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John y William Parish Robertson – La doma…

Aproximaciones a “la doma”…

“Nuestro modo de domar potros”.

Comentarios de Charles Darwin.

 

John y William Parish Robertson han dejado testimonios sobre diversas experiencias durante sus viajes por el territorio argentino y otras tantas señales como intermediarios en negocios financieros durante la gestión del primer empréstito en el exterior, promovido por Bernardino González Rivadavia, más conocido como Bernardino Rivadavia.

Varias crónicas dejaron los hermanos Parish -parientes del entonces cónsul británico Woodbine Parish-, a quienes algunos autores sólo nombran como Juan y Guillermo Robertson y aquí, una breve síntesis sobre algunas experiencias rurales.

“Nuestro modo de domar potros”…

…Después encontramos una manada inmensa de caballos salvajes y el joven Candioti me dijo: “Ahora, señor don Juan, he de mostrarle nuestro modo de domar potros”. Así diciendo, se dio orden de perseguir la manada; y otra vez los jinetes gauchos partieron como relámpagos y Candioti y yo los acompañamos. La manada se componía de más o menos dos mil caballos, relinchando y bufando, con orejas paradas, cola flotante y crines al viento. Huyeron asustados desde el momento que se apercibieron de que eran perseguidos. Los gauchos lanzaron su grito acostumbrado; los perros quedaron rezagados, y no fue antes de seguirlos a toda velocidad y sin interrupción en trayecto de cinco millas, que los dos peones que iban adelante lanzaron sus bolas al caballo que cada uno había cortado de la manada.  Dos valientes potros cayeron al suelo con horribles rodadas. La manada continuó su huida desesperada abandonando a sus compañeros caídos. Sobre éstos se precipitó todo el grupo de gauchos; fueron enlazados de las patas; un hombre sujetó la cabeza de cada caballo y otro el cuarto trasero, mientras, con singular rapidez y destreza, otros dos gauchos enriendaron y ensillaron a las caídas, trémulas y casi frenéticas víctimas. Hecho esto, los dos hombres que habían boleado los potros los montaron cuando todavía yacían en el suelo. En un momento se aflojaron los lazos que los ligaban y al mismo tiempo una gritería de los circunstantes asustó de tal modo a los potros, que se pararon en cuatro patas, pero con gran sorpresa suya, cada uno con un jinete en el lomo, como remachado al recado, y sujetándolo mediante el nunca antes soñado bocado.  Los animales dieron una voltereta simultánea sorprendente; se abalanzaron, manosearon y cocearon, luego salieron a todo correr y, de vez en cuando, en medio de la furia, se sentaban con la cabeza entre los remos tratando de arrojar al jinete. ¡Que esperanza! Inmóviles se sentaron los dos tapes; se reían de los esfuerzos inútiles de los turbulentos y furiosos animales para desmontarlos; y en menos de una hora desde que fueron montados, era muy evidente quién iba a ser el vencedor.  Por más que los caballos hicieron lo peor que podían, los indios nunca perdieron la seguridad o la gracia en sostenerse; hasta que, pasadas dos horas de los más violentos esfuerzos para librarse de su peso, los caballos estaban tan cansados que, empapados en sudor, con los flancos heridos de la espuela y agitados, y sus cabezas agachadas, se pararon juntos cinco minutos, palpitantes y confundidos. Pero no hicieron un solo esfuerzo para moverse.  Entonces llegó el turno del gaucho para ejercer su autoridad más positiva.  Hasta aquí había estado puramente a la defensiva.

Su objeto era solamente aguantarse y cansar al caballo. Ahora necesitaba moverlo en una dirección dada. El capricho, el zig-zag a menudo interrumpido, había guiado su corrida. Tranquilos, los gauchos tomaban rumbo a un lugar determinado y los caballos avanzaban hacia allí; hasta que al fin de tres horas mas o menos, los ya dominados animales se movían en línea casi recta v en compañía de los otros caballos, hacia el puesto a que nos dirigíamos.  Cuando llegamos allí, los dos potros, que hacía muy poco tiempo habían sido tan libres como el viento, fueron atados al palenque del corral, esclavos del hombre dominador, y toda esperanza de emancipación había desaparecido.”

Comentarios de Charles Darwin

También el científico Carlos Darwin en el año 1833, dejó sus impresiones:

“Una tarde llegó un domador con ánimo de ejercer su oficio en algunos potros. Describiré las diligencias preparatorias de la operación porque creo que no han sido mencionadas por otros viajeros.  Meten en el corral, que es un amplio cercado de estacas, una manada de potros sin domar, y cierran la entrada. Supondremos que un hombre solo ha de coger y montar un caballo enteramente extraño a silla y freno. A mi modo de ver sólo un gaucho es capaz de realizar esta hazaña. El gaucho elige su potro ya perfectamente crecido, y mientras el animal corre furioso alrededor de la cerca, le arroja el lazo de modo que enganche las dos patas delanteras. Al punto, el caballo rueda por tierra, dando una fuerte caída, y, en tanto que pugna por levantarse, el gaucho, manteniendo prieto el lazo, forma con el resto de la correa un círculo para enganchar una de las patas traseras, precisamente por debajo del menudillo o cerneja, y tira hasta unir esta pata con las dos delanteras y sujeta perfectamente las tres. Luego, sentándose en el cuello del caballo, fija una brida fuerte sin bocado a la mandíbula inferior, lo que ejecuta pasando una correa estrecha por los ojales del extremo de las riendas y dando varias vueltas alrededor de la mandíbula y la lengua. Las dos patas delanteras se traban ahora, bien juntas, con una correa fuerte, en la que se hace un. nudo corredizo. Aflojado el lazo que sujeta las tres patas, el caballo se levanta con dificultad. El gaucho, empuñada fuertemente la brida atada a la mandíbula inferior, saca el caballo del corral. Si hay otro hombre que ayude (pues de otro modo la operación cuesta más trabajo), tiene sujeto al animal por la cabeza mientras el primero le pone los aparejos y la silla, cinchándolos juntos. Durante esta operación, el caballo, con el terror y espanto de verse así atado por medio del cuerpo, se echa a tierra y da incesantes revolcones, sin querer levantarse hasta que se le obliga a palos.  Al fin, cuando está ensillado, el pobre animal apenas puede respirar de espanto, y está blando de espuma y sudor. El hombre se dispone ahora a montar, oprimiendo pesadamente el estribo, de modo que el caballo no pierde el equilibrio, y en el momento de echar la pierna sobre el lomo del animal tira del nudo corredizo que sujeta las patas delanteras, y el caballo queda libre. Algunos domadores quitan esa traba estando el animal derribado, y, poniéndose sobre la silla, le permiten levantarse debajo de ellos. El caballo, loco de terror, da algunos saltos violentísimos, y luego parte a todo galope; cuando se ha fatigado hasta agotar sus fuerzas, el hombre, con paciencia, lo trae de nuevo al corral, donde se lo suelta envuelto en un vaho de cálido sudor y medio muerto.  Cuando los potros no quieren galopar y se obstinan en echarse en tierra, la doma es mucho más penosa. El procedimiento descrito es terriblemente duro, pero a las dos o tres pruebas el caballo queda domado. Sin embargo, hasta después de algunas semanas, no se le monta con bocado de hierro y barboquejo sólido, porque tiene que aprender a asociar la voluntad del jinete con la sensación de la rienda antes de que el más poderoso freno pueda serle de algún servicio.”

(Lecturas y síntesis: Nidia Orbea de Fontanini.”

 

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