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Del archivo de la Cofradía de los Duendes.

Del legado de Eduardo Wilde (1844-1913)

Los poetas.

Aproximación al Edén: a Adán y a Eva.

Cuanto menos industrias, más poetas.

Siglo XIX: el materialismo.

Entre las exageraciones y las ficciones.

Carta de Wilde a su amigo don Pedro.

 

(Cuando en los anaqueles ya no hay espacio,  ha llegado el momento de armar más bibliotecas circulantes -que terminan siendo donaciones en escuelas-, o si fuera posible regalar a quien tenga interés por determinadas lecturas

Días antes de esas decisiones, necesito releer algunos textos -como si fuera un solemne acto de despedida- y dejo así algunos documentos en la computadora)

Del legado de Eduardo Wilde (1844-1913)

La autobiografía del escritor nacido en Tupiza (Bolivia), hijo de padres desterrados razón por la cual Eduardo estudió en la República Oriental del Uruguay y luego residió en la Argentina, aunque inconclusa fue editada con el título Aguas abajo.

Sabido es que en la capital argentina fue un destacado médico, participó en la política nacional, fue diputado; representó al país en países americanos y en Europa.  Logró editar algunos libros, entre ellos “Prometeo y Cía”, “Páginas muertas”…

El escritor Gastón Gori (santafesino por lugar de nacimiento, universalista por su concepción filosófica), escribió un interesante ensayo sobre Eduardo Wilde (100 páginas). Es el quinto volumen del Fondo Editorial de la Municipalidad de Santa Fe de la Vera Cruz, 1962.

En el segundo capítulo alude a la polémica entre Pedro Goyena y Wilde, en torno a “la poesía” y a “los poetas”.  Sucedía en 1870, cuando en la Nación la mayoría de sus habitantes vivían con creciente incertidumbre.

Ese año habían asesinado al general Justo José de Urquiza, en su “Palacio” de San José, cerca de Concepción del Uruguay, en la provincia de Entre Ríos.

Sugiero la lectura…

Los poetas…

 “Los poetas todos que llenan de armonías dulcísimas el mundo de las ideas, tienen indudablemente algo de más o algo de menos que los otros hombres.  La poesía es una enfermedad de la inteligencia, un estado anormal del pensamiento, pero tiene, como lo fantástico, la belleza de las ilusiones y la utilidad del lujo.  No es lo natural, por cierto, expresar las ideas en poesía; la imaginación que crea esas expresiones tiene que esforzarse en recortar pensamientos, en remendar ideas, en alargar conceptos o cercenar juicios. La poesía resulta de los juegos y combinaciones de palabras… Lo natural es que se piense en prosa, pero  la prosa torturada, añadida, estirada, sorprendida, trastornada, revuelta y desglosada, puede dar lugar a la poesía.  Para ser poeta es necesario conseguir expresar, con la mayor dificultad posible, exactamente todo aquello que no se tiene intención de decir.  La poesía es pues la manera de presentar siempre o casi siempre pensamientos contrahechos.  Es el modo de expresar mal una mínima parte de un todo que se pudiera haber dicho perfectamente bien. Para un verso que sale espontáneamente hay mil que han sufrido todas las torturas imaginables… La espontaneidad en la poesía es rarísima y los poetas de nacimiento tienen, a mi modo de ver, una hipergénesis de los órganos del pensamiento, de lo cual resulta un desarreglo intelectual.”

Aproximación al Edén: a Adán y a Eva…

Estas apreciaciones de Eduardo Wilde podrían generar algún conflicto interior y múltiples reacciones en distintos lectores.  Si se avanza en sus conclusiones aumentan las tensiones: “Los tiempos en los cuales la poesía abunda en todos los pueblos, son los tiempos primitivos, las épocas próximas al nacimiento”.  Supuso don Eduardo que “Adán debió ser poeta, pero poeta en prosa, cuando solo, en el paraíso, bajo la sombra de los árboles y sobre un piso de flores, declaró a Eva su amor y sus antojos”, ya que desde su punto de vista, “la verdadera poesía ha comenzado por cantar sentimientos y por tomar como elemento de sus obras los suaves impulsos de un corazón enamorado” siendo luego el reflejo de distintos sentimientos en los poemas épicos que describen “las guerras heroicas y las santas revoluciones de los pueblos”.   en diferentes “poemas épicos”.   [1]

Cuanto menos industrias, más poetas…

Eduardo Wilde seguía elaborando conclusiones:

“De manera que escudriñando en la historia se puede desglosar de ella este principio: ‘Cuanto menos industria más poesía’. O lo que vale lo mismo: ‘cuanta más gente desocupada más poetas’. Para ser poeta se necesita tener tiempo de sobra… la poesía, pues, como el lujo, entra en la categoría de las cosas superfluas… Los que quieren encontrarle utilidad a todo lo que hay en el mundo, son unos visionarios… La utilidad de la poesía es semejante a la de las pulgas, de los mosquitos y otras sabandijas… Pero ya que desgraciadamente ella existe en el mundo a la par de otros males, conformémonos con nuestra suerte y busquemos qué clase de sentimiento inspiran los poetas.  A mí -destacaba don Eduardo– me inspiran compasión y cada vez que sé que una persona que aprecio hace bellos versos, me veo tentado a exclamar: ‘¡pobre,  tan estimable por todo, pero poeta!’.  Otros admiran a los poetas y se encantan con los dulcísimos acordes de su lira.  Algunos piensan que ellos son seres sublimes dotados de una sensibilidad exquisita y un alma grande como el espacio y elevada como las estrellas fijas.  Éstos suelen tener razón.  Verdaderamente hay poetas que suelen escribir bellezas tales, que bien merecían estar en prosa… Necesario es confesar, sin embargo, que el hombre es dado a lo fantástico, a lo misterioso y a lo increíble por vía de divagación y que no es raro en el, teniendo estas condiciones, que alguna vez piense en poesía, como se piensa en la realidad del horizonte y se da existencia sólida y corpórea el cielo azul que nos rodea.”

Siglo XIX: el materialismo…

En función de las demandas del materialismo, a fines del siglo XIX, don Eduardo insistía en que “todo está en armonía con las necesidades del hombre y con las urgencias sociales. Hay actualmente menos soñadores porque hay más hambre; la prosa abunda porque las necesidades del estómago las han vuelto más apremiantes que las del corazón.  Antes se destinaba al trabajo el tiempo que le sobraba al amor; ahora el amor es un detalle, un accidente de trabajo… ¡En fin, no es tiempo de poetas! ¡La fabricación de poemas se ha hecho muy difícil y apenas si se encuentra en el mundo uno que otro filósofo descarriado que se dedique a esa especie de comercio!  La razón principal de este decaimiento poético es que en bolsa no se cotiza versos sino cueros, a causa de que se venden más y más caros los cueros que los versos y que satisfacen mejor las exigencias del cuerpo.”

Entre las exageraciones y las ficciones…

Insistía don Eduardo en que: “no se puede ser poeta sino de broma, por vía de extravagancia y por divertirse martirizando un poco el lenguaje” aunque vislumbraba al mismo tiempo otras realidades: “No he tenido nunca grande afición a las exageraciones y a las ficciones de que tanto gasto se hace en poesía, pero estoy íntimamente convencido de que hay una época de la vida en que cada uno es poeta.  Yo, como todos, he estado alguna vez enamorado y me imagino haber hecho en aquella época más poesía que una docena de autores clásicos juntos y haber dicho más ternuras que todas las que han salido durante la vida de los labios más ardientes en todo el linaje humano.  De poeta y de loco todos tenemos un poco y aquello de los escritores que por sí mismo no guillotina períodos, ni estrangula frases, ni ahorca conceptos, ni destroza párrafos, es decir, aquel que no hace poesía, que no es activamente criminal, peca a lo menos juzgando alas obras de los otros y poniendo parte de su buen o mal sentido al servicio de los efectos que puede producir una obra poética”.  Tras la poética de Estanislao del Capo, Don Eduardo optó por darle un consejo: “uno que vale un Perú. Si usted quiere ser un gran poeta, no se preocupe ni de la gramática, ni de la retórica, ni de la filosofía escolástica. Lord Byron, que es el menos repugnante de todos los poetas, es decir el jefe de la poesía universal, no hizo sino dos cosas para subir a tan encumbrado sitio: 1º Aumentar el idioma inglés con un sinnúmero de palabras y construcciones nuevas que inventó. 2º Convencerse profundamente de que todos los hombres eran unos canallas, de que no lo eran menos las mujeres y de que el corazón humano era casi una inmundicia.  Pues bien, haga usted lo mismo; ríase de la Academia Española y trato como merece a esta pobre humanidad, de la que forma una mísera parte su amigo que lo compadece sinceramente, habiéndose llegado a convencer de que usted tiene el gravísimo inconveniente y la incomparable desgracia de ser poeta.”  [2]

Carta de Wilde a su amigo don Pedro…

Dos meses después, el cambiante don Eduardo escribió una carta a su amigo don Pedro y planteó otro análisis: “Cuando se dice de un paisaje, de un cuadro, de una estación, de una atmósfera y demás, que son cosas poéticas, se usa una metáfora, una traslación de sentido.  Lo que ha querido decirse en realidad, es que tal cuadro y que tal paisaje son bellos, con una belleza determinada que todo el mundo comprende y que nadie podría explicar.  Esta belleza despierta determinadas sensaciones y sentimientos que sugieren ideas confusas, melancólicas y agradables por lo general.  Es la belleza que trae a la memoria dulces recuerdos, de cualquier género que ellos sean, y que lo obligan a uno a suspirar sin quitar os ojos del cuadro encantador. En todo ello hay poesía, hablando metafóricamente, sin haber en realidad más que belleza… La poesía es el alma y la versificación es el cuerpo, la forma dentro la cual se esconde esa alma. La poesía está en la belleza del pensamiento y la versificación es el buril con que los poetas labran esa belleza, cuando no es el garrote con el cual desloman a las pobres ideas… El que brega por extraer un pensamiento en una rima, como quien saca una muela, lejos de hacer saltar chispas de gracia, de novedad y de eficacia, hace soltar grandes bostezos de aburrimiento, de sueño y de fastidio.”  [3]

 

[1] Wilde, Eduardo. Tiempo perdido. 1ª Parte. (II. Sobre poesía.  Poesías de Estanislao del Campo; Buenos Aires, 20 de mayo de 1870.)  Buenos Aires, Editorial Perfil, 1984, p. 19-20.

[2] Ibidem, p. 17-18; 22; 24-25.

[3] Ídem, p. 32-34.

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