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2006 – Legendarios ecos de la época Tang…

Bambúes de mi jardín de Chang Kon.

Luchando al sur de las murallas.

El camino de Szechuan.

Li Taibo.

Cacería.

Los cuervos que graznan por la tarde.

Canción.

Sordera.

El fin de la primavera.

 

Antes de continuar con otros vuelos, es oportuno advertir las señales que desde la época Tang (618-907), perduran y se expanden…

                           “Desde la torre del Yao Chang[1]

“No veo ante mí al hombre que pasó,

ni tras mí al que aún no ha llegado.

Pienso en la inmensidad del universo.

Y, solo en esta altura, derramo amargas lágrimas.”

Cheng Tsenang

 

No ha sido por casualidad, lo escrito en esta Carta de la Montaña:

 

En la región de las nubes espesas levanté mi cabaña.

En el polvo del mundo se pierden ya mis huellas,

me alejo sin cesar.

No me preguntes cómo pasa el tiempo.

Ante mi ventana corre el agua del arroyo,

En la cabecera del lecho me acompañan mis libros…

Li Kiuling.

 

Bambúes de mi jardín de Chang Kon

Los bambúes antiguos, con aceradas puntas,

rozan las nubes del azul.

Como Siang Jou, regreso indolente a mi país,

sin más deseo que una noble pobreza.

Mil arpentas de bambúes se agitan en el viento,

silban bajo la lluvia.

Bajo el peso de un pájaro, inclínase una rama

y penetra en mi ánfora.

                                                                       Li Ho.

 

Luchando al sur de las murallas

(Fragmento)

…………………………………………………………………………

Siempre duran los fuegos, y la guerra y las marchas no acaban.

En el campo mueren los hombres, la espada contra la espada;

los caballos de los derrotados al Cielo lanzan lastimeros relinchos.

Picotean gavilanes y cuervos buscando entrañas humanas,

en el pico las llevan y colgadas las dejan en el marchito ramaje.

Soldados y capitanes en la maleza y las hierbas se cubren de manchas;

De nada sirven los planes que el General preparó largamente.

Sabed, pues, que la espada es cosa maldita, que el prudente

Sólo usará cuando el deber lo reclame.  [2]

                                                                  Li Taibo.

El camino de Szechuan

(Fragmento)

¡Ay! ¡Qué peligroso y qué alto!

Más fácil sería escalar las alturas del Cielo

que seguir el camino de Szechuan.

……………………………………………………………………………………………………

Temo que no podré regresar de ese viaje a Occidente;

empinada es la ruta y por las rocas no puede subirse.

La voz de un pájaro, a veces, se oye en los viejísimos árboles,

Un macho llamando a su hembra, arriba y abajo, en los bosques;

un cuclillo, otras veces, le canta a la Luna, cansado de sierras desiertas.

Más fácil sería escalar las alturas del Cielo

que seguir el camino de Szechuan.   [3]

……………………………………………………………………………………………………

                                                           Li Taibo.

Cacería

Los hijos de la frontera

ignoran los libros toda su vida.

Únicamente saben cazar, orgullosos de ser flexibles y ágiles.

En otoño sus caballos bárbaros están fuertes, necesitan pastos.

Entonces, suben a su montura, la esbelta silueta desdeñosa;

su látigo de oro acaricia la nieve, su peto cruje.

Entonces, semiebrios, llaman a su halcón y se precipitan al límite de los campos.

Tienden su arco casi en redondo y jamás yerran su propósito.

Silba la flecha y caen juntas dos grullas.

Quienes los contemplan desde las orillas del lago, tiemblan,

pues su fiera bravura llena el desierto.

Encerrado hasta que envejece detrás de las cortinas,

¿cómo el letrado podrá competir con el jinete?  [4]

Li Taibo.

Los cuervos que graznan por la tarde

Doradas nubes bañan la muralla.

Los negros cuervos graznan sobre sus nidos,

nidos en los que quisieran descansar.

En tanto, la joven esposa suspira, sola y triste,

sus manos abandonan el telar,

sus ojos están fijos en la azul cortina del cielo,

cortina que parece separarla del mundo,

como la leve niebla oscurece el río.

Está sola: el esposo viaja por países lejanos;

todas las noches está sola en su alcoba.

La soledad le oprime el corazón,

y sus lágrimas, como fina lluvia, caen en tierra.  [5]

Li Taibo.

Canción

El sol poniente se refleja en las argollas de las cortinas.

Del lado del valle ya florece la primavera.

Las flores perfumadas recubren los jardines de las márgenes,

los hogares humean sobre las lentas barcas.

Cuando los gorriones entre las ramas riñen,

los insectos voladores giran pro el patio.

¡Oh vino turbador!, ¿quién te ha inventado?

Una copa basta par disipar mil penas.

Li Taibo.

Sordera

Mis ojos hace tiempo se niegan a ver claro,

desde el último mes, mis oídos son sordos.

Terminados los gritos de los monos de otoño,

concluido el concierto del pájaro en la tarde.

Cuando las hojas caen cubriendo la montaña,

¿en dónde estará el viento del otoño?, pregunto.

Li Taibo.

El fin de la primavera

La flor del peral se comprime y se transforma en fruto.

Los pichones nacen de los huevos de golondrina.

¿Qué consuelo ofrece la doctrina del Tao

cuando se enfrenta la mudanza de las estaciones?

Me enseñará a ver volar los días y los meses,

sin llorar en exceso por la juventud que muere.

Si el mundo transitorio no es sino un largo soñar,

poco importa si somos jóvenes o viejos.

Siempre, sin embargo, desde que mi amigo me dejó,

y viví en el exilio en la ciudad de Chiang-ling,

hubo un deseo que no he podido dominar:

de cuando en cuando, por azar, vuelva a verlo.

Bo Juyi.

 

Lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

[1] Los poetas de la dinastía Tang – Selección de Roberto Donoso. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, abril de 1970, p. 13.

[2] Ibídem, p. 25-26.

[3] Ídem, p. 26-27.

[4] Íd., p. 32.

[5] Íd., p. 32-33.

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