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1885 – Ley de Premios – Reparto de tierras.

Sinopsis: Distribución gratuita de tierras fiscales a militares -jefes y soldados- que participaron en la Conquista del Desierto prevista y ejecutada por el general Roca.  Descripciones sobre aquella expedición, en un texto literario: La guerra al malón (narrativa del Comandante Prado).

 

Gastón Gori, destacado escritor argentino, en distintos ensayos alude al irresponsable reparto de tierras producido por el Estado argentino.

La ley 1628 del 2 de septiembre de 1885 más reconocida como ley de premios, otorgaba fracciones a los que fueron expedicionarios al desierto: 15.000 hectáreas al general Julio Argentino Roca y a los herederos de Adolfo Alsina, y lotes de 100 y 200 hectáreas a los soldados, quienes debido a lo reducido del terreno, generalmente prefirieron enajenarlos o entregarlos a proveedores en pago de deudas.

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Tras aquella relectura y esta escritura, se impuso una breve pausa.

Retiré del cuarto anaquel el grande libro encuadernado con tapas duras de color verde y una vez más me emocionó ver como si fuera una portada, la otra tapa: la que diagramaron en EUDEBA, la editorial de la Universidad de Buenos Aires.  Sobre un fondo rojo conmueven las imágenes dibujadas por el talentoso Carlos Alonso a los fines de ilustrar esa edición de  La guerra al malón

No habrá sido por casualidad que Alonso haya sentido el impulso interior ineludible que generó tales paisajes, caballos y aves y esencialmente, esos rostros que desde sucesivos planos se asemejan a los de tantos peregrinos que aún siguen transitando sobre el planeta tierra, luchando para defender su terruño y su libertad, como sucede desde que comenzó la historia de la civilización.

Tampoco fue por casualidad que en Burzaco, en marzo de 1907, el Comandante Prado haya necesitado escribir:

“Al que leyere

Necesito explicar el origen de este libro –y digo libro porque así se llama toda ‘reunión de varias hojas de papel cosidas o encuadernadas juntas’. Si no lo explicase podría acusárseme de audaz o presuntuoso, y bien sabe mi Dios que no cojeo por  ese lado.

Roberto Payró tiene la culpa… Payró y Malharro, si se quiere, y, en un momento de flaqueza, cedí.  Pero téngase en cuenta que este volumen no es más que un índice, un borrador de apuntes que he ido acumulando con la intención, es cierto no realizada, de ordenarlos, pulirlos y dejárselos a mi hijo por si alguna vez se halla en el trance aquel del bohemio que, para alimentar al estufa, echó al fuego una tragedia de que era autor.

Y para el caso entiendo que la calidad vale menos que la cantidad.

Hecho el barro, no me vuelvo atrás; y si lo que me trae es un manteo, me convenceré, ya casi viejo, de que es siempre verdadero aquello de que consejos no ayudan a vivir.”  [1]

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Esa interesante narración, comienza así:

“Cuando ingresé al Ejército, allá por mayo de 1877, el tren que debía llevarme hasta Chivilcoy, cabecera entonces del Ferrocarril del Oeste, salía de la estación del Parque y del mismo lugar en donde ahora se levanta, soberbio e imponente, el teatro Colón.

Y no debe sorprender que el tren tuviese su punto de partida en el centro de la ciudad, si se considera que el desierto empezaba ahí no más, a cuarenta leguas de la casa de gobierno.  /  Entonces los indios, señores soberanos de la pampa, se daban el lujo de traer sus invasiones hasta las puertas de Buenos Aires, no siendo extraño que el malón quemase las mejores poblaciones de Olavarría, Sauce Corto, la Blanca Grande, 25 de Mayo, Junín, Pergamino, etc.  / Aquellas épocas -y no pertenecen a la edad de piedra, ni siquiera a la de bronce- han sido ya olvidadas, y con ellas los pobres y heroicos milicos, cuyos restos blanquean, acaso confundidos con las osamentas del ganado, a orillas de las lagunas o en el fondo de los médanos. / Pero dejemos de lado las digresiones históricas”…  [2]

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Continúa el relato con anécdotas en torno a anteriores experiencias en diversas misiones militares hasta que “a la oración”… llegaron a Junín. Enseguida, dirigiéndose a “un sujeto que dragoneaba, en ausencia del titular, de juez de paz o de comandante”, el alférez Requejo pidió cuatro caballos para todos” y una montura.  Cuando le informó que no disponían de monturas, “ni con qué armar una sola para remedio”, el alférez insistió:

“-Pero este joven, que va de alta como cadete, no puede marchar en pelo hasta Lavalle…”  Otra respuesta inaceptable y fue repetida la orden, mientras acercándose al adolescente de catorce años y tomándolo del brazo, avanzaron hacia el hotel mientras el alférez expresaba:

-Estos tipos son así.  Puras dificultades para servir al gobierno, y después todo se vuelven cuentas.  Si nos prestan un caballo, la cuenta; si nos dan un vaso de agua, la cuenta por el servicio; si nos contestan un saludo, la cuenta por la atención.  Y luego: ‘Coronel, si V. E. me prestara unos soldaditos para que me cuiden la majada; si me facilitase unos carritos para acarrear un ladrillo; si me facilitaran el carpintero del cuerpo, el herrero, el albañil…  Si usted precisa un peso, ahí están para complacerlo,  le dan uno por dos y el uno ha de ser todavía en artículos de sus boliches.  ¡Ahijuna! Si yo fuese gobierno ya vería cómo arreglaba a estos patriotas.  ¡Patriotas!  Dentro de unos años cuando seamos viejos y hayamos dejado en estas pampas la salud, cuando nos manden a la basura por inútiles, iremos todos ladrando de pobres, sin pan para los cachorros, mientras ellos (los proveedores) serán ricos y panzones cebados con sangre de milicos, dueños sin que les cueste un medio, de todas estas tierras que dejamos jalonadas de nuestras osamentas.  ¡Una gran perra! ¡No poder hacerlos míos un rato!”  [3]

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Entre tantas descripciones y evocaciones, hay más señales imprescindibles para identificar sucesivas claves:

“…Ya en noviembre de 1874 -y contestando a una consulta del doctor Alsina- había dicho el general Roca: ‘Los fuertes fijos en medio del desierto matan la disciplina, diezman las tropas y solo protegen un radio muy limitado.  En mi opinión, el mejor fuerte y la mejor muralla para guerrear contra los indios de la Pampa y someterlos de un golpe, consiste en lanzar destacamentos bien montados que invadan incesantemente las tolderías, sorprendiéndolas cuando menos se espere.  Yo tomaría por base de esta táctica las actuales líneas, donde reuniría, en vastos campamentos, todo lo necesario -en caballos y forrajes- para emprender la guerra sin tregua durante un año.

Yo me comprometería a ejecutar en dos años el plan trazado: emplearía uno en prepararlo y otro en ejecutarlo.  Una vez libre el desierto, el gobierno economizaría sumas importantes y solo emplearía cuatro o cinco mil hombres para mantener bajo su dependencia el territorio hasta orillas del río Negro.’ /…/

Apenas hubo pasado el invierno las divisiones se lanzaron a la conquista de la Pampa, realizando lo que alguien llamó con acierto ‘una serie de malones invertidos’. /  Ya no era el indio quien vendría a quemar las poblaciones cristianas sobre las mismas trincheras… /…/ Ahora el soldado era quien caería de improviso sobre el toldo, y rescataría millones de cautivos que gemían en la esclavitud.

‘El hundimiento total del imperio bárbaro de la Pampa -dice el coronel Olascoaga- se efectuó con rapidez vertiginosa, coronando el éxito todas las empresas.  Las expediciones parciales tenían por resultado la dispersión de tribus enteras, la liberación de cautivos, el rescate de los ganados robados y la destrucción de todos los campamentos salvajes.  /…/ La civilización arrancaba, por fin, al vandalismo el dominio secular que poesía.  /  La campaña activa contra los indios empezó, siguiéndose el plan del general Roca, a mediados de agosto, y tres meses después, al finalizar noviembre estaba concluida.

Marcelino Freyre se lanza desde Guaminí sobre las tolderías de Namuncurá, y después de seis días regresa trayendo considerable botín.  Así dice en su parte… ‘Me apoderé de 95 indios de pelea y 253 ancianos, mujeres y niños, he libertado seis cautivos y cayó en mi poder el capitanejo Lanqueleu.  En los combates parciales murieron los capitanejos Cañolo, Atorey, Calfimur y 73 guerrilleros. Hemos tomado 921 animales vacunos, 900 ovejas y 800 caballos.  /…/  El cacique Namuncurá con su familia abandonó sus tolderías tomando el camino a Chiloé’.”  [4]

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Hacia el otoño de 1879, seguían avanzando otras divisiones y vivían “a la intemperie, sin provisiones, sin carpas, a través de campos infestados por la sabandija y sin agua potable”…  En el relato que destaca que “la miseria y la fatiga son tan intensas que muchos de aquellos soldados, no pudiendo resistirla, desertan” y después, los perseguían hasta obligarlos a retornar al campamento donde eran juzgados y condenados…  [5]

En aquellas circunstancias, “el caballo de cada milico era un cambalache ambulante: en la montura la cama y un lienzo de carpa; a los tientos estacas, mazos, trabas, maneadores, ollas, jarros, la ración de carne para el día, sucia de sudor y de polvo; en las caronas, apretado con el cinchón, el asador; en la argolla del bozal la pava, y a media espalda la carabina o el fusil”…

 

En aquellas historias de la Historia que a la vez pertenecen a la historia de la Literatura¸ también se nombra a las mujeres mientras se evocaban jornadas de trabajo extenuante:

“Las mismas mujeres de la tropa -previsoras como las hormigas- iban quedando con las maletas vacías, viéndose obligadas a substituir la yerba por el tomillo y a mezclar, en la chuspa del marido, el tabaco con las hojas de algarrobo.

La miseria nos invadía y contagiaba a todo el mundo.  /…/

Se anima el relator a expresar:

“Si el general Roca se hubiese equivocado, si hubiesen fallado las instrucciones que, antes de empezar la campaña envió a los comandantes de división o de brigada, los indios habrían podido reunirse en masas considerables y comprometer nuestra marcha, arrebatándonos las caballadas, incendiando los campos o acosándonos incesantemente en los desfiladeros y en los campamentos.  De haberse producid esto ¡quién sabe si ese llamado paseo militar desde el deslinde Buenos Aires hasta la línea del Río Negro, no se habría convertido en sangriento y pavoroso desastre!

La gloria de esa grande operación militar consiste, precisamente, en haberse realizado como se realizó, sin dejar señalado el trayecto con arroyos de sangre ni con filas de osamentas.

Mañana, cuando se escriba la historia de la ocupación del río Negro, y cuando se estudie la actuación del ministro que la preparó y la dirigió, tendrá la república que adquirir un pedazo de tierra en la confluencia para levantar en ella el justiciero monumento que falta y que ha de imponer, más tarde o más temprano, la gratitud nacional.”  [6]

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”En aquellos tiempos amasábamos el pan con la harina que Chile nos enviaba en perezosas recuas o en diminutos bergantines.  Actualmente el trigo, cosechado en el antiguo aduar se derrama en áurea inundación por todos los mercados de la tierra.  La ganadería, dueña de inmensos e inagotables pastos, crece, se refina y concluye por hacer concurrencia victoriosa el coloso del norte.  /…/   “…el señor Cipolleti manifiesta que ese pedazo de suelo, capaz de convertirse en una huerta valenciana, es casi tan grande como el territorio de Francia.

Hace treinta años el gobierno gestionaba, mendigando de puerta en puerta -y sin hallar comprador-, la venta de esos campos de Olavaria, Sauce Corto, Cura Malal, etc., al aprecio de cuatrocientos pesos la legua… ¡y hoy valen cuatrocientos mil!

Entonces la república apenas si valía, en el concepto europeo, lo que vale en el concepto comercial un saladero o una estancia.  Hoy somos una nación y el mundo entero sabe que a la sombra de la bandera azul y blanca hay espacio y ambiente para todos los hombres que aspiren a ser libres, ricos y dichosos”.   [7]

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Se impone otra pausa porque resulta inabarcable cualquier propósito de saber qué desierto fue aquel explorado, si eran tantos los grupos familiares que debieron luchar y soportar las consecuencias de una expedición que evidentemente según los hechos posteriores, tuvo características semejantes a las de una empresa de negocios inmobiliarios

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(A principios del siglo veintiuno, casi no hay vestigios de la cultura de los mapuches –ni de otros grupos que habitaron desde el río Negro hacia el sur.  Los apellidos sajones delatan el origen de los nuevos pobladores.  Perdura el latifundio, trabajan en las explotaciones agrícolas y ganaderas tanto argentinos como extranjeros, generalmente inmigrantes desde países limítrofes.

El desierto se ha poblado…  Tal vez algún día, se terminará de investigar quiénes han sido y quiénes son los dueños.)

                   Lecturas e interrogantes: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

 

[1] Roberto Payró, escritor argentino.  Martín Malharro, pintor argentino.

[2] Comandante Prado. La guerra al malón.  Buenos Aires, Eudeba, 1965, p. 6-7.

[3] Ibidem, p. 18.

[4] Ídem, p. 61.

[5] Íd. p. 63.

[6] Íd., p. 70-71.

[7] Íd., p. 78-79. (Final del libro…)

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