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Del legado de Alfonsina Storni (1892-1938)

1999: Noticiero…

“Alejandro Storni nos descubrió una inédita Alfonsina”.

Relatos de Alejandro desde la televisión…

Alfonsina y sus poesías…

El divino Amor

Han venido.

Dolor

Tú, que nunca serás…

Carta lírica a otra mujer

Fuerzas.

 

En esta aproximación a la trayectoria de Alfonsina, sigo las señales que dejó el perseverante poeta y editor platense Oscar Abel Ligaluppi.

Incluyo referencias difundidas en el Diccionario de Poetas Argentinos (edición marzo de 1984 del “Fondo Editorial Bonaerense” (p. 169) y la selección de poemas que Ligaluppi incorporó en sucesivas colecciones.

 

“Nació en Sala Capriasco (Cantón Tesino, Suiza) en 1892 y murió en Mar del Plata en 1938.”

Obra:

1916: “La inquietud del rosal”.

1918: “El dulce daño”.

1919: “Irremediablemente”-

1920: “Languidez”

1925: “Ocre”.

1926: “Poemas de amor”.

1934: “Mundo de siete pozos”

1938: “Mascarilla y trébol”.

                     ( Más: Poesías inéditas no publicadas hasta 1968.)

“Se han compilado varias antologías con sus obras.  Su poesía evolucionó del romanticismo al simbolismo y alcanzó a veces una perfección clásica.  Esta conceptuada como una de las más altas expresiones de la lírica femenina de Hispanoamérica.”

1999: Noticiero…

Oscar Ligaluppi enviaba a sus escritores amigos el Noticiero –“suplemento del boletín informativo de “El editor interamericano” que era él, sorprendiendo con sucesivas publicaciones de autores hispanoamericanos.

“Alejandro Storni nos descubrió una inédita Alfonsina”

Necesitó escribir Ligaluppi en agosto de 1999:

“Alejandro Storni -el hijo de la celebrada Alfonsina- es un antiguo y querido amigo de El Editor Interamericano.  Con él, en un pequeño bar porteño del que Alejandro es ‘habitué’, el titular de nuestro sello y la asesora Marta Macías mantuvieron un cordial y prolongado encuentro.

La reunión estuvo vinculada con la posibilidad de editar en México una recopilación de poemas de Alfonsina Storni.  La oportunidad fue propicia para rememorar algunos pasajes inéditos de la vida y la obra de la autora de ‘Mascarilla y trébol’, y del papel que por aquellos años le cupo a Alfonsina en su lucha reivindicatoria de la mujer escritora.

Asimismo, Alejandro agradeció los múltiples homenajes que nuestro sello ofrendó y sigue tributando a la memoria de su madre.  Recordó a este propósito el acto de presentación en 1983, en el histórico Café Tortoni, de nuestras antologías ‘La mujer en la poesía hispanoamericana’ y la más reciente ‘Los rostros de la gloria’, ambas dedicadas y en homenaje a Alfonsina Storni.”

Relatos de Alejandro desde la televisión…

Entre las páginas de Obras Escogidas de Alfonsina Storni, encontré otro de los recortes de tiempo y retazos de emociones donde con un bolígrafo, no anoté ni el nombre del canal, ni el programa, ni el momento.  Me interesaba lo que estaba rememorando Alejandro Storni acerca de su infancia mientras nombraba a su madre, simplemente diciendo Alfonsina.   [1]

(Sabido es que Alfonsina prefirió no nombrar al padre de Alejandro. Tras su fallecimiento, sabido es que fue Carlos Arguimbau, legislador santafesino residente en el departamento San Jerónimo.)

 

El hijo de Alfonsina Storni, insistió en su vocación por el magisterio, y así fue como entró en la Escuela Normal acompañado por Fermín Estrella Gutiérrez…  Mientras desarrollaba las Prácticas de Enseñanza en segundo año, sintió que no abandonaría su título máximo: “¡Ser maestro!”

Empezó a ejercer en 1940 en las denominadas Escuelas Láinez -dependientes del Consejo Nacional de Educación-; hasta 1980 trabajó en escuelas para adultos y llegó a ser director y miembro de Juntas elegido por los maestros.

Desde su punto de vista, “cada vez hay menos maestros hombres”.  Recordó que empezó percibiendo un sueldo de $ 257.- y como gerente de Banco $ 350.-, insistiendo en que generalmente era necesario desempeñar dos trabajos.

Al recordar el momento en que dejó de tener a su madre a su lado, necesitó expresar:

“Nací a los 26 años…  Era como vivir sobre una pared y esa pared  se vino abajo… Me dio mucha libertad; yo no me tomé más.  Cuando pedía dinero, me decía: ‘Ir a la cartera y sacar’…”

Alfonsina y sus poesías…

En 1981, en la Antología Poética 3 de la serie “1.800 poetas argentinos”, Oscar Abel Ligaluppi incluyó dos sonetos y dos poemas de Alfonsina.

 

El divino Amor

Te ando buscando amor que nunca llegas,

te ando buscando amor que te mezquinas,

me aguzo por saber si me adivinas,

me doblo por saber si te me entregas.

Las tempestades mías, andariegas,

se han aquietado sobre un haz de espinas;

sangran mis carnes  gotas cristalinas

porque a salvarme, oh, niño, te me niegas.

Mira que estoy de pie sobre los leños,

que  a veces bastan unos pocos sueños

para encender la llama que me pierde.

Sálvame, amor, y con tus manos puras

trueca este fuego en límpidas dulzuras

y haz de mis leños una rama verde.

                     (Pertenece a Irremediablemente, 1919-1920)

Han venido

Hoy han venido a verme

mi madre y mis hermanas.

Hace ya tiempo que yo estaba sola

con mis versos, mi orgullo; en suma, nada.

Mi hermana, la más grande, está crecida:

Es rubiecita; por sus ojos pasa

el primer sueño.  He dicho a la pequeña:

-La vida es dulce. Todo mal acaba…

Mi madre ha sonreído como suelen

aquellos que conocen bien las almas;

ha puesto sus dos manos en mis hombros,

me ha mirado muy fijo…

Y han saltado mis lágrimas.

Hemos comido juntas en la pieza

más tibia de la casa.

Cielo primaveral!… para mirarlo

fueron abiertas todas las ventanas.

Y mientras conversábamos tranquilas

de tantas cosas viejas y olvidadas,

mi hermana, la menor, ha interrumpido:

-Las golondrinas pasan.

                     (En Languidez, 1920

Dolor

Quisiera esta tarde divina de octubre

pasear por la orilla lejana del mar;

que la arena de oro y las aguas verdes

y los cielos puros me vieran pasar.

Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,

como una romana, para concordar

con las grandes olas, y las rocas muertas

y las anchas playas que ciñen el mar.

Con el paso lento y los ojos fríos

y la boca muda dejarme llevar:

Ver cómo se rompen las olas azules

contra los granitos y no parpadear;

ver cómo las aves rapaces se comen

los peces pequeños y no suspirar;

pensar que pudieran las frágiles barcas

hundirse en las aguas y no despertar;

ver que se adelanta, la garganta libre,

el hombre más bello: no desear amar…

Perder la mirada, distraídamente,

perderla y que nunca la vuelva a encontrar;

y figura erguida entre cielo y playa,

sentir el olvido perenne del mar.

         (En Ocre, 1925.)

Tú, que nunca serás…

Sábado y fue y capricho el beso dado,

capricho de varón, audaz y fino,

mas fue dulce el capricho masculino

a este mi corazón, lobezno alado.

No es que crea, no creo, si inclinado

sobre mis manos te sentí divino

y me embriagué, comprendo que este vino

no es para mí, mas juego y rueda el dado…

Yo soy ya la mujer que vive alerta,

tú el tremendo varón que se despierta

y es un torrente que se ensancha en río

y más se encrespa mientras corre y poda.

Ah, me resisto, mas me tienes toda,

tú, que nunca serás del todo mío.

 

(Pertenece a Ocre, 1925.

Estos poemas, editados en La Plata en páginas 278 a 280.

Dolor reiterado en Patria Plural, abril 1990, p. 224.)

 

En febrero de 1983, Ligaluppi difundió Antología 1 de la serie “El amor en la poesía argentina” y en las páginas 244-246, incluyó un extenso poema de Alfonsina.

Carta lírica a otra mujer

Vuestro nombre no sé, ni vuestro rostro

conozco yo, y os imagino blanca,

débil como los brotes iniciales,

pequeña, dulce… Ya ni sé… Divina.

En vuestros ojos placidez de lago

que se abandona al sol y dulcemente

le absorbe su oro mientras todo calla.

Y vuestras manos, finas, como es este

dolor, el mío, que se alarga, alarga

y luego se me muere y se concluye

así, como lo veis, en algún verso.

Ah ¿sois así?  Decidme si en la boca

tenéis un rumoroso colmenero,

si las orejas vuestras son a modo

de pétalos de rosas ahuecados…

Decidme si lloráis, humildemente,

mirando las estrellas tan lejanas

y si en las manos tibias se os aduermen

palomas blancas y canarios de oro.

Porque todo eso y más vos sois, sin duda;

vos que tenéis el hombre que adoraba

entre las manos dulces, vos la bella

que habéis matado, sin saberlo acaso,

toda esperanza en mí… vos, su criatura.

Porque él es todo vuestro: cuerpo y alma

estáis gustando del amor secreto

que guardé silenciosos… Dios lo sabe

por qué, que yo no alcanza a penetrarlo.

Os lo confieso que una vez estuvo

tan cerca de mi brazo, que, a extenderlo,

acaso mía aquella dicha vuestra

me fuera ahora… ¡sí!, acaso mía.

Mas ved, estaba el alma tan gastada

que el brazo mío no alcanzó a extenderse:

la sed divina, contenida entonces,

me pulió el alma… ¡Y él ha sido vuestro!

¿Comprendéis bien?  Ahora, en vuestros brazos

él se adormece y le decís palabras

pequeñas y menudas que semejan

pétalos volanderos y muy blancos.

Acaso un niño rubio vendrá luego

a copiar en los ojos inocentes

los ojos vuestros y los de él unidos

en un espejo azul y cristalino…

¡Oh, ceñidle la frente! ¡Era tan amplia!

¡Arrancaban tan firmes los cabellos

a grandes ondas, que a tenerla cerca

no hiciera yo otra cosa que ceñirla!

Luego dejad que en vuestras manos vaguen

los labios suyos; él me dijo un día

que nada era tan dulce al alma suya

como besar las femeninas manos…

Y acaso, alguna vez, yo, la que anduve

vagando por afuera de la vida,

-como aquellos filósofos mendigos

que van a las ventanas señoriales

y miran sin envidia toda fiesta-

me allegue humildemente a vuestro lado

y con palabras quedas, susurrantes,

os pida vuestras manos un momento

para besarlas, yo, como él las besa…

Y al recubrirlas, lenta, lentamente,

vaya pensando: aquí se aposentaron

¿cuánto tiempo, sus labios, cuánto tiempo

en las divinas manos que son suyas?

¡Oh, qué amargo deleite, este deleite

de buscar huellas suyas y seguirlas

sobre las manos vuestras tan sedosas,

tan finas, con sus venas tan azules!

Oh, que nada podría, ni ser suya,

ni dominarle el alma, ni tenerlo

rendido aquí a mis pies, recompensarme

este horrible deleite de hacer mío

un inefable, apasionado rastro.

Y allí en vos misma, sí, pues sois barrera,

barrera ardiente, viva, que al tocarla

ya me renueva este cansancio amargo,

este silencio de alma en que me escudo,

este dolor mortal en que me abismo,

esta inmovilidad del sentimiento

que sólo salta, bruscamente, cuando

¡nada es posible!

                     (Pertenece a Languidez, 1920)

 

En 1988, en Americanto -selección que Ligaluppi dedicó “A los poetas de la latitud americana, con el fervor de la hermandad y el canto”-, está incluido este poema de Alfonsina:

Fuerzas

Esa espada del mar en los confines…

Tiendas de luna y sol; un viejo nido

de palabras que avanzan por las olas

a clavarse llameantes en tu pecho.

Allá está el puño que semillas suelta

hacia tu tierra y hace agricultura

de flor de fuego en tus arenas frías;

allá en el abra, junto al mar, de cielo.

Máquinas de trastorno allá gobierna

y en sus aspas de jade soy volteada.

¿Qué me quieres o tú palabra grave?

Nadie contesta pero ordena todo;

y el rubio alfanje de la luna nueva

el vientre me penetra y lo florece.

 (De Mascarilla y trébol, 1938.

En Americanto, p. 252.)

Palabras de Alfonsina para un prólogo…

Tras una breve pausa, nos aproximamos a las Obras Escogidas publicadas en 1984, y es posible leer lo escrito por Julieta Gómez Paz en la Introducción.  En esas páginas se reiteran las “Palabras prologales que Alfonsina Storni dejó escritas para una antología aparecida en 1940” y así “leemos conmovedoras y proféticas reflexiones sobre la suerte que aguarda a la obra del poeta cuando éste ya no pueda velar sobre ella”.

“Treinta años es, entre nosotros, el plazo concedido a un muerto para que se estremezca, desee sus neveras, por la coma de más o el punto de menos de la edición póstuma X de sus obras y destacar sus ramas legales a reparar la falta de sentido del soneto Z.  Pasado este plazo, al ciclón público pertenece su sembrado, y ya es mucho que podamos agradecer a éste que su buen ojo plomal se digne enderezar hacia nuestros solares y alzarnos con insectos, polillas y hierbajos”.

“Es bien recordada su frase implacable: ‘Dios te salve, lector, de La inquietud del rosal’…”   Escribió Alfonsina en aquel tiempo:

“Por mucho que reniegue de mi primer modo, sobrecargado de mieles románticas, debo reconocer, sin embargo, que traía aparejada la posición crítica de una mujer del siglo XX, frene a las tenazas todavía dulces y a la vez enfriadas del patriarcado.”

“Ya en Languidez (1920), declaraba:

“Este libro cierra una modalidad mía.  Si la vida y las cosas me lo permiten, otra ha de ser mi poesía de mañana.”

 

(Aproximaciones y síntesis: Nidia Orbea de Fontanini / 2004.)

[1] Storni, Alfonsina Obras Escogidas. Buenos Aires, SELA –Sociedad Editora Latino Americana-; impreso en los talleres de Editorial Columba S.A.¸ 1984, editor y director general Jorge R. Corvalán.

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