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En torno a la promoción de la lectura…

Desde la biblioteca del aula.

20-10-2003 – Más bibliotecas inundadas.

Efecto negativo de las “lecturas seleccionadas”.

 

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Desde distintos ámbitos, se organizan encuentros, mesas redondas, paneles para exponer criterios orientadores a fin de “promover la lectura” pero a veces, se desarrollan teorías sin tener en cuenta la diversidad de situaciones y las características de los grupos a quienes se pretende estimular.  No es una meta que deben prever los educadores del área de Lengua o de Literatura, todas las materias de estudio convergen en ese fin de ejercitar la lectura.

Desde la biblioteca del aula…

Treinta años de trabajado compartido en escuelas de nivel secundario –con grupos entre trece y dieciocho años-, y en escuelas nocturnas –de igual nivel, con adultos-, en asignaturas como Estenografía y Mecanografía, sirvieron para que partiendo de una educación personalizada y proyectando las ejercitaciones con contenidos relacionados con múltiples expresiones de la actividad humana, sin la presión de calificar -ni en los alumnos de ser calificados por esas extensiones didácticas-, se lograba cierto interés por la lectura… Los alumnos transcribían o escribían al dictado párrafos seleccionados y si les interesaba, disponían del libro porque habilité la biblioteca del aula, sin inventario… porque al fin, si alguno se quedaba con un ejemplar de los que había donado, celebraba que así tal vez comenzara a formar su biblioteca… ¡Tantos libros hay que regalar cuando no hay más espacio en los anaqueles!… o cuando se quiere honrar una memoria y en vez de flores que se marchitarán se regala un libro, que será como depositar semillas en un surco fértil…

20-10-2003 – Más bibliotecas inundadas…

(Por algo, la poetisa santafesina Elsa Hufschmid, necesitó expresar:

“Llora conmigo, vecino.” /…/ “Llora, vecino, llora, porque hemos perdido / parte de nuestra historia, nuestros recuerdos, parte de nuestra esencia. /…/ No intentes desembarrar ese diccionario, / ni el Martín Fierro…”

       El poema completo, en el portal de SEPA (Servicio de Educación por Arte) – Un lugar para el sosiego y el asombro…)

 

Sabido es en todos los continentes, porque la televisión e internet transmiten las noticias inmediatamente, que el 29 de abril de 2000 en Santa Fe de la Vera Cruz, cuna de la Constitución Nacional (en 1853 y en sucesivas reformas), la turbulencia salobre del río que limita la ciudad en el oeste arrasó con las viviendas de casi la tercera parte de la población.  Llegó generosa ayuda desde distintas latitudes.  Algunas familias soportaron el dolor por la muerte de familiares, otros por las pérdidas materiales.  Quedaron inutilizados instrumentos musicales, máquinas de industrias diversas; se perdieron bibliotecas completas porque en algunos lugares durante dos semanas el agua cubrió las casas hasta los techos.  Después, editoriales entregaron libros para algunos docentes y desde organismos oficiales se anuncia que proveerán a bibliotecas escolares.  Lenta será la recuperación, porque es más lo invertido en asistencia social que en producción.

Sentí necesidad de expresarlo, porque ese desborde es una señal que debiera generar más lecturas

También porque así como el agua hace estragos, otras veces sirve para apagar incendios, pero en tales casos también los objetos afectados suelen ser irrecuperables.

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Propongo una mirada hacia el sur de la América hispánica y casi como por arte de magia, podrá descubrirse una lumbre que señala el rumbo de la esperanza

Efecto negativo de las “lecturas seleccionadas”…

Es interesante lo expresado por la docente Virginia L. Bossié, profesora de Lengua –adolescente en la década setentista-, desempeñándose en el nivel de Educación General Básica 3, 8º Año en el Colegio Santa Inés – CAAIE de Gral. Pico, La Pampa, República Argentina:

“Mi primera experiencia docente fue en un colegio agrotécnico de Rancul (La Pampa), sin libros luego de un incendio que destruyó la biblioteca, ni librerías en el pueblo. Los únicos textos que podía ofrecer a mis alumnos eran los de autores clásicos que había leído durante mi Licenciatura en Letras. Ése, tal vez, haya sido el antecedente más lejano de lo que luego se transformaría en la experiencia lectora que quiero relatar.

Por otro lado, mi gusto por la lectura había disminuido cuando la obligación primó sobre el placer, frente a tantos textos que debí leer en la facultad, y casi llegué a ‘odiar’ la literatura. Eso mismo, ¿por qué no?, debía de ocurrirles a los alumnos secundarios cuando se les ‘exigía’ leer determinado texto literario.”

 

Recordó luego otro relato referido al proyecto de Lectura silenciosa sostenida (LSS, en esta época de siglas representando palabras-, que promovía la lectura individual durante aproximadamente quince minutos y desde entonces, imaginó cómo aplicar esa técnica de aprendizaje entre sus alumnos.  Seleccionó “más de cien textos de todo tipo” de su biblioteca personal y los llevó a la escuela, proponiéndole al grupo de estudiantes que eligieran “para ‘curiosearlo’, buscando los datos que pudieran ser necesarios para comprarlo en una librería…  Había libros de un mismo título pero de distinta editorial; varios libros de un mismo autor; textos de literatura antigua (griegos y latinos, en su idioma original) y de otros períodos, de diversas naciones y distintas temáticas, de todos los géneros y subgéneros. El primer paso estaba dado. Algunos chicos me pidieron prestado el que habían elegido para rehacer su ficha bibliográfica y, previo registro de cuándo y a quién se lo entregaba”…

Es probable que la mayoría de esos estudiantes pocas veces –o en ningún momento- habrían estado frente a un conjunto de libros que podían tocar, hojear, releer brevemente… porque ni en las Ferias del Libro eso es posible, salvo excepciones cuando el afán de promover la lectura supera al propósito de venta del ejemplar en las mismas condiciones en que salió de la editorial.

Como a mediados del siglo veinte hicieron las hermanas Cossetini en la escuela serena, esta innovadora profesora decidió sugerir a sus alumnos de primero y segundo año que la semana siguiente “tuvieran elegido un libro para leer en clase, con la promesa de que ese medio módulo sería sólo para leer lo que quisieran, y que no habría actividad gramatical posterior.”   He aquí otro quid… (y suena con rima porque estoy escribiendo en idioma castellano…)  Aunque las personas se expresen en distintos idiomas, suelen ser semejantes las percepciones y las reacciones: el derecho a elegir lo que se va a leer, no debiera ser negado ni siquiera en las aulas.  Sin embargo, eso sigue sucediendo en los primeros años del siglo veintiuno porque suelen pedir a los alumnos que busquen textos en la biblioteca virtual de la red de redes, pero después –según comentan algunos nietos acostumbrados a estar entre los libros de la biblioteca familiar-, el docente apenas mira la hoja impresa con la copia obtenida y casi sin advertirlo, provoca en el alumno el efecto contrario al deseado porque no estimula la lectura… sino de aquello que desde su punto de vista y tras fugaz mirada se corresponde con el tiempo disponible… más que con la meta imprescindible para lograr el objetivo de fomentar el autoaprendizaje, la actualización permanente

 

Es oportuno reiterar lo expresado por la maestra pampeana:

“Algunos llevaron un libro elegido por ellos. Otros esperaron que yo volviera a llevar la caja. La mitad del tiempo se fue en la selección, pero luego salimos al patio y cada uno eligió un lugar para sentarse a leer. Yo también. Eso formaba parte del plan: si les pedía a los chicos que leyeran, yo no podía dejar de hacerlo.

Pronto surgieron las primeras dificultades. El libro que alguien había elegido de la caja la semana anterior, a la semana siguiente un compañero ya lo había retirado. El que había llegado tarde a la caja debía conformarse con elegir otro texto. Algunos, después de las primeras páginas, ‘se aburrían’, o les parecía ‘difícil’, entonces lo cambiaban. La ‘elección’ se transformó, en casos extremos, en ‘agarrar cualquiera’. Mi lectura personal se veía interrumpida por un ‘paseo’ por el patio, para ‘controlar’ que todos estuvieran leyendo… Así no lograría el objetivo: promover la lectura de textos literarios por el sólo placer de leer.”

 

A partir de esas experiencias, lógicamente se produjeron ajustes y la maestra –mejor dicho que la educadora profesional-, tuvo en cuenta lo expresado por la directora de la revista “Lectura y Vida” durante el V Congreso Nacional de “El diario en la Escuela” realizado en la capital de aquella provincia: “El picoteo no es bueno… Que lo que empiezan a leer, lo terminen.”

Esta advertencia debe ser tenida en cuenta como un llamado de atención insoslayable, porque en las últimas tres décadas ha avanzado la reprografía ilegal y un poco por comodidad, otro poco por ignorancia –ya que a veces la suma de gastos en fotocopias supera al costo del ejemplar editado-, los profesores de distintas asignaturas promueven esos métodos que no dejan de ser continuos picotazos que como tales, dejan más vacíos…

 

La maestra pampeana evidentemente estaba orientada hacia una educación por el arte de vivir y convivir, siendo la libertad un valor insoslayable y la responsabilidad un pilar insustituible.  Es interesante lo que expresó tras el segundo año de aplicación de aquellas técnicas de promoción de la lectura:

“A fin de cada ciclo lectivo les pedía a mis alumnos que fueran ellos quienes ‘evaluaran’ el proyecto, para mejorarlo. Sus sugerencias, escritas y anónimas, eran puestas en práctica al año siguiente. Entre otras cosas, eliminaron la ficha de comentario. Y propusieron hacer comentarios en pequeños grupos. Cada uno debía ‘vender’ su libro, y el que resultara elegido era el comentado. De esa manera se aceleró el tiempo de la puesta en común, que al principio llevaba hasta una semana. Durante 2 años seguidos elevamos a la Cooperadora un listado (de entre 50 y 100 libros) y muchos de ellos fueron comprados por sugerencia de los propios involucrados en la lectura. En una oportunidad, en el Centro Cultural Municipal, Utelpa (el gremio docente pampeano) organizó una feria del libro, con la oferta de varias editoriales. Allí los llevé también, y pasaron toda una tarde revisando y seleccionando libros para leer sentados en algún rincón de la sala.

El ‘control’ ya no era tal, pero sí llevaba un registro: quién leía qué, y en esa salida de lectura quincenal, cuál había sido su avance. Me sentaba un rato con cada uno y le pedía que me diera su impresión del libro, hasta donde había llegado. A veces, incluso, me leían voluntariamente el fragmento que más les había gustado.

Los más remisos a seleccionar un texto literario eran los varones. Entonces les propuse que si coleccionaban fascículos de algún tema en especial, los trajeran para esa hora. De ninguna manera quería que terminaran odiando la lectura, y ya que con la literatura no se ‘enganchaban’, por lo menos que leyeran a gusto. Los temas eran de lo más variados: enciclopedias de vida salvaje, de la segunda guerra mundial, de aviación… Alguna que otra ‘Mafalda’ pareció dar permiso a la posibilidad de traer comics. Pero cuando uno de los varones se apareció con ‘Condorito’ me puse en firme y les sugerí que ‘… la lectura de Inodoro la dejaran en el banquito del baño…’ Tenía en claro el objetivo principal: crearles el hábito de la lectura placentera; si la inclinación no era desde el comienzo hacia la literatura, por lo menos que fuera hacia una lectura menos banal.”

 

Es comprensible y loable el propósito de la maestra porque a ella debe orientar a sus alumnos hacia el rumbo de la Literatura en idioma castellano, pero también es necesario tener en cuenta que la comprensión de un texto requiere cierto dominio del vocabulario y capacidad para entender, para comprender, también para imaginar otras situaciones colaterales o derivadas del contenido leído.  En ese complejo escorzo del arte de leer, comparar e imaginar también hay confluencia de impresiones que se pueden lograr aún leyendo historietas igual que conmueve tanto mirar a un mimo como escuchar a un actor o tenor o soprano, porque al fin, creo que todas son lecturas… sólo difieren los signos, los códigos… y siendo cada persona única e irrepetible –aunque ahora ya está planteado el desafío de la clonación-, no habrá dos conclusiones iguales, también todas serán aproximaciones al significado completo intuido por el autor

 

En esa dirección, también es oportuno releer lo expresado por la maestra pampeana en torno a sus observaciones en dos escuelas ubicadas en distintas zonas:

“…hay una minoría (tercera parte, promedio) que ya traen una inclinación lectora espontánea o trabajada en años escolares anteriores y, coincidentemente, son los que se expresan con gran fluidez, pueden operar con sinonimias, construcciones, generalizaciones o reducciones del texto con mayor facilidad a la hora de comentarlo. Pero en el resto, el vocabulario que usan sigue siendo bastante limitado, aunque de a poco se observa que van incorporando palabras que antes no usaban debido, tal vez, a una lectura más frecuente, o al mismo comentario de sus pares. No sucede lo mismo en la escuela céntrica: la realidad intra y extra escolar es otra. En general, los chicos esperan con ansiedad el encuentro quincenal de lectura compartida, y avanzan sin que les haga recordar el plazo que cada uno se comprometió a respetar para terminar de leer el libro elegido. Creo que esta diferencia se debe a un factor social que, si bien no es condicionante, sí influye en el hábito lector de unos y otros:

La escuela debe crear situaciones de lectura allí donde otros ámbitos no las ofrecen. Ésa es su tarea específica. Pero en los hogares donde habitualmente ‘se lee’ (desde los cuentos antes de ir a dormir, hasta el diario, poemas o novelas), eso mismo los lleva a encarar la lectoescritura como un acto cotidiano más. En cambio, en aquellos hogares en donde la lectura no es frecuente, el que ‘tiene que leer’ es el chico que va a la escuela, no los adultos. Si éstos, además, no han concluido su escolaridad, primaria o secundaria, se hace más difícil todavía para el hijo compartir su experiencia lectora.”

 

Esas conclusiones indican una vez más la importancia de la formación de hábitos en el hogar y cómo esas desigualdades culturales son las generadoras de diferencias que se suelen confundir después con discriminaciones o preferencias por parte de la institución educativa.  Ha pasado más de un siglo desde que se sancionó la ley de educación escolar gratuita y obligatoria, dos compromisos que todavía no han sido asumidos ni por el Estado ni por los padres… Sin embargo, por experiencia personal suelo insistir en que hasta mediados del siglo veinte, leíamos en las escuelas ‘sí o sí’… leíamos libros -o apuntes cuando los profesores preferían aportar sus síntesis-, y al tener que exponer necesariamente se realizaban dos ejercicios que en la actualidad están un tanto relegados: rememorar y articular respuestas coherentes.

 

En torno al dilema de la evaluación, también es interesante lo expresado por la maestra pampeana:

“En ese mes de lectura, hay un encuentro quincenal en el que cada cual lleva a la escuela lo que está leyendo. Salimos al patio y leemos. Yo sólo registro el avance de la lectura (por qué página van, sobre qué total), como para tantear el ritmo de cada uno. Quince días después se lleva a cabo el plenario. Y aquí voy variando las técnicas: todos y cada uno; en grupo de cuatro seleccionando el que más les haya gustado; a veces es una reseña subjetiva, otras veces la consigna es contar el argumento (y de paso, comprobar que realmente leyeron). Pero como con esta última técnica se habían vuelto a dilatar estos encuentros, la última vez les pedí que contaran el argumento por escrito, calculando que tendrían menos de 5 minutos para leerlo. Entonces, mi objetivo fue doble: evaluar también su capacidad de síntesis, y la coherencia y cohesión de la escritura personal de los alumnos… eso me permitió tomar algunos temas de gramática textual en otras clases.”

 

Esos puntos suspensivos, significaron durante esta lectura un impulso a la pausa reflexiva, porque ¡cuánto se podría lograr para mejorar la calidad de la educación si todos los educadores profesionales fueran ante todo maestros de vocación: lectores y estudiantes –si fuera posible aún después de recibir el carné de la jubilación-, ya que así el autoperfeccionamiento constante movilizaría hacia investigaciones pedagógicas y con aportes solidarios se trabajaría sobre la realidad en cada unidad escolar con intercambio de experiencias por circuitos o regiones.  Mientras tanto, las protestas no alcanzan para modificar el estado actual de la educación entre los niños y jóvenes argentinos y hasta la televisión, reproduce el grotesco de los acertijos –como en las pruebas de falso y verdadero que estuvieron de moda en la década setentista-, cuya utilidad indiscutible era la de servir para obtener un porcentaje equivalente a una cifra a colocar en el casillero de una libreta o planilla de calificaciones.   (A buen entendedor, pocas palabras…)

 

La televisión –los medios audiovisuales- son soportes significativos en los procesos de aprendizaje, porque insisto: hay que estar leyendo continuamente; mirando y descifrando rápidamente diferentes códigos…  Acerca de esa influencia educativa, también aporta algo más la perseverante maestra pampeana:  “En la escuela céntrica, este año los favoritos son la colección de Harry Potter” y necesito comentar que el año pasado, nuestro nieto Federico tenía diez años y cuando fuimos a una librería y le sugerí que eligiera uno, buscó un voluminoso libro de Potter que en ese momento me pareció muy extenso para él y al expresárselo me contestó que no, que lo pensaba leer hasta el final… Y así fue, lentamente pero de vez en cuando me contaba qué había leído, hasta que un día sonriente dijo: -Abuela, terminé el de Harry Potter… En ese momento, sonreí también y pensé en que se había criado prácticamente en el Paraíso… parafraseando a Jorge Luis Borges que solía decir algo así como que el Paraíso debía ser semejante a una biblioteca…

Tras esa anécdota, otra vez se impone tener en cuenta lo expresado por la maestra pampeana:

“En cambio, en 1998, el ‘favorito’ de las chicas había sido Shakespeare, debido al éxito de la película ‘Romeo y Julieta’, con Leonardo di Caprio como protagonista.  Como en los plenarios también intervengo como una lectora más, les comenté que la versión original de ‘Romeo y Julieta’ era mucho más romántica que la cinematográfica. Entonces presté una versión traducida, bastante buena, de las Tragedias de Shakespeare, en donde había otras obras del mismo autor (Hamlet, Macbeth, Otelo)… Tuve que rastrear mi libro durante los últimos meses de clase, porque iba de mano en mano como pan caliente… Lo recuperé recién al año siguiente.  No me ocurrió lo mismo con Sófocles, cuando el proyecto estaba en sus comienzos”…

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“Han pasado ya diez años desde aquella ‘caja de cartón con más de 100 libros’ que trasladé desde mi biblioteca hasta el aula, a la vuelta del Congreso de Lectura, y con el proyecto apenas esbozado en mente. Ha sufrido muchas modificaciones desde entonces; la mayoría, propuestas por los mismos chicos. Otras, luego de probar distintas maneras de llevarlo a cabo, y comprobar que algún aspecto así no funcionaba… Pero siempre, aprendiendo de los propios errores para mejorar a partir de reconocerlos.”

 

Una de las mayores dificultades que debe enfrentar el maestro en cualquiera circunstancia, reside en el desafío de acertar cuantitativamente en la evaluación cualitativa relacionando objetivos con logros.  Si para el alumno el promedio es un dato que lo preocupa y lo ocupa, para los educadores el no saber hasta dónde se ha llegado a movilizar e incentivar a niños y jóvenes –o adultos-; qué es lo que realmente resultó positivo tras tantos meses de trabajo compartido, suelen ser dudas que perduran hasta que en cualquier momento y lugar, se produzca otra confluencia más allá de las aulas y de las presiones de las reglamentaciones.   Contó la entusiasta maestra pampeana:

“Un alumno, ya egresado, me atendió una tarde como empleado de una panadería. Hacía años que no lo veía. Me saludó cariñosamente, y me dijo: ‘¡Cómo me acuerdo de tus clases! De las subordinadas, no me preguntes, porque no sé nada. Pero cuando cobro siempre me voy hasta El Rincón del Arte, estoy como dos horas, eligiendo, hasta que me llevo un libro. Y no vuelvo a comprar otro hasta que no lo termino.

¡Al final, me terminó gustando la lectura!

……………………………………………………………………………………………………….“Con que una tercera parte de cada curso, año a año, haya logrado adquirir o desarrollar el hábito de la lectura porque sí, de la lectura placentera, aunque ese porcentaje no me conforma lo suficiente, ya es algo. Creo que en esta aldea global del siglo XXI, mediatizada por la tecnología que privilegia la imagen sobre la palabra, llegar a eso ya es mucho.”

 

Coherente es también esa conclusión final.  Además, hay que tener en cuenta la develación de la vocación; también las oportunidades que podrían ser propicias para que ese impulso interior pudiera concretarse tras un proceso de desarrollo de habilidades –mentales y manuales-; lograda esa formación poder acceder a etapas de aplicación de lo aprendido porque en caso contrario, será inevitable la incertidumbre o la frustración…

Y… quien tenga la responsabilidad de orientar hacia la lectura –en el rumbo de la Literatura– será además de coherente bastante eficiente si entiende, comprende y valora que más allá de las palabras, están las imágenes: pinturas, esculturas… los sonidos: el canto de los pájaros, un concierto… el cine y el teatro… ¡Hay tanto para leer en esos recreos!… que son causalmente, también significativos momentos de re-creación…

Nidia Orbea de Fontanini.  Primavera de 2003.

 

 

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