Estás aquí
Inicio > Literatura > Autores Argentinos > Lorenzo Antonio Cuesta, narrador santafesino

Lorenzo Antonio Cuesta, narrador santafesino

Primera publicación de relatos de Lorenzo Cuesta.

José.

“Barrio Candioti”.

“Los largos”.

Recuerdos de mi padre.

“La señorita Elena”.

“La tía Julia.

Lorenzo Antonio Cuesta, narrador…

 

Casi prólogo: A mediados de la década del ’50 ya había logrado aprehender algunas señales en torno a la trayectoria de santafesinos destacados, entre ellos el doctor Lorenzo García, hermano de Julia y de Baudilio, más conocido como Diego Abad de Santillán.

 

(Es oportuno tener en cuenta que en concordancia con la Ley Nacional de Salubridad promovida por el doctor Ramón Carrillo y promulgada por el presidente General Juan Domingo Perón durante su primera presidencia, el doctor Lorenzo García impulsó en la Provincia de Santa Fe la creación de la Facultad de Higiene y Medicina Preventiva que comenzó a funcionar en 1948.

Entre los egresados del primer curso de actualización,  destaco al doctor Francisco Menchaca nacido en Santa Fe de la Vera Cruz el 2 de junio de 1905; Pediatra egresado de la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario; en 1946 primer Director del Hospital de Niños “María Eva Duarte de Perón”, en la capital santafesina. Nuestro distinguido profesor de Higiene en la Escuela Nacional de Comercio “Juana del Pino de Rivadavia” en 1949, año de su creación por desdoblamiento del curso de peritos mercantiles hasta entonces con alumnado de ambos sexos: “Escuela Superior Nacional de Comercio ‘Domingo Guzmán Silva’…”  (Más información en “H” – HISTORIA / HOMBRES-HECHOS-HOMENAJES / “SANTA FE DE LA VERA CRUZ – ESCUELAS…” www.sepaargentina.com.ar )

 

Durante la década siguiente, la señora Julia García de Cuesta se acercaba a nuestro hogar con catálogos de libros que era posible adquirir en cuotas.  Así fue como incorporamos a la biblioteca familiar el Diccionario Enciclopédico”FIDES” -cuatro tomos-; nuestra primera colección de “Historia Argentina”, obra de Diego Abad de Santillán y la “Historia Universal” de H. G. Wells que incluye ensayo sobre Historia Hispanoamericana elaborado por Enrique de Gandía… En otros ámbitos, fue posible leer diversas obras de este perseverante luchador anarquista nacido en 1897, director del diario “La Protesta”, en 1928 impulsor del funcionamiento de los primeros colectivos en la ciudad de Buenos Aires desde Boedo y los domingos hasta el Hipódromo de Palermo, cuando los aumentos en las tarifas de los taxis determinaron la conveniencia de organizar servicios de ómnibus.  Siguen siendo obras de consulta, la Gran Enciclopedia de la Provincia de Santa Fe y la gran Enciclopedia de la Argentina, legados insoslayables de este talentoso escritor fallecido en 1983.

Primera publicación de relatos de Lorenzo Cuesta

Esos párrafos son casi el prólogo que se fue generando en mi memoria tras la lectura de los primeros relatos publicados por Lorenzo Antonio Cuesta.

El sábado 21 de abril de 2007, llegó Lorenzo a nuestro hogar y una vez más, dialogaron nuestras miradas y luego celebramos la circulación de otro libro: “Antología 4 – Taller Literario – Ediciones Tauro”, conducido por el escritor santotomesino Carlos Antognazzi.

Con emoción leí la dedicatoria manuscrita en la primera página:

“A mi querida vecina, que con seguridad sabrá valorar mis primeros escritos editados. / Firma / Lorenzo CUESTA //

20/07/07.”

 

Recordamos distintas experiencias por los laberínticos senderos de las interrelaciones en torno a lo laboral y lo literario… Tras la despedida se impuso una pausa y después del mediodía, leí su narrativa impresa en las páginas 55-67.

En sus “Historias de bar”, con el título “Café”, Lorenzo Antonio Cuesta sitúa al lector en la ciudad que despierta y “de pronto miles de rostros somnolientos aparecen, todo comienza a cobrar vida.

“Desde la amplia ventana observo el desfile incesante de la gente. Me atrapa el misterio del bar.  La algarabía de los futboleros de los domingos viendo los clásicos, mientras otros buscan las últimas noticias.  Observo la indiferencia ante los lustrabotas y los mendigos contrastando con la calidez del ambiente.

Converso con el mozo que ya me conoce mientras pienso si habrá algo más grato que leer saboreando un humeante café.

Alegrías, emociones, tristezas, soledad compartida, encierran las paredes de ‘mi bar’, historias que con seguridad se repiten en otros tantos del país.”

Es evidente, que no ha sido por casualidad, la escritura del segundo relato:

José

Estoy sentado en el bar leyendo el diario y de pronto una voz me distrae y llama mi atención; es el lustrabotas del lugar, que mirándome me dice: ‘¿Se lustra, señor?’

Acepto y él rápidamente se sienta sobre su pequeño cajoncito de madera y comienza a lustrar mis zapatos. Mientras tanto, me cuenta que se llama José y vive en un barrio marginal de la ciudad.

No tiene aún 22 años y ya tiene dos hijos por quienes debe trabajar durante todo el día.

Muy temprano viene con su bicicleta, que deja en el bar y recorre la zona buscando clientes, que según me dice, hay días que son escasos.  De pronto veo en una mesa cercana al intendente municipal, y le digo a José: ‘Aquel señor es el  intendente, ¿por qué no vas a ofrecerle tus servicios?’

Al rato vuelve y me agradece sonriendo.  El intendente le ha dado diez pesos y eso lo ha puesto contento.

Además de lustrar zapatos realiza tareas de pintura y jardinería en casas de familia. Dejo el bar mientras pienso en cuántos seres llegan todos los días al centro y recorren la peatonal y calles adyacentes para ganarse el pan de cada día como vendedores, artesanos y comerciantes…  p. 55-56

 

Lorenzo Antonio Cuesta terminó esa trilogía con el relato Encuentro.

Es el momento en que el bar “está lleno de gente y de voces que pareciera que hablaban todas al mismo tiempo en un murmullo.”

Lorenzo describe aquel encuentro:

“Alguien se acerca hacia el lugar donde estoy y me estrecha la mano diciéndome ‘Soy Omar, ¿te acordás de mí?’

Lo miro fijamente.  Han pasado muchos años desde la escuela primaria.  Omar estudió conmigo y ahora recuerdo su rostro siempre risueño y vivaz.

Era el más simpático

 

En la página siguiente, con el título “Vivencias” imprimieron siete relatos breves:

“Barrio Candioti”

“Hace algún tiempo volví al barrio que dejé para vivir cerca del centro.  Mis recuerdos me llevaron a la calle Chacabuco, y a las casas en las que viví mi niñez y mi adolescencia.

La primera de las casas, en la que estuve hasta los 13 años, ha cambiado mucho en su aspecto. Era una finca antigua, en la que habitó mi abuela materna.

Con respecto a la segunda casa, que estaba situada a tres cuadras de allí, sobre la misma calle: está igual, pues se trata de una vivienda más nueva.

La escuela donde transcurrió mi educación primaria es ahora de educación media.

El cine ya no existe; allí funciona un banco.  El club sigue, pero ya no tiene sus canchas de tenis, que fueron destruidas para construir el puente Oroño.

La calle Chacabuco, empedrada en mi niñez, hoy está asfaltada y tiene pocos plátanos, que tanta sombra nos daban en los veranos.

A pocas cuadras de allí sólo el boulevard Gálvez presenta bullicio, pues el resto del barrio conserva su calma y tranquilidad.  La estación de trenes cercana ya no tiene movimiento y da pena verla solitaria y abandonada, sin el clásico ruido de las locomotoras y vagones.  La laguna Setúbal está cerca y desde allí contemplo la reconstrucción del puente Colgante Es otra imagen de aquellos años.

Barrio Candioti, pasarán los años pero jamás podré olvidar todo lo vivido en tus calles, todos esos lugares tan queridos y que hoy recuerdo con estas sencillas líneas.”  p. 57

 

“Los largos”

“El término ‘los largos’ no es conocido en la actualidad, pero hace muchos años se conocía en la jerga de los pibes que tenían entre 13 y 15 años. / Hoy a cualquier edad se usan pantalones cortos, pero antes sólo lo usaban los chicos que aún no tenían derecho a los famosos ‘pantalones largos’, a los cuales se accedía cuando los padres lo disponían.

Lucir los pantalones largos era un sentimiento difícil de explicar. Había que vivirlo, pues uno se sentía un hombre hecho y derecho.”p.57

 

Se impone otra pausa porque tras la reiteración de esa lectura, recuerdo que Gastón Gori cuando presentó mi primer libro editado “Poemas para Tioco” que comienza con versos manuscritos dedicados a mi abuela materna, en la Sala Marechal el 24 de octubre de 1980 dijo que por su tono intimista relacionado con la vida familiar y del trabajo lo había impulsado a rememorar el canto de José Pedroni… ¡José Bartolomé Pedroni, el titiritero-poeta!  Ahora, casi veintisiete años después, mientras estoy releyendo las narraciones de Lorenzo Antonio Cuesta, evoco lo escrito por Pedro Raúl Marangoni –Dalmacio Gálvez transitando “caminos de Luz y de Amor” en su Esperanza natal”…

Sabido es que Gastón Gori, en su libro “Y además, era pecoso…” relata sucesivas vivencias y así como Lorenzo evocó sus primeros recorridos por el “Barrio Candioti” de la Capital santafesina, Gastón comentó sucesivas transformaciones en “Esperanza” destacando que lucía “con orgullo los trabajos de su plaza pública reformada, su flamante asfalto y su soberbio monumento a la Agricultura ornado de bajos relieves”…

 

Gastón Gori también necesitó escribir lo pertinente al pecoso “Dalmacio Gálvez”, quien había “fijado bien en su corazón la ternura” de su madre, “su mirada dulce, sostenida”… Gastón y Dalmacio eran “uno mismo” y es oportuno destacar cómo se observaba el adolescente que ya se sentía ¡un hombre!…

 “Mis piernas eran demasiado largas para andar descubiertas y llamaban la atención”

“No tardé mucho tiempo en plantear este nuevo problema a mi madre, y una tarde, en medio de risas y preocupaciones, me aventuré por las calles con flamantes pantalones largos. Caminaba e iba mirándolos… Ya estaban cubiertas mis piernas, pero más desnuda mi alma… porque fueron agudizándose mis inclinaciones hacia una vida que me llenó de íntimos dolores y de inefables contentos.”  [1]

“…Dejada su vida de callejero despreocupado, comencé a querer desentrañar misteriosos ensueños.  No encontré solución en los libros aunque ellos ayudaban satisfaciendo urgentes ansias del pensamiento-, ni tampoco la vida le ayudó mucho a dominarlos, puesto que aún, como si se refrescaran por poder maravilloso, le arrebatan con la intensidad y lozanía primera.”  [2]

No ha sido por casualidad, lo escrito por Lorenzo Cuesta en el último párrafo de aquel relato:

“Hoy, después de mucho tiempo, todos, no importan los años que tengan, pueden usar pantalones largos, por eso recuerdo una vez que al volver de la escuela y cruzar una avenida céntrica sentí un grito de un lustrabotas al merme pasar: ‘Che, decile a tu viejo que te compre los largos’.”

Recuerdos de mi padre

“Mi padre nació en Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias.  Desde allí se vino a la Argentina en busca de trabajo.  Estuvo un tiempo en Buenos Aires en la década del ’30 y luego se estableció en Azul, provincia de Buenos Aires, donde trabajaba en una casa dedicada a la fotografía.

Su sueño era dibujar y pintar cuadros, y su mayor anhelo era estudiar bellas artes.

Cuando conoció a mi madre se radicó en Santa Fe, donde formó su familia.  No pudo estudiar pintura pues en ese horario ella trabajaba y él debía quedarse a cuidar a sus hijos.  Por eso su esposa pudo desarrollarse en la carrera de asistente social y él vio truncos sus sueños de llegar a ser un importante artista plástico.

Siempre recuerdo con alegría haberlo acompañado a las exposiciones que se realizaban en el Museo provincial de Bellas Artes y el municipal.

Trabajaba como dibujante en Estadística de la provincia y a la tarde atendía una casa de fotografía.  No obstante él encontraba el tiempo para desarrollar sus habilidades de cocinero, carpintero, peluquero, zapatero y sobre todo como destacado pintor de cuadros.

Su deseo mayor fue traer a su madre.  Ella había quedado en Canarias y nunca más la volvió a ver.

En el año 50 viajó a su tierra en barco para colocar flores en su tumba.  Nunca olvidaré su ceño fruncido, el mismo que veo cada vez que visito el cementerio y su foto me devuelve su querida imagen.”

“La señorita Elena”

“Todos la llamaban así.  Fue mi única maestra de la escuela primaria, ya que la tuve en todos los años, desde preescolar a sexto grado, en tiempos en que no existía el ‘famoso’ séptimo.

La recuerdo frágil, pero a la vez fuerte en sus determinaciones y principios.

Nos ‘ayudaba’ en las ‘terribles’ pruebas que tomaba el director y fiscalizaba la limpieza revisando uñas, orejas y zapatos sin lustrar.

Ella sembró en nosotros la tolerancia al prójimo, aunque pensara distinto y perteneciera a otra religión.

Mi letra dejaba mucho que desear.  Ella insistía para que la mejore y el concepto de ‘regular’ de todos los trimestres, en caligrafía, cambiaba a ‘bueno’ a fin de año para que no la rindiera en examen complementario.

A pesar de que un hijo de ella iba con nosotros, siempre actuaba con justicia y equidad.  Evitando los perjudiciales favoritismos. Después de muchos años, al saber que estaba enferma, la fuimos a visitar y la encontramos llena de lucidez y alegría, ya  los que estuvimos nos reconoció con sus ojos vivaces.

Con el correr del tiempo, en mis determinaciones de adulto, su imagen me ilumina con su ejemplo y los valores que me inculcó en esos siete años fundamentales de mi vida.”p.58-59

 

En este momento, pulsan en la memoria algunas señales del “Universo Vittoriano” porque sabido es que el perseverante periodista y escritor José Luis Víttori, “al observar un pergamino que conservan en el diario El Litoral, transmite algunas señales:

‘…data del 7 de agosto de 1920 y lleva las firmas de Salvador Caputto, de mi padre -asociado poco antes con él en la empresa de afirmar el diario fundado dos años antes-, de algunos invitados especiales y de toda la redacción.  Junto a la firma de Pedro A. Víttori escribió la suya Juan Sánchez y, un poco más abajo, Antonio Ghirardi.  Juan Sánchez era, según contaban en 1959 los sobrevivientes de los ‘tiempos heroicos’, la estrella de la primera redacción: editorialista, notero, cronista de afinada versatilidad, y Antonio Ghirardi -con su leyenda de imprentas- estaba a cargo de la corrección.  Más adelante, en 1942, cuando yo cursaba quinto grado en la Escuela Normal, fue mi maestra Elvira Ghirardi de Sánchez, hermana de Antonio Ghirardi y viuda de Juan Sánchez; de dónde, la historia iniciada en 1920, confluyó en la persona de la educadora con la cual tuvimos la secreta afinidad que la presencia del diario y sus recuerdos acentuaba fuera del aula.  Quisiera detenerme un momento en esta circunstancia, ya se verá en  razón de qué… conservo un recuerdo muy intenso de las mañanas soleadas en el aula de la escuela, cuando la ‘Señora de Sánchez’ entraba con su traje-sastre gris, su cabeza erguida, blanca, bien peinada, y la sonrisa entrelabios de una paz interior que nos invitaba al silencio y a la atención.
Su voz, como sus gestos, era suave y bien templada -no la idealizo, la veo y la escucho, es como estar ahí todavía, ante esa presencia grata y renovada cada mañana en sus enseñanzas; clarísima, sustanciosa, interesante hasta en los pasajes más arduos de la gramática o de la aritmética. /…/ Chicas y muchachos en la preadolescencia, vitales y curiosos, encontrábamos en ella la respuesta justa en su saber didáctico y en su trato equilibrado; yo, además, esa simpatía que no fue indulgente -al fin y al cabo era buen alumno-, pero que en un orden más personal me animaba a superar, en la momentánea atención de la clase, las ensoñaciones y la regalonería que suelen tener los muchachos cuando se saben queridos…
Al terminar quinto grado y luego la escuela primaria, perseveré en esa relación afectuosa del discípulo con Elvira Ghirardi de Sánchez.  Yo la visitaba en su casa o le escribía para Navidad, resistiéndome a olvidar y más aún a perder la atmósfera de la vida escolar…”   [3]

Al leer esos testimonios de Víttori, refiriéndose a la abuela del poeta Julio Gómez Sánchez, los lectores podrán conmoverse, pero es inexplicable la íntima sensación de alegría y de misterio que percibo, porque Víttori se ha referido a una familia conocida y reconocida.  Esas intimas vibraciones son semejantes a las que van generándose mientras intento aproximar a la obra literaria de Lorenzo Antonio Cuesta, porque nuestro refugio cercano a la legendaria Escuela Superior Nacional de Comercio Domingo Guzmán Silva, está a escasos metros del hogar de Lorenzo y Silvia, donde fueron creciendo sus hijos Lorena y Leandro… ¡amigos a perpetuidad!…

“La tía Julia

“Entre las personas más queridas y que más impactaron en mi vida ocupa un lugar de preferencia la tía Julia.

Había nacido en España, pero vino con sus padres a muy corta edad, a Santa Fe, donde estudió magisterio.

Después de recibirse de maestra normal, empezó a trabajar para ayudar a su familia y posibilitar que su hermano Lorenzo estudiara medicina en Rosario.

Su carácter pujante, sus ganas de vivir y su optimismo marcaron gran parte de mi adolescencia y juventud.

Siempre tuvo a mano una palabra de aliento y esperanza en los momentos en que más necesité de sus consejos.

Tuvo fe en mí y en mis sueños y siempre creyó en mis posibilidades de que llegara a ser lo que ella llamaba ‘una persona de bien’.

Al jubilarse se dedicó a la venta de libros, especialmente para maestros, profesión que ella amó por sobre todas las cosas, ya que en su juventud creó con otras compañeras la Asociación del Magisterio, para luchar por los derechos gremiales de los docentes.

Desde su distribuidora de libros contribuyó a difundir la obra de su hermano Diego Abad de Santillán, cuyo verdadero nombre era Baudilio García, autor entre otros libros de la Gran Enciclopedia Argentina, Historia Argentina y Gran Enciclopedia de la provincia de Santa Fe.

Tía Julia: jamás olvidaré tus palabras de enseñanza, que me sirvieron de ejemplo de vida con el correr de los años: ‘Nunca dejes de lado tus principios, y todos los que te conozcan y valoren dirán que eres un hombre de bien’.”

 

Otra confluencia de resonancias cuando en la memoria pulsan las señales y ejemplos de nuestra ‘tía Tere’…

El 4 de septiembre de 1976 fue el instante del Último Desprendimiento de Teresa Álvarez Ramos, y en tales circunstancias escribí algunos versos que incluí en Poemas para Tioco: “¿Cómo poder imaginarte / ausente en primavera?… //  Si en tu vida  / que tuvo muco de otoños / y de inviernos, / supiste ser la flor / antes que espina, / y mostrar,  / a pesar de las heladas, / los brotes del renacer y la esperanza, / cuando todo parecía frío y yerto. //  ¿Cómo poder imaginarte ausente?… //  ¡Jamás!… // Estarás en todas mis primaveras,  / como si calzaras aún /  las sandalias andariegas.  [4]

En la página 70, el poema “47. INTIMIDAD  /  Te confieso, Tere:  //  Este lugar del diario / estaba vacío hace un año.  //  Las dos tenemos la respuesta,  / porque no se trataba de recordar: / ¡VIVÍAMOS!.. y a pesar de la distancia: / ¡JUNTAS!”  [5]

………………………………………………………………………………………………

 

Lorenzo Antonio Cuesta, incluyó en ese conjunto el relato titulado Tren suburbano, refiriéndose a un anochecer en la Capital Federal mientras él viajaba en el “tren eléctrico” hacia el gran Buenos Aires:

“…Es la hora en la cual viaja más gente y todos se desesperan por conseguir lugar y asiento, ya que regresan a sus hogares, cansados, después de un día de trabajo cargado de tensiones.

Antes de llegar a la primera estación comienzan a aparecer los vendedores ambulantes que ofrecen un verdadero ‘show’a los pasajeros.  Los hay para todos los gustos: de herramientas, medias, golosinas, juguetes. Luego llegan los diarieros y los vendedores de sandwiches y gaseosas.

Enseguida aparecen guitarreros que piden ayuda y discapacitados que pasan solicitando una moneda que los ayude a vivir.

Luego les toca el turno a los veteranos de Malvinas, que con sus uniformes y medallas nos recuerdan la tragedia y la gesta del Atlántico Sur. Observo los rostros cansados de la gente, muchos de ellos dormidos, que muchas noches se pasan de estación, y pienso qué distinta es la vida en las provincias, lejos de la gran ciudad que te absorbe y atrapa con sus tentaciones y gran movimiento.

 

(Recuerdo cuando a mediados del siglo veinte, la contadora pública nacional Atis Eleodora Zóccola de Fontanini, más conocida como ¡Perla!… -egresada de la escuela superior nacional de comercio de la capital santafesina, casada con Carlos Baudilio también contador- ejercía la docencia en escuelas de distintas localidades durante las primeras horas de la mañana y dormía hasta que “el guarda” que ya la conocía, le avisaba cuando llegaban a la estación para su descenso. Aparentemente, en distintas latitudes siguen siendo semejantes las vivencias humanas…

 

Entre varios recuerdos familiares, Lorenzo Antonio destaca que su abuelo y un hijo, en el año 1906 trabajaban con contrato en un aserradero en Tránsito, en la provincia de Córdoba, donde residían aproximadamente trescientas familias dedicadas a distintos oficios.

“…Cuando cumplí tres años nuestro hogar estaba a tres cuadras del aserradero, donde mi abuelo afilaba las sierras y mi padre cortaba los adoquines para enviar a Buenos Aires.

El único comercio que existía era un almacén de ramos generales techado con cinc.

Mi madre hacía el pan”…  p. 61

………………………………………………………………………………………………

“pasó el tiempo.  El dueño del almacén falleció y el dependiente, que era un joven suizo-alemán, heredó todos sus bienes.  La gente del campo le pagaba con tierras así que don Francisco Clausen, ese era su nombre, pronto se hizo rico.  Construyó un hotel y mi padre se lo alquiló.

Mis dos hermanos mayores, Chocho y Humberto, atendían el despacho, y mi madre, con dos empleadas, se encargaban de la comida y limpieza.

El hotel se fue ampliando, se construyeron más habitaciones para los viajantes que pernoctaban en el pueblo.

La diversión de los domingos consistía en jugar a la taba, a las carreras cuadreras o a las riñas de gallos.

De la ciudad de Córdoba llegaban los capitalistas (la banca) y jugaban al ‘Monte Inglés’.  A papá le quedaba alguna ganancia de doscientos o trescientos pesos; el comisario recibía cien pesos porque les permitía jugar.

Se jugaba durante semanas enteras.  Descansaban algunas horas practicando al blanco con los revólveres.

A mí me gustaba tirar con la honda y me divertía haciéndole volar el tarrito que ponían en blanco.  Un día me descubrieron detrás de un cajón grande y me invitaron a jugar con ellos.

A mi padre le gustaban mucho los caballos…

………………………………………………………………………………………………………………………

Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

5 de septiembre de 2007.

 

 

 

 

 

[1] Gori, Gastón. Y además, era pecoso… Santa Fe de la Vera Cruz, Ediciones Litar, p. 120-121.

[2] Ibídem, p. 122.

[3] Víttori, José Luis. La Región y sus creadores. Rosario, Fundación Ross, 1986, p. 148-150.

[4] Orbea de Fontanini. Poemas para Tioco.  Santa Fe de la Vera Cruz, Ediciones ERIMAG, octubre de 1980, Poema 45, p. 67.

[5] La Jefa de la División de Literatura Infantil de la Subsecretaría de Cultura, María del Carmen Villaverde de Nessier publicó en el diario “El Litoral” un comentario recomendando la lectura del libro Poemas para Tioco y reiteró este poema “Intimidad”. /  La recitadora María de las Mercedes Garay durante varios meses interpretó poemas incluidos en ese libro, durante el programa conducido por la destacada periodista Graciela Riera desde LT9 Radio “Brigadier Estanislao López” de la capital santafesina.

Top