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Antonio López Llausás, editor.

1930: Aportes del Centro Republicano de Buenos Aires.

1936: comienzo de la guerra civil española.

1939: el periplo de Antonio López Llausás.

Llegada a la Argentina.

Asesores de López Llausás…

1942: mirada desde “La Nación”.

Una década de crecimiento editorial…

1943: Primera Feria del Libro en Buenos Aires.

1948: riesgos ineludibles…

1950: Exposición de Obras de exiliados…

1955: año de transformaciones…

1959: mirada de un joven periodista y escritor…

1962: ausencia definitiva…

1969: trigésimo aniversario de Editorial Sudamericana.

1979: último vuelo de Don Antonio…

1990: crece la “ competencia”  entre las editoriales.

 

Desde 1918, la editorial Catalana publicaba la revista D’Ací i d’Allá orientada por el talentoso Francisco Cambó e inicialmente dirigida por el poeta Joseph Carner; considerada como una “revista burguesa” destinada a lectores burgueses…  Seis años después, Antonio López Llausás compró aquella editorial y se produjo algo más que un cambio de propietarios, porque al incorporar opiniones y notas escritas por destacados autores catalanes, bajo la dirección de Carles Soldevila significó una vidriera itinerante donde estaban expuestas tendencias de vanguardia: la modernidad de Cataluña

En 1927, nació Antonio -su hijo- con quien entonces no habría imaginado que emigraría a América…

Desde esa revista de arte, en 1934 se difundieron textos e imágenes pertinentes al desarrollo artístico durante el siglo XX, y la publicación de Navidad del año siguiente abarcó parte de la Historia y de las imágenes de la Barcelona antigua.

Es interesante tener en cuenta que en aquel tiempo, se advertía un pujante desarrollo cultural e industrial.  Era el tiempo de los postistas, los mediterráneos que promovían la develación de un perfil singular, representativo de sus originales creaciones. Durante el período de la segunda república, se intensificó la difusión de diarios y revistas que reflejaban el desarrollo artístico en distintas regiones, especialmente en Cataluña teniendo a Barcelona como eficaz centro irradiador de las nuevas tendencias.

A fines de aquella década, se difundió el Manifest Groc -“Manifiesto amarillo” de 1929- firmado  por Salvador Dalí, Sebastián Gasch y Luis Montanyá y más conocido como “Manifiesto Antiartístico Catalán” que esbozaba una concepción artística basada en el maquinismo.  Dos meses antes del comienzo de la guerra civil, se presentó en Barcelona una novedosa exposición colectiva “Lógicofobista” con el propósito insoslayable de exponer desarrollos artísticos en torno a una “fobia a la lógica”

Mientras tanto, también se habían generado cambios significativos en otros universos… Lamentablemente quedaron semiocultos hasta que en agosto de 1945 terminó la segunda guerra mundial y llegó el momento de demostrar la importancia de la resistencia.

1930: Aportes del Centro Republicano de Buenos Aires…

Diversos nucleamientos de miembros de distintas comunidades, han contribuido a defender la propagación de las obras de artistas pertenecientes a sus regiones.  Entre ellos, desde comienzos del siglo diecinueve funcionó en Buenos Aires el Centro Republicano de Buenos Aires que en 1930 organizó el “Ateneo Pi y Margall” que organizó una importante biblioteca.

Todos esos esfuerzos contribuyeron directa o indirectamente a estimular la lectura y en consecuencia, a promover el desarrollo editorial y la educación permanente de la comunidad., TT

1936: comienzo de la guerra civil española…

Hasta el comienzo de la guerra civil española (1936), el perseverante catalán Antonio López y Llausás tenía una editorial que simbolizaba una tradición familiar porque también su abuelo se había dedicado a las artes gráficas.

En el Anuario de la Asociación de la Prensa Diaria de Barcelona –Año I (1923), se menciona precisamente en esa ciudad, a “Antonio López Llausás”.

1939: el periplo de Antonio López Llausás…

Aquí se intentará una aproximación a la trayectoria al homónimo que fue uno de los tantos republicanos que decidió cruzar los Pirineos para sobrevivir en Francia.

Su nieta dialogó con Alejandro Cavalli y en agosto de 2002 se difundieron interesantes datos: “… Estuvo un tiempo en Francia y después intentó armar una imprenta en Colombia con un escritor amigo, pero no anduvo muy bien; la verdad es que no tenían un peso, iban con una mano adelante y otra atrás.” Relata Gloria Rodrigué que en aquel tiempo, “fueron en tren de Cali a Bogotá… era una desolación, y al llegar a Bogotá un día abren el diario y aparecen unos titulares que decían: Dos españoles que vienen a quedarse con la cultura colombiana. Entonces se empezaron a reír y a decirse: “Acá vamos a venir nosotros que no tenemos nada, a que crean que nos vamos a quedar con qué, nosotros que no podemos comprar ni siquiera…”  Y dijeron: “No, no, en este país no se pueden vender libros, volvámonos a París aunque nos muramos de hambre”.

Allí pudo seguir trabajando en lo que evidentemente constituía su vocación: difundir la cultura, estimular la lectura promoviendo el mercado editorial. Ignoraba aún que en el extremo sur de América vivía una inquieta e inquietante mujer:  Victoria Ocampo, la embajadora que había generado una hermandad literaria en distintos continentes.  Mientras trabajaba en la Librería, un amigo catalán que se desempeñaba “en Buenos Aires para la compañía de electricidad, lo conectó con Victoria Ocampo y su hermana Silvina, esposa de Carlos Bioy Casares-, con Carlos Mayer “un bibliófilo muy afamado”, con el poeta Oliverio Girondo…

Llegada a la Argentina…

Así fue como Antonio López y Llausás en 1939 -al final de la guerra civil y comienzo de la segunda mundial. -viajó hasta la Argentina, son su esposa y su hijo de diecisiete años.  Comenzó a trabajar en la editorial Sudamericana recientemente puesta en marcha.  Como suele suceder durante y después de las guerras, el derrumbe agobia en los campos de batalla mientras esos movimientos generan también cambios en distintos países porque no sólo hay desplazamientos de personas, también se modifican las inversiones

Cuando Victoria Ocampo necesitó que una persona especializada asumiera la conducción de la recién creada editorial Sudamericana, “Rafael Vehils, propuso para el puesto a un editor catalán que en esos tiempos estaba en Francia y que había salido de España con motivo de la Guerra Civil. Su nombre era Antonio López Llausás: llegó a Buenos Aires en 1939 y se hizo responsable de la gerencia general de la empresa. Poco después se convirtió en su principal accionista y llevó adelante el proyecto editorial de los primeros tiempos. Años más tarde, su hijo y sus nietos, continuando la obra emprendida, se ocuparían de la conducción de Sudamericana.

La primera sede de la editorial se estableció en el centro de la ciudad, frente a la Manzana de las Luces, en la esquina de Bolívar y Alsina. En 1965, se trasladó al barrio de San Telmo, donde sigue funcionando actualmente.

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Ha señalado Gloria Rodrigué: “…al mismo tiempo que mi abuelo vino el señor Losada y fundó la Editorial Losada, vino Rafael Ollara Jiménez y fundó la Editorial Espasa-Calpe, también se fundó Emecé. Es decir, un grupo de españoles vinieron, sabían el oficio, fundaron editoriales y empezaron a publicar. Y como en España no se podía publicar, fue desde aquí, desde la Argentina, donde se invadió a Latinoamérica con libros.”

(Se ha reiterado que en 1938, Gonzalo Losada fundó la editorial registrada con su apellido y considerada en aquel tiempo “la editorial de los exiliados”.  Se ha publicado que su hijo, cincuenta años después expresó: “Mi padre no fue, en realidad, un exiliado; era un español establecido en la Argentina desde antes de la Guerra Civil; sí, de convicciones republicanas y muy vinculado, por trabajar en asuntos de libros, a personalidades de la intelectualidad de su patria. Esa suma de circunstancias hizo que él -y, en rigor, toda la familia- participase en el mundo de los exiliados, como si fuese uno más de ellos. Por su lado, asumió esa condición con tal plenitud que, sin duda, llegó a ser un espécimen asaz característico de la diáspora española.»  En las Memorias del poeta Rafael Alberti ha destacado lo que significó el apoyo de «aquel nuevo editor, lleno de genio e iniciativa», que durante varios años publicó parte de su obra.  El poeta viajó en aquel tiempo hasta Paraná y Santa Fe, ciudad donde también estuvieron el talentoso Francisco Ayala, León Felipe, Angel Osorio y Gallardo, embajador de España…  En Buenos Aires, auspiciado por Losada se realizó un homenaje informal al poeta Juan Ramón Jiménez -y a su esposa Zenobia-, con motivo de presentación de la edición de lujo de Platero y yo… ” y ha trascendido que asistieron otros compatriotas españoles, entre ellos Alberti, Felipe y Luis Jiménez de Asúa y el destacado periodista y escritor argentino Eduardo Mallea, vinculado al diario La Nación.)

Asesores de López Llausás…

Sabido es que “nadie triunfa solo” y según lo expresado por su nieta, al entusiasta editor catalán –ya casi argentino-, lo asesoraron: “…un vasco que se llamaba Julián Urugoiti”,  después tuvo otro asesor español del que no recuerdo el nombre, después vino Porrúa” -Francisco Porrúa, en 1955- “y luego Enrique Pezón, o sea que siempre hubo distintos asesores literarios que leían lo que se podía ser, y después junto con mi abuelo decidían esto sí, esto no”.  [1]

En distintos medios se ha informado que López y Llausás, no editaba hasta tanto su lector oculto le informara acerca de su valoración de la obra.

1942: mirada desde “La Nación”.

Por distintos medios se ha reiterado que en enero de 1942, en el diario La Nación de Buenos Aires, Julio Barbarán Alvarado define al periodismo y al libro como la gran fuerza que ha permitido mantener la influencia continental del país, proporcionando estadísticas sobre la circulación de libros y revistas en el continente americano y España.
Los españoles exiliados que llegan al país en esos años encuentran, pues, campo propicio para trabajar en el mundo del libro, en el que participarán activamente, ya como editores, directores de colecciones, autores, traductores o críticos, ya como ilustradores, diagramadores, correctores, impresores, distribuidores y libreros.

Una década de crecimiento editorial…

Desde 1936 estuvo detenido en España el proceso editorial como consecuencias de los conflictos bélicos, pero en la Argentina se produjo un asombroso despegue porque “en la década de los años cuarenta este país pasa a ocupar el primer puesto en la industria editorial en lengua española y Buenos Aires es considerada «la mayor ciudad editora del libro en castellano» y en realidad, la proveedora principal en Hispanoamérica. En ese tiempo se generaron frecuentes discusiones acerca de los derechos de propiedad intelectual y aumentaron las traducciones y reediciones.  Hubo protestas y trámites judiciales debido a reproducciones no autorizadas, una dificultad que actualmente sigue afectando a escritores y editores porque suelen ser fotocopiados libros completos, incluyendo textos e ilustraciones.

1943: Primera Feria del Libro en Buenos Aires

En el programa de actos culturales de esa primera Feria del Libro participó el Patronato con un stand propio y desde entonces, el periódico quincenal España Republicana se editó con derechos exclusivos. Incluyó información bibliográfica y crítica de libros editados en la Argentina y en otros países, destacando especialmente la trascendencia de los aportes realizados por los exiliados españoles en función de la defensa de la libertad y oponiéndose a la censura que podría afectar a “nuestra cultura”  que es “la de España y América”, como se ha reiterado con frecuencia.  Se inició así una etapa de intercambio cuyos resultados positivos se apreciaron en presentaciones de nuevas ediciones y exposiciones artísticas.

1948: riesgos ineludibles…

Ha comentado el periodista y escritor Eloy Martínez que Antonio López Llausás “en 1948 se arriesgó a publicar Adán Buenosayres contra la recomendación de todos sus asesores, que detestaban las inclinaciones peronistas del autor. La novela fue recibida con un silencio de muerte, que sólo Julio Cortázar se atrevió a romper. Un año antes se había aventurado con Felisberto Hernández y seguiría haciéndolo con Cortázar, con Onetti o con autores que eran sus amigos del alma, como Eduardo Mallea y Salvador de Madariaga, de quien publicó: Bosquejo de Europa, De Galdós a García Lorca, El corazón de piedra verde (encuadernado); El Hamlet de Shakespeare (edición bilingüe); El ocaso del imperio español en América (encuadernado), El semental negro, El sol, la luna y las estrellas, España, Ensayo de historia contemporánea

1950: Exposición de Obras de exiliados…

Diego Abad de Santillán -español residente en la Argentina, historiador que ha dejado una interesante obra-, pronunció una conferencia en la Exposición de Obras Intelectuales en el exilio, organizada por el Centro Republicano Español en cooperación con la Asociación de Intelectuales Demócratas Españoles.

1955: año de transformaciones…

Junto a don Antonio trabajaba su hijo Jorge López Llovet -subdirector de Sudamericana– y ese año, según ha relatado el periodista Tomás Eloy Martínez, “a Jorge le había interesado el buen criterio con que Porrúa manejaba su pequeña editorial, Minotauro, y lo invitó a ser su asesor. Se quedó allí hasta 1971 y se marchó a Barcelona en 1977, porque ya no podía soportar -es lo que me dijo mucho después- tantas historias de muerte en la Argentina.  Porrúa era reservado hasta la mudez y lúcido hasta la extenuación. De los cientos de lectores que he conocido, pocos -o ninguno- tienen su olfato y su perspicacia.”

Una nieta de don Antonio ha recordado que en 1955, su abuelo se asoció con Francisco Porrúa en la editorial Minotauro, con el propósito de incrementar las publicaciones de literatura de ciencia-ficción y tras el fallecimiento de don Antonio -en 1965-, sus herederos siguieron siendo socios hasta que a principios del siglo veintiuno, viviendo ya Porrúa en España, se vendió la editorial Planeta.

En aquel tiempo, no era como en la actualidad porque los escritores entregaban sus libros terminados -o casi terminados, porque siempre parece ser que falta corregir algo-, mientras que en la actualidad se suele escribir por encargo o en algunas empresas, un consejo de especialistas -en marketing…-, proponen los cambios que servirán para que el producto sea más competitivo…  Así al menos, es lo escuchado en diálogos entre amigos, acerca de experiencias hispanoamericanas.

Gloria Rodrigué refiriéndose a los criterios de selección aplicados en Sudamericana, dijo que en aquella época “al editor le traían los libros escritos, él los leía y decidía. Hoy en día el negocio es otra cosa. Salimos a buscar temas y quien los pueda llegar a escribir y armamos el libro. No nos podemos quedar sentados esperando que nos traigan textos porque el negocio nos demanda otra cosa. Entonces, era mucho más sano aquello.”  Así es como resulta algo más difícil acceder a las editoriales, aunque ellas también soportan otros riesgos: “… antes uno leía, si le parecía bueno lo publicaba y si no, no. Hoy en día no es así, uno encarga un libro a escritores que sabemos pueden escribirlos, y a lo mejor no sale lo que uno quiere, pero ya lo encargó, lo pagó, el autor lo escribió. No es esa obra de esa persona que durante años escribió”… Enseguida, aclaró: “…yo creo que a los escritores hay que esperarlos, es decir, hay una maduración en los autores, pero hoy en día el negocio editorial no nos da el tiempo. Si publicamos un libro que anda más o menos bien, ya lo estamos torturando al escritor para que escriba otro libro en un año. La rapidez del negocio va en contra de la creación.”

Para mantener activas a las editoriales, se organizan colecciones que abarcan distintos géneros –generalmente narrativa y ensayos-, sobre temas científicos o históricos, entre otros.  A pesar de ello, no resulta fácil llegar a los potenciales lectores debido al costo de la propaganda y no hay suficientes revistas de difusión literaria, tampoco ofrecen los espacios necesarios en los diarios, radios y televisión.

1959: mirada de un joven periodista y escritor…

Acerca de aquellas experiencias literarias y de las empresas editoriales a mediados del siglo veinte, también aportó información desde Highland Park -en New Jersey, EE.UU.-, el periodista y escritor Tomás Eloy Martínez y ha sido difundida por internet:  “A fines de la década del 50, cuando llegué a Buenos Aires, muy pocas personas leían a los grandes narradores latinoamericanos. Aunque en la Capital vivían algunos de los mayores, como Jorge Luis Borges y Miguel Ángel Asturias, y casi todos publicaban sus relatos con asiduidad en el suplemento dominical de La Nación o en la revista Sur , sus libros pasaban inadvertidos fuera del círculo letrado. Algunos visitantes de Chile o de México llegaban a veces a leer sus cuentos en ceremonias secretas a las que asistían treinta devotos, pero en las conversaciones de los cafés no se discutía sino a Sartre, a Camus y a Aldous Huxley, cuyas experiencias con la mezcalina parecían rozar el umbral de mundos asombrosos.

De vez en cuando, como al pasar, alguien elogiaba las ficciones de un tal Julio Cortázar, que vivía en París, o el enrarecido mundo del uruguayo Felisberto Hernández, que había publicado en Buenos Aires, sin pena ni gloria, una colección de relatos con un título raro, Nadie encendía las lámparas. Vivíamos en el fin del mundo, a orillas de un río barroso, y tal vez por eso nunca nos mirábamos o, cuando lo hacíamos, era sólo para medirnos con lo que pasaba más allá del océano.”

Rememoró Martínez aquel sorprendente primer encuentro con el gerente de Sudamericana: “Una tarde de domingo” -en 1959- “conocí en la casa de Victoria Ocampo al primer editor profesional de mi vida. Yo suponía entonces que los editores debían parecerse a Victoria y hacer un poco de todo: escribir, traducir, publicar revistas y pasear por Buenos Aires a los grandes personajes de ultramar. Como buen provinciano de veinte años, vivía yo en un mundo de ideas fijas, donde las personas y las cosas debían parecerse a lo que me habían dicho que eran.”  Fue entonces cuando el editor Antonio López Llausás le habló de “una profesión que era tan azarosa como un juego de dados” y le dijo que «un editor no debe dejarse conmover por el éxito ni por el fracaso. Tiene que publicar sólo los libros en los que cree. Si no lo hace, más vale que se ocupe de otra cosa.»

Con frecuencia predispuesto a las anécdotas, Martínez reiteró que el responsable editor, “era un hombre calvo, afable, que parecía de otro siglo, aunque debía de tener poco más de cincuenta años” y rememoró: “Semanas más tarde me llamaron de su parte para invitarme a conocer los enormes depósitos que Sudamericana tenía en la calle Humberto I de Buenos Aires. Entre las novelas rozagantes de Manuel Mujica Láinez y Salvador de Madariaga, descubrí, en un rincón del fondo, algunos tesoros.

(Como premio por un ensayo breve acerca de El sentimiento hispanoamericano, organizado por la Asociación Literaria “Nosotras de Rosario” en 1981, recibí un Diploma y los dos tomos de Bolívar una biografía escrita por Salvador de Madariaga tras una prolongada y documentada investigación, Editorial Sudamericana, abril de 1976.  En la contratapa, se mencionas otras obras del autor: veintiún títulos…)

Ha comentado Martínez que “en centenares de paquetes se acumulaban, abandonados por los lectores, libros que pocos años después serían clásicos: Bestiario , la primera colección de cuentos de Julio Cortázar; Adán Buenosayres, la caudalosa novela de Leopoldo Marechal; La vida breve, de Juan Carlos Onetti, y esa joya llamada Nadie encendía las lámparas . Me fui de allí con un ejemplar de cada uno de aquellos títulos y nunca me separé de ninguno: me han seguido como un talismán a todas partes, aun en los exilios menos hospitalarios. «Un editor a veces pierde y a veces gana -me dijo López Llausás en el depósito, mientras señalaba las altas columnas de despojos-. Pero nunca sabe si pierde cuando gana o si gana cuando pierde.»

Tras aquel diálogo, Martínez supo que como el editor “no podía conquistar a Jorge Luis Borges como autor de Sudamericana, llevó a su editorial dos de las novelas que Borges había traducido para Sur: Las palmeras salvajes, de William Faulkner, y Orlando de Virginia Woolf. Sus primeros grandes éxitos fueron, casi siempre, libros de otras partes: Cuán verde era mi valle de Richard Llewellyn; El bosque que llora de Vicki Baum; La luna se ha puesto de John Steinbeck; Llegaron las lluvias de Louis Bromfield; Una hoja en la tormenta de Lin Yutang, y el invencible precursor de los manuales de autoayuda: Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, de Dale Carnegie, que apareció en 1940, cuatro años después de su lanzamiento en inglés”.  (Los dos últimos, integran nuestra biblioteca familiar desde principios de la década del ’50…”

 1962: ausencia definitiva…

Don Antonio López y Llausás, soportó en 1962 uno de los dolores más profundos porque falleció su hijo Jorge y desde entonces, Francisco Porrúa se encargó casi exclusivamente a la selección de libros, “reservando para sí sólo la relación con aquellos escritores a los que consideraba ‘de la casa’…”, como lo ha expresado el periodista Eloy Martínez en las páginas de La Nación.   En 1965, ingresó en la empresa su nieta Gloria Rodrigué.

1969: trigésimo aniversario de Editorial Sudamericana

Desde fines del siglo XX, la información circula por la red de redes y la informática permite leer publicaciones en diarios y revistas de distintos países.  En esa dirección, hay señales acerca de lo expresado por Antonio López Llausás en 1969.  Destacó el entusiasta catalán que la constitución de esa editorial fluyó de… «el ánimo de un grupo de distinguidos argentinos y algunos españoles radicados en Buenos Aires de llenar el vacío provocado por el colapso de la industria editorial española con motivo de la guerra».

Sabido es que el primer Directorio, presidido por Carlos Mayer, se constituyó en 1938. Entre sus integrantes había algunos españoles pero la mayoría eran argentinos: Enrique García Merou, Oliverio Girondo, Victoria Ocampo, entre otros. Fueron los primeros gerentes Julián Urgoiti y el propio López Llausás, y pronto se les fusionó la antigua Librería del Colegio.  Con el propósito de fortalecer “un sello de universalidad”  se editaron traducciones de escritos de “fama internacional” -Simone de Beauvoir, Aldous Huxley, Bernard Shaw -entre otros- y de autores hispanoamericanos: los argentinos Eduardo Mallea, Leopoldo Marechal, Manuel Mujica Láinez, Ernesto Sábato… Luego obras de Julio Cortázar -argentino ya residente en Francia; Gabriel García Márquez -colombiano, 1967, Cien años de soledad-; Juan Carlos Onetti, uruguayo…

1979: último vuelo de Don Antonio…

Desde 1971, Francisco Porrúa se había alejado de la editorial y en 1979 falleció don Antonio López Llausás.  Su nieta mayor Gloria Rodrigué trabajaba allí desde 1965 y logró mantener la tradición empresarial: excelente selección, calidad en la impresión y oportuna distribución. En distintas oportunidades, ha destacado que el escritor colombiano Gabriel García Márquez ha sido uno de sus fieles co-operadores.

1990: crece la “ competencia”  entre las editoriales.

Los fenómenos socioculturales y económico-financieros afectan a todas las empresas, sean individuales o colectivas. En las últimas décadas se han producido acelerados cambios en el mercado editorial debido a que se han fusionado sociedades para enfrentar con mayor poder a esta dificultosa etapa de transición hacia la renombrada globalización.

A mediados de la década del ’90, ese fenómeno ya no sorprendía y en distintas localidades se fue observando cómo editoriales pequeñas dedicadas a difundir la obra de los creativos soportaron una crisis y en su mayoría, desaparecieron. Además, la venta de libros también cambió su rumbo, porque los lectores ya no necesitan acercarse a la librería debido a que se los ofrece en kioscos, supermercados y hasta en las farmacias, si de dietas o herboristería se trata.  Además, así como en distintas artes aparecieron los representantes, en el campo de la literatura crecieron como la hierba, los agentes literarios que  promueven a determinados escritores acercando sus  producciones.  La hierba puede ser benéfica, porque si al escritor le rechazan la obra con expresiones excesivamente descalificadoras, ella metafóricamente hablando, sirve para suavizar el efecto…

En medio de esa maraña de incumbencias, en 1997 se produjo una transformación en la editorial Sudamericana, quizás nunca totalmente imaginada por Victoria Ocampo: fue adquirida en 1997 por el grupo alemán Bertelsmann.  Ese año, la Editorial Sudamericana recibió Mención Especial en oportunidad de entregarse el Premio Mundial de Literatura “José Martí”.

(Es oportuno tener en cuenta que a principios del tercer milenio, en las editoriales argentinas consideran que si un libro no se vende durante los primeros seis meses, ya no lo será. Así lo ha reiterado la directora general de la editorial Sudamericana, Gloria Rodrigué…)

Lecturas y síntesis: Nidia Orbea de Fontanini.

[1] Comenta Alejandro Cavalli, que “aunque fueran muchos los asesores, en la pared  de la sala de espera, junto a la puerta de la oficina de Gloria Rodrigué, se le hace un merecido reconocimiento a solo uno de ellos. Es un cuadro donde aparece enmarcado un texto escrito a máquina, en un papel ya amarillento, dirigido a Porrúa. Se trata de una carta firmada por Gabriel García Márquez, unos 15 años antes de ganar el Nobel. En su misiva el Gabo avisaba a su futuro editor que enviaría por avión el primer capítulo de Cien años de soledad.” #  El libro se editó en 1967, dos años después del fallecimiento del padre de Gloria Rodrigué quien en esas circunstancias empezó a trabajar en esa empresa.  A principios del tercer milenio, dijo: “Hoy, un manuscrito de ese libro, que para algunos en aquella época pareció no tener importancia, es subastado por medio millón de dólares.”  # La presentación del libro se realizó en Buenos Aires, en ese tiempo García Márquez integraba un Concurso organizado por la revista Primera Plana y una tapa sirvió para despertar a los potenciales lectores.  “Cuando se decidió la tirada de Cien años de soledad, fue algo muy impresionante, porque de un autor desconocido, colombiano, se hicieron 8.000 ejemplares, cuando en esos casos se hubiesen hecho 3.000.”

 

 

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