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Rosaura Schweizer – Aproximación a su trayectoria… 

Rosaura Schweizer – Aproximación a su trayectoria.

Obras editadas:

El poema del Reino Blanco

A San Martín

A Sarmiento

Canto a la selva santafecina.

1956 – Imá Guaré (Del tiempo viejo)

Don Fructuoso.

Doña Melchora.

La Abuela.

Memoria insoslayable.

“Evocación Norteña (Homenaje a Jobson, Vera)”.

A Jobson, mi pueblo natal.

Vera.

Fundación.

Primeras escuelas y maestros.

Camino adelante.

Estancias.

Sus artistas.

Íntimas.

1965 – “Isla de soledad”.

La zarza ardida.

Lejos.

Archivo.

Regreso.

Eterno florecer.

Paloma montuna.

La vida.

Los astronautas.

Retornaré en mi canto.

1976 – Dulce engaño.

Rosaura Schweizer – Aproximación a su trayectoria…

 

 

Destacada educadora santafesina, nacida el 24 de diciembre de 1903 en Jobson (actual Vera). Estudió en Esquina (provincia de Corrientes) donde escribió sus primeros ensayos y le otorgaron el Primer Premio por una monografía referida a Domingo Faustino Sarmiento.  Gloria de Bertero ha destacado que “desde muy joven empezó a destacarse por sus inquietudes literarias.  Logró difundir su obra en los diarios La Provincia, El Litoral, Santa Fe, La Mañana y El Orden de Santa Fe, en La Capital de Rosario”; Los Principios y La Voz del Interior de Córdoba; en las revistas NosotrasRosalinda, Maribel, Leo Plan de Buenos Aires.  “Las peñas literarias de entonces y la ‘radiotelefonía’ contaron con sus comentarios, ensayos, crónicas acertadas y por sobre todo, los poemas que, de su producción, fueron lo que más amó. /  Una vocación firme la lleva a publicar asiduamente, por lo que consigue cruzar las fronteras argentinas y llegar a Chile, Brasil y Uruguay con sus colaboraciones.” [1]

“Junto a su primer esposo, el escritor Alejandro Marchino, fundó la revista ‘Espiral’.”  Fue la primera presidenta de la Sociedad Protectora de la Biblioteca Pedagógica “Domingo Faustino Sarmiento” de la capital santafesina, fundada el 7 de abril de 1937 junto a la doctora Marta Elena Samatán, Matilde Abad de Tuells, Guadalupe Piedrabuena, A. Caballero Martín, Luis Di Filippo, Prof. Allan López y Simón Arroyo, con la finalidad de fomentar la difusión de los servicios de esa institución, promover la consulta de textos de estudios y proponer iniciativas tendientes a la educación permanente de la comunidad. Durante la presidencia del doctor Arturo Frondizi logró integrar el primer contingente turístico a la Antártida Argentina organizado por el gobierno nacional y luego escribió Diario del primer viaje de turismo (destacaron en el diario La Prensa de Buenos Aires que “el sueño y la realidad se fundían en una sola, inolvidable estampa de Belleza) y también publicó un conjunto de poemas con el título Antártida Argentina. En ese libro, Rosaura Schweizer expresó: “Y así en procura de alcanzar a ver ese imaginado mundo casi inhabilitado todavía, es que hice todo cuanto me fue posible, hasta conseguir que el Comando de Transportes Navales me hiciera un pequeño lugar entre el pasaje del Primer Viaje de Turismo a la Antártida Argentina”.   Luego, en el diario “La Prensa de Buenos Aires” publicaron este comentario:  “Datos históricos, geográficos, biológicos, espigados en metódicas lecturas, un diario en cuyos apuntes se compendia el primer viaje de turismo a la Antártida Argentina y poemas inspirados por los típicos seres, singulares paisajes y novedosas circunstancias vivida por el pasajero durante la breve, inolvidable incursión de estreno de aquellas fascinantes regiones, armonizan en las páginas de este libro confidencial, tan dulcemente sugestivo como los días y las noches que hacen decir a la sensible autora: ‘El sueño y la realidad se fundían en una sola, inolvidable estampa de Belleza’.”  Gloria de Bertero décadas después, destacó que tras esa experiencia, la talentosa escritora “pronuncia conferencias desde febrero de 1958 hasta 1959… en la ciudad de Santa Fe, Goya y Esquina de la provincia de Corrientes; en Cosquín -provincia de Córdoba- San Justo, Jobson, Cañada Rosquín, Alto Verde, San José del rincón, Esperanza y San Carlos -provincia de Santa Fe; Mar del Plata y Buenos Aires”-, con auspicios de la Universidad Nacional del Litoral, Rotary Club de Santa Fe, escuelas y bibliotecas, el Club Argentino de Mujeres, la Alianza Francesa y Municipalidades. Casada en segundas nupcias con el doctor Antonio Juliá Tolrá, residieron en San José del Rincón. [2]

Distinguida por su perseverante labor educativa, fue convocada para pronunciar conferencias en distintas localidades, en la Capital Federal; en Uruguay y Brasil. Fue Regente del Liceo Municipal de la capital santafesina. Culminó su trayectoria docente desempeñándose como Regente en el Liceo “Antonio Fuentes de Arco” dependiente de la Municipalidad de Santa Fe.  Desde 1960 se desempeñó en “Archivo y Publicaciones de la Cámara de Diputados de la Nación”.

El jueves 24 de octubre de 1985, la Asociación de Mujeres de Negocios y Profesionales le otorgó el Premio “Alfonsina Storni”, junto a Raquel Diez Rodríguez de Albornoz y Blanca Mayol de Nicolini, destacadas educadoras santafesinas; la presidenta de esa institución CPN Mirta Chico de Bersano, destacó “el significado de las distinciones” y tras agradecer la labor del jurado, reiteró los objetivos de la institución: “la capacitación de la mujer como ser libre y responsable para contribuir al engrandecimiento y despegue ascendente de nuestra patria.”  Luego, expresó “cada una su agradecimiento, culminando el acto con la lectura del poema “Alfonsina” escrito por la Sra. Rosaura Schweizer y que en 1974 fuera premiado por la Asociación Cultural de Buenos Aires.” [3]

Rosaura Schweizer, por sus obras recibió diversas distinciones, entre ellas fue reconocida Académica Benemérita de la Asociación Cultural de “Jornal de Felgueiras” (Portugal).  No ha sido por casualidad, lo expresado por ella acerca de su labor literaria:

“Amo y siento profundamente la poesía y la tarea del escritor. Admiro a los que saben hacerlo con sencillez, hondura y belleza, dejando un mensaje de esperanza en las almas. Toda realidad tiene el encanto especial de los poemas y los relatos que reflejan el cotidiano vivir”…

Obras editadas:

  • 1944: “Cántaro de ternura” (Versos), Ediciones Castellví de Santa Fe de la Vera Cruz, dirigida por Raúl Castellví.
  • 1956:  Imá Guaré (Del tiempo viejo) Estampas del Litoral. Santa Fe de la Vera Cruz, noviembre de 1956, Castellví SA, Colección “Autores Argentinos”.
  • 1965: Isla de Soledad. Buenos Aires, noviembre de 1965, Editor Francisco A. Colombo.

—–  Glosando la vida.

 

01-11-1940: Día de los muertos por la Patria.

En la tercera página del diario “El Litoral” de Santa Fe de la Vera Cruz, capital de la provincia de Santa Fe (República Argentina), el viernes 1º de noviembre de 1940, con el título “El día de los muertos por la patria” publicaron esta nota:

“Formaron los alumnos en el patio de la Escuela y la maestra dijo:

‘La patria tiene en su calendario fechas que están señaladas al recuerdo; unas con el laurel de la victoria, otras con cruces de sacrificio, otras que son como jalones marcando el comienzo de nuevas eras de paz y de reconstrucción.  /…/

“…los hechos no se realizan solos, es menester de los hombres capaces de llevarlos  a cabo. Es necesario para ello sentir mucho amor a la patria y amar y desear un mundo mejor para los que han de venir; rendirle a la gran madre todo, hasta la vida, para que ella, a su vez, pueda dar a los demás una vida tranquila, bajo un cielo de paz y una tradición de glorias.

Y nuestra historia patria está saturada de esos ejemplos, y nuestros campos y nuestros valles y nuestras montañas, son otras tantas páginas que se fueron escribiendo con las hazañas de nuestros valientes.   Desde el Gran Capitán, hasta el último soldado, todos aquellos que sembraron lo que nos tocó recoger a nosotros, tengan en este día nuestra oración de gracias. /…/  L herencia es el ejemplo y el camino que marcan, uno solo: proseguir la lucha por el bien, no dejar que de puro acostumbrados en la cómoda situación de la vida que nos aseguraron, se caiga el edificio de la nacionalidad que a ellos costó tanto levantar.”

 

 

El poema del Reino Blanco

Fragmento.

“Éste es el Reino Blanco del silencio

cuya magia vinimos a turbar.

El albor de los hielos, lo defiende

y lo guarda en su paz.

Miramos derivar pausadamente

raras formas de hielo sobre el mar

tan hermosas, que casi se diría

que son los sueños que flotando van…”

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A San Martín

Amor de los amores argentinos,

que reinas en la historia de mi patria:

¡José de San Martín! desde la muerte,

sigues siendo una antorcha de esperanza.

Nombre de santo, porque santo fuiste

en la faz inmortal de tu cruzada,

nombre santo, que pronuncia el alma

en patriótica unción, arrodillada.

¡José de San Martín! la patria nuestra

se retempla al calor de tu recuerdo;

necesita forjar sus juventudes

en la lámpara viva de tu ejemplo.

Eres en la hora trágica del mundo,

fuerza votiva que levanta el alma,

clarín en toque de atención, llamando

argentinas reservas olvidadas;

clarín de guerra para las conciencias

que estaban en sopor, amodorradas,

y las despiertas para que ellas digan

en eclosión de fuerzas renovadas,

que somos dignos de tu generoso

afán de bien y de tu limpia espada.

Vuelve a nos, San Martín, simbolizados

tu alma grande y tu espíritu sin tacha,

en nuevo fuego de altivez patricia

infiltrada en la savia de la patria.

Que tu espíritu anide, trasmutado en sol,

en la bandera azul y blanca,

y le grite al mundo descreído,

desde el movible mar de tus dos franjas,

que en tu tierra, la tierra en que naciste

¡oh venerable “Santo de la Espada”!

la libertad no puede ser hollada;

porque viven tus hijos, guardadores

de tu herencia sagrada,

y allá arriba, la sombra de tu sable

tutela nuestra patria idolatrada.

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Doblen lentas las voces campaneras

en el viejo convento centenario,

donde nació tu estrella de victoria,

sobre el mismo escenario

que acuna el Paraná con sus canciones

y el pino guarda con amor de hermano;

Doblen lentas las voces campaneras

pero canten las almas ¡ALELUYA!

si es que en la nueva juventud despierta

siquiera un rayo de la lumbre tuya.

A Sarmiento

Porque de humilde cuna te elevaste

y tuviste por madre la pobreza;

y te ofendieron, porque consagraste

el talento, por sobre la riqueza;

porque tuviste la genial grandeza

de querer aprender y serlo todo,

y porque no domaron tu fiereza

aunque te salpicaron con el lodo;

por tu inmenso dolor de incomprendido

que te hizo roble, y se guardó tu llanto,

y al no mostrar tu rostro de vencido,

hizo un gran pedestal de tu quebranto;

eres bandera de esperanza fuerte,

ídolo eterno de una fe consciente

que lleva como Biblia, el Alfabeto;

y a más de medio siglo de tu vida,

nuestra Patria te aclama, agradecida

por la senda de luz que le has abierto!

Canto a la selva santafecina

Para ti mi saludo,

¡Oh tú, Selva! maestra

de mis primeros cantos

y del soñar poeta,

cuya rara belleza

mis versos inspiró.

En ti cantan las hachas

la mejor elegía,

en ti dice el trabajo

la mejor poesía

que pudiera ofrendarse

a los pies del Señor.

Aquí el alma dialoga

con su padre divino,

porque en este pedazo

del gran  suelo argentino,

se agiganta el esfuerzo

y ennoblece el sudor.

En tus frondas inmensas,

en tu rumor de nido,

aprendí el gran misterio

en que vive escondido

el secreto infinito

de tu gran soledad;

y asimilé el secreto,

clave de poderío:

hay que forjar la vida

en un luchar bravío,

y aprendiendo a elevarse,

hay que aprender a dar!

Como tú, que desangras

Por tus quebrachos rojos,

y te das para el mundo,

como nos da gozoso,

por sus venas abiertas,

su agua el manantial!

Allá van tus soldados,

“tus cachapés” de gloria,

que al chirriar de sus ruedas

están haciendo historia,

laborando en el barro

para un mundo mejor.

En el pértigo duro

van los hombres guiando,

y bajo de las lluvias

y del sol, van soñando

para sus hijos, otro

mundo de redención.

Porque dormí en su seno,

porque bebí tu agua,

porque admiré tus tardes

y saludé tus albas

y tu nostalgia madre

revive en mi canción;

¡Selva! te reverencio

y te traigo mi rezo

y con una infinita

emoción, te confieso:

¡que es tu savia que canta

dentro de mi corazón!

De “Cántaro de ternura” – 1944.

 

1956 – Imá Guaré (Del tiempo viejo)

En sus Estampas del Litoral, Rosaura Schweizer dejó señales en torno a lo biográfico que confluyen en lo histórico en una aproximación a diversos períodos.

En 1956 -tiempo de la autodenominada revolución libertadora-, estaba en San José del Rincón cuando escribió el prólogo para “Imá Guaré”.

“Lector:

Estas estampas son tomadas del natural, copiadas fielmente con sencillez y con amor, alumbradas por la compenetración que mi raíz campesina hizo fácil y amable.

Si al leerlas logran hacerse nítidas en tu imaginación y te despiertan emocionados sentimientos, habré cumplido mi íntimo deseo de contribuir a salvar del olvido estas cosas que son un poco del pasado de nuestra querida patria litoral.

                                      La Autora.

 

Rosaura Schweizer comenzó así el primer relato titulado Humo Campesino:

Mañanita fría.  Tenemos hoy un adelanto de invierno.  La isla duerme todavía y nos envuelven las gasas de niebla que suben del río y de la laguna que arman el cerco de agua que nos abraza.

Por la ventana, veo subir el humo de la cocina campera, que deja escapar su mechoncito gris que el viento destrenza caprichosamente.  ¡Cómo me gusta el perfume del humo leñero!  Huele a resina, a campo fresco, a monte tupido de árboles añosos… ¡Y sugiere tantas cosas!..

Este humo campesino me acerca una época lejana.  Veo un fogón de estancia, allá, en Los Paraísos, donde se quemaban los viejos ñandubays y los espinillos y los algarrobos centenarios.  Fogón de los peones, recuadro grande de tierra apisonada, cercado por troncos, que lo hacían como un estrado bien colocado en medio de una cocina enorme, como para que junto a él tuviera cabida, en el invierno, en ‘banquillas’ o en sillas bajas, la peonada que llegaba del campo agarrotada de frío de las largas recorridas, o los aradores que estaban preparando la tierra para la siembra, o los troperos que venían a apartar y llevar la hacienda gorda, destinada a veces a lejanísimas regiones… A un costado se ponían sobre rústicos caballetes de troncos, los aperos mojados, para que resplandor de las dulces llamas los fuera secando.   Arriba, en los zarzos, se estacionaban los quesos, sacados de la salazón, y de largas picanillas colgaban: chorizos, mantas de tasajo gruesas y gordas, y sobre otras cañas de Castilla, en hileras largas, montaban a caballito las mazorcas mejores de maíz amarillo con sus chalas blancas hacia arriba, atadas con un moño, como muchachas campesinas con un pañuelito en la cabeza…  Este maíz era especial para hacer harina de maíz, suave, fina, como salida del mejor molino, y obtenida sin embargo en los viejos y hondos morteros de la estancia, donde las pisadoras conversaban y cantaban, mientras a dos “manos” de pesado algarrobo, pisaban el maíz.  Alrededor de ese fogón, en las madrugadas, mientras mateaban, o al anochecer cuando iban llegando de las recorridas, era cuando se conocían  las novedades que los peones decían al patrón.  Animales enfermos, alambrados cortados, terneras carneadas por algún forajido en disparada… Alguna ovejita con su cría recién nacido, que los caranchos habían asaltado, quitándole los ojos para que no pudiera defender su corderito… ¡Tantas cosas!

Allí, junto a ese fogón, sentada en las rodillas de mi padre, o junto a mi viejo abuelo, al Tata Viejo, como le llamábamos, escuché de criatura, sencillas y hermosas narraciones, al natural, no preparadas para ningún público, no destinadas a cosechar aplausos, sino arrancadas de la realidad vibrante, hermosa, potente y violenta y despiadada a veces.

Ayer leí a Confucio, uno de cuyos pensamientos dice: “El que tiene un alma bella, tiene siempre cosas bellas que decir”.

Aquellos viejos peones, simples y algunos sin mayores conocimientos, pero de un alma capaz de grandes cosas, tenían el alma bella por naturaleza, pues siempre interesaba lo que ellos contaban.  Habían venido de distintos lugares: algunos eran “agregados” que trabajaban a la espera de un destino más definido, ganándose mientras su pan, su techo, su recompensa.  Uno, el ovejero, por ejemplo, recuerdo que había sido Sargento en la guerra del Paraguay; y cuando al atardecer me traía su viejo sombrero cargado de huevitos de tero que la majada le ayudaba a encontrar al espantar al ave de su nido, o al apartarse de él por no pisarlo, yo no veía al pobre viejo que bondadosamente me sonreía, sino que con toda reverencia, creía estar viendo como era verdad, un modesto pero grande defensor de la patria… Se llamaba don Jacinto Coronel, conocía al General Mitre, solía repetirme versos del General, y a la distancia de tantos años, me pintaba tan viva la figura del prócer, que yo creía conocer a Mitre con su chambergo y con su frente herida… Contaba la valentía con que los hijos de aquella hermosa tierra hermana defendían sus fortines.  Había también dos o tres paraguayos, flacos y bajitos, de rostro curtido y ojos maravillosamente expresivos. Tocaban la guitarra y cantaban en las noches de luna, en el patio, sembrando melodías por el amplio escenario del campo en silencio.  Solían conversar largamente de los famoso “entierros” que no perdían la esperanza de volver a sacar algún día y retornar a hacerse ricos, como decían que lo fueron.  Esos entierros, eran joyas, monedas de oro y plata que las familias depositaban en escondrijos bien disimulados antes de emprender la huida hacia los montes, siguiendo las tropas de don Solano López, ya que en los montes, el oro y la plata no servían y sólo molestaban  Según ellos contaban, los entierros eran velados perennemente por el alma del que dejó allí sus bienes, si ya era muerto él, en castigo de haber condenado a ser improductiva tanta riqueza; o por el pobre sirviente a quien habían dado muerte después de terminar el entierro, para que no pudiera contar a nadie o sacarlo antes de que sus dueños volvieran.  p. 13-16

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En el relato titulado El Saludador, Rosaura Schweizer expresó: “Tenía su ‘buena edad la Estancia de Los Paraísos, firmemente enclavada sobre la orilla del Barrancas, allá en el viejo y bien querido solar correntino de mis mayores.  Los campos que le pertenecían llegaban casi hasta el Guayquiraró, por el Sur, y guardaban hermosas tierras, fértiles praderas desmontadas tierras de buen pastoreo, a la par que bosques vírgenes, donde en malas épocas se escondía la gente alzada, temerosa de la policía.  Se conocían esos parajes, más por el nombre de Campo Alemán, teniendo en cuenta que sus primeros moradores hablaban ese idioma.  Su propietario de entonces, Don Fernando, había continuado la obra de sus padres, que llegados a la Argentina con la primera inmigración helvética contratada por Urquiza, compraron luego esas tierras al gobierno, para colonizarlas.

Rodeaba la casa que daba al poniente, un paraisal enorme y tupido, al que debía su nombre, y recuadraba al Sur y al Este, un tunal grandísimo que en su época propicia, abastecía gratuitamente de doradas tunas de Castilla, a toda la vecindad.  La casa no era lujosa, pero estaba reciamente construida y no faltaba nada a la comodidad.  En aquel entonces, las casas de campo, las estancias, eran verdaderas residencias, pues sus dueños vivían habitualmente allí, ése era el centro de su mundo.  Conocí la casona ya vieja, cuando estaba asentada su especie de soberanía lugareña en tranquila vida; pero supe de las bravas luchas y sacrificios sin cuento de sus primeros moradores.”  p. 41-42.

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Don Fructuoso

En la segunda parte del libro, Rinconeras… y una semblanza de Don Fructuoso cuando llegó a la “vieja casona” donde vivían don Carlos y su señora, “un poco afuera de la Villa, donde ya comienza el campo abierto”… p. 49

Don Fructuoso era “un criollo alto, bien plantado, de rostro fino, tostado de facciones bien diseñadas, frente alta y ojos de gran profundidad.  Montaba elegantemente a pesar de sus sesenta y tantos años, en un lindo caballo negro.”  Había llegado con el propósito de “mirar” esa casa y le dijo a la señora: “Tengo ansias de volver a caminar por las piezas donde anduve de criatura, si Ud. y su esposo lo permiten…”

Recordó a su madre y rememoró vivencias: “…era activa, trabajadora, chiquita pero laboriosa como una hormiga, trajinaba todo el día y disponía las cosas o nos mandaba con puño de fierro, firme.  Así hizo esta casa, porque nuestro padre murió tempranamente, ¿sabe? Ladrillo a ladrillo la fue formando. Primero las piecitas del fondo ¿ve? Esas que son más rústicas.  En esa cocinita baja, cuántos locros criollos tan sabrosos hemos comido, y cuanto “charruscos” bien adobados hicieron sentir su humito oloroso por estos lugares…”p.49-51

Después de recordar “los mates dulces con azúcar quemada” que había tomado “cuando mozo”… p.53 Don Fructuoso insiste en que “lo que hace falta” es “volver a ser sencillos… ¡Gracias a Dios que nos ha hecho simples!”   

Luego expresó: “Y ahora, señora, me voy a retirar, muy contento porque el alma de mi madre, si pudiera sentir algo, estaría muy conforme porque viven aquí personas que quieren y cuidan su vieja casa.  Tengo que confesarle antes que días atrás le he robado   algo…”

“Una de las viejas baldosas desgastadas que estaban cambiando por otras en la sala grande. Yo tomé una, al pasar, y la llevé y la puse en mi jardín.  ¡Tantas veces la he pisado cuando niño y tantas otras la habrán rozado las plantas queridas de mi madre!…

Y con perdón emocionado de la dueña de casa, se despidió y se marcha don Fructuoso, con una luz húmeda de emoción en los ojos y con el señorío de una estampa antigua; escapada de una crónica de Azorín.”  p.54

 

Doña Melchora

 

“Llegó doña Melchora a su casa ayer al atardecer.

Vino en busca de un puñadito de jazmines del Cabo, ya marchitos en la planta y de un poquito de hojas de cederrón paraguayo, remedios un eficaces, según ella para su enfermo corazón.

Doña Melchora es una dama de unos floridos ochenta y nueve años.  Recia aún, de firme planta, bien erguida; su cuerpo tiene una natural prestancia al caminar, y han en ella cierto callado señorío.  Su rostro es de facciones hermosas, un tanto marchitas por el tiempo, y sus ojos claros son una nota extraña en tan criolla estampa.  Toda ella es de una donosura provinciana que gusta mirar.

-¡Cómo! -me dice al entrar- ¿se le ha secado a Ud., señora, la planta de la suerte?

Yo no sabía cuál era, pero ella me explica que es una de vulgarísimo aspecto, que asomaba sus insignificantes flores blancas por sobre un macizo de violetas.  Inquiero por qué la llama ‘de la suerte’ y me explica entonces: -En la vida hace falta siempre tener amigos, hasta en las plantas.  Así, la contrahierba, el pipí, y la ruda, son amigas, compañeras de la casa donde están.  Ya la defienden de males.  También, no se olvide, cuando le lleguen con algún regalito, de esos que uno no sabe con qué trastienda vienen, de agarrarlo con la mano izquierda y de decir: ‘Martes hoy, Martes mañana, Martes todos los días de la semana’…  Sí, Ud. se está riyendo, pero mire, señora, hay que creer en las cosas malas, aunque parezcan mentira… ¿Habrá oído hablar aquí del daño, no?  Y güeno, con estas plantas que le digo, no hay mal que valga, se quedarán con los dientes largos…

-Pero Ud., doña Melchora, con tantos años, ¿ha visto algo de eso, o siempre sigue repitiendo lo que otras viejas le contaron?

¿Qué no?  ¡Viera Ud. las cosas que he visto y no se reiría así!  Una vez viví cerca de una familia en Santa Rosa. Yo era chiquita, y estaba sentada en el umbral de mi casa y vide cómo, una mañana, al salir de su casa, el vecino, un mozo, levantó un ramito que halló en la puerta.  Poco pasó y le vide así de flaquito, (me muestra su dedo viejo y arrugado) y loco de remate, el pobre.  Había sido una muchacha que le había hecho daño en el ramo, para vengarse de una mala pasada que él le hizo… Y aquí, en esta Villa, cuando esto era un pueblo mucho más importante que áura, sin desprecear lo presente, -me hace una pequeña inclinación- hubo un sucedido que nadie que vivió entonces se pudo olvidar.

Sacude doña Melchora su encanecida cabeza, y espera mi pedido de interés por el asunto. La hago sufrir un poquito, y al fin, pregunto:

-¿Y qué pasó?

Se repantiga un poco en la silleta baja y ya cómoda, empieza su relato que va como saboreando por anticipado: ‘Risulta que había, como en todos los cuentos, una muchacha, lindaza, de esas que salen ‘una de tantas’ y era reidera y graciosa y coqueta, aunque a decir verdad, sin malas intenciones, ¿no?  Ud. me comprende, era de esas muchachas que necesitan mirarle dulce a todos, y bailar y jaranera y alborotar a la muchachada.  Cosas de juventú, claro.  La mozada andaba que la tenía: ‘boquita lo que querés, santito ande te pondré’.  Güeno, risulta que andaba a trasperder un turquito vendedor de baratijas, alhajita el hombre.  Era cumplido, ojitos lindos, el pobre.  Y ánde no viene y se le enamora de verdad el pobre turco.  La Soledá Montero, que así se llamaba la muchacha, se reiba no más…

-Por lo visto, era una soledad bastante acompañada, le comento; pero ella repara poco en mi chiste y sigue con su cuento.

-Pues como le iba diciendo, el Turquito, ande primero iba a vender, era a la casa de la Soledá, y ande se llegaba a pedir un vasito de agua a la tarde era también a su casa.  Regalos y atenciones le llovían a la moza, y ella, entre que sí y que no, recebía las peinetas, los jaboncitos rosados, los frascos de agua de olor, a cuál más lindos.  Pero había otra muchacha que interesaba en el Turco, aunque éste no se daba cuenta.  Era la Juana, y para más, tenía una madre entendida en cosas de embrujos, ligas para el amor y otras cosas por el estilo.  Así las cosas, palabra va, palabra viene, las mujeres empezaron a odearse.  Y ya sabe Ud. lo que son esas cosas, mesmo que gallinas con pollos chicos.  La vieja mala, no se durmió en las pajas.  Y de güenas a primera, la Soledá se enfermó.  Le dio el mal.  Tenía unos ataques, vea, en que balaba como una vaca, pegaba unos saltos y se cáiba luego redonda, al suelo.  Como muerta.  La Juana era la de la hechuría, mejor dicho, la madre de ella.  Una mujer, de esas que nunca faltan, se comidió a llevarle unos dulcecitos un día y ahí pusieron la cosa mala. La hicieron ver a la enferma por cuanto dotor había en la Villa, y nadie le hallaba nada.  Ellos no entienden de esas cosas. Y cuando trujieron un curandero, de los otros, en cuantito que la vio dijo que estaba en las últimas.  Lo único que prometió, para conformidá de la madre, fue un acomodo para que, al desprenderse el alma de la Soledá, las del daño tenían que venir, quieras que no, allí. Cuando el curandero agarró la manito e la pobre Soledá, dijo que eran tres, patente, las del enjuague.  Y tocando a los costados del colchón, encontró una sigurita de cera, llenita de alfileres atravesados. ¡Esos eran los dolores de la pobrecita!…

-¿Y vinieron las mujeres?

-¡Y no!   Al cari la tarde cayeron como quien no quiere la cosa, a preguntar por la enferma, pero se jueron como alma que lleva el diablo, cuando Padre Remigio le dio la última unción a la finaíta.  Y esto que le voy a decir, parece mentira, pero es cierto.  Con el último suspiro de la Soledá, tres palomas negras se asentaron sobre el mojinete e la casa, y comenzaron a llorar.  Mesmamente que a propósito, señora.  La madre e la muerta, la Serafina, les echó una maldición, que se cumplió entera.  Las tres mujeres duermen ahora en el campo santo, de esto hace ya muchos años, pero, a veces entuavía saben asustar a los que pasan cerca, porque, de seguro que entuavía no están perdonadas…

Doña Melchora mira lejos y mordisquea las puntitas de su pañuelo.  Al fin, vuelve de su mundo y con mucha convicción, me dice: -Yo sé lo que le digo, señora, éi visto mucho, y me aseguro cada día, que el hombre y la mujer son bichos malos, cuando se olvidan que son gente.  Pero acuérdese: plante y cuide sus yuyitos amigos, son compañeros güenos y callados…

Y luego de guardar cuidadosamente los jazmines y el cederrón, doña Melchora se despidió respetuosamente y se marchó para su rancho, allá en la costa del bañado.

Llegaba la noche, venía del campo un olor a hierba fresca y húmeda.  El jacarandá de enfrente de hamacaba y dejaba caer sus flores lilas.  Y en la quietud y soledad, me quedé pensando en la Soledad Montero, tan donosa y tan linda, la pobrecita…  p. 54-60

La Abuela

“La llaman así todos: la Abuela, y en verdad que por sus años, que pasan de los noventa, todos la tratan con un poco de cariño de nietos, sin serlo.  Es delgada, de una admirable agilidad y su cuerpo conserva esa gracia especial que concede el mucho caminar.  Aún ahora se viene desde su rancho del campo, a la Villa, de a pie, debiendo atravesar grandes arenales.  Es de facciones finas, carita pequeña, pómulos señalados, ojos grandes, de un mirar tranquilo, como si la mirada traspasara un lago para llegar a nosotros.

La boca es de labios finos, como una simple hendidura. Sus manos tienen algo de sarmientos de parras criollas, flacas, con mudos prominentes, pero su piel morena es suave, como seda, y a través de ella se notan en relieve, los ríos de su sangre.  Mientras se sienta y descansa esta mañana bajo el alero fresco de mi casa, toma mate y conversa.  Charla con ese gracejo especial que no desperdicia oportunidad de hacer su filosofía; se diría que sabe que le queda poco tiempo y que tiene mucho que trasmitir…

Su tema central es siempre el mismo y siempre interesante: del tiempo de antes y de ahora. -Antes, sabe, mi señora, la vida era más linda… Sería que éramos más pocos, pero lo cierto es que estábamos más juntos, unidos.  Agora, si tenís una pollera linda, floreada, igual que una quintita, te la codicean.  Antes, nos conformábamos con poco.  Mire, en nuestra casa, cuando yo era moza, ricuerdo que teníamos una chacrita a lo indio; de todo tiempo, ansí, en cada tiempo había alguna cosita.  Y criábamos también ovejitas, y vacas pa tomar leche, y gordos chanchitos, y gallinitas… Así era la estancia del pobre.  Pobre porque no tenía plata en abundancia, pero no se le debía nada a nadie. Por aquí, por el Rincón, no había pedazos de campo o quinta chica.  Era todo abierto, no se conocía el alambrado.  Habían muchos montes y cerca de las casas, se hacían las chacras.  Los corralitos chicos, se formaban con varas de la isla y se ataban con tientos de guascas… y servían lo más bien.

Seguimos hurgando en sus recuerdos, y gustosa prosigue.

-Fíjese que la finada mi mama sabía hilar.  Sembrábamos aquí mucho algodón, y cuando estaba lindo recogíamos y lo poníamos a secar sobre catres de tientos.  Después, nos decían. -¿Querís baile?… Güeno hay que desmotar todo esto antes.  Y ahí nos poníamos, dele que dele, hasta dejarlo liso.   Ella hacía después el liviano vellón abierto, formaba el hilo enroscándolo con unos husos finitos, que se hacían en casa también.

-¿Y tejían telas y ponchos?

-No; ese hilo se ovillaba y se usaba para coser.  En los pocos almacenes que había, lo compraban para revenderlo.   Eso del que viene en carretel, es de mucho después.  Y hablando de cosas ‘hechizas’… hacíamos también velas de sebo y de cera.  Preparábamos el pabilo que atravesaba el molde a lo largo.  Los asegurábamos con un palito a los seis pabilos que iban en cada molde de vela, ansina, ¿ve? Cabeza pa abajo, lo íbamos rellenando de sebo ‘redetido’-.  Había velas de las otras, en la Villa, pero cada uno prefería lo que hacía en su casa, con su habilidad.  Distinto de aura que todos quieren lo comprado…

Inútilmente queremos explicarle las razones, ella sigue evocando:

-En cuanto a la comida, éramos de comer sencillo, pero repletado.  Esos locros de tripa, mondongo, maíz pisadito del tamaño que uno quería, juntado en su chacra y pisado en el mortero, no era lo mismo que el de aura que te venden en el almacén, que hasta con la medida del grano como ellos quieren tenís que comerlo… Si ni la carne es igual, era de engorde en islas, fuerte, sabrosa, mucho más rica que la de estos tiempos que son de puros potreros de alfa, dicen y cuesta caro, y no me gusta.  (Todos los conceptos salían juntos, como con temor de que, en la protesta, se le olvidara algo). Es que mire, señora, todo es pura falsedá, falsedá la comida y el sentir… –y mueve su cabecita blanca, arrogante y convencida.

Para buscarle otro tema le preguntamos por su familia.

-¡Ah! cómo cambea la familia… Nojotros nos casábamos jóvenes y trabajábamos y ansí criamos diez hijos.  Y no me gobernó ni uno.  Dispués todavía crié un nieto, mujercita no quise, porque, a mi edá, no estoy pa acompañarla en sus diversiones, y juventú quiere diversión.  El matrimonio es cosa seria.  No es que hay que mirar la lindura no más, no señora.  De entre el marido y la mujer uno de los dos, uno ha de ser de más merecimiento, y el otro ha de entender bien eso y ha de respetarlo.  Así hicimos los viejos nuestra vida.  Antes, no había apuro en hacer los papeles de la pertenencia de las tierras, porque no había cuidado que nadie iba a querer quitar lo que no era de él.  No había interés en plantas tantos árboles, pa vender la fruta… Teníamos tres o cuatro frente a las casas, pa comer y convidar a los amigos.  Aura hay mucha fruta, sí, pero la entregan toda, ni los dueños comen, si son pobres, por interés de cobrar más plata… ¡Pura farolería la arbolería también!… –termina la Abuela.  Mas, apenas queremos levantarnos, sigue hablando. -Aquí, en la Villa, eran unas casitas perdidas; la Iglesia era casa particular, mas luego, se enseñoró todo.  De principio, éramos argentinos todos.  Después llegaron los extranjeros, correntinos y de todas partes.  (A esta altura, la interrumpo para aclarar la argentinidad de los correntinos, pero ella no se convence y sigue).

-Por suerte, hay que decirlo, los extranjeros que se enriquecieron le dieron la mano a los criollos, a los labradores. (La última palabra parece que adquiere perfume en labios de la viejita.)

-¿Y cómo fue que ellos se enriquecieron y ustedes no?

-¡Ah!   Porque los gringos comen verduritas y guardan la plata; y el criollo quiere comer carne y aunque la paga toda la vida con su trabajo, ya está contento.  Y al final, mi señora… si es lo único que llevamos; eso nadie se lo quita, no es como las tierras… ¿Viste cómo pleitean aura por las tierras?  Mi tata decía: ‘La que pleitea, güena pollera tiene que llevar’… y una sonrisa maliciosa se le enflora en la boca.

-Es inútil, tiempo como los míos… Por ejemplo: los gobiernos.  Era distinto.  Le veíamos la cara alguna vez a los gobernantes, y ellos y nojotros teníamos tiempo pa todo.  Don Simón venía del Santa Fe, lleno de presentes para sus paisanos.  ¡Güena persona don Simón!  hizo gobierno como de padre.  Dicen que los hijos también hacen política, no sé como haberán salido, pero tenían a quien salir bien.

-Si la oyera don Manuel María… pensábamos.

-Cuando las inundaciones -continuaba- venía en vaporcito y visitaba a la gente.  Llegaba al pueblo y enseguida le iban a buscar en volanta o en sulky y marchaba al campo.  Iba de botas y de ponchito.  A mi Tata, me acuerdo, le regaló un par de botas y un capote.  ‘Pa que vas a visitar a Zacarías Díaz, le dijo’.  Vea, cómo reconocía y recordaba a su gente; ‘y pa la Nucha -la Nucha era yo, muchacha entonces- dice la viejita toda ruborizada- le traje este pañuelo’.  Lo que son las cosas, doña. Yo era moza, me casé dispués y cuando iba de visita, envolvía a mis hijos chicos en el indo pañuelo de seda celeste que me regaló con Simón…  Aura  ya él está muerto, y quien sabe no le harán estatua, ¿no?  Y, a propósito de muerte… Nojotro, cuando se moría nuestra gente, decíamos: que le pongan su mejor ropita, y sus zapatos y su pañuelo de seda… Aura con eso de la mortaja ya está listo.  Apenita una camisa abajo y descalza, porque así es la moda, diz que.  Pa mí que es que los deudos piensan que el vestido les vendrá bien, y que las medias son caras para podrirse abajo la tierra, ¿no?  No, si no es que no entiendo las cosas… -agregaba socarronamente.  Se queda después silenciosa, casi entristecida, luego de tanto conversar del pasado.

Por distraerla, le muestro una hermosa revista.  -Ahá, yo no sé leer -dice-.  La culpa la tuvo el Tata.  Decía que a la mujer no le hacía falta, porque por las letras, entraba la picardía, y que ya teníamos mucho, de natural no más.

Ahora la Abuela se ha quedado en silencio, como si estuviera rumiando sus pensamientos, como si viera otra vez sus corralitos atados con tientos, como si acariciara el pañuelo regalo del Gobernador… Y de sus ojitos amansados por la evocación, se escapa despacio una lágrima suave que seca con la apunta de su pañuelo, al levantarse y reiniciar la marcha…

Cuando se alejaba, sendero arriba, parecía la estampa del pasado hacia la bruma del tiempo…  p. 61-67

 

Memoria insoslayable…

Tras la lectura de ese relato de Rosaura Schweizer pulsan en la memoria otras señales en el contexto de la historia de los santafesinos.

El doctor Simón de Yriondo, nacido el 28 de octubre de 1836 era hijo del ex gobernador Urbano de Yriondo y de Petrona Candioti, nieto del primer gobernador santafesino, el estanciero Francisco Antonio Candioti, también reconocido como “el Príncipe de los gauchos”…

Es oportuno reiterar que la Cámara de Representantes de Santa Fe, el 8 de septiembre de 1842 sancionó la ley que reconocía como “Gobernador y Capitán General de la Provincia al Excmo. Brigadier Ilustre Restaurador del Sosiego Público, D. Pascual Echagüe” quien asumió en tiempos difíciles, como se suele decir aún en el siglo veintiuno.  Cuando el gobernador interpretó que podían producirse más enfrentamientos armados, optó por delegar el gobierno del doctor Urbano de Iriondo, Juez de Primera Instancia y Presidente de la Junta de Representantes.

Urbano de Yriondo falleció el 22 de junio de 1902 y al día siguiente, en el Congreso Nacional, el diputado por Santa Fe Carlos F. Gómez fundamentó el proyecto de ley que acordaba a la señora Juana P. de Iriondo las dietas que le hubieran correspondido a su esposo por el mandato legal desde el 28 de abril de 1900 al 30 de abril de 1904. Se destacó en el recinto, que el ex-diputado “cuando le sonreía la fortuna distribuyó con mano generosa, casi pródiga, los bienes que había heredado” y que “muere dejando en un relativo desamparo a su esposa y a sus pequeños hijos.  C.N., CD, 1902, p. 307.

 

En la provincia de Santa Fe se reiteraba una tradición: Simón de Yriondo, el ministro de Gobierno de don Mariano Cabal, gobernador delegado desde el 8 de abril de 1868, fue proclamado candidato para sucederlo.

Las crónicas indican que durante las campañas electorales, no sólo se agredían con palabras porque con frecuencia, algunos integrantes de los diferentes grupos preferían el uso de otras armas.  Los candidatos eran apoyados desde los clubes, en la capital de la provincia desde el Club del Orden, fundado entre otros por José María Cullen cuando estaba reunida la Convención que sancionó la primera Constitución Nacional y desde el Club del Pueblo, que reconocía como líder a don Simón de Yriondo, quien continuó desempeñándose como ministro de gobierno y gobernador delegado hasta el 7 de abril de 1871.

El doctor Simón de Yriondo fue electo y desempeñó el cargo de gobernador de la provincia de Santa Fe durante el período 1871-1874.  Fue reelecto tras el gobierno de Servando Bayo. El 7 de abril de 1878 asumió esas funciones demostrando sus propósitos de conciliación al incluir en el gabinete a representantes de distintos grupos y la semana siguiente, tuvo que soportar una sublevación en la ciudad de Santa Fe porque un grupo de opositores decidieron conspirar el domingo 14 de abril de 1878, siendo para los católicos el domingo de Ramos que precede a la Pascua de Resurrección.

El gobernador de Yriondo vivía con su familia en la casa lindante con la Iglesia Matriz, que tenía una amplia recova.  Junto a Servando Bayo y un grupo de leales federales subieron a las torres del templo situado frente al Cabildo; allí establecieron su base de resistencia y apenas trascendió la noticia los vecinos avanzaron hacia la Plaza Mayor; allí lucharon, hubo heridos y muertos.  Las crónicas acusaron a Mariano Cabal, José María Cullen y José Nicasio Oroño como responsables de esa situación que culminó con crímenes y robos en varias viviendas y en algunas estancias.  Una vez más se comentó que el grupo subversivo había sido apoyado desde Buenos Aires.

Ese año comenzaron a gestarse otros conflictos políticos en la provincia de Santa Fe y se manifestaron en 1881, cuando un grupo de autonomistas se expresó en contra del gobernador Simón de Yriondo, con el evidente apoyo del presidente Julio Argentino Roca.

Inmediatamente el gobernador pensó en su cuñado el Presbítero Manuel M. Zavalla, como su oportuno sucesor para evitar inútiles confrontaciones.   El 7 de febrero de 1882 fue electo el Presbítero Zavalla pero estaba tan enfermo que no pudo asumir, prácticamente fue reemplazado por el vicegobernador Dr. Cándido Pujato.

Al año siguiente, falleció el doctor Simón de Yriondo.  Su cuerpo yacente fue trasladado a Santa Fe en el vapor “Resguardo” y el 4 de diciembre de 1883 la nave ancló en el puerto donde se reunieron quienes le tributaron un breve homenaje.

Uno de sus hijos, el doctor Manuel María de Iriondo -más conocido como Manucho Iriondo-, fue gobernador de la provincia de Santa Fe desde el 10 de abril de 1937 hasta el 10 de abril de 1941, siendo vicegobernador Rafael Araya.

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“Evocación Norteña (Homenaje a Jobson, Vera)”

En la tercera parte del libro, con el título “Evocación Norteña (Homenaje a Jobson, Vera)”, Rosaura Schweizer incluyó poemas y relatos.

A Jobson, mi pueblo natal

¡Salud mi pueblo norteño!

Hoy te vengo a saludar

con estos versos sencillos

que mi amor te hace llegar.

Como una niña bonita,

llegas a mayor de edad;

dejas tu infancia de pueblo…

¡comienzas a ser ciudad!

Fuiste la brava, la arisca,

difícil de conquistar,

pero una vez conocida,

imposible de olvidar.

Naciste al morir el año

mil ochocientos noventa.

Tu caserío se alzaba

junto a la picada abierta

para indicar a los hombres,

como una brújula cierta,

el NORTE que iban buscando

en camino a la riqueza.

Tres nombres llevas gastados:

La Curva, Jobson y Vera…

¡Es un lujo que no puede

darse una ciudad cualquiera!

Para el brío que tenías

y la fe que te guiaba,

¡bien estaban los tres nombres,

que uno sólo, no alcanzaba!

Montes lindos te rodeaban

de quebrachos y algarrobos

de yuquerís y de talas,

de ñandubays y de aromos.

Y formaban una guardia

que mucho costó vencer,

sólo a fuerza de fiereza

doblegaron su poder.

Hombres fuertes y aguerridos

plantaron en ti su hogar;

gente sencilla, animosa,

fue tu gran predio a labrar.

Vencieron a tus quebrachos,

abrieron sendas al riel…

y el progreso y la esperanza

se deslizaron por él.

Guitarras gauchas cantaron

vidalas, cifras y cielos,

en la umbría de tus noches

cobijando tus desvelos.

Un fuerte amor a la Patria

un civismo ardiente y puro

templó el alma de tus hijos

y modeló tu futuro.

Caudillos de envergadura

lucharon por tus derechos,

Maestros de recia fibra

sembraron el alfabeto.

Mientras, el hacha cantaba

en los montes solitarios

y desangraba tu selva

por sus troncos centenarios.

Hechos bravos y leyendas

fueron formando tu historia;

el TRABAJO fue tu signo,

la VOLUNTAD fue tu gloria.

Los que en tu seno nacimos,

sentimos tu inspiración;

el alma de tus paisajes

señaló la vocación.

Vida dura, vida recia,

basada en lucha y verdad,

fue el ejemplo que aprendimos

en nuestra primera edad.

Quebrachos… hachas… tanino…

Caballos… ponchos… espuelas…

y en las noches silenciosas

el sonar de las vihuelas.

Así nos formaste el alma

con levadura de sueños,

que nos enroló por siempre

en idealistas empeños.

En ti fundieron su afán

hombres de credos distintos,

y fuiste como un crisol

que unió a criollos y gringos.

Hoy, ya cambiados los tiempos,

nuevos hombres, nuevo signo,

sobre un pasado de esfuerzos,

levantas presente digno.

Jobson ¡Tu nombre eterniza

la valentía y la acción,

distintivos de tu escudo,

símbolos de tu blasón!

Hoy, en solemne reunión

con mucha fe y alegría,

Autoridades y Pueblo

te festejarán el día.

La nueva etapa de vida

que ahora vas a comenzar,

transformará en ciudadana

tu campesina humildad.

Mas a pesar del ascenso

que corona el gran empeño;

¡No olvides lo que antes fuiste,

querido pueblo norteño!

Dichas están mis palabras

para tu salutación;

fue rosario de recuerdos,

saturados de emoción.

Con tu nombre entre los labios

y el alma llena de unción,

¡pido a Dios que te ilumine

y te dé su bendición!

“Versos leídos en el gran acto público

cuando fue declarada ciudad.”  p.79-83

Vera…

VERA, la capital del departamento del mismo nombre, ha sido declarada ciudad.  Los “norteños”, como nos llamaron, y como orgullosamente nos sentimos sus hijos, sufrimos una intensa emoción al verla entrar en una nueva y ascendente época de su vida.  El recuerdo vuelve a nosotros y a pesar de los años, de las andanzas, de las ausencias obligadas por los imperativos que cada cual tuvimos, su visión se nos hace clara y fresca, como si sólo ayer hubiéramos dejado de verla.

VERA fue siempre sinónimo de vida fuerte y brava, de trabajo áspero y rudo, de esfuerzos sostenidos frente a los obstáculos, de viril defensa de la civilidad.  Decir VERA y no citar sus quebrachales y sus haceros y las flores rosa-lilas de sus caraguatáes, es no presentarla debidamente.  Su historia, como la de todos los luchadores, es interesante, grande, matizada, ejemplarizadora, generosa en aventuras y anécdotas.  Para que la conozcan un poco los que la ignora, o para que la rememoren los que la vivieron, hago estas estampas. p. 84

Fundación

De unas autorizadas reseñas de don Juan José Rivas, tomo los datos sobre la etapa primera: la del comienzo.  VERA se inicia modestamente, creada por la necesidad, en el avance de la conquista del territorio hacia el norte, con un caserío agrupado en el “abra que le cedió la selva; sirve de oasis a los pobladores del bosque, como lo fue antaño a los correntinos que cruzaron el Paraná con sus guitarras, hachas y cuchillos, para abrir a fuerza de machete picadero, las primeras “picadas” por donde siguen pasando las corrientes del progreso; por donde pasaron los gringos rudos y valientes, por donde entraron al bosque los libaneses con sus tiendas portátiles, por donde se tendió la línea ferroviaria que cruza el Chaco de punta apunta”.  Así dice el autor antes citado.

La creación del departamento VERA, data del 31 de diciembre de 1890 y se le llama así, en honor al Maestre de Campo, don Antonio de Vera y Mujica. Un pequeño caserío se denominaba entonces La Curva, y el 11 de septiembre de 1893 se dispone que sea la capital del departamento con el mismo nombre, es decir: VERA.   Luego, por otro decreto, se resuelve llamarla JOBSON, conservando la estación del ferrocarril, el antiguo.   Como se ve, no ha sido nombre lo que ha faltado a nuestro pueblo, ni hombría para bien sostenerlo después, tampoco.

Por su posición geográfica, era este pueblo, una especie de llave del norte y a ella afluían de todos lados, la gente que buscaba trabajo, el que siempre era allí seguro de encontrar.  La explotación de los montes fue la base de su riqueza, aunque más tarde la ganadería y la agricultura tuvieran en ello su buena parte. p. 85-86

Primeras escuelas y maestros

Cuando se habla del tema de los primeros maestros, se repiten siempre con respeto, con cariño, con agradecimiento, los nombres del Sr. von Oertel, de don Juan Giménez y de la señorita Elvira Giménez; (1) como directores de escuelas oficiales los primeros, y como maestra y directora y “alma mater” de una  escuelita particular, la última, honra del magisterio de su tiempo.

Alcancé a conocer a la pequeña señorita Elvira; era delgada, ágil, movediza, con unos ojitos expresivos, fieles reflejos de su alma que ardía en perenne ansia de difundir la enseñanza de las letras y el culto de las virtudes. Su influjo en la sociedad de aquel tiempo, que tanto recibió de ella, era algo reconocido por todo el pueblo.  La querida señorita Elvira, a pesar de haber sido maestra tantos años, que pasó con creces lo exigido para cualquier jubilación, no tuvo la suerte de que le fuera alcanzada ninguna, pues las leyes de aquel tiempo no contemplaban la enseñanza particular como mérito para ello.

Hace años se jubiló su hermano, el antes nombrado don Juan Giménez, gran educador que difundió el alfabeto en aquellas avanzadas de la educación, sacrificando juventud y particulares aspiraciones, contagiado por los otros luchadores de aquella jornada de formación.  Entonces, al alejarse él, se fue también la señorita Elvira, su hermana, que lo acompañó, con misia Lola, su madre, toda su vida de maestro.  Hago esta cita de su nombre y de su obra, poniéndola entre las grandes almas que Vera contó en sus comienzos, como un aporte femenino, que ayudó a modelar el alma de sus hijos, dándoles un temple que estuviera acorde con la fortaleza de sus quebrachos seculares.  A tiempo estaría este gobierno actual, de cubrir aquel olvido de las leyes y cumplir una alta misión de justicia…

No quiero terminar este capítulo sin un recuerdo y un reconocimiento para todos los otros maestros, criollos y extranjeros -que los hubo y muy buenos-  que ayudaron a que, en aquellas soledades en que iba abriéndose paso el progreso material, se fueran también iluminando los senderos para el alma.  En especial, una remembranza muy personal y agradecida, para los directores y maestros de la Escuela Nacional Nº 56, pioneros de las letras, escuelita de mi barrio, que fue una avanzada hacia el camino del campo verde y de los montes florecidos.

A raíz de este comentario  sobre dicha maestra, supe que aún vivía, y estaba pobre
e inválida, con sus ochenta y un años a cuesta.  Inicié una serie de gestiones
que culminaron con la obtención de una Ley que otorgaba una pensión graciable
de 500 pesos mensuales a la misma, votada en setiembre de 1954.
Lamentablemente, no le pagaron nada.  Insistiendo en la justicia de lo solicitado
obtuve que la Intervención Nacional dispusiera favorablemente el nuevo expediente,
a partir del 1º de octubre de 1956, desde cuya fecha se le paga esa pensión.   p. 88-90

Camino adelante…

II

Lógicamente que, como todos los pueblos, Vera fue lentamente llenando sus necesidades materiales y espirituales.  Recuerdo que, en cuanto a asistencia médica, he oído nombrar como uno de los primeros médicos al Dr. Lotthringer, padre de la eximia concertista, tan conocida en nuestro ambiente artístico.  Era médico de la compañía Francesa de Ferrocarriles y asistía también particularmente a los pobladores.  Alcancé a conocerlo.  Aún me parece verlo, en una cruda mañana de invierno, con su grueso y amplio abrigo, con cuello de piel.  Era un típico exponente del extranjero para nosotros.  Parco de palabras pero certero en sus juicios.  Fue una verdadera providencia para aquellas regiones.  Le sucedió luego el Dr. Allende Lezama, gran médico también, generoso, bien dispuesto, caballero, conquistó la confianza y el cariño de los moradores del pueblo.

Hubieron también, ¿por qué negarlo? Muchos curanderos de “afición”, cosas que hasta la necesidad creaba en aquellas soledades…

En cuanto a las señoras que ayudaban a la cigüeña a traer los chicos a la vida, era una institución a principios de este siglo, doña Nicanora Romero. Era una figurita inolvidable.  Viejecita pequeña, delgada, con un rostro vivaz y fresco a pesar de sus muchos años.   Llevaba invariablemente un pañuelo negro atado a la cabeza, a la usanza de las pescadoras italianas, escondiendo bajo él sus largos cabellos canosos.  Usaba siempre pulcro delantal y fumaba en una pequeña pipa o un fino cigarrito de hoja perfumado.  Era simpática, decidora, comprensiva y cariñosa con sus “nietitos”, como nos llamaba a los que había ayudado a venir al mundo.

Es menester citarla en esta modesta enumeración de los pobladores útiles a la comunidad en aquella época del comienzo.  Doña Nicanora era otro de los aportes correntinos que ese norte santafesino recibió.  Porque, en honor a la verdad, el pueblo se formó con el 50 por ciento de aporte de aquella provincia limítrofe.   Por eso, allí se trabajó en los montes y en la labranza de las tierras, en las faenas de campo, al estilo de los hijos de Corrientes. Y por eso allí se cantaron siempre canciones en guaraní y se bailaron sus danzas y sonaron las bordonas en gatos y chamamés, en las fiestas familiares y en los alegres días de las yerras.  De ahí que los norteños, aunque algunos tengamos apellidos muy gringos, somos de verdad “litoralenses” por tener condiciones y herencia de formación general, inherentes a las dos provincias limítrofes, entre las cuales el Paraná es un puente amigo y no una divisoria. p. 91-93

Estancias

Fueron pasando los años.  Se lotearon los campos cercanos, así se formaron nuevos barrios. Lindas estancias florecieron alrededor, entre las que se recuerdan las de: Arronga, Alemán, Argenti, Prause, Beckley, Morcillo, etc.  Llegaron colonos con nuevas orientaciones. Un italiano, Gargetto destroncó y sembró en gran escala maíz y verduras y los hermanos Piggín iniciaron la siembra del lino en enorme cantidad, ejemplo que siguió don Doroteo Curbelo.  Era éste un emigrado oriental, que llegó allá en los comienzos de la vida del pueblo, huyendo de una de las tantas revoluciones que entristecían por aquel entonces la vida de su patria.  Vino con su sobrino, don Pedro Cardozo, se aquerenciaron allí, formaron su hogar y vivieron rodeados de general consideración. Los recuerdo aún, como cuando iban a la yerra en la estancia de don Lirio, o cuando de paso, en algunas de sus andanzas  cuando se ocupaban de la compra de ganado, llegaban a saludarlo.  Vestían amplias bombachas blancas, chaquetas oscuras y el infaltable pañuelo de seda al cuello, como una bandera que les recordaba el porqué de su larga ausencia de sus pagos.  Don Pedro tocaba la guitarra, cantaba sentidos estilos, con voz suave, y con tanta emoción que contagiaba la nostalgia que silenciaba en su alma… p. 96

Es oportuno reiterar lo escrito por Rosaura Schweizer acerca de Los recuerdos de “Don Lirio”… “hombre criollazo con apellido gringo, que conoció estas regiones cuando Vera alboreaba en su destino, y que trabajó duramente en sus obrajes, y participó después en sus luchas cívicas, con todo el aporte de su experiencia y de su grande amor patriótico.  Él me dio los datos anteriores a mi conocimiento, y luego, la remembranza de mis años niños, pone lo que mis ojos vieron.

En 1902, VERA era un pueblo pequeño, aún cuando la estación del Ferrocarril Francés tenía ya gran movimiento, lo que le asignaba gran importancia a esos lugares, pues además de ser la cabecera del departamento, tenía grandes obrajes alrededor.  La Fábrica de Santa Felicia, estaba a dos leguas; era la empresa más importante del lugar.  Había allí un pueblo chico, con todas las comodidades y donde trabajaban más de quinientos hombres.  En los obrajes correspondientes a la primera compañía, tenían trabajo otros quinientos, entre carreros, obrajeros y contratistas.

A fin de mes, toda esa gente bajaba a Vera, a gastar el dinero de sus haberes en ropas y en diversiones, pues parece que había dónde tenerlas.  Una gran casa de baile, dirigida por un moreno, José del Monte, tenía la especialidad de los juegos de barajas y cancha de taba; y más de una vez se armaban grandes bochinches, donde salían a relucir las armas de fuego y los cuchillos y quedaban los saldos dolorosos y muertos y heridos.

Cerca de Vera había otros obrajes importantes.  La Argentín-Quebracho tenía unos en Espín, y cercando al pueblo, estaban los campos del Banco de Crédito Territorial, unas cuatro leguas cuadradas, aproximadamente.  Trabajaba esas tierras un señor Enrique Gómez, que tenía a sus órdenes unos doscientos hombres.  Cuando se presentaban interesados en tomar trabajo, si les merecía confianza, les proporcionaba los carros “cachapé”, los bueyes necesarios y en fin, lo más imprescindible en forma documentada, para su pago correspondiente, con el solo aval de su palabra…

Existía todavía en aquella época, el peligro de los malones. En 1901 los indios hicieron una arreada de todos los yeguarizos, desde la Cañada Espín, cercana a Vera, y en los campos de don Guillermo Livingstone hicieron lo mismo, alzándose con toda la caballada. Era Jefe de Policía entonces, don Francisco Lallana; él organizó la comisión, llevando de baqueano al célebre conocedor del Chaco, don Miguel Durán, que tenía el don de los rastreadores y conocía la lengua de los indios como la propia.

Llegó la comisión hasta los mismos todos, rescató la mitad de lo robado, perdiéndose el resto que habían llevado ya muy lejos en su arreada.

Don Pancho Lallana, recia figura de caudillo con perfiles inolvidables, tendrá también su capítulo aparte en estas semblanzas”.  p.86-88

 

Y se impone incluir aquí algunos comentarios escritos por Rosaura Schweizer en su relato El caudillo:

Fue el año de 1911 de gran agitación política.  El Partido Radical con sus jefes, bregaban por su doctrina y sus candidatos.  La Provincia fue después intervenida, para las elecciones de Gobernador, y según los decires, la simpatía y el apoyo de la intervención no estaba con los nuevos, con los que iban a defender los ideales de Alem.   Era caudillo de estos últimos, don Pancho Lallana.  De él podía decirse con propiedad la vieja frase: “Era el más caballero de los gauchos, y el más gaucho de los caballeros”…  Su cultura, su fino trato, su arrogante estampa, su gentileza e hombre de mundo, le hacían estar cómodo en todas las esferas.  Su vida en el norte está llena de anécdotas, que recuerdan aún los viejos que lo conocieron y le acompañaron en su hora.    /…/

…El 7 de enero de 1914, el pueblo de Vera fue sacudido por una triste conmoción: ¡Lo mataron a Pancho Lallana!… Estremecida de angustia, la gente comentaba en todas partes la noticia.  Era como si invisibles crespones de duelo se fueran colgando de todas las almas.  Porque, cuando un hombre entra en el corazón de un pueblo, como aquel caudillo había entrado, se llora su muerte con un dolor realmente popular.  Se fletó un tren expreso para ir hasta donde bajaron su cadáver. /…/

…Luego se dispuso el traslado de los restos el caudillo a Santa Fe.  Una larga caravana de dolientes: hombres, mujeres y niños, desfilaron a despedir al muerto cuando el tren se detuvo en Vera por media hora, para recibir el homenaje que sus amigos querían rendirle. Porque así como es de recia el alma norteña, es de honda en sus quereres…

Muchos años después, aún solía cantar un cieguito Lallanista, unos versos seguramente compuestos por algún amigo del muerto.  Al final decía: “El correntino valiente – el Lallanista famoso, – cual yaguareté celoso – de haber sido de tu gente – hoy, llorando amargamente – ante tu cuerpo inclinado – ha puesto sobre el recado, – entre medio del facón – un renegrido crespón – do tu nombre está grabado.

Don Pancho Lallana fue, en aquellos tiempos, la encarnación del ideal del civismo APRA sus correligionarios que lo adoraban y les correspondía, porque amó aquel norte santafesino, y le entregó sus desvelos, hasta rendirle su vida. p. 97-100

Sus artistas

V

La naturaleza de aquella región, tan fuerte y tan generosa, ha tenido su influencia en la formación del alma y la mente de sus hijos y así, supieron captar y reflejar la poesía y la grandeza que de ella emanaba.

Muchos gobiernos bebieron la fuente de su inspiración en sus paisajes; recordemos justicieramente a Juan José Rivas, que conoce tanto el acervo norteño y se va prodigando en hermosos relatos a lo largo de la vida.  Allí nació también Ana María Páramo, poetisa de musa sencilla, fácil y fluida, que plena de sentimientos, ha cantado más de una vez en emocionados versos, los motivos del norte, desde las páginas criollas de “Nativa” y otras muchas publicaciones.

Allí vivió y empezó a soñar María de las Nieves Echevarría, que aunque de fuerte raíz hispánica, se lleno los ojos y el corazón, de aquel Vera de antaño, luchador y firme, donde pasó su infancia feliz y donde nutrió su estro.

También en ese querido pueblo nació a la vida del arte el pintor Schurjin, que ahora triunfa serenamente en toda línea, imponiendo a la consideración pública sus cuadros, que llevan, además de la perfección de sus líneas, y colores, un mensaje de hondo contenido social, que acaso aprendió en aquellos lejanos días de maestro norteño…

Dejé para el final, el nombrar al poeta Anacarsis Acevedo, un poeta de veras, de esos fieles a su terruño, cuyos versos matizan todos los actos de la ciudad donde vive.  Acaso, justicieramente, como se merece, la consagración llegue un día y vaya a decirle, por boca de personas de importancia, lo que nosotros, sus amigos, ya sabemos y se lo decimos de corazón.

Seguramente que en esta ligera enunciación de valores espirituales, me dejo sin nombrar a muchos, desde luego que, involuntariamente; por ello, pido disculpas si mi recuerdo no ha sido tan fiel.  p. 106-108

 

En breve pausa, es oportuno destacar que Raúl Schurjin nació en 1907 en la ciudad de Mendoza (República Argentina) y vivió su infancia en la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz.  Antonio Colón ha destacado que “su vocación por la pintura lo determinó a asistir esporádicamente a las clases de dibujo; los secretos del oficio los aprendió solo a cambio de sacrificios, que no quebraron su voluntad… En 1953 al cumplirse 25 años de labor artística continuada en la ciudad de Santa Fe, se organiza una exposición en homenaje a la obra realizada”. Residió en la ciudad de Buenos Aires. Expuso en distintas ciudades argentinas y en países de Europa. “La pintura de Raúl Schurjin, representando a legiones de humildes, acusan un profundo amor por esos desheredados que viven marginados, cumpliendo el triste destino que la sociedad le ha señalado”…

Íntimas

He de hacer un pequeño lugar a esta relación de hechos que toca a su término, a algunos recuerdos, quizá demasiado personales, pero imperativo del corazón es hacerlo.  Estoy evocando la vieja casona de mi abuela campesina.   Allá está, un poco cambiada de cuando la conocí de niña; a las afueras de la ciudad, firme en su recia construcción, hecha como para amparar a cuantos necesitaban entonces de su calor y de su ayuda.  Su dueña le dio el aspecto sencillo y acogedor de su llaneza criolla.  Abuela campesino que hoy descansa bajo aquella tierra sobre la que tanto trabajó y que tan dura de conquistar le fue, pero que ella venció al fin, fortaleciendo su hogar y formando sus hijos en el buen ejemplo de su vida laboriosa.  Su palabra buena, su sonrisa pronta, su decir oportuno y sagaz, forman el fresco retrato que de ella guardo.

Pero más que todo eso, admiro su simple y amplia manera de enfrentar la vida y sus problemas, sin temor, con serena valentía, y ese su amor a la tierra y al trabajo que fueron sus distintivos.  En su casona vine al mundo, en una lejana Nochebuena, mientras sonaba un vals en la vecindad, según me contaron… Allí fue mi primer llanto, y allí las primeras lágrimas amargas de la orfandad temprana, lloradas sobre el pecho de la abuela, evocando a mi madre.

Tengo pues, por amor y gratitud, que dejar escapar estas pocas palabras que testimonien mi fidelidad a la raíz campesina de mi raza, y mi ofrenda al recuerdo inolvidable y puro de mi madre que, bajo esa tierra, áspera y fuerte, duerme su sueño de paz.

*

Doy término a esta evocación, no sin pensar en cuántas cosas vívidas y hermosas he dejado de lado… Mas, sé bien que, para los tiempos que vengan, que anhelo pletóricos de cosas buenas, de conquistas para los hijos de ese norte que es mi patria chica, han de servir estos apuntes, para quienes quieran saber un poco de cómo eran las cosas en aquel viejo tiempo…  p. 108-109

 

* * * * *  * *  * * *

 

En 1965, Rosaura Schweizer publicó el poemario Isla de Soledad  y en la última página destacan: “…con ilustraciones originales de Raúl Schurjin, se han impreso además de la edición corriente, diez ejemplares en papel Witcel Leger, numerados de I a X, coloreados a mano por el artista y firmados por éste y la autora. Se terminó de imprimir en los talleres “Francisco A. Colombo”. Hortiguera 552, bajo la dirección de Osvaldo F. Colombo, el día 25 de noviembre de 1965. Buenos Aires.”

Releo la dedicatoria manuscrita: “Al diario El Litoral, para su sección bibliográfica, con toda simpatía. / Rosaura Schweizer. / Buenos Aires, 1965 / Talcahuano 167 – 3º D / Cap. Federal”. Primera página

Releo la dedicatoria impresa: “A los que han amado, luchado y sufrido por un ideal, y que aún sobre las cenizas de sus propios sueños, supieron edificar algo hermoso y noble, y no perdieron su fe en la humanidad…”  p. 7

Aquí, algunos poemas…

1965 – “Isla de soledad”

¿Qué hago yo? -me pregunto muchas veces-

¿Qué hago yo, en esta gran ciudad;

yo que soy como el alma en la selva,

con esta mi raíz tan vegetal?…

Yo que siento los ríos en mis venas,

y el sol, y el aire… el campo… el quebrachal…

Que amo las islas y los grandes bosques,

y el cielo abierto… ¡el Río Paraná!

Yo que entiendo el lenguaje de las aves

y que contesto el silbo del zorzal;

que adoro los azules camalotes

que llenan mi paisaje litoral…

¿Qué me vine a buscar en este inmenso

laberinto de almas y ansiedad,

aquí, donde ni cantan los horneros,

ni suben, cielo arriba, los cajas?…

Quizá es mi ansia eterna de andariega.

Quizá fue la esperanza, la inmortal

voz con que me llamaban las sirenas

para acercarme hacia un querido mar.

Y aquí estoy, aún distante de mi playa.

Busco entre todo, con eterno afán,

el mundo justo, entrevisto en sueños.

Mundo en que el arte tenga su sitial…

Cuando miro en la noche luminosa

los mágicos avisos parpadear,

y veo al obelisco, que impasible

con su alma de piedra se alza audaz;

siento el dolor profundo de ser ISLA;

se me hace amargo el canto por cantar.

Comprendo que el destino es siempre el mismo:

¡LUCHAR  EN  SOLEDAD!

Yo vengo de otra vida y de otro mundo,

y hacia otra vida y otro mundo voy.

Mientras llegue mi tierra prometida:

¡En mi canto me doy!  p. 11-12

La zarza ardida

Tengo el dolor de no lograr cumplida

una misión de bien y de belleza,

que yo soñé ungida de grandeza

en esta larga, amarga despedida.

Siento la angustia de la zarza ardida

a quien quemaron toda su cosecha.

Me queda sólo el son de alguna endecha

Y la candela de mi fe encendida.

Hoy me pregunto, triste y abatida,

con mi pobre bondad desdibujada,

a solas con mi sed frente a la vida:

¿Ha servido vivir como he vivido,

en un anisa de bien siempre orientada,

para encontrar todo mi bien, perdido?…   p. 17

 

Lejos

Siempre que pienso en mí,

siento que me hallo lejos.

Lejos de lo soñado

y lejos de lo real vivido

con el paso andariego.

Tan poca cosa me parece lo ansiado

que me asombra el camino recorrido

por encontrarlo.

Y me asusta lo lejos que me encuentro

de lo buscado.

Cuenta me doy

de que esto fue mi vida;

y hasta ya bendigo

el callado dolor del desencuentro

que va conmigo.

Seguir un ideal,

luchar para alcanzarlo;

subir las cuestas,

laborar andando…

Sufrir angustias,

construir de paso,

¡y el fanal con su luz,

nunca logrado!

Mas, hoy ha sé

QUE EN EL CAMINO ESTABA,

-no en el llegar-

la clave del acierto.

Aprender,

admirar toda belleza,

y saber encontrar en lo pequeño

la profunda grandeza

de lo justo y lo bueno.

Así, al avanzar,

se va dejando

atrás, la zarza, el árbol… el arroyo…

el rosal que perfuma…

la roca y su silencio…

la mano amiga y la enemiga ¡TODO!

Ahora sé porqué

si me detengo

a escrutar en el tiempo,

entre esto, que me acerca

al final de la huella,

y lo que fue el comienzo,

en soledad tan singular me siento,

y de seres y cosas,

y de mi sueño, ¡Lejos!…

Es que ahora sé, que todo lo buscado,

Está ¡CONMIGO, ADENTRO!  p. 20-22

 

Archivo

Esta oficina oscura, es el ARCHIVO

adonde diariamente vengo.

Es una larga sala con estantes

llenos de cajas con papeles viejos…

Hay un clima especial, que lo satura

con un extraño signo de silencio.

A ratos me parece que respiro

un aroma de siglos, de otro tiempo…

Aquí hago mis notas; biografías

de seres que a la patria le sirvieron.

Vivo así, en esas vidas, el pasado,

cuando las bases del presente hicieron.

Duermen las leyes buenas, en sus cajas,

un sosegado, dulce, largo sueño,

sin saber que quizá muchas de ellas

no siempre se cumplieron…

Cuando miro este mundo inanimado

en cajas claras, con su lomo negro,

se me ocurre que son como cadáveres

en un cuidado, limpio cementerio…

Pero luego, mi respeto advierte

que forman el respaldo en que se afirman

las leyes que le dieron a la patria

la libertad… la paz… y la justicia.

Entonces, se me hace llevadero

y amable mi trabajo, y el silencio.

Y sigo laborando en este ARCHIVO,

donde a veces, también escribo versos… p. 29-30

(Rosaura Schweizer, desde 1960 trabajó en

“Archivo y Publicaciones”  de la Cámara de Diputados de la Nación.)

Regreso

Es noche oscura.  Regreso

con mi soledad andando…

El viento me azota el rostro.

¡No importa!  Yo voy soñando.

Por el claro de los árboles,

yo voy el cielo mirando.

La uña de la luna, tiene

un lucerito colgando.

(Como voy triste, mis ojos,

van sin lágrimas, llorando.)

Una canción en la noche

va por la calle pasando;

es como aro de un niño

que va rodando… rodando…

Vida -me digo despacio-

-¿Vale ya seguir andando?

Toda mi siembra perdí,

¿Habré de seguir luchando?…

La luna, por alegrarme,

allá, en lo alto, brillando,

me hace un guiño, juguetona,

con su lucero oscilando…

Y yo para consolarme,

voy despacito, cantando

las palabras de estos versos

que sin pensar voy hilando.

(Mi pena, vuelta canción, va conmigo, caminando…)

Santa Fe de la Vera Cruz.  p. 41-42

Eterno florecer

Pinta agosto mentida Primavera,

por eso con igual pena ya lloro

por las primeras flores de durazno…

¡Y las últimas rosas de mi Otoño!

Me apena el duraznero florecido,

pues como él florecí antes de tiempo,

y los vientos de injusticia y de amargura

quisieron malograr mi pensamiento.

El jardín de mis sueños más hermosos,

me los mustió la vida, sin razones.

Una fatalidad  no presentida,

me dejó espinas y robó mis flores…

Pero sigo cantando: defendiendo

mi fe en lo bueno, lo ideal, lo hermoso!

Como temprana flor de duraznero,

aún florezco en las rosas de mi Otoño!…

Santa Fe de la Vera Cruz.  p. 43

Paloma montuna

Palomita cantando en el alba:

¡ay paloma, paloma montuna!

en tus alas, me tienes robada

mi imposible, soñada fortuna!…

Palomita cantando en el alba,

y también en la hora madura,

tu: CU CU, CU CU CU… repetido,

mi vivir sin vivir me tortura.

Pareciera que dices al viento:

-“¡Corre, corre, las horas se escapan!”…

Pareciera que dices al hombre:

-“Siembra, siembra, la luz ya se apaga!”

A mi alma, severa le dices:

-“Tu moneda de Tiempo se gasta

aprovecha las horas que quedan…

¡Aprovecha las horas, y canta!”

¡Ay paloma, paloma montuna,

por tus alas te diera mis versos,

por tenerlas, te diera yo todas

mis doradas monedas de Tiempo!…

San José del Rincón.  p. 44-45

La vida

La vida siempre es lucha,

necesario es saberlo.

Mas, como el pedernal

florece en luz

del eslabón al beso,

el HOMBRE,

al choque de los hechos

levanta su ideal y se ennoblece,

y es como un arco tenso

a defender el bien

siempre dispuesto.

¿Qué la lucha nos gasta?

¡Qué importa eso!

Cuando a nada se aspira,

el alma toda

se parece a un desierto,

y aunque el cuerpo esté vivo,

¡Se está muerto!

De ofrenda en este  día,

a ti, que luchas, quiero

como guía, dejarte

hoy, este pensamiento… p. 59-60

Los astronautas

Son los astronautas

elegidos de Dios

entre los hombres,

para mirar el mundo desde lejos,

para probar a volar sin tener alas.

Con audacia.  Sin miedo.

¿Qué destino dichoso

los señaló, entre tantos?

¿Qué vidas anteriores

tal premio le otorgaron?…

Pienso que habrá de serles

fatigoso y extraño,

cuando al final regresan,

olvidar lo que vieron:

la inmensidad del Cosmos,

la soledad azul que los contuvo,

la euforia de sentirse sobre todos…

Cuando, en el hogar de sus amores

disfruten otra vez la paz ganada,

un algo inexplicable ha de rondarles;

un ansia loca de tener dos alas

para poder volver a los espacios,

-extraños dioses nuevos-

que están cumpliendo lo que tantas mentes

realizaron en sueños…

Entre tanta injusticia,

y guerras y tropiezos,

destaquemos, vibrantes de entusiasmo,

la gloria de estos hechos.

¡Aplausos a los hombres astronautas,

y a los grandes cerebros,

que hicieron posible este milagro

en este siglo nuestro!…

Buenos Aires, 09-06-1965  p. 77-78

(Agrego: cuatro años después, el 16  de junio de 1969

proyectaron imágenes del Proyecto Apolo I1, desde el Centro

Espacial de Houston en EEUU de Norteamérica.(Presidencia de Richard Nixon.)

La nave espacial”Columbia”  fue impulsada por un cohete “Saturno 5”

 y del módulo lunar LEM – bautizado “Águila”-, se separaron 

Neil Armstrong y Edwin -Buzz- Aldrin, mientras el compañero Michael Collins

debía estar alerta para realizar las operaciones  del acoplamiento

de ambos artefactos.  El 20 de junio a las 22:56 (hora argentina), a 385.000 kilómetros

de la tierra,  Armstrong posó el pie izquierdo sobre el suelo lunar y dijo:

“Un primer paso para el hombre, un salto para la humanidad”.)

 

Retornaré en mi canto.

Cuando conmigo duerman mis canciones

bajo la tierra generosa y blanda,

y alguien, acaso por casual destino

repita mi mensaje de esperanza,

yo sentiré una emoción inmensa

dentro de aquella “nada”,

y volveré a la vida, vencedora,

en la fuerza de fe de esas palabras…

(Que aunque se muere,

no se muere todo:

que sobrevive el alma!)

Hay semillas bien, que mientras viven,

todos las desconocen, las ignoran,

y cuando vueltas polvo se disgregan,

inútilmente, con dolor,

se lloran…

Y mi canto es así.  Sencillo y hondo.

Nació en dolor y con amor fue dado.

Un mensaje de fe para los otros,

aunque a veces parezcan no escucharlo.

Yo voy sin prisa,

sin ninguna gloria

que tenga al corazón esperanzado.

Soy solo un canto fraternal, amigo,

dicho a lo largo del camino andado,

para ayudar a los que, con esfuerzo,

van por la vida -como yo-, soñando,

y enfrentan sus angustias y sus penas,

en soledad con el ideal buscando…

Por eso, ha de placerme,

cuando esté ya en la muerte descansando,

que alguien pase, sonriéndole a la vida,

con mi misma canción entre sus labios.

(Que aunque se muere,

nos se apaga todo:

nos sobrevive el alma…)

Retornaré en mi canto,

Tras de la noche larga.

   Buenos Aires.    p. 81-82

1976 – Dulce engaño.


En lo íntimo del alma,
me siento como un árbol.
Retoño con el buen sol
y el aire grato.
Y el corazón descubre
un nuevo gozo.

Se olvida de los años…
en cada amanecer
acuna un sueño,
sus planes… su ilusión…
¡Su dulce engaño!

Yo sé que todo ello es pasajero,
Que llegará el invierno y su tristeza.
Más, dejo al corazón, que como el árbol,
¡dulcemente florezca!.

Tiempo…
¡TIEMPO!… Seis letras te dibujan.
Presencia sin presencia visible.
Desde el principio de la vida, andando
sin detenerte nunca,
mi volverte hacia atrás, rectificando.

¡TIEMPO! Esencia, vida sin fin,
inextinguible soplo,
invisible reloj de marcha eterna
que lo involucra todo.

En eras te dividen…
En etapas extensas…
En años: las edades,
En horas: las esperas,

El amor: en minutos
¡y la muerte,
en un punto!
¡TIEMPO! Infinito dador de toda gracia:
gracia de amor… de olvido… de consuelo.
¡Sembrador de esperanza!
¡Ave de eterno vuelo. !

Aprender tu valor, es ya ser sabio.
En Pasado o Futuro, no podemos
ordenar nuestra marcha.
Es el Presente,
el HOY que nos regalas,
el Talismán a mano,
¡Realicemos en el HOY nuestro trabajo!

 

 De “Desenraizando voces” – Antología. Santo Tomé, 1976.

Lecturas y síntesis:

Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

[1] Bertero, Gloria de Quién es ella en Santa Fe.  Buenos Aires, edición de la autora, noviembre de 1995, p. 516-517.

[2] El Dr. Juliá Tolrá desarrollaba una intensa labor de difusión cultural. Mediante una Ordenanza del 25 de agosto de 1908 se creó en el Liceo Municipal “Antonio Fuentes de Arco” el Ateneo de Letras y Artes y al año siguiente, la Academia de Canto, Música, Declamación y Escuela de Teatro Infantil, en el foyer del Teatro Municipal siendo el primer director el Dr. Antonio Juliá Tolrá y primer director artístico, el distinguido Músico Federico Spreáfico. // El 1º de febrero de 1911 don Salvador Espinosa fundó el diario “El Imparcial” y al año siguiente, el 28 de enero de 1912 asumió la redacción Domingo Guzmán Silva en ese tiempo director del Colegio Nacional Simón de Iriondo quien incluyó una página literaria semanal, titulada Nuestros domingos con trabajos de su amigo Antonio Juliá Tolrá, secretario en el citado colegio donde Segundo A. Gómez era vicedirector. También publicó en el Diario “El Orden” de la capital santafesina. Participó en los Juegos Florales organizados en 1926 por el Club Gimnasia y Esgrima de Santa Fe y durante el acto de entrega de premios realizado en el Teatro Municipal santafesino, recibió un premio del Consejo de Educación por su escrito sobre La enseñanza primaria en Santa Fe.

[3] Bertero, Gloria de. Quién es ella en Santa Fe (ob. citada).

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