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“Los forjadores del pensamiento nacional”.

“Los forjadores del pensamiento nacional”.

1984: III Congreso Nacional de Literatura, San Juan.

Arturo Jauretche – Raúl Scalabrini Ortiz (Ensayo aprobado).

INTRODUCCIÓN.

I – LA REALIDAD NACIONAL HACIA 1940.

Nuevos autores argentinos

Necesidad de consolidar una cultura nacional

 

 

A principios de 1984 comenzó la organización del “III Congreso Nacional de Literatura Argentina” organizado por la Universidad Nacional de San Juan, y meses después, se seleccionaron las ponencias enviadas por escritores y especialistas.

1984: III Congreso Nacional de Literatura, San Juan…

Reiteración de la nota recibida oportunamente:

“San Juan, 8 de agosto de 1984.

Prof.

Nidia Orbea de Fontanini.

De nuestra consideración:

Nos dirigimos a Ud. Con el propósito de comunicarle que su trabajo Forjadores del pensamiento nacional ha sido Aprobado por el Comité Nacional de Lectura del III Congreso Nacional de Literatura Argentina.

Sin otro particular saludamos a Ud. atentamente.

(Firma)

Prof. Berta Varas de Klement

Coordinadora

Comisión   Académica.”

Arturo Jauretche – Raúl Scalabrini Ortiz (Ensayo aprobado)…

 INTRODUCCIÓN.

Este breve ensayo no es casual. Existe una causa profunda que ha impulsado a su realización: 1984 y el Tercer Congreso Nacional de Literatura Argentina a realizarse en San Juan, del 11 al 15 de Septiembre, cuyo Plenario Inaugural coincide con un nuevo aniversario de la muerte de Domingo Faustino Sarmiento; indican un tiempo y un espacio de esta Argentina de hoy, que por encima de las antinomias está en la búsqueda de una unidad que permita consolidar la identidad nacional.

Es sabido que la historia de los pueblos no la escriben solamente los historiadores, y también se ha demostrado que los “revisionismos” revelan algunos errores u omisiones que implican cambios sustanciales en la apreciación de la realidad histórica.  En el canto de algunos poetas, en los relatos de otros, es posible descubrir verdaderas estampas del ayer, con las cuales es factible encontrar explicación a las “dispersiones” y “confusiones”.

Penetrando en la obra de los forjadores del pensamiento nacional, son muchos los “Hernández” que con profunda objetividad, acentúan el perfil de nuestra nacionalidad, de nuestro hombre argentino.  Leyendo a otros, se confirma el veredicto del Documento de Puebla en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrado en México:  [1]

“A causa de influencias externas dominantes o de la imitación alienante de formas de vida y valores importados, las culturas tradicionales de nuestros países se han visto deformadas y agredidas, minándose así nuestra identidad y nuestros propios valores”.

La literatura argentina no ha podido liberarse de esta influencia, pero no es de interés para este trabajo entrar en el análisis de esa situación.  Nuestra cultura y nuestra literatura particularmente, resulta de la suma del pensamiento y la acción de Mitre y de Sarmiento, de Echeverría y de Alberdi, de Manuel Ugarte, Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche y de todos los que han dejado la “palabra” como semilla para que crezca en nuevos razonamientos y se afiance en sólidas concepciones que realcen los auténticos valores de nuestra nacionalidad.

Entendiéndolo así, la obra de los escritores como conjunto de un sentimiento y expresión de un pueblo, se nutrirá en las raíces profundas del “ser nacional”, invisible para todos pero “gigantesco” para quienes tienen el privilegio de sentirse consustanciados con él.

No está en discusión el valor de la literatura fantástica u onírica, por cuanto el hombre debe compensar realidad e irrealidad para encontrar un equilibrio, pero lo que sí se pretende con este trabajo, es una revalorización de los importantes testimonios que ofrece la literatura argentina, especialmente desde 1940 hasta hoy.  Ello permitirá comprender mejor nuestra realidad, asumirla, lograr definitivamente una identificación singular, como pueblo y como nación, por ende como cultura.

I – LA REALIDAD NACIONAL HACIA 1940.

En ese momento histórico, el hombre argentino está en la misma situación en que Scalabrini Ortiz coloca al ‘porteño’ en su magnífica obra “El hombre que está solo y espera”, anticipado en 1928 y editado en 1931.

Una numerosa clase media, con un modo particular a amar, de considerar el dinero, de padecer soledad, de relacionarse con el Poder, con el Estado y con la Cultura; que se analiza sólo en su horizontalidad mientras en las entrañas de la Historia se está gestando una revolución social y cultural en la que participarán importantes “hombres de letras” que dejando de lado todo efluvio de extranjerías, romperán los moldes viejos y elitistas.

Cambia su rumbo la mirada.  Se promueve una visión orientada desde el puerto hacia las propias raíces latinoamericanas.  Se observa con tristeza, que algunos aún siguen con los ojos fijos en el Océano, en lejanas tierras, de espaldas a sus hermanos y al ideal soberano que ellos alientan.

Coincide 1940, con el momento en que “los grupos literarios de Florida y Boedo se escinden, se confunden en algunos casos, se mezclan muchas veces.   Las tendencias no están bien delineadas como antes.  Tendrá que hablarse ahora más que de movimientos estéticos, de individualidades creadoras, de escritores aislados”[2]

Hace un lustro que nació F.O.R.J.A. (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) en cuyo manifiesto del año 1935 sostiene:  “somos una argentina colonial, queremos ser una argentina libre”.  La integran entre otros, Arturo Jauretche y no todos eran afiliados políticos.  Tal es el caso de Raúl Scalabrini Ortiz.  Lo que sí se puede aseverar, es que o eran “cipayos”, y para ello basta con sus declaraciones:

“El proceso argentino en particular y latinoamericano en general, revela la existencia de una lucha permanente del pueblo en procura de su soberanía popular, para la realización de los fines emancipadores de la revolución americana, contra las oligarquías como agentes de los imperialismos en su penetración económica, política y cultural, que se opone al cumplimiento de los destinos de América”.  [3]

Es importante analizar estos hechos en el ámbito de los estudios literarios, porque la palabra es una poderosa herramienta para educar, para desarrollar culturalmente a los pueblos.  Es imprescindible terminar ya con la marcada influencia de la  publicidad que impone determinado tipo de literatura, olvidándose de las obras de los “forjadores del pensamiento nacional”, y es necesario reparar la mutilación que han soportado algunas bibliotecas escolares y públicas, cuando la censura despojó a los anaqueles y ficheros, de las obras más significativas para la formación de una conciencia soberana, argentina y latinoamericana.

Dice José Luis Víttori, destacado escritor santafesino contemporáneo:

“El culto a lo extranjero, el rito de la ‘renovación’ por imitación, o de la ‘elevación’ al mismo nivel de descubrimiento, calidad y prestigio del modelo foráneo, son cosas que no han sucedido únicamente en la Argentina, sino también en países que antes, durante o después, han logrado producir un gran arte, una gran literatura”.  [4]

Y lógicamente, esto no admite discusión.

Lo que sí sería motivo de profundo análisis, sería llegar a la comprobación de que en los umbrales del tercer milenio, subsistan numerosos círculos culturales cerrados, elites europeizantes, despreocupadas e incomprensivas frente a la realidad nacional.  Peor aún, que se subestimen los mensajes de algunos escritores que asumen su rol como una misión de “dar voz a los que no tienen voz”, y que peyorativamente se aluda a esas obras como “panfletarias” o “partidistas”.  En ambos casos, se constataría hasta dónde persiste el desconocimiento de nuestra realidad, a la que se pretende “hacer aflorar” con este breve trabajo.

Nuevos autores argentinos.

Comienza a generarse un cambio en la literatura argentina, a mediados de la década del ’40.  Aparece la búsqueda de un “reconocimiento”, emerge una posición “anti-imperialista”, y el Gobierno impulsa al mercado editorial.

Raúl Scalabrini Ortiz, contempla al país desde un plano más elevado, suma belleza en la expresión, para describir con absoluta claridad nuestra historia.  Cabe la reflexión:

Cuatro siglos hacen ya que la sangre europea fue injertada en tierra americana.  Tres siglos, por lo menos, que hay inteligencias americanas nacidas en América y alimentadas con sentimientos americanos, pero los documentos que narran la intimidad de la vida que esos hombres convivieron no se encontrarán, sino ocasionalmente, por ninguna parte.

Razas enteras fueron exterminadas, las praderas se poblaron.  Las selvas vírgenes se explotaron y muchas se talaron criminalmente para siempre.  La llamada civilización entró a sangre y fuego o lentas tropas de carretas cantoras.  El aborigen fue sustituido por inmigrantes.  Éstos eran hechos enormes, objetivos, claros.  La inteligencia americana nada vio, nada oyó, nada supo.  Los americanos con facultades escribían tragedias al modo griego o disputaban sobre los exactos términos de las últimas doctrinas europeas.  El hecho americano pasaba ignorado para todos.  No tenía relatores, menos aún podía tener intérpretes y todavía menos conductores instruidos en los problemas que debían encarar”.[5]

Sin una literatura que refleja la realidad del país, será imposible que el conjunto del pueblo la conozca, para amarla y enriquecerla con el esfuerzo común.  Quien lo sabe, escribe.

Existen fuerzas pujantes que procuran aletargar o intimidar al ser argentino, para que siga creyendo en los errores que se le enseñan a través de los textos.  A esa intención, hay que oponerle una firme voluntad de “revisar” todo lo dicho y lo escrito; fundamentalmente en los últimos cuarenta años.  Hay que terminar con antinomias falsas, la opción a la que se somete desde hace siglos a nuestra Patria y a América, es la de “soberanía” o “dependencia”.  Allí está el espacio oscuro y gris que se debe iluminar, haciéndolo con belleza desde las páginas literarias, tal como lo sabe hacer Don Arturo Jauretche cuando dice:  [6]

“Un nuevo rostro.

Comienza a latir el pulso del interior y el país se mira hacia adentro.”

“Y el país va rompiendo la falsa estructura de imitación y adquiriendo su propio rostro.  Crece, pero crece para adentro, y se define y se acerca a parecerse a lo que fue y a lo que tiene que ser.”

“Y el aparato de la colonización pedagógica instrumenta una imagen de derrota, de agonía… Ella es necesaria para que continúe la dependencia…”

Es indudablemente en la literatura donde se encuentran las mejores descripciones de algunos arquetipos, y uno de los pocos argentinos indiscutidos es el General José de San Martín.  Dice de él Arturo Jauretche: [7]

“Era monáquico, pero sostuvo la Nación con sus instituciones republicanas.  Amaba la libertad, pero cuando vio en riesgo a la Nación, amó más a la Nación que a la libertad, porque la opción no era entre la libertad o la tiranía, sino entre lo nacional y lo extranjero, entre la soberanía, que es la libertad de la Nación, y la libertad que no era en realidad la libertad de los argentinos, como se vio después y como se ha visto ahora, y la “libertad de comercio”, como forma de mantener y consolidar condiciones antisoberanistas.”

“Por eso le dio la espalda a quien se la dio, a quien posiblemente no se la hubiera dado si el debate hubiera sido un debate sobre la libertad, pero el debate era entre el ser y no ser de la Nación.”  …Y por eso legó su espada a quien muchos llaman “el tirano”, pero ninguno podrá llamarlo “vendepatria”.

En otra de sus obras, en 1964, dice:  [8]

“Muchas veces se despobló para poblar.  Las armas del ejército de línea exterminaron al indígena del desierto para hacerlo habitable por todos los hombres del mundo.  Como el gaucho era inadaptable a alas condiciones de la civilización importada, se lo exterminó.  Sarmiento hizo una frase, ‘no ahorrar sangre de gauchos’ y Mitre la ejecutó.  La cabeza de El Chacho clavada en una pica en la plaza de Olta, dio testimonio de esa política civilizadora.  La Universidad, el periodismo, los doctos, en una palabra, lo aplaudieron y lo justificaron.  Los aluviones inmigratorios poblaron el desierto  La extensión dejó de ser ‘el mal que aquejaba a la república argentina’.

Nos enseñaron en la escuela a reverenciar esas frases hechas; nos perfeccionaron esa reverencia en la Universidad y la consolidaron la prensa y el libro.  Este pensamiento constituía la doctrina de la oligarquía.  La inquietud que importó su ejecución fue encubierta con el nombre de las duras exigencias del progreso  El indio y el gaucho quedaron en el camino, exterminados en beneficio de la grandeza nacional.  Así se nos dijo y nos acostumbramos a aceptarlo.”

No se pretende con este trabajo inducir a la polémica.  Sin embargo, cobran vigencia veinte años después, estas palabras que sintetizan una realidad argentina: [9]

“…el aparato de la super-estructura cultural hace los prestigios para utilizarlos en la divulgación de las ideas que le convienen, y rota y alterna sus instrumentos, cuando se gastan momentáneamente.  Y es precisamente para que el país real, el país desconocido, se desoriente con las zonceras que se difunden con exclusividad como ideas generales, y no puede recurrir a otros hombres inmersos en la masa de los desconocidos, que es donde están exclusivamente sus posibilidades.”

Y el campo literario no ha escapado a esas influencias.  De allí la importancia que han adquirido los esfuerzos aislados convocando a reuniones, encuentros o congresos, para analizar en su totalidad la producción de los escritores: poetas, ensayistas, cuentistas, novelistas…; porque la suma de la obra de todos ellos y la comparación de sus mensajes permitirá definir el perfil cultural argentino, sus tradiciones, su historia.  Tal vez sea profundizando esa idea, como se encuentre una precisa explicación –no una justificación-, para aproximarnos al pensamiento de quienes siguen negando nuestra cultura.  Y eso también se entiende mejor leyendo a Jauretche:  [10]

“…en el esquema inicial de ‘civilización y barbarie’ primero se confundió civilización con cultura.  Y en un deslumbramiento de ‘parvenus’ en los suburbios de la civilización, se conjeturó que la sociedad a la que se pertenecía no tenía una cultura.   La cultura que provenía de las raíces hispanoindígenas fue considerada barbarie y pro consecuencia civilizar fue derogar lo preexistente.  De tal manera, la cultura no tenía que nacer como el árbol siguiendo el proceso de la semilla, sino del trasplante.”

“Ni intereses, ni construcciones, ni hombres, ni nada que demoler: el espacio ideal para el trasplante.”

“Se trataba de realizar Europa en América y esto llevaba implícito la desamericanización.  ramos americanos por una desgraciada circunstancia histórica que tal vez las invasiones inglesas hubieran remediado, según el gusto de gran parte de la ‘intelligentzia’.”

Siendo esa la realidad, nada diferente se nos puede presentar como gran desafío en 1984.  Siguen siendo minoría los que toleran que Argentina sea la “oficina” de los imperialismos porque hay un espíritu nacional en las clases populares que sienten –aún cuando descienden de inmigrantes-, amor a la tierra y sus tradiciones, amor a la libertad… y ansían la independencia.

Pero es poco lo que puede hacer la mayoría, porque “del dominio económico surge el dominio cultural”.  De allí la importancia de la obra de los escritores que contribuyeron a formar una conciencia nacional, de allí el deber de divulgarla.

Cuando Arturo Jauretche se refiere a la superestructura cultural, no formula un análisis de la cultura con “mayúsculas”, sino que alude a los modos e instrumentos con que gran parte de los nativos se califican como intelectuales, y respondiendo a una “colonización pedagógica” que fue sembrada con fusión en los hechos histórico y ha impedido el desarrollo natural de una cultura nacional.

Este pensamiento de Jauretche, es compartido –entre otros- por Jorge Abelardo Ramos, quien asevera:  [11]

“…las semicolonias, que gozan de un status político independiente, decorado por la ficción jurídica, aquella ‘colonización pedagógica’ se revela esencial pues no dispone de otra fuerza para asegurar la perpetuación del dominio imperialista, y ya es sabido que las ideas, en cierto grado de su evolución, se truecan en fuerza material.  De este hecho nace la tremenda importancia de un estudio circunstanciado de la cultura argentina o seudo-argentina, formada por un siglo de dictadura espiritual oligárquica… La cuestión está planteada en los hechos mismos, en la europeización y alineación escandalosa de nuestra literatura, de nuestro pensamiento filosófico, de la crítica histórica, del cuento y del ensayo.”

Algunos lectores juzgan a las páginas escritas  por Arturo Jauretche como ácidas, y es menester que así sean para que produzcan reacciones.  Es categórico cuando escribe Jorge Torres Roggero:  [12]

“Ningún autor puede ponerse al margen de la historia ni de su comunidad.”

“Para el buen ciudadano (la cultura europeizante), el Cura Brochero es mal hablado, no es ciudad, no es urbano.  Para un buen sociólogo, Jauretche no es objetivo: se pone demasiado entero en lo que dice y a veces hiede, es decir,  permite que la hedionda realidad se ‘meta de prepo’ en el inmaculado recinto del libro.

Sin embargo, es al trasluz de ese discurso popular que se perfila el ser real de la Nación.”

Necesidad de consolidar una cultura nacional.

Toda la obra de Jauretche ha sido escrita “desde el pueblo”.  Como sostiene Ernesto Palacio, esa posición permite terminar con las discrepancias de los grupos literarios, acerca de si había que escribir o no para el pueblo.

Orlando F. Calgaro, prologó este año en Rosario, una obra de Arturo Jauretche y ratifica “la necesidad de un pensamiento agresivo”:  [13]

En la Argentina, el establecimiento de una verdadera cultura lleva necesariamente a combatir la ‘cultura’ ordenada por la dependencia colonial.  Implica por lo pronto, una revisión respecto del pasado nacida de la búsqueda de las propias raíces que obliga a restaurar el prestigio de quienes fueron sumergidos por no ingresar a las jerarquías oficializadas; el impulso que destruye los falsos héroes consagra paralelamente a otros que responden a las exigencias de una verdadera cultura nacional.”

“El combate contra la superestructura establecida abre nuevos rumbos a la tarea intelectual, ofrece desconocidos horizontes a la inquietud espiritual, en fin, enriquece la cultura aun en su aséptico significado al proveerla de otro punto de vista brindado por las peculiaridades nacionales.”

Esto que fue escrito en 1954, sigue vigente.

También parecen recién elaborados, los últimos párrafos de dos conferencias de Jauretche, que luego fueron grabadas y recientemente publicadas:  [14]

“Yo creo que estamos en un momento de gran curiosidad y esa curiosidad está constituida por muchas dudas.  La curiosidad puede llevar al escepticismo, pero también a la fe.  Tenemos que procurar que nuestra curiosidad nos lleve a la fe de si cada uno convierte en su promotor, en el descubrimiento de nuestra realidad.”

“Muchos esfuerzos se perderán pero muchos se ganarán y como no tenemos una literatura para el servicio de este pensamiento tenemos que utilizar y tendrán que utilizar los jóvenes su trabajo de observación, su trabajo de liberación interna de los elementos culturales que son simples transferencias del exterior.” 

Nunca más: “Todo hecho propio, por serlo, sea bárbaro y todo hecho ajeno, importado, por serlo, sea civilizado.”  [15]

Tomemos la punta del hilo que ha dejado visible Jauretche, las urdimbres de la obra de Scalabrini Ortiz, del poeta Castiñeira de Dios, …de Homero Manzi y Discepolín.

Con el mismo espíritu completemos la trama.

Se hará visible nuestra realidad nacional.  Aflorará más y se consolidará nuestra cultura nacional.

Santa Fe, 1º de julio de 1984.

Décimo aniversario de la muerte del

Gral. Juan D. Perón.”

Nidia A. G. Orbea Álvarez de Fontanini.

 

 

 

 

[1] III Conferencia Gral. del Episcopado Argentino.  1979. “Documento de Puebla”. Buenos Aires, Párrafo 53. Pág. 67.

[2] Capítulo – Historia de la Literatura Argentina – 1967. Buenos Aires, Argentina, Nº 3, Centro Editor de América Latina –  Pág. 52.

[3] Diego Abad de Santillán. “Historia Argentina” – 1971 – Editora Tipográfica Argentina. Bs. As. Tomo 5. Pág. 88.

[4] Víttori, José Luis. “El escritor: medio y lenguaje”. 1977. Edit. Castañeda. Bs. As., Argentina. Pág. 57.

[5] Raúl Scalabrini Ortiz – “Política Británica en el Río de la Plata. – Editoral Plus Ultra – Bs. As Argentina.  8ª Edición  981- 1ª Edición 1940.

[6] Arturo Jauretche. “Prosa de hacha y tiza” – Edit. Peña Lillo – 4ª Edición 1983. – 1ª Edición 1960 – Pág. 57.

[7] Arturo Jauretche. “Prosa de hacha y tiza” – Edit. Peña Lillo – 4ª Edición 1983. – 1ª Edición 1960 – Pág. 33.

[8] Arturo Jauretche – “Filo, contrafilo y punta” – 1975 – Edit. Peña Lillo – Bs. As. Argentina – 1ª Edición 1964. Pág. 53.

[9] Arturo Jauretche – “Filo, contrafilo y punta” – 1975 – Edit. Peña Lillo – Bs. As. Argentina – 1ª Edición 1964. Pág. 17,

[10] Arturo Jauretche. “Prosa de hacha y tiza” – Edit. Peña Lillo – 4ª Edición 1983. – 1ª Edición 1960 – Pág. 55.

[11] Jorge  Abelardo Ramos. “Crisis y resurrección de la literatura argentina”. Edit. Indoamericana,- 1954.

[12] Jorge Torres Roggero. “Jauretche – Profeta de la Esperanza”. Edit. La Ventana – Fundación Ross, Rosario – Mayo de 1984 – Pág. 19-81.

[13] Arturo Jauretche. “La colonización pedagógica” y otros ensayos. Edic. Capítulo – Centro Editor de América Latina –  Enero 1982 – Pág. 44.   Aclaro en

[14] Arturo Jauretche – “Metodología para el estudio de la realidad nacional.”  Edit. La Ventana – Fundación Ross – Mayo de 1984 – Pág. 31 y 16.  (Aclaro a fines de 1985, que en aquella ponencia y en la cartilla editada el 11/12/1984, no hay precisión en esta referencia bibliográfica como generosamente me expresó Orlando Calgaro cuando llegó desde Rosario después de haber leído la cartilla,  Director General de Cultura en la Subsecretaría de Cultura donde compartíamos la coordinación de diversos programas.  Pertenecen al Prólogo escrito por Calgaro los dos párrafos siguientes en cursiva (p. 5 y 6 del libro citado.)  Agrego ahora que  en esos Enfoques para un estudio de la realidad nacional sólo se reproducen los textos que “corresponden  a dos charlas improvisadas por Jauretche y que le fueron grabadas”, tal como destacó Calgaro en la primera página del prólogo.)

[15] Arturo Jauretche.  “Manual de Zonceras Argentinas” – Edit. Peña Lillo – 10ª edición 1983 – Pág. 25.

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