Estás aquí
Inicio > Literatura > Autores Argentinos > SUSANA BALLARIS – Escritora, educadora por el Arte

SUSANA BALLARIS – Escritora, educadora por el Arte

Ayer

05-09-1985: carta.

Edición compartida

“13. María, viaja…”.

“14. El vagón de tren abandonado”.

Señales de su trayectoria.

Distinciones:

Obras publicadas:

Noviembre de 2004:  seguimos cerca.

“Las zapatillas florecidas”.

“Porque yo soy poeta”.

“Barrio Los Membrillos”.

“Estrellitas con azúcar y limón”.

“Doña Etelvina”

“Membrillos de luz”.

“El cuento”.

“El tren amarillo”.

“Yo… estuve allí”  – Poema.

Mayo de 2006: desde Rosario

“La voz en la esquina”.

“Nosotros tres”.

“Transparencia”.

Día del Idioma – Mensaje hacia Jujuy.

“Abuela Carlota”.

Pájaros rojos en la ventana.

“Dudas”

Seguimos cerca.

“El  hombre con saco y sombrero”.

 

Ayer…

Conocí a Susana Ballaris a principios de la década del ’80…

En 1984, se integró al proyecto “Encuentros con escritores en las Escuelas” impulsado por la Coordinadora de áreas de Educación de Educación y Cultura del ministerio de Educación provincial (R.M. Nº 322/84) y pertinente al Plan Trienal de Cultura  aprobado por el subsecretario Dr. Jorge Alberto Guillén.

05-09-1985: carta…

En la “Cofradía de los Duendes” están archivadas las cartas de escritores de distintas provincias argentinas, de España, Italia y Brasil…

Desde Gálvez, el 5 de septiembre de 1984, Susana Ballaris envió una carta a Nidia:

Hoy recibí su carta que me llenó de alegría.  Es lo que siempre he buscado, dar el mensaje de que los demás vean a los niños que necesitan tal cual son, que atrás quede la soberbia y sólo la humildad.

En este momento estoy preparando un trabajo para poder publicar que se llama “Moños rojos”

Donde se habla en forma breve y sencilla la importancia de dos moños rojos para diferenciarse una niña pobre de los demás.  Pero hace tres años que quiero publicarlo y no sé cómo hacerlo.  Yo soy maestra de primer grado, prácticamente me especialicé en primero y quisiera que los demás vean la dulzura del niño de seis años, la importancia de entenderlo.  Pero tampoco supe si lo mío valía o no.  Un día se hace un concurso y vuelvo a escribir algo tremendamente sencillo, donde El Señor Gastón Gori, era el jurado y saco una mención.

…………………………………………………………………………………………………………..

Edición compartida…

Un grupo de autores relacionados con el CEL (Círculo de Escritores del Litoral) co-operó para la edición del libro “Desde Santa Fe… para los niños” que incluyó obras de autores de distintos departamentos.

Distribuido sin cargo en escuelas de distintos departamentos durante el desarrollo del Plan Cultural 1987 aprobado el 16 de marzo de 1987, Resolución Ministerial Nº 129 firmada por el ministro de Educación y Cultura Dr. Juan Carlos Gómez Barinaga (Plan desarrollado por primera vez en la provincia de Santa Fe por iniciativa del Equipo de Educación y Cultura de la Confederación General del Trabajo Delegación Regional Santa Fe conducida por Agustín Raúl Sarla; en co-operación con diversos gremios, asociaciones intermedias, artistas… y en el programa Ecología coordinado con el Señor Héctor Pertovt del Centro de Protección de la Naturaleza y dependencias provinciales y municipales.

 

En la segunda parte, “Narrativa”, dos relatos de Susana Ballaris: “13. María viaja” y “ 14. El vagón de tren abandonado”.

 

“13. María, viaja…”

María vive en una pieza llena de muebles, recuerdos de unos, recuerdos de otros.

Un mesón, una cama y un ropero.  Al lado del ropero una mesita de luz.  Un diván medio roto.  Tres sillas y un sofá.

No tiene nada de lujo.  Pero ayer hizo una compra: una radio pequeña y moderna.

Temprano prepara el desayuno y coloca la radio a su lado.

El locutor con una voz muy simpática, saluda.

-¡Buenos días! –y la música inunda la habitación.  Todo se llena de luz.  La música sube por la ventana y se hamaca sobre el piso.  Parece el murmullo del agua que choca en puentes rodeados por flores.

El sol ya no está afuera, está adentro, sobre la cama y sobre el ropero.

La música se pega en el espejo y cambia de color con los rayos solares.  El corazón de María se agranda y cada pedacito de él parece tocar los rincones de la pieza.

En esa pieza barata y deslucida, limpia, friega, lava y por ahí se ríe a carcajadas de felicidad.

Llega la hora en que ha de ir a la feria.  Apaga la radio y tomando un trapito la limpia.  Abre el ropero y la guarda muy atrás, en el fondo, con la ropa más linda.  La feria la espera con su cantidad de cosas.  Compra algo aquí, algo allá.

De pronto, escucha la conversación de dos mujeres que saldrán de viaje.  Por unos minutos María imagina lugares hermosos y hasta piensa qué pondría en su valija.  Las mujeres se alejan charlando, apuradas.  María, no, todo o hace pausadamente.

Toma con su mano derecha el bolso y vuelve.

Abre la puerta de su casa.  Todavía en sus oídos está la conversación de las dos señoras muy bien vestidas, que estaban en la feria.  Ella nunca viajó y siente dentro de sí, algo que no sabe precisar.  ¿Es envidia?  No, solamente es tristeza.

Coloca el bolso sobre la mesa.

Busca la radio en el interior del ropero, la vuelve a limpiar con la manga de su saco y la coloca sobre el mesón.

La voz de otro locutor hace oír las noticias del día.

¡Cuántas cosas ocurren en su país!

Su país querido, es hermoso.  De él, ella ha escuchado hablar a la gente, lo conoce por las fotos en las revistas.  Su país… su país es su habitación, su pequeña ciudad.

Sus calles con algunos manzanos en flor, las recorridas en la infancia y en la adolescencia.  Sus vecinas, quienes han visto correr su vida, sin muchas sensaciones. Mueve el dial y busca distintas voces, distinta música.

¡Cuánta gente puede vivir dentro de ese pequeño aparato!  Una voz melodiosa comienza a cantar y María comienza a viajar.  Se convierte en alguien importante: Es escritora…, es bailarina… es amada.  Se levanta, se mira al espejo.  Se prueba un pañuelo de colores brillantes, un prendedor… y peina su pelo enrulado.  Hace muecas y sonríe.

La radio… la radio, por unos minutos la hace sentir una mujer coqueta.  Una viajera…

Sueña con un mar verde, olas que golpean y caracoles y granitos de arena que saltan alegres.

(Así leyó en alguna novela).

 

Sueña con campos celestes y amarillos.  Mueve su cuerpo algo pesado y baila.  Tiene el corazón lleno de gozo  ¿Y si hace algunos cambios en su pieza?  ¿Y si compra algunas flores y busca algún recipiente lindo y adorna su  mesa?   ¿Y si compra algunos metros de hule rojo y “aviva” el lugar?  ¿Y si en la parte exterior de su ventana coloca macetitas con mucho verde?

María está feliz.  Cuando vaya a la feria, se pondrá su pañuelo de colores y su prendedor.  Peinará con más esmero su pelo enrulado.

Porque ayer, no sólo compró una radio pequeña y moderna.  Ayer compró un pasaje a la ilusión.

María, con su pieza llena de muebles, recuerdos de unos… recuerdos de otros… Un mesón, una cama y un ropero.  Al lado del ropero, una mesita de luz.  Un diván medio roto.  Tres sillas y un sofá.

María en su pieza… también viaja.

¿Usted quiere viajar con María?

Es fácil y divertido: ponga en su equipaje la alegría de su corazón.” p.79-80

 

* * * * * * * * * *

 

“14. El vagón de tren abandonado”

Nuestro grupo estridente de ocho a doce años, conversa alegremente sobre los distintos lugares donde podríamos pasar la tarde libre.  En definitiva, decidimos ir a cazar pajaritos.  Caminamos por un sendero verde, con orillas empedradas.

Bajo los ladrillos viejos, inundados de negro, duermen bichitos bolitas.  Alguna espina se prende a nuestros pantalones, pero no importa, seguimos igual.  El aire es frío, pícaro y algunas nubes avisan que está cerca una lluvia, adormecida por el canto de los pájaros.  Algún rayito de sol trata de repartirse en los pocitos del camino.  Pateamos algún cascote golpeando cajas andariegas y saltamos sobre algún tejido.  El río próximo, parece pintado con tierra.  Muy cerca, algunos vagones de trenes están adornados con ropa de todos colores, tendidas en sogas.  En la puerta de uno de ellos, un niño solitario dormita con los codos apoyados sobre las rodillas.

Hay “algo” en ese niño, que me llama.

Marcelo, Juan, Enrique, Martín… siguen caminando.  Yo no puedo.  Me acerco y pregunto al niño rubio… un tanto pelirrojo:

-¿Qué hacen allí?

Mis compañeros gritan mi nombre:

.-¡Miguel! ¡Miguel!

-Ya voy, les contesto.

El niño me cuenta que al encontrar este vagón abandonado, hicieron su hogar entre las bandadas de gorriones, porque perdieron todo con la inundación.  Me dice su nombre ¡Ángel!  Detrás aparece un anciano barbado.  Ángel y el anciano forman un dúo amoroso.  La conversación es tan interesante que ya casi no veo a los compañeros de la escuela, en esta tarde de sábado.

 

El  hombre mayor narra cuando vivía en su casa cuando el Puente Colgante se erguía cobijando a pájaros, esperando estrellas, remolinos de agua y palomas encendidas de viento. Cuando él lo cruzaba con su mujer, arreglándose los anteojos o la pipa.

El niño dice tener seis años.  Extraña su patio, los rosales, sus juguetes… mojados, y su perro que quedó perdido en algún lugar.  Recuerda: “el perro era de color marrón e invitaba a perderme en las calles arenosas, buscando nidos con pedacitos de nubes”.

Me siento mal ante tanta desolación y como nunca, no veo las horas de volver a casa.  Allí en el patio me cobijará mamá, tendré en la mesa la compañía de papá, estarán los malvones florecidos en sus macetas.  Me despido.  Rehago el camino pateando cascotes, saltando algún yuyo, demasiado alto.

Al llegar la hora de la cena, no tengo apetito.  Recuerdo al niño sentado frente al vagón y siento ganas de llorar.  Pienso que el perro se pudo perder en algún remolino de agua.  Me molesta sentir el calor de la estufa y ver las paredes blancas, demasiado blancas.

A la mañana siguiente, como todas las mañanas, me encuentro en la esquina con Marcelo, Juan, Enrique y Martín.  Me preguntaron por qué los abandoné el día anterior.  NO contesté.  ¿Lo entenderían ellos?

Luego de almorzar, corrí por el sendero hasta el baldío impregnado de lombrices, de hojas que el viento acuesta sobre la verde gramilla.

Cuando llegué hasta la última calle asfaltada, busqué ansiosamente los vagones.  Otra vez el hombre mayor vuelve a contar sus recuerdos mientras los niños escuchan atentamente.  El río se dibuja debajo del puente, las estrellas se abrazan con las nubes, los troncos guardan la humedad. Ángel está triste… Decido regresar a mi casa.

Entro a mi pieza, busco “algo” que me permita quitar de mis ojos la sombra del niño rubio.  Desde la repisa me mira el perrito de felpa. Tiene las orejas mordidas.  Lo tomo, lo pongo en un bolso y salgo corriendo. Unos gorriones mansos saltan a mi lado como si buscaran compañía.  Llego al vagón y llamo:

-¡Ángel!  ¡Ángel! –tiro el bolso y regreso. Al dar vuelta mi cabeza, veo que mi amiguito está abrazado al juguete.

Me encontré con el anciano al día siguiente y me dijo que Ángel y el perrito “durmieron” toda la noche.

Las obligaciones escolares, la amistad con Marcelo, Juan, Enrique y Martín, me arrancan de los vagones donde duermen los inundados.  Con el tiempo quedarán vacíos, hasta que haya nuevas inundaciones.

Cuando alguien me nombra el sustantivo “río” que amenaza con subir sobre las tierras mansas, sin defensas, sufridas y miedosas…, esas tierras que aguantan torrentes de agua sin poder gritar… cuando veo alguna postal del Puente Colgante en algún negocio, recuerdo al niño y al anciano.  Pienso en el perrito que habían perdido, en el mío de felpa, con las orejas mordidas.

Pienso que un vagón de tren abandonado me enseñó a dar amor.

Ahora, siento amor por el suelo, por los senderos con ladrillos viejos, inundados de negro, donde duermen bichitos bolitas.

Quiero dar algo de mí, para ver florecer una sonrisa… una sonrisa que pasee en un baldío, mitad pájaro, mitad hierro.

 

(Es oportuno rememorar que la pujanza del agua en la Laguna Setúbal, al noreste de la capital santafesina, durante la primavera de 1983 siguió erosionando los cimientos del “Puente Colgante” y conmovió el derrumbe… Décadas después, ese sector fue reinstalado como “puente rígido”.   / nof.)

 

Siento el impulso de aproximarme más a su  trayectoria

para destacar su perseverancia y su talento.

Nidia ¡amiga a perpetuidad!…

 

Señales de su trayectoria…

SUSANA BALLARIS: “Profesión docente, ejerció en las escuelas de las localidades de Loma Alta, Providencia, Bernardo de Irigoyen y Gálvez. En Gálvez en las escuelas Nro. 305 – 2041 – 6034 – 290 y 877.

    • En 1986: autora de la letra de la Canción de Gálvez.

Siendo docente de la Escuela Nº 290, abrió una ventana “como cuenta la poesía de José Pedroni” y dejó plasmado su trabajo en el libro “MOÑOS ROJOS” – junio de 1994. Dicha actividad fue seleccionada en el 2do. Congreso Internacional de Promoción de la Lectura y el Libro – Feria del Libro – Buenos Aires 17-04-98.

Colaboró en diarios, revistas, radios y televisión por cable.
Fundadora del TALLER DE LECTURA “CUENTA CUENTOS”, en el año 1996.

Presentó historias de protagonistas galvenses en el “III Congreso de los Pueblos de la Provincia de Santa Fe”, 1998.

Participó en Congresos de Lectura en 1998 y 2002.

Participó en numerosas antologías en los años 1984-2003: Gálvez, Santa Fe, Rosario y Buenos Aires.

Trabajó con niños en Talleres de Lectura (2004-2005), en San Eugenio y López.

Participó en las Jornadas Libres en la Facultad de Humanidades de Rosario.

Distinciones:

    • 1984: Mención cuento “Esperanza” Medalla de Plata – Concurso de cuentos “Dr. José Gálvez” – Gálvez, provincia de Santa Fe.
    • 1998: Premio “SANTA MARGARITA DE ESCOCIA”, Literatura.

—- Primera Mención de Honor Género Cuento “Caramelos de Frutillas” (San Cristóbal – Santa Fe)

Obras publicadas:

En negritas, los reiterados en esta aproximación a la trayectoria de Susana Ballaris.

 

    • 1987: Moños Rojos  (143 páginas) Primera Edición, Imprenta Chiozzi, Gálvez (Prov. de Santa Fe).      Segunda  edición, 1994. En una página voladora, en el año 2005, destacaron: “Siendo docente de la escuela Nº 290 “ABRIÓ una ventana”, como dice la poesía de JOSÉ PEDRONI. / Y dejó plasmado dicho trabajo en el libro MOÑOS ROJOS.  Dicha actividad, fue seleccionada en el segundo CONGRESO INTERNACIONAL DE PROMOCIÓN DE LA LECTURA Y EL LIBRO-FERIA DEL LIBRO DE BUENOS AIRES 17-04-98.
    • 1994: Colección “Besitos de Azúcar” Libros de Bolsillo

“La frutilla india” – Duplicaciones Rey – Gálvez

“Caravanas de cebollas” – Duplicaciones Rey – Gálvez

    • 1997: Colección de Revistas – “Los Jóvenes de Ayer” – Testimonios – Duplicaciones Altinger – Gálvez.

Colección “El Mundo de los chicos” – Duplicaciones Rey (Gálvez, Santa Fe).

    • 04-09-1997: Lanzamiento de la colección en el Liceo Municipal de Gálvez. Prof. Víctor Hugo Carrivale.

(Cada cuento fue ilustrado por un artista diferente y también presentado en distintas escuelas. La Directora de Cultura de la Municipalidad de Gálvez acompañaba a Susana en todas las presentaciones. La colección se generó con enormes esfuerzos: “…Vendiendo los libritos a un precio módico de tres pesos. Tiene una calidad de papel y unos colores las tapas muy llamativo. Elegíamos con la imprenta galvense el color de las palabras, las distintas sensaciones que ellos nos dejaban.”)

    • 1997: “Porque yo soy Poeta” Ilustrado por Aurora Schmidt.

(Presentado el 24-10-1997, en el “Mes del Discapacitado”, en la Escuela Especial Nº 2041 de Gálvez.)

    • 1997: “Juanito en su esquina feliz” Ilustrado por Inés Bonantini.

Presentado el 04-09-1997 en el Liceo Municipal de Gálvez (provincia de Santa Fe): “…“…los chicos con capacidades diferentes dramatizaron a Juanito y hasta el personal directivo hizo una torta para compartir con Juanito y su pelota Nro 5… chicos con sus sillas de ruedas y otras incapacidades al dramatizar pasaron una pequeña parte de una esquina con sus glicinas.”  En una “página voladora”: “Cuento: Juanito en su Esquina Feliz. Soy Juanito y vivo en un barrio con mil esquinas.  Cuando hay sol, me gusta pelotear y cuando llueve juego con mis barquitos de papel.  ¿Quieres encontrarme?  Estoy en la tapa de un libro de cuentos, me dibujó: Inés Bonantini y escribió mi historia: Susana Ballaris.  Ah… y estoy en todas las bibliotecas de las escuelas galvenses y en muchos lugares del país.  Te espero.  Vivo en la colección: ‘El Mundo de los chicos’.”

    • 1997: “Abuela Carlota” Ilustrado por Alicia Savino.

Presentado en el Jardín Nucleado Nº 108, el 07-11-1997. Susana Ballaris refiriéndose al cuento “Abuela Carlota”, destacó: “…trata de una abuela que llega siempre en tren y tiene un olor particular hasta que los chicos-sus nietos-se dan cuenta que tiene el aroma a los eucaliptus. Tiene el aroma a las estaciones de trenes. /  Ellos nunca habían viajado pero la abuela venía dos veces al año y ellos la veían bajar sin saber qué había detrás de ella.

    • 1998: “Un sol en la mirada” Ilustrado por Elba Serafini de Burgos.

Página voladora: “Cuento: Un sol en la mirada.  / Escribió mi sueño de tener una bici nueva con muchos colores: Susana Ballaris y me ilustró: Elba de Burgos. Estoy en la tapa de un libro de cuentos y en la Biblioteca Popular y en todas las bibliotecas de las escuelas galvenses y en muchos lugares del país.  Todavía estoy en la colección: ‘El Mundo de los chicos”.”

    • 1998: “Barrio Los Membrillos” Ilustrado por Rosana Giovanini.

(Presentado en la Escuela Primaria Nº 6034 “Poeta José Pedroni” de Gálvez. Página voladora: “Cuento: Barrio ‘Los Membrillos’ / Hola… te invito a conocer el barrio LOS MEMBRILLOS. Me dicen ‘Pelado’ y estoy en la tapa de un libro de cuentos… en la Biblioteca Popular y en todas las bibliotecas de las escuelas galvenses.  También en muchos lugares del país.  Y  en la colección: ‘El mundo de los chicos’. Contó mis travesuras: Susana Ballaris e ilustró: Rosana Giovanini.”)

    • 1998: “Mi pancita llena de nubes” Ilustrado por Olga Pecile.

(Presentado el 26-06-1998 en SACRA – Sindicato de Amas de Casa de Gálvez. En el Taller Integrado para Discapacitados en junio de 1998; realizado por una docente del área del Liceo Municipal. “…Mi pancita llena de nubes es un cuento referido a los sueños de un niño:  Luis y el deseo de hacer su viaje de último año de primaria…”

    • 1999: “Caramelos de frutilla” Ilustrado por Lydia de Mercado.

(Presentado el 20-10-1999, en el Liceo Municipal de Gálvez.)

Colección “Sueños Mágicos”

    • 1998: “La almohada cuentera” Ilustrado por Mónica Gerbaudo.

(Presentado el 30-10-1998 en la Escuela Nº 877 de Gálvez.

Página voladora: “Cuento: La almohada cuentera  / ‘Hola… voy a ir a devolver la almohada, porque cuenta todos mis secretos. Camino sobre las luces y las sombras y los colores que cambian según las horas. / Cruzo el pueblo en tan solo dos pasos!’  Vivo en una colección nueva: ‘Sueños Mágicos’. Me ilustró Mónica Gerbaudo y escribió mi historia Susana Ballaris, Estoy en la tapa de un libro de cuentos y en la Biblioteca Popular y en todas las bibliotecas de las escuelas galvenses y en muchos lugares del país.”)

    • 1999: “Pájaros rojos… en la ventana” Ilustrado por Viviana Qüesta.

(Presentado el 15-06-1999 “Día del Libro” en la Escuela Nº 290 donde cursó estudios primarios el poeta José Pedroni.

Página voladora: “Cuento: Pájaros rojos… en la ventana. / Me ilustró Viviana Qüesta y escribió mi historia, Susana Ballaris.  Estoy en la tapa de un libro de cuentos.  Me llamo Rulo. ‘Estoy en la Biblioteca Popular y en todas las bibliotecas de las escuelas galvenses y en muchos lugares del país abriendo ventanas, dejando entrar el aroma al campo como decía el poeta José Pedroni. Nueva Colección: ‘Sueños Mágicos’.”

    • 2001: “Estrellitas con azúcar y limón” Ilustrado por Sebastián Gorosito.

(Presentado el 11-07-2001 en la Escuela Nº 6035 de Gálvez.)

    • 2004: “Las zapatillas florecidas”. Ilustrado por Alicia Savino.

(Presentado el 18-08-2004 en el Colegio del Sol.)

    • 2005: “Doña Etelvina. Ilustrado por Víctor H. Carrivale.

(Presentado el 30-05-2005 en el “Mes de la Patria, en la Escuela Nº 305 de Gálvez.)

    • 2006: “Membrillos de Luz”. Ilustrado por Rosana Giovanini.

(Presentado el 28-10-2005 por la Dirección de Cultura y Escuela Rurales, en la Biblioteca Popular Dr. Andrés Egaña de la ciudad de Gálvez.)

 

Noviembre de 2004:  seguimos cerca…

Antes para lograr una comunicación a distancia, sin teléfonos, era necesario escribir una carta que llegaría al destinatario mediante el servicio de Correos, si antes no la perdían sin que nadie explicaba cómo ni ¿por qué?…

Después los avances tecnológicos generaron otros medios y a fines del siglo veinte, la red de redes conecta inmediatamente si están disponibles todos los recursos…

Así seguimos dialogando:

 

“HOY, TE LO OBSEQUIO… COMO PRIMICIA.

éste fue el último presentado el día 18 de agosto…

TODOS nacen en un barrio

llamado LOS MEMBRILLOS,

y luego desarrollan distintas situaciones de chicos.”

(Mensaje recibido el jueves 4 de noviembre de 2004,

en mitad de la tarde, mientras llovía

y el viento movía las lozanas hojas…

Esa  noche, seguimos dialogando…)

 

“Las zapatillas florecidas”

Cuento

Autora: SUSANA BALLARIS                                                                                                                                                                                     MORENO 841                                                                                                      GÁLVEZ (2252)                                                                                              sballaris@cablenet.com.ar

 

Mis pies.

Los  miro   hace  un  largo rato.

Están  metidos  o  más  bien  enchufados  en  dos zapatillas

Las    zapatillas  tienen  agujeros.

En   el  agujero   de   la   izquierda,  el agujero  es grande  y  deja  ver el  dedo  gordito  de  mi pie.

Mientras   tanto, una  hormiga  camina sobre él.

 

Mis  zapatillas  están  sobre  un montón   de  huellas   llenas  de  hierbas.

Las  huellas  de zapatos de tacos.

De  zapatillas  sin  agujeros.

De    hojotas.

De  zapatos  con  cordones,

De niños,  dueños de  casas  lindas.

 

Mis   pies  están  marrones   por  el viento.

Están  llenos  de  frío.

Mis  zapatillas  siguen  sentadas, sobre  las hierbas, donde   pequeños  hilos  de colores  de los que usa mi mamá, parecen  flores  entre las  hojitas  que  caen de un árbol.

Mientras  tanto,   los  otros  chicos  van  a  la  escuela.

 

Pienso  qué   hacer   con   mis pies  que  no pueden  ir  hacia  la escuela

Mi  mamá  le contó  cuál    es  el   problema  a  la  seño  y  mi maestra  pasó  de  lunes  a  viernes  yendo y viniendo  por  todas  las  aulas.

La  seño  dice: -¿Quién  tiene   un par  de  zapatillas  para  una  niña  de mi  año?

Y todos   le dicen: NO, NO, NO.

 

La  seño  le mandó  un  papelito  a  mi mamá  donde  le decía  que  hablara  o  le escribiera  a alguna  autoridad   importante  del  barrio. Y  luego, mamá  salió una  mañana  llena  de llovizna, de charcos y de barro y  de color  gris y  de  olor  a tierra  mojada  y  con  el  sonido  de  los pájaros  escondidos  en  los  nidos.

Y me  dijo: -Nena,  hay  muchos  chicos   que  necesitan  zapatillas-

 

Después   de  mucho  pensar, decidí   escribir  una nota.

A  quién?

Al  kiosquero?

Al  verdulero?

Al  carnicero?

Al peluquero?

NOOOO, le  voy   a  escribir   a  DON  CASIMIRO.

 

 

Busco  papel  y   lapicera.  Y  anoto:

¿Ud.,   me  conoce?,   yo  vivo en el barrio  “Los  Membrillos”, y juego  con  todos sus vecinos,   CHUCHI,  CHICHE,  Pedro  PEDRO,  GUSTAVO, LUIS, JUANITO.

Don   Casimiro,  soy  una  nena   no  muy alta,   medio gordita  y  no tengo  zapatillas. Pensé  escribirle   al zapatero, al kiosquero, al verdulero,  al carnicero,  al peluquero, que  viven  en  mi barrio. Pero, no  tienen  dinero, para comprar  zapatillas a  un  montón   de chicos como yo.

Don  Casimiro,  no  puedo  ir  a  la  escuela  y    jugar  en  los recreos y ¡ me aburro!  mirando  todo el tiempo  el agujero en la parte norte de mi zapatilla izquierda.  Don  Casimiro, si  usted  no se apura, pronto llegará  la primavera. Y  ahora,  con tanta  llovizna y tanto viento, la gente   va   a  ver pasar   a  una  nena  con  las zapatillas florecidas.

 

LORENA

 

Desde  lejos, observo, espío, a  Don  Casimiro  cuando lee  mi carta.

La  lee  y  la relee.

¿Sabe leer   Don   Casimiro?

Creo  que sí, siempre  nos dice… lean   chicos, lean…

¿Qué   hace?  ¿ huele   la   carta?

Lee   nuevamente. No  es tan  larga  mi  carta, mi  carta   es chiquita y  está escrita en un  pedazo  de papel lila.

 

 

Don  Casimiro, se quita  los anteojos,   pasa  un    pañuelo  sobre  su  frente.

Una, dos, tres  veces..

UYYY,  qué  lento,  Don  Casimiro.

Se  sopla  la nariz.

Estornuda.

Tose.

Se ahoga.

¿Llora?

Sí, está  llorando. Como  dice   mi mamá,  cuando  ve las telenovelas  de la televisión,  creo que  llora de  ¿emoción?

 

MIS PIES.

Mis  pies  están  calientitos.

¿DÓNDE?

Dentro de  las  zapatillas  que  me  mandó  Don  Casimiro, para mí  y  para  todos  los chicos  del  aula

Siento algo en la pancita.

¿Será,  esto,  la emoción?.

 

Las  otras zapatillas… las rosadas y  con agujeros, duermen  en  el   jardín  y   anoche, hubo   llovizna, y hubo  viento, y  hubo un   sonido    de  alas,  plumas  y pájaros  que encerrados  en sus nidos daban vueltas y vueltas  y  un   olor  a tierra  mojada  comenzó a  impregnar    todo el barrio  “LOS MEMBRILLOS”, de  la  ciudad  de GÁLVEZ  y,   cuando  apareció    el  sol,  las   ZAPATILLAS  aparecieron,  todas  FLORECIDAS.

 

* * * * * * * * * *

“Porque yo soy poeta”.

Presentado el 24-10-1997 en la Escuela Especial Nº 2041 durante un acto relacionado con el “Día del Discapacitado”.

Edición “Mucho Más 15” – Mutual Docente AMMSAFE – Provincia de Santa Fe.

 

DISCAPACIDAD ES TENER UNA CAPACIDAD DIFERENTE

¿CUÁL ES LA NUESTRA?

Susana Ballaris

 

 

Tengo  la nariz sucia como siempre.

Y como siempre sé que  eso disgusta  a  los demás.

El pantalón  me queda grande y  me cuesta  pronunciar las palabras.

Las tengo todas adentro y no las puedo hacer escuchar.

Así ando por la vida.

 

Me ponen en un colectivo todas las mañanas a las siete y me bajan en una escuela para chicos como yo.

El viaje  es el único momento  feliz…  Si supieran  los demás  lo que pienso y no lo  puedo decir.

Si supieran los que van  sentados a  mi lado.

Abro  la ventanilla y al  sentir  el aire fresco parezco  bañarme todo enterito, enterito.

 

Si yo pudiera tirarme sobre el pasto verde, sedoso, lleno de grillos y así, acostado a lo largo, con mis piernas cansadas, mirar al cielo, con el celeste pintando mis pantalones, metiéndose entre los pies y los  brazos flacos.

Libre. Libre, sentirme libre.

 

Tocar con las manos los terrones de la tierra, apretarlos, dejarlos hacer polvo sobre la piel, buscar en lo profundo la humedad, tocar las raíces y encontrar  su jugo.

Y sentirme único,  único, y hablar, hablar todo, hablarle  a dios.

Porque yo soy poeta,  un poeta sin voz, un poeta mudo.   Las palabras están detrás  de mis labios, de mi lengua, en mi garganta, y brotan las flores, la música, los ríos, la lluvia  blanca.

 

Ya veo el edificio de la escuela y entro al mundo de ladrillos.

Me espera mi seño y otros chicos que deambulan frente a  la entrada.

Me tienen  tanta paciencia, mi  seño   se sienta a mi lado y me hace pronunciar y pronunciar  piensan que yo no los entiendo, pero es que  yo digo versos todo el tiempo para mis adentros.

Me brotan en las palmas de  las manos, en los huecos de los ojos.

 

Otra vez el regreso, el viaje en colectivo.

La ventanilla.

El pasto.

Las palabras suben detrás  de mí, como  si fueran mi sombra.

Se sientan en mi asiento, caminan  al compás del murmullo ronco del motor, abren  la puerta y saltan al vacío.

 

El pasto está rubio.   Es el mediodía.

Cada  minuto me alejo más de este sueño entre árboles y nidos.

Ya voy entrando a  la ciudad y en la ciudad, a  mi barrio,  el barrio de casas bajas, algunas de lata, otras son casillas, en medio de las calles angostas…

 

 

 

 

Camino lentamente y trato de saludar   a  los que gritan  mi nombre.

Apenas  murmuro algo.

Al doblar la esquina…, está mi mamá.

Cuando me acerco, levanta  los ojos y me  mira resignada.

Me siento a su lado y le hablo.

Hablo y hablo, desde mi pecho y mi cerebro.

 

Mi mamá sigue sentada, sin escucharme.

Quizás si ella se diera vuelta  y me mirara  a los ojos encontraría  mi poesía.

Pero ella sigue allí, en medio de las casas y las calles angostas.

 

 

“Mamá, a  la vera del camino hay campos con pastos sedosos y todas las mañanas me baño todo enterito, enterito”

 

* * * * * * * * * *

“Barrio Los Membrillos”.

Cuento ilustrado por la maestra de Dibujo Rosana Giovanini de la Escuela Primaria Nº 6034 “Poeta José Pedroni” de Gálvez, presentado el 29-05-1998 en esa sede.

 

Vivimos uno al lado del otro y vamos a la misma escuela en el barrio

“LOS MEMBRILLOS”.   Se llama así porque nuestros patios están

llenos de membrillos y bajo su sombra jugamos en las horas de la

siesta.

Cuando llega la nochecita espiamos la ventana de un altillo vecino,

donde vive, según nos cuentan, un escritor.

Y nos trepamos a los membrillos y quedamos colgados como

cabezas de ajos, mirando cómo escribe Don Jaime, el escritor.

Néstor, Chiche y yo, somos inseparables.

 

 

Mi nombre es Gustavo pero desde hace una semana me llaman

“PELADO”.

-PELADO, PELADO- me gritan los chicos del barrio.

Todo porque en el barrio “LOS MEMBRILLOS” vive Don Miguel,

dueño de una peluquería. Y mi papá le dijo- Miguel cortale el pelo

a mi hijo, bien cortito, bien rapadito. Y sin consultarme…

Ahora camino agachado y a veces uso la boina de mi papá, y otras,

un echarpe con tres vueltas alrededor del cuello.

Cuando me miro al espejo veo unas rayitas rojas en mi pelada.

¿Qué hizo Don Miguel?

Casi me saca el cerebro.

¿EL CEREBRO?

¿y si me lo hubiera sacado?

Con el trabajo que me dan las divisiones de dos cifras…

 

 

En la peluquería de Don Miguel comentan sobre el escritor.

CUENTAN que sabe ponerles “ALAS A LAS BICICLETAS”.

“GIRASOLES A LOS BARRILETES”

“CUERDAS AL VIENTO”

“PÁJAROS A LOS MOLINOS”

“LLUVIA AL SOL”

“BICICLETAS A LAS ALAS”

“BARRILETES A LOS GIRASOLES”

“VIENTO A LAS CUERDAS”

“MOLINOS A LOS PÁJAROS”.

 

Anoche los chicos del barrio discutimos bajo los membrillos.

Chuchi, la única mujer del grupo, decía que el escritor escribía novelas de amor.

Todos comenzamos a hacerle burlas…

-Chuchi tiene novio!!

-El novio es Luisito!!!

-Pero si Luisito lo único en que piensa es en ir a su viaje de estudios!!!!

Juanito dice que Don Jaime escribe  historias de fútbol.

-Basta, por favor Juanito, con el fútbol y con tu pelota número 5- le gritamos

Néstor dice que no es escritor sino periodista y que escribe sobre chicos de la calle ¡CUANDO NO!! Tan pesimista este Néstor. Chiche piensa que escribe cuentos de acción. Siempre volando este Chiche. Fabián… no dice nada.

Y yo, para vengarme porque me gritan. PELADOOO”, les digo:

EL ESCRITOR ESCRIBE HISTORIAS DE TERROR y de fantasmas que se

esconden en el membrillar.

U H H H H H H H H H H  U H H H H H H H H H H H H

En el altillo hay fantasmas que saltan de la ventana todas las noches

Y todos corren a sus casas.

 

 

Hemos decidido entrar al altillo, donde vive el escritor.

¿CUÁNDO? ¿DÓNDE? ¿CÓMO?

Todos dicen que van a hacer de campana. Y yo… el valiente entraré

al altillo, seguido  por Chuchi, quien ya me tiene cansado, me sigue

a todas partes.

Trepamos, y por ser el varón, no quiero decir que mis propias burlas

sobre los fantasmas me están haciendo efecto,  pues me tiembla el ombligo, los agujeros de la nariz y las uñas de todos mis dedos meñiques.

Abrimos la puerta, y nos abalanzamos sobre la mesa llena de papeles.

Con las dos manos tratamos de agarrarlos a todos, los hacemos unos

bollos y corremos y nos tiramos por el tapial.

Los otros chicos nos están esperando…

 

 

De un tirón nos arremolinamos otra vez bajo los membrillos.

Chuchi toma una de las hojas y lee en voz alta lo que está escrito.

.-Hace un año ya que vivo en el barrio LOS MEMBRILLOS.

Siempre estoy rodeado de hojas en blanco y miles de palabras.

Y cuando llega la nochecita escucho unos ruiditos “ TU-TU-TU-TIC”

Y sé que son ellos, los chiquillos del barrio “LOS MEMBRILLOS”.

Y aunque estoy de espalda a la ventana, siento sus alientos entrecorta

dos espiándome y me quedo quieto, sonriendo detrás de la nuca,

Y hasta a veces largo largas carcajadas silenciosas en el hueco de mi

pecho cuando alguno de ellos cae en el pasto.

Ellos no saben cómo los espero, colgados de los árboles que viven

cerquita de la ventana de mi altillo.

¡Parecen membrillos!

 

 

Chuchi empieza  a llorar y  Luisito le tapa la boca para que no

despierte los vecinos.

Néstor corre a esconder  las hojas bajo su cama  junto a las cucarachas.

Nos miramos y nadie se anima a decir nada. A la noche siguiente, espiamos bajo los membrillos. El altillo está a oscuras.

¿Tenemos miedo?

¿Estamos tristes?

NOOOOO. Sentimos vergüenza y estamos arrepentidos.

¿Qué hará el escritor sin sus palabras???

-Vamos a devolverles las hojas?- pregunta Chuchi.

-Pero están todas estropeadas- dice Luisito.

-No importa. Seguro que él las necesita -les grito a mis amigos.

 

 

Al fin resolvemos ir a golpear a su puerta. Para ello tenemos que

subir unos cuantos escalones. Nos empujamos. Nadie quiere

ser el primero.

Cuando sale el escritor, le contamos lo que hemos hecho.

Mira las hojas arrugadas, con tachas de tierra por todos lados.

Nos hace pasar y nos pide que lo ayudemos y así comenzamos

a apilar.

Nuestras caras están rojas como remolachas y todas transpiradas.

El escritor tiene la mirada triste por lo que hemos hecho. Pero también parece que está contento porque no está solo.

Las hojas se van alisando lentamente.

Mientras, desde el altillo vemos a los membrillos llenar de sombras

a nuestros patios.

 

 

Le preguntamos de dónde saca las palabras.

Y nos contesta: -Del viento-

-de las bicicletas-

-de los barriletes-

-de los ríos-

Chuchi le dice:- ¿Por qué no nos enseña a cazar palabras en el aire?

-Cómo no-contesta el escritor y parece reír feliz.

 

Al día siguiente, Don Jaime calzado con alpargatas negras se sienta en la vereda de ladrillos rojos.

Es una nochecita de verano. Nosotros, lo rodeamos y lo escuchamos cómo caza, sopla y aspira miles de palabritas.

Y COMENZAMOS A JUGARRRRRRR.

¡les ponemos alas a todas las bicicletas que pasan por el lugar!

¡y le damos cuerda al viento!

¡y con la luna preparamos miles de moños plateados!

¡para colgar en el altillo!

¡¡bajo la ventana!

¡bajo la cama!

Y en todo  el barrio “LOS MEMBRILLOS”!!!!!!!

 

* * * * * * * * * *

“Estrellitas con azúcar y limón”

Ilustrado por Sebastián Gorosito.

Presentado el 11-07-2001 en la Escuela Nº 6035 de Gálvez.)

 

 

La MAMÁ,  frunce  la  nariz.

La TÍA,  se  toma  la cabeza   con  las  dos  manos.

La  SEÑO,  pega  un  SUUUSSPIROOOO.

Los  AMIGOS, se   rascan  sus   cabezas, sus orejas, sus rodillas…

¡El CHARCO,  medio   ahogado,  hace   GLUPPPPPP!

Las  GOTITAS   DE   LLUVIA,  hacen… clink  clink, ssh,  ssh, glu, glu, fuu, fuu.

Y el PAPÁ, ACHISS, ACHISS, le  salta   un  ESTOOOOORNUDOOOOOOO………..

En  uno  de  los tantos  barrios  de  la  ciudad,  BARRIO   LOS MEMBRILLOS,    de  la   ciudad    de  Gálvez,  provincia    de    Santa   Fe, vive Pedro Pedro.

Pedro  Pedro, tiene  las  mejillas encendidas  como dos soles  rosados por las siestas, ojos como granos de   café y un flequillo  que sube y baja  del mandarino, ése  que brilla tanto en  el medio de su patio.

…………………………………………………………………………………………………………………

 

Es  un gran  lector  y juega a viajar   por mapas de papel y   a   cruzar   por mares celestes. Juega que te juega  con personajes   que bailan, se  esconden, saltan, brincan, vuelan  por los aires… o  simplemente, imagina al   panadero  que visita  a  su escuela.  Lo   imagina llegando con su bandeja negra, renegra, llena de masitas  “HUUUUUMMMM” en forma de estrellas bañadas  con azúcar   y  limón.

-Ayyy, Pedro -dice su mamá- y  frunce la nariz.

 

 

Para  Pedro  PEDRO  el panadero  es un verdadero  equilibrista, o un bailarín  que hace sus pasos de baile  entre bebederos, rosales  y canteros  en mañanas nebulosas  o  con aromas  a  lluvia.

-Pedro, ¿estás  soñando despierto? -dice  su  maestra,   y  pega  un suspiro  ¡Qué  suspiro “SEÑOOOOOOOOOO”!…

…………………………………………………………………………………………………………………

 

Según  le cuentan,    el panadero,  hace su trabajo   en  las madrugadas. Y  Pedro    cuando  sueña   lo  ve con su   pijama  a rayas rojo y azul. “Como una bandera”.  Y  además,  dicen  que    dicen, que en las noches claras atrapa  a la  luna.   Cierra muy  bien   todas  las ventanas  y se  dispone    a amasar.  Deja  caer  en   la masa amarillo  miguita, trocitos de luna.  Un puñado  de luna,   una gota de agua  de   nube. Un puñado   de  luna,  una gota   de  agua   de nube.  Luego,   modela  estrellitas  más  estrellitas   para  los niños de su escuela. Para   niños  como  Pedro, SOÑADORES

-PEDROOOOOO,  vamos   al recreo -le  gritan   sus  compañeritos  de clase. Y, corre  el  niño  a  buscar su  estrellita, la  más  almibarada, la más  amarilla,  la  más  brillosa.

…………………………………………………………………………………………………………………

 

Toma  la masita  desde una punta y se esconde en un rincón del patio y cerrando los ojos, comienza   a    saborear.  Su boca se llena de trigo y nubes,  con agua de limón.  Y el   almíbar   va   corriendo  hasta  su pancita.   Las mejillas   se  le   ponen  rosadas,   como   dos  soles   en   las  siestas   de    primavera,  los  ojos    comienzan  a  darle    vueltas como un   molinillo   de   café.  El    flequillo   sube  y baja,  y  todo    su cuerpo   se  llena  de   ESTRELLAAAAASS

…………………………………………………………………………………………………………………

 

Cuando  da el segundo mordisco, un niño, él más alto, el más   colorado, el  más    pesado.  le  hace  caer    su masita a un charco. El charco ni lerdo ni perezoso, abre su boca sin dientes,  así  de GRANDEEEEEE. Y  le   devora   toda   la  masa amarilla.  Como  si  se  riera, al   charco  se  le  ven todos sus bordes sucios, amarillo  miguita. Pedro  se pone a llorar.

Mientras  tanto, …el charquito lo mira indiferente y hace  GLUP. GLUPPP. GLUPP,  cada vez más ahogado.

–Pedro,  ¿  por   qué   lloras? -le  preguntan   sus  amigos  y   se   rascan   sus  cabezas,  sus orejas  y  sus  rodillas.

Pedro llega a  su casa y cuenta   que le cuenta    a su   hermanito. El   hermanito, que también  lee un cuento, más  otro  cuento, más  otro cuento, lo escucha con ojos redondos  de   asombro.   …Pedro le narra. “Había  una vez, un charco, así de GRANDEEEEE,  tan grande  que ocupaba todo  el patio de la escuela y de un solo GLUPPPPP, se comió  todas las estrellitas de azúcar y limón. Y… al charco le quedaron todos los bordes sucios de  amarillo  MARGARITA”.

-Pedro… ¿no estarás leyendo  demasiados cuentos mágicos? -dice  su tía, muy  preocupada,  y se toma la  cabeza con las dos manos.

…………………………………………………………………………………………………………………

 

Pasan los días… La  lluvia  haragana  cae  sobre  todos los barrios de la  ciudad, también  en el barrio “LOS  MEMBRILLOS”, donde  los  dos hermanos juegan que te juegan  con mapas de papel, viajan por países  y  más  países  hasta   cruzar  océanos,  montañas   y  ríos  y  mares. Las  gotitas de   lluvia  golpean,   hacen    clink, clink,   ssh,  ssh, glu, glu    fuu,  fuu,   sobre  los vidrios   y   Pedro piensa   en  su panadero.  ¿Qué   hará  en estos momentos?

 

¿Será    cierto, que cuando  camina por el barrio, las bocamangas  de  sus pantalones  van  perdiendo   puñados  de luna    y   a   su alrededor, como mariposas, van saltando  estrellitas   amarillas  platas,  amarillas miguita,   amarillas    margarita?

-Pedro, mirá  como   llueve.  Despertate -dice   su   papá-, …es  hora   de   ir   a  la    escuela.

-Tendrás que  apurarte, pues las veredas se han llenado de charcos.   Así de   GRANDEEEEES…

Y  al  papá   de Pedro, ATCHISSS, ATCHIIISS, ATCHIIIIS, le  salta   un  ESTOOOOORNUUUUDOOOO,   ATCHISSS,  ATCHISSS,   con   olor   a  menta   y  ají…

 

Le  dedico…

Al  pan, pan, panadero  de  mi  barrio, que  juega  a  poner  puñados  de luna  en  las  masas  amarillo  miguita, amarillo  margarita… al pan, pan, panadero, que  con tu  oficio simple, en todas  las madrugadas, ya  sea con luna limpia o luna salpicada de lluvia, hace florecer redondeles, cuadraditos y estrellitas  para  todos los niños soñadores como Pedro, que viven  en  los barrios  de   nuestra ciudad, Gálvez, provincia  de Santa Fe.

 

* * * * * * * * * *

“Doña Etelvina”

 

Todos los días domingos viajamos en tren los integrantes del club “los zapallitos aguachentos”.

Vamos al pueblo vecino y somos como treinta… entre primos, ahijados,

Abuelos, tíos,  padres, vecinos y…  Vamos a jugar al fútbol.

Sube con nosotros, como  todos los domingos, doña Etelvina con su pañuelo a rayas y su falda a lunares.

El campo está rubio.

 

Doña Etelvina sube con su bolso de red lleno de moños celestes, rosados, amarillos y lilas, junto al sonido del tren.

¡Tan flaca!, ¡tan flaca! Parece un suspiro, una aguja, un hilo.

Es entonces, que del bolso de red comienzan  a caer sobre el piso del tren que parece ir al revés, moños más moños, más moños.

Todos reímos, reímos… los tíos, los sobrinos, los nietos, los ahijados.

Menos, los abuelos.

Nadie mira a doña Etelvina.

Nadie le da el asiento.

Nadie se pregunta el por qué lleva tantos moños en su bolso de red.

Nadie se pregunta el por qué viaja todos los domingos.

¿Dónde vive en realidad, doña Etelvina?

Nadie.

 

 

Es un domingo cualquiera, más cual que quiera, más quiera que cual…

Cuando, en un momento dado, me detengo  a mirarla.

Mi mirada se asombra y detrás de mis ojos comienzan a  aparecer bichitos

De luz, y la miro, la miro, desde mis trece años.

Y siento algo…

Algo pasa dentro de mí.

Algo pasa en mi vida, cuando la veo, tan “un suspiro”, tan  “una aguja”.

Todo… En un instante.

El campo tiene el sol apagado.

 

 

Le doy mi asiento.

Mi asiento es su asiento, y las rayas y los lunares se mezclan.

Y es allí, que veo en  su ojo derecho

¿una cascarita?

¿una gota?

¿un soplo?

o es una lágrima?

Sí, es una lágrima chiquitita, chiquita, chiquita…

La lágrima sigue bajando, sigue bajando   y cae sobre su falda y sus  moños.

El tren comienza a besar la tierra.

y despierta a palomas, horneros, girasoles dados vueltas y a todo el paisaje.

 

 

Justo cuando la lágrima de doña Etelvina  cae, como un soplo, como una brizna, durante un instante  y la tierra se siente besada.

¡El tren comienza ir más rápido, parece volar sobre los rieles!

Un poco al derecho, un poco al revés.

Vuela, vuela, vuela.

El campo está todo encendido.

 

Antes de llegar al pueblo vecino, doña Etelvina desciende.

Parece subir sobre el techo y pasar por sobre nuestras cabezas.

Tan flaca, tan flaca, tan fugaz, cual rayo de luz… Sale por una de las puertas.

Miro a doña Etelvina.

Ahora…   Lejos… del tren.

En medio-medio del campo.

Es casi una línea.

Casi una aguja.

Casi un soplo.

Todos ríen, todos ríen.

Menos, los abuelos, los padres… Y yo.

 

El campo está rubio.

 

Todos los domingos, viajamos  en tren, los integrantes del club los zapallitos aguachentos,  del barrio Los Membrillos.  Somos como treinta, entre primos, ahijados, sobrinos, tíos, abuelos, padres, vecinos, hijos…

 

* * * * * * * * * *

“Membrillos de luz”

Tercer Premio Certamen Provincial de Cuentos AMMSAFÉ – Modalidad Cuentos Infantiles.

Ilustrado por Rosana Giovanini.

Presentado el 28-10-2995 en la Biblioteca Popular Dr. Andrés Egaña de la ciudad de Gálvez.

 

Soy Cecilia, y vivo en un barrio llamado LOS MEMBRILLOS. Me gusta pronunciar  membrillos, humm, parece que estamos todos vestidos de amarillo, illo illooooooooooo.

Mis tíos Clara y Agustín me han invitado a viajar al campo a  casa de unos parientes. Nunca hemos viajado, ni  Agustín, ni Clara, ni yo.

Ni  en tren, ni en  colectivo,  moto,  motoneta,  bicicleta.

Ni en patineta, jajajaja, ¡Ni en triciclo!

¿En avión? Menos…

Pero, hoy,  lo haremos en  automóvil.

Subimos los tres.

Agustín en el lado este, yo en el medio, Clara en el oeste.

Agustín con su traje azul

Yo con mi vestido blanco

Clara con su pollera lila, demasiado ajustada y corta.

Nos sentamos, muy derechos, muy tiesos, con la espalda apoyada en el asiento, de atrás. ÉL, Agustín, tiene puesto el traje azul, el mismo que usa cuando va a los bailes del club “Los zapallitos aguachentos”.

 

 

Ella, Clara, su única  pollera ajustada y lila.

Yo, en el medio, con mi vestido blanco.

Con los zapatos más cortos que mis pies.

Así… casi sin respirar ni movernos, comenzamos a mirar hacia el  ¡este!, ¿el norte?, ¡el oeste! Hum, el sur, no, no podemos darnos vuelta.

En primer lugar, mis ojos parecen tener  otro par de ojos.

¿dos ojos en cada ojo?

A  mi derecha, una luna gorda  toda mofletuda como si hubiera tomado mucha sopa de cremalimón parece  transpirar todavía con los rayos del sol, muy en lo altooooo, y busca dibujarse a la derecha de Agustín.

 

 

Agustín  está sentado en el lado este.

YO, en el medio.

Clara,  en el lado oeste.

Los pueblos se encadenan uno con otro, al lado de la ruta santafesina y  mujeres  en ojotas levantan el polvo de las calles. Sillones de lona, rayados verde y blanco,  bajo enredaderas que hacen de kioscos y un parlante pasa con su voz más fuerte, la música, del día sábado. Colectivos rojos y amarillos o azules y blancos, suben y bajan gente, que  pienso irán de visita… de los abuelos o de los tíos.

Poco  después, observo que Clara  mira y mira.

Parece  tener otro par de ojos.

¿Dos ojos en cada ojo?

Mientras tanto, la luna comienza a caminar con nosotros.   ¿A CAMINAR?, nooo,  ¡ a correr!  Cuando doblamos una curva,  estiro mi ojo derecho y lo estiro tanto, que cuando miro hacia delante,  ayyyyyyy,  me mareo. ¡¡¡¡Ay  QUE NO VEO NADA!!!!,  parece que me voy sobre Agustín o sobre Clara.

Ella, la luna cremalimón   persiste en  seguirnos.

¿Irá donde yo voy?

 

 

Por último, observo que Agustín   mira y  mira.

Parece  tener otro par de ojos.

¿ Dos ojos en cada ojo?

Agustín, acomoda su traje azul fino.

Clara  su pollera  estrecha y  lila.

Yo aliso  mi vestido blanco

Entonces,  pienso:  ¿con cuántos ojos estamos mirando?  ¿no son muchos?

 

Y es claro, es nuestro primer viaje.

Se nos mezclan los caminos, las plazas, los árboles altos,  los semáforos, los pueblos, y la derecha es la izquierda, y la izquierda es el norte, y el sur es el este. Y en un paso a nivel pasa un tren largo, y mi tío Agustín dice que las ruedas del tren parecen ser de trigo, maíz o soja.

 

 

Allí  está la casa.

En medio de un campo.

Agustín se acomoda su traje azul fino.

Clara su pollera corta.

Yo, mi vestido blanco.

“La casa es hermosa, y cuando digo para mis adentros que  es hermosa, parece que se mezclan los jugos de duraznos y de ciruelas y de mandarinas y de manzanas.

La casa es rosablanca y hasta me parece ver pájaros con los colores  que duermen en su frente, los naranjas, los violetas, los azules.

(Y cuando bajamos del automóvil, los parientes me toman en vilo y veo pasar a través de mi vestido blanco A LA LUNA, allá  arriba, en lo alto como enredada en un pino y hasta me parece que está colgada de un membrillo  y al verla pasar  sobre mi frente ¡ llega como un rayo de luz el recuerdo de mi barrio!

¡Y hay luciérnagas que salpican  las nubes aplastadas!

¡Y hay un viento con olor a miel!

¡Y mis zapatos más pequeños que mis pies, se  llenan de grillos!

¡Y los grillos, enredan sus crics-crics en las ramas!

 

Fragmento a leer en el acto.

 

¡Y las ramas están llenas de bichitos de luz!…………

Y así, así volando, volando, volando,  me llevan  hasta la entrada de la casa.

Y ella, la luna gorda y mofletuda,  como si hubiera tomado mucha sopa  de cremalimón sigue pegada, pegada con plasticola, como si en la parte lisa del cielo hubiera un hueco

 

 

Caminamos, los tres, muy derechos.

En  la casa rosablanca

Agustín con su traje azul

Clara, con su pollera estrecha y corta y lila.

Yo, con mi vestido…

Todo es tan hermoso: la noche, las estrellitas, el cielo… las habitaciones, mi habitación, las sábanas tan  suaves, el helado de chocolate, las hamacas en el parque.

La ventana de mi cuarto está abierta, afuera en el silencio del campo solo se oyen los grillos y un olor dulzón comienza a entrar.

Al cerrar los ojos pienso en mis amiguitos del barrio LOS MEMBRILLOS, en mi gente, y los extraño.  Es la primera noche que duermo fuera de mi barrio y de las veredas de ladrillos rojos.

M e levanto y me asomo a la ventana.

Allí está la luna. Y la miro allá arriba, sola en lo alto, y busco encontrar en ella a mi barrio, con  su nombre color amarillo, illoooo illo illo.

Y la miro tanto, tanto, tanto ¡¡¡me parece que es un membrillo!!!

Y sí, creo que no me equivoco. ¡¡¡¡Es un membrillo de luzzzz!!!!

 

* * * * * * * * * *

“El cuento”

Todas las noches ocurre lo mismo. Es casi un ritual. Sentado en mi sillón de algarrobo, casi tocando el piso, voy armando tiempos vivientes..

Todas las noches me hundo en el sillón de algarrobo como en un campo de estrellas y realizo los mismos movimientos. Y  la mirada que emana de mi cuerpo, mientras se enciende la madrugada, va enumerando como al descuido: un tazón estampado con sus orillas chorreando café y humo,  voces en las guías telefónicas luego de las  nueve de la noche, a la izquierda  textos y textos a medio leer envueltos en tinta de birome negra, anotaciones varias en trozos de revistas, hojas blancas  donde garabateo pasajes secretos de mis cuentos cortos con  sus esquinas húmedas por alguna espiral de café todavía sin beber. Y  frente a mí el cuadrado donde  se suceden miles de marquesinas y hasta se pueden ver    flores púrpuras que pierden su agua en las banquinas.

Luego, cuando pasan las horas mi cuerpo toma impulso y camino, mientras en el interior siento a mi otro yo que permanece tirado, perezoso, silencioso.

Todo está envuelto con la noche que golpea fuerte y oscura en mi ventana de madrugada.

Más tarde, luego del impulso, recorro  unos metros y llego hasta el baño donde con los huecos de mis manos baño a mis ojos y  quedan pálidos como lavados por una lluvia.  Están exhaustos  de tanto vivir personajes ajenos y es allí que encuentro  arrugas sobre la frente,  fruto de cicatrices, huellas, marcas, tatuajes.

No me reconozco.

He terminado el cuento en medio de la madrugada y al tirarme sobre la cama mi personaje cierra los ojos.

 

* * * * * * * * * *

“El tren amarillo”

 

Todos los días domingos viajamos en tren los integrantes del club “los zapallitos aguachentos”.

Vamos al pueblo vecino y somos como treinta… Entre primos, ahijados,

Abuelos, tíos,  padres, vecinos y…  Vamos a jugar al fútbol.

Sube con nosotros, como  todos los domingos, doña Etelvina con su pañuelo a rayas y su falda a lunares.

El campo está rubio.

El tren está amarillo.

 

Doña Etelvina sube con su bolso de red lleno de moños celestes, rosados,  amarillos y lilas, junto al sonido del tren.

¡tan flaca!, ¡tan flaca! Parece un suspiro, una aguja, un hilo.

Es entonces, que del bolso de red comienzan  a caer sobre el piso del tren que parece ir al revés, moños más moños, más moños.

Todos reímos, reímos… Los tíos, los sobrinos, los nietos, los ahijados.

Menos, los abuelos.

Nadie mira a doña Etelvina.

Nadie le da el asiento.

Nadie se pregunta el por qué lleva tantos moños en su bolso de red.

Nadie se pregunta el por qué viaja todos los domingos.

¿dónde vive en realidad, doña Etelvina?

Nadie.

 

Es un domingo cualquiera, más cual que quiera, más quiera que cual…

Cuando, en un momento dado, me detengo  a mirarla.

Mi mirada se asombra y detrás de mis ojos comienzan a  aparecer bichitos  de luz, y la miro, la miro, desde mis trece años.

Y siento algo…

Algo pasa dentro de mí.

Algo pasa en mi vida, cuando la veo, tan “un suspiro, tan  “una aguja”.

Todo… En un instante.

El campo tiene el sol apagado.

El tren amarillo está triste.

 

 

Le doy mi asiento.

Mi asiento es su asiento, y las rayas y los lunares se mezclan.

Y es allí, que veo en  su ojo derecho

¿una cascarita?

¿una gota?

¿un soplo?

o es una lágrima?

Sí, es una lágrima chiquitita, chiquita, chiquita…

La lágrima sigue bajando, sigue bajando   y cae sobre su falda y sus  moños.

El tren comienza a besar la tierra

y despierta a palomas, horneros, girasoles dados vueltas y a todo el paisaje.

 

 

Justo cuando la lágrima de doña Etelvina  cae, como un soplo, como una brizna, durante un instante  y la tierra se siente besada.

¡el tren comienza ir más rápido, parece volar sobre los rieles!

Un poco al derecho, un poco al revés.

Vuela, vuela, vuela.

El campo está todo encendido.

El tren está todo amarillo de sol.

 

 

Antes de llegar al pueblo vecino, doña Etelvina desciende.

Parece subir sobre el techo y pasar por sobre nuestras cabezas.

Tan flaca, tan flaca, tan fugaz, cual rayo de luz… Sale por una de las puertas.

Miro a doña Etelvina.

ahora…   Lejos… Del tren.

en medio-medio del campo.

es casi una línea.

casi una aguja.

casi un soplo.

Todos ríen, todos ríen.

Menos, los abuelos, los padres… Y yo.

El campo está rubio.

El tren está amarillo.

 

Todos los domingos, viajamos  en tren, los integrantes del club los zapallitos aguachentos, del barrio los membrillos.  Somos como treinta, entre primos, ahijados, sobrinos, tíos, abuelos, padres, vecinos, hijos…

 

* * * * * * * * * *

“Yo… estuve allí”  – Poema.

 

YO, ESTUVE ALLÍ, en el anidar de tu boca,

MAESTRA,

cuando enhebrabas palabras

aquellas, que hacían brotar

margaritas en las manos

pegajosas de tus alumnos.

 

YO, ESTUVE ALLÍ, cuando en tu falda

MAESTRA,

se posaban, cual semillas,

las cabecitas amarillas, marrones, coloradas

color aceituna,  buscando la frescura

de tu vientre de madre.

 

YO, ESTUVE ALLÍ,

cuando…

las  Dominas…

Lilianas…

y Martas…

mujeres con nombres de

MAESTRAS,

subieron al cielo,

dejando tras de sí

estrellas de recuerdos.

 

YO, ESTUVE ALLÍ, en la distancia

cuando, en ese camino, DANIELA

te quitaron la vida.

Sin saber, que no podrían quitarte

aquellas palabras, que estaban anidadas

en tu boca

y que con el soplo de tu corazón

se habían transformado en margaritas

que tus alumnos llevarán prendidas

en sus manitas pegajosas.

Sin saber…   que jamás podrían quitar

de tu falda de MAESTRA

las cabecitas rojas, amarillas, marrones

color aceituna, de tus alumnos.

 

YO, ESTUVE  ALLÍ, cuando

Vos, MAESTRA RURAL,

abriste la ventana y el campo

inundó mi vestido y los zapatos

de flores silvestres

mientras, ponías a hervir

en una vieja cacerola

la leche espumosa.

Y así, inundada de tréboles

y flores silvestres, seguí viendo cómo…

pintabas de  margarina los panes tostados.

con  manos llenas de  música de campanas en una casita hecha de escuela,

en medio de dos caminos,

solitarios.

 

YO, ESTUVE ALLÍ

MAESTRA,  de los niños que…

Dios no les dio el habla, el oído, el caminar

Pero, sí,

“UN CORAZÓN DULCE, MUY DULCE

MUY  LLENO DE MARIPOSAS”,

y vos, dejabas caer lágrimas

por los niños de ojos lluviosos

y de penas contenidas.

 

YO, ESTUVE ALLÍ,

MAESTRA de jardines

cuando en una ronda redonda

envolvías botones en papeles

de naranjos y

cantabas nanas…

Toda vestida de blanco,

De muy rosa,

De muy celeste.

 

Agradezco a Dios, que en mi trajinar,  pude ser maestra.

Luego, cuentista y  a través de diálogos con ventanas y molinos pude dar entrada a la lectura.

Es cierto ¡yo estuve allí!

Sin distinción de paisajes.

Susana Ballaris

 

* * * * * * * * * *

Mayo de 2006: desde Rosario…

“La voz en la esquina”

Él corta una flor.

La flor está en medio de una plaza.

Eso, no se debe hacer.

No se sabe por qué… él,  juega con sus zapatillas, un poco al viento, un poco al otoño.

La mochila, demasiado pesada es arrastrada por panzas de hojas.

Le llega desde lejos la voz de ella, medio aguda, medio aflautada, medio chillona. .

Todavía debe cruzar un sendero largo hasta poder tocar su voz..

Se pregunta de qué color son las esquinas, qué color tienen las voces de los seres queridos.

Es justo la hora en que el aroma de los romeros, los tomates y las polentas, entran por la nariz y salen por las orejas.

No sé por qué sus rodillas demasiado coloradas le hacen demorar tanto  el paso.

Levanta un pie y luego otro y otra vez el primero y  así va dejando en el medio de la tierra retazos  de paralelas..

Ya está en el medio del camino.

Ella, en la esquina. Con su batón florido marrón y blanco

Él,  lleva una flor.

El tallo ya está endeble y la flor, parece masticada..

Es la hora del sol rojo cortado en los mediodías.

Y él,  camina con esa mochila tan pesada…

Con sus rodillas lastimadas.

Y esas zapatillas…

Ya falta poco, ya está por tocar la voz en la esquina.

Él, lleva una flor arrancada en la plaza..

Eso, no se debe hacer.

Ella, tiene una sonrisa amplia, tierna, melosa, hasta parece que le brotan jugos de mandarinas.

Y es cuando él, le grita::

-¡Abuela, abuela!-

Y ella, lo abraza y lo abraza, con las manos llenas de aromas a romeros, tomates y polentas…

Como todos los días, la voz en la esquina.

De dos siluetas.

Y está pintada de color rosa.

 

* * * * * * * * * *

(Los cuentos “Nosotros tres” y “Transparencia”, integran la selección “Ópera Prima” – Edición Taller de lectura y escritura. Coordinadora: Marta Ortiz. Año IV – Nº 3 – Diciembre de 2006.)

“Nosotros tres”

Imagine un pueblo con un campo de lavandas. Y el pueblo, reflejado en el cielo..

Pocas casas, una capilla con una simple cruz en lo alto, una calle, una plaza con algunas hamacas,  una calle larga con vestigios de lluvias en sus alcantarillas,  y debajo de las alcantarillas saben cantar las ranas y a su alrededor una espuma azulverde.

Y en las orillas, el mundo. Allí,  estamos los tres.

Él, con su camisa blanca, tan blanca. Ella, con su vestido amarillo, tan amarillo.

Y yo, detrás, más alto que ellos dos con mi único deseo, el de aspirar el fuerte olor a viento y permanecer así, de pie, como abrazando al paisaje.

Ellos, en cambio, se recuestan  sobre el campo cuan largos son y allí explota el aroma, surge,  haciendo que todo mi yo se emborrache de placer, y el perfume se arrastre hasta los escondites más inverosímiles de la tierra y hasta parece que hay un vaho grisáceo, en el espacio.

En el campo de lavandas todo es plano, todo está quieto. No hay arbustos, no hay raíces, no hay límites,  solamente se ven pasar  tres nubes pesadas como si fueran otros campos, otras lavandas, otros aromas.

De vez en cuando una bandada de pájaros pasa sobre nosotros tres.

Él y ella, están así medios adormecidos, hablan tan bajo que apenas los escucho, pero guardo distancia, no puedo hacer nada por ellos.

Me quedo así, estático, mientras la tristeza nos inunda.

Están con los ojos fijos en el sol mirando los caminos que recorre hasta llegar a la tierra.

No hay sonidos.

Apenas, algún ronco  motor, lejano, muy lejano corta la tarde.

La tarde de mayo.

Se levantan. Se alisan la ropa. Lo hacen en forma lenta. Casi ni se miran.

Yo, no sé qué hacer, ante tanta desolación.

Ponen los pies en la espuma de las lavandas y  caminan. Los dos parecen sentirse vencidos.

Los veo llegar al pueblo. Ella, entra por el ala izquierda. Él,  por la derecha.

Y en el medio de la calle, la capilla con una cruz en lo alto.

Yo, esperaré.

Me siento, confundido, un poco culposo,  quise decirles tantas cosas y al fin no les dije nada.

La tarde espera a la noche y la  noche a las estrellas.

El pueblo con su campo de lavandas tiene pocas casas, una plaza con algunas hamacas, y en el medio del campo de lavanda hay un solo árbol, el único.

Más alto que el hombre de camisa blanca y la mujer de vestido amarillo.

Un árbol, que en primavera, se llena de flores blancas, muy blancas.

Y en el otoño, sus hojas se vuelven amarillas, de un intenso color amarillo.

¡Nosotros tres!

 

“Transparencia”

La figura femenina lleva su vestido largo ancho diría plumoso.

Hay un leve movimiento en el hombre en su sombrero al viento.

El sol esquiva cada rincón de la habitación y medio adormecido encuentra un lugar en algunos pliegues de los espejos redondos.

Están allí, esperando que uno le hable al otro.

Pero siguen serios, y yo no sé qué hacer si quedarme en silencio o decir algo, aunque sea bien bajito.

Naranjas opacas están caídas al suelo y otras perdieron su rumbo al pasar por la ventana.

Si entrara, detrás de mí, habría una puerta.

¿qué hago?, ¿sigo mi camino?, ¿ O los dejo?

Ellos están empecinados en no decir nada. Los pies del hombre están como clavados en el suelo medio amarronado y la mujer sigue tal cual tan elegante con su vestido largo diría plumoso.

Mientras tanto, el sol sigue reflejándose usando su habilidad para inmiscuirse en los intersticios de los muebles, del cortinado, en la madera del piso.

Decido dar unos pasos.

Y giro mi cabeza hacia atrás…

Los miro.

Ellos me miran.

El sol está quieto.

Solamente se observa un movimiento sutil en el sombrero del hombre. Las naranjas siguen allí. Nadie se ha animado a quitarlas del lugar. Y allí, en ese instante, me doy cuenta de que el óleo le ha dado una transparencia inusual a la escena.

 

* * * * * * * * * *

Día del Idioma – Mensaje hacia Jujuy…

Susana Ballaris, “abre ventanas”… despeja obstáculos… genera vínculos…

Aquí, la reiteración de una carta enviada el 23 de abril de 2007 – Día del Idioma:

 

Queridas docentes y alumnos

Escuela de Frontera Nro.  7

Abra Pampa

JUJUY

 

Hemos recibido con gran alegría, emoción y hasta ternura vuestra carta fechada un 13 de diciembre del año 2006, en respuesta a nuestra invitación de participar en el proyecto: “ EL VALOR DE LAS COSAS PEQUEÑAS”.

Ya ha llegado el mes de abril y aquí comenzaremos este ida y vuelta de amor por la lectura.  Y con la imaginación nos perderemos entre vuestros pinos, los fuertes vientos y las llamas y las vicuñas sintiéndonos como hermanos, porque es así, vivimos en el mismo país, y bajo el mismo cielo.

Como primer paso, qué les parece si aceptan la invitación de OTOÑAR JUNTOS????

 

LA LECTURA ME ENSEÑA

A OTOÑAR

Y A TENER LOS OJOS OTOÑADOS.

A ENCONTRAR PÁJAROS VIOLETAS

Y AGUA FRESCA EN LOS CAMINOS SECOS.

A VER SUEÑOS PLUMOSOS Y  SUBIR A LOS ÁRBOLES ALTOS QUE PARECEN AGUJEREAR EL CIELO..

A DORMIR  BAJO  UN SOL CRUDO Y CONVERTIR  ESTRELLITAS HÚMEDAS EN CABALLITOS DE MAR Y QUE UN TROZO DE PAN, SEA NADA MÁS NI NADA MENOS QUE UN TROZO DE LUNA.

LA LECTURA PRODUCE LUZ, AÚN EN LOS DÍAS MÁS OSCUROS Y TRISTES.

LA LECTURA ES IMAGEN, SONIDO Y COLOR.

¡ES VIDA!  ¡ES LIBERTAD!

y como dice, UNA ESCRITORA SANTAFESINA MARÍA DEL CARMEN VILLAVERDE DE NESSIER , REPITO   ¡¡¡LEER ES UNA FIESTA!!!

SUSANA BALLARIS

 

* * * * * * *

 

Al atardecer del 9 de julio de 2007, mediante correo electrónico, Susana envió este cuento a la Cofradía de los Duendes

“Abuela Carlota”

Nuestra casa en el campo.

Me gusta correr entre los naranjos, ciruelos y duraznos.

Sola  o acompañada `por mis hermanos Ramiro, el del medio,

Rodrigo, el más pequeño. A mí me pusieron Natalí.

Me gusta Natalí. Parece el sonido de una campana o de una copa de cristal. Los chicos de la escuela me dicen: “Natalí, cara de colibrí”, pero a mí no  me importa.

 

¡Carta de abuela Carlota! Es  mi papá que entra apurado haciendo ademanes con su brazo derecho y trae un sobre. Nos trae noticias de nuestra abuela que vive en Tucumán y que dos  veces al año nos visita.

ABUELA CARLOTA, decimos los tres y mamá parece querer hacer todo de golpe: limpiar, cocinar, planchar. Hacer que yo use mi vestido rosa con pintitas blancas y que tire mis jeans y que mis hermanos se peinen como si se plancharan el pelo.

Las horas se hacen viejas, hasta que llega el momento esperado y todavía tenemos que ir a la escuela.

 

Mi papá grita: Chicos a la camioneta. Subimos los tres juntos en la parte trasera y pim, pam,  pum,  caemos al suelo entre la rueda de auxilio, las sogas y la caja de herramientas. A papá le tomó de sorpresa la llegada de la abuela Carlota y no están colocados los asientos por eso, puso dos maderas de cada lado que servirán para poder sentarnos. Mamá toda prolija se ubica en la parte de adelante, muy fina, muy derecha.

Yo, con mi vestido rosa y mis hermanitos muy bien peinados. Papá le da arranque a la camioneta con tanta suavidad que ya volvemos a caer de boca al piso. Cuando dobla, mi hermanito que quiso subirse a la madera para estar cómodamente sentado empieza a tener ganas de vomitar. Ramiro y yo reímos. Reímos.

 

La noche parece un fantasma. Tenemos cierto miedo a las  ramas que tocan a la camioneta pero el viaje es rápido. Ya vemos la estación toda iluminada como de fiesta esperando el paso del tren.

Mucha gente se acerca al andén solo para mirar pasar caras y más caras desconocidas, anchas, flacas, barbudas. Todo eso dicen papá y mamá cuando charlan sobre los viajes de abuela Carlota.

 

Bajamos de un salto Ramiro, Rodrigo y yo y pisamos cuanto animalito esté arrastrándose o salte en la oscuridad bichitos bolitas, ranitas, hormigas, caracoles. Así entre los gritos:   Chicos, esperen, llegamos a la galería cuando aparece el tren. De pronto un olor intenso  sube por mi vestido y llena mi pelo.

 

 

 

Miro hacia delante y hacia atrás donde hay un montón de casas y un montón de campo. ¿de dónde vendrá ese aroma tan fuerte y tan dulzón? El sonido de la máquina sobre los rieles me distrae. Empezamos a cantar:

Abuela  Carlota tiene las medias rotas

Abuela Carlota no queremos otra.

Abuela Carlota se sienta en una silla rota.

Abuela Carlota come compota.

Mi hermanito Rodrigo dice: “ Ota, ota, ota.

Ya para el tren y aparece la abuela.

 

No sé cómo decirlo. No sé cómo explicarlo. La abuela aparece como si detrás del tren no  hubiera nada.  No sé si se entiende. Como si la abuela viviera en el tren, porque siempre la vemos venir dentro de él.

Nunca hemos viajado para saber exactamente dónde sube abuela Carlota. Baja su corpachón y con su maleta y con su sonrisa de oreja a oreja, caramba abuela, cómo haces para estar siempre tan risueña -pienso-.

Entre todos  la abrazamos. Papá, mamá, mis hermanos y yo. Gritamos: Abuela, esta noche dormís conmigo.

No, conmigo.

Conmigo.

 

Y así pisándola y empujándola, otra vez subimos a la camioneta.

Abuela va delante con papá y mamá. Nosotros volvemos a cantar todo lo que se nos ocurre.

La abuela mueve la cabeza de derecha a izquierda.

Qué torre de risa es. Gritamos, cantamos y reímos.

 

 

Mamá me dice: Natalí, parece mentira, ya sos grande.

Agacho la cabeza. “No me gusta que  me digan que soy grande. Ser grande es ir al secundario el año que viene y es dejar el campo.

Mi campo con sus rincones. Nuestros árboles, los huecos donde escondernos. La cocina donde mamá y abuela hacen los ricos buñuelos con dulce de membrillo. Los días de lluvia con el agua frente a nuestra ventana con el verde y con el azul “. Ya llegamos a nuestra arboleda. A nuestra casa.

 

 

 

La valija marrón nos llama como un imán. Qué traerá la abuela en ella. Una vez trajo un conejo, claro que a cada rato abría la tapa para que el pobre respirara. Cuando entramos a la cocina. Abuela lo hace todo con algo de dificultad. Está cansada. Es un viaje de muchas horas. Abre la valija y saca su torta de chocolate, con el baño un poco derretido por el ir y venir del traqueteo del tren y la pone sobre una silla blanca. Saca libros y más libros de cuentos y los coloca sobre el mesón. Corbatas: una, dos, tres y las   cuelga  en la  manija de la heladera. Corbatas que papá nunca usará.

 

Mamá se pone nerviosa. La abuela en un minuto todo desordena. Y por último saca una carpeta llena de recetas pero se da  en la mano a mamá y saca otro regalito, otro regalito y otro. Luego de sus sorpresas y de sus obsequios dice que se va a dormir. Nosotros tres la seguimos en fila india. Entramos. Abuela se pone el camisón azul y se sienta en el sillón hamaca, regalo de papá para su último cumpleaños. Nos sentamos los tres sobre su falda. Y allí está el olor de la estación de trenes.

Me tumba hacia atrás.

Sí, es el mismo olor, es un aliento a árbol.

¿es un olor a madera?. No lo sé. Parece como si fuera una fábrica de hojas todas evaporadas.

Ahora me doy cuenta. Ahora me doy cuenta.

La abuela tiene ese aroma.

Es el olor a la estación de trenes.

A eucaliptus

Abuela tiene olor a eucaliptus.

Abuela tiene olor a  itus itus itus grita mi hermanito

Y la abuela ríe en su camisón azul.

Es que de tanto vivir adentro del tren, abuela se ha contagiado del aroma de las estaciones de trenes.

 

* * * * * * * * *

“Pájaros rojos en la ventana”

 

“PARA ALEGRARME ABRÍA SU VENTANA,

POR DONDE ENTRABA EL CAMPO CON SU AROMA”.

José Pedroni

Fragmento de la poesía “Mi escuela de Gálvez”                                                  que el poeta dedicara a  Escuela Nº 290,

donde cursó sus estudios primarios.

Obra Poética José Pedroni / Tomo 2- Año 1969.

 

 

La ventana del otoño está entreabierta…y a través de ella puedo escuchar el diálogo de Rulo y su mamá. A los que conozco desde hace tanto tiempo.

-Mamá, voy a dar una vuelta a la manzana.

-¿Una manzana roja, amarilla o verde?

-Nooo, mamá cómo voy a caminar sobre una manzana…¡qué risa mamá!

-Ruloo, no vas a ir sola.

-Voy a ir con mi muñeca, la de boca estirada, trenzas de lana y corazón de cartón.

-¿Corazón de cartón?

-Sí, es de cartón o de cartulina, porque no vive, no hace ruiditos, ni se mueve.

-Rulooo, esperá.

-Rulo, ¿otra vez ir a dar vueltas a la  manzana?

-¡Quiero conocer el mundo!

-¿Mundo?, ¿qué sabes lo que es el mundo?

-A mí me gusta decir mundo. Decilo vos mamá…muuundooo. ¿Acaso papá no dice que para conocer el mundo hay que salir?

-Pero, nena ese es un dicho.

-Y bueno si es un dicho, es porque lo dijo.

-Bueno, bueno Rulo, un dicho es un dicho.

Rulo llega de dar una vuelta redonda a la manzana y dice que las bocinas la dejaron sorda, que los silbidos le llenaron las orejas, que las esquinas, que las cáscaras, que las alas, que las semillas y que vio… que vio, y sigue contando, sigue contando.

Un día sábado, los papás de Rulo deciden explicar a la niña que se puede encontrar al mundo con sólo abrir una ventana.

Esperan que caiga la tarde y que el otoño deje de pintar tantas hojas en los árboles y en las veredas… y la invitan a subir al balcón que da a la calle.

-Vení Rulo. Vamos a abrir la ventana del otoño.

-¿Con la muñeca, mamá?

-Sí, con la muñeca, ¿vamos a ver cuántas palabras pueden entrar por la ventana?

Entrarán las que tienen sonidos, temblores, olores y si no te parás bien te harán trastabillar.

-¿Tras…ta…qué?

Trastabillar, imagina que entran tantas palabras, tanta luz, tanto ruido que los tres nos vamos a sentir como si el viento nos tumbara.

-¿Qué es imaginar, mamá?

Imaginar, imaginar es poner dibujitos detrás de la frente.

-¿Hay que pegarlos?

-Nooo.

-¿Y cómo los pongo?

-Humm, a ver, a ver.

 

 

-Mamá, cómo pongo los dibujitos detrás de la frente?-

-Y lo hacés imaginariamente. Probá a cerrar los ojos y pensá en la muñeca que querés tener… rubia, morena, colorada. ¿A ver?¿la imaginás?

-Sí, yo cerré los ojos y vi la muñeca que quería, pero cuando los abrí alguien me la robó.

-Rulo, ¿jugamos?  -dice el papá.

-Sí, sí, sí.

-Entran un montón de palabras.

-Papá, ¿cuántas son un montón?

-Muchas.

-Ah, no así no vale, ¿cómo voy a saber cuántas  palabras van a entrar?

-Señorita Rulo, quiere hacerme el favor de ponerse a jugar. Yo empiezo ¡carcajada!

-Chocolate -responde Rulo.

-grillos-

-cucarachas-

-avenida-

-hormiguero-

-estrellas-

-chiclets-

-miradas-

-tacos de mamá-

y ASÍ riendo y riendo, Doña Rulo y su papá juegan hasta que el otoño pinta de gris el sol.

Desde ese día la niña corre descalza o con sus grandes medias de lana y observa cómo entran por la ventana palabras cada vez más lejanas, cada vez más altas, más tibias.

-Mamá, vení-

-Estoy ocupada-

-Mamá, mira en el balcón hay unas hojas de árbol coloradas, coloradas-

-¿y?-

Parecen pájaros-

-¿pájaros?-

-Sí pájaros rojos… en la ventana-

¿Pájaros rojos en la ventana?

-Sí, mamá puse dibujitos detrás de la frente y comencé a imaginar. Están acurrucados, parecen dormidos.

 

Rulo ya no es tan pequeña, su infancia se envuelve en un otoño tras otoño y muchas palabras nuevas entrarán a su vida, los perfiles, los ecos, las distancias, las tristezas, los desencantos, muchas bocinas, muchos silbidos, muchas esquinas, muchas carcajadas.

-Rulo, ¿dónde estás?

-Soy María Sol, mamá.

-Bueno María Sol, ¿dónde estás?

-Aquí, mirando el campo.

-¿El campo?¿a estas horas?

La figura de la niña no tan niña está apoyada en el balcón.

-Sí, mamá, veo el campo, siento su aroma que sube por mi garganta y al cerrar los ojos, parece alegrarnos-

-HUMMM, qué pensamientos.

-¿Mamá, acaso vos y papá no me enseñaron que abriendo una ventana, podía ver lo que yo quisiera ver, lo que quisiera imaginar… las cáscaras, las semillas, el viento, la vida y hasta alguna rosa?

 

 

La mamá sonríe y recuerda aquella Rulo que pedía:

-Mamá ¿puedo ir a dar una vuelta a la manzana?

-¿Una manzana roja, amarilla o verde?

-NOOO, mamá, ¿cómo voy a caminar sobre una manzana?, ¡qué risa, mamá!

 

* * * * * * * * * *

Otra misteriosa confluencia…

22 de junio de 2007 a las 04:40 a.m.

Lucy Odetti envió un mensaje incluyendo el poema Dudas de Susana Ballaris.

“Dudas”

Las personas caminan con un lento decir.

No sé por qué el sol ha quedado enganchado en lo alto del campanario junto a palmeras y gorriones y senderos pequeños donde quedan marcadas las huellas de zapatos angostos…

No oigo a los gorriones.

Los senderos están vacíos.

 

 

Las personas caminan con un rápido decir.

Van y vienen, hacia lugares inciertos con vidrieras de rigurosos maniquíes que ofician de vendedores, con sus ojos huecos abismales, impresionables.

No sé por qué el sol ha quedado fijo en un río vestido de barcos.

 

 

¿YO?, desde lejos oigo repicar las campanas.

Parecen blancas, tibias, tiernas.

Tienen alas.

Desde cerca, el rumor del agua en el río,  me salpica.

El agua está fría, está despierta.

Está viva.

 

Sigo mirando… sigo mirando…

Susana Ballaris

Junio/2007

 

Tras esa lectura, envié dos mensajes a Susana -a distintas direcciones- y a las 08:08 escribí esta respuesta:

No puedo creer que te haya llegado DUDAS…

¿QUIERES que te envíe algo más? ahora vivo en la ciudad de ROSARIO, y escribo para adultos -estoy tratando- porque lo mío era para niños. /…/ No puedo creer que te haya llegado DUDAS… que lo escribí hace dos días o tres días.

 

* * * * * * * * * *

Seguimos cerca…

Susana Ballaris me conmueve con más cuentos que llegan desde la red de redes…

“El  hombre con saco y sombrero”

El libro estaba allí sobre la mesa y en su tapa  la figura de un hombre de saco y sombrero.

Me lo ofreció una colega. Así, el libro fue metido en una bolsa con tantos otros papeles donde las palabras se mecían al compás de los pasos hasta  mi hogar.

Quedó un día y la mitad de otro caído sobre un rincón donde vive también la computadora, las fotografías y los lápices de tinta. Y en la tapa estaba el hombre con su saco y su sombrero.

Al llegar casi la madrugada abrí sus hojas y comencé a leer.

Hablaba de la partida de un padre y recordé a mi padre en su partida.

Me enterneció  cuando la protagonista al fin sola, pudo ver su sombra en la pared a través del contraluz y recordé a mi padre sentado frente a una ventana que miraba la calle. Y en la lectura también se rememoraba un ventanal.

Encontré las ciruelas rojas y recordé cuando bajo el ciruelo morado heríamos a los frutos con nuestros dientes y caían gotas de jugo sobre el caminito angosto de cemento, en la casa de mi padre.

Y luego vinieron los jazmines. Y me pareció aspirar el aroma de los árboles cuajados de luz blanca que se abrían en los noviembres al lado de mi pieza de dormir.

Y así, dentro de las hojas solitarias con letras negras fui deletreando; la sombra,  el ventanal, las ciruelas, los jazmines, y al finalizar las imágenes, me pregunté:  ¿quién habrá contado la historia de mi padre a la autora?

Susana Ballaris

abril/2007

* * * * * * * * * *

Lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

Top