1881-2006 – En torno a Miguel Ángel Correa… ¡Mateo Booz!
Co-director de la Biblioteca de Tribunales y Archivo Histórico.
Integrante de la Comisión Provincial de Bellas Artes.
1919: experiencias literarias en Villa Dolores.
Señales de un talentoso lector.
Críticas a la obra de Mateo Booz.
Evocaciones de Horacio Caillet-Bois.
“A veinte años de la muerte de Mateo Booz.
1881-2006 – En torno a Miguel Ángel Correa… ¡Mateo Booz!
Miguel Ángel Correa nació en Rosario, el 7 de agosto de 1881. Poeta, cuentista, periodista y político. Falleció el 16 de mayo de 1943.
Co-director de la Biblioteca de Tribunales y Archivo Histórico
Sabido es que desde el 16 de junio de 1921 por decisión del gobernador de Santa Fe Dr. Enrique M. Mosca se había creado la Biblioteca de la Casa de Gobierno que organizó el subsecretario del ministerio de Gobierno don Leandro Meiners junto al tesonero Félix Barreto, designado director ad-honorem.
El gobernador Ricardo Aldao en los primeros días de septiembre de 1925 firmó el pertinente reglamento y desde entonces funcionó con servicios al público siendo Biblioteca y Archivo Histórico de Gobierno. Diez años después, el gobierno decidió reunir el patrimonio de ambas y así creó la Biblioteca de Tribunales y Archivo Histórico continuando como director el señor Barreto junto al director Miguel Ángel Correa – Mateo Booz.
Como suele suceder, durante ese año se estableció la separación y fue designado director de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Provincia, el doctor José María Funes.
Integrante de la Comisión Provincial de Bellas Artes
Aceptada en 1922 la donación del señor Martín Rodríguez Galisteo, el gobierno creó el Museo de Bellas Artes y como el donante establecía en una cláusula, encargaron la organización y dirección el periodista, poeta y crítico de arte Horacio Caillet-Bois.
En esas circunstancias, se integró la Comisión Provincial de Bellas Artes, presidida durante breve lapso por el señor Rodríguez Galisteo y luego por el doctor Nicanor Molinas, junto a los vocales Juan José de Soiza Reilly -escritor y periodista-, José María Reynares -artista plástico y director de su Academia-, el nombrado director Caillet-Bois y el intendente de la ciudad de Santa Fe Dr. Pedro Gómez Cello, tiempo después gobernador de la provincia.
En 1925, después del fallecimiento de Reynares y del cambio de residencia de Soiza Reilly, el gobernador Ricardo Aldao nombró a los reemplazantes: el Dr. Agustín Zapata Gollán, abogado, xilógrafo, historiador y el escritor Miguel Ángel Correa, más conocido como Mateo Booz, quien se desempeñó adhonorem durante más de quince años, hasta su fallecimiento el 16 de mayo de 1943.
Sucesivas lecturas han servido para advertir que fueron los primeros organismos con misiones culturales establecidos por gobiernos provinciales con el propósito de promover la educación permanente por el arte…
1919: experiencias literarias en Villa Dolores…
El periodista, escritor y político Gustavo Martínez Zuviría descansaba durante las vacaciones con su familia, en el pueblo de Dolores -cerca de Capilla del Monte en la provincia de Córdoba-, en una casona rodeada con frutales, frente a una escuelita rural y a un enorme molino de hierro que todavía es posible ver, oxidado pero demostrando el excelente diseño elaborado por el ingeniero alemán que también proyectó y dirigió la construcción de la torre Eiffel en París, capital de Francia. A principios del siglo veintiuno, sobre el frente de esa casa y cerca de la puerta de entrada es posible leer: Flor de durazno, título de la novela que Hugo Wast publicó en 1911; cinco años después fue filmada -sin sonidos- “para el sello Patria Film” y según han reiterado, son “obras inexistentes en la actualidad.” [1]
Distintos escritores han aludido a la invitación que le hizo en 1919 a su amigo Miguel Ángel Correa, pidiéndole cuando ya estaba entre las sierras, que dedicara una semana a escribir dos relatos breves entregándole una Biblia, papeles en blanco, lapicera, pluma y tinta…
Fue entonces cuando aceptada la propuesta, comenzó el desarrollo creativo de quien luego sería reconocido como Mateo Booz, seudónimo -casi nombre y apellido- con resonancia bíblica. Títulos: La reparación y El agua de tu cisterna.
Gustavo guardó esos originales envió una copia a Luis Luchia Puig con el propósito de lograr la edición en la revista literaria bonaerense La novela del día que ya tenía en circulación veinte volúmenes, colección que habían iniciado con Bombarda de Hugo Wast.[2]
Señales de un talentoso lector…
Uno de sus reconocidos lectores, el poeta, periodista y político José Rafael López Rosas, en distintas circunstancias ha publicado oportunos comentarios acerca de la obra literaria de Mateo Booz. [3]
Influencia de sus amigos…
Rafincho López Rosas, destacó que “a la prosa la ejercita en los diarios a los cuales perteneció durante sus años juveniles, si bien su amistad con Florencio Sánchez -radicado por entonces en Rosario- lo hace incursionar en el teatro. Su pasión por este género no es pasajera: desde ‘Mecha’, zarzuela que escribe en 1902, hasta ‘La edad de los novios’ o ‘El aljibe de las Magallanes’ (teatro adaptado para cine), fechado en 1942, que deja inédita a su muerte, muchas son las obras escénicas que jalonan su quehacer literario”.
“Su acercamiento al cuento y la novela lo hace, como es sabido, por el permanente contacto que tiene con Gustavo Martínez Zuviría, amigo personal, con quien comparte la actividad periodística en Santa Fe (En ‘Nueva Época’), amén de la no menor influencia que ejerce sobre él Carlos Eduardo Carranza, con quien escribirá durante varios años numerosas obras en colaboración.”
“La reparación”
José Rafael López Rosas opinó acerca de la novela La Reparación escrita por Mateo Booz en la zona serrana próxima a Capilla del Monte durante el verano de 1919 y publicada el 25 de abril de ese año.
Comenta este escritor-historiador que está inspirada en la revolución radical de 1905 contra el presidente Quintana y los protagonistas están situados a orillas del río Carcarañá, en un pueblo donde el personaje principal es Tirteo Alconadas, agricultor, comisionista, periodista, hijo de un coronel que había participado en sublevaciones contra Simón de Iriondo y evidentemente, también apasionado por las luchas partidarias. Tal ejercicio de imaginación lógicamente era la consecuencia de las lecturas de la realidad en los ambientes que tanto Martínez Zuviría como Correa ya estaban acostumbrados a ver y a analizar, también a padecer.
Sin haber leído ese libro, considero oportuno reiterar algunos de los párrafos finales de la crónica de López Rosas:
“Por fin, el 4 de febrero de 1905 se produce el alzamiento nacional que, en nuestra provincia, tiene como centro de convulsión a la ciudad de Rosario.
Ese mismo día, dada la cercanía de esta ciudad con el Carcarañá, llega a la localidad un tren con un grupo de radicales. Ya es público que la revolución ha triunfado en todo el país y que se dice que Quintana está prisionero, que el general Roca ha sido fusilado y que el Dr. Del Pino, destacado dirigente radical ha suplantado en el gobierno provincial al Dr. Rodolfo Freyre. Y es así cómo, de buenas a primeras, el ignorado Tirteo es designado por los revolucionarios jefe político de la localidad y su jurisdicción. Y el pueblo entero, el mismo que días antes ha enviado al gobierno autonomista su más cálida y fervorosa edición, aclama al nuevo mandatario, portando la columna que llega hasta el local oficial un enorme retrato de Alem, resucitado, vaya a saberse de qué baúl.
Envalentonado por el triunfo y consciente de su misión, el nuevo jefe revolucionario da un vibrante manifiesto a la población, pleno de fe republicana y de numerosas reformas, citando en sus párrafos más sobresalientes ‘las patéticas miserabilidades del régimen falaz y descreído’como las había escuchado de Irigoyen. Desde la Unione e Benevolenza la banda garibaldina inunda las calles con sus marchas, mientras el resto del pueblo se prepara para el solemne Tedeum.
De repente se anuncia que un tren con tropas se acerca a la estación. Indudablemente -dicen los vecinos- son las tropas rebeldes, triunfantes, que vienen a protegernos y a saludar al flamante jefe político. Todo el pueblo se concentra en el andén. El juez de paz prepara su discurso. Pero he aquí que el sargento que comandaba a los soldados, haciendo caso omiso de la situación, se dirige con sus hombres –con armas en la mano- a la jefatura, donde Don Tirteo, ya con aire de mando, los esperaba orgulloso. La tropa invade el edificio y penetra a su despacho, mientras resuena un estentóreo ¡Ríndase! Dado por el comandante del grupo armado.
‘Fue entonces cuando -comenta Booz- Tirteo, con el corazón palpitante se desplomó en la silla, frente a aquellos fusiles dirigidos a su cabeza’…
-Llévense a ese gaznápiro a un furgón. Hay que conducirlo preso a Santa Fe.
Y los vecinos, aglomerados en la plaza, donde los garibaldinos agredían a la marcha de Ituzaingó, vieron salir de la jefatura, con grilletes en las manos y entre dos bayonetas, sereno y magnífico, al rechoncho Tirteo Alconadas’ (Capilla del Monte, marzo de 1919.”
Críticas a la obra de Mateo Booz
José Rafael López Rosas, tras comentar cómo Mateo Booz escribió dos novelas breves y reiterar el contenido de La reparación, escribió:
“Algún crítico de nuestro medio encasilló a Mateo Booz entre aquellos escritores que no se interesaron por ‘la realidad social o el individuo en su dimensión política’, lo que lo obligó a ‘reducirse a lo anecdótico o pintoresco’.” Luego, destacó lo expresado por otro artista, periodista y político: Horacio Caillet-Bois y aunque no aporta más datos acerca del momento de ese discurso, inicialmente hay una coincidencia literal con el segundo párrafo del editorial del 16 de mayo de 1963 al conmemorarse el vigésimo aniversario del fallecimiento de Miguel Ángel Correa, lecturas diarias por L.T. 9 Radio Santa Fe que ha reproducido el Padre Leonardo Castellani Conte-Pomi en su libro titulado Horacio Caillet-Bois – Una gloria santafesina y que también se incluye en estas páginas, como exaltación del valor de la verdad y de la lealtad.
Versión J.R.L.R. | Versión Padre L.C.C.P |
…de las miserias del empleo público y la vida en los puestos, islas y estancias de los señores feudales, emporios y latifundios que constituían una rémora en nuestro país…
Todo eso lo vio y analizó Mateo Booz con pluma ágil y cáustica que dejaba su marca en los escamoteadores de la fe pública. Rasgo de coraje cívico y de honrado patriotismo en una época de venalismos como la que la tocó vivir a esos traficantes de conciencias y esos sepulcros blanqueados.
Nada lo arredró, sin embargo. Aunque una conducta como la suya, de pintor sin tapujos de los vicios y malas costumbres de la sociedad en que vivía, le costó duros sinsabores, todo lo que sobrellevó con grandeza de alma.
(En el diario, punto y seguido, el mismo párrafo. Aquí separado para facilitar la lectura comparativa.) |
…de las miserias del empleado público y la vida en los puestos, islas y estancias de los señores feudales, emporios y latifundios, que constituían una rémora en nuestro país y hacían dinastías provinciales…
Todo eso lo vio y lo analizó Mateo Booz con pluma ágil y cáustica que dejaba su marca indeleble en los malhechores y escamoteadores de la fe pública que él señalaba. Y era un rasgo de coraje cívico de hondo patriotismo, en una época de venalismos como la que le tocó vivir, poner de relieve y al desnudo a esos traficantes de conciencias y a esos sepulcros blanqueados y todopoderosos. Nada le arredró, sin embargo. Aunque una conducta como la suya, de pintor sin tapujos de los vicios y malas costumbres de la sociedad en que vivía, le costaba duros sinsabores, todo lo sobrellevó con grandeza de alma, sin declinar su limpia conducta de escritor.
(Subrayadas las diferencias con el texto publicado en El Litoral, Cultural – La comarca y el mundo vi. 04-09-87, p. 2) |
En torno a “El Tropel”…
Sabido es que once meses después del fallecimiento de Zapata Gollán, el viernes 9 de octubre de 1987, desde la primera página de “La comarca y el mundo” , el escritor José Rafael López Rosas director de ese suplemento cultural informó acerca de “La biblioteca de Agustín Zapata Gollán”. Noveno párrafo: “No menos pintoresco es un libro sobre ‘Los salmos de David y cánticos sagrados, interpretados en una brevísima paráfrasis en el sentido literal y propio por el padre Lallemant” (Imprenta Marti, Barcelona, s/f.), posiblemente del siglo XVII. Pero lo atrayente es lo que reza en su primera página, en forma manuscrita, que dice: ‘Este libro de cánticos de David y cánticos sagrados, es de Don José Clusellas; en Santa Fe, día de Corpus y de noche, estando ocioso, como a las ocho de la noche, tocando la retreta con música’. ‘A diez de junio de este año de 1819’ (Fdo. José Clusellas. Con perdón de los ‘Salmos’, esta primera página está a la altura de los cánticos.
Nueve años después, en la tercera página de tal suplemento cultural, está reproducida una fotografía de Mateo Booz con su característico sombrero, anteojos y pipa… A la derecha, “xilografía de Zapata Gollán: ‘Retrato de Mateo Booz’…” y un comentario elaborado por Cati Pistone de Hernández, que incluye más información acerca de esa página.
Es oportuno reiterar el texto completo de esa nota:
“La amistad hace de dos almas un alma” (Fr. Luis de Granada).
Leyendo una vez más la novela “El Tropel” [4] de Mateo Booz, encontré en las páginas 18/19 que el protagonista, Ignacio Zorraraín -que había llegado a Buenos Aires y se refugiaba en un convento fuera de la vigilancia rosista- comienza a leer, al toque de ánimas -manifiesta- “un descabalado volumen de pertenencia del padre Oliva y en cuya portada unas líneas manuscritas dicen… (y transcribe al autor de las notas que es vecino de Santa Fe), firmado por J. Clucellas y Golobardes. Esta persona es de mi conocimiento, había nacido en Villa María de Asteri, en Cataluña, España, y el 3 de agosto ya se encontraba en Santa Fe, porque contrae enlace en 1800, con Ana Ruiz, de José Ruiz e Isidora Arias, que tuvieron siete hijos”.
Buscando antecedentes sobre el libro que menciona Mateo Booz, a través del personaje de su novela, gracias a la diligente atención del Arq. Luis María Calvo, director del Museo Etnográfico de Sana Fe, me entero de que dicho libro se encuentra en el museo perteneciente a la Biblioteca de don Agustín Zapata Gollán. Mi curiosidad fue grande y le solicité a Calvo que me lo mostrara. Efectivamente, allí está el libro “todo descabalado”, comido totalmente por las polillas. Tratado con mucho cuidado y manejado por el mismo Calvo, leímos el título del libro: “Los Salmos de David y Cánticos Sagrados interpretados en una brevísima paráfrasis en el sentido propio y literal, escritos en francés por el P. Lallemant”.[5] Luego, agregado de puño y letra, dice: “Es de don José Clusellas, en Santa Fe, Día de Corpus y de noche, estando ocioso y como a las 8 de la noche y tocando retreta con música, a diez de junio del año 1819. Firmado J. Clucellas y Golobardes. Más abajo está firmado dos veces más y la página siguiente está suscripta por Juana Clucellas.
¿Cómo pudo haber ido a parar este libro a manos de Mateo Booz para que él lo citara en la novela “El Tropel”? Buceando datos y referencias llegamos a la conclusión de que entre Mateo Booz y Agustín Zapata Gollán existía una fuerte amistad.
Tango es así que Zapata Gollán publicó innumerables artículos periodísticos sobre Mateo Booz. Uno de ellos titulado “Dos estampas de Mateo Booz” [6] y el otro, “El cuento”. [7] En uno de ellos lo describe a Miguel Ángel Correa (Mateo Booz) de la siguiente manera: “…el andar reposado y calmo, las manos a la espalda, abrumados los hombros, la apagada pipa en la boca…”
Del cronicón poemático “Aquella noche de Corpus”, [8] señala que Mateo Booz se “documentó no sólo en la bibliografía respectiva sino en la documentación guardada en los archivos y en la tradición doméstica como en ‘El Tropel’, vinculados a él por lazos familiares”.
Y don Agustín no sólo escribió sobre él, sino que también lo pintó en un retrato al óleo con fuertes trazos y significativa figura y que representa al escritor con su pipa, cuadro que hoy se halla en el Museo de Santo Tomé. Hizo igualmente una xilografía de M. Booz, con la infaltable pipa y anteojos. Además, por invitación del hijo de don Miguel Ángel Correa, José Luis Correa Iturraspe, tuve la oportunidad de visitar su departamento. Allí me mostró un cuadro de Zapata Gollán que le había obsequiado a su padre, titulado “Procesión de Semana Santa en San Francisco”.
Quiere decir que la relación entre escritor e historiador, pintor y xilógrafo, era muy profunda y había calado hondo en sus almas. Por ello Melchor de Santa Cruz observa: “La verdadera amistad ha de ser entre iguales”, mientras que otro pensador Antonio Pérez afirma: “La amistad vieja es como el vino viejo, que cuanto más añejo más fuerte”.
Nuestro querido Mateo Booz, cuentista de reconocidos méritos, supo consagrarse como el hijo dilecto de Santa Fe, porque como hijo la amó devotamente y porque se convirtió en el cantor más auténtico y acabado de su “Patria Chica”. [9]
Este libro al que hacemos referencia (“Los Salmos de David…”) seguramente fue ofrecido por don Agustín Zapata Gollán a Mateo Booz para que enriqueciera su novela histórica “El Tropel”, quizás ante el comentario que éste le hiciera, como es costumbre entre escritores amigos, del proyecto de la obra que iba a emprender. [10] La seguridad de su lectura le aportaría elementos valiosos al objetivo que el creador de “Santa Fe, mi país” perseguía.” [11]
“De su legado literario…
Teatro
1902: Mecha. (Zarzuela)
La edad de los novios.
1942: El aljibe de las Magallanes.
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Evocaciones de Horacio Caillet-Bois
El sacerdote y escritor Leonardo Castellani-Conte Pomi S.J. en su libro titulado Horacio Caillet-Bois, una gloria santafesina, incluyó diversos comentarios de este notable periodista difundidos por distintos medios.
Aquí, la reiteración de lo expresado en mayo de 1958 al conmemorarse “el 15 aniversario de la muerte de Mateo Booz (Miguel Ángel Correa), por LT 9 Radio Santa Fe, siendo Caillet-Bois el Director General de Cultura de la Provincia. [12]
“Homenaje a Mateo Booz”
“Mateo Booz fue el cronista intencionado, el observador profundo y sagaz captador de los perfiles pintorescos, gráficos y divertidos de la vida local. Pero extendió el campo de su visión y de su pluma hacia zonas de más aliento en el relato. Y así creó una novela que se adentraba en el conocimiento y el análisis de aspectos regionales no explotados aún por el escritor argentino.
Pero por sobre todas las cosas, Mateo Booz era un cazador de imágenes, de anécdotas, de tipos y de costumbres locales que trasladaba a sus relatos con la paciencia de un entomólogo y la agudeza de un aguafuertista.
Por esos lugares de la ciudad que todos conocimos, cuando debajo de los canteros tirados a cordel había callejuelas estrechas y mal empedradas, gustaba deambular Mateo Booz devanando las horas en observar, a través de zaguanes y cancelas, la vida diminuta de sus habitantes.”
Agregó luego:
“Pero es sobre todo en lo relato breve donde Mateo Booz quedará para siempre en la literatura nacional. No le preocupó el problema psicológico, para el que no tenía vocación. Su vida, sin complicaciones anímicas, le privó de esa experiencia. Su cuento era directo y certero mediante una pintura objetiva y externa de los caracteres que sabía reflejar en sus movimientos y voliciones, con rara plasticidad. Guevara y Cervantes, Quevedo y Mateo Alemán fueron sus maestros entre los clásicos. En ellos hay que buscar la filiación de su arte intencionado y veraz y su castizo aplomo de principal de esa tienda de los gestos en que se mueven las almas.
Su pudor literario le impidió frecuentar con mayor asiduidad a las musas, a pesar de que manejaba el verso como la prosa. No estaba aquí su campo, y él lo comprendió. Quedan, sin embargo, de este aspecto de su labor, unos cuantos sonetos y unos romances que se habrán de recordar.”
El señor Caillet-Bois concluyó diciendo:
“Santa Fe, por los años en que Mateo Booz se estrenó en las letras, no era el lugar más apropiado para adquirir notoriedad intelectual o para despertar el interés público en torno de una vida dedicada a las disciplinas del espíritu. Había perdido, en aquel momento, un poco de su perfil patricio arrebatado en el vértigo de una transformación política y social que alejaba a las gentes d la contemplación y del arte. Por este motivo tuvo que hacer sus primeras armas en el periodismo combativo del Rosario de principios de este siglo. Él, que amaba el diálogo tolerante y hacía un culto de la amistad, hubo de romper lanzas por partidos o ideas que no le interesaban. Pero en aquellos tiempos las fraguas intelectuales estaban en las imprentas y eran el único camino para labrarse un nombre en las letras. Allí, en esas redacciones sin muebles y entre folicularios de todos los pelajes, hizo migas con otros extraviados en aquellas selvas del periodismo finisecular: Florencio Sánchez, David Peña, Emilio Becher, Emilio Ortiz Grognet… Con muchos de estos nombres está todavía en mora el recuerdo agradecido de la provincia o de la ciudad. Por estas mismas calles que pisamos ahora anduvieron también Juan Zorrilla de San Martín, Olegario Víctor Andrade, Diego Fernández Espiro. No hicieron fortuna porque hacían versos. Pero hay por allí unas esquinas, unas plazas, unos viejos rincones solariegos, que les pertenecen, sin duda, porque allí vivieron y sufrieron o cantaron. Uno de esos propietarios eternos es Mateo Booz. Esos barrios del sud, que tienen otros nombres y otros títulos de propiedad, han quedado inscriptos para siempre en los versos y las prosas de un escritor que vino a Santa Fe de paso y se quedó allí para siempre.
Cuando, a pesar de la ordenanza municipal levantamos su busto en bronce, con la iniciativa del Rotary Club, en 1944, Zapata Gollán pensó la frase que iría en el pedestal: ‘A Mateo Booz, Santa Fe, su país’ No pudo dentro de su brevedad numismática, expresar mejor el homenaje de los santafesinos.
Y yo escribí y dije en la inauguración este soneto, con el que termino estas líneas:
Ya sabes el secreto a ciencia cierta,
Feliz trasnochador de otras regiones.
Ya es tuyo este país de tus ficciones,
Y aquí queda tu imagen descubierta.
Para escapar de la infernal reyerta,
Con humildad no exenta de aguijones,
Metiste en un tonel tus ambiciones,
Y diste en el Banquete tu alma abierta.
Tu facha de escritor de tierra adentro,
Con tus gafas, tu pipa y tu seudónimo,
Queda esculpida en un jardín del centro.
Pero al irte del mundo hacia lo anónimo,
Se acabó para siempre aquel encuentro
De la esquina de Humberto y San Jerónimo.” [13]
“A veinte años de la muerte de Mateo Booz
Mateo Booz fue el seudónimo del escritor rosarino Miguel Ángel Correa, santafesino de adopción, que vivió cuarenta años de los sesenta y uno que alcanzó su vida, en esta ciudad de Santa Fe, donde murió el 16 de mayo de 1943.
Dicho así no revelan estos datos biográficos, lo que significaron esos cuarenta años de la vida de Mateo Booz en nuestra capital para las letras regionales y nacionales, para la incorporación de nuestro terruño a la geografía literaria del país, para la exhumación poética y sentimental de nuestro pasado en escritos de un estilo mercurial de fina caricatura, que lo emparenta con los grandes humoristas, y para la reivindicación de la pluma del periodista como arma noble y valiente en la defensa de la Verdad y de la Justicia. Porque este hombre, que llevó una vida modesta, la única que le permitió su insobornable vocación por las cosas del espíritu -que no se traducen en metálico, fue, como Quevedo, un estoico y un moralista. Su sentido de la belleza y del arte del escritor le llevó a escribir cuentos y novelas que quedarán en nuestra literatura como obras sin par en el manejo de la prosa y la técnica del relato; pero, por otro lado, empleó esos recursos en la disección de los males, vicios y corruptelas de la sociedad de su tiempo, sobre todo de la política corrompida, de la hipocresía social, de los resabios de un abolengo trasnochado, de los enjuagues electorales, de las prepotencias y abusos de gobiernos fraudulentos, de las miserias del empleado público y la vida en los puestos, islas y estancias de los señores feudales, emporios y latifundios, que constituían una rémora en nuestro país y hacían dinastías provinciales. Todo eso lo vio y lo analizó Mateo Booz con pluma ágil y cáustica, que dejaba su marca indeleble en los malhechores y escamoteadores de la fe pública que él señalaba. Y era un rasgo de coraje cívico y de hondo patriotismo, en una época de venalismos como la que le tocó vivir, poner de relieve y al desnudo a esos traficantes de conciencias y a esos sepulcros blanqueados y todopoderosos.
Nada le arredró, sin embargo. Aunque una conducta como la suya, de pintor sin tapujos de los vicios y malas costumbres de la sociedad en que vivía le costaba duros sinsabores, todo lo sobrellevó con grandeza de alma, sin declinar de su limpia conducta de escritor. Los enemigos, que indudablemente tuvo que acarrearle su entereza intelectual, no le perdonaron la aguda lucidez con que los satirizó en sus artículos periodísticos y sus novelas y cuentos de regocijante inverecundia, en los que hizo un retablo inmortal de los tipos y personajes más inconfundibles del Santa Fe de principios de este siglo. Y le cercaron de penurias y miserias, pero no pudieron abatir su moral ni su decoro.
Era una época de transición, en que Santa Fe salía de la gran aldea que era para entrar en la vida moderna, poniendo frente a frente una sociedad rancia y apergaminada, que inútilmente querían hacer valer sus privilegios de sangre, con el aluvión europeo que traían sus gringos emprendedores y dinámicos que arramblaban con todos los pergaminos por la vía del patrimonio o por la vía hipotecaria…
Ese período de cambios fundamentales que se operaba entre la tremenda embestida de una clase extranjera ávida y trabajadora, y otra que se aferraba a sus óvalos ilustres pero ya sin numerario, a sus bóvedas y panteones de largos nombres, y a sus cortinados y cornucopias vacías en salas y casonas sobre las que empezaban a flamear las banderas de remate, fue recogido con mano maestra por la pluma mordaz y socarrona de Mateo Booz, que dejó unas aguafuertes admirables de aquellas oposiciones y conflictos sociales y sentimentales.
No ha habido en la literatura regional de lo que va de este siglo, un escritor de la raza, la inteligencia y de la originalidad de Mateo Booz. Ni quien, a pesar de la vivisección sin concesiones que hizo de nuestros defectos pueblerinos, nos quisiera más profundamente que él. En todo lo que escribió se traslucía el hondo cariño que sentía por nuestro suelo, por nuestros hombres y por nuestra historia. Este escritor, que se arraigó accidentalmente en Santa Fe por obra de una intervención nacional que en 1910 lo trajo en su elenco, se enamoró tan profundamente de nuestra ciudad, que ya no quiso ir más de ella. Pocos casos tan sentidos de amor a un terruño extraño, como el de este rosarino que se hizo santafesino. Aquí ejerció el periodismo en “Nueva Época” y dignificó esa profesión, dotándola de un alto espíritu de ecuanimidad y de un estilo zumbón que escondía -en su aparente superficialidad- una profunda ilustración y una irrenunciable pasión por los nobles ideales humanos. Aquí escribió, también, sus cuentos y novelas, maravillosos cuadros de la vida santafesina, cuyos tipos, escenas y costumbres pintó con gracia inenarrable. La historia de Santa Fe le interesó desde sus remotos y obscuros orígenes; y de ella extrajo los materiales para magistrales evocaciones, en las que no se sabe qué admirar más: si su estilo claro y conciso, lleno de reflejos y matices inesperados, o su entrañable amor por esos paisajes, esos hechos y esos hombres que él sabía transformar en substancia y figuras vivas y patéticas. Porque debajo de su capa de hombre humilde y sencillo ocultaba un gran artista, dueño de una cultura universal, y versado en todos los problemas divinos y humanos.
Pero Santa Fe no fue todo lo justa que debió ser con este hijo que le ganó su tradición y prosapia. Mezquinas envidias de sus cofrades le royeros los calcañares. Para retacearle el lugar que merecía en su seno, siempre se le tuvo por forastero. Y, sin embargo, nadie más santafesino ni más íntimamente identificado con este pedazo de tierra que Mateo Booz. Se le discutieron premios y reconocimientos: y el triunfo en las letras tuvo que llegarle de fuera… Ahora se le rinden homenajes, y los mismos que lo negaron lo quieren convertir en su bandera…
Mateo Booz los estará contemplando, con su pipa filosófica en los labios, por encima de todas las miserias que conoció en la vida. Ahora nada podrá obscurecer su nombre. Ya es el gran escritor del litoral. Sobre su huella, y con no pocos de sus hallazgos, se han hecho todos los que escriben hoy en Santa Fe, y tratan vanamente de imitarle. Mateo Booz es único, y se afirma cada vez más, solo y original en las letras de este su país a los veinte años de su ausencia definitiva, que hoy recordamos con sincera emoción.
16 de mayo de 1963.
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Lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.
Agosto de 2006.
[1] Ciruzzi, Marcela. “Mateo Booz y Santa Fe, su país”. Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1979. Quienes hemos recorrido el valle de Punilla año tras año, sabemos que actualmente quienes coordinan viajes de turismo incluyen ese lugar para informar sobre la presencia de Hugo Wast en ese lugar, donde descansaba… ¡escribiendo!
[2] En ese tiempo era frecuente imprimir semanalmente novelas breves que se vendían a diez centavos en edición rústica y veinte centavos la “de lujo”, impulsada por la Editorial TOR, Talleres Gráficos de Juan P. Darré, de Buenos Aires.
[3] Diario “EL Litoral”. Suplemento Cultural – La comarca y el mundo. Santa Fe de la Vera Cruz, viernes 4 de septiembre de 1987, p. 1-2.
[4] La autora citó: 1) Buenos Aires, Ediciones Dictio, 1981.
[5] Ibídem, 2) Impreso en Barcelona en la Imprenta de Raymundo Martín. 6ª edición, con una lámina final. Traducido muchas veces al italiano. “Escrito en francés y traducido al castellano por el muy Reverendo P. Serrano”.
[6] Ídem, 3) Diario El Teatro, del 15 de enero de 1978.
[7] Íd., 4) Diario La Capital, de Rosario, del 22 de enero de 1978.
[8] íd., 5) Santa Fe, Imprenta de la Provincia, 1942 “con cinco ilustraciones grabadas en madera por el artista César Fernández Navarro”.
[9] íd., 6) Diario El Litoral, Santa Fe, del 12 de mayo de 1963.
[10] íd., 7) Ciruzzi, Marcela. “Mateo Booz y Santa Fe, su país”. (Estudio biográfico). Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1979.
[11] íd., “8) Cuentos”. Santa Fe, Ediciones Colmegna, 1994.
[12] Castellani Conte-Pomi, Leonardo. Horacio Caillet-Bois – Una gloria santafesina. Buenos Aires, editorial Penca, p. 101-106.G
[13] Necesito expresar que persiste en la memoria aquel esbozo de estampa literaria elaborado en la esquina de Humberto Primo y San Jerónimo, cuando a principios de la década del ’40 visitaba a nuestros tíos –José Fernández Valera y Amelia Orbea-, aunque mejor digo que disfrutaba conversando con mi primo Carlos Manuel Fernández, nacido y crecido en la ciudad, el bajito ¡grande!… Técnico químico, cumplió el servicio militar en el Regimiento 9 de Caballería Montada de Curuzú Cuatiá… (Tiempo de interesante intercambio epistolar…) Luego Carlitos Fernández Orbea, contrajo matrimonio con Alida Vitali… padres de dos hijas; abuelos… ¡Todos han dejado oportunas señales en el Camino!…