Cuando los guaraníes se reunían alrededor del fuego durante las noches del invierno, las abuelas contaban algunas historias muy interesantes.
Así sorprendían a sus nietos hablándoles de Tupá, uno de los dioses que respetaban todos los integrantes de esas tribus. Comentaban que una vez, Tupá descendió hasta la orilla de un caudaloso y miró hacia el bosque cercano. Juntó barro y lo mezcló con algunos pequeños trozos de madera de los árboles que allí crecían y después de amasar, amasar y amasar, Tupá logró formar al primer hombre y a la primera mujer, que necesariamente tenían la piel oscura. Al contemplarlos se entusiasmó y decidió crear otros animales: hizo una bola con barro, tronquitos y hojas secas y empezó a modelarla hasta que quedó algo así como un chorizo y entonces dijo: esto será una víbora y así fue cómo empezó a moverse la temible yarará. Miró hacia lo alto y se imaginó algún animalito volando; le pareció fácil hacer sólo con barro algo así como un rectángulo, lo apretó en el medio y se dio cuenta de que podrían ser algo así como dos alitas, buscó dos hierbas resistentes y las agregó a la cabecita como si fueran dos antenitas.
Como Tupá era un dios, miró su obra dos veces, de uno y otro lado y dejándola apoyada sobre la mano derecha vio cómo empezaba a moverse hasta que voló, voló, voló y se posó sobre una flor. Se alegró al verla volar y quiso hacer otro animalito con alas, esta vez ya no un insecto sino uno que tuviera esqueleto, que fuera más pesado. Le gustaron los colores de la mariposa y pensó cómo podía hacer para que su futura creación también luciera distintos tonos. Empezó a modelar hasta que completó un pequeñísimo pajarito que como por arte de magia también estaba cubierto con delicadas plumitas de varios colores y con bastante brillo. Miainumbí –dijo- mientras el colibrí salió volando, volando, volando… y se escondió entre las ramas del sauzal. Con alegría juntó más barro y con la misma mezcla que usó para el colibrí, hizo otra ave, también con plumas azules, verdes, amarillas, rojas, grises pero en vez de un largo y fino pico, le puso uno grueso como para que pudiera comer algunos frutos. Lo posó sobre la rama de un ceibo y enseguida el guacamayo voló, voló, voló…
Todos estaban muy tranquilos en ese lugar hasta que Añá, el dios del Mal se enteró que ahí vivía una pareja de hombres de piel blanca y decidió apoderarse de la jovencita con la intención de convertirla en una mansa avecilla. Lo logró y una blanca paloma empezó a aletear y se alejó hasta el bosque donde estaban las que había creado Tupá.
Han contado las abuelas que enseguida se dio cuenta de que la mariposa y las otras aves lucían atractivos colores y como suele pasar entre los hombres, sintió envidia y empezó a buscar entre su plumaje alguna que aunque fuera muy pequeña, tuviera otro color. Tanto estuvo picoteándose que se lastimó y la sangre le tiñó las blancas plumas del pecho. Es probable que Añá haya estado por ahí, pensando en hacer alguna otra brujería, porque desde entonces esa palomita nunca más volvió a ser toda blanca y luciendo ese original medallón natural y rojo, siguió revoloteando de rama en rama…
“Recreación” de Nidia Orbea de Fontanini. – nidiaorbea@hotmail.com
Santa Fe de la Vera Cruz. República Argentina.