Sinopsis: Relatos en “Estampas del Litoral” (1985). Vigencia de algunos testimonios. Crónica sobre “Juegos Florales”
En 1985, Guillermo Busaniche publicó Estampas del Litoral, ilustrado por el talentoso Juan Arancio y editado en la ya legendaria Librería y Editorial Colmegna, en Santa Fe de la Vera Cruz, “Corazón legal de la República”, como suele decir el escritor y poeta Gastón Gori. [1]
Tras la portada, una dedicatoria:
“A mi esposa, María Esther Galíndez y a mis hijos: Guillermo, María Esther, José Luis, Jorge y Martín, de quienes me enorgullezco.”
Contiene cinco relatos:
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- Teléforo Pinto.
- Juan de Dios Cejas
- Gumersindo Crispín
- La pesadilla
- Rosendo Gauna.
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Son descripciones del paisaje de San José del Rincón , reflejo de la vida de “Juan de Dios Cejas, criollo costero… muchacho fornido, de estirpe y de garra” y de Norberta Miño –“que trasunta decencia”-, con ojos muy grandes y negros, su cuerpo muy fino, su tez de gitana”… Ellos saben admirar la belleza del “ingá, aguay, canelón, curupí, los espejos de plata de grandes lagunas, las fuertes corrientes de tortuosos arroyos, la victoria regia, el grito estridente de la fauna toda”…
“Construyen su casa como obra e’ casero: con barro y gramilla… horcón altanero, cumbrera… y la paja”. (p. 19-20.)
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Allí, donde siglos antes nombraban a los pagos de Antón Martín, “no lejos de la ciudad”, tras cruzar cualquiera de los dos puentes tendidos sobre la Laguna Setúbal, avanzando hacia el noreste es posible llegar a una “villa pintoresca, criolla, soledosa, que aunque peña en población fue siempre grande en nuestra historia San José del Rincón, Rincón de San José o Rincón de Antón Martín. Enclavado a la vera del Río Colastiné y del correntoso arroyo Ubajay, por el naciente, recibe por el otro extremo paralelo, las aguas mansas de los bañados de la laguna Setúbal y aparece siepre como dormido, aletargado, quizá porque recibe, junto al aroma embriagante de los azahares de sus quintas de naranjos y limoneros, el rumor susurrante que arriman los vientos de las islas de sus contornos, todo dentro del marco verde y agreste que le dan sus timbóes, ibirapitaes y algún palo borracho que aparece cada tanto, rompiendo con sus formas, la monotonía del paisaje.” [2]
Guillermo Busaniche, conmovido por ese paisaje y sus hombres, necesitó expresar:
“Pasé mi mocedad en este magnífico terruño, junto a cuatro o cinco familias veraniegas que nos solazábamos identificándonos con su suelo y su gente; allí conocí la naturaleza y aprendí a quererla y de sus habitantes tengo los mejores recuerdos.
Sin desmedro de ninguno, -en su mayoría criollos o acriollados- hay una figura que no se me borrará jamás de la memoria, quizá porque se imponía por propia presencia, era como aquellos patriarcas de terruños lejanos perdidos en el tiempo; autóctono mil por mil, en su físico, en su pensamiento, en sus costumbres; versado a la antigua, sentencioso en sus juicios. GUMERSINDO CRISPÍN, te estoy evocando, estampa y figura de una época que, -gracias a estos pueblos- siempre cobran vigencia”…
Luego, Guillermo Busaniche rememoró aquel encuentro “con la figura legendaria de don Crispín” y el momento en que lo había saludado, emocionado mientras el sabio hombre del litoral “se paró prestamente dejando su silla de totoras”…
Recordó entonces que “preocupado siempre por la cosa pública, quizá por formación espiritual o por apellido, le formulé esta única pregunta: don Gumersindo ¿Cómo ve Ud. el futuro del país? Hizo una ligera pausa, paró rodeos a sus ideas; absorbió un fuerte sorbo de amargo que le arrimaba su compañera doña Romualda, chasqueó su lengua y con mirada firme y penetrante se despacho de la forma siguiente: [3]
Mirá muchacho, -me dijo, generoso en el apodo- y esto tenelo muy presente, acotó- si nos juntamos hombro a hombro, sin parcialidades: civiles, militares y eclesiásticos, sin hijos ni entenados, sin réprobos y elegidos, como antes, cuando atacaban los españoles o nos invadían los ingleses, o cuando la organización nacional, con caudillos, sí, que encarnaban nuestras ideas: Estanislao López, por ejemplo”…
La historia referida a Rosendo Gauna, el vibrante narrador escribió:
“El país se había sacado la grande y alguna participación teníamos todos en el billete. Aquella noche tuve un sueño reparador, profundo y bueno y al día siguiente volví al mismo diario, pero con otro paso, más parecido quizá a aquel de burgués que señalara.
Así transcurrieron los días y hasta los meses y el tema era siempre el mismo: la televisión, la radio, el periódico o el diario lo repetían a cada instante. Las otras cosas importantes parecían que no jugaban ya y, a poco, el espectáculo se fue esfumando y así llegaron al mismo diario otras noticias, de otro tenor. Como éstas: éramos también campeones de la inflación. El campo salía a la palestra, por boca de sus figuras representativas, ante la tremenda presión tributaria que agobiaba sin razón al productor agropecuario y la Iglesia aconsejaba, reverentemente: conciliación, serenidad y paz, como único medio para la reconstrucción total.
La plomada tocaba otra vez a fondo y cada día se me hacía más difícil construir el techo para formar el hogar.
Transcurría el año 1978 a fuer de ser justo y preciso, estábamos en un 14 de julio, aniversario glorioso del acontecimiento trascendente cuando me apercibí que había heredado el mismo espíritu que insufló aquel suceso de la Francia que recordara –aquella inmortal y señera- a la que debía agregar mis jóvenes treinta años y el anhelo poético de mis mayores. En importo sin par, me puse de pie, largué por la borda lo amargo y lo feo y quise gritar a todos los vientos: …¡no más frustraciones…!; ¡no más desengaños…! Si tenemos todo: la materia prima y el afán común”. /…/ Bajé aturdido los escalones de la oficina de mi diario, casi al galope, y cuando tomé conciencia de mi existencia, formaba parte también del malón humano de todos los días sin encontrar la solución de alquimia que buscaba en vano. Así cabizbajo, sumido otra vez en la depresión total, tomé la senda de mi oficina para completar la carrilla aquella que quedó inconclusa”… [4]
……………………………………………………………………………………………………”San Javier fue mi pago preferido: por sus hombres, sus poetas, sus escritores e historiadores y senté allí mis reales junto al mocobí, sano, sabio, sereno e identificado con la naturaleza.
A Rosendo Gauna, mi vecino, le anuncié la visita. Éste constituía para mí la mejor figura del criollo de pura cepa: por su estampa, su conversación, su hombría de bien, su rectitud y su firmé. Llegué muy temprano a su casa, hermosa casona de aquellas que tienen un encanto especial por el perfume de sus flores y la gracia cautivante del conjunto. Frente a ella, en la portada digamos, don Rosendo me estaba esperando: erguido, alto, espigado, con un ligero bigote que daba realce a su estampa y una faja negra, criolla, que al envolver su cintura lo estilizaba aún más: crisol del Segundo Sombra con el Quijote inmortal. Luego de los saludos de práctica junto al viejo fogón, descargué en el amigo las angustias de muchacho y lo interrogué a todo tenor. Dicen, don Rosendo, fue mi primera pregunta, que se estudia una ley que nos va a cambiar a todos, nuestras costumbres, lo que fuimos, etc., parece que la culpa la tiene también la gente, el pueblo… ‘Tenga mano’, se apresuró a contestarme: ‘si todo se quiere hacer sólo con la ley quizá esta cuadrera no va a pasar de partidas’. Acá -continuó- lo que está enfermo pero no muerto es otra cosa, es el hombre, nuestro hombre, sobre todo está cansado de que lo engañen desde arriba. ‘Mire… continuó diciéndome, es a él al que hay que cuidar’. Pero ¿cómo hacerlo? Le pregunté. ‘Muy sencillo me respondió: con el ejemplo y la honestidad’ y acotó: ‘a estos pagos llegó hace muchos años un farmacéutico que se casó con una costera de ley y los remedios los dio con su ejemplo. Siempre fue igual, coherente, como dicen Uds. los de la ciudad, en sus ideas; cada campaña política nos decía: acá vengo amigo ‘por lo mismo de siempre’; pudo hacer mucho dinero este hombre pero prefirió hacer muchos amigos. Ése es el farmacéutico del alma que necesitamos, porque hacer hombres para ganar el pan nuestro de todos los días es fácil y no nos interesa, lo que cuesta es hacer aquél que sabe cumplir la misión de una vida”…
Del relato referido a “Teléforo Pinto – Lancero de López”, algunos párrafos servirán para reconocer el valor literario de esa obra de Guillermo Busaniche y aproximarán a una breve historia de la Historia de los argentinos:
“El país atravesaba el período difícil de la organización nacional. Rincón (San José del Rincón), que fuera cabeza de departamento y llegara a enviar tres alcaldes al Cabildo de Santa Fe, no era como lo conocemos ahora, un villorrio de paz y de sosiego, sino que aparecía en aquel entonces como un volcán en permanente erupción: sus hombres y su gente sólo pensaban en la defensa de su ciudad, acosada continuamente por la prepotencia porteña que saqueaba y destruía (Viamonte, Díaz Vélez, Balcarce, etc.)
López, el Brigadier General, estaba al frente de los santafesinos cuyos ideales encarnaba. Uno y otro: caudillo y pueblo, constituían la verdadera ‘historia de la patria’, porque la comunión era total y completa.
La prosapia estaba en este pueblo de Rincón y en el apellido de sus figuras importantes, -flor y nata de la época-, descendientes directos de ‘los mancebos, bien mancebos’, que se jugaban permanentemente en los entreveros de la organización nacional Uno de ellos, hijo dilecto del pueblo, lancero tacuara de López, se movía febrilmente, como lo hacía también en aquel entonces, fray Francisco de Paula Castañeda y el pueblo todo, me refiero a la magnífica figura de Teléforo Pinto.
Su estampa imponía de por sí: alto, morocho de tono subido, de atuendos elegantes, de modales finos, educado, de mirada firme y aunque aparecía con cierto empaque desde su overo rosado, ‘capa’ preferida de sus fletes, al ‘abajarse’ y entrar en la conversación era abierto, liberal, con simpatía arrolladora, ‘cortado’, como dijera Fernán Silva Valdez, para ser lugarteniente de primera.
Pero lo importante de este rinconero de fibra y de ley eran, las ideas políticas que intuía, conocía y señalara admirablemente, como suele intuir, conocer y señalar nuestro propio pueblo.
Creía –como su jefe- en la ley suprema como forma única y definitiva de organización social. Y cuando la retirada porteña, cuando el interior indignado se alza, golpeando fuerte, con López a a cabeza y éstos atan sus caballos criollos en la Pirámide de Mayo, pedía a gritos, como aquél, que el país se organizase definitivamente bajo el amparo augusto de la ley suprema. Rechazaba indignado aquello de ‘que los ejércitos victoriosos estaban exentos de ser juzgados o sometidos a rendición de cuentas’. De lo contrario, pensaba, la barbarie de Díaz Vélez o de Balcarce se justificaba por el triunfo en sí.
Soñaba con una república representativa y federal y pensaba como un demócrata, que el heroísmo en la guerra era tal vez más fácil que el heroísmo en la paz’.
Creía, como buen republicano, en la necesidad de la división de los poderes, y consideraba como atentatoria a la esencia de esa forma de gobierno que un poder, por intermedio de su representante, asistiera frecuentemente a los estrados del otro. Pensaba al respecto que era menester guardar las distancias entre ambos. El Poder Judicial –sostenía-, debe ser insospechable y esto debe cuidarse como la mujer debe cuidar su reputación y su pudor.
La publicidad de los actos de gobierno estaba en el alma de este pueblo y lo que expresaba López y sus hombres se comentaba y criticaba en las calles y en las plazas públicas, como ocurría en las democracias incipientes pero reales, de la Grecia de antaño.”
Guillermo Busaniche terminó ese relato con este párrafo:
¡Ojalá que tus ideales, tu esfuerzo y el de tu pueblo prendan pronto y definitivamente en el alma de nuestro país, abatido por las frustraciones y desengaños!”
1926 – Crónica sobre juegos florales…
“Transcribo párrafos que escribí en el libro “Gastón Gori – Caminos del Hombre y de la Humanidad”, inédito.
(Negritas sólo en esta reiteración.)
El cronista santafesino José Rafael López Rosas ha señalado a fines del siglo veinte, que “en el siglo pasado, especialmente desde el comienzo de aquellos años locos que alguien llamó la ‘belle époque’, los certámenes literarios cobraron gran auge’ y “en consecuencia, los juegos florales tuvieron su papel muy importante en aquella ingenua sociedad’… Al margen de lo cursi o frívolo que estos juegos conllevaban, los mismos, representaban en su época los concursos literarios de hoy.” [5]
Alude luego a los Juegos Florales organizados en 1926 por el Club Gimnasia y Esgrima de Santa Fe, nombra a destacados poetas de ese tiempo, destaca que entonces en la ciudad se editaban “cuatro o cinco diarios”, había funciones en varios teatros y se realizaban los “infaltables cafés literarios, integrados generalmente por los noctámbulos hombres del periodismo, en sus ratos de ocio. [6]
Una mirada sobre la publicación del mencionado club al celebrarse el septuagésimo aniversario de su fundación, permite saber que don Enrique Carbonell siendo presidente del club apoyó aquella iniciativa, designándose Mantenedor de los juegos y presidente del Jurado al doctor Nicanor Molinas y a los doctores Julio A. Busaniche, Severo A. Gómez y Gustavo Martínez Zuviría -el escritor Hugo Wast- que debió renunciar por exigencias de su profesión, siendo reemplazado por el doctor Rodolfo Reyna, también luego nombrado para el Jurado en otros Juegos Florales.
Sorprende –aunque no tanto-, lo expresado por López Rosas: “Luego de barajar el nombre de elegantes y hermosas niñas de nuestro medio, salió triunfante Alcira Cullen Gómez, a quien se la nombró en carácter de reina; integrando su ‘Corte de Amor’, Mariti Leiva, Zafira García Valdéz, Esther Gómez Iriondo, Pepita Benet, Beatriz Molina, Delia César, Adelina Candioti, Mercedes Puig, Carmelita del Rivero, Virucha Puig, María del Carmen López, Alicia Barraco Candioti, María Elena Bustos, Mechita Bruno, Zulema Mántaras, Raquel Candioti y Noemí Gollán. Igualmente, un escogido grupo de jovencitas, formaban parte de la corte de ‘pajes’ y ‘amorcitos’, y también algunos niños… Douglas Norman, Chacha Lozano, Guillermito Busaniche, Churi Perazo, Silvia Gómez, Teté Vidal Loza, Elsa López Domínguez, Chela Pintos, Sabinita Alarcón López, Olguita Gschwind, Albertita Candioti y Lilita y Raquel Irigoyen.”
Lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.
[1] Busaniche, Guillermo. Estampas del Litoral. Santa Fe de la Vera Cruz, República Argentina, Librería y Editorial Colmegna, 1985. La impresión de la primera edición: 500 ejemplares, concluyó el 30 de setiembre de 1985, en los talleres Gráficos de Librería y Editorial Colmegna SA, San Martín 2546, Santa Fe, República Argentina.
[2] Ibidem, p. 25.
[3] Ídem, p. 26-28.
[4] Íd. p. 37-43.
[5] En torno a “la Cursi cursilería… Cuando una persona es presumida y finge sus actitudes, pretendiendo aparecer como delicada y elegante o cuando un objeto o una decoración son demasiado artificiosos, se dice que constituyen algo cursi. Dicen que vivieron en Cádiz dos mujeres -Tessi y Curt- que se distinguieron porque usaban vestidos, adornos y peinados extravagantes. Un vecino empezó a nombrarlas con una sola palabra: tesicurt y otros lo imitaron, alteraron el orden de las sílabas y finalmente, se extendió el uso de la palabra cursi para calificar lo desagradable, lo grotesco que se impone cuando no hay aptitud para apreciar y crear lo bello.
[6] Diario El Litoral – La comarca y el mundo. Santa Fe, sábado 26 de abril de 1986, p. 1-2.