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Vigencia de Monseñor Eduardo F. Pironio (1920-1998)

“…desde la profundidad del silencio, la intensidad de la oración y la serenidad de la contemplación”.

Cardenal Eduardo F. Pironio.

Vigencia de Monseñor Eduardo F. Pironio (1920-1998)

1972: misión en la Diócesis de Mar del Plata.

 

En el laberinto de las comunicaciones, el 5 de febrero de 1998, una señal anunció el tránsito a la inmortalidad de Monseñor Eduardo F. Pironio.

Señales en la trayectoria…

Eduardo Pironio nació el 20 de diciembre de 1920. Ordenado sacerdote en 1943. Fue Obispo  de la Diócesis de Mar del Plata. Secretario y Presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).  Prefecto de la Congregación para los “Institutos de Vida Consagrada”.  Presidente del Consejo Pontificio de los Laicos. El Papa Juan Pablo II lo nombró Delegado personal para presidir en  ENEC (Encuentro Nacional Eclesial Cubano” en 1986.

Autor de varios libros, entre ellos: Meditación para tiempos difíciles, editado en 1977… tiempo de profunda crisis entre los argentinos: una guerra civil no declarada seguía aniquilando, no sólo a quienes eran protagonistas directos en los enfrentamientos armados, durante los secuestros y torturas…

(Recuerdo haber leído y releído esas conmovedoras reflexiones de monseñor Pironio, mientras me acercaba lentamente a la orilla oeste del río Coronda, cerca de Los Amores, en Las Delicias, de Sauce Viejo, al sur de la capital santafesina… al sur de ¡Santa Fe de la Vera Cruz!)

1972: misión en la Diócesis de Mar del Plata

El 26 de mayo de 1972, “en los días de efusión del Espíritu Santo en Pentecostés”, Monseñor Pironio cumplía su misión como Obispo de la Iglesia Católica y máxima autoridad de la Diócesis de Mar del Plata.

En aquel tiempo recordó a su hermano y amigo, a su maestro, Monseñor Enrique Rau, primer Obispo de Mar del Plata y reiteró su compromiso:

“Yo quiero seguir sembrando en el surco que él ha abierto.

De él aprendí el Misterio de la Iglesia…

Fue su amor fundamental y único.  Y supo contagiarlo a sus discípulos…

Y como tenía un alma de niño solía envolver todo eso en la transparencia fácil de la música y la poesía.”

Las obras de Monseñor Pironio confirmaron su fidelidad a aquella prédica que iluminó “la ruta abierta de esta iglesia peregrina”, que seguirá creciendo “en la actividad madura de la fe, en la firmeza inquebrantable de la esperanza y en el cotidiano trabajo de la caridad”.

En su Primera Carta Pastoral, monseñor Pironio asumió el compromiso de ser “como padre, hermano y amigo”.  Su humildad quedó reflejada en su única demanda:  “Sólo les pido que me acepten en mi pobreza”.   [1] [1]

Al tomar posesión de la Diócesis de Mar del Plata, durante la Homilía monseñor Pironio había expresado a “sus hermanos”:

“Les deseo de corazón estas tres cosas: paz, alegría, esperanza.

Se las deseo a todos ustedes que ya ‘son mi alegría y mi corona’ (Fil. 4,1).”

Apuntaba a una “paz duradera que supone la Justicia.  Alegría imperturbable que supone la fecundidad del amor.  Esperanza firme y creadora, que supone seguridad y compromiso”.  En esa oportunidad se comprometió a “trabajar por ellas”.

Así lo hizo hasta los últimos momentos de su vida terrenal.

Monseñor Pironio había experimentado en “el CELAM, la fecunda comunión de los Obispos y de las Iglesias Particulares del Continente”. Advertía la necesidad de “que nos sintamos inquebrantablemente fieles al Espíritu de unidad, a la Iglesia universal y a su principio visible de comunión en la tierra: el Papa.”

Insistía Monseñor Pironio en que “dondequiera se proclame el Evangelio y se celebre la Eucaristía del Señor -legítimamente presidida por el Obispo- allí está verdaderamente la Iglesia de Jesucristo”.

Reconocía que:

“…la mayoría del Pueblo de Dios, sin embargo, la constituyen los laicos.  Ellos son la Iglesia introducida en el mundo -como sal y luz, como fermento y levadura de Dios- para dar allí testimonio del Señor Resucitado, proclamar las maravillas de Aquél que nos llamó de las tinieblas a la luz admirable (I Pet. 2,9); ofrecer espiritualmente a Dios la actividad cotidiana de los hombres, comprometer la madurez de su fe en la construcción de la historia, transformar evangélicamente las estructuras y hacer en Cristo un mundo más libre, más humano, más fraterno.”

Aquella Primera Carta Pastoral del otoño de 1972 instaló uno de los pilares del renovado diálogo que generó, primero con los marplatenses y cuatro años después con los lectores de distintas localidades argentinas, latinoamericanas, a través de diferentes publicaciones.

Monseñor Pironio propuso “Amar profundamente a la Iglesia… porque expresa y comunica a Cristo.  Porque es signo y exigencia de unidad de los cristianos”.

Insistió en que  “el Obispo, consagrado plenamente por el Espíritu Santo, constituye una particular presencia de Cristo (L.G.21).  Esto no es un privilegio.  Es una seguridad y un compromiso.  El Obispo -auténtico sucesor de los Apóstoles- es el primario testigo de la Pascua.  Lo cual le impone dos cosas: exigencia evangélica de pobreza (desprendimiento, conciencia de sus límites, necesidad de los otros, hambre de Dios) e inquebrantable firmeza en el Espíritu”.

Analizaba monseñor Pironio la concurrencia de la Fuerza del Espíritu Santo, en la Verdad, “que no puede ser descubierta por el mundo ni aprendida”, porque “desciende ‘de lo alto’ (Sant.,3, 17)”; en la Fortaleza, que “nos hace verdaderamente pobres y desprendidos, pero inquebrantablemente firmes y seguros”; en la confirmación del Amor cuando se comprende que “quien busca auténticamente a Dios y se entrega plenamente a su servicio no puede nunca descuidar a sus hermanos”.

Advirtió que “cada Obispo, en cuanto miembro del Colegio Episcopal y como legítimo sucesor de los Apóstoles, debe tener “aquella solicitud por la Iglesia universal que la institución y precepto de Cristo exigen” (L.G. 23). Eso hará que un Obispo diocesano se sienta fraternalmente comprometido con los demás Obispos de su país, del continente latinoamericano, del mundo entero.  Y que experimente el gozo y la seguridad de una comunión muy honda con el Papa, Cabeza del Colegio Episcopal”.

Se impone reconocer que la claridad y la firmeza impregnaron todas las actitudes de monseñor Pironio y que día a día, sin interrupciones crecía su compromiso como profeta, porque él estaba convencido de que era imprescindible avanzar “hacia una Iglesia Pascual” que “no es precisamente una Iglesia triunfalista.  Al contrario, es la Iglesia de la cruz y la esperanza, de la muerte y la fecundidad, del anonadamiento y la exaltación.  Una Iglesia Pascual es esencialmente una Iglesia pobre.  Una Iglesia que vive la libertad del desprendimiento y el gozo profundo del servicio.  Una Iglesia que “va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que Él venga” (LG. 8)Nada más contrario a una Iglesia Pascual que la seguridad humana, la tentación del poder, o el deslumbre del prestigio.”

Advirtió que “una Iglesia en misión -llena del Espíritu Santo- entra en el mundo para decirles a los hombres: Felices los que trabajan por la paz” (Mt. 5) Pero sabiendo que la paz es fruto de la justicia que la hacemos todos y que nace antes en el corazón de los cristianos”.

Insistió en que…

“trabajar por la paz, entre nosotros,

es proclamar la justicia y sembrar el amor…”

Monseñor Pironio destacó la importancia de “la esperanza cristiana” que es “creación y compromiso”, porque era consciente de que se vivía en “una hora difícil y crucificante, pero providencialmente rica y fecunda” ya que existía la posibilidad de comprender que “no existen dos Iglesias: la Iglesia de la Institución y la Iglesia del Espíritu” y se imponía el descubrimiento de “la Iglesia ‘comunión’… que se realiza en tres planos: con Cristo, en el seno del Pueblo de Dios, en el corazón de la historia” y que   “exige muerte y donación, desprendimiento y entrega… de la totalidad de sus miembros…”

Recordó que S.S. Pablo VI, el 24 de agosto de 1968 al inaugurar en Bogotá la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano proclamó ante los Obispos:

“Dichoso nuestro tiempo atormentado y paradójico que casi nos obliga a la santidad”. 

En aquella circunstancia, el Papa también habló a los campesinos colombianos:

“Oímos el grito que sube de vuestro sufrimiento”.

Rememoró el documento de los Obispos reunidos en Medellín: “Un sordo clamor brota de millones de hombres pidiendo a sus Pastores una Liberación que no les llega de ninguna parte”. (M. 14,2).  Monseñor Pironio recomendaba tener en cuenta que Pablo VI -el 10 de mayo de 1971-, marcó un rumbo en el camino de la Evangelización: “se ha de pensar particularmente en los jóvenes, protagonistas de un futuro que ya está empezado”.  El 11 de noviembre de 1972, desde Bogotá proyectó su visión sobre “la Iglesia en América Latina” y resulta evidente que estaba conmovido porque la juventud con frecuencia buscaba “la liberación por los caminos de la violencia, como única forma de ser fieles al hombre y de vivir en lo concreto la madurez de fe.”  En consecuencia, planteó una reflexión teniendo en cuenta que “la liberación implica el sacudimiento de toda servidumbre (empezando por el pecado que esclaviza: J. 8,33), opresión o dependencia injusta… (egoísmo, ignorancia, hambre, miseria, injusticia, muerte…” y que para lograrlo, es necesaria “la creación de condiciones tales que hagan posible al hombre ser el sujeto activo de su propia historia”, aseverando que “en términos bíblicos la liberación coincide con la redención.  Pero extendida a la totalidad del hombre, los pueblos y el cosmos”.

Monseñor Pironio reconocía que  además de aprender el Sermón de la Montaña y las Bienaventuranzas Evangélicas, hacía “falta celebrarlas en la vida” porque desde su punto de vista -compartido por millones de personas…- “no somos verdaderamente pobres, ni mansos, ni misericordiosos.  No tenemos hambre sincera de justicia.  No hemos amado a Dios con toda el alma ni hemos descubierto a Cristo en los hermanos…”

Transcurrió un cuarto de siglo desde la difusión del lema “La paz es posible” durante la Jornada Mundial de la Paz del 1º de Enero de 1973.  Un mes antes, Monseñor Pironio desde Mar del Plata, recomendaba tener en cuenta que la paz será posible “si se la funda en la verdad y la justicia, en la libertad y el amor.  La verdad exige lealtad y transparencia, reconocimiento de los derechos humanos, conciencia de que todo hombre es imagen de Dios y tiene una vocación suprema ineludible; sinceridad en el diálogo, fidelidad en la tarea.  La justicia implica hacer posible la real participación de todos en la vida de los pueblos.  Que no existan diferencias irritantes.  Que no haya marginados en el orden de las relaciones sociales, en los bienes de la naturaleza y de la cultura, en la construcción positiva de la historia.  La libertad exige quitar todo tipo de servidumbre derivada del pecado.  Hoy hablamos mucho de liberación, pero ¿qué es la liberación?  Es la creación de condiciones tales que permitan al hombre -y a todo hombre- ser verdaderamente artífice de su propio destino, realizador activo de su vocación única y divina.  El amor implica descubrir que todo hombre es nuestro hermano.  Y que eso exige una gran capacidad para morir y entregarnos, para asumir el dolor y la alegría de los otros, para solidarizarnos fraternalmente con los que sufren y esperan.”

En esos tiempos difíciles, Monseñor Pironio insistía en que “la paz la hacemos todos -viviendo en la verdad y la justicia, la libertad y el amor- o seguiremos devorándonos los unos a los otros y engendrando en los pueblos la violencia…  Es preciso despertar la conciencia de los principales responsables del destino de los pueblos.  En sus manos, sobre todo, está adelantar los caminos de la paz o prepararlos para la destrucción y la muerte.”

En su primer mensaje de Navidad desde Mar del Plata, sin soslayar la violencia que acosaba a sus hermanos en una Argentina que parecía un volcán en vísperas de la atroz erupción, repitió “el augurio inicial”: “paz, alegría y  esperanza.  Paz en un mundo que se quiebra en la violencia.  Alegría en un mundo que se muere de tristeza.  Esperanza en un mundo que se paraliza en el cansancio, la desilusión y el pesimismo… que la Navidad suceda para todos.  Porque hay muchos todavía que no pueden celebrarla.  Falta el pan material en muchas mesas.  Falta el pan del amor y la verdad en muchas almas.  Falta el pan de la justicia y la amistad en muchos pueblos…”

[1]).

[1] Pironio, Eduardo F. Mons. La Iglesia en América Latina (Escritos Pastorales Marplatenses I). Buenos Aires, Editora Patria Grande, enero de 1976.  Ejemplar disponible en la Biblioteca Pedagógica “Domingo Faustino Sarmiento”; Santa Fe de la Vera Cruz. Cesión que agradezco a quienes allí trabajan con evidente actitud vocacional y misional.

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