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Francisco Porrúa, editor.

De la Patagonia a Buenos Aires.

Traductor de “Crónicas Marcianas” de Bradbury.

Entrevista con escritores.

Vinculación con Julio Cortázar.

Claves del decano.

 

De la Patagonia a Buenos Aires…

Sabido es que Francisco Porrúa se crió en la sorprendente Patagonia y residió en Buenos Aires cuando estudiaba el profesorado en Letras.  A mediados del siglo veinte se vinculó con editoriales y era un ávido lector con preferencia hacia textos de ciencia ficción. Ha comentado Marcelo Cohen -en el 2003-, que ese “gusto por lo fantástico lo llevó a juntar el dinero para comprar los derechos de cuatro libros de ciencia ficción que entonces nadie conocía aquí: dos de Ray Bradbury, uno de Theodore Sturgeon y otro de Clifford Simak. Esa fue la base de la editorial Minotauro.  [1]

Distintos medios han informado que además de su entusiasmo por la lectura y la cinematografía, disfrutaba escuchando música o jugando al ajedrez.  Le interesaban las ciencias y por eso se aproximaba a textos sobre astrología, energía cuántica, medicina…

Traductor de “Crónicas Marcianas” de Bradbury…

En 1955 apareció Crónicas marcianas, traducido por Porrúa, con un imborrable prólogo de Borges e ilustración y diseño de Esteban Fassio, secreta eminencia de la patafísica mundial. Quien hoy encuentre el formato original Minotauro en las librerías de viejo columbrará lo que pudo significar para los librófilos de entonces. De Crónicas, ese poema del contacto y la alucinación nacido de los miedos de la Guerra Fría, se han hecho hasta hoy cincuenta reediciones (año 2002…).

Entrevista con escritores…

Francisco Porrúa en 1955 puso en marcha la editorial Minotauro -siendo socio de Antonio López Llausás- y disfrutaba mientras dialogaba acerca de su empresa editorial.

A fines de esa década, lo entrevistó el periodista y escritor Tomás Eloy Martínez y ha recordado que “Porrúa era reservado hasta la mudez y lúcido hasta la extenuación. De los cientos de lectores que he conocido, pocos -o ninguno- tienen su olfato y su perspicacia. Llegó a la editorial en 1955 de la mano de Jorge López Llovet, hijo de don Antonio y subdirector de Sudamericana en aquellos años. A Jorge le había interesado el buen criterio con que Porrúa manejaba su pequeña editorial, Minotauro, y lo invitó a ser su asesor.”

 (“Se quedó allí hasta 1971 y se marchó a Barcelona en 1977, porque ya no podía soportar -es lo que me dijo mucho después- tantas historias de muerte en la Argentina.)

Antonio López Llausás era el gerente de la editorial Sudamericana­ en Buenos Aires y antes de cualquiera publicación consultaba con sus asesores, entre ellos -a partir de 1958-, el responsable Francisco Porrúa, su “lector secreto” como decía el editor intercontinental

Vinculación con Julio Cortázar

Una mirada sobre las páginas del diario español ABC -en el tercer año del tercer milenio-, permite saber que en una oportunidad habló acerca de su inicial vinculación con Julio Cortázar.  Fue cuando en “Sudamericana ya estaba publicado Bestiario, pero la edición estaba prácticamente en los almacenes, sin vender. Como ocurre muy a menudo en estos casos, había una especie de rumor en Buenos Aires de que había un libro muy bueno en Sudamericana. Aldo Pellegrini y la gente que leía la publicación surrealista… habían descubierto a Julio Cortázar, pero no el lector común. Cuando Cortázar envió a Sudamericana Las armas secretas, los antecedentes eran como para esperar poco. La razón comercial de que el libro no se había vendido podía haber implicado la pérdida del autor, pero en estos casos las razones comerciales suelen ser anticomerciales. Las armas secretas me pareció excelente y lo publicamos.

La reacción de los lectores cambió completamente. Fue muy bien recibido y desde ahí seguimos con el resto de la obra. Lo que llegué a publicar fueron Todos los fuegos el fuego, Rayuela ­por supuesto­, la novela 62, y después Oc-taedro, pero ya estaba un poco fuera de la editorial.

­También Historias de cronopios y de famas.

­En el año 62, la primera vez que le vi, Julio llegó a Buenos Aires. Le propuse reunir unos textos sueltos de cronopios que habían aparecido en revistas. Llegamos a ese acuerdo, lo reordenamos y lo publicamos en Minotauro. No sé si llegó a escribir algo más de cronopios y de famas.

Hay una edición ilustrada por Alechinsky que me gustaría publicar. Hablé con Aurora Bernárdez, que es la albacea de Julio, y quizá me decida. El libro debió haber pertenecido siempre a Minotauro pero, cuando empezó la difusión internacional de Julio, la señora que manejaba los derechos era algo arbitraria ­como casi todas las agentes en general, como casi todos los agentes. Dejamos de publicar ese libro, pero me gustaría reeditarlo. Hubo tres o cuatro ediciones, alguna de diez mil ejemplares; no lo recuerdo. Sé que hubo dos carátulas por lo menos: una era una especie de pintura informal, abstracta, de Esteban Fassio, de Buenos Aires; después la otra, con la colección de caras.”

Claves del decano…

Marcelo Cohen ha escrito acerca de… “El secreto método de un maestro” y refiriéndose a “El artífice de la legendaria ‘Minotauro’…” tras su paso Buenos Aires hace poco tiempo, dijo que “la particularidad del gran editor Francisco Porrúa consiste en una atención del todo abierta, entregada a la cápsula única de cada momento; esto le da una gran perspicacia. Después de tratar años con él, uno no recordará que haya interrumpido el encuentro para irse a una reunión o atender el teléfono. En cambio habrá leído cantidad de libros decisivos”…

Destaca que “esta fruición de la literatura sirve para entender por qué a Porrúa le ha ido bien, si la mejor posibilidad de un buen editor, como dice, es vivir sin apuros de la difusión de buenos libros. Otras reglas del universo Porrúa se podrían resumir así: el pequeño editor nunca llega a hacerse rico ni a diversificar sus negocios; su primer cuidado es que la editorial sobreviva; pero dentro de lo poco que da una editorial de literatura, el mejor negocio son los libros buenos. Un buen libro suele reeditarse y atraer lectores una enormidad de años más que un libro publicado para cazar compradores. Reconocerá mejor los buenos libros quien cultive la lectura gozosa, diversa, activa y constante.  Porrúa dice que en los libros lo aprendió todo, hasta cómo cargar una pipa”…

Se ha reiterado que Porrúa solía afirmar:

“La literatura es cualidad; pasión del individuo. Cada libro es único y funciona dentro de un sistema propio, verbal, estético, metafísico… El camino de un libro es imprevisible.”.

1962: Director literario de Editorial Sudamericana…

El editor Antonio López Llausás ya estaba trabajando en la editorial impulsada por Victoria Ocampo, y a su amigo Paco Porrúa le confió la lectura de algunas obras en proceso edición hasta que en 1962, lo nombró Director Literario. Se ha comentado que a pesar de en los depósitos seguían esperando lectores los ejemplares de Bestiario de Cortázar y a pesar de las recomendaciones comerciales derivadas de ese hecho, Porrúa decidió que se publicara el libro titulado Las armas secretaras que significó un éxito de ventas y así fue como después se difundieron Final de juego, Rafuela…

No ha sido por casualidad que Cortázar al entregarle “todos los fuegos el fuego” haya necesitado expresar: “Nadie merece más esta dedicatoria; si el libro no te desencanta, me sentiré muy feliz de que sea tuyo” y existía tal causalidad par que al ser editado en marzo de 1966 –noventa en abril de 1969 y hay más…), en la página siete se hay impreso: A Francisco Porrúa.

Otra anécdota indica que en España rechazaron la novela Cien años de soledad del colombiano Gabriel García Márquez residente en México y Francisco Porrúa decidió editarla tras la lectura de las primeras páginas.  También editó obras del argentino Leopoldo Marechal -que soportaba algo así como un exilio en su país…-; del santafesino Juan José Saer que luego optó por un exilio voluntario en París donde sigue produciendo su obra literaria y de tantos como lo indican los pertinentes catálogos bibliográficos.

1975: traslado de la editorial a España…

Sabido es que la década del ’70 entre los argentinos significó un período de enfrentamientos verbales y violentos, de sucesivos cambios de gobierno, de inflación continua y hacia 1975, Francisco Porrúa decidió trasladar su Minotauro a España, dejó Enrique Pezzoni su puesto en Buenos Aires.

Aún en esos tiempos difíciles -como calificó monseñor Eduardo Pironio- a aquellos años, quienes dialogaban con Porrúa sabían -y así lo han difundido-, que desde su punto de vista, lo que sucede es porque debía suceder y en consecuencia, repetía: “Todo es correcto”.  Era consciente de una relación entre causas y efectos de tal manera que resultaban previsibles sucesivos resultados.

Tras diversas experiencias y fluctuaciones en el mercado editorial, Porrúa al comenzar el siglo veintiuno decidió vender la editorial y aún perdura aquel nombre Minotauro donde aún confluyen mitos y realidades…

  En 2001 Porrúa vendió la editorial. De aquella Minotauro, la de hoy sólo tiene el nombre.

  (Lecturas y apuntes en reconocimiento a un hombre que con tales esfuerzos y solidaridad demostró saber algo acerca del arte de vivir y convivir…  Nidia Orbea de Fontanini.)

 

[1] Marcelo Cohen, escritor y traducción, ha publicado relatos en un volumen titulado Los acuáticos (Norma).

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