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2006 – Resonancias de la literatura hebrea…

2006 – Resonancias de la literatura hebrea.

Las muerte de mi padre.

 

Abraham Platkin, traductor de los textos que aquí están reiterados, destacó que la producción literaria hebrea “se intensificó precisamente después de la clausura del Talmud en al año 500 aproximadamente y que desde 1892… los autores no permanecieron ociosos…”

Aludió a las dificultades frecuentes para las traducciones y subrayó que “cualquier versión del hebreo al castellano (u otro idioma europeo) tropezará indefectiblemente con el obstáculo que plantea una lengua con una estructura totalmente diferente a la de las lenguas europeas y de una concisión tal que abruma al traductor de la poesía hebrea, que se ve imposibilitado de conservar la métrica original.”

Pertinente a la época moderna, esta prosa:

Las muerte de mi padre

(Fragmento)

 

Cierto día de las Expiaciones estaba mi padre frente a la sinagoga.  Trepé a la silla para verlo mejor, de atrás.  Es más fácil recordar su espalda que su cara. Su espalda siguió tal cual, no variaba.  Su rostro cambiaba siempre al hablar, su boca parecía la entrada a las tinieblas o una bandera agitada.  Los párpados o los ojos: timbres postales en esa carta de su rostro que remitía lejos. O sus orejas, veleros en el mar de su deidad.  O su cara enteramente roja, o blanca como sus cabellos, y las ondas sobre su frente, una costa pequeña y privada junto al océano del mundo.

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Una vez en Alemania, mucho tiempo después de la guerra, mi padre vistió una chaqueta negra y se prendió las condecoraciones.  También vistió una chaqueta negra y asistió a la inauguración de un monumento funerario a los caídos en la guerra.  Los muertos están anotados por abecedario.  ¿En dónde estaba la lápida?  En la plaza pública, junto al campo de juegos.  Al lado de los columpios y de los marcos con arena.  No recuerdo la forma del monumento.  Seguramente tenía soldados que enarbolan fusiles de piedra, bajo pendones de piedras,  mientras las madres-de-piedra lloran un-llanto-de-piedra.   Seguramente había fieras salvajes para perpetuar la grandeza del hombre, de los guerreros y de los emperadores.

 

Durante cuatro años mi padre murió en la guerra.  Cavó muchas trincheras.  Le dijeron que el sudor ahorrar sangre.  Que la sangre-de-soldados ahorra sudor de generales.  Que el sudor de generales ahorra la sangre y el sudor de industriales y emperadores. Un sinfín de ahorros.  Muchas trincheras cavó mi padre.  Muchas fosas cavó para sí mismo.  Sólo una vez fue herido.  Los otros proyectiles y las esquirlas no le acertaron.  Cuando murió-de-verdad, muchos años después, vinieron los proyectiles y las balas que no dieron en el blanco, se unieron y de una sola vez le despedazaron el alma.

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Muchas cartas mandó de allá. Al principio remitía cartas contadas.  En los cuatro años de guerra las cartas se convirtieron en atados y en bultos.  Los bultos se hicieron pesados como piedra.  ¡A dónde llegan las cartas!  Primero flotan livianas y blancas como alas de paloma. Luego se vuelven pesadas como piedra.

También las cartas ambulaban a la deriva, de depósito en depósito, de un cofre a otro.  Adentro del armario y encima del armario.  De allí al altillo y prácticamente debajo de las tejas. [1]

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Después volvió a morir con frecuencia.  /…/ Murió cuando pusieron centinelas frente a su comercio para impedir que le compren, por ser un comercio judío.

Murió cuando emigraron de Alemania.  Todos los años habidos, murieron. Cuando el tren pasó al lado del asilo de ancianos judío, del que mi padre era uno de los protectores, los asilados agitaron las sábanas de sus camas desde los balcones y las ventanas.  No las agitaban en señal de capitulación, sino para despedirse. ¿Qué diferencia hay entre la despedida y la rendición?  En ambos casos se agita banderas y pañuelos blancos, o sábanas.

Murió muchas veces, pues estaba compuesto de muchos materiales: a veces hierro, a veces pan blanco, a veces leño antiguo.  Todos esos materiales tuvieron que morir.  Unas veces lo vi con sus manos cubriéndole el rostro como una tela, par que no lo sorprendieran en su desnudez, a veces los pensamientos le pesaban demasiado para su cuerpo enjuto y el peso lo encorvaba.  A veces era fuerte como un poste telefónico y sus ideas eran de encanto, brillantes y tenues como los cables tirantes.  Hasta los pájaros cantores venían a posarse en ellos.

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Yehuda Amijai

Traducción de Bar Kojba Málaj.

Lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

[1] Antología de la Literatura Hebrea. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, Biblioteca Básica Universal,  p. 116-117, 119-121.

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