El talentoso escritor español Pedro Salinas en el primer capítulo de su ensayo titulado La Poesía de Rubén Darío (1948), necesitó expresar:
“Lo que los hechos mortales, las mil acciones que el poeta va arrojando, conforme vive en cuanto simple ser humano, al fondo de cada día que pasa, tengan que ver con esos otros actos de excepción aspirantes a la mortalidad, sus poesías, está todavía por averiguar. Muchos acertadores han querido dar con el enigma, y muchos dictámenes tienen formulados. Los unos, a un extremo, los biografistas, se empeñan en mirar cada poema como determinado específicamente por una circunstancia concreta de la vida del autor, que es posible aislar y poner en evidente relación con su efecto, cual si se tratara de un experimento de física. Según ellos, vida material y obra se corresponden, como el haz y el envés del tapiz. En la otra punta, los espiritualistas puros se complacen en contemplar la obra, suelta y desprendida de toda contingencia anecdótica de la vida de su autor, y tienen por tarea inútil la de intentar establecer un contacto entre lo escrito y lo vivido. Después de todo, piensan, ¿es que necesita para algo, la mirada que sigue a un avión en vuelo y se recrea en sus rasgos por el aire, saber de qué trozo de tierra despegó?”
Nuestra vida…
“No hay hechura del hombre que no provenga de su vida. Por eso no existe arte que no sea humano, y aunque esta o aquella obra puedan aparecérsenos tan extrañas que las califiquemos de inhumanas, en el fondo responden a un modo de ser raro, extraño, de lo humano. El arte que se llamó deshumanizado es teoría de un hombre. ¿Cómo puede ser que el artista deshumanice el arte, si fatalmente ha de hacerlo desde su condición inescapable de humano?
Un poder hacer…
Lo que llamamos más o menos vagamente nuestra vida, es una energía un poder hacer que se nos entrega en cuanto nacidos. Ese haz de potencias, lo mismo que la energía física general, puede pasar de una forma a otra. En la escuela nos enseñan muy pronto cómo la energía, una y la misma en su fondo, se trasmuta en movimiento, en calor, en luz, etc. Dormita en el tronco de la encina una misteriosa capacidad de ser llama. Allí se estará, si el árbol es feliz y no le alcanza el filo del hacha ni llega a la chimenea. El gran número de los hombres consume su energía vital en actos consuetudinarios y comunes, que se mueven en unas cuantas direcciones constantes. /…/
Pero en algunos seres humanos esa chispa, venida Dios sabe de dónde, empuja la energía vital a su consumación en actos de otra categoría: los actos creadores. Lo que se suele llamar la vida es entonces puro combustible, materia de ardor. Y en esa forma de energía superior queda destruida, abolida, la de antes, lo mismo que la madera del leño entrega su peso, su forma, al no ser, para que exista la llamarada.” [1]
(Síntesis y trascripción: Nidia Orbea de Fontanini.)
[1] Salinas, Pedro. La poesía de Rubén Darío. Madrid, Edición del Ayuntamiento de Madrid, 1998, p. 17-18. Ensayo de P. Salinas publicado por primera vez en 1948, reeditado y agotado al momento de esta Edición, donde se incluyen los capítulos I y IX, por iniciativa de la Concejalía de Cultura de ese Ayuntamiento, que además aprobó la edición de una Antología Poética completa de Rubén Darío, en ocasión de ser reconocida Madrid como “Capital Iberoamericana de la Cultura”, en 1998.