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Estar en el gobierno,  “sin poder”.

Discriminación por determinadas condiciones físicas.

Eran tiempos difíciles.

El dolor y la frustración de una hija.

 

En enero de 1981, desde el diario “El Litoral” de la capital santafesina, se difundió un comentario titulado “Ni bajos, ni mancos, ni cojos, ni tuertos…, firmado por Nidia A. G. Orbea Álvarez de Fontanini, referido a una resolución ministerial que discriminaba a los aspirantes a cursar las carreras de “Profesorado”, en todos los institutos terciarios dependientes del ministerio de educación de la Nación.

Discriminación por determinadas condiciones físicas…

Establecía como condición excluyente la comprobación de que tales estudiantes  alcanzaban la estatura física mínima; el máximo peso corporal preestablecido en esa norma; determinados porcentajes de percepción visual y auditiva que aparentemente serían las conclusiones de responsables investigaciones.

Después de aquella publicación, cuando aparentemente se estaban calmando la ira y el odio de algunas autoridades que detentaban el gobierno nacional, la autora remitió copia a todos los ministros de esa jurisdicción y días después, llegó a su domicilio una nota del entonces ministro Dr. Cayetano Licciardo invitándola a una entrevista personal, en la sede del Palacio Pizzurno…  El día y hora se concretó por teléfono, por intermedio de la secretaría privada.

Eran tiempos difíciles…

Como decía monseñor Eduardo Pironio, eran “tiempos difíciles”… pero antes de satisfacer la curiosidad del ministro contador, necesité acercarme a la casa del talentoso artista Juan Arancio, elegí una acuarela que reflejaba la realidad del niño costero que con su bolsita de tela, colgando de un hombro y cruzada, recorría polvorientos caminos hasta llegar al aula que podía ser una escuela con vidrios rotos o sin puertas…

Con mi amado amante, sintiendo la responsabilidad de ser padres de cuatro hijos… y mientras nuestra primera nieta de dieciocho meses estaba aprendiendo “a correr”, llegamos hasta ese edificio recién pintado, con alfombrado gris en un extenso corredor donde junto a cada puerta estaba ubicada una persona.  La secretaria privada -se sabía que fue monja-, demostró su cordialidad al cumplir con su rol administrativo.  El poeta y católico ministro saludó con una sonrisa pero se expresó con aparente intransigencia.  A la tolerancia habitual, se sumó el impulso de reflexión que se había generado durante los quince minutos de espera, mientras estuve sentada junto a una pequeña mesa donde dos signos relevantes: una escultura en bronce de Don Quijote de la Mancha y la Sagrada Biblia, inducían a pensar en significativos simbolismos.

Aludió el funcionario al texto publicado en el diario santafesino y cuando percibí que estaba expresándose como un “contador adversario”, me animé a no admitir la censura y manifesté que como él tendría asuntos más importantes, nos retiraríamos y tampoco me atrevía a entregarle el cuadro adquirido para regalárselo, porque quizás podría generarse una interpretación que provocara aún más diferencias de valoración…

El dolor y la frustración de una hija…

Fue entonces cuando siguió el diálogo “como si fuera un compañero” -que si hay Fe, todos somos compañeros porque hay una hermandad en Cristo- y con emoción, triste su mirada, reconoció que hasta su hija era discriminada con esa circular que seguía estando vigente… Dijo que ella insistía en que se modificara, pero que en el tramite pertinente –que me permitió observar-, habían intervenido doce funcionarios de altas categorías y él no podía oponerse…

Son las lecciones que suelen estar reservadas en los anaqueles de la burocracia, pero que sirven para comprender la fragilidad de la persona humana, lo inservible del sello y del sillón  en procesos gubernamentales donde el autoritarismo se impone.

(¿Estética?… ¿Ética?… ¿Disciplina grupal?… ¿Falta de autoridad?… ¡Espanto!)

Nidia Orbea de Fontanini.

 

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