Leandro Nicéforo Alem nació el 11 de marzo de 1841 hijo del mazorquero Leandro Antonio, -como “lo vituperaban las mentes enfermizas”-. A los doce años comprobó la crueldad de la violencia cuando el 29 de septiembre de 1853 a las nueve, su padre murió ahorcado.
El 21 de marzo de 1869 con otros republicanos fundó el “Club de la Igualdad” y en esa oportunidad afirmó: “De la libertad, don del cielo, se adquieren sacrificios gigantescos”.
El 8 de julio de ese mismo año, con la tesis titulada “Estudio sobre las obligaciones naturales”, obtuvo el título de Doctor en Jurisprudencia.
La lluviosa mañana del 1º de septiembre de 1889 se transformó en una cálida tarde y la realización del “Mitin del Jardín Florida” congregó a los “patriotas del alma y de corazón” dispuestos a escuchar al destacado tribuno del pueblo.
En esa oportunidad, después de entonarse el Himno Nacional Argentino, Emilio Gouchón leyó las Bases del Mitin: “Se ha de constituir un centro político cuyo nombre debe ser un pendón y ha de llamarse ‘Unión Cívica de la Juventud’. Unión de todos los argentinos que amen a su patria y su gloria y ansíen su redención”.
La historia registró en esa época, robos sistemáticos y fraudes que junto a la inmoralidad generaban indiferencia y apatía. Alem luchaba organizando a los jóvenes que entusiastamente lo seguían. Durante el “Mitin del Frontón de Buenos Aires” el 13 de abril de 1890, afirmó: “La suerte está echada”. Fue detenido en la Cárcel de Rosario y obtuvo su libertad el 7 de marzo de 1894, un mes después de haber sido consagrado Senador Nacional el 4 de febrero.
La creación de la Unión Cívica Radical es obra de Alem, “el patriarca del civismo republicano” y de Hipólito Yrigoyen, a quienes apoyaron la mayoría de los grupos juveniles. Se declararon del espíritu de mayo de 1810 para afianzar la libertad, y defensores de la justicia por su propósito de proteger a los más desposeídos.
El 30 de junio de 1896 invitó a un grupo de amigos para el día siguiente, porque tenía que comunicarles algo urgente. Ninguno sospechó el desenlace de esa entusiasta conversación, cuando pidió que lo esperaran cinco minutos.
Eran las 22 del 30 de junio de 1896, y ordenó al cochero que lo llevara al Club Progreso. En el trayecto -por la calle Cuyo-, se disparó un tiro. Inexplicablemente, solo se comprobó su muerte cuando el portero del club lo halló tendido sobre el asiento del coche.
Su última carta constituye su testamento político:
“He terminado mi carrera, he concluido mi misión. Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. ¡Sí! que se rompa pero que no se doble. He luchado de una manera indecible en estos tiempos, pero mis fuerzas -tal vez gastadas ya-, han sido incapaces de detener la montaña ¡y la montaña me aplastó!
He dado todo lo que podía dar; todo lo que humanamente se puede exigir a un hombre, y al fin mis fuerzas se han agotado. Y para vivir inútil, estéril y deprimido, es preferible morir!
Entrego decorosa y dignamente lo que me queda, mi última sangre, el resto de mi vida. Los sentimientos que me han impulsado, las ideas que han alumbrado mi alma, los móviles de las causas y los propósitos de mi acción y de mi lucha -en general-, en mi vida, son, creo, perfectamente conocidos. Si me engaño a este respecto será por una desgracia que no podré ya sentir ni remediar.
Ahí está mi labor y mi acción desde largos años, desde muy joven, desde muy niño, luchando siempre de abajo. No es el orgullo que me dicta estas palabras ni es debilidad en estos momentos lo que me hace tomar esta resolución. Es un convencimiento profundo que se ha apoderado de mi alma en el sentido que lo enuncio en los primeros párrafos, después haberlo penado, meditado y reflexionado mucho, en solemne recogimiento. Entrego pues, mi labor y mi memoria al juicio del pueblo por cuya noble causa he luchado constantemente. En estos momentos el Partido popular se prepara para entrar nuevamente en acción, en bien de la Patria. Ésta es mi idea, éste es mi sentimiento, ésta es mi convicción arraigada, sin ofender a nadie; yo mismo he dado el primer impulso, y sin embargo, no puedo continuar. Mis dolencias son gravísimas, necesariamente mortales. Adelante los que quedan. ¡Ah! cuánto bien ha podido hacer este Partido si no hubiesen promediado ciertas causas y ciertos factores…
No importa, todavía puede hacerse mucho. Pertenece principalmente a las nuevas generaciones. Ellas le dieron origen y ellas sabrán consumar la obra. Deben consumarla.”
Síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.
19 de abril de 1994.