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Leopoldo Torres Agüero (1924-1995)

Señales de su trayectoria.

Vocación y talento.

Exposiciones.

Ecos de valoraciones.

Testimonio de Julio Cortázar.

“Acuario”.

1989: “brindo por este presente trascendental”.

Mural en Buenos Aires.

 

Leopoldo Torres Agüero nació en La Rioja el 14 de febrero de 1924 y era descendiente de una familia riojana  A partir de los diecisiete años vivió en la ciudad de Buenos Aires.

Señales de su trayectoria…

Nueve años después viajó a Europa, permaneció en París durante dos años. Regresó en 1952 y comenzó su labor docente siendo profesor en la Academia de Bellas Artes de Buenos Aires.  Un año después, realizó el mural “Cristo en el Monte de los Olivos” en la Iglesia Católica de Olivos.

En 1955 junto a Raúl Soldi, Battle Planas -entre otros-, elaboran el proyecto de reforma al plan de estudios de las Artes Visuales incorporando las innovaciones de la Bauhaus (de Ulm, Alemania).  Después, decidió viajar a Oriente. Estuvo en Japón en el bienio 1959-61 y allí siguió avanzando en sus estudios sobre filosofía oriental, caligrafía y cerámica.   El gobierno de Francia reconoció su trayectoria y lo distinguió como “Caballero de las Artes y las Letras”.    En 1983 regresó a Buenos Aires.

En 1989 el presidente Dr. Carlos Saúl Menem lo nombró Ministro Plenipotenciario encargado de asuntos culturales en la Embajada de Francia y luego embajador argentino ante la UNESCO, con sede en París.

En 1965, Ediciones Culturales Argentinas editó una interesante monografía sobre Torres Agüero, elaborada por el crítico de arte Ernesto Schoo.

Se ha destaco que en su obra artística se revela la potencia de la línea y la armonía del color.  Evolucionó en su primera etapa a partir de representaciones figurativas, luego logró abstracciones líricas y como síntesis, se expresó mediante sensibles formas geométricas.

Leopoldo Torres Agüero falleció el 31 de diciembre de 1995 en París, en su lugar de residencia como diplomático argentino.

Vocación y talento…

Como suele suceder, ha sido criticado por determinadas vinculaciones políticas y quizás él mismo, sin proponérselo logró responder a tales comentarios cuando expresó:

“…cuando pintó me vuelvo pintura y mi persona desaparece.”

1980: Gran Premio Escultura en la Bienal Internacional de Alejandría.

1988: Primer Premio en el Salón Nacional de Artes Plásticas de Buenos Aires.

En junio de 2000, en el Museo Municipal de Arte de La Plata -provincia de Buenos Aires-, el crítico de arte Ricardo Álvarez Martín inauguró la Exposición con obras de Agüero Torres y Monique Rozanès.

(Monique, su esposa, nació en 1936 en Bordeaux, Francia; egresada de la Escuela de Artes Decorativas de París.  Investigó sobre técnicas de uso de resinas para esculturas y con efectos de pigmentos logró originales imágenes.  Leopoldo Torres Agüero en su análisis titulado El espíritu del vacío (1988) plantea que antes de Monique Rozanès, aparentemente las esculturas parecían ser la “cáscara de la forma” y que ella con las transparencias, logró que se las interpretara desde “afuera y adentro”, abarcándose así “la totalidad del espacio curvo”.

Exposiciones.

Sus obras fueron expuestas en museos argentinos, entre ellos:

-Museo “Genaro Pérez” de Córdoba.

-Museo Municipal de la ciudad de Buenos Aires.

-Museo “Inca Huasi” de La Rioja.

-Museo de Tres Arroyos, en la provincia de Buenos Aires.

-Museo de La Plata, capital de Buenos Aires.

-Museo Eduardo Sívori y Museo de Arte Moderno de la ciudad de Buenos Aires.

-Museo Palacio Carrera, Córdoba.

“Exposición ARTEBA 2.001”

(Arte en la ciudad de Buenos Aires… La Fundación “Torres Agüero” apoyada por la empresa “Peugeot” presentó una colección de las primeras obras del talentoso riojano, entre ellas la Serie Los Mendigos de 1962.)

Torres Agüero expuso en diversos países americanos y en Europa:

–  Museo de Potosí (Bolivia).

–  Museo de La Habana (Cuba).

–  Museo de Arte Moderno, Dallas, USA.

– Museo Nacional de Arte Moderno; Museo de la Ville, Museo “George Pompidou” de París (Francia); Museo de Arte Moderno (Dunkerque-Francia); Museo de Saint Omer; Museo de la Estampa, Roquebrane (Francia).

Ecos de valoraciones…

Se ha destacado que el pintor Antonio Alice percibió que la obra de Torres Agüero era el nítido reflejo de la luz de nuestra América y escribió:

“De algún modo en esas gradaciones de la luz en la montaña que le había parecido imposible trasladar al lienzo, él había intuido una problemática pictórica. Inti el sol, era divinidad suprema del quechua.

Volviendo a González, en uno de sus capítulos finales El Cóndor… ‘El alba rosada dibujábase ya en el horizonte, los astros palidecían, los vapores acuosos del rocío recogíanse en las hondas quebradas… Sobre el agudo pico de un cerro próximo asomó radiante, como una explosión de luz, el astro de la aurora, el planeta que viene del oriente derramando torrentes de amor’.”

Es el preámbulo de la aparición del cóndor que “voló a confundirse con los cantos que de todas partes surgían en honor de la mañana”.

Se nos antoja que el arte de Leopoldo Torres Agüero, amigo de nombrar animales, se asemeja al vuelo del cóndor que custodia para sí y para nosotros, secretos del alma de Nuestra América, que son hoy esenciales para el rescate del mundo entero.”

(Rafael Squirru, desde Buenos Aires, 21-10-1986).

Testimonio de Julio Cortázar.

Se ha difundido un interesante comentario escrito por el escritor Julio Cortázar, residente en París:

“Acuario”…

“Con un sutil artificio de rampa de lanzamiento, la pintura de Leo Agüero nos proyecta fuera de tanta monótona gravedad cotidiana para instalarnos en una órbita donde la amistad entre el espacio, la línea y las hormigas es posible donde diminutos guantes de fieltro escriben inmovilizados y velocísimos un mensaje que va de rama en rama y de hongo en hongo; mensaje para nadie y quizá por eso para todos, ya que su eficacia nace justamente del esquivo azar que la sensibilidad suscita y favorece sin otro fin que el líquido caer de la gaviota sobre su ala; la danza en torno al arca; la misteriosa migración de las polillas en los plenilunios. Ante una pintura que tanto tiene de operación mágica -pero la magia es una ascesis, un largo y riguroso descenso hacia lo alto, no lo olviden quienes se obstinan en confundir liviandad con ligereza-; asombra casi que el pintor decida desde fuera, con las seguras armas del oficio, esa otra más secreta decisión que viene del instinto, ese oráculo zigzagueante que en cada cuadro propone una enigmática respuesta a las preguntas del deseo. El equilibrio en su forma más ardua eso que hace la gracia de la ardilla o el ciclo del planeta, esa indecible alianza de la exigencia y la fugada a las pinturas de Agüero la exacta tensión que las mantiene vivas en su acuario, el ritmo que repite el respirar sigiloso de las plantas. Su arte nace de fijar el instante, sin que cese la vida, de que todo está allí latiendo en el exacto centro el cristal de roca. Un vaivén de la tela boca arriba, y ya la tinta puebla la nada, instala cadenciosa sus aduares en la blanca arena sin tiempo. Pero el rabdomante conocía la vena del agua, esas manos orientaron sus criaturas con la certeza de una larga vigilia. Por eso, creo, hay en esta pintura como una felicidad profunda, un sentimiento de conciliación y de encuentro. Los menudos seres que la habitan levantarán sus tiendas y seguirán a nuevas aventuras; pero cada etapa del viaje estuvo marcada por una estrella fiel, tuvo el sabor de la frota mordida a mediodía y el temblor del hombre cuando llega el instante de elegir y siente el temible, el delicioso privilegio de su libertad como un viento en plena cara.

Siempre he pensado que en la creación artística, la parte teórica tiene una gran importancia. Sean cuales fueren los dones de sensibilidad de un artista, las pasiones que lo elevan por encima de sí mismo, no puede dejar de reflexionar sobre su búsqueda y sobre los medios que emplea.
Y es finalmente en el encuentro de la concepción y de la realización que reside la obra de arte.

Entre los que buscan un arte nuevo, Agüero es ciertamente uno de los que han reflexionado con más agudeza sobre los problemas técnicos y teóricos. Frank Poppel ha definido muy bien la ‘vibración’ que él busca: ‘los problemas puramente plásticos el cuadrado el círculo, el volumen están tratados con una infinidad de colores y de semi tonos.

A menudo se trata de invertir el fondo y la forma, o de ambigüedad entre lo convexo y lo cóncavo, los colores fríos y los cálidos, el blanco y el negro. A veces el tono cambia de valor por relación óptica, pero un corte puede ser provocado creando la ilusión del volumen en el espacio.
Oponiendo la parte obscura a la parte clara o dando la sensación de una horizontal o de una vertical abiertas el artista crea un espacio suplementario.

Lo que es interesante es el resultado al cual estos medios permiten llegar. En cierta manera, se trata de despertar el ojo, de llevarle a percibir todos los desarrollos virtuales de lo que está inscripto en el cuadro. La letra ya no cuenta, se descifra lo que no está aún inscripto.

La imagen se transforma en función de líneas o de figuras que están directamente en relación consigo mismas y podría decirse, teniendo también en cuenta las aspiraciones, las tendencias y las intenciones de la materia. Las experiencias seriales que no se repiten nunca, van a una multiplicación de posibilidades que no tienen agotamiento.

El rigor del método garantiza la pureza de estas proposiciones. La riqueza de las variaciones es infinita. Cada uno podrá encontrar la respuesta a sus aspiraciones.”

(Jacques Lassaigne

Conservador en Jefe del

Museo de Arte Moderno

de la Municipalidad de París.)

1989: “brindo por este presente trascendental”…

“Celebrar mis primeros cincuenta años de trabajo, me hace pensar en Hokusai que se proponía realizar sus mejores dibujos después de cumplir los cien años, tiempo ideal para desarrollar una amorosa amistad con el carozo de las formas, donde la alquimia del jazmín genera una mezcla de perfume y arco iris; siete pulsos cromáticos que inventan la luz.

Luz, partícula onda, corpúsculo sin masa; su virtualidad le da la velocidad de volver, antes de haberse ido.

Así vuelvo a La Rioja, a buscar mis primeros colores para apostar de nuevo a la Esperanza, con fe en la recuperación de una Argentina para todos.

Brindo por este presente trascendental.

  1. Agüero Octubre ’89.”

Mural en Buenos Aires…

En la Recoleta de la ciudad de Buenos Aires, suelen pintar murales y entre ellos se han destaco los de Leopoldo Torres Agüero y Leopoldo Presas (n. En 1915 en Buenos Aires), en la calle Marcelo T. de Alvear 1645.

Se ha reiterado que esa obra de Torres Agüero, presenta imágenes de abstracción que también caracterizan a los diseños del mosaico veneciano.

 

(Miradas, lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.)

 

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