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Vestigios de la explosiones nucleares.

Tras la explosión en Mayak.

Tras la explosión nuclear en Chernobyl.

1991: testimonios de niños de Chernobyl.

Consecuencias y proyectos.

2003: testimonios de Hanna.

Miradas en el 2003.

Corea: Kim Jong Il

Kim Jon Il: “El líder norcoreano expuesto en el libro de su cocinero”.

El 29 de setiembre de 1957 a las 16:20 hora local, en la planta nuclear de Mayak que producía plutonio, se produjo una explosión en el depósito de residuos líquidos radiactivos debido a una falla en el sistema de refrigeración.  Cubrió las regiones de Cheliabinsk, Sverdlovsk, Kurgan y Tiumen, y el gobierno no advirtió a sus pobladores sobre las consecuencias de ese accidente.

Tras la explosión en Mayak…

Desde entonces, la población ha pedido al Kremlin que se establezcan mayores controles de seguridad.  En los primeros días de abril de 2003, el diario Izvestia denunció que al norte de la región de Cheliabinsk, en los Montes Urales, decenas de miles de personas están consumiendo pescado radiactivo que ha sido reconocido oficialmente como comestible porque insisten en que lo que está contaminado son los esqueletos y la gente se alimenta con “la carne que no tiene radiación”.   Se calcula que hasta dentro de trescientos años persistirá esa radiactividad en cincuenta de los cincuenta y cuatro lagos de la provincia de Kaslinski, al norte de Cheliabinsk que en 1957 se contaminaron.

En el lago Alagug, comprobaron que parcas y lucios capturados contenían “una dosis de estroncio–90 dos veces superiores a los niveles máximos permitidos.

Se ha comprobado que los excrementos de los murciélagos -que se alimentan de los insectos cuyas larvas se desarrollan en los lagos radiactivos-, son la causa de altas concentraciones de radiación detectadas desde hace años en sótanos y desvanes de la ciudad de Ozersk y en las localidades vecinas.  En consecuencia, esa radiactividad se puede difundir en otras cadenas biológicas…

Tras la explosión nuclear en Chernobyl…

El 26 de abril de 1986, a la 1:23 de la madrugada, en la Central Nuclear de Chernobyl –territorio de la ex Unión Soviética-, se produjo una explosión en uno de los reactores nucleares y algunos trozos del reactor alcanzaron los cuarenta y cinco metros de altura, debido a la onda expansiva se derrumbó la mayor parte del edificio y fue imposible que los bomberos controlaran las llamas de ochenta metros de altura.  La atmósfera se contaminó con grandes cantidades de material radiactivo afectando a los territorios del hemisferio norte, primero ese lugar y los más próximos avanzando luego hacia el noreste europeo.  Algunas personas murieron enseguida y aproximadamente trescientas mil que fueron evacuadas, soportaron o soportan los nefastos efectos de la radiactividad.  Se ha reiterado que las mujeres embarazadas tuvieron hijos con malformaciones, y también se observaron nacimientos de diversos animales con más miembros, sin cabeza o sin órganos vitales.  En consecuencia, se ha insistido en que el territorio que abarca aproximadamente cuarenta kilómetros alrededor de esa planta, no será repoblado y con el propósito de evitar otro accidente, esa Central fue encapsulada con hormigón; se realizaron inmediatos trabajos para neutralizar la contaminación en los edificios y en el suelo, tal como se ha difundido por distintos medios.  En internet informan: “…aunque se han hecho grandes labores de limpieza, toda esa zona tiene que enfrentarse con grandes problemas a medio y largo plazo” debido a que “entre el 15 y el 20% de las tierras agrícolas y de los bosques de Bielorrusia están contaminados y no se podrán usar durante los próximos cien años.  Los casos de leucemia han aumentado notablemente y la salud de unos 350.000 ucranianos está siendo examinada continuamente para detectar lo antes posible las muy probables secuelas de la exposición a grandes dosis de radiactividad.”

1991: testimonios de niños de Chernobyl…

Durante el Congreso de la Federación Sindical Mundial realizado en Moscú en 1990, cuatro años después del accidente nuclear de Chernobyl, se acordó la participación activa en diversos programas de asistencia a los afectados por ese desastre.   Los habitantes de esa región son examinados por médicos cada seis meses y algunos ya padecen los primeros síntomas: “dolor de cabeza, vómitos, decaimiento general”, trastornos sicológicos…   Desde entonces se han detenido diversos programas previstos para distintas plantas termonucleares, aunque la central de Chernobyl cinco años después seguía funcionando “con sus otros tres reactores”.

En 1991, llegaron a la ciudad de Buenos Aires veinticinco niños –quince mujeres y diez varones, catorce de Ucrania, seis de Rusia y cinco de Bielorrusia-, todos hijos de empleados de comercio que trabajaban en aquella zona, pertenecientes a los grupos menos afectados.  Fueron alojados en el Sindicato de Empleados de Comercio de la Zona Norte y después visitaron escuelas de Tigre y de otras localidades.  Allí pudieron disfrutar del paisaje y alimentarse con frutos y productos que allá era imposible consumir debido a los efectos de la radiactividad. Entre esos niños, estaba Oxana –“de bellos ojos celestes, cabellos rubios, sonrisa y mirada pícara”-, en aquel momento vivía cerca de aquel lugar, “en Pripyat, una ciudad industrial con muchos edificios de departamentos… junto a oros 45.000 ucranianos.  Desde hace cinco años, ésa como otras ciudades y aldeas de Ucrania, Bielorrusia y la Federación se transformaron en fantasmagóricos pueblos radiactivos, inhabitables por más de 25.000 años.”    Sus compañeros Iván, Shasha y Román, expresaron: “… No tenemos miedo… hacemos una vida normal, vamos a la escuela, jugamos, compartimos la vida de nuestras familias y nos sometemos a los controles médicos periódicos. Pero sabemos que en el futuro puede ser diferente… Siempre tenemos discusiones entre nuestros amigos, con las familias y también en la escuela en las clases especiales.  Sabemos ahora lo que es la energía nuclear y la importancia de un medio ambiente limpio porque muchos de nosotros hemos tenido que abandonar nuestras casas e incluso mudarnos sólo con lo puesto, hasta nuestros juguetes tuvimos que dejar, y muchos de nuestros compañeros ya tienen problemas de tiroides, del aparato respiratorio, de alergias y de visión, y alteraciones en la sangre, todo gracias a la contaminación radiactiva.”  Gueorgui Mijailov, miembro de la mencionada Federación Nacional de Trabajadores de Comercio de su país, dijo que quienes se manifiestan exigiendo un mayor control en tales programas, “no están en contra del progreso, sino de la mala construcción y de la falta de seguridad que muchas veces los técnicos que construyen no tienen en cuenta.  Lo que queremos es tranquilidad y seguridad para nuestros hijos”…  [1]

Sería razonable entender que con esas demandas, también se está defendiendo la vida de la humanidad…

Consecuencias y proyectos…

Cinco años después de la catástrofe, se había comprobado que “el 70 por ciento de la superficie contaminada del territorio situado en la parte europea de la URSS pertenece a la castigada República de Bielorrusia.  En esa región, se cuentan 27 ciudades y 2697 pueblos con 2.200.000 habitantes, es decir, más de la quinta parte de la población total de esa república.  Se informó que “los servicios sanitarios se ocuparon de 173.000 personas, entre las cuales había 37.400 niños.  Los controles médicos fueron reforzados, aunque el riesgo de radiaciones no quedó eliminado.  Los programas aprobados por el Soviet Supremo establecen como punto de partida para revertir la situación el éxodo masivo de habitantes en dos etapas: una que termina en 1992 y la otra en 1995.  Cientos de miles de hombres, mujeres y niños dejarán sus casas  y sus tierras, muchos tal vez para siempre.”

 

2003: testimonios de Hanna…

En la pantalla del televisor, el domingo 17 de agosto de 2003 casi al mediodía, desde un canal de arte de la Argentina, se difundieron las imágenes de un encuentro en Bolovaja… Las ramas de los árboles no tenían hojas, había nevado y un perro se acercaba a la vieja cabaña de madera.  En dirección a las coníferas, en lo alto se observaba la luna en cuarto creciente -o menguante- y más allá, se prolongaba la estela de un avión a reacción.

Los duendes enseguida empezaron con sus movilizaciones.  Era ineludible el impulso a generar comparaciones, aunque parezcan aparentemente inútiles.  Quienes viajaban en aquella aeronave, tendrían también culturas diferentes y cada uno en su mundo también estaría viviendo en el límite entre lo posible y lo imposible.

Ahí, abajo, con los pies puestos sobre la tierra  -como solía decir el titiritero poeta José Bartolomé Pedroni, estaba Hanna en 1996 y desde entonces, está recorriendo el mundo sin haberse movido de su refugio familiar, por la magia de la televisión y la colaboración del Instituto Goethe

Dijo que tenía noventa años.  Poder observar su rostro era conmovedor porque parecía ser el misterioso mapa de su vida…  Con un pañuelo en la cabeza, con ríos de arrugas en sus mejillas, en la frente y cerca de sus ojos; hablando y sonriendo mientras sólo eran visibles dos dientes -caninos-, dialogaba en su idioma con el periodista y aludía al accidente nuclear de Chernobyl.

Varias veces dijo que estaba allí porque era su lugar, su patria. Sonreía mientras contaba: “…puedo cultivar y criar algo” y habló de sus papas y del centeno…

No estaba sola, siempre el Espíritu acompaña a los seres humanos hasta el instante del desprendimiento final.

Luego apareció un hombre que era su hijo y también necesitó decir que estaba en su lugar.  Casi como sorprendente despedida, Hanna dijo:

“En la tierra para los humanos, la alegría y la tristeza nuestra, todo debe ser…”

 

 

Miradas en el 2003…

Corea: Kim Jong Il…

Primogénito de Kim Il Sung, dirigente absoluto de Corea del Norte desde la partición de la península en 1948, según la versión oficial vino al mundo en plena guerra de liberación nacional contra el invasor japonés, en el campamento guerrillero que dirigía su padre en el monte Paekdu, en la frontera china, y según las fuentes más creíbles lo hizo (además de un año antes, en 1941) en una aldea a 70 km de la ciudad siberiana de Jabárovsk, en el lejano oriente soviético. Hasta la rendición japonesa ante los aliados, en agosto de 1945, Kim pasó los primeros años de su infancia en una base del Ejército soviético, seguramente la misma que servía de cuartel general a la brigada de exiliados comunistas coreanos que dirigía su padre.

Tras la división de la península coreana en dos zonas de ocupación separadas por el paralelo 38, con los soviéticos al norte y los estadounidenses al sur, su padre lo llevó con él a Pyongyang. Allí, el 9 de septiembre de 1948, Kim Il Sung hizo proclamar la República Democrática Popular de Corea (RDPC) e instauró una férrea dictadura de tipo estalinista, en tanto que secretario general del Partido de los Trabajadores de Corea (CND), primer ministro y comandante en jefe del Ejército Popular Coreano. En 1949 falleció su esposa y madre de Kim Jong Il, Kim Chong Suk.

Dos décadas como heredero en la sombra

Durante la guerra contra Corea del Sur y sus aliados occidentales (entre el 25 de junio de 1950 y el 27 de julio de 1953), Kim cursó estudios elementales en China y tras el armisticio de Panmunjom prosiguió su educación en Pyongyang. En 1960 ingresó en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad Kim Il de la capital y obtuvo su graduación en 1964. Aunque las biografías oficiales eluden este asunto, en algún momento de los primeros años sesenta recibió adiestramiento como piloto de combate en una academia militar de Alemania Oriental, pero fue expulsado a los cinco meses de ingresar, según se cree por mala conducta.

Tan pronto como completó su formación en 1964 recibió el carnet de miembro del CND, al año siguiente adquirió su primer puesto de responsabilidad en el partido como subdirector de departamento en el Comité Central y en 1971 fue nombrado director del Departamento de Cultura y Bellas Artes. Desde esta posición dispuso la composición de obras teatrales y poéticas de exaltación patriótica y de culto a la personalidad de su padre, que, como las demás producciones ideológicas del régimen, alcanzaron unas cotas de ditirambo sin parangón en la historia política contemporánea.

En septiembre de 1973 fue promovido a miembro del Secretariado del Comité Central y en febrero de 1974 al Comité Político de dicha instancia. Kim participó en la organización de un Departamento Asesor del Comité Central y se convirtió también en secretario de su Departamento de Agitación y Propaganda, esto es, el corazón ideológico del CND y órgano de importancia decisiva en un sistema en que el adoctrinamiento constante de la sociedad sustentaba -y sustenta- el poder omnímodo del partido.

En esta década parece que Kim adquirió un papel de primer orden como ejecutor de la estrategia de desestabilización diseñada por el régimen, contra Occidente en general y Corea del Sur en particular, que no rehuía ni el asesinato político ni el terrorismo, aplicados sobre el terreno por una tupida red internacional de espías, agentes secretos y mercenarios.

Esta campaña incluyó varios intentos de magnicidio contra los presidentes surcoreanos Park Chung Hee (1963-1979) y Chun Doo Hwan (1980-1988), como fueron el intento de asalto por un comando del palacio presidencial de Seúl en 1968, la agresión por un coreano residente en Japón en 1974 -en la que resultó muerta la esposa de Park- y el atentado con bomba contra la delegación surcoreana en la capital de Birmania en 1983, que mató a 17 personas, entre ellas varios ministros. Este es justamente el episodio que más se suele vincular a Kim Jong Il, aunque la explosión el 29 de noviembre de 1987 en pleno vuelo de un avión de la Korean Air Lines, que causó la muerte a 117 pasajeros, todavía se achacó a los servicios secretos norcoreanos.

Fuera por sus méritos en las tareas de inteligencia, fuera por sus contribuciones en el apartado cultural e ideológico, el caso es que en algún momento de los años setenta Kim Il Sung se convenció de la idoneidad de su hijo para sucederle al frente del Estado, el partido y las Fuerzas Armadas. Las propuestas en tal sentido generaron luchas internas en el CND, de alcance poco conocido, donde varios líderes veteranos no consideraban a Kim merecedor de semejantes cometidos por su inexperiencia e inmadurez.

Así, su extraño retiro del primer plano político hasta 1980 estaría relacionado con estas luchas de poder. Pero en el VI Congreso del CND, entre el 10 y el 14 de octubre de 1980, Kim fue oficialmente designado sucesor por su padre e ingresó en el Presidium del Buró Político y en la Comisión Militar del Comité Central, del que se convirtió de paso en secretario general, situándose como número dos de facto de la RDPC.

Removidos en apariencia los obstáculos a la promoción como delfín de su padre, Kim fue acumulando atribuciones lenta y progresivamente, convirtiéndose en: diputado de la Asamblea Popular Suprema en febrero de 1982; presidente de la Comisión Militar del Comité Central en 1984 (el 6 de agosto de aquel año Radio Pyongyang se refirió a él por primera vez «único sucesor del Gran Líder«); primer vicepresidente de la Comisión de Defensa Nacional en mayo de 1990; y comandante supremo del Ejército Popular, sustituyendo a su padre y por decisión del Comité Central reunido en su XIX sesión plenaria, el 24 de diciembre de 1991.

El 21 de abril de 1992 recibió el rango de mariscal del Ejército, pocos días después de que la prensa le aclamara como «jefe del partido, el Estado y el Ejército Popular». Esta rotundidad generó confusión en el resto del mundo sobre si las previsiones sucesorias habían tenido efectivamente lugar, y el 1 de octubre nuevas referencias del mismo tipo reavivaron la incertidumbre. En abril de 1993 la IX Asamblea Popular Suprema, reunida en su quinto período de sesiones, le nombró presidente de la Comisión de Defensa Nacional.

Desde comienzos de los años noventa el régimen animó a la ciudadanía a seguir las directrices del Querido Líder y Camarada Kim Jong Il, y se afanó en enaltecer sus virtudes de gran dirigente y de teórico principal de la teoría marxista nacional, el Juche, en previsión del momento en que el Gran Líder desapareciera. La doctrina del Juche («autoconfianza») fue formulada por Kim Il Sung como la «unión monolítica del Líder, el partido y las masas en una sóla fuerza motriz de la sociedad, con la liberación del hombre como único objetivo». Se insistía en la aceleración de esa transformación social a través de tres revoluciones, ideológica, cultural y técnica, siendo justamente las dos primeras en las que Kim Jong Il estaba jugando un papel descollante.

Sucesión de su padre en un momento crucial

Kim Il Sung falleció el 8 de julio de 1994 a los 82 años, pero su hijo, a pesar de que los medios venían refiriéndose a él como «secretario» (mientras que aquel era llamado «presidente»), no asumió inmediatamente de manera oficial ni la Secretaría General del CND ni la Presidencia de la República, continuando de momento como «dirigente supremo designado y único sucesor» del Gran Líder. Muy poco era lo que el público internacional sabía de Kim Jong Il entonces. Su relación con los actos de terrorismo de Estado arriba citados, así como, supuestamente, con ciertas defunciones misteriosas de altos responsables del partido y el Estado, conformaron una personalidad a caballo entre lo siniestro y lo enigmático.

Siempre según informaciones de los servicios secretos surcoreanos filtradas a la prensa de ese país, Kim presentaba las típicas vanidades y excentricidades de todo retoño encumbrado de dictador. Así, se aseguraba que era un fanático del cine, poseedor de una colección privada de más de 20.000 películas (entre ellas, sus favoritas, las de James Bond), y que hacía gala de un estilo de vida libertino, pródigo en banquetes y jaranas nocturnas en las que no faltaban los licores de importación y las compañías femeninas. Y ello a pesar de que se trataba de un padre de familia de esposa reconocida, Kim Jong Suk, con tres hijas y un hijo.

También, se decía, Kim estaba acomplejado con su escasa estatura, una presunta tara para las comparecencias públicas que intentaba disimular peinándose el cabello hacia arriba. Esta imagen de volubilidad e impredecibilidad suscitó en la hora de la sucesión múltiples interrogantes, tal que los observadores difirieron en sus pronósticos: de Kim tanto cabría esperar un fanático belicista como un realista impulsor de reformas, en un régimen que era, quizás, el más totalitario del mundo.

La cuestión generaba inquietud, máxime cuando Kim Il Sung había fallecido en vísperas de una anunciada cumbre histórica, arreglada por el ex presidente estadounidense Jimmy Carter, con su homólogo surcoreano, y al poco de acordar la reanudación de negociaciones con Estados Unidos para superar la última disputa entablada con la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), convertida por el dictador en una crisis internacional.

En su encuentro con Carter en Pyongyang el 18 de junio, Kim Il Sung había aceptado la parada de sus anticuados reactores de grafito, que producían uranio enriquecido sospechoso de destinarse a usos militares, la inspección por la AIEA de sus instalaciones y la suspensión de la totalidad de su programa nuclear. A cambio, Estados Unidos se había comprometido a liderar un consorcio internacional, denominado Organización para el Desarrollo de la Energía en la península Coreana (KEDO), con la misión de construir y entregar al Norte dos plantas nucleares de agua ligera -más seguras y menos susceptibles de explotarse para usos no civiles-, y de proveerle con 500.000 tn³ de petróleo bruto al año para subvenir las necesidades energéticas en el período transitorio. Estados Unidos, que asumiría los costes -estimados en 4.000 millones de dólares-, junto con Corea del Sur y Japón, accedió también a establecer en su momento las relaciones diplomáticas.

La apariencia de un liderazgo errátil e imprevisible

El inesperado óbito de Kim Il Sung, pareció poner todo esto en cuestión y, de entrada, Pyongyang anunció la suspensión sine díe de la histórica cumbre presidencial, que debería haber favorecido la conclusión del estado de guerra en la península, auténtico resquicio de la Guerra Fría, vigente desde el armisticio de 1953 y la reunificación a medio o largo plazo, algo que el Norte siempre había proclamado como un objetivo nacional sagrado. Sin embargo, el 21 de octubre de 1994 se suscribió con Estados Unidos en Ginebra un acuerdo que formalizaba las decisiones de la reunión Carter-Kim Il Sung, de manera que la KEDO pudo ponerse en marcha el 16 de diciembre.

Si el nuevo líder de Corea del Norte se avenía a respetar el documento de Ginebra, en lo que se refería a los tratos con Corea del Sur los acontecimientos que se sucedieron en los años siguientes parecieron confirmar los peores pronósticos sobre Kim, que coincidieron con su excepcionalmente larga provisionalidad. Así, el anuncio por Pyongyang el 4 de abril de 1996 de que dejaba de reconocer el Tratado del Armisticio fue seguido inmediatamente por incursiones de patrullas militares nordistas dentro de la Zona Desmilitarizada (ZDM), que hace de la frontera intercoreana la más vigilada del mundo. El 18 de septiembre siguiente se agudizó la tensión cuando el Ejército del Sur abatió a un comando de Norte, desembarcado de un submarino y en presunta misión de espionaje. Más tarde, el 16 de julio de 1997, se produjo un intercambio de disparos en la ZDM.

Ahora bien, a pesar de las provocaciones periódicas y de las amenazas de guerra, difundidas con retórica anacrónica por la Agencia de Noticias Central de Corea, que les acompañaban, los analistas avezados en los secretismos norcoreanos sugirieron que Kim sólo estaba explotando -hasta límites temerarios, eso sí- el argumento nuclear esgrimido por su padre. El nuevo dictador norcoreano debía hacer frente a una situación económica calamitosa, consecuencia de muchos años de planificación productiva irracional y de la evaporación de las ayudas exteriores, que eran todas las soviéticas y buena parte de las chinas.

Según estimaciones surcoreanas, la economía estaba en recesión desde hacía una década y sólo en 1997 la tasa fue del -6.8% del PIB. El fracaso de las colectivizaciones, la angustiosa escasez de divisas extranjeras y el impacto catastrófico de las inundaciones de 1995 y la sequía de 1997 -posibilitado por la deforestación masiva-, habían producido una gravísima crisis de subsistencias y una hambruna general cuyo alcance resultaba difícil cuantificar.

El propio Gobierno reconoció carecer de recursos para alimentar a la mitad de la población, pero desmintió los informes de visitantes occidentales sobre la muerte por inanición de entre uno a tres millones de norcoreanos desde 1995 a 1999, un extremo que a muchos observadores y diplomáticos interesados les resulta difícil de creer. Este pavoroso panorama, ilustrado con los testimonios de coreanos fugados y de chinos de la frontera sobre motines de hambre, rebeliones de unidades militares y hasta casos de canibalismo, sigue sin poder ser verificado a causa del blindaje informativo impuesto por las autoridades.

Si Kim se decantaba por el pulso exterior, a diferencia de su padre no parecía estar tan obsesionado con la cuestión de la reunificación y si ser más temeroso de una absorción por el Sur a la alemana. Esta contradicción entre la conciencia de lo urgente de la apertura al exterior y la ansiedad por la exposición a los influjos occidentales, explicaría las vacilaciones de Kim, sin descartar que la vuelta al lenguaje guerrero tuviera que ver con ciertas inseguridades de su posición interna.

En general, Kim no alteró la política decretada en los últimos años de su padre parar evitar el colapso de la economía, consistente en la creación de sociedades mixtas con compañías extranjeras, la regularización de los mercados agrícolas en los que los campesinos pueden vender sus productos hortícolas, la introducción de las primeras nociones de contabilidad autónoma en las empresas estatales y la creación de zonas de experimentación mercantilista a ejemplo de la experiencia china. Ciertamente, el Gobierno de Beijing se declaraba completamente favorable a la unidad coreana, pero también estaba ansioso de que Pyongyang abrazara sin tapujos las reformas económicas de mercado.

Desde comienzos de los noventa, el objetivo de esta titubeante apertura económica era la captación de divisas, para impulsar el comercio exterior, y de productos de consumo básico, para nutrir un mercado interior en descomposición; si bien ahora, con el desabastecimiento haciendo estragos entre la población, lo perentorio era la recepción de alimentos. Sabedor de sus bazas en tan perturbador escenario, Kim esgrimió a Corea del Sur y Estados el espantajo de una invasión militar o civil protagonizada por millones de ciudadanos famélicos para asegurarse un trato ventajoso en unas futuras negociaciones.

Consolidación en el poder y presiones exteriores

Concluido el período de duelo nacional por la muerte de su padre, el 8 de octubre de 1997 el Comité Central del CND y la Comisión Militar Central elevaron a Kim a la Secretaría General del partido, disipando las dudas surgidas en el extranjero sobre su verdadera autoridad en el régimen. Las especulaciones al respecto se habían amontonado en los meses previos por el rosario de deserciones y jubilaciones de diplomáticos y altos oficiales del partido y el Estado, que de paso coincidieron con la defunción por causas naturales de algunos veteranos muy influyentes.

El caso más notorio era el de Hwang Jang Yop, secretario del Comité Central para las relaciones internacionales y considerado el principal ideólogo del Juche, que en febrero de 1997 se fugó a la embajada surcoreana en Beijing. Como además Hwang era un pariente lejano de Kim Jong Il y la primera esposa de éste también había escapado al extranjero, se habló de una renovada inestabilidad en la cúpula del régimen animada por pugnas familiares, además de que no pasaron inadvertidas las ausencias de Kim en reuniones públicas del partido y en actos tan señalados con su 55º cumpleaños. Luego, en marzo de 1998, los medios del Sur informaron que el país se hallaba en un estado de virtual ley marcial mientras Kim lanzaba algún tipo de purga contra elementos desafectos.

Sea como fuere, el líder norcoreano pareció estar firmemente asentado en el poder desde su entronización en 1997. Esta impresión se reforzó el 5 de septiembre de 1998 (o de Juche 86, según el nuevo calendario que toma como referencia el año de nacimiento de Kim Il Sung) cuando la Asamblea Popular Suprema le elevó oficialmente a la jefatura del Estado, que hasta entonces había estado representada nominalmente por los cuatro vicepresidentes. Sin embargo, Kim no se convirtió en presidente de la República, pues una revisión constitucional había abolido este cargo y elevado al rango del «más alto puesto del Estado» a la presidencia de la Comisión de Defensa Nacional, en la que Kim fue simplemente reelegido.

En puridad, las funciones tradicionales del jefe Estado pasaron a corresponder al presidente del Comité Permanente de la Asamblea Popular Suprema, un viejo puesto ahora resucitado y que recayó en Kim Yong Nam, miembro del Buró Político del CND. Con ello se consagró la primera dinastía comunista en la historia, pero de una lectura más profunda se desprendía que al convertir un órgano relacionado con el Ejército en el decisivo, el régimen convertía a aquel en un pilar fundamental, como mínimo de igual importancia que el partido.

Estos desarrollos internos tuvieron algún efecto dinamizador de las renqueantes negociaciones exteriores, ya que el 5 de marzo de 1997 se produjo un encuentro intercoreano a nivel de ministros de Exteriores en Nueva York, el 26 de noviembre Corea del Norte y Estados Unidos celebraron conversaciones de alto nivel en Washington, y el 9 y el 10 de diciembre siguiente Ginebra fue el escenario de las primeras conversaciones cuatripartitas, esto es, ambas Coreas, más Estados Unidos y China, con vistas a un tratado de paz.

La segunda ronda de estas negociaciones se celebró entre el 16 y el 21 de marzo de 1998, pero no arrojó ningún resultado por la intransigencia del Norte en sus tradicionales reivindicaciones: la retirada previa de los 37.000 soldados estadounidenses del Sur y el establecimiento de un tratado de paz con Estados Unidos por separado. El diálogo estrictamente intercoreano lo reanudaron los respectivos viceprimeros ministros en Beijing el 11 de abril de 1998, el primero a ese nivel desde julio de 1994, pero seis días después se rompió entre reproches mutuos. La delegación de Pyongyang acusó a la de Seúl de mezclar cuestiones políticas con lo que aquella consideraba el verdadero tema sustancial, el envío de alimentos al Norte.

Entonces hacía más de un mes que el Sur estaba presidido por Kim Dae Jung, el veterano dirigente de oposición que había ganado su cuarto intento presidencial con la promesa de hacer todo lo posible por sellar la reconciliación coreana. El 31 de agosto de 1998, cuando más factible parecía un avance decisivo en las mesas de negociación, Pyongyang asombró al mundo con el lanzamiento de un misil balístico que sobrevoló el archipiélago nipón, a la altura de la isla de Honshu, para caer presumiblemente en el océano Pacífico.

El incidente encolerizó al Gobierno japonés, que suspendió su participación en las negociaciones cuatripartitas y en la KEDO, asustó al surcoreano, quien por el contrario mantuvo sus contactos económicos y culturales, preocupó a China y Rusia y alarmó profundamente a Estados Unidos, que congeló todos sus compromisos con el país.

Días después Pyongyang reconoció el lanzamiento con éxito de un cohete de largo alcance, el Taepodong 1, con la misión de poner en órbita un «satélite artificial de comunicaciones», que los países extranjeros tomaron «erróneamente» por un ensayo militar de misil balístico. Estados Unidos y Japón calificaron de «ridícula» esta versión, pero el Ministerio de Exteriores surcoreano no estaba tan seguro. El caso es que el 9 de septiembre Kim presidió los fastos del 50ª aniversario de la RDPC, con el supuesto satélite artificial convertido en el último florón de la parafernalia revolucionaria.

En las capitales concernidas se hablaba por lo bajo de «chantaje nuclear», más cuanto que Pyongyang amenazaba con vender misiles a terceros países que, como la propia Corea del Norte, figuraban en la lista negra de Estados Unidos. Al igual que hiciera su padre en 1993 cuando se desvinculó del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), se insistía en que Kim estaba sondeando el compromiso de Estados Unidos en la defensa de Corea del Sur y de paso presionándole para el levantamiento de las sanciones comerciales.

En la presente circunstancia, Kim habría advertido a Washington contra el retraso en los envíos petroleros de la KEDO, que arrastraba apuros financieros, y la insuficiente ayuda humanitaria, que el país necesitaba desesperadamente. De momento, a comienzos de octubre los dos países iniciaron rondas de conversaciones centradas en la proliferación nuclear, mientras que días después se reanudaron las negociaciones cuatripartitas de Ginebra sobre el tratado de paz.

Hacia la reconciliación con el Sur

A mediados de junio de 1999 se produjeron escaramuzas entre unidades navales del Norte y el Sur que movilizaron a los efectivos de Estados Unidos en la zona, pero antes de acabar el mes delegaciones de los dos países reanudaron las conversaciones en Beijing. Kim seguía practicando su peligroso juego de combinar, sin solución de continuidad, las bravatas guerreras y el talante negociador. Pero, sutilmente, la situación evolucionaba en una dirección positiva.

La inquebrantable voluntad de reconciliación de Kim Dae Jung jugaba en favor del arreglo, así como la actitud componedora de Estados Unidos. El 24 de septiembre Pyongyang anunció finalmente la suspensión de sus lanzamientos de cohetes (o pruebas de misiles balísticos, si se prefiere) en tanto durasen las conversaciones con Estados Unidos. Días antes Washington había anunciado la suavización de su embargo económico.

La perspectiva de un encuentro personal inminente entre los dos presidentes coreanos cobró intensidad cuando el 31 de mayo de 2000 Kim Jong Il realizó una visita secreta a Beijing, su primera salida al exterior desde que llegó al poder, y muy probablemente la primera desde junio de 1983, cuando estuvo dos semanas en la capital china. La visita tenía todo el aspecto de una consulta de cortesía al único país que podía considerarse aliado de Corea del Norte, aunque este vínculo se había resentido de la fructífera relación establecida por China con Corea del Sur desde el establecimiento de relaciones diplomáticas en agosto de 1992.

El histórico encuentro intercoreano tuvo lugar en Pyongyang entre el 13 y el 15 de junio de 2000. Kim Jong Il, que engalanó el evento con las movilizaciones de masas tan gratas al régimen, se mostró sumamente cordial con su invitado; valga mencionar que, en un gesto impropio de él, lo recibió personalmente a pie de pista en el aeropuerto. De hecho, Kim pareció encantado en su insólito papel de estrella internacional, consciente del impacto dramático que cada uno de sus gestos podía producir en ambos países y del concepto de hombre esquivo y misterioso que el mundo se había creado de él. Relajado y con buen humor, el dictador norcoreano incluso se permitió bromear sobre su aversión a salir ante las cámaras de televisión extranjeras.

El 14 de junio los presidentes firmaron un Acuerdo de Reconciliación que, si bien no contenía puntos concretos de carácter diplomático o militar, sí contemplaba un amplio elenco de medidas de confianza para rebajar tensiones, mediante el relanzamiento de los intercambios económicos, culturales y deportivos. La más significativa, por su carácter emocional, era la autorización de desplazamientos de particulares a ambos lados de la frontera para reunirse con familiares separados desde la guerra de 1950-1953.

Estos reencuentros, de honda repercusión social, comenzaron a partir del mes de agosto. Otra medida afectaba a los prisioneros de conciencia respectivos, cuya repatriación a uno u otro lado sería negociada «sin interferencias exteriores». Por lo demás, los presidentes prometieron trabajar conjuntamente para alejar el fantasma de la guerra en la península y lograr la reunificación nacional en fecha no especificada.

Extensión de la apertura a Occidente

El principio de reconciliación con el Sur tuvo repercusiones positivas con los demás países occidentales. Se establecieron relaciones diplomáticas con Italia y Australia, comenzaron conversaciones en la misma dirección con el Reino Unido y Canadá, y se reanudaron las relaciones con Japón, suspendidas desde 1992. Por otro lado, el 27 de julio el país fue admitido en el Foro Regional de la ASEAN (FRA), creado por esta organización comercial del sudeste de Asia para discutir cuestiones de seguridad, coincidiendo con su reunión en Bangkok. Y tres días después comenzó en Seúl la primera ronda de negociaciones a nivel de ministros para desarrollar los acuerdos de Pyongyang. Pero el frenesí diplomático no acabó ahí.

El 19 de julio Kim, que parecía haberle cogido gusto a salir en los medios, recibió al presidente ruso Vladímir Putin y le comunicó otra sorprendente novedad: Corea del Norte estaría dispuesto a abandonar su programa de misiles a cambio de la ayuda internacional para desarrollar un programa espacial civil. Putin se marchó convencido de que la propuesta era «digna de tener en cuenta», y así se lo transmitió a su homólogo estadounidense, Bill Clinton. El 24 de octubre fue el país americano el que envió una delegación de alto nivel, con la secretaria de Estado Madeleine Albright a la cabeza, para explorar las pretensiones del mandatario norcoreano.

En esta segunda recepción histórica a un dirigente occidental, Kim volvió a impresionar y a halagar a sus huéspedes con masivos desfiles de ovación para demostrar la adhesión inquebrantable de la nación a su líder. Tras reunirse con él, Albright dijo que Kim le había prometido poner fin a los lanzamientos de cohetes Taepodong. Coronando un año de éxitos para el otrora denostado dirigente, cuando el Comité Nobel de Oslo concedió el premio de la Paz al presidente surcoreano añadió un comentario reconociendo la «contribución de los líderes de Corea del Norte y otros países en pro de la reconciliación y la posible unificación» de las dos Coreas.

Kim Jong Il es dos veces Héroe de la RDPC y está en posesión de la Orden Kim Il Sung (por triplicado en este caso), así como de otros muchos títulos nacionales y extranjeros, además de sendos doctorados honoríficos por las universidades peruanas Checlaeo (1986) e Inca Garcilaso de la Vega (1986). Las biografías oficiales le atribuyen la autoría de hasta cuatro decenas de gruesos volúmenes de ensayo político y poesía revolucionaria, que incluyen tanto análisis del Juche como panegíricos a la obra de Kim Il Sung.

Kim Jon Il: “El líder norcoreano expuesto en el libro de su cocinero”

 

Publicado en El País – Digital. Montevideo, Uruguay.

Lunes 28 de julio de 2003. Año 85, Nº 29.442.

 

Tokio, 28 – El libro de memorias «Yo, chef de Kim Jong Il», que acaba de ser publicado en Japón por el ex cocinero del líder norcoreano, se convirtió en un éxito editorial por sus sorprendentes revelaciones sobre los caprichos que rigen la vida privada del anacrónico dictador.

El libro, publicado hace alrededor de un mes, está creando también incomodidad, resentimiento y rabia entre los coreanos residentes en Japón y fieles a Pyongyang, ya que sus datos se consideran atendibles.

El autor, un japonés que firma con el pseudónimo de Kenji Fujimoto, fue durante 13 años cocinero personal de Kim Jong Il, y conoce una mina de informaciones que van de lo picante a lo grotesco sobre la vida del hombre que lidera un país de 21 millones de habitantes condenado desde hace ocho años a la hambruna y el fracaso económico.

«Es un secreto a voces en Corea del Norte que Kim Jong Il es el verdadero problema del país: un viejo muchacho vicioso que se hunde en el lujo y pasea de noche en Porsche, en una Pyongyang oscura desde hace años por los permanentes apagones», dijeron hoy en Japón fuentes cercanas a Corea del Norte, que pidieron permanecer anónimas.

El chef japonés, elegido personalmente por Kim Jong Il por su habilidad para preparar deliciosos sushi, trabajó en sus palacios desde 1982 a 1993, hasta convertirse en su amigo y confidente. Tanto que recibió como esposa a una de las más hermosas bailarinas del país, entre otras destinadas a entretener al jefe y los máximos dirigentes en los banquetes.

Fujimoto cuenta la pasión de Kim por los lomitos de atún, y sus viajes al exterior para conseguir materia prima destinada al exigente paladar del jefe: caviar de Irán y Uzbekistán, melones y uvas de China, papaya de Tailandia y Malasia, cerveza de la ex Checoslovaquia, cerdo de Dinamarca, peces de todo tipo de Japón. Y describe los placeres dignos de las Mil y Una Noches con bailarinas desnudas que entretenían a los comensales.

Mientras cada año cientos de miles de norcoreanos morían de hambre, ríos de alcohol salían de las bodegas del presidente, que contenía más de 10.000 botellas de vinos finos. Uno de los menúes para el almuerzo que cita el chef incluía sopa china con aletas de tiburón.

Pero Kenji Fujimoto no se limita a las anécdotas sobre la vida privada de Kim. También confirma rumores recurrentes sobre algunos hechos referentes a la vida del líder: como un accidente casi mortal en 1992, cuando cayó de uno de sus caballos blancos, perdió el conocimiento y se fracturó una clavícula.

Además asegura que es cierta la existencia de un tercer hijo, además de los dos ya conocidos, nacido de la relación de Kim con una ex actriz y espléndida mujer, casada en segundas nupcias.

Kim Jong Woon tiene ahora 20 años, se parece a su padre como dos gotas de agua y es su preferido, tanto que sería su heredero designado en desmedro de su hermano mayor, Kim Jong Chul, de 22 años y hasta ahora considerado por muchos analistas como el más firme candidato a la sucesión. «No creo-escribe Fujimoto-, su padre lo trata de mujercita».

Mientras tanto, cayó en desgracia definitiva el hijo de Kim nacido de su primer matrimonio: se trata de Kim Jong Nam, de 33 años, expulsado de Japón en mayo de 2001 tras intentar entrar con un pasaporte falso para visitar Disneyland. Desde entonces está refugiado en China para no exponerse a la ira de su padre y al desprecio de la población

El chef revela además un grave incidente en 1995, en una central nuclear norcoreana, con masivas fugas radiactivas. Kim Jon Il se quedó blanco y sin palabras cuando el jefe de la propaganda del régimen le informó, el 30 de diciembre de ese año, que obreros y técnicos habían perdido dientes y cabellos tras la exposición a las radiaciones.

Sospechoso de hacer un doble juego, después de haber sido contactado en 1995 por la policía japonesa durante un viaje a Tokio para conseguir buenos bocados para la mesa de Kim, Fujimoto volvió a Corea del Norte.

Sin embargo, decidió abandonarla en abril de 2001 para repatriarse definitivamente, con la excusa de que partía en busca de la materia prima necesaria para preparar el mejor sushi. Desde entonces, se dedicó a su libro de memorias.

Ahora, vive oculto y discretamente protegido, por miedo a que sicarios de su ex jefe de extravagancias y lujos lo condenen a muerte por traición. ANSA.

 

(Textos leídos a principios del siglo XXI…

Nidia Orbea de Fontanini / 2003.)

[1] Página/12 (Suplemento de cuatro páginas, Año I, Nº 27, domingo 21 de abril de 1991. “Chernobyl – La sombra nuclear” por Hernando Albornoz.

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