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César Tiempo (1906-Buenos Aires, 1980)

César Tiempo (1906-Buenos Aires, 1980)

Labor periodística y literaria.

Labor cerca del general Perón.

Títulos de algunas ediciones.

De “Clara Beter”.

Cercanía con el lunfardo.

1980-1997: difusión de su obra literaria.

Autor dramático y editor.

Sus aportes a la cinematografía argentina.

Encuentros en cafés y letras de tango

Vivencias junto a amigos

Tangos.

Nadie Puede.

2002: recuerdo de Alejandro Storni, el hijo de Alfonsina.

Anécdotas en torno a Clara Beter.

El éxito de Clara Beter.

César Tiempo y sus relatos acerca de Roberto Arlt

1925: aproximaciones a Roberto Arlt.

Sábado 25 de julio de 1943.

Personalidades del “Grupo de Boedo”.

Álvaro Yunque.

Legado poético de César Tiempo.

Versos para una muchacha sin dote.

Para Matilde Alba Swann.

 

Israel Zeitlin nació en 1906 en Ekaterinoslaw -actual Dniepropetrowsk- (Ucrania) y con su seudónimo César Tiempo es reconocido como un destacado escritor argentino que integró diferentes grupos literarios..

En agosto de 1924 editaron la revista Proa -segunda época, promovida por Ricardo Güiraldes, Pablo Rojas, Alfredo Brandán Caraffa y Jorge Luis Borges- y en sus páginas hay trabajos literarios de autores de distintas tendencia, entre ellos el joven César Tiempo de diecisiete años.   [1]

En 1927, César Tiempo con su amigo Pedro Juan Vignale (n. 1903) presentaron la Exposición de la actual Poesía Argentina con la participación -entre otros- de Juan Guijarro, seudónimo del doctor Augusto Gandolfi Herrero, “notable reumatólogo, ensayista y poeta… que “se costeó los estudios trabajando como chofer de taxi”.   [2]

Ese año, comenzó la difusión de otra revista del grupo Boedo, titulada Claridad y siguiendo la línea de Los Pensadores, dirigida por Antonio Zamora en el lapso 1922-1926.  Zamora también dirigió Claridad y fueron secretarios César Tiempo y Leónidas Barletta.  Han destacado que “fue la revista del pensamiento izquierdista de mayor duración y jerarquía” hasta diciembre de 1941, momento de la última edición.  [3]

En 1930 con Carlos Mastronardi analizaron la poesía del entrerriano Juan Laurentino Ortiz -más conocido como Juanele-; publicaron sus conclusiones en La literatura argentina Nº 17– y en 1933, César Tiempo logró que en Buenos Aires se difundiera el arte poético de Juanele Ortiz: “esa evanescente y armoniosa poesía impresionista” que implica “un mensaje de lucha y esperanza”…

A partir del 1º de mayo de 1937 dirigió las ediciones de la revista Columna, una propuesta de difusión literaria que culminó con el Nº 64, en noviembre de 1942.  El profesor Alfredo Veiravé ha destacado que en esas publicaciones, “se entrecruzan las obras de los poetas consagrados por el martinfierrismo, de los poetas anteriores al movimiento ultraísta, y los que ingresan, todavía sin una homogeneidad definida o compacta, en la vida literaria.” [4]

César Tiempo publicó en el periódico Martín Fierro -con redacción en el edificio de Florida y Tucumán-, donde también colaboraban el poeta santafesino José Bartolomé Pedroni, los admirables Macedonio Fernández, Oliverio Girondo y Leopoldo Marechal; Jorge Luis Borges…

“Junto a Aristóbulo Echegaray” -n.1904- “publicó versos burlescos en el periódico Martín Fierro (con el seudónimo de Eslavo y Argentino)”.  [5]

Es oportuno reiterar lo expresado por el profesor Carlos R. Giordano en julio de 1968:

“El fascismo convirtió el problema judío en una cuestión trágica y palpitante.  No era un problema nuevo en el mundo, ni tampoco en nuestro país.  Constantemente, brotes de xenofobia habían ejercido la persecución antisemita y habían acusado a los israelitas de cuanto mal o cuanta perturbación padecía el orden instaurado.”

En 1969, César Tiempo participó en el homenaje al poeta Rubén Vela Suso -nacido en Santa Fe, arqueólogo, diplomático…-, acto realizado en el “Teatro Payró” de la ciudad de Buenos Aires con la participación de los escritores  Juan José Ceselli, Joaquín Gómez Bas, Bernardo Ezequiel Koremblit, Marta Lynch, Syria Poletti –entre otros-, junto a los artistas Milagros de la Vega, Enrique Fava, Santiago Gómez Cou -poeta- y Luisa Vehil…

Labor periodística y literaria…

Perseverante periodista, estaba convencido de que:

“El periodista es una especie de testigo poco menos que irremplazable de una realidad que en otro orden no se encuentra”.

Labor cerca del general Perón…

En 1951, durante la primera presidencia del general Juan Domingo Perón fue expropiado el diario La Prensa y desde entonces fue impulsado como órgano de difusión de la Confederación General del Trabajo. César Tiempo era el director y entre los colaboradores se destacó el talentoso jesuita Padre Leonardo Castellani Conte-Pomi.

De aquel tiempo se ha reiterado una anécdota porque César Tiempo debió viajar a Santiago de Chile “preparar el terreno en los sectores intelectuales trasandinos” antes de la visita del presidente argentino y con el propósito de persuadirlos acerca de la conveniencia de que convocaran a los escritores chilenos al encuentro con el general Perón, ya que él quería expresarles sus ideas en torno a la necesidad de avanzar hacia la organización de la Confederación Hispanoamericana como tantos sudamericanos imaginaron en la época de la independencia de la corona española.

Mientras cumplía esa misión, César Tiempo escuchó que los chilenos decían:

“El de Buenos Aires es un gobierno fascista”…

“Perón abriga designios imperialistas”…

“El general no es el autor de sus discursos, y otras muletillas.”

Sabido es que “finalmente, Perón habló en el salón de actos de la Universidad, tras la invitación que firmaban, entre muchos, Pablo Neruda y Eduardo Barrios. Por supuesto que los sedujo a todos, aun al cronista del diario El Mercurio, que no era un cualquiera sino el célebre crítico Alone (Hernán Díaz Arrieta), para quien el orador jugaba con su auditorio, recorría sus teclas como las de un piano”…  [6]

En ese tiempo también se dedicaban al periodismo en distintos ámbitos, los hermanos González Tuñón, Bernardo Verbitsky, Carlos Mastronardi, Jorge Luis Borges, Nicolás Olivari, Leónides Barletta, Ezequiel Martínez Estrada… y han destacado que algunos…

“…pensaban que César Tiempo era un arroyo de Transilvania donde se bañaba por las noches Drácula.”   [7]

César Tiempo realizó reportajes a destacadas personalidades y luego publicó Capturas recomendadas incluyendo referencias acerca de “más de cincuenta personajes, entre ellos Giovanni Pappini y Albert Einstein”.

Títulos de algunas ediciones…

  • 1930: Libro para la pausa del sábado.
  • 1933 Sabatión argentino.
  • 1938: Sábadomingo.
  • 1955: Sábado pleno  Incluyó casi la totalidad de su poesía…
  • 1978: Mi tío Scholem Aleijem y otros parientes.

Mano de obra – Libro póstumo con tapa ilustrada por el italiano Bartolomé Mirabelli, residente en la Argentina desde los cinco años. [8]

En su lirismo reflejó la vida de la comunidad judía en la Argentina. Sus trabajos fueron publicados por el Grupo de Boedo.

De “Clara Beter”

Con el seudónimo “Clara Beter”, en momentos de intensa actividad cultural, César Tiempo publicó Versos de una… en edición popular “Los Nuevos”, Buenos Aires.  [9]

César Tiempo demostró su capacidad imaginativa y su constante creatividad, probablemente sin vislumbrar la proyección de Beter más allá de lo literario, ya que en las últimas décadas del siglo veinte, algunos homosexuales desde distintos medios -televisión y páginas en la red de redes-, se identifican diciendo Soy Beter…   [10]

No ha sido por casualidad que el perseverante periodista rosarino Evaristo Monti, en el cuarto año del siglo veintiuno y mientras analizaba las distintas opiniones en torno a la derogación de la ley de lemas, haya evocado a “César Tiempo, ese ruso entrañable que llegó criatura a Buenos Aires corrido por el hambre de sus padres y destinado a enriquecer con su admirable talento nuestras letras”.

Destacó Evaristo Monti que “en 1950, al reportear a Vittorio Gassman, éste le dijo:

‘¿Sabe? yo soy hipócrita’…”

Así fue como le había explicado “que en la antigua Grecia el actor era hipócrita, raíz del término, envilecido con los siglos pero lozano en su concepto ¿acaso el hipócrita no representa un papel ajeno a su mesmedad?”   [11]

Cercanía con el lunfardo…

En 1969, César Tiempo fue incorporado como miembro de número en la Academia Argentina del Lunfardo y es oportuno tener en cuenta que fundado el Círculo de Poetas Lunfardos, establecieron su sede en la Avenida de Mayo 827, en el “Café Tortoni”…

César Tiempo vivió en el barrio La Paternal: zona de conventillos y de casas bajas construcción tipo chorizo con jardines al frente y al fondo, con huertas y gallineros.  Han reiterado que en la calle Corrientes le presentó a  Carlos Gardel a su amigo Federico García Lorca.

A mediados de la década del ’70 escribió el prólogo del libro titulado ““Enrique Cadícamo: vida y obra”.

Israel Zeitlin falleció en Buenos Aires el 24 de octubre de 1980.  [12]

Ese día se generó el último desprendimiento de Israel y César Tiempo

Aún están latentes las señales de potentes emociones reflejadas en sus originales obras literarias.

1980-1997: difusión de su obra literaria…

La Academia Porteña del Lunfardo publicó en 1984 el octavo tomo de la colección que incluye un trabajo titulado Mi amigo César Tiempo, de Juan Oscar Ponferrada (nacido en 1908).

No ha sido por casualidad que el escritor Eliahu Toker haya decidido la publicación de Buenos Aires esquina sábado, una Antología de César Tiempo auspiciada por el Archivo Gral. de la Nación con la inclusión de un “CD”. (Buenos Aires, 1997. (incluye CD)  [13]

Autor dramático y editor…

La difusión de su obra Pan criollo a partir de 1937 -interpretada Enrique Muiño y Elías Alippi- considerada por algunos como “su obra más representativa”, generó diversas reacciones porque unos la elogiaban y otros la censuraban. [14]

Así sucedió desde la revista Criterio -editada por autoridades y laicos pertenecientes a la Iglesia Católica-, porque “con profusión de datos y citas que utilizaba sin solución de continuidad para hacer más creíble sus conclusiones ante los prejuiciosos desinformados, no perdió la oportunidad de arremeter contra los judíos cuando se estrenó en el Teatro Nacional la obra ‘Pan criollo’ de César Tiempo”.  [15]

En 1943, el “poeta moderno del ghetto porteño” -al decir de Luis Ordaz-, estrenó El Teatro soy yo, “de factura novedosa e intención antirracista”.  [16]

Sus aportes a la cinematografía argentina…

César tiempo, desarrolló una significativa labor como guionista, autor de obras dramáticas, redactor de diálogos, intérprete y compositor de temas musicales.

  • 1943: Safo, historia de una pasión.
  • 1944: La pequeña señora de Pérez.
  • 1944: La verdadera victoria.
  • 1945: Las seis suegras de Barba Azul.
  • 1945: La señora de Pérez se divorcia.
  • 1945: El canto del cisne.
  • 1946: El ángel desnudo.
  • 1946: Adán y la serpiente.
  • 1947: El hombre que amé.
  • 1947: Los verdes paraísos.
  • 1947: Con el diablo en el cuerpo.
  • 1948: Pasaporte a Río.
  • 1948: Al marido hay que seguirlo.
  • 1948: La muerte camina en la lluvia.
  • 1948: Los pulpos.
  • 1949: Otra cosa es con guitarra.
  • 1951: Martín Pescador.
  • 1952: Paraíso robado.
  • 1952: Donde comienzan los pantanos.
  • 1952: Misión en Buenos Aires.
  • 1953: El muerto es un vivo.
  • 1955: La novia. (Inconclusa.)
  • 1960: Amorina. (Obtuvo el premio a la mejor adaptación cinematográfica, en el Festival Internacional de Calcuta, India, 1960.  La talentosa Tita Merello, recibió el Premio a la mejor actriz otorgado por el Instituto
    Nacional de Cinematografía, 1960.)
  • 1969: Deliciosamente amoral.
  • 1974: Proceso a la infamia.
  • 1975: Las procesadas.
  • 1975: No hay que aflojarle a la vida.

César Tiempo también elaboró diálogos adicionales incluidos en:

La sombra de Safo. (1957)

Esta tierra es mía. (Interpretación, 1961.)

Se rematan ilusiones. (Temas musicales, 1944.)

Encuentros en cafés y letras de tango…

En distintas publicaciones han reiterado que en los cafés suelen encontrarse personas dedicadas a actividades semejantes para analizar distintas situaciones y  dialogar sobre determinados proyectos.

Desde la ciudad de Rosario (provincia de Santa Fe), Gary Vila Ortiz en su Elogio del Café, expresó:  [17]

“Ya creo haber contado que con Carlos Mastronardi, Conrado Nalé Roxlo y César Tiempo, las conversaciones se hacían en el salón del hotel donde paraban, pues noctámbulos empedernidos, la noche era la hora para trabajar, para conversar, para despejar a los fantasmas molestos.”

Vivencias junto a amigos…

Mabel Belucci, rememoró parte de las experiencias compartidas en el tradicional Café “Tortoni” de la Avenida de Mayo, en la capital argentina:

“Debemos darle entrada aquí, nuevamente, al inefable Café Tortoni, por cuyo sótano célebre peña y cenáculo literario de la época pasaron gente de letras, artistas y músicos que no dejaron de registrar en su propia obra al famoso local: Baldomero Fernández Moreno le dedicó un poema, y el gran dramaturgo italiano Luigi Pirandello dictó en él algunas famosas conferencias, acompañado nada menos que por la voz de Carlos Gardel… Allí cantó y bailó también la famosísima Josephine Baker, y en sus mesas podía verse a diario a miembros de la más heteróclito cofradía intelectual y artística: escritores, poetas o dramaturgos como Alberto Mosquera Montaña, Roberto Tálice, Ricardo M. Llanes, Carlos Mastronardi, César Tiempo, Julián Centeya, Alfonsina Storni, Carlos de la Púa; o a artistas plásticos como Benito Quinquela Martín, Carlos Cañás, Ana María Monealvo; o a músicos ciudadanos como Julio de Caro o Juan de Dios Filiberto, y un largo etcétera.”  [18]

Tangos…

César Tiempo, en 1931 refiriéndose al Tango, expresó:

“Un génesis porteño debería empezar así : en el principio fueron creados el hombre y la mujer. Y enseguida se inventó el tango para que pudieran entenderse bailando, cantando o callando…”

Destacados músicos difundieron sus letras de tango, entre ellos el talentoso Ben Molar quien convocó a catorce escritores argentinos con el propósito de luego editar esos poemas con ritmo de tango.

En 1966, con letra de César Tiempo y música de Enrique Delfino fue interpretado por primera vez el tango “Nadie puede”, con varias palabras en lunfardo.  [19]

Por algo, ese músico dijo:

“El tango es una conversación rimada”.

Nadie Puede

Para vos no existe

nadie más que vos.

A todas las cosas

le decís que no.

Vos querés a un Santo

y es Sanseacabó,

tu vida en una calle oscura sin salida.

Si ves a un amigo

no lo saludás,

si pasa una “naifa”

la menospreciás.

Ves con tus cristales de “loyula”

todo el mundo envuelto en “mufa”

y de “mufa” te llenás.

Nadie puede

 desbaratar la primavera,

parar la máquina del sol,

decir. “señor el mundo se acabó”.

Nadie puede llenar

el cielo de basura,

manchar la vida y el amor.

Ni un Dios podría hacerlo

vuelto loco de repente.

Vos no sos Dios.

Siempre andás “mufado”

todo lo ves mal,

el amor es “mufa”

“mufa” la amistad.

Un collar de brasas

a todo colgás

tus perros ladran a las pobres lunas mansas.

Comprendé que el mundo

 se hizo para que

el hombre sea hombre,

la mujer mujer

y el amor se tienda como un puente

para que toda la gente

tenga un poco más de fe.”

2002: recuerdo de Alejandro Storni, el hijo de Alfonsina…

Alejandro Storni, durante un encuentro en el “Café Tortoni” de Buenos Aires, República Argentina, el 16 de junio de 2002 –semana del Libro y del Escritor-, dijo: [20]

“Les quiero mostrar este hermoso libro. Se hizo en 1973 en Suiza, en Lugano. Son poesías y tiene el prólogo firmado por todos los que intervinieron.

César Tiempo presentó su libro. Fue un día encantador, fuimos a ver la casa de Alfonsina.

Yo le tenía mucho cariño a César Tiempo. Una vez hizo poesías con el nombre de una mujer.

Yo estaba en una reunión donde se le hacía un homenaje a la señora de Justo, Alicia.  Ella y Alfonsina fueron las primeras que hicieron el famoso simulacro de cine.

Estaban anunciando la presencia de César Tiempo pero él estaba enfermo. Al ratito el conductor sale al escenario y dice que tiene que dar una noticia grata y era que César Tiempo había mandado una carta. Ésta decía así:

‘Estimado Público: es un honor para mí adherirme a tan merecida reunión, pero mi médico en su infinita piedad quiere que me muera sano’.”

Anécdotas en torno a Clara Beter

“César Tiempo… protagonizó uno de los más curiosos y resonantes episodios del grupo, al publicar en 1926, con el seudónimo de Clara Beter, los Versos de una…, un libro de poemas de fuerte contenido sentimental que consiguió una vasta repercusión. La autobiografía lírica de una supuesta prostituta rusa, presentada en decorosas imágenes, logró el mismo inmediato efecto de sorpresa que su contraparte: el descubrimiento de la verdadera identidad del autor”.  [21]

                                                             Profesor Carlos R. Giordano.

Es oportuno reiterar algunos párrafos en torno a Clara Beter y sus versos…  [22]

“…Al adolescente entremetido le fue fácil deslizar entre los originales de Claridad los versos firmados por Clara Beter, seudónimo de transparente reminiscencia gorkiana. (Beter equivale a amargo). Semanas más tarde se corregían las pruebas de la revista y Castelnuovo descubre los alejandrinos nostálgicos. Estaban presentes Barletta, Vignale, Julio R. Barcos, Antonio Zamora, amén del autor de la superchería. Castelnuovo, el gran Castelnuovo, se desata en un elogio ardoroso y señala con la mejor buena fe el poema subrepticio como un paradigma digno de oponerse a los nuevos poetas fanáticos de la imagen por la imagen. Se resuelve entrar en contacto con la poetisa, estimular su vocación, invitarla a reunir en un volumen sus versos, bañados en la tristísima luz de su drama íntimo. Y sobre todo, conocer al fenómeno

¿Clara Beter será realmente una Catalina Máslova, atrapada por el más antiguo -y deprimente- de los oficios?

-Rezuman demasiada verdad los versos, sostenía Castelnuovo, para atribuirlos a una imaginación desgobernada. Clara Beter existe.

-¡Existe!, apoyó Barcos.

-¡Existe!, corroboró el director de la revista, que veía multiplicarse la venta de la misma. Esa mujer escribe lo que escribe porque es lo que es.”  [23]

“…Poema va, carta viene, poco a poco se fue configurando el libro de poemas y ampliando el círculo de admiradores de la Safo criolla. Ya en prensa el libro, al que los editores impusieron el nombre nada hermético de Versos de una…, la demora que ponía en transcribir las cartas de respuesta y los poemas el atareado corresponsal rosarino -que más de una vez cometió la imprudencia de escribir a máquina los textos de la presunta calientacamas- hicieron entrar en sospechas a Castelnuovo que se había comprometido a escribir el prólogo del libro. Empezó por delegar en dos amigos -el escultor Herminio Blotta y el escritor Abel Rodríguez- la verificación del domicilio y la consiguiente existencia de la invisible Clara Beter. En el domicilio rosarino les informaron que allí no se alojaba ninguna tal. Una excursión más prolongada y detenida por los barrios bajos, les permitió sorprender a una de las pupilas -francesa por más señas- escribiendo un epitafio rimado para un hijo que acababa de perder.

-¡Vos sos Clara Beter!, saltó Abel Rodríguez tomándola por los hombros e intentando besarla a los gritos de ¡Hermana! ¡Hermana! ¡Venimos a salvarte!

Tuvo que intervenir la policía de Sunchales para calmar al autor de Los bestias. Decepcionado, escribió a Buenos Aires dando cuenta de sus pesquisas. Todo inútil. Entonces se pensó que se trataba de una ex, acomodada o casada, que no quería, por razones obvias, dar a conocer su identidad. Pero Castelnuovo no cejaba en su empeño de develar el misterio. Sometió a todos los sospechosos de su relación a una serie de pericias caligráficas, careos y confrontaciones. El enigma aparecía impenetrable y nada tenía que envidiar a la leyenda de Osian, el famoso bardo escocés del siglo III, inventado por Macpherson quince siglos después…”  [24]

El éxito de Clara Beter…

Es necesario continuar con el relato de César Tiempo en torno a Versos de una…:

Lo cierto es que apareció la primera edición del libraco en la colección “Los Nuevos” de la Editorial Claridad, y luego en “Los Poetas” y luego en una edición popular. Castelnuovo con el torcedor de la duda desgarrándole el entusiasmo firmó el prólogo prometido con su seudónimo de batalla: Ronald Chaves. En el mismo hacía aquella famosa afirmación que corrió por todos los mentideros literarios –los mejores escritores argentinos nacieron en el Uruguay– y que pareció enderezada a rectificar otra alegre salida de tono del poeta Jacobo Fijman quien sostenía estentóreamente que los únicos escritores argentinos que sabían escribir en español eran de origen ruso… Por supuesto que simulaba aludir a Alberto Gerchunoff, pero pensaba en sí mismo.

La venta del engendro alcanzó cifras increíbles para la época. Zum Felde le dedicó un segundo artículo en El Día, de Montevideo. Georg H. Neuendorff, desde Dresde, tradujo los poemas al alemán con destino a una editorial suiza, la misma que publicó su versión de Las lanzas coloradas, de Uslar Pietri. El poeta Roberto Ibáñez le dedicó un estudio en La Pluma, de Montevideo. El perspicuo Rómulo Meneses escribió en Lima un ensayo que pudo leerse en su libro Nuestra unidad y otros panoramas, y en el cual caracterizaba a la autora de “Versos de una…” con estas palabras: “Una mujer que el duro pleito de la vida hiciera caer hasta las bajas sentinas del vicio, redimida por sí misma, por su talento y la propia religión de sus sentimientos, nos dice ahora en sus versos y recuerdos, el dolor ahogado en la vergüenza del mal vivir y aplastado por la torpeza de todas las infamias sociales. La prostitución ha dado un hermoso brote espiritual con Clara Beter, contradictorio loto azul de la marisma”.

El autor de la patraña conoció en 1945 en Santiago de Chile a Andrés Sabella, el gran poeta y novelista de Norte grande y Vecindario de palomas, quien le confesó que siendo muchacho recitaba versos de la Beter -que aún recordaba de memoria- en su Antofagasta natal, para deleite de sus camaradas. De tal modo corporizó y adquirió existencia física la autora que cierta vez llegó de Rosario un periodista amigo. Se encontró en el Tortoni con el poeta José Sebastián Tallon y lo primero que le dijo fue esto: -Tenés que hacerme un favor. Presentame a Clara Beter. Me dijeron que está en Buenos Aires.

-Justamente ahí la tenés, le contestó rápidamente Tallon, tan amigo de divertirse. Y le señaló a una poetisa bastante poco favorecida y muy en boga por aquellos días.

Al observarla el periodista, que traía su imagen hecha de Clara Beter, reaccionó escéptico:

-¡Qué va a ser ese loro! Lo que pasa es que no me la querés presentar.

Alentado por el éxito del libro, el editor se empeñó en hacer escribir a la enigmática trotacalles una novela que debería llamarse sencilla y decididamente Una… En Claridad llegó a publicarse un capítulo. Pero ya la superchería asumía proporciones peligrosas para el autor. Zum Felde bajó a preguntar por ella a la redacción de Nosotros. Chas de Cruz, que por ese entonces regenteaba una empresa distribuidora de películas soviéticas y se había propuesto escribir un guión con la historia de Clara Beter y enviarlo a Moscú junto con la protagonista… “¡Se volverán locos!”, nos decía a Eichelbaum y a mí, comiendo en el desaparecido restaurante Corrientes, de la calle homónima, a dos pasos de Callao. Roberto Arlt, con su alegre cinismo de siempre, hablaba de traerla a Buenos Aires, establecerla en una casa de tolerancia con letrero luminoso al frente y destinar las recaudaciones a la institución de un premio Nobel para escritores argentinos. Castelnuovo y Julio R. Barcos se devanaban los sesos pensando cómo atrapar al fantasma. Algunos masoquistas se atribuyeron la paternidad de la criatura. Para complicar más las cosas, un amigo del autor de la trampa, el poeta de Liquidación, Carlos Serfaty, inscribió con su nombre Versos de una… entre los libros que optaban al premio municipal de año. El maestro Alberto Zum Felde, siempre ecuánime, escribió entonces: “Estamos dispuestos a perdonar al funambulesco autor la broma pirandelliana de que hemos sido objeto en gracia al talento puesto en la superchería. El joven poeta ha creado un personaje de novela y lo ha hecho vivir como protagonista de sus propios versos admirablemente”. Después, Alberto Guillén, el famoso poeta peruano, reproducía algunos “versos de una… (y de uno)” en el excelente “Repertorio Americano”, que publicaba Joaquín García Monge en San José de Costa Rica. Y decía entre otras cosas, refiriéndose a nosotros: “Publicó con el nombre de Clara Beter un librejo que dio susto a mucha gente e hizo morder el anzuelo a sesudos críticos. Cantos de suburra con la natural protesta proletaria. Una mujer decía allí su desespero. ¡Oh, estado de cosas! ¡Oh, sociedad injusta! ¡Lástima que la mujer de todos fuera hombre, y hombre de ala y de sonrisa!”.

Muchos años más tarde, Camila Quiroga, la inolvidable gran actriz que paseó nuestro teatro por los principales escenarios de las dos Américas y de Europa, incorporó a su repertorio una farsa dramática titulada “Clara Beter vive”, en la que el autor de la tramoya se permitió dar forma escénica a la historia y recrear al personaje. ¿Qué habría ocurrido si alguien, una mujer, claro está, se hubiese prestado a hacer el papel de Clara Beter, de Clara Beter autora de los versos, no de Clara Beter, mujer pública? Partíamos del episodio real e inventábamos sus derivaciones, lo que nos permitió postular una especie de metafísica de la irresponsabilidad. ¿El ser es lo que es porque hace lo que hace o hace lo que hace porque es lo que es? La vida de una ficción o la ficción de una vida asumían allí el perfil de un drama auténticamente vivido.

Nada como la mistificación para medir a las gentes. Por otra parte, engañar, según el Diccionario de la Lengua, significa también producir ilusión, como acontece con algunos fenómenos naturales seriamente probados. No tiene que arrepentirse el autor de haber fabricado un ser al socaire de la patraña sobre todo si Manolo Machado afirmó alguna vez que “hetairas y poetas somos hermanos”, y Napoleón, poeta de la voluntad, nos enseñó que la mejor defensa es el ataque. El poeta atacaba creando un mito. Y ya aseguró Oscar Wilde que es más fácil destruir un pueblo que un mito. La heroína de papel impreso se apoyaba en una heroína de carne y hueso, en Tatiana Pavlova, como para nutrirse de su sangre y de su cal hasta adquirir esencia y presencia, erguirse, caminar, existir. Y el milagro se produjo. Mientras todos creían en la existencia de Clara Beter, nadie creía en la existencia de Tatiana Pavlova. Y, sin embargo, no fue mero capricho que Clara Beter le dedicase su primer poema.

Tatiana Pavlova nació en Ekaterinoslaw. Mi álter ego también. En la misma calle y en la misma casa. Pero como estábamos tallados en el remo de Ulises, Tatiana abandonó los pagos de Helena Blavatsky por su propia voluntad y mi álter ego cuando contaba recién nueve meses y nueve días de existencia. Y no llegó a Buenos Aires andando, precisamente. Ekaterinoslaw fue fundada por Potemkin en 1786 y tiene comunidad judía desde 1787. Esa es la antigüedad de nuestras respectivas familias de Ucrania. Lo que nunca imaginé es que alguna vez pudiese hallarme cara a cara, y en Italia, con la protagonista de los primeros versos de Clara Beter, después de haber estado separados durante cuarenta años por veinte mil kilómetros de distancia. Cuando la actriz se enteró, de labios del director Alberto D’Aversa, que nos había acompañado hasta el camarín del teatro romano donde Tatiana estaba representando Lunga notte di Medea, de Corrado Alvaro, de la historia de Clara Beter y de los versos que yo le dedicara en aquel librejo escandaloso, se echó a reír más ruidosamente que nunca, repitió en ruso la fábula a unas sobrinas que le hacían compañía, y nos dijo con su voz abrasada y patética:

-¡Muy bien hecho, muy bien hecho! El mundo tiene las imposturas que se merece. Simón Mago fue un impostor, Homero fue un impostor, Dante fue un impostor. ¡Todos los novelistas, todos los poetas, todos los dramaturgos son impostores!

Antes que ella el cardenal Carlo Caraffa, había dicho: Mundus vult decipit ergo decipiatur! (El mundo quiere ser engañado: ¡engañémoslo, pues!). La vida misma es una fatamorgana, un gran engaño, un fraude.

Pero Elías Castelnuovo, el prologuista del libro, no pensaba lo mismo. Cuando se enteró del engaño, publicó un artículo señalando que todos habían sido defraudados. Pues la tal prostituta había resultado un prostituto. El prostituto era yo.”

César Tiempo y sus relatos acerca de Roberto Arlt

Es oportuno incluir en estas páginas que implican un homenaje al perseverante escritor César Tiempo, el texto completo referido a Roberto Arlt incluido en su libro titulado Protagonistas:

Aterrizamos en una lechería de la calle Entre Ríos y Cochabamba regenteada en aquel entonces por Ángel Greco, el autor de Naipe marcado y otros tangos no menos memorables. A Roberto le habían dicho que el lugar era un refugio de malandrines y tipos exóticos y con su impaciencia habitual vino a sacarme de casa para que lo acompañara. Yo era del barrio y había visto desfilar por los almacenes de San Cristóbal a la flor y nata de los payadores, cuentistas del tío, guitarreros, actores filodramáticos, pintores alucinados y, sobre todo, autores de tangos, abrumados de inspiración, que no conocían una nota y llamaban desesperados a las puertas de los conservatorios de Richard o del viejo De Caro para que le pusieran música a aquellas melodías que parecían compuestas para pito y que sus labios silbaban con la angustia de que la memoria les hiciese una mala pasada traspapelándoles los motivos. Arlt no había tenido tiempo de conocerlos y se complacía en hacerme contar vida y milagros de algunos de ellos sobre todo del payador Betinotti, del actor Vicente Bonaiúto y de los músicos Ernesto Ponzio, Rosendo Mendizábal, Greco y Padula cuyos tangos, como dijo un poeta que compartió más de un aguardiente junto al mostrador de estaño, vivirán “mientras quede en el fango, como un mate curado, la amistad del amigo”.

Todo lo que perdura en la existencia y da pábulo a modificaciones esenciales tiene para cada alma una forma propia de construcción y de expresión. Así como la estructura de los cristales de la nieve es un efecto de la tensión eléctrica del aire, la arquitectura íntima de una personalidad es una resultante de las atmósferas que ha sabido y podido soportar.”

1925: aproximaciones a Roberto Arlt…

“Por encima de los consabidos factores telúricos y psicológicos, las leyes mendelianas de la herencia y los ingredientes aleatorios, fueron sus tropismos mentales y sentimentales quienes gravitaron decisivamente sobre el meridiano magnético de Arlt. Toda individualidad auténtica atrae lo que necesita. Los otros, los que caminan arrastrando las zapatillas, nacieron para ser atraídos. Arlt se encontró a sí mismo buscándose en los demás. Amó sin grandes aspavientos la horrible belleza del tiempo que le tocó vivir pensando que cada virtud era un obstáculo puesto en el camino de la perfección por la infamia o por el resentimiento. Él había tenido una infancia duramente humillada y no precisamente por su pobreza, sino por la intolerancia y la inclemencia de su padre que odiaba todo lo que florecía en la vida tempranamente despierta del hijo a los sentidos y a los devaneos de la imaginación. Más tarde se desquitó con la literatura como se desquitan con sus mujeres los maridos que, huérfanos de madre desde la niñez, tuvieron un padre que les hizo la vida imposible hasta el momento que se zafaron de su tutela para casarse. De ahí que cuando Arlt empezara a escribir estuvo bien lejos de ser el idealista que veía lo que quería ver sino un realista que se movía kafkianamente en un mundo en que todo era posible y nada era posible, en que todo tenía sentido y nada tenía sentido. Se divertía con sus personajes cuando los conocía y padecía con ellos y por ellos cuando los describía sintiendo su tiempo como una realidad última, con la desesperación de una naturaleza dionisíaca dueña de uno de los oídos más sensibles para lo que fuera el corazón cuyas ilusiones esa misma realidad terminará por pisotear y destruir. Pero nos hemos puesto a hacer exégesis y lo que pretendíamos era hacer crónica. ¡Perdón!

La lechería de Greco solía ser frecuentada entre otros por un griego cefalonita que había peleado en la guerra ruso-japonesa y contaba historias espeluznantes de la campaña de Mukden; por un holandés nutrido a caldo de tempestades que traficó con estupefacientes en el Caribe, fue cornac en la capital de la India y lector de dewanadari en una Universidad italiana; por un hermeneuta pontevedrino que pedía a cada rato lápiz y papel para demostrar con rigurosos cálculos algebraicos la inexistencia de Dios, por una gloria emérita del fútbol que acababa de cumplir una condena por homicidio con atenuantes; por un bandoneonista de la orquesta que había llevado Pizarro a París y nos deleitaba contándonos las fechorías de Gardel cuando el morocho, de pantalón corto, era la pesadilla de los puesteros del Mercado de Abasto y por un grupo escasamente locuaz de muchachos doctorados en la universidad del paco mocho, el escruche, la punga y ‘todo trabajo perteneciente al ramo’ y que, en la plataforma de los tranvías, sabían convertir indefectiblemente al prójimo en una línea recta, vale decir en la menor distancia entre dos puntos… Forajidos que no recularían ante las bellaquerías más sublevantes se les podía ver allí, acodados a las mesas de mármol escuchando un tango tras otro con la misma emoción religiosa de un derviche escuchando la palabra de su Profeta.

Arlt acababa de publicar un cuento en Los Pensadores en el que podía advertirse ya su inusitado vigor de forma y fondo, su desprecio a las flores de papel de la literatura y esa inclinación irreprimible a una especie de dialéctica de la crueldad que muchos años más tarde hallaría sus teorizadores y exaltadores en otros géneros: Artaud en el teatro y Buñuel en el cine. Olvidaba decir que estábamos en las postrimerías de 1925. Roberto había traído el ejemplar de la revista consigo y, con su vehemencia habitual, se puso a hablar a gritos de los personajes de su historia, un friso de tipos extraordinarios con material para una novela presentado en menos de dos páginas. Minutos después estaba leyendo ‘La tía Pepa’, tal era el título, con esa su voz rica en inflexiones, por momentos estridente pero siempre cálida y un poco nasal complaciéndose en paladear las palabras y arrojarlas luego con sorna y brusco patetismo sobre el oyente. Los ojos de oscuro sardónice, esa piedra extraña cuyo color se aviva en el agua, brillaban embriagados y el rebelde mechón se alborotaba sobre la frente surcada por una sola arruga.

El auditorio se espesaba en torno suyo en medio de un silencio de selva petrificada. Y, al terminar la lectura, los gestos de aprobación, las miradas de inteligencia, el aliento contenido fueron más elocuentes que todos los elogios. El silencio duró dos minutos. El primero que se aventuró a hablar fue el holandés.

-Yo conocí una vieja parecida a esa en Amsterdam. Era feroz. Compraba perros. Los ataba con alambres y les cortaba la lengua para vengarse de los ladridos que le impidieron despedir en silencio a su padre la noche del velorio…

-Permítame, señor -terció el exjugador de fútbol, un tipo de fealdad enérgica, con dos ojillos casi pegados bajo una frente que parecía afeitada para que pudiesen destacarse las cejas- ¿Usted conoció a esa familia?

-A todos, no, a algunos. Los demás están inventados. Tampoco son tales como los he descrito. ¿Por qué me lo pregunta? (Después me contó que lo había escrito para mortificar a los parientes de su primera esposa, cargando deliberadamente las tintas).

-Porque yo conozco una familia igual, idéntica -siguió diciendo el tipo de las cejas enmarañadas-. La vieja Pepa que masticaba su odio como una carne viva y su hermano Alfonso que azotaba a su mujer en el almacén de campaña, esa María Palomba que había hecho morir de miedo y de padecimientos a su padre en el granero, y Egidio, el farmacéutico avaro y el hijo de la tía Pepa que fue una noche al cementerio y violó la tumba de su tío para robarle el reloj de oro que los deudos habían dejado en el chaleco del difunto, a todos los tengo vistos con mis propios ojos. Y créame que esa cáfila de degenerados no merecía que usted perdiera una hora recordándolos. Lo que no comprendo es cómo pudo pintarlos con tanta perfección sin conocerlos, porque usted, estoy seguro, no estuvo nunca en Antofagasta y no pudo haber tratado a… mi familia.

-¿Sabés cómo…? -le contestó Arlt tuteándolo con la familiaridad y el frenesí que eran inseparables de su naturaleza-. Campaneándolos con el tercer ojo.

-¿El tercer ojo?… -se aventuró a inquirir uno de los punguistas con el tono de quien presiente una tomadura de pelo, contrayendo los músculos del rostro como si hubiese succionado el jugo de una planta venenosa.

-Sí, viejito, el tercer ojo -insistió Arlt apoyando toda la voz en las vocales-. Es una especie de detector que permite ver lo que los ojos no alcanzan a ver ni adivinar. Una cara, una casa cerrada, unas palabras sorprendidas en el andén de una estación, una blasfemia oída en un mercado, un llanto de mujer, un chiquilín perdido en una calle desierta excitan mi detector, ponen en funciones el tercer ojo, me permiten reconstruir no sólo la persona apenas entrevista o el interior de la casa sino ver con claridad espantosa dentro de su alma, conocer a quienes le rodean, reconstruir minuciosamente el mecanismo de sus ilusiones y desilusiones y hasta respirar el tufo húmedo y acre de las piezas que a la larga lo corrompen todo, hasta los sueños. En cada casa, aun en la más fastuosa, en la más pulcra, se aferra a las paredes como una hiedra invisible la planta húmeda del hastío que sólo es posible descubrir con el tercer ojo, el ojo que permite ver a la gente no solo como es sino como quiere ser.

El semblante de la coluvie que lo escuchaba se había hecho único entre todos los semblantes humanos. Arlt prosiguió, excitado:

-Ustedes creerán que esto es una invención mía, una fanfarronada. Les juro que no soy el primero en hablar del tercer ojo, si bien los demás no lo llamaron así. Los estudiosos de la anatomía humana conocen la existencia de la glándula pineal. Esta glándula está ubicada en la parte posterior del ventrículo medio del cerebro y Descartes colocó en la misma el sitio del alma. Algunos investigadores del siglo XVIII consideraban sus concreciones como la causa o efecto de la locura, pero el gran fisiólogo Tiedemann sostuvo que esa opinión carecía de fundamento y que dicha glándula era nada más que una masa que servía de refuerzo a los tálamos ópticos. Por su parte un médico bohemio, Fernando Arlt, un bisabuelo mío que se hizo célebre a mediados del siglo pasado como profesor de oftalmología en la Universidad de Viena, sostuvo que dicha glándula era un vestigio del tercer ojo. No se refería al ojo único de Polifemo, el cíclope cegado por Ulises ni al ojo supérstite del genial Luis Carlos López, el tuerto de Cartagena de Indias, sino a un ojo invisible, eternamente desvelado detrás de la frente, regañado y zahorí, que perfora las más impenetrables tinieblas y permite al que lo posee quitar la luna de su lugar para que la noche sufra sus consecuencias, convertir el paisaje a nuestro humor, ser huésped absoluto de los lugares que no lo reclaman y de las gentes que no lo quieren. Conque, attenti, viejitos, ¡que la polenta brucia!

Y dicho esto se echó a reír como un loco, abrazó a cada uno de los circunstantes y diciéndome: ‘¿vamos?’ salimos de allí y nos fuimos caminando hasta Flores.

Veinticinco años más tarde, invitado por Eduardo De Filippo, viajé desde Roma a Nápoles para asistir al estreno de su Grande Magía. Llegué al teatro Mercadante con el tiempo justo para entrar a su camarín, cambiar un abrazo, augurarle una victoria más e ir a ocupar mi butaca, flanqueado por Viviani, el pelitaheño crítico napolitano, y el anticuario Casella, famoso por haber hospedado años atrás en su casa contigua al teatro a Franz Werfel y Anatole France.

Apagadas las luces de la sala ésta fue bruscamente invadida por los haces azules de ocho reflectores destinados a ofrecer la ilusión de una platea metamorfoseada en un mar. El decorado representaba la fachada de un hotel de verano en una playa de moda bajo un sol que empolvaba melancólicamente balcones y ajarafes. La primera sorpresa fue comprobar que Eduardo se había reservado el segundo papel de la obra cediendo el de Otto Marvuglia, el protagonista, a su cuñado, el esposo de Titina. Otto Marvuglia era el nombre de uno de esos ilusionistas que andan de romanía y enjugan penosamente sus déficits artísticos y crematísticos recorriendo los balnearios para ofrecer su espectáculo a cambio de unas monedas. El autor lo presentaba acogido burlonamente por los huéspedes del hotel que, exasperados por la molicie, aguzaban su ferocidad como si el sol quemante o el aire salobre descompusiesen su sistema nervioso empujándolos a complacerse en el mal por el placer del mal provocando con sus ironías al infeliz saltimbanqui. Hasta que el prestímano, sin apearse de su énfasis deliberado de charlatán de feria, se permitía pedir un poco de atención para decirles, después de echar una mirada al oleaje de luz azul que saltaba del hiposcenio a la platea:

-Según el común de los mortales el mar es grandioso. ¡Valiente estupidez! Yo pensaba lo mismo que ustedes y me zambullí tranquilo en un mar abierto como todos los mares. No hallé un solo lugar para desplazarme con facilidad. Todo el mundo se había sumergido antes que yo; mil manos me rechazaron violentamente haciéndome volver al punto de partida. El mar era apenas una gota de agua. Lo único que tiene de prodigioso es que no llega a absorberse o, por lo menos, el proceso de absorción es lento y escapa al ojo humano. Una gota de agua en medio de las tinieblas, una oscuridad sin límites, una oscuridad que existe aun en las horas que creemos que el sol la destruye. Yo, señores, veo las tinieblas en pleno sol. Porque el sol pasa, sí, pero a pesar suyo, como un condenado; y, cuando pasa, no pretende combatir a los monstruos diabólicos que tienen secuestrada la luz. Sólo nosotros podremos combatirlos y destruirlos si logramos poseer el tercer ojo. El ojo sin párpados, el ojo del pensamiento, el ojo del alma, el único que ve lo que no debe verse.

¿Cómo era posible esta coincidencia? De Filippo no había leído a Arlt ni éste había publicado nunca las consideraciones que le escuché un cuarto de siglo atrás en una lechería de barrio. Ni siquiera había oído su nombre hasta el momento en que, terminada la representación, apagadas las efusiones, fuimos a Zi Teresa a hacerle honor a una langosta partenopea. Allí le hablé de él y de la extraña similitud entre las palabras de su personaje y las escuchadas por mí de labios de Arlt que aún no había publicado su primer libro. Eduardo apenas si se mostró sorprendido. Recordó que Giambatista Vico, para descifrar el misterio único de la historia, pensaba que la humanidad vuelve a pasar por los mismos puntos. Algo semejante ocurre con las ideas de los poetas. ‘En uno de esos corsi e recorsi se han encontrado los atisbos lejanos de tu compatriota y los míos. Por otra parte así como los cohesores captan las ondas en la telegrafía sin hilos ¿quién no te dice que un receptor ultrasensible me haya permitido atrapar en el espacio la ocurrencia de Arlt? Creo que los griegos llamaban a eso sinfronismo’.

Pero si el autor de Filomena Marturano no conoció a Arlt tampoco Arlt conoció a Jules Supervielle que dijo precisamente aquí y en una reunión que hizo época, estas palabras: ‘Hay una poesía que nos sacude en la noche para preguntarnos ¿qué has hecho de tu vida? Y hay una poesía que da a nuestra mirada el poder de las metamorfosis, y donde había tal o cual cosa veis una rata, donde había tal o cual otra cosa es una mujer que aparece, y desde el lugar en que no había nada sale vuestro mejor amigo y se adelanta hacia vosotros’.

Cuántas veces habrá oído Roberto aquella misma pregunta en medio de su soledad poblada de monstruos implacables y cuántas veces la mirada de su tercer ojo fue descubriendo el hábitat que pocos pudieron y se atrevieron a ver detrás del pandemonio. Las pruebas a que fue sometido, los sufrimientos que padeció, las humillaciones que le infligieron no fueron más fuertes que la fuerza de su vocación y en ningún momento, desde que eligió su camino, pensó en renunciar a él, pues la divisa de un escritor en el naufragio de su tiempo no puede ser ¡Sálvese quien pueda!, sino ¡Salvemos a todos los que podamos salvar!

Roberto Arlt cumplió con lo que creía su deber hasta el momento final sintiendo pesar sobre su espíritu las últimas interrogaciones, deshecho de pena por la inicua obligación que le imponía el destino de callar antes de tiempo.”

Sábado 25 de julio de 1943…

“La noche del sábado 25 de julio de 1942, cuando nos encontramos en el Círculo de Prensa, lo primero que me dijo fue:

-¿Te acordás de la historia del tercer ojo que le conté a los malandras de tu lechería? La inventé en ese momento pero después resultó que las cosas eran tal cual las había inventado y el tercer ojo no me deja dormir desde aquella noche. He visto cosas increíbles, monstruosas, indescriptibles como ese Maëlstrom de Edgar Poe que todo lo arrastra hacia su vórtice. Las escribí todas para sacármelas de aquí… -y se señalaba la frente-. Y ahora tengo miedo de ver en el enorme vacío donde atisba el más allá esa mirada aterradora capaz de vaciarnos el alma y a la que es imposible oponer la simple mirada de nuestros ojos humanos. Al tercer ojo se le está gastando la batería…

Y se echó a reír locamente con esa risa a chorros que denunciaba la exuberancia de su vitalidad.

A las once de la mañana siguiente su corazón se hacía pedazos.

Personalidades del “Grupo de Boedo”…

César Tiempo refiriéndose a Clara Beter y su impacto entre los escritores y lectores de aquel tiempo, incluyó interesantes referencias a los integrantes del Grupo de Boedo.

Álvaro Yunque…

Aquí, la reiteración de algunos párrafos:

“Otro de los vectores del grupo fue Álvaro Yunque. Contrariamente a Castelnuovo el autor de Versos de la calle no venía ‘de abajo’. Nació en La Plata, ciudad que su abuelo, Ángel Herrero y su padre, fundaron con Dardo Rocha. Los Herrero se encuentran afincados en el Río de la Plata desde antes de 1810. Yunque se llama en realidad Arístides Gandolfi Herrero. Su familia chorreaba catolicismo y en su casa, donde había altar, como en la de Enrique Larreta, se rezaban novenas a San Roque con asistencia de vecinas. Su abuelo paterno, milanés, vino a América, perseguido por motivos políticos. Estando aquí recibió una herencia y la dilapidó. Pertenecía a una familia de pintores y militares. También de locos. Su abuela materna recibió de su padre, allá por el año 1905 ó 1906 un millón de pesos en propiedades. El marido se encargó de liquidarlas. En fin, su padre, un héroe del trabajo, alcanzó a hacerse una fortuna como arquitecto. Murió de 48 años. Yunque recién había cumplido 17. Quedó la madre viuda a cargo de los siete hijos, y los bienes dejados por el extinto se fueron extinguiendo a su vez como consecuencia de una administración incontrolada. La casa de Yunque -calle Estados Unidos 1824- fue siempre la casa de todo el mundo y cada uno de los hermanos tenía derecho a brindar hospitalidad a sus respectivos amigos, fuesen quienes fuesen y viniesen de donde viniesen. Uno de sus hermanos, luego notable reumatólogo, ensayista y poeta, es el doctor Augusto Gandolfi Herrero. Se costeó los estudios trabajando como chofer de taxi. Integró la Exposición de la actual poesía argentina con el nombre de Juan Guijarro. Otro, Alcides Gandolfi Herrero, en su tiempo boxeador famoso y campeón en su categoría, le arrastró el ala a la musa mistonga, como diría Julián Centeya, escribiendo un imborrable libro de poemas lunfardos con el título de K.O. lírico. Otro es el actor que con el seudónimo artístico de Ángel Walk y en compañía de Olga Casares Pearson, fue precursor de los morosos folletines melodramáticos que constituyen los caballos de batalla de los programas de radio y televisión actuales. Álvaro Yunque publicó su primer libro, ese rumoroso y genesíaco Versos de la calle, al filo de los 34 años, libro cuyos originales había presentado antes a un concurso de la Editorial Babel, donde estuvo a punto de ser premiado (Leopoldo Lugones, Rafael Alberto Arrieta y Arturo Capdevila integraban el jurado) y que Yunque retiró a último momento para llevarlo a Claridad, a instancias de Gustavo Riccio, el poeta de “Gringo Puraghei”, ese gran muchacho, que fue uno de los primeros asesores de la editorial y a quien un mal que no perdona mató en la puerta de su casa el 6 de enero de 1927.

Roberto Mariani fue por derecho propio otro de los capitanes de Boedo.

Lo conocí cuando acababa de publicar Cuentos de la oficina, el libro que le valió una notoriedad ancha y rápida, y la amistad de Payró, que le abrió las puertas de La Nación. Ya entonces parecía uno de esos personajes de Huysmans condenado al celibato y la pobreza, resignado a limpiar su vaso cuando se tiene sed y a combatir el frío caminando y blasfemando a través de una habitación nada acogedora. Llamaba la atención por ese modo tan suyo de expresarse vocalizando las palabras con una especie de voluptuosidad agresiva. Muy amigo de sus pocos amigos no toleraba bromas sobre ellos y cuando la maledicencia asomaba su pico de pájaro carpintero en las tertulias del Tortoni donde solíamos encontrarnos, Mariani que puso tantos puntos sobre las íes de su tiempo, se incorporaba, encendidas las facciones, y abandonaba la rueda. Su técnica de escritor era precisa y segura y aún lector encarnizado de Dostoiewsky, Chéjov y Proust siempre supo ser él mismo, desnudándose en la profunda piedad con que trataba a sus criaturas atormentadas y desamparadas. Ricardo Güiraldes y Roberto Mariani eran las dos únicas devociones vivas de Roberto Arlt. Siempre tan incisivo y desbocado, frente a Mariani Arlt no se permitía hacer chistes ni aludir peyorativamente a nadie. Otro escritor, Salvador Yrigoyen, cuyos primeros trabajos tuve el honor de difundir, y a quien ahora, gracias al fervor nunca desmentido de Bernardo Verbitsky, se le empieza a hacer justicia, no ocultaba su admiración por Mariani, admiración que Mariani devolvía con su nobleza y su honestidad habituales. Cierta noche, sentados en una terraza de la Avenida de Mayo, uno de los contertulios hizo una alusión ofensiva a Yrigoyen y se puso a imitar su tartajeo, Mariano se levantó, se acercó al camarada imprudente y le cruzó la cara de una bofetada, tan violenta que el chisgarabís cayó sobre Ernesto Montenegro, que estaba a su lado. El chileno Montenegro, que acababa de llegar de los Estados Unidos, nos contó entonces la violencia que se hacía Sommerset Maugham para entenderse con los productores de Hollywood, pues padecía de una tartamudez congénita. Pero esta es otra historia.”

El nombre de Leónidas Barletta figura junto al de mi álter ego -Israel Zeitlin-, como “secretarios de redacción” en las primeras salidas de Los Pensadores como revista polémica. Barletta confiesa ser un tímido. En todo caso no será un tímido de la raza de Hamlet, sino de la del Quijote. Un tímido que arremete. Y es que no hay que confundir timidez con pusilanimidad. Barletta da la sensación de muchas cosas, incluso la del fraile que ha colgado sus hábitos, menos la del timorato. Pero si él sostiene que es tímido debe ser así. Por aquellos años era implacable como una divinidad caldea. Cuando Nicolás Olivari y Lorenzo Stanchina, cordiales amigos suyos, tuvieron la remisible ocurrencia de publicar un libro ditirámbico sobre Manuel Gálvez, Barletta los estuvo buscando semanas enteras para romperles la jeta.

Escribiendo daba la impresión de una tormenta seca. Su intemperancia se fue calmando con los años. Tiene la edad de Eduardo Mallea y de José Rabinovich, dos narradores natos. Cuando lo conocí sonreía poco. A veces gritaba como si el lector fuera un mítin. Barbusse era así. Andaba por dentro. Barro de sueños en el horno de la vida cada día más cruel que impide tomar a broma los sueños y la vida, lo que se hace y lo que se dice. Siempre tuvo vocación de despertador. Un despertador estrídulo que suena de la mañana a la noche.

Con ellos, es decir con Castelnuovo, Yunque, Mariani, Barletta y Luis Emilio Soto y con José Sebastián Tallon, el poeta infantil y ciclópeo de Las Torres de Nüremberg, con Aristóbulo Echegaray, poeta genuino, compañero de remo en las galeras de “La Continental” y un talento vitalísimo, que recibió el espaldarazo de Miguel de Unamuno; con otros hieródulos cuyos nombres sorprenderá encontrar en las trincheras de Boedo, como Augusto Mario Delfino y Pedro Juan Vignale, se echaron las bases de Claridad, la revista que tradujo las inquietudes de una generación beligerante capaz de resistir en su momento el sirenismo de las consagraciones baratas.

Cierto día mi álter ego recibe un regalo inesperado, los Diálogos de Platón, editados por la Universidad Nacional de México. Y allí descubre la sentencia atribuida a Sócrates en Fedón o del Alma: “Un poeta, para ser un verdadero poeta no debe componer discursos en verso, sino inventar ficciones”. Sugestionado por la recomendación y, sobre todo, ganoso de dar candonga a los camaradas mayores que se resistían a creer en los talentos del mequetrefe, el tal escribe una poesía dedicada a Tatiana Pavlova, la gran actriz ítalorusa que por aquel entonces arrebataba al público de Buenos Aires desde el escenario de un teatro porteño. Como curiosidad señalemos que el galán de la compañía era Victorio De Sica, tan desconocido como inadvertido.

La poesía, tal cual bajó del colodrillo a las manos del embaidor, que aún no había cumplido los 18 años -circunstancia que atenúa la magnitud de la fechoría- empezaba con estos versos:

¿Te acordarás de Kátinka, tu amiga de la infancia,

esa rubia pecosa, nieta del molinero?

Kátinka no podía ser otra, claro está, que la protagonista de Resurrección -la entonces tan trajinada novela de Tolstoi- y la tónica de los versos engarzaba con puntualidad prefabricada en

Legado poético de César Tiempo…

“…el principal poeta de la ‘judería’ argentina y su poesía, un vivo testimonio de las persecuciones a su raza.  Con humor, con ternura y con tristeza, la poesía de César Tiempo parte de la realidad más concreta para convertir su reiterado y circunscripto tema en el símbolo de algo más general: los judíos humillados, perseguidos y destruidos son, ante todo, hombre que padecen.  El sentido ampliamente humanista de sus poemas tiene resabios de una antiquísima tradición, se nutre de una vasta cultura que, sin estridencias, aprovecha de ciertas libertades vanguardistas dentro  de los marcos de la tradicional poesía castellana, libremente manejados.  Su ironía sin maldad, se aplica por igual a cristianos y judíos.”   Profesor Carlos R. Giordano.  [25]

 

Al año siguiente del fallecimiento de César Tiempo, el perseverante editor Oscar Abel Ligaluppi incluyó uno de sus sonetos en la antología poética publicada en capital de la provincia de Buenos Aires:

Versos para una muchacha sin dote

¡Pobre judía de ojos descoloridos

que ve pasar la fúnebre carroza de los días

con esa indiferencia de los sueños vencidos

y las manos vacías!  ¡Y las manos vacías!

Combinaban tu nombre con otros apellidos

ayer; y entre ese juego gozabas y sufrías;

quisiste amar la vida con los cinco sentidos

y pasaron tus príncipes en los lentos tranvías.

No traspone tu puerta ningún casamentero

¡si hasta quieren los ángeles su ración de dinero

para escoltar la marcha bajo el palio nupcial!

Vive en ti la desdicha como en un alma ajena

¡pobre judía pobre que te irás con la pena

de no ser la señora de Fulano de Tal!   [26]

Para Matilde Alba Swann

Gracias por ese libro de genuina poesía

en un tiempo en que el grito pelado se cree canto

 y gracias por su música transfigurada en llanto

cuando todos confunden llanto con alegría.

Gracias por orientarnos en la amarrita via

y señalar al héroe, al bandido y al santo,

gracias por superar el error y el espanto

y gracias por su alma panteísta y judía!

Por su SALMO AL RETORNO ¡aleluya! ¡aleluya!

Rhama y Débora funden sus voces en la suya

y en la noche baguala resplandece su voz.

Quiera Dios que su canto se escuche largamente

sobre la tierra herida, sobre la grey sufriente

en cuyo barro se hunden las raíces de Dios.   [27]

 

Lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

 

 

[1] Capítulo – Historia de la literatura argentina.  Texto elaborado por Héctor René Lafleur y Sergio Provenzano. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, agosto de 1968, fascículo 56, p. 1332.  También publicaban los jóvenes de esa edad: Norah Lange, Guillermo Juan; Arturo Cancela, Elías Castelnuovo, Álvaro Yunque y Roberto Mariani de 20 años…

[2] Revista Síntesis N° 4, Buenos Aires, septiembre de 1927, p. 146-147.  / Guijarro era hermano de Álvaro Yunque, seudónimo de Arístides Gandolfi Herrero.

[3] Capítulo – Historia de la literatura argentina.  Texto del profesor Rodolfo A. Borello.  Ob. cit. fascículo 56, p. 1336-1337. // “Escribieron: E. Castelnuovo, L. Barletta, L. Stanchina, J. Ingenieros, J. A. Solari, C. Tiempo, L. E. Soto, R. Arlt, C. Mastronardi.”  (Ob. cit. fascículo 45, junio de 1968, p. 1069.)

[4] Ibídem, fascículo 49, p. 1157-1158 (Texto elaborado por el profesor Alfredo Veiravé) y fascículo 50, p. 1189.

[5] Ídem, p. 1184.

[6] El comentario continúa: El presidente chileno, general Carlos Ibáñez del Campo, retribuyó la visita del argentino para las Fiestas Julias, meses después. El 8 de julio fue firmado en- Buenos Aires un tratado de unión económica, en cumplimiento de lo prescripto en el acta de Santiago, donde los dos gobiernos se comprometían a la unión de Argentina y Chile en las gestas históricas de la Independencia. Un día antes, en la cena de camaradería de las Fuerzas Armadas Argentinas, Perón había aprovechado la ocasión para hablar de su tema: Frente a las nuevas fuerzas de carácter económico que pretenden dominarnos -dijo-, nosotros, chilenos y argentinos, retomando los antiguos ideales de O’ Higgins y de San Martín, y pensando como ellos en nuestros pueblos y también en los pueblos de América, hemos decidido realizar la unión de nuestras fuerzas económicas, creyendo que ésta es, acaso, la última hora que el destino nos ofrece para cumplir con la misión que Dios nos tiene reservada en sus eternos designios insondables. Presentimos que el año 2000 nos hallará unidos o dominados.”  En el año 2005 se sigue promoviendo la Unión Sudamericana… palabras, sólo palabras y algunos actos con actas que luego exhibirán en los archivos o museos; si con responsabilidad logran preservarlas de las inevitables agresiones del medio ambiente, de los insectos…

[7] El oficio del periodista es soportar por Gary  Vila Ortiz en Diario “El Ciudadano & la región”. Rosario, 1º de septiembre de 2002

[8] Bartolomé Mirabelli nació en Alessandria (Piamonte, Italia), el 5 de junio de 1905 y a los cinco años, su familia emigró hacia la Argentina en 1910 donde se radicaron definitivamente.   Bartolomé curso estudios primarios en la provincia de Buenos Aires. Residente den Santa Clara del Mar (Partido de Mar Chiquita, Buenos Aires).

[9] Acerca del Grupo de Boedo es oportuno reiterar en torno a “Clara Beter”:   “…Ubicuos, más por necesidad de encontrarnos a nosotros mismos que a los demás, alternábamos simultáneamente con los bogavantes de Boedo y de Florida, peregrina clasificación que nucleaba a los poetas y prosistas agrupados alrededor del periódico Martín Fierro y de la revista Claridad.  / ¿Cuándo habría de imaginar Mariano Boedo, el salteño inflamado y almacigado, representante de su provincia en el Congreso de Tucumán, que su apellido serviría de bandera, a más de un siglo de distancia, a un movimiento literario? Boedo es hoy una calle y un barrio, una calle que nace en Almagro —”cuna de tauras y cantores, de broncas y entreveros”, como reza el tango— y termina en las inmediaciones del Parque de los Patricios, un barrio que avanza longitudinalmente como los alguaciles en el malón de las tormentas. Por esa calle y por ese barrio hubo un tiempo en que pasó a pesar de todos los pesares uno de los meridianos de nuestra literatura. De no haber ahuyentado a sus corifeos, Boedo habría sido a Buenos Aires lo que Saint-Germain-des-Prés a París. Es evidente que el barrio no puede estar colmado de los recuerdos del quartier parisiense donde tuvo su imprenta Balzac, terminó sus días Oscar Wilde y funcionaba el café de Deux Magots, cuartel general de la nueva literatura. Sin embargo Boedo también tuvo lo suyo. Por allí pasó Darwin rumbo a los mataderos de Nueva Pompeya, pontificó José González Castillo, el dramaturgo de La mujer de Ulises, debutó Francisco Charmiello, un cómico memorable, anduvieron prohombres de la política, ases del fútbol, artistas, cantores, periodistas, hombres de ciencia que, imitando al autor de El origen de las especies, partieron a su vez hacia los mataderos de la inmortalidad.” / “Cronológicamente el grupo literario de Boedo apareció antes que el de Florida. El primer número de Martín Fierro sale a la calle en febrero de 1924, el primero de Los Pensadores (así se llamó antes de convertirse en Claridad) en febrero de 1922. Conviene aclarar que el nombre de la revista de Boedo no implicaba una actitud ingenua y petulante de autosobrevaloración ya que llamarse a sí mismos los pensadores invitaba más que a otra cosa a la tomadura de pelo. La revista fue bautizada así por el fundador de la editorial, Antonio Zamora, porque al comienzo se limitó a publicar en cada salida una obra maestra de la literatura universal, poniéndola al alcance de los lectores más modestos. El ejemplar se vendía a veinte centavos moneda nacional. Los pensadores no eran pues los muchachos de Boedo sino los maestros popularizados por la revista. El primer número de la misma incluía el famoso Crainqueville de Anatole France, que acababa de ser teatralizado por Samuel Eichelbaum, a quien conocimos precisamente en la imprenta de Independencia y Boedo. Nos lo presentó Elías Castelnuovo.”

[10] Rafael Freda ejerce la docencia y explica que Soy Beter se originó tras la difusión de Versos de Una… en 1927 aunque otros creen que es una adaptación de “better”el mejor en inglés.

[11] “La ley de lemas es kirchnerista”. Nota del periodista Evaristo Monti en el diario “La Capital” de Rosario (provincia de Santa Fe).  Alude al sistema de ley de lemas –aplicado en la República Oriental del Uruguay durante algunas décadas y derogado; vigente en la provincia de Santa Fe, República Argentina- y con variantes impulsado por el presidente provisorio doctor Eduardo Alberto Duhalde a los fines de evitar las elecciones internas en el Partido Justicialista teniendo en cuenta la posibilidad del triunfo del doctor Carlos Saúl Menem como candidato para ejercer por tercera vez la presidencia de la Nación.  El gobernador de la provincia de Santa Cruz –250.000 habitantes-, fue el tercer precandidato impulsado por Duhalde después que no aceptaron ese ofrecimiento el gobernador santafesino Carlos Reutemann ni el doctor José Manuel De La Sota, gobernador de Córdoba.  En las elecciones generales, obtuvo el mayor porcentaje el doctor Carlos Saúl Menem quien optó por no presentarse en la segunda vuelta porque las alianzas con distintos partidos políticos anunciaban la adhesión a quien había obtenido el voto positivo del 22% del electorado, el patagónico Néstor Carlos Kirchner.  Cuando Evaristo Monti publicó esa nota, en la legislatura santafesina trataban el proyecto de ley de derogación de la ley de lemas, que fue aprobado y terminó así un período de excesiva presentación de sublemas -básicamente del partido justicialista- que aportaban votos al lema y así, el candidato con mayor porcentaje era consagrado para distintos cargos.

[12] Ligaluppi, Oscar Abel.  Diccionario de poetas argentinos.  La Plata, Buenos Aires, marzo de 1984, p. 176.

[13] Toker, Eliahu nació en 1934 en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, en 1934. Poeta (ocho libros editados); traductor de poesías en idish al español; recopilador de obras de carácter folklórico y clásico, publicadas en hebreo o idish. “Antólogo de la obra de escritores judíos argentinos (29 obras publicadas). Creó, dirigió y formó parte del consejo de redacción de numerosas publicaciones del país y del exterior. Especializado en lengua y cultura idish”…

[14] Calificación de Luis Ordaz, en el citado fascículo 52, p. 1227.

[15] La voz y la opinión.  Periodismo judeo argentino independiente (on-line).  Título: Cien Años De Antisemitismo en la Argentina (Capítulo Diecinueve) 1937: Por qué la Iglesia católica apoyó la clausura de las escuelas obreras judías (“arbeter – shuln”). / Precede a este párrafo, este texto: “El padre L. Th. Devaux, superior general de los Padres Misioneros de Nuestra Señora de Sión, dice con completa claridad que prácticamente es cierto que el punto de partida del antisemitismo reside en gran parte, entre los cristianos, en el hecho de que los judíos han desconocido, rechazado y condenado a Jesús de Nazareth, el enviado de Dios y el Mesías prometido (…). El antisemitismo existe por el espíritu judío, encerrado y obstinadamente aislado por el Talmud en el más salvaje de los exclusivismos (…). Hay un antisemitismo permitido y es el prescripto por la Iglesia. Es el antisemitismo que consiste en preservar a los cristianos de la corrupción y de la explotación de los judíos. No es lícito ignorar las prescripciones canónicas que prohíben ciertas relaciones con los judíos. Además está el Talmud, con la doble moral que en él se enseña (…). Un pueblo como el judío juega un papel fatalmente subversivo desde el momento en que rechaza al verdadero Mesías (…). La francmasonería está controlada por los judíos y, de los 545 miembros que componen la alta administración soviética de Rusia, 447 son judíos. Debemos defendernos de la subversión judía. ¿O es que la sociedad sólo debe defenderse de los subversivos cristianos?».

[16] Capítulo – Historia de la literatura argentina.  Ob. cit., fascículo 52, julio de 1968, p. 1227.

[17] Publicado en Rosario 12.   Rosario, provincia de Santa Fe, 12 de enero de 2005.

[18] Belucci, Mabel en Todo es historia – Nº 333 colección dirigida por el historiador Félix Luna.  Título: “Cafés de Buenos Aires V Biblioteca, taller de poesía y atelier”.

[19] Russo, Juan Ángel. Letras de Tango con biografías y comentarios. Antología Poética. Buenos Aires, Editorial Basilico, 1999, p. 350-351.

[20] Alejandro Storni dialogó con personal de la Escuela Nº 62 “Alfonsina Storni” de Lanús (provincia de Buenos Aires”, Educación General Básica: Perla Taá –Directora-; Ana María Ruscchioni, Prosecretaria y Cecilia C. Santoro, Bibliotecaria, quien telefónicamente acordó esa entrevista. (Impusieron el nombre de Alfonsina mediante la R.M. Nº 46 del 14 de mayo de 1984.)

 

[21] Capítulo – Historia de la literatura argentina. Ob. cit., fascículo 41, p. 982.

[22] Así comenzó el relato: Para hablar de Clara Beter debemos remontarnos a los años aquellos en que Enrique Tiraboschi cruzaba a nado el Canal de la Mancha, un punch formidable de Luis Ángel Firpo arrojaba del ring del Polo Ground de Nueva York a Jack Dempsey, Stefan Zweig terminaba de escribir Amok y Thomas Mann La Montaña Mágica, Armando Discépolo ponía en escena Mateo, un requiem melancólico para los coches de plaza, Gershwin componía su Rapsodia in Blue, iba a publicarse Don Segundo Sombra, se disolvía el dúo Gardel-Razzano, don Florencio Parravicini era electo concejal, eran condenados a muerte Sacco y Vanzetti y en una quinta de Villa Ballester Pedro Juan Vignale y mi álter ego levantaban los andamios de la Exposición de la actual poesía argentina.

[23] Continúa el relato: “El poema dedicado a Tatiana Pavlova se publicó acompañado de una notable ilustración de Manolo Marcarenha, un artista estupendo sepultado en las ajaquefas de una compañía de seguros. Y, a los pocos días, Alberto Zum Felde, el autor de Proceso Intelectual del Uruguay, maestro de críticos, consagró a Clara Beter su glosa de El Día, de Montevideo, diciendo entre otras cosas: ‘Por estos versos sea acaso redimida de su infamia que es la infamia de la sociedad entera, cuyo monstruoso egoísmo la ha condenado a remar en las galeras trágicas del vicio en el viraje largo a través de los ríos negros de la noche, fosforescentes de luces eléctricas. Desgarradora tragedia la de esa alma de mujer, hondamente sensible y fuertemente intelectiva, presa de la infamia del comercio sexual, envuelta en la túnica de Neso del vicio errante y mercenario, arrojada al margen oscuro de los detritus humanos’.” / “Lo notable del caso es que Zum Felde -alma pánica al fin- llegó a inventar a su vez una biografía de Clara Beter atribuyéndole, no sabemos porqué, desde el momento que los versos hablaban explícitamente de la Ukrania natal un peregrino origen polaco…”  / “Piénsese en la preocupación del zascandil frente a las proyecciones que estaba tomando la superchería. Su criatura crecía por exigencias de los demás y no había manera de permanecer ajeno a sus andanzas y vicisitudes. Por esos días un íntimo amigo suyo, Manuel Kirshbaum, el actual presidente de la Sociedad Argentina de Grafología, escritor de fina sensibilidad y dueño de una caligrafía pasmosamente parecida a la de Alfonsina Storni, se radicaba en Rosario para cumplir con sus obligaciones de enrolador. La pensión de la calle Estanislao Zeballos donde se hospedaba el autor de Las Diversiones Exasperadas serviría de domicilio legal a Clara Beter.”

[24] Sigue el relato: “Mujeres inventadas las hubo y llenas de vida como Georgina Hübner a quien los autores de la superchería tuvieron que matar cuando el gran poeta Juan Ramón Jiménez se proponía viajar a Lima para pedir su mano. “Iré hacia ti –anunciaba- por sobre todas las dificultades, a casarme contigo al borde del sepulcro si es preciso”. El originalísimo poeta salvadoreño Raúl Contreras también inventó a Lydia Nogales, una mujer de hacha y tiza y canto en su juventud. Y Aristóbulo Echegaray creó a Lidia Matilde Gay, que amenazaba eclipsar a Juana y a Alfonsina cuarenta y cinco años atrás. Pero una perendeca haciendo versos conmoviendo a tantos varones preclaros no se había visto nunca.”

[25] Capítulo – Historia de la literatura argentina.  Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, fascículo 50,  julio de 1968, p. 1184-1185.

[26] Ligaluppi, Oscar Abel  Antología Poética 3. Serie “1.800 poetas argentinos”. La Plata (Buenos Aires), Fondo editorial Bonaerense, octubre de 1981, p. 285.

[27] Texto publicado en una página web: original, mecanografiado, firmado por César Tiempo.

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