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Osvaldo Bayer – Ciudadano ilustre de Santa Fe

Osvaldo Bayer – Ciudadano ilustre de Santa Fe.

Títulos de libros editados.

“Agnósticos y creyentes, proletarios y bacanes”.

2005: “El primer Triunfo”.

26-04-2006 – Ciudadano Ilustre de Santa Fe de la Vera Cruz.

Relato de un testigo.

…de  Gastón Gori.

Sábado 16-09-2006 Presentación de La Forestal

Expresiones de Osvaldo Bayer.

En torno a la política.

“Cargando contra el viento”.

Osvaldo Bayer – “En los caminos vacíos de La Forestal”.

Osvaldo Bayer – Ciudadano ilustre de Santa Fe

He leído que Osvaldo Bayer nació en 1927 y durante su infancia vivió en una casona de bulevar Pellegrini y 4 de Enero.

Nací en mayo de 1932, cerca de ese lugar, en Cándido Pujato 2921…

 

Sabido es que estudió Historia en la Universidad de Hamburgo (1952.1956) y al regresar a su tierra natal se dedicó al periodismo. Es un escritor distinguido por sus investigaciones históricas: en 1970 publicó Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia.  Autor de La Patagonia Rebelde (Los vengadores de la Patagonia trágica, 1972-1976, cuatro tomos), texto adaptado para el filme producido con el mismo nombre y al ser censurado, en 1975 Osvaldo Bayer debió alejarse del país.  Residió en Berlín (Alemania) hasta 1983, momento de transición entre el ocaso del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional y asunción de las autoridades electas por los ciudadanos argentinos.

Escribió guiones cinematográficos, entre ellos:

1972: La Maffia.

1974: La Patagonia Rebelde.

1983: Todo es ausencia.

1984: Cuarentena: exilio y regreso.

1986: Juan, como si nada hubiera pasado.

1989: La amiga  – América.

1990: Elizabeth.

1991: El vindicador.

1992: Panteón Militar.

los seis últimos, coproducción con Alemania.

Títulos de libros editados

1974: Los anarquistas expropiadores.

1974: Radowitzky, ¿mártir o asesino?

1974: La Rosales, una tragedia argentina.

1984: Exilio (en colaboración con Juan Gelman).

 

Actualmente colabora con el diario “Página 12” de la capital federal.

“Agnósticos y creyentes, proletarios y bacanes”

Con ese título, en el libro Fútbol Argentino (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1990) incluyeron esta narración de Osvaldo Bayer:

 

En las dos primeras décadas del siglo, en apenas una generación, el fútbol se había acriollado definitivamente, igual que los hijos de los inmigrantes europeos. En cada barrio nacían uno o dos clubes. Se los llamaba ahora Club Social y Deportivo, que en buen porteño significaba “milonga y fútbol”.

Los anarquistas y socialistas estaban alarmados. En vez de ir a las asambleas o a los pic-nics ideológicos, los trabajadores concurrían a ver fútbol los domingos a la tarde y a bailar tango los sábados a la noche.

El diario anarquista La Protesta escribía en 1917 contra la “perniciosa idiotización a través del pateo reiterado de un objeto redondo”. Comparaban, por sus efectos, al fútbol con la religión, sintetizando su crítica en el lema: “misa y pelota: la peor droga para los pueblos”.

Pero pronto debieron actualizarse y ya en la fundación de clubes de barriadas populares aparecieron socialistas y anarquistas. Por ejemplo, el Club “Mártires de Chicago”, en La Paternal, llamado así en homenaje a los obreros ahorcados en Estados Unidos por luchar en pos de la jornada de ocho horas de trabajo. Fue el núcleo que años después pasó a ser el club Argentino Juniors, un nombre menos comprometedor. También en el club “El Porvenir”, como el nombre lo muestra, estuvo la mano de los utopistas. Y el mismo Chacarita Juniors nació en una biblioteca libertaria precisamente un primero de mayo, la fiesta de los trabajadores, en 1906.

Por último, los viejos luchadores -ante el entusiasmo de sus propios adherentes ideológicos frente al nuevo juego- resolvieron cambiar de actitud y llegar a una nueva conciencia: practicar el fútbol, sí, porque es un juego comunitario donde se ejercita la comunicación y el esfuerzo común; pero no el fútbol como espectáculo, que fanatiza irracionalmente a las masas.

El fútbol siguió creciendo. Los tablones de las tribunas se iban superponiendo para dar cabida a más espectadores. Pero así como los argentinos jugaban cada vez mejor en el verde, así comenzaba a complicarse la organización fuera de la cancha. Los dirigentes juegan sus propios partidos y empiezan los cismas, las sospechas de árbitros comprados; los intereses creados van ocupando el lugar de lo que poco antes había nacido como deporte por el deporte mismo. El fútbol se capitaliza. A los jugadores -amateurs hasta es momento- se los retiene en los clubes por dinero, y los clubes que tienen dinero atraen a los mejores de los clubes pobres. Aparecen ya, a comienzo de los veinte, las categorías de clubes grandes y clubes chicos.

Pero, mezquindades aparte, el fútbol gana fronteras; primero hacia el interior, con los rosarinos, quienes quieren hacer en Rosario la capital del fútbol y juegan partidazos con los porteños. Luego, cruza el Río de la Plata y el duelo argentinos-uruguayos da origen a una rivalidad donde ya se habla de virilidad y debilidades, de “padres” e “hijos”. Pero pese al antagonismo hay un término que los hermana y los hace inconfundibles: “fútbol rioplatense”. Es la palabra mágica que evita la enemistad. Fútbol rioplatense: una manera distinta de jugar que va a dar que hablar al mundo.
En 1919 llega Boca. Primer puesto y una hinchada de oro que ya empieza a ser el jugador número 12. Nacía un mito y una realidad que tuvo su origen en un banco de la plaza Solís, del barrio genovés, cuatro años después que River. Sus modestos fundadores anduvieron de baldío en baldío, hasta lograr una canchita detrás de las carboneras Wilson, en la isla Demarchi. Desalojados de allí fueron a refugiarse a Wilde. Por último, luego de deambular de nuevo por la Boca fueron a parar, en 1923, a Brandsen y Del Crucero, el anticipo de la “bombonera”. Azul y oro, la camiseta, y con los jugadores cuyos nombres pasan a ser historia: Tesorieri, Calomino, Canaveri y Garassino, quien jugó en los once puestos. 1920 une a los que serán eternos rivales. Campeones Boca y River, River y Boca. Uno de la Asociación; el otro de la Amateur. Los espectadores van a ver, más que a sus equipos, a sus ídolos.
Uno de ellos es Pedro Calomino, a quien los hinchas boquenses le gritan en dialecto xeneixe: “¡dáguele Calumín, dáguele!”. Pero Calomino no se deja influenciar: se planta en la cancha, indiferente a las tribunas ansiosas de sus fantasías. Y cuando le pasan la redonda arranca por la punta, parece que frenara pero sigue dejando rivales que corren engañados para otro lado, cuando se caen. Y si un defensor se le pega, le hace “la bicicleta”.

El otro ídolo es Américo Tesorieri: “Mérico”, para la hinchada. Lo quieren ver saltar. Y Mérico les da el gusto: fino, flexible, plástico, es un elegante felino que complementa las curvas de la pelota con movimientos de ballet. Es un clásico, un arquero con música de Mozart.

Pero los riverplatenses también pueden presentar a su crack. Arquero, además. Es Carlos Isola, apodado “el hombre de goma” por su extraordinaria agilidad. Con increíble golpe de vista no ataja los goles, los adivina. Es más bien un artista de circo, trapecista y malabarista a la vez.

¿Quién de los dos, Tesorieri o Isola iban a representar a la Argentina en el Campeonato Sudamericano de 1921, en Buenos Aires? Tesorieri, el de Boca, es el preferido. Y lo demuestra: el arco, invicto en todo el torneo. El final no podía ser de otro modo: Argentina y Uruguay. Y el gol de oro del uno a cero lo conseguirá Julio Libonatti, el rosarino. Un gol que enloquece a los 25.000 espectadores. Sí, 25.000 espectadores que consagran al fútbol como al espectáculo del pueblo.
Como no hay alambradas, el público invade la cancha en la pitada final, carga a sus hombros al héroe de Rosario y grita: “¡al Colón, al Colón!”. Así es llevado el héroe desde el estadio de Sportivo Barracas hacia el centro. Pero a mitad de camino hay algunos a quienes el Colón les parece insuficiente y gritan: “¡A la Rosada, a Plaza de Mayo!”. Y allá va la muchedumbre con el gladiador triunfante en hombros, a quien quieren consagrar César.

Pero Julio Libonatti no actuará ni de tenor ni en el escenario del Colón ni jamás traspasará el umbral de la Rosada. Lo comprarían los italianos para que juegue en el Torino. Así se iniciaba el éxodo de los mejores, un desangre colonial que todavía hoy -y más que nunca- sufre el fútbol criollo.

Huracán se llama el equipo que viene de un barrio proletario, Nueva Pompeya. La insignia es un globito, el globo de Jorge Newbery, el gentleman del aire que nunca volvió de su último viaje. El nuevo club se fundó en la vereda, y se escribía Huracán sin H. Poco conocimiento de la gramática pero mucho de la gambeta. En 1921 y 1922 se coronaron campeones de la Asociación Argentina. Tenían un crack indiscutible: Guillermo Stábile. Lo llamaban “el filtrador” porque venía desde atrás, en el ataque, y estaba adelante siempre para definir cuando la pelota llegaba al área. Más tarde, Stábile sería uno de los primeros que ejercería una nueva profesión: la de entrenador de fútbol.
En esa delantera de Huracán campeón también se hallaba otro artillero: Cesáreo Onzari, el del famoso gol olímpico. Será en 1924. Los uruguayos habían consagrado al fútbol rioplatense como “el mejor del mundo” al salir campeones de las Olimpíadas de París. Cuando regresaron, los argentinos los desafiaron y vencieron a los campeones mundiales por 2 a 1, con gol desde el córner de Onzari. Pocos días antes, en Inglaterra, se habían aceptado los goles por tiro de esquina directo. Uno de los goles más hermosos: habría que cobrarlos dobles por la belleza de la curva que hace el balón.
En 1922 otro nombre se consagra. Viene de Avellaneda. Se llama con orgullo Independiente. El nombre libertario contiene mucha protesta. Lo eligieron los cadetes y empleados argentinos de una gran tienda inglesa que no les permitía integrar el equipo de la casa. El nombre que adoptan y el rojo de la camiseta los hace peligroso para algunos. El club nació de una mesa de café del centro, en Hipólito Yrigoyen y Perú. Pero un terreno barato los llevó a Avellaneda, muy cerca de Racing. Y empezó la rivalidad y la identificación con la barriada proletaria. En 1926, el equipo rojo hace realidad el sueño de todos los futbolistas y de los hinchas. ¡Campeones invictos!. ¡No perdieron ningún partido!. Vengaban así el recuerdo del primer match oficial de 1907, cuando perdieron 21 a 1 contra Atlanta.

En el cuadro invicto estaban figuras que fueron directamente al paraíso: aquellos cinco mosqueteros de la delantera: Canaveri, Lalín, Ravaschino, Seoane y Orsi. Nacen los diablos rojos. Sus diabluras en el área levantan las tribunas populares, que los sabe de su misma extracción barrial. El “negro” Seoane los deja parados a todos los adversarios, y “Mumo” Orsi es quien rompe los piolines de las vallas adversarias.

Hasta hay payadores criollos que le cantan al campeón: Ha de gritar el que pueda siguiendo nuestra corriente hurras al Independiente del pueblo de Avellaneda.

Pero los rojos no hacen olvidar al Boca de 1925, proclamado campeón de honor por la Asociación. Ese año ha jugado en Europa; la gira inolvidable. Los europeos querían ver el fútbol rioplatense que habían puesto de moda los uruguayos. Y Boca no defraudó: 19 partidos jugados, 15 ganados y sólo tres perdidos.

Aunque lo mejor del fútbol argentino anda de viaje por Europa, los hinchas no tienen de qué quejarse, principalmente los de la Academia, que poseen una pareja derecha que no sólo se engolosina con sus malabarismos sino que también mete goles: Natalio Perinetti y Pedro Ochoa. Aquel cantor del Abasto, que ha llegado al centro, le dedica al lúcido gambeteador Ochoa un tangazo: “Ochoíta, el crack de la afición”.
1927 será el año de la unión del dividido fútbol y el triunfo del seleccionado argentino en el Sudamericano de Lima en toda la línea: 7 goles a Bolivia, 5 a Perú y tres nada menos que a Uruguay. Las puertas estaban así abiertas para ganar el Campeonato Olímpico de Amsterdam en 1928. Los argentinos se sentían fuertes y habían borrado sus complejos con los uruguayos. El seleccionado vuelve desde Lima en tren y el pueblo se concentra en Retiro. La alegría no tiene límites y el presidente Alvear olvida un poco los ademanes aristocráticos y se abraza con los Bidoglio, Recanatini, Carricaberry y Zumelzú, autores de la hazaña.

Pero ya los santos vienen marchando. Llevaban camiseta azul-grana y eran de Almagro. Campeones absolutos en la Asociación, unificada, donde ahora juegan todos contra todos. Nacieron como los “Forzosos de Almagro”, atrás de la capilla de San Antonio, y pasaron a llamarse San Lorenzo, en homenaje al cura Lorenzo Massa, incansable alentador de los muchachos. Actualmente algunos hinchas menos devotos sostienen que el nombre del club se debe al combate de San Lorenzo.
De cualquier manera, agnósticos y creyentes olvidaban sus diferencias cuando los azulgranas meten un gol. Y todos están contestes en llamarlos “los santos”, aunque los incorregibles enemigos de barrio cambien el calificativo por el de “los cuervos”.
De “los santos” pasaron a ser “los gauchos de Boedo” y también “el ciclón” por aquella delantera que los llevó a la cumbre en el 27: Carricaberry, Acosta, Maglio, Sarrasqueta y Foresto.

Su rival de siempre, Huracán, le quitó el campeonato de 1928, pero al año siguiente el campeón vino de La Plata, de ahí “El expreso”. Gimnasia y Esgrima. Origen de alcurnia. Caballeros de la alta sociedad platense que querían ejercitase en deportes viriles. Entre ellos encontramos a Olazábal, Perdriel, Alconada, Huergo, Uzal, Uriburu y un nombre para no olvidar; Ramón L. Falcón, el posterior jefe de policía, autor de la masacre de obreros de Plaza Lorea, el 1º de mayo de 1909.

Los señores juegan al fútbol con los marinos ingleses en el puerto próximo. Pero los años pasan y los apellidos ilustres son reemplazados por más populares y ya en las tribunas se mezclan los estudiantes platenses con los hombres emigrados de las pampas cercanas. El campeón alista a dos figuras que cumplirán una brillante trayectoria: el back Delovo y el delantero Francisco Varallo.

El fútbol y el cine se han convertido en las diversiones preferidas del porteño. Los cines se van abriendo en los barrios, y los clubes han salido definitivamente del potrero. Los tablones ya van siendo mal mirados por los clubes más ricos que van siendo tentados por el cemento. Independiente inaugura su estadio con capacidad para cien mil espectadores.

Pero no sólo al cine y al fútbol van los argentinos. En 1927, al igual que en todas las ciudades del mundo, el pueblo se vuelca a las calles para protestar por el asesinato de dos obreros; Sacco y Vanzetti, que son condenados a la silla eléctrica por la justicia norteamericana.

28-02-2004: “Las elites y los pordioseros”.

Una vez más, el escritor Osvaldo Bayer destaca evidentes contrastes en la historia de los argentinos y algunos de sus conclusiones fueron publicadas a fines de febrero de 2004, en el diario “Página 12” de la capital federal.

Aquí, la reiteración de ese texto:

 

Hace poco escribíamos que el famoso rey de Inglaterra Enrique VIII echó la culpa de todos los males de la sociedad británica a los pordioseros. Y los mandó a ahorcar. Setenta mil en poco tiempo. Venía esto al caso por nuestra increíble discusión sobre los piqueteros. Hemos dado ahora con un documento honesto, no escrito ni por un agitador obrero, ni por un miembro de algún partido de los trabajadores, ni siquiera por algún discípulo de Kant. Es un escrito reciente del filósofo norteamericano Thomas Pogge que enseña filosofía en la Columbia University. Es un trabajo científico, pero sencillo, claro, que no admite tergiversaciones. Detalla las terribles cifras del hambre. Indiscutibles. Y dice sin ninguna búsqueda de notoriedad que “el hambre masiva en los países del Sur (y la Argentina está al Sur del Sur) no es simplemente el destino sino la consecuencia del actual ordenamiento del mundo”. Algo que sabemos todos y lo hemos escuchado mil veces en discursos presidenciales, en cátedras de derechos humanos, en las discusiones sin término de Naciones Unidas, en organizaciones religiosas. Sí, sí. Pero ahí está. Y al profesor Pogge no le importa repetir. Porque todo lo viejo que dice es absolutamente nuevo y urgente. Nos comienza acusando. Dice que el peor crimen que ha cometido la humanidad hasta ahora nos sigue paso a paso. Es la pobreza mundial. Y nosotros nos ocupamos, pero al mismo tiempo miramos para el lado contrario. Y ahora viene el espanto.

La Segunda Guerra Mundial causó cincuenta millones de muertos. Un absurdo que sólo se puede intentar superarlo yendo al Muro de los Lamentos y ponerse a llorar a los gritos.

Para no aprender nada. Fueron muertas cincuenta millones de personas como nosotros, como los niños de al lado, como los viejos de la plaza. Pero ahí no nos detenemos. Ahora vienen los verdaderos muertos por nuestra crueldad, desidia y codicia: desde la terminación de la Guerra Fría en 1989 murieron alrededor de 270 millones de seres humanos por cuestiones de pobreza. Dos tercios de los cuales fueron niños. Niños más jóvenes de cinco años. Por año se van juntando en esta pirámide monstruosa 18 millones más. Muertos de hambre. La culpa la tienen los piqueteros, la culpa la tienen los pordioseros según el rey de reyes Enrique VIII. Bueno, basta. No, por favor, en el trabajo está todo demostrado de acuerdo con estadísticas oficiales y a
estudios de las llamadas organizaciones de elites.

La mitad de todos los seres humanos que vive en la actualidad está debajo del límite de pobreza de dos dólares por día, que hoy corresponde al poder de compra de mil dólares por año en Estados Unidos. Pero hay más todavía. Aprendámoslo para ir comprendiendo la política que nos domina: una mitad de la humanidad vive en promedio un 30 por ciento debajo del límite de un dólar por día como límite de pobreza.

Este tendría que ser el tema de los sermones dominicales de todas las iglesias y de todas las sesiones de cuerpos colegiados del mundo. Mata más que la guerra de Irak y no sale en los titulares. Sí, el hambre aparece de vez en cuando en algún concurso fotográfico, premiado por la cara de increíble sufrimiento de los niños, nuestros niños.
Lo dicen los informes de las organizaciones mundiales de la salud. Ochocientos millones de seres humanos están mal alimentados en forma crónica. Mil millones no tienen agua limpia para beber. Por ejemplo, 2400 millones no tienen instalaciones sanitarias.

Los funcionarios mundiales se han propuesto que hasta el año 2015 van a impedir la muerte de 9 millones de pobres por hambre.

Nos dice el profesor Pogge que no se trata de seguir publicando estadísticas sino de hablar de nuestra dureza de corazón y nuestra falta absoluta de querer dar una solución al problema. Es la misma línea absolutamente egoísta del ser humano cuando aplicó el colonialismo, la esclavitud y el genocidio de pueblos. Hoy el sistema declara a la desigualdad como ley suprema que domina las relaciones internacionales. Y la venta de armas por los países más poderosos de la Tierra. Allí donde hay hambre, hay armas de las más modernas cualidades vendidas por los países que dominan las economías de esos países explotados. ¿Qué ha hecho Naciones Unidas sobre el comercio
increíble de la venta de armas? Todo se mezcla, todo es producto de la misma causa: hambre, armas, dictaduras, golpes de Estado, labor de los organismos de informaciones, consorcios, globalización de la injusticia. Hambre.

El científico preocupado por los pobres señala que el desarrollo de la pobreza en el mundo se debe, sin discusión, a la construcción del orden que lleva a eso. En la conformación de ese orden dominan los Estados ricos, que pese a toda la teoría del comercio libre exigen la seguridad de sus masivas subvenciones y de las aduanas protectoras, como lo demostró claramente Cancún. Las mafias dirigentes de los pequeños países pueden obtener aquí y allá a veces pequeñas concesiones. Pero los intereses de los pobres no están representados por nadie o permanecen sin ser contempladas como principio del sistema (porque la culpa, y ya lo decía Enrique VIII, la tienen los pordioseros; en la Argentina, los piqueteros. Y el que no lo crea, que escuche las poderosas emisoras argentinas y los canales televisivos, toda una fuente de sabiduría en el orden sociológico). El profesor Thomas Pogge lo remarca, dice textualmente: “Los pobres son los culpables, así se dice, cuando son gobernados sus países por tales mafias. Se exige a menudo good governance en los países pobres. Pero el ejercicio del poder corrupto y represivo está condicionado por factores globales”.
Materias primas y armas: como decíamos, esos dos son los factores esenciales de nuestra globalización con el tercer mundo. Los pequeños países dominados brutalmente venden sus materias primas y compran armas para mantenerse en el poder. El abuso del poder es el que hace nacer la pobreza. “Pero queda en claro la culpabilidad de los países ricos”, dice Pogge. Está claro y es indiscutible que “la pobreza del mundo podría combatirse y hacerla desaparecer mediante un ordenamiento justo del mundo”. Y en sus palabras finales, es definitivo: “De esta manera, somos los que producimos -se refiere a Estados Unidos y a su sistema- la pobreza mundial no sólo de una manera pasiva sino evidentemente activa. Mediante el sostén de un injusto sistema mundial, que podía preverse y podía impedirse, y al no hacerlo reproducimos la miseria, la inimaginable miseria de la pobre mitad de la humanidad”.

Y se ve en todo. Cada vez se quiere ganar más. Lo vemos hasta en los aviones de pasajeros. Cada vez las diferencias son más grandes. Sillones para elefantes en la primera clase y en la tercera, los pasillos cada vez más estrechos para hacer entrar cada vez más butacas. Los carritos de comida han quedado reducidas a lo que llamábamos antes changuitos, para no hablar de las comidas y el vino en vasos. Todo sigue al modelo. El trabajo del profesor Pogge tiene una foto: niños de Lubango, Angola, viven en cajas de cartón una sobre otra. Los llamaríamos cartoneros. Investiguemos bien porque a lo mejor los culpables de nuestra república cartonera fueron los piqueteros. Todo tiene un origen común que lleva finalmente a destruir esta sociedad argentina. ¿Acaso el general Bussi no fue un buen alumno de Enrique VIII y ordenó hacer desaparecer a los mendigos y vagabundos de Tucumán? Por ahí está la cosa, profesor Thomas Pogge. Por ejemplo, en el plan tan bienvenido en Estados Unidos y Alemania de las universidades de elites.

Marchemos con las elites y terminemos con los pordioseros. Seamos bien occidentales y cristianos.

2005: “El primer Triunfo”.

El 22 de mayo de 2005, desde el diario Página 12, el escritor Osvaldo Bayer difundió su escrito referido a El primer Triunfo:

 

No hay lucha en vano. La comisión municipal de la localidad de El Huecú, en la zona del Neuquén, llamada Puelmapu, decidió lo que tanto pidieron los originarios mapuches después de más de un siglo y medio de trágica tristeza. Hizo borrar de su avenida principal el nombre del jefe de los conquistadores que vinieron con el Remington y se quedaron con la tierra. Sí, en esa Patagonia de vientos, nieves y leyendas, todo pasó a llamarse Roca y Perito Moreno. Todo. Calles, ciudades, lagos, valles. Y con un coraje civil que contrasta con el guardar silencio y agachar la cabeza de los gobernantes y sus allegados de siempre, la comisión municipal de El Huecú decidió, como decimos, decirles basta a los dueños de la tierra y eliminar el nombre de general Julio Argentino Roca de la avenida principal.

Sin duda, un grito de liberación tomado por los representantes del pueblo. Eliminar del aire urbano la sombra de quien no sólo los exterminó (como dice el mismo Roca en su informe final ante el Congreso de la llamada “campaña del desierto”), sino que los humilló constantemente calificándolos de “los bárbaros, los salvajes”, denominando a sus mujeres “chinas” y calificando al conjunto de sus mujeres e hijos de la “chusma”, como tantos racistas de esa época. Y más todavía, fue el militar que restableció la esclavitud al enviar a los indios prisioneros a trabajar a las fortificaciones de la isla Martín García o a morir de puro trabajo forzado a los cañaverales tucumanos, de los cuales era dueño Posse, su pariente. Al cobrar Roca por el exterminio, aceptando los miles de hectáreas que le regalaron, lo mismo que a sus hermanos Rudecindo y Ataliva, ya estaba bien pago por sus crímenes y no necesitaba que media república llevara su nombre y apellido.

Pero bien, toda esa ola de calles, plazas y ciudades con su nombre y el de sus acólitos uniformados las inició su hijo, también Julio Argentino Roca, el vicepresidente de la Nación de la década infame. Sí, el que firmó el vergonzante pacto Roca-Runciman. Por eso, también la más grande estatua de Buenos Aires se debe a una resolución no democrática, una guiñada de ojo de los que ostentaban el poder en forma absolutamente ilegítima. Recordemos el dicho tan argentino de los del poder: se hacía fraude por patriotismo: el “fraude patriótico”.  La década infame.

Bien, y de pronto, alguien dijo basta de leer en la principal senda de su pueblo el nombre del general cobra-tierras. Ojalá este ejemplo fuera imitado. Que los docentes, por ejemplo, de la ciudad de General Roca prosigan con su proyecto de devolver a su ciudad el nombre con que esa región era llamada por sus antiguos habitantes.

El intendente de El Huecú, Rodolfo Canini, al informar sobre la calle principal -que pasará a llamarse ahora Mañke Cayucal, una figura señera en la comunidad mapuche- declaró que “El cambio de nombre de la avenida además obedece a la revisión que los pueblos deben hacer de la historia escrita por los vencedores, vencedores que también habitualmente no defendieron los intereses de la Patria. Los pueblos que no revisan su historia son presas de un destino opresor”.

Como es sabido, la citada campaña del desierto significó para los grandes estancieros bonaerenses una ganancia absoluta en tierras. Por ejemplo, el entonces estanciero Martínez de Hoz recibió nada menos que dos millones de hectáreas. Dos millones. Y el propio general Roca obtuvo como regalo por su hazaña la estancia “La larga”, mientras que al perito Moreno -fundador de la organización de extrema derecha “Liga Patriótica Argentina”-, por su parte, le tocó en suerte recibir varias leguas cuadradas en la región más hermosa del país.

La medida fue aprobada democráticamente por el voto de los miembros de la comisión municipal de El Huecú. Mientras que, por lo general, el nombre de Roca y de sus oficiales fueron puestos por todos lados por miembros del gobierno de Buenos Aires, cuando no eran provincias sino territorios y sus gobiernos eran elegidos por el dedo directamente desde la Capital. Principalmente durante la década infame.

Pero mientras los pueblos sureños debaten este tema tan desagradable de los nombres impuestos desde arriba, los militares no se rinden. El Círculo Militar acaba de presentar en su Biblioteca del Oficial una nueva biografía de Roca, escrita nada menos que por un hacendado. El libro fue expuesto en el mejor lugar del stand militar de la última Feria del Libro. Se titula Julio Argentino Roca, de soldado a presidente. El autor se llama Juan Carlos Coria y califica a Roca como “el gran estadista artífice de la definitiva institucionalización de la República”. Suena un poco a burla esto, realidad que se puede ver en la cantidad de dictaduras militares que tuvo nuestro país en esa “definitiva institucionalización” y que precisamente Roca nada tuvo que ver con el principio del voto secreto y directo, y él mismo no fue elegido por métodos democráticos. El libro es una loa al ser masculino Roca, al Hombre, que cuando hay que hacer las cosas se hacen y se acabó. Un párrafo lo dice todo: “Respecto al trato con los indios, la mano de Roca fue dura. No admitió parlamentos ni tratativas. Impuso la sumisión o la lucha hasta el exterminio. ‘Vacas y yeguas de ningún modo’ ha de decir a su hermano Rudecindo en el telegrama del 23 de octubre de 1878, para insistir en varias de sus comunicaciones con la calificación de esos ‘pillos’, refiriéndose a los indios, para lograr que la norma imperante entre los soldados fuera el pan en una mano y el garrote en la otra”. Textual del libro del Círculo Militar.

El ideal de estadista para el Círculo Militar es justamente el Roca del Remington. Su historiador habla del “exterminio”. Aquí tendrían que aprender los historiadores que niegan la palabra “genocidio” para la llamada Campaña del Ejército. Todos historiadores que, por supuesto, colaboraron durante la dictadura de Videla.

Quien ha editado este libro es nada menos que el presidente de la subcomisión Cultura del Círculo Militar, general Alfredo Manuel Arrillaga. El autor -durante la dictadura- de la desaparición de todos los abogados de derechos humanos de Mar del Plata, en la llamada “Noche de las corbatas”. Uno de los peores autores de crímenes de lesa humanidad que hoy da cultura a los nuevos oficiales argentinos. Arrillaga también, por orden de Alfonsín, fue quien se encargó de la brutal represión al cuartel de La Tablada, con todos los medios más mortíferos imaginables, causando muertes inútiles y hasta la desaparición de varias personas. En cambio, el jefe de la policía federal de aquella época se había ofrecido a reconquistar el cuartel sin disparar un solo tiro, mediante periódicos ataques con gases lacrimógenos y no dejando entrar víveres. La represión de Arrillaga fue un crimen que hubiera tenido que debatirse en el Congreso y ser tratado por la Justicia. No, todo el mundo se calló la boca. Claro, los sitiados eran izquierdistas. Pero cuando se levantó Rico en un cuartel, Alfonsín fue hasta allí en helicóptero para pactar con el golpista mayor y de ahí salieron las leyes de obediencia debida y punto final. Institucionalización de la República, que le dicen.

Es enternecedora la dedicatoria del libro de Roca que pone su autor, el “productor agropecuario” Juan Carlos Coria: “A mi Ejército Argentino por haberme motivado a escribir sobre la trayectoria militar de uno de los hombres más preclaros de nuestra historia”. Y “Al Círculo Militar, por brindarme el honor de publicar un libro que, seguramente, servirá de inspiración a quienes profesen un verdadero amor por la Patria”.

Claro, cabe preguntarse de qué Patria habla. La de Martínez de Hoz con sus dos millones de hectáreas, o la de los argentinos que no tienen qué comer actualmente y llevan en sus venas sangre de los pueblos originarios, el 54 por ciento de la población de la Patria.

26-04-2006 – Ciudadano Ilustre de Santa Fe de la Vera Cruz

Durante la gestión del intendente Ingeniero Ezequiel Martín Balbarrey, desde la revista “Tercer Mundo” propusieron que el escritor Osvaldo Bayer fuera declarado Ciudadano Ilustre de Santa Fe de la Vera Cruz y que a una de las calles de la capital santafesina le impusieran el nombre “Gastón Gori”.

Relato de un testigo

Eduardo F. Coiro, envió desde las páginas de “Inventiva social”, un relato relacionado con esas circunstancias.

“Menos mal que Margarita me avisó. Lo cierto es que estoy en Santa Fe y a dos cuadras justas del Edificio Municipal donde estaba Don Osvaldo Bayer ya distinguido y hablando para la prensa.

Llegue con los anteojos colgando y vestido de entrecasa. Pregunto.

-Segundo piso- me dicen, vuelvo a preguntar y me abren una puerta, y otra más, y allí esta, sentado en la sala de reuniones rodeado de cámaras y grabadores.

Un señor grandote de cara ancha y bigotes me pregunta con la expresión de su rostro: -¿Que desea señor?. ‘De Inventiva Social’ -respondí y quedó bastante conforme con la respuesta.

Me ubico en una segunda fila de pie y empiezo a garabatear el anotador con mi letra inentendible.

Osvaldo hablando de su tía Griselda que a los 100 años decía que tenía 87.

Y también de ese campo donde de niño pasaba tres meses andando a caballo, ¿era de la tía Griselda?, no entendí, y lamento no haber hecho un curso de taquigrafía ni tener un grabador.

Ahora Bayer habla de Gastón Gori. ‘Un hombre bonachón, un gringo, con el que se podían tener diálogos de horas’.   Se acuerda de un último encuentro que fue en la ciudad de Reconquista.

Gori hablaba de árboles, de pájaros, de la nobleza de ese árbol, el quebracho. De esos hacheros con rostros picados por los bichos que trabajaban en La Forestal. Esos trabajadores que nunca debieron ser reprimidos. .

Se propone que una calle de la ciudad de Santa Fe lleve el nombre de Gastón Gori. ‘Una calle…’ ‘Él amaba a Esperanza, colonia Esperanza, no se si ustedes la siguen llamando así’ (…) ‘pero por que en vez de una calle darle su nombre a un boulevard con árboles, que a él le gustaban tanto’. 

‘Un hombre de la tierra gringa’ -lo define.

Habla de la campaña para retirar el monumento de Roca de su emplazamiento en la ciudad de Buenos Aires y enviarlo a la estancia que el gobierno le regaló a Roca. (‘La Larga’ )

Y en el emplazamiento de la diagonal sur, hacer otro monumento. ‘A la mujer indígena’. ‘A la mujer inmigrante’.  Describe la vida en el conventillo donde las familias vivían hacinadas y había por lo general un solo baño, al cual no podían ir hasta después de las 9 de la mañana las mujeres y los niños, por que antes era para ‘los hombres que tenían que ir a trabajar’. Llegó a hablar con Gastón de este proyecto y él lo compartía.

Con ‘La Forestal’ -dice Bayer, Gori tuvo la primer valentía pues ‘de estos temas no se hablaba’.  Dio el primer paso.

Y en eso llego Mónica Marangoni, la hija de Gastón Gori, la sonrisa amplia y una mirada con chispitas de emoción. Cuenta del asombro de su hijo, ‘desde cuándo a las calles les ponen nombre de escritores’.

Irrumpen algunas preguntas de medios, el cronista del Canal 2 local le pregunta si no teme ser usado con los homenajes, y Osvaldo le dice  ‘no voy a cambiar de línea’.

También le preguntan por la decisión judicial que no incluyó a Reutemann como procesado por la causa judicial sobre la inundación de abril del 2003.

Cuenta una anécdota de una presentación donde un paisano le pregunta si tiene parentesco con Reutemann, y él responde que son primos segundos. El paisano que dice entonces a viva voz ‘ese siempre llega segundo’.

Me distraigo cuando uno de los muchachos de la publicación Tercer Mundo patea un grillo enorme que se escapaba de la zona de mesa y sillas, el pobre grillo se pierde debajo de unas cortinas que llegan al piso y cubren la vista de una ventana que mira hacia el sur de la ciudad.

‘No puedo hacer el que sé todo de todo’ -dice más adelante, pero cree que Reutemann debe hacerse responsable.

Relaciona lo de Reutemann y la inundación con Ibarra y Cromagnon. Dice que aunque Ibarra -él considera que no es un responsable directo de la tragedia- sí, tendría que haberse ido por respeto.

No fue este un comportamiento ético.

De la misma manera, Reutemann debería haberse hecho responsable. ‘Y no hacerse perdonar por un juez’.

-Cuantos ‘debería’ que incluye mi crónica…-

 

Está el recuerdo de Esquel, donde lo echó la Gendarmería.

Cuenta que vinieron a su casa, donde él había plantado árboles. El argumento suena tan cómico cómo trágico, todo un símbolo de cómo se decidían las cosas en la Argentina (¿tengo que escribirlo en tiempo pasado?) Esquel es zona fronteriza. Zona de seguridad. ‘Y las cosas que usted escribe están en contra de la seguridad’. Y había algo firmado por un comandante de gendarmería. Esto ocurrió en el gobierno de Frondizi.  Años después al retornar a Esquel, quiso volver a ver su casa con sus árboles, y para su sorpresa allí vivía -en su vieja casa- ‘el comandante de la gendarmería’.  Cinco años después volvió nuevamente y allí se enteró de que también habían talado todos sus árboles.

 

Me voy de nuevo en asociaciones. Cuántos exilios suele haber en la vida de la gente buena de Argentina. Exilios o exclusiones internas tan dolorosas como partir al exterior por persecución o necesidad de trabajo. Vuelvo a conectarme: ‘…por eso estoy en la causa por la reivindicación de la tierra para los pueblos originarios’. Qué cosa mi fallido, lo que escribí sin anteojos y ahora puedo leer clarito ‘pueblos imaginarios’.

‘…la justicia es lo peor en la Argentina’, dice que Kirchner tuvo acierto en el tema de cambiar la Corte Suprema.  Habla de Zaffaroni, ‘un hombre honesto’. Pero la justicia sigue pendiente de cambio de allí para abajo.

Habla de Quimilí, de su estadía en Santiago del Estero con los campesinos del Mocase. De la persecución que sufren. Hay que hacer algo para ellos, para los pobres, pues si no, no hay ‘verdadera democracia’.

Ahí se van yendo algunos medios .

Ahora me acuerdo de aquella imagen que me había creado y compartía con quien quisiera oírme durante las movilizaciones del 2002 contra la corte suprema: ‘La corte es la punta de la pirámide invertida de la corrupción en la Argentina’ -decía. Era la impunidad sostenida en última instancia por un tribunal inapelable.

La cronista flaca y rubia con aire a la Nicole Kidman de Hechizada -pero sin mover la nariz- hace una breve presentación donde le dice ‘qué importante es seguir con los ideales a pesar de que la vida sigue’ antes de pasarle el celular a Bayer donde lo aguardan -supongo- las preguntas de un periodista de radio.

Osvaldo ahora responde a preguntas que no pueden escuchar.

Recuerda su visita a los inundados que vivían en carpas. ‘Cómo el gobierno no alquiló las casas vacías para darles lugar y no que vivieran en carpas… el hermoso rostro del color de la tierra de los niños, sus ojos grandes. Y los pies en el barro.

La justicia ha hecho mal. Reutemann debería haberse hecho responsable. ‘ponerse a disposición de la justicia’ y poner sus bienes también a disposición de la justicia.  Vuelve al ejemplo de Ibarra, que no es culpable directo, pero sí responsable. que debería haberse ido, y no hacerse acompañar por los políticos, hacer actos, y no quiso cargar con el peso de la responsabilidad.

Si se hubiera ido, en quince años le hubieran reconocido el gesto.

Lo comparto, esta demencia de los políticos les quita sentido común a sus actos, la política es como una droga, un viaje de ida pienso, me distraigo, no anoto.

 

Osvaldo volvió a Santiago del Estero: hay que ver a ese campesinado sin tierra. ‘La democracia no puede permitir esto’.

‘Tiene que gobernar para la gente de abajo, para los barrios’.

Por la responsabilidad de los políticos tiene que haber ‘mesas de debate, asambleas populares’.  El político debe ser un representante del pueblo.

Este es un país rico, hay para todos. -Le escucho decir

Habla de visitas e imágenes que le quedaron:  la visita al comedor infantil de Castells en Puerto Madero.  La biblioteca popular en el barrio de Belgrano donde recomienda leer en voz alta a los chicos. ‘En eso voy a estar siempre’.  Otra visita a Avellaneda: los muchachos (sentados en la calle) mirando al infinito.

¿Qué camino tendrán? ¿El camino de la violencia?

Reflexiona: en vez de darles el dinero al FMI había que organizar grandes planes de trabajo.

Improvisa ejemplos: aumentar la red de subtes para que las ciudades sean ambientalmente más sustentables (las aglomeraciones de autos)

Pero Kirchner debe apurarse, con la desocupación, con el hambre de la gente.

Cuenta las cosas que ve desde su casa en el barrio de Belgrano:  colas para recibir el pan viejo a la medianoche, la espera de la verdura que tira a la calle el verdulero al cerrar.

La situación Argentina era inimaginable. y recuerda la frase del poema de Rubén Darío ‘Argentina el país de las espigas de oro’ cuyo campo podía alimentar a todo el mundo…

¿Que será de esta Argentina?, la de los chicos que se crían con padres sin trabajo, reflexiona con tono de tristeza Osvaldo.

Se da el permiso de citar a Von Bismark que estableció que cada desocupado debe percibir el 62% del sueldo que ganaba. ‘Hay que educar para evitar que los jóvenes se vayan criando en la violencia’.

‘Solo hay violencia de abajo cuando hay violencia de arriba, de los poderes’.

‘Más en la Argentina donde la corrupción ha sido tan grande’.

La jubilación de privilegio de los políticos. (…) y sin hablar de los multimillonarios que van a Puerto Madero. Cuantas injusticias de la democracia argentina. Remata y uno se abisma.”

…de  Gastón Gori.

“Un hombre absolutamente bueno”. Cómo le gustaba vivir aquí, en Santa Fe.

“Hay que pensar en la zona de La Forestal, donde  muchos años después sigue el abandono. Pero hay que darle una avenida y no una calle, a un escritor bien santafesino”.

Se termina la conferencia de prensa, sirven un café. Mónica Marangoni le dice que enviara una edición original de La Forestal para la gente MOCASE.

Pido saludarlo, es la primera vez que puedo hacerlo. Le estrecho la mano, me voy echando una mirada larga a los ojos claros de un hombre que tiene la edad de mi madre y sigue firme con su don de gente.

Sábado 16-09-2006 Presentación de La Forestal

Agotados prácticamente en las librerías varios libros del talentoso Gastón Gori, entre ellos La Forestal – La tragedia del quebracho colorado, el empresario Mauro Yardín concretó esa reedición y fue presentada por su amigo Osvaldo Bayer, el sábado 16 de septiembre de 2006, en la carpa Gastón Gori durante la “XII Feria del Libro de Santa Fe”.  En esas circunstancias, junto al perseverante escritor Bayer, estuvo la doctora Mónica Marangoni -hija de Gastón- y los historiadores santafesinos César Ramírez y David Quantín, quienes recordaron diálogos con Gastón y reiteraron el compromiso de continuar con tales investigaciones y contribuir a la difusión de las consecuencias de las explotaciones de aquella Compañía, que evidentemente como escribió Gastón, era “como un país dentro de otro país” porque tenían policía, ferrocarril y moneda propia…

Expresiones de Osvaldo Bayer…

Entrevistado por periodistas, el escritor Bayer expresó:

“Cómo me hubiera gustado viajar con él, meterme en las colonias, en ese pasado santafesino. Él fue, nada menos, quien hizo la primera denuncia de las masacres obreras en la provincia, ‘La Forestal’, en 1921.

Cuando leí ese libro, pensé: yo voy a escribir sobre las matanzas de obreros en la patagonia. Fue Gori un gran maestro, un espejo que marcó mi pasión por la literatura y el periodismo. ‘La Forestal’ relata la historia de toda esa zona cercana a Reconquista, donde dominó la empresa inglesa que explotó el quebracho y, después de hacer ganancias fabulosas y explotar en forma indigna a los hacheros, se marchó cuando ya no quedaban ni las raíces de ese árbol tan noble, de madera dura como el hierro.

Quedó la tierra envilecida, las ruinas de las fábricas de tanino, los obreros sin trabajo y los pueblos en extrema soledad. Ni siquiera los ingleses les pagaron la indemnización justa que establecía la ley, sólo una parte de ella. Gastón Gori fue el primer investigador histórico en la Argentina que hizo un profundo libro donde detalla esa explotación de la naturaleza, de los seres humanos y principalmente la masacre que hará la policía privada de la empresa extranjera y el Ejército argentino”…

En torno a la política…

Noche calurosa en la capital santafesina.  Abiertos los laterales de la carpa, quienes estaban de pie ubicados en cuatro hileras -algunos con niños en brazos-, pudieron ver y escuchar a Osvaldo Bayer.

Una vez más, nombró a Bernardino Rivadavia –Bernardino González Rivadavia-quien desde fines de la primera década del siglo diecinueve después de conocer Europa y siguió desempeñando funciones en el gobierno de Buenos Aires siendo el principal promotor y gestor del primer empréstito con Baring Brothers, que significó un endeudamiento extensivo a un siglo sin que se concretaran las obras anunciadas.

Insoslayable la imagen del general Julio Argentino Roca y el recuerdo de “la campaña al desierto”, en realidad a un territorio poblado por diferentes tribus y por algunos extranjeros.  Fue entonces cuando Bayer insistió en que ambos tenían sus monumentos y nombres en las principales calles aunque más convendría revisar sus actitudes y compromisos generadores de más perjuicios que beneficios.

Dos días después, al atardecer, Mónica Russomano envió por correo electrónico este “ensayete”, como expresa ella. [1]

“Cargando contra el viento”

“Hace rato que Osvaldo Bayer quiere que el Coronel Roca se baje del caballo, lo tome de la brida y se retire a la estancia que le dejó el exterminio de los aborígenes patagónicos. Pero las estatuas tienen vocación de inmovilidad. Allí están, impertérritas, de bronce algunas, las otras de hierro fundido o cemento. Más o menos lujosas, todas están quietas, y si uno quiere que se vayan no hay otro remedio que ayudarlas. No con el gentil topetazo de un tanque quizás, como proponía una de las Madres de Plaza de
Mayo, pero sí con nuestro deseo y nuestra voz.

La pregunta es si la presencia del monumento a Roca es dañina. Habrá quien diga que otros problemas son más acuciantes, que en la realidad de nuestro país existen temas de mayor urgencia, y que tales asuntos como el cambio de nombre de una población o la remoción de una estatua no modifican la realidad. Esto sería cierto si hablásemos de la realidad de las palomas que se posan sobre la cabeza del jinete, o del polvo que se acumula en las esquinas. Pero la realidad humana es una construcción de relatos que ordenan y explican el mundo, nuestra realidad es un discurso, una cadena y
superposición de símbolos. Ningún símbolo es ocioso, y en el subconsciente
pesan como el frío o el hambre, solamente que con menor grado de reconocimiento.

Que un personaje sea merecedor de una estatua, que ocupe un lugar y esté presente en la vida de los ciudadanos lo legitima. De igual manera en que los que desaparecían ‘algo habrían hecho’ como para que se los llevasen en la noche, si un personaje de la historia posee el honor de la estatua o la perpetuación del nombre en una calle o plaza, algo habrá hecho para merecerlo.

Sigue Don Osvaldo su épica contra las épicas inmorales que entronizan tiranos o asesinos. Y no hay molinos de viento por delante, lamentablemente. Al menos un molino ofrece cierta resistencia. Carga contra la indiferencia, la ignorancia, la apatía. Si contra el viento habemos de cargar, pues bien, carguemos contra el viento.

Mónica Russomanno

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Osvaldo Bayer – “En los caminos vacíos de La Forestal”

En una página de la biblioteca virtual de internet han incluido un comentario de Osvaldo Bayer durante su visita a una escuela a principios del siglo XXI, relacionado con los caminos de La Forestal y mientras evoca diálogos con Gastón Gori:

Salimos a buscar el año ‘21 en sus recuerdos y lo encontramos en su realidad. Hemos recorrido el norte santafesino con el dolor y la ironía que deja la comprobación que el año 1921 vale para el 2001, ochenta años después. Se cumplen ochenta años de las sangrientas huelgas obreras de La Forestal. Ojalá que en todo colegio secundario los docentes y alumnos se pregunten el porqué. El porqué de tanta crueldad contra los obreros, de tanta obsecuencia de los políticos de turno para con el poder económico en tiempos de democracia, el porqué de tanto egoísmo criminal de la gigantescas fábricas de tanino.

La Forestal es el ejemplo más claro de la explotación capitalista de un lugar y su método egoísta que finalmente termina en ser la más absoluta depredación. Compra miles de hectáreas de quebrachales, construye las fábricas de tanino, exporta millones de toneladas y, cuando la riqueza natural se termina, se va llevándose hasta los bulones. Deja nada más que tierra arrasada, abandono, miseria, tristeza, decepción. La mejor muestra está en los pueblos abandonados que dejó y que van siendo reconstruidos lentamente por los hijos de los explotados.

La primera pregunta es: ¿qué hicieron los gobiernos argentinos con sus partidos “nacionales” y las dictaduras militares que tocaban el clarín antes de sus proclamas contra los “enemigos de la patria”. El capital inglés tuvo siempre un sueño de hadas; nadie lo molestó, sólo se preocupó de enviar las divisas con gusto a sangre y quebracho directamente a Londres. Es una caricatura perfecta de aquello que el capital viene a ayudar a los pueblos subdesarrollados. Fue el mismo esquema del petróleo en tantas latitudes de los países de la colonia y la dependencia.

Eso sí, cuando los obreros de los bosques y los caminos reaccionaron por su dignidad, vino el garrotazo, la celda, la humillación, la muerte. Basta leer esta denuncia en la legislatura santafesina, llevada a cabo por el diputado Salvadores, en 1921. Habla del “martirio del dirigente obrero anarquista Teófilo Lafuente”. Para muestra basta un botón. Un historia eterna de la policía y de la Gendarmería argentina. Teófilo Lafuente, denunció el legislador, fue conducido desde Vera hasta Villa Guillermina por el sargento Julio Luna. Desde la estación hasta la comisaría fue llevado al trote, a punta de sable, mientras algunos gendarmes descargaban sobre sus espaldas una verdadera lluvia de golpes con los sables y los winchesters. En la policía, Goñi sometió a este obrero lleno de entereza a suplicios verdaderamente brutales. Con intermitencias breves se le aplicaban terribles palizas en las que se emplearon frecuentemente las carabinas por el caño, esgrimiéndolas como garrotes. Los intervalos entre paliza y paliza debían ser soportados por la víctima cumpliendo severísimos plantones con la cara vuelta a la pared y colocado siempre sobre un cajón o una silla para que los demás compañeros del infortunado pudieran observar quién era el martirizado, invariablemente se le anunciaba que el plantón había terminado con una bofetada a la que seguía una lluvia de golpes y puntapiés. Frecuentemente se lo invitaba a declarar contra sí mismo y contra sus compañeros y su firme respuesta: “no tengo nada que decir” era recibida con nuevos golpes. Pero no era suficiente, señores diputados, este suplicio brutal; era necesario para saciar la crueldad y los instintos verdaderamente feroces de los verdugos, unir al martirio de la carne el tormento del ultraje infamante, para aprobar la altivez y la hombría de este modesto obrero. Colocáronlo sobre una silla y se ordenó a los demás detenidos, 40 o 50 hombres que desfilaran uno por uno delante del martirizado y lo escupieran en la cara. Después se siguió apaleando todavía a Lafuente hasta que su resistencia física fue vencida y cayó de boca en la puerta del calabozo siendo empujado a puntapiés hacia al interior. Fue cuando el comisario Goñi ordenó a un teniente de la Gendarmería que por la noche condujera la víctima al monte y cumpliera “su deber”. El prólogo de la desaparición de personas que aplicarían medio siglo después los militares argentinos.

Pero claro, esto parece una crónica más de la represión brutal que sufrieron en todos los gobiernos los obreros luchadores por los derechos de los hombres y mujeres del trabajo. No, lo más increíble y sorprendente fue que el gobernador radical de Santa Fe, Enrique Mosca, dicta una ley donde crea la Gendarmería volante para actuar en las tierras de La Forestal aceptando para su equipamiento, y los gastos que demande el escuadrón, la donación de la propia empresa de un fondo para esos fines represivos.
Es una desvergonzada intervención del gobierno elegido por el pueblo para reprimir al pueblo. Es interesante, además, leer en los documentos de la Legislatura santafesina que a “los comisarios de los pueblos de La Forestal, el gobierno radical les asigna un sueldo mensual de 150 pesos, pero La Forestal les pasa oficialmente una subvención mensual de 450 pesos mensuales y una partida de 70 pesos para forrajes. La empresa británica, como si fuera poco, les da a los jefes policiales: casa habitación, luz, leña, caballos y armas. En los almacenes de La Forestal los uniformados podían adquirir lo que quisieran a precios muy ventajosos”.

Después nos preguntamos de dónde nacen los defectos de nuestra democracia. Estos antecedentes nunca fueron revisados por la Legislatura ni por el gobierno nacional de Hipólito Yrigoyen que justo seguía gobernando después de los fusilamientos de la Patagonia y de la bestial represión de la Semana Trágica.

Se cumplen ochenta años de las huelgas de La Forestal. Otro de los hechos ignorados por la historia oficial. Fue el digno Gastón Gori quien con su libro La Forestal dejó todo al desnudo. Y Gori es seguido hoy por historiadores jóvenes como César Ramírez y David Quarín quienes van descascarando el muro de silencio que acompañó a las depredaciones de La Forestal y la indiferencia de los gobiernos provinciales y nacionales.

Si comenzáramos a analizar la conducta de los monopolios, el método de las grandes empresas y la política del último cuarto de siglo nos encontraríamos con una gangrena que carcome nuestra democracia. Aunque tengamos presos en coquetas casas de fin de semana a alguno de los inspiradores y seguidores de esta política de oprobio, habría que revisar las relaciones globalizadas de los que aceptan los dictados del capital cuando amenazan retirarse del país que explotan.

Dejamos los caminos vacíos de La Forestal. Duele la burla. En casi todas las ciudades santafesinas hay una calle con el nombre de Enrique Mosca, el que dio una guardia uniformada a la empresa para que ningún obrero osara luchar por sus derechos. En cambio, en ningún lado se lee ni siquiera una placa en recuerdo a Teófilo Lafuente, el digno luchador por los derechos humanos en esa tierra rojiza.

 

Lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

[1] Al día siguiente casi a las 21, envié este mensaje: “Mónica querida… Leí tu ensayete. Que la estatua no haya sido destruida también sirve a la causa de llamar la atención sobre los hombres y los hechos… explicar  incoherencias y atropellos. / Fraternal saludo.  Nidia”  // Su respuesta:

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