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Aproximaciones a Punta Arenas (en la Patagonia…)

Anotaciones en torno al territorio patagónico.

En el rumbo de “los pioneros”.

Llegada a Punta Arenas.

Casi legendaria historia de las Islas Malvinas.

Fines del siglo XIX: aproximación al sur patagónico.

Expresiones culturales en Punta Arenas.

Anotaciones en torno al territorio patagónico…

Al sur de la República Argentina, desde Estrecho de Magallanes que une los océanos Atlántico y Pacífico hasta el río Colorado al norte, se encuentra la Patagonia que es un vasto territorio -poco poblado aún-, cerca de la cordillera de los Andes con bellos paisajes -montañas nevadas, lagos y ríos, el imponente glacial “Perito Moreno” en Calafate -provincia de Santa Cruz-, valles y mesetas descendentes hacia el este.  El 3 de mayo de 1520 cumpliendo las órdenes de Hernando de Magallanes, Juan Serrano a bordo de la nave Santiago llegó hasta esas costas y bautizó Santa Cruz al lugar de desembocadura del río primero que encontró.

Relatan que aproximadamente en el año 1578 navegó por esa zona el corsario Francis Drake cuando logró realizar el primer viaje intercontinental.

Hasta esa región llegaron los marinos que partieron de puertos del norte, la mayoría ingleses o estadounidenses; entre ellos el Cap. John Davis en la nave “Desire” –Deseo– quien al desembarcar bautizó a ese puerto con ese nombre, luego reconocido como Puerto Deseado. Algunos historiadores indican que el 17 de diciembre de 1586 llegó a ese lugar Thomas Cavendish y que lo nombró así porque se había cumplido su sueño, aunque también se sigue reiterando que no es una teoría confirmada. En libros de viajes se reitera que Van Noort situó ese puerto a 47’2 grados de latitud sur sin llegar a desembarcar aunque luego recorrió parte de ese territorio austral.

En el rumbo de “los pioneros”…

Enrique Campos Menéndez, nacido en Punta Arenas, a fines del siglo veinte publicó una novela histórica que comenzó así:  [1]

“El mar se abre como un camino sin caminos, como una pausa en movimiento, como una promesa sin palabras.  Durante el día, la luz arranca chispas a su piel azul.  Por las tardes, cuando el Sol se hunde en el horizonte, un sendero de oro se tiende como una incitación a la aventura  Pero de noche, el mar desafía a los hombres y los pone a prueba llenándolos de oscuridad.  El viento se afina metiéndose en las estructuras de los navíos con su eco de voces perdidas…  Cuando arrecia la tormenta, perfiles de ola surcan los rostros de los curtidos pilotos y viejos timoneles.  Soberbio, vigoroso, el mar es el mismo aunque asuma nuevos semblantes.  Sigladura a singladura, va llenando con luces y sombras su largo paréntesis, seno insondable en que moran el abismo y el frío silencio.  El mar está ahí y estará siempre como un principio en el fin.

La proa de hierro del Olimpia se hunde y emerge cortando su rumbo.  El sol cae a pique chispeando sobre las crestas de las olas.  El bauprés apunta a un horizonte lejano de cielo y agua; una plácida calma enhebra las horas.  Por encima de la estela que deja el navío, los albatros figuran aéreas geometrías”…

Después, relatos de un viaje que conmovía tanto a quien estaba “solo con la vista perdida en el horizonte” como a quienes escuchaban “un rasgueo de guitarra que llegó desde un rincón  y una voz baja” que modulaba “un spiritual”… p. 19

Diálogos frecuentes y un continuo conocer, autoconocerse y reconocer.   Así llegaron hasta el puerto de Montevideo; “subieron algunos pasajeros, que se diluyeron en el desahogado espacio de las dependencias del navío.  Los Hilton seguían ocupando la mesa de honor; de los otros pasajeros permanecían en su mayor parte, los chilenos y algunos peruanos.  De los recién embarcados, pronto se destacó un matrimonio argentino, los Piedra Buena. Él era moreno, de tupida barba negra, modales corteses y hablar mesurado… Ella era rubia, pequeñita, de cerca de treinta y cinco años y muy animada conversación.  Denotaba pertenecer a una distinguida familia bonaerense.”  Aunque los invitaron a compartir una mesa, Piedra Buena expresó “que preferían comer solos”…  Luego, el sorprendente encuentro con un portugués, que le dijo:

“¡Qué gusto reencontrarnos!… La última vez éramos dos náufragos.

-¡Cómo no recordarlo!  Usted se hundió en un clipper norteamericano y yo en una tormenta cerca de la Isla de los Estados.

-No sabe cuánto lo admiré cuando supe su historia, capitán Piedra Buena… ¡Fabricarse una nave con los restos del propio naufragio”. p. 37

-Sí, reconstruimos la barca con nuestras manos. ¡Milagros de la juventud!

-No, no hay milagros en el mar, salvo los que pueden hacer verdaderos marinos como usted…”  p.40

Después  hablaron de los Cabohorneros, los buques que unían el océano Atlántico y el Pacífico, pasando por el cabo de Hornos  y que hacían “el recorrido de San Francisco a Nueva York en solo ochenta y nueve días”.  Algunas mujeres escuchaban con atención. El capitán Moore, en su cámara, trataba de leer el voluminoso libro de Darwin que el profesor Hilton le prestara. /…/ Ahora faltaba solamente la escala en las Falklands, luego Punta Arenas y después Valparaíso. Allí comenzaba el retorno como una recta final.  ¿Se acostumbraría a la vida tranquila del campo luego de vagabundear cincuenta años por los mares del mundo…? p. 45

Llegada a Punta Arenas…

“Desde muy temprano los pasajeros del Olimpia estaban prestos para la llegada a Punta Arenas.  El barco se balanceaba sacudido por la violencia del viento que soplaba desde el suroeste.  Les parecía que navegaban, pero había un extraño vacío en sus oídos.  Faltaba algo en al vida de a bordo: el acompasado ruido de la máquina, que había sido el pulso del buque en la larga navegación.

El barco estaba fondeado.

Por un lado se veía el dorso azul de Tierra del Fuego.  Por el otro, soplaba el viento con tal fuerza que parecía imposible la permanencia en cubierta.  Una guardia alerta de marineros vigilaba las cadenas, tensas por el empuje del viento.  La violencia del vendaval fue creciendo.  El paso de una nube proyectó una sombra fugaz, como de mal augurio.  Las voces y carreras de los tripulantes creaban un clima de inquietud en cubiertas y entrepuentes.  Los marinos, enfundados en impermeables, corrían de un lado a otro.”   p.76

Enseguida algunas órdenes y otras tantas contradicciones.  “A las diez de la mañana, el viento había amainado.  Las aguas se fueron tranquilizando y el Olimpia, lentamente, se acercó a la costa.  Cuando estaban a una milla de distancia se sintió de nuevo el ruido de cadenas: anclaban frente a Punta Arenas.  /…/  Casi todos los pasajeros del Olimpia quedaron a bordo. No valía la pena desembarcar, exponerse al agitado viaje en una lancha y, por último, meterse en un mísero caserío”… p. 77

Estaba entre ellos “el gobernador” y mientras avanzaban hacia el desembarcadero, un hombre comentó:

“La posesión de nuestro país en estas regiones se hizo a unas cincuenta millas, en el río San Juan.  Allí, en el lugar vecino a donde se instalaron los españoles en 1582 y que luego Cavendish bautizara como Puerto Hambre, nuestro gobierno estableció la primera fundación.  La llamaron Fuerte Bulnes, en honor al presidente de entonces.  Pero esa población duró apenas una decena de años en el lugar, por ser éste muy insalubre y húmedo.  Convencidas las autoridades del errado emplazamiento, se ordenó trasladarla aquí.  –Señalando luego una punta arenosa que se metía profundamente en el estrecho por el norte, agregó: -El comodoro inglés Byron bautizó este lugar como Sandy Pint, del que se deriva nuestro Punta Arenas.”

(Es muy interesante esa novela; sugiero la lectura completa.

Aquí, ahora, necesito expresar algo referido a historias de la Historia de las Islas Malvinas.)

Casi legendaria historia de las Islas Malvinas…

Las islas Malvinas están situadas en el Atlántico Sur: 60º 44 de Latitud sur; 45º 03 de Longitud oeste.  De lo leído surge que a Antonio Pigafetta corresponden las primeras descripciones del archipiélago y que en el año 1834, el antropólogo Charles –Carlos– Darwin las observó cuando recorrió el Atlántico sur durante su viaje de exploración científica.

Se ha destacado también que Thomas Cavendish en el año 1586, llegó hasta las Islas Malvinas; nombradas Falklands” por los ingleses.  Una de las hipótesis que se manejan es que las islas fueron descubiertas por los españoles. Se ha escrito que Esteban Gómez -desertor del buque San Antonio- descubrió esas islas en el año 1520. Lo prueba la cartografía de la época y las islas aparecen con el nombre de “San Son” , “Sansón” o “San Antón”, y también islas “De los Patos”. En 1590, las islas figuran en los planos de navegación de españoles e italianos.  [2]

Los ingleses, insisten en que fueron descubiertas en 1592 por John Davis pero que él no desembarcó.  Además, “sus referencias fueron imprecisas”, tanto que las sitúa en otro lugar y se ha reiterado que “usa las mismas palabras en inglés que las empleadas en el ‘Islario’ de Santa Cruz, del cual seguramente las tomó.”

Sabido es que en el año 1584 se consolidó “el derecho de acto posesorio” tras terminarse la instalación de un establecimiento permanente en el Estrecho de Magallanes y que dos años después, Cavendish hizo el primer viaje hasta esas islas.  El segundo viaje lo realizó en 1591, cuando los ingleses habían emprendido varias expediciones con el propósito de colonizar América, pero esas islas del Atlántico Sur no aparecen en las descripciones de las expediciones de los corsarios Francis Drake y Thomas Cavendish, aunque como se ha expresado, cincuenta años antes ya estaban situadas en las cartas náuticas españolas.  También se ha dicho que Hawkins descubrió las Islas Malvinas en 1594… Es evidente que cada marino que llegaba, al ser zona deshabitada creía que era el descubridor, y en realidad lo era pero sólo para sí mismo y quienes lo acompañaban, que eran quienes en ese momento las veían por primera vez.

Como consecuencia de aquellas interpretaciones, fue generándose una continua disputa por la posesión de ese estratégico territorio.  La discusión continúa en el siglo veintiuno, porque desde 1833 están ocupadas por los ingleses y la República Argentina reclama por su soberanía, con la horrenda memoria de la guerra de las de las Malvinas, entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982 que culminó con el alto del fuego por parte de las tropas argentinas.  Actualmente, se está intentando una autorización para que aterricen en las islas las aeronaves de empresas argentinas pero la resistencia de los británicos obliga a utilizar otros servicios.  También sigue siendo estricto el control del desembarco de grupos argentinos.

La casi legendaria historia de las Malvinas, ni ensayo ni novela, se  asemeja al “cuento de la Buena Pipa”, el cuento de nunca acabar que la disputa por la posesión definitiva se ha transmitido de generación en generación hasta este cuarto año del tercer milenio.

Fines del siglo XIX: aproximación al sur patagónico…

Desde este lugar para el sosiego y el asombro, se propone otra lectura:

Ya a fines del siglo XIX, algunos alemanes habían leído la historia narrada por Florencia Dixie y sabían que en aquel tiempo, Lady Dixie  -hija menor del séptimo marqués de Queensberry-,  viajó con su esposo, dos hermanos y un amigo en el buque “Britannia” que zarpó de Liverpool (Inglaterra) con destino al extremo sur de América.  Era la época de la sorprendente difusión de las teorías de Charles Darwin acerca del origen de la humanidad  y los relatos de viajes, entusiasmaban a las personas que disponiendo de recursos intentaban aproximarse al misterio de ese territorio donde las bajas temperaturas y la falta de caminos dificultaban las comunicaciones.  [3]

Integraron el grupo que el partió 11 de diciembre de 1878 de Liverpool hasta el Estrecho de Magallanes: Lady Florence Dixie y su marido Sir Beaumont Dixie, dos hermanos de ella,  James Douglas -un amigo- y  un valet inglés. 

Tiempo después, la mujer rememoró las reacciones de algunos amigos cuando se enteraban de ese proyecto que era anunciaba una apasionante aventura:

“…‘¡Patagonia!  ¿A quién se le ocurre ir a semejante lugar?  ¿Por qué?  ¡Te comerán los caníbales!  ¿Por qué viajar a un lugar tan disparatado? ¿Cuál es la atracción de la Patagonia?’  Éstas son  solo algunas de las preguntas y comentarios que escuché de boca de mis amigos cuando les hablé de mi programado viaje a la Patagonia, la tierra de los Gigantes, la tierra de la ciudad dorada de Manoa en la fábula.  ¿Cuál era el encanto de ir a un lugar tan extraño y tan lejano?  La respuesta estaba contenida en la pregunta misma”…

Desembarcaron en Punta Arenas el primero de enero y han quedado algunos testimonios:

“…a la una de la tarde anclamos en Punta Arenas. Este asentamiento es llamado oficialmente -La Colonia de Magallanes- por los chilenos a los que pertenece. Anteriormente fue una colonia penal, pero a consecuencias del incremento del tráfico a través del Estrecho la atención del gobierno chileno se concentró en la importancia que el lugar puede asumir en el futuro y de acuerdo con ello se han ofrecido tierra y otros beneficios a los inmigrantes. Pero hasta el presente la colonia nunca ha florecido como se esperaba y durante un motín que tuvo lugar en 1877 muchas de las casas fueron incendiadas y un buen número de propiedades fueron destruidas”. [4]

Expresiones culturales en Punta Arenas…

Es interesante el relato elaborado tras las emociones compartidas en el momento de llegar al precario muelle de Punta Arenas:

“…llegamos al costado de un viejo y tumbado muelle, el que forma el desembarcadero en Punta Arenas. Tuvimos éxito en llegar sin accidentes al final del muelle, aunque corrimos considerable riesgo por los muchos peligros que ofrecía en la forma de súbitos y amenazantes boquetes y los traicioneros tablones sueltos”. /…/

“Supongo que es posible que hayan otros lugares más desagradables a la vista que Punta Arenas, pero no lo creo probable. Caminamos frente al asentamiento por la playa cubierta de arena y observamos las sombrías hileras de miserables casas de madera. No se veía un solo ser humano en las calles silenciosas y solitarias, excepto algunos perros avestruceros con apariencia de hambrientos. Todos estuvimos de acuerdo de que el epíteto de ‘Hoyo desamparado por Dios’ era la única descripción que hacía justicia a este desolado lugar y el posterior conocimiento del mismo de ninguna manera nos indujo a alterar esta desfavorable opinión.”

Al llegar a un lugar desconocido, las primeras impresiones se generan al observar el paisaje, la naturaleza:  el territorio y sus habitantes.   Al producirse el primer encuentro con los pobladores de ese espacio y siendo imprescindible la comunicación, la inmediata reacción está directamente relacionada con el idioma, el lenguaje… Después, se advierten otros signos de la cultura lugareña: gestos para expresar sus sentimientos, estilo de sus viviendas, formas de alimentación…

Dixie tras aquellas primeras experiencias en la región austral de América, necesitó escribir:

“Nuestra primera experiencia de  ‘endurecimiento’ la recibimos en la forma de un desayuno que nos proporcionó Pedro el posadero. Cuando terminamos el desayuno paseamos por las calles cubiertas de pasto de la colonia y fuimos hasta la casa de Mr. Dunsmuir, la que por estar ubicada en un terreno alto nos permitió tener una buena vista del Estrecho y de las playas opuestas de Tierra del Fuego’.” 

Luego instalaron el primer campamento en Cabo Negro y en ese lugar el cónsul inglés con un grupo de jinetes, les acercaron parte del equipaje. No es necesario un esfuerzo de imaginación para comprender los contrastes que habrán conmovido a los recién llegados, acostumbrados a la vida en los castillos reales…  Como sucede en cualquiera latitud, también cerca del campamento se incendiaron unos bosques pero sin graves consecuencias.

En ese extremo sur de la Patagonia, necesitaron la colaboración de personas expertas en viajes para recorrer aquellas zonas donde montañas y ríos, quebradas y nieve.  Hora tras hora se acentuaba el sentimiento de asombro por lo desconocido.  Los acompañaban tres cazadores, contratados para ser los guías y encargados de la selección y cuidado de la tropilla de caballos… Lo que no habrían imaginado tal como la vieron, es la belleza natural en esa zona ni la presencia de grupos de aborígenes que estaban cazando guanacos y ñandúes, también algún puma que se cruzara en el camino y al que mataban mientras aceleraban el galope de los equinos.

No fue por casualidad que después, Dixie necesitara expresar:

“No hay otro lugar en el que se pueda galopar a campo abierto en un área de 100.000 millas cuadradas. /…/ Encontraría allí escenas de infinita belleza y grandeza escondidas en la silenciosa soledad de las montañas que rodean las infértiles planicies de las pampas.  Lugares misteriosos en los que aún nadie se había aventurado’.”

En aquel tiempo, ya eran conscientes de la importancia de los puertos y más aún en esas inmensas extensiones territoriales bordeadas por agua de océanos y mares.

Décadas después, la ganadería y la navegación contribuyeron a consolidar al grupo poblacional relacionado con el intercambio comercial y empezaron a reconocerla como la Perla del Estrecho

(Algo sabían sobre el arte de vivir y convivir, aquellos viajeros que desde el hemisferio norte se animaron a llegar hasta el extremo sur de la Patagonia argentina-chilena…)

Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

 

[1] Campos Menéndez, Enrique. Los Pioneros. Buenos Aires, Emecé Editores, 1994, 2ª ed. 1996, p. 13.  # En la solapa del libro informan que el autor nació en Punta Arenas, era hijo de Francisco Campos Torreblanca, primer banquero de la Patagonia, oriundo de Málaga –hijo de un noble español, senador del Reino- y su madre: María Menéndez Behety, hija de José Menéndez y Menéndez –empresario y colonizador de la Patagonia austral”.  Enrique Campos Menéndez avanzó en su formación en la Argentina y en Chile; también en Europa.  Desde 1947 se radicó en Santiago, la capital de Chile.  Militó en el Partido Liberal y fue diputado y secretario general de ese parido; periodista de televisión, realizador de cine, director de Bibliotecas, Archivos y Museos y de la Biblioteca Nacional; embajador de Chile ante la UNESCO, en España y Grecia.  Miembro de la Academia Chilena de la Lengua.  Ha sido declarado “Hijo ilustre Punta Arenas”. Recibió varias distinciones, en 1986 le otorgaron el Premio Nacional de Literatura de Chile y en la Argentina recibió el Premio Alberdi Sarmiento.  Su primer libro: 1940 – “Kupen”, también de ediciones Emecé; luego publicó biografías de Bernardo O’Higgins, de Abraham Lincoln y varias obras de ficción; Se llamaba Bolívar (1954), Águilas y cóndores en 1985…

[2] Se han mencionado las “Cartas Náuticas” de Reinel (1522-23), de Diego de Ribero (1529) y de Agnese (1536-45).

[3] Florence, Dixie A través de la Patagonia (Traducción de María Teresa Velasco y Rosanna Martelli.) Punta Arenas, Edic. UMAF, 1986; edición original en 1880, título Across Patagonia (traducción al alemán en 1882).  La autora falleció en 1907.

[4] Ver “A través de la Patagonia”.  Ediciones de la Universidad de Magallanes, 1996, p. 33.

 

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