y los miembros, como si  estuvieran actuando, pero en el esce­nario circunscripto  de alrededor  de la foga­ta».  Allí se cumplían  todos  los ritos: el de la pubertad de alguna joven, a quien  «el cacique  proclamaba  apta para el matrimonio»  mientras la  tribu aclamaba y le deseaba feli­cidad,  augurándole la maternidad de un niño que ha de ser valiente, hermoso, resistente…»

En la toldería,  generalmente  cercana  a  algún arroyo o laguna, para disponer del agua  indispensable, viven «improvisados en santa paz», en «la  choza  o  el toldo»  que  ellos  levantan  «a  modo  de  techumbre», con  «ramas, pajas, hojarasca…» En la  proximidad  la mujer  toba  corta su pelo, dejándose un copete  en  la frente, a veces; se depila las cejas y pestañas y marca el rostro con trazos paralelos y cruzados en los cachetes y la frente. Es laboriosa, «prepara los alimentos y las  bebidas para aplacar el hambre y calmar la  sed  y por  ende,  entonar el espíritu caído  de  este  pueblo soñoliento»;  ella «se desvela por la supervivencia  de la raza». Trabajan algunas fibras vegetales, las  tiñen y  confec­cionan  sus prendas en telares.  Preparan  los alimentos  y  entienden  sobre el uso  de  las  hierbas medicinales. Cuando organizan sus fiestas, usan  collares de abalorios o de discos, lucen vinchas, pulseras y aros,  algu­nas veces hechos con metal. Los hombres,  se dedican  a la caza y a la pesca. Son menos activos  que las  mujeres.  Los  niños comien­zan  a  practicar  esas habilidades acompañados por sus padres.

La música…

Confeccionan  sus  instrumentos:  el  «pim‑pim», fabricado con un tronco ahuecado y cubierto el orificio con  piel de vizcacha de cabra, que suena como un  tambor.  Suelen  utilizar matracas, mate seco,  flauta  de caña o de canilla de ñandú; algunas lonjas de cuero con recortes  de metal que al chocar entre sí  producen  un sonido agradable. Acompañan esos ritmos con una  tonada monótona y melancólica. Algunos, preferían el «kotaki», improvisado «con una olla o continente metálico» que se golpeaba con palillos o con la mano.

Los tatuajes…

El  tatuaje  no  es exclusividad de los  aborígenes,  porque  lo lucen en su piel,  distintos  grupos sociales.  Las  mujeres se encargaban  de  preparar  la materia tatuante, utilizando corteza y tallos de  aliso en  prolongadas  cocciones, hasta  lograr  una  tintura azulada, que mezclada con polvo de valvas trituradas  o con  polvo común, sirve para frotar sobre la  epidermis que  previamen­te  debía ser marcada  ‑dibujada  en  una sucesión  de pinchazos‑, con una espina o  un  elemento punzante. Esta costumbre en algunos casos tenía  connotaciones religiosas y hasta se pensaba que servía  como profilaxis   para evitar algunas enfermedades. Algo  es seguro: quien tiene un tatuaje es fácilmente  reconoci­ble, al menos si el diseño es exclusivo y visible…Entre los aborígenes, se lo ha utili­zado como «un motivo de orden social, de jerar­quía, de embellecimiento,  de  nacionalidad…» La belleza  del  tatuaje, depende  de la habi­lidad artística del cacique  que  lo ejecute  y si hubo libertad para elegir la forma,  está directamente  relacionado con el sentido  estético  del tatuado.

 

       Complejas relaciones económicas…

Incontables  páginas han  sido  escri­tas para  aludir a la «explotación» que han  soportado  los aborígenes.  El  Dr. Maradona, ha visto en su  lugar  de residencia,  cómo  hasta  los  comerciantes  ambulantes especulaban con el trabajo de ellos, para que trasladaran  sus  artículos con menor costo. Cuando  había  que desmontar y abrir surcos, siempre se pensaba en  cuatro o  cinco «indios»; si había que contra­tar para el  quebrachal,  ninguno  podía rendir tanto  por  tan  escasa retribución. En  conse­cuencia,  más de  una  vez,  «el  ‘pícaro’  indio,  con todo disimulo lo  conducía  a  una emboscada  con el fin de robo y la cosa termi­naba en un crimen»,  una lamentable decisión que  es  excepcional, comparada  con las infi­nitas explotaciones que  soportó tolerante  porque necesitaba trabajar para pagar  lo  que consumía. Desde que los nuevos habitantes de la  llanura les hicieron conocer nuevos productos, que él no  podía elaborar y que poco a poco, lo fueron acostumbrando  a creerlos  necesarios, se fue asegurando una dependencia en constante crecimiento, y así se consolidaron los injustos pactos, a partir del «contrato  verbal  de  trabajo», siempre en las peores condiciones para el aborigen.

Generalmente los litigios se arreglaban con indemnizaciones: entrega de objetos para compensar las  diferencias,  y si se producían reacciones violentas,  servían tanto la macana como las bolas o las boleadoras, produciéndole graves lesiones a las víctimas.

        Los entretenimientos…

El  juego permite compartir  el  tiem­po,  estar entretenido, hacer ejercicios… Los  aborígenes  jugaban  al  «dole»,  con  una  «bocha de  madera  liviana» que  empujaban y arrojaban mediante el uso de un  «bastón». En algunas circunstancias se producían accidentes y se creaban controversias. El Dr. Maradona se pregunta si  ese juego, no será el mismo «de la  ‘gueca’, aquel que  Hernando Arias de Saavedra prohibió el 29  de  noviembre  de l603, en su sexta  gestión  gubernativa…»

También practicaban el fútbol, jugaban con los cocos, y aprendieron  a usar los naipes y a jugar al  truco.  No tenían  en  cuenta  la cantidad de  horas  que  pasaban entregados  a  ese ocio que servía además  para  beber, mascar coca o fumar tabaco… El Dr.Maradona, ha dicho: «Estoy  por creer que en esto son sobre­salientes,  como sobresalientes son en el ‘dulce no haber nada’…»

 

Algunos nombre en la historia de la Historia…

Cacique Pablito…

 

Lo nombra  el Dr. Maradona al referirse a los tobas y sinipies  que vivían en el Cerri­to, que al tiempo de su visita a ese lugar, los halló  «capitaneados  por el Cacique Pablito…», quienes agrupados a mocovíes  y abipones,  en un tiempo «asolaron Córdoba, Santa  Fe  y  Santiago del Estero, en épocas hispánicas».

 

Cacique Moreno…

 

Comentó el Dr. Maradona que «el cacique  es  todo un  personaje  ilustre  en  su  medio que conoce cual un augur en el vuelo de las aves, en  los  gritos nocturnos de éstas, en el gesto de los hombres y de los  animales, acon­tecimientos próximos que debe  advertir.

 

El ve  en  los  astros, signos de una complicada astronomía y con el oído posado sobre la tierra, ausculta los fenómenos  dinámi­cos  que  se suceden en el suelo de sus domi­nios: y todo lo prevé; tiene un tacto fino  y el además  severo, por eso suele ser el mejor  ‘soldado’.»Explicó  que  a veces los aborígenes han  cambiado  sus nombres  y  han adoptado los apellidos de  militares  o civiles  a  quienes han admirado. Recordó que  una  vez llegó procedente del «ingenio Las Palmas», el  «cacique Moreno»  que  se desempeñaba en un  cargo  policial,  y tenía  la  misión de «conchabar  hombres  capaces  para llenar sus compromisos que tenía concertados ‑seguro de ganar  un tanto por cada indio que llevara dispuesto  a trabajar»,  pero en ese momento no tuvo  éxito,  porque los  aborígenes no sopor­taban «los malos tratos»,  «los engaños»  y las distancias que debían recorrer  a  pie, sopor­tando hambre y sed. Creyó el Dr. Maradona que tenía setenta  años  en ese momento, y  advir­tió  que  estaba «temeroso de la muerte» y no se dejó revisar.  Falleció al poco tiempo, prefiriendo «el libre albedrío»…antes que someterse al tratamiento continuo de una  enfermedad.

 

Juan Contrera Heragaick

 

Fue  un  colaborador  en  la  demarca­ción  de la colonia aborigen «Juan Bautista Alberdi», que intentó defender a  «sus hijas menores contra otros paisanos alcoholizados  procedentes  del Chaco Austral»,  y  fue muerto  a golpes con la «maza ‘rompehueso’…»  que  es tan contundente que si pega, seguramente mata.

 

Manucho…

 

Ha  escrito   el  Dr.  Maradona,  acerca  de las  creencias que tenían  sobre la muerte  las  tribus aborígenes. Pensaban que eran consecuencia de un «mal», y  «los  fami­liares buscan la venganza en  el  presunto victimario y tratan de matar al espíritu des­trozando el cadáver…», como una vez sucedió cuando «Manucho,  que había sido mordido por una serpiente y que tuvo  tiempo de  tratarse con el suero polivalente antiofídico a  lo que se negó rotundamente. Hinchado por el proceso de la putrefacción, entre humareda y gritos, sus compañeros a viva fuerza le alzaban en vilo y luego, abandonado en el  espacio, lo proyec­taban sobre  el suelo ya ahí  sin otra  preocu­pación  saltaban sobre  el  cuerpo  yacente hasta reventarlo. «Manucho, era acusado de estrupo y se mostraba indiferente durante la curación de una  doncella  de  su mismo redil, como  asimismo  su  compañera, hasta llegar a negar a que se la tratara, con un  gesto sober­bio.  Durante los velorios, lloraban y   grita­ban; las  mujeres  se  rasuraban  la cabeza, y  las  mujeres particularmente se cortaban las falanges, de modo que algunas perdían los dedos, hechos comprobados entre los  timbúes,  los chanás y los charrúas, como comentó  Luis Ramírez,  en cartas que cita el Dr. Maradona.

 

José Fernández Cancio

Destacó el Dr. Maradona que «con  sus caciques blancos,  que   para  el  caso  son  hombres blancos el indio es dócil como un can. Recuerdo como le querían al  explorador  José Fernández Cancio,  los  indios de algunas  tribus  del Pilcomayo. Se trataba de  que  don Fernández Cancio,  persona  respetable  en   Clorinda ‑asturiano, fundador de ese pueblo en 1902‑, con humana comprensión, les favorecía; el mismo que fuera encomendado por el gobierno paraguayo para rescatar el cadáver del  malo­grado artista italiano Guido Boggiani,  muerto alevosamente  por los indios chamacocos en la  comisión de  un robo en el Chaco Boreal y esto, después  que  el mismo  explorador,  en 1901 rescatara  los  restos  del Ing.Civil  Enrique P. de Ibarreta en Estero  de  Patiño que  bajaba  por el Pilcomayo desde la  Misión  de  San Antonio  (hoy  Villamonte)».   Ibarreta,  «italiano  de Stresa,  nacido en l86l: pintor, músico y poeta»  había explorado el Matto Grosso y «murió a golpes de maza  en compañía  de  su criado Gabilán, a mano  de  sus  guías chamacocos, en 1901.

 

Bartolomé de las Casas…

«Fue muerto de un escopetazo».  El   Dr. Maradona asistió al velatorio en el toldo, y allí encontraron  a una aborigen «que  se había  cortado el  pelo, lloraba desconsoladamente»…

 

(Lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.)

 

 

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