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Lía Correa Morales de Yrurtia (1893-1975)

Aproximación a su trayectoria..

Bullicio infantil…

Vocación artística: obras y distinciones…

Década del ’30: retorno a la Argentina, matrimonio…

1950: Desprendimiento ineludible…

Su último Vuelo…

Aproximación a su trayectoria

Lía, fue una de las seis hijas del maestro de escultores argentinos Lucio Correa Morales (1852-1923) y la científica y educadora Elina González Acha, una inquieta e inquietante mujer del novecientos porque expresaba sus criterios políticos y promovía el reconocimiento al derecho de votar sin discriminación por género.

En aquel tiempo -como sigue siendo en algunos hogares también en el tercer milenio-, aquellos padres trabajaban desde temprano, él en el taller y luego en las aulas; la madre también ejercía su profesión y al retornar, realizaban todas las tareas del hogar necesarias: el orden e higiene; la atención de los niños, preparación de alimentos y si fuera posible, recibir a los amigos o a ocasionales visitantes.

Se ha reiterado que entre esas personas estaban Francisco Pascacio Moreno, entre ellos Pancho Moreno y el estudioso de las ciencias naturales Eduardo Holmberg, quienes hablaban de sus aventuradas expediciones por territorios patagónicos.  A Elina, la esposa y madre perseverante, la visitaban a la hora del té –a la inglesa, a las cinco de la tarde y con sabrosos scons-la primera médica argentina Cecilia Grierson y la primera maestra de maestras, Rosarito Vera Peñalosa. compañeros de aventuras y expediciones a los territorios. Entre las mujeres que compartían largas tardes de té y scons con Elina se contaban Cecilia Grierson -primera médica argentina- y Rosario Vera Peñaloza, maestra de las primeras maestras…

Lía, fue una de las seis hijas del maestro de escultores argentinos Lucio Correa Morales (1852-1923) y la científica y educadora Elina González Acha, una inquieta e inquietante mujer del novecientos porque expresaba sus criterios políticos y promovía el reconocimiento al derecho de votar sin discriminación por género.

En aquel tiempo -como sigue siendo en algunos hogares también en el tercer milenio-, aquellos padres trabajaban desde temprano, él en el taller y luego en las aulas; la madre también ejercía su profesión y al retornar, realizaban todas las tareas del hogar necesarias: el orden e higiene; la atención de los niños, preparación de alimentos y si fuera posible, recibir a los amigos o a ocasionales visitantes.

Se ha reiterado que entre esas personas estaban Francisco Pascacio Moreno, entre ellos Pancho Moreno y el estudioso de las ciencias naturales Eduardo Holmberg, quienes hablaban de sus aventuradas expediciones por territorios patagónicos.  A Elina, la esposa y madre perseverante, la visitaban a la hora del té –a la inglesa, a las cinco de la tarde y con sabrosos scons-la primera médica argentina Cecilia Grierson y Rosarito Vera Peñaloza, maestra de las primeras maestras.

Bullicio infantil…

En ese hogar convivían los padres con las seis hermanas hasta que nació Lucio Abel, el benjamín y también llegaron dos primos huérfanos.  En ese tiempo, la educación era prioridad y cada uno hablaba por lo menos un segundo idioma y estaba orientado hacia la educación por el arte, aprendiendo música instrumental

Vocación artística: obras y distinciones…

Desde 1912 se manifestaron las aptitudes artísticas de Lía y a los diecinueve años, envió obras al Salón Nacional que en ese tiempo sólo seleccionaba lo creado por los varones.  Luego se casó con el farmacéutico Espinosa Viale y se trasladaron a Puerto Deseado (provincia de Santa Cruz),  donde se generó una pausa en su producción artística. En aquel lejano lugar murió súbitamente su marido, se hizo la liquidación de la farmacia y ella retornó a Buenos Aires donde la esperaban sus padres, también sus pinceles…

En 1924 obtuvo el Primer Premio en el Salón Nacional de Buenos Aires y después del fallecimiento de su padre, necesitó viajar a Europa para conocer algo de aquella cultura artística que atraía a creadores de distintas latitudes.  Estuvo viviendo en París, ese lugar donde había estado Rogelio Yrurtia hasta el año 1921.  Allí participó en tres importantes salones y en 1928, envió trabajos al Salón Nacional y obtuvo el “Gran Premio”.

Década del ’30: retorno a la Argentina, matrimonio…

Regresó a la Argentina en 1930. Cinco años después, en la mansión que el escultor Yrurtia había comprado y renovado con tanto entusiasmo, tras una prolongada enfermedad falleció Gertrita, su esposa.  Él había sido uno de los destacados alumnos del padre de Lía y volvieron a encontrarse –en ese tiempo ya los dos viudos- y al año siguiente -1936-, la pintora de 43 años y el escultor de 57 años decidieron casarse “a puertas cerradas” en la iglesia de Belgrano. Jornada tras jornadas se orientaron hacia el arte de vivir y convivir y cada uno desarrolló su obra con singular estilo.

Lía de Yrurtia -según se ha reiterado, tenía ojos oscuros y el cabello color castaño oscuro y se peinaba con un rodete-; realizaba las tareas del hogar y a pedido de distintas familias, había retratos; asistía a clases de dibujo en la Escuela Normal y en la Academia de Bellas Artes o al Teatro Colón para observar los movimientos de las bailarinas y hacer apuntes en lápiz.  También disfrutaba cuando encontraba a niños caminando por las barrancas de Belgrano e intentaba que fueran a su casa para posar.

1950: Desprendimiento ineludible…

El 4 de marzo de 1950 falleció Yrurtia y como suele suceder, Lía Corrales Morales dejó de pintar y se dedicó a cuidar la herencia cultural que juntos habían generado.  Siguió trabajando con sus alumnos de Dibujo.  Allí, estaba el centenar de obras que pretendía quedaran en ese mismo lugar, convertido en museo para que lo visitaran personas de distintas latitudes. Se ha reiterado que son cincuenta y cuatro pinturas, treinta y nueve dibujos y siete monocopias.

Su último Vuelo…

Lía falleció en 1975 -la trágica década de violencia entre los argentinos, tiempo de guerra civil no declarada- y dos años después, durante el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires -en 1977-, presentó una exposición como homenaje a esa mujer que prefirió vivir sin estridencias, ser lumbre en ese espacio íntimo donde se percibía el equilibrio y la armonía que genera el arte de saber  vivir y saber convivir.

Algún día, se buscarán más señales para elaborar otras claves y así quizás se pueda conocer algo más sobre su biografía aunque más allá de las palabras, están los signos que dibujaron sus pulsiones internas al orientar los movimientos de sus manos

(Recuerdo algunos recorridos, paso a paso, junto a mi amado amante Eduardo Rodolfo Fontanini Doval y la emoción al observar las obras expuestas, mientras con las tías Tere o Negrita seguíamos comentando, comparando, relatando anécdotas.

Nidia Orbea Álvarez de Fontanini / 2003.)

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