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Españoles en los Pagos de la Costa…

Memoria necesaria.

Españoles en “el Pago de la Costa”.

1777: Antonio Olaguer y Feliú en el Río de la Plata.

1777: decisiones del gobernador Juan José Vértiz y Salcedo.

1778-1784: Virrey Juan José de Vértiz.

Opinión del conde Aranda: Estados Unidos e hispanoamérica.

Cuarto virrey: Nicolás de Arredondo (1789-1795)

Antonio Olaguer y Feliú, gobernador de Montevideo.

Obras del virrey Nicolás de Arredondo

Quinto Virrey: Pedro Melo de Portugal (1795-1797)

Virrey interino: Antonio Olaguer y Feliú (1797-1799)

Catalán José Olaguer y Feliú

En el Cuerpo de Blandengues

Domingo Basabilvaso

Manuel de Basabilvaso.

Crisis y repercusiones hasta mayo de 1810

Movimientos en Montevideo.

Milicias en el Pago de los Olivos.

La Quinta de Olivos para los presidentes argentinos.

Donación de la Quinta de Olivos

 

 

Memoria necesaria.

“Siete centurias forman la España del descubrimiento; desde la invasión de los árabes en 711 hasta la toma de Granada en 1492.  La nación española nace de la resistencia a la ocupación musulmana, que nunca conseguiría arraigar del todo, fuera del reino de Granada.  La invasión árabe no fue la emigración de pueblos enteros, como había ocurrido con los vándalos, suevos  o visigodos, sino la ocupación militar de un ejército más bien reducido pero de fuerte empuje por su fanatismo religioso y buena organización y disciplina.”

“No se inmiscuyeron en la religión de los vencidos porque sus principios no les permitían imponer el islamismo a cristianos y judíos considerados ‘pueblos de la Escritura’, que habían recibido, aunque equivocado a su entender, la revelación de un Dios único.  Eran fanáticos de su fe que los impulsaba a la guerra santa contra quienes se oponían a ella, pero contradictoriamente toleraban que los ‘pueblos de la Escritura’ mantuvieran sus credos y confiaban en que habrían de aceptar voluntariamente la religión verdadera.

En la mayor parte de España –Granada aparte– el islamismo no pasó de la superficie, fue la religión de los guerreros vencedores, algunos sectores de la clase media inmigrados después de la conquista y pocos conversos. No la tuvo el pueblo, salvo las reducidas colonias de agricultores trasladados de Oriente.

Sin unidad espiritual no era posible a los dominadores consolidar un dominio estable, aunque tuvieran en su favor el bagaje de cultura y la superioridad de la civilización árabe en la Edad Media en todos los órdenes”…

“La larga guerra de la Reconquista forma el alma española, especialmente el espíritu de los castellanos en quienes recae su peso principal.  Por eso sus virtudes fueron guerreras: coraje, fe, hidalguía, generosidad. Como era la suya una guerra santa sin tolerancias, la generosidad no llegaba a las cosas religiosas.

El español de todas las clases se educó para la guerra…

El castellano valía más cuanto menor fuese su capacidad de miedo; el honor consistía en ser valiente, leal y generoso; lo demás contaba poco.  Era una moral heroica: lo importante era el valor, y en esta palabra en su lengua tuvo la doble significación de coraje y medida de todas las cosas.  Valor para afrontar la muerte, para mantenerse leal sin faltar a su palabra, para dar generosamente su dinero a quienes lo necesitasen más que él”…

                                      José María Rosa, historiador argentino.

 

En el sur de América, en la zona del delta y hacia el este del río de la Plata, cuando comenzó la conquista española en el siglo XVI, vivían algunas tribus guaraníes, que se dedicaban a la agricultura y cerca habitaban otras etnias.

Para navegar usaban troncos de árboles ahuecados y cortos remos.

Los valientes marinos europeos disponían de otros elementos para la propulsión de sus embarcaciones: las velas sujetas a un mástil y girando según la dirección del viento. Disponían de fuertes remos y vigorosos remeros. Desde el siglo XIII cuando un inventor anónimo presentó el timón, habían logrado generar la primera revolución en el arte de la navegación.

Para orientarse usaban la brújula (aguja imantada que gira en una cajita y señala el norte), utilizada por los chinos desde remotos tiempos y en Europa desde las Cruzadas.  También manejaban el astrolabio creado por Tolomeo en el siglo II, “compás que giraba sobre una esfera graduada y permitía saber la altura de la estrella polar o del sol sobre el horizonte”…

Llegaban esos europeos exhibiendo una parte de la cultura que se había empezado a transformar a partir del siglo XI, cuando los señores, cortesanos y altos clérigos ya no combatían y los comerciantes promovían el consumo de otras telas y de adornos.  Necesitaban conservar algunos alimentos o cambiar los sabores mediante el uso de aromáticos polvos: las especias obtenidas de la molienda de la canela, clavo de olor, nuez moscada y pimienta.

Llegaban esos hombres, valientes marineros, con los víveres imprescindibles, escasez de ropas y casi sin utensilios, sin mobiliario…

 

Los seres semidesnudos que hasta entonces fueron los dueños de la tierra, se sorprendían ante la presencia de gente con diferentes vestimentas que llegaban en grandes naves. Ellos, estaban acostumbrados a ahuecar los árboles y con dos remos se ayudaban para recorrer ríos y lagunas. Nada sabían sobre otros continentes…

En las primeras semanas de 1516, el andaluz Juan Díaz de Solís -nombrado piloto mayor de la Casa de Contratación en reemplazo de Américo Vespucio-, llegó con tres pequeñas naves hasta el ancho estuario que nombró Mar Dulce  y desembarcaron en la margen izquierda de un río, después reconocido como el río Uruguay[1]

Recalaron en las islas San Gabriel y luego en la Martín García, así nombrada en homenaje al  despensero del navío que ahí sepultaron.

Siguieron navegando hasta cerca del arroyo de las Vacas, bajó el piloto mayor Solís con ocho tripulantes para explorar la costa.  Fueron sorprendidos por integrantes de una tribu; sólo quedó vivo el grumete que los indígenas habían apresado.

En esa zona habitaban charrúas -antropófagos- y guaraníes, que lo hacían excepcionalmente y como ritual.  Esos bravos hombres descuartizaron a los españoles y con ellos se alimentaron, mientras el resto de la tripulación observaba desde los barcos. La impresión provocada determinó que la expedición retornara a España al mando de Francisco de Torres.  El grumete aún estaba capturado, representaba otra pérdida.

Una de las carabelas naufragó frente a la isla Santa Catalina y dieciocho tripulantes quedaron en ese lugar, entre ellos estaba el marinero Alejo García -no se sabe si era portugués o español-, hombre evidentemente conversador y que supo entenderse con los indígenas ya que con otros marinos y algunos guaraníes, intentaron llegar hasta la montaña de plata donde supuestamente estaba el Rey Blanco revestido con ese metal. Otros, después se entusiasmaban con la leyenda del Dorado que aludía a  un monarca revestido en oro…

En 1523, Vasco Núñez de Balboa había atravesado el istmo de Panamá y a esa inmensidad de agua la nombró Mar del Sur.

(Era en realidad, el océano que bordeaba el oeste del nuevo continente encontrado por Cristóbal Colón mientras intentaba llegar al Oriente: a Catay -actual China-, cerca de Trapobana –Ceilán- y  de Cipango -Japón-.

Aquel 12 de octubre de 1492, habían llegado las naves que partieron del puerto de Palos hasta un islote que Colón nombró San Salvador creyendo que había llegado a las ansiadas Indias del oriente.  Lo más insólito fue que no encontraron construcciones, la gente estaba semidesnuda y los pobladores nombraban Cuba al lugar que él creía que era Cipango.  Vieron cómo mataban y bebían sangre y comentaron que eran caníbales. Colón decidió bautizar a esa isla con el nombre La Española, actual Santo Domingo.  Tras el naufragio la nave mayor “Santa María” por una maniobra equivocada, construyeron el Fuerte Navidad donde quedaron treinta y nueve hombres con armas y víveres.  Ninguno fue hallado con vida cuando Colón llegó en su segundo viaje (1493-1496), con diecisiete navíos y mil quinientos hombres, no sólo como conquistador porque debía colonizar los territorios que encontrara. Tras ese encuentro de las dos culturas se fue generando el mestizaje.  En el tercer viaje (1498-1500), Colón partió con ocho navíos; en ese tiempo, ni él ni sus acompañantes disimulaban la codicia y así fue como se provocaron disturbios en La Española.

Fue entonces cuando Colón decidió seguir navegando para explorar el continente austral y así conocieron las costas de América del Sur: vieron otra isla y nombraron Isla Trinidad (paralelo 10).

A la noche, mirando hacia lo alto y lejano, Colón y sus acompañantes se sorprendieron al ver otras constelaciones: esa Vía Láctea con cuatro estrellas que había nombrado Dante Alighieri después de leer el libro de Tolomeo, reconocida como la Cruz del Sur.  Otra mirada sobre la línea del horizonte les reveló que había más tierra, creyeron que era otra isla y cuando llegaron hasta ese lugar, comprobaron que era “tierra firme”.

En esos días, los habitantes de La Española habían protestado y pidieron el envío de un juez inquisidor. Luego, Francisco de Bobadilla inició un breve proceso contra el descubridor y sus parientes: con grillos y cadenas lo trasladaron a España, como siglos después hicieron otros marinos con otros hombres que cargaban en la costa africana para llevarlos a la isla de Cuba ejerciendo el abominable tráfico de esclavos que para ellos representaba la obtención de enormes recursos.

Logró Colón que los reyes lo liberaran; fue suspendido del cargo de virrey y gobernador general; lo autorizaron para realizar el cuarto viaje (1502-1504), con la prohibición de no descender en las costas de La Española.

Con cuatro naves y ciento cuarenta hombres, el empecinado marino genovés siguió buscando la ruta que le permitiera llegar a las tierras orientales, donde abundaban perfumadas especias, sedas finas y perlas. Fracasó porque sus naves fueron atacadas por la broma, un molusco del Caribe que carcome la madera.  Con el auxilio de los tripulantes de una pequeña embarcación pudo llegar al puerto de San Lúcar de Barrameda.

Supo entonces que había muerto la reina Isabel y que el rey “no cumplía los compromisos”; comenzó una serie de protestas y pleitos siguiendo a la Corte trashumante.  Sólo escuchaba diversos argumentos y promesas. Estaba en Valladolid cuando Fernando VII entregó el reino a la nueva reina Juana –la loca– y a su marido Felipe –el hermoso-, de Austria.

Cristóbal Colón impulsado por sus sueños había peregrinado hasta lograr sucesivas partidas, soportó agresiones e ingratitudes, aún con la esperanza de ser recibido por los monarcas y recompensado por sus proezas, murió en Valladolid, el 20 de mayo de 1506.

Así se desarrollaron durante una década, los primeros movimientos que marcaron el arriesgado y extenso camino de la conquista en las Indias Occidentales.)

 

A mediados de enero de 1520, el marino portugués Hernando de Magallanes al servicio de España, después de tres meses de navegación llegó al río de la Plata con sus expedicionarios y fondeó en la isla nombrada San Gabriel, sin poder avanzar por el calado de las naves. Algunos exploraron esa zona hasta la desembocadura del río Uruguay. El 8 de febrero siguieron hacia el sur, intentando encontrar el lugar donde se juntaban las aguas de dos mares, porque tal era su misión de acuerdo a las expectativas de la Corona española: encontrar otra ruta hacia las Indias Orientales.

El 22 de octubre de ese año, navegaron sobre el estrecho que nombraron de Todos los Santos y al observar las fogatas que hacían los habitantes de una isla, Magallanes la nombró Tierra del Fuego.  Hacia el este, estaba el archipiélago de las Malvinas en aquellas circunstancias desconocido.

Los tripulantes de la nave San Antonio, el 14 de noviembre se sublevaron y regresaron a Sevilla.

Esos desertores llegaron a España el 8 de mayo de 1521; informaron acerca del descubrimiento de Magallanes.

La turbulencia de las aguas del estrecho no impidieron que el hábil marino portugués con las otras naves cruzaran el canal y se encontraran con “el mar” del oeste, calmo para la navegación y por eso, nombrado el Pacífico.

El 7 de febrero de 1521, después de soportar hambre y sed, llegaron a un archipiélago -islas Desventuradas-, al mes siguiente estuvieron en la isla Ladrones, así reconocida por las actitudes de “los naturales”.

El 27 de abril se aproximaron a las Filipinas donde combatieron y Magallanes murió junto a cuarenta de sus acompañantes. Juan Sebastián Elcano asumió el mando de las dos naves que quedaban, bordearon la isla de Borneo y en noviembre anclaron en un puerto de las Islas Molucas donde el Sultán de Tidore los recibió con cordialidad y después, los autorizó para dejar allí una guarnición. Una de las naves siguió rumbo a México y cargadas en la nave La Victoria las tan codiciadas especias -canela y pimienta-, Elcano partió con sólo dieciocho tripulantes rumbo al temido cabo de las Tormentas que el rey rebautizó cabo de Buena Esperanza.

Continuaron la travesía, el 7 de septiembre de 1522 Sebastián Elcano llegó con una nave y dieciocho hombres al puerto de San Lúcar de Barrameda, de donde había zarpado a las órdenes de Magallanes tres años antes, con cinco buques y doscientos cincuenta soldados.

Por primera vez, habían navegado de este a oeste pasando por distintas latitudes del planeta hasta llegar a la tierra de las especias y confirmaron que era posible cruzar aquel casi legendario estrecho, en el extremo sur del nuevo continente.

En España, celebraron el retorno de Elcano con las especias, aunque se generó un conflicto con Portugal por la posesión de las Islas Molucas. En 1524 convocaron a conferencias en Badajoz y Yelves, deliberaron sin ponerse de acuerdo.

La ambición movilizó también a comerciantes y capitalistas que ofrecían su apoyo para otras expediciones. Carlos V intentó tomar posesión de aquellas islas y nombró a fray García Jofre de Loayza “Capitán General Gobernador y Justicia Mayor de las islas del Moluco” (funciones de capital general como “jefe de la milicia formada por la totalidad de la gente encargada de la defensa de los reales y de la extensión de la conquista” y de justicia mayor para entender “en apelación de las sentencias de los corregidores o alcaldes de las ciudades”.

En junio de 1525, Loayza salió de La Corruña con seis naves mayores y un patache. Habían incorporado a Sebastián Elcano como piloto por sus conocimientos en torno al Estrecho y a la navegación en el Pacífico. Al llegar al Atlántico Sur equivocaron la ruta, la desorientación fue catastrófica, se separaron las naves.

Elcano insistía en que durante la travesía anterior también habían soportado enormes dificultades.  No veían islas, aumentaba la incertidumbre; murieron Loaysa el 30 de junio de 1526 y treinta y cuatro días después, el 4 de agosto falleció Sabastián Elcano.

Unos hombres famélicos llegaron a las Islas Molucas en enero de 1527, aún con ánimo para construir un real o un fuerte para protegerse porque sabían que eran posesiones de los portugueses.

Mientras aquellos expedicionarios seguían luchando para sobrevivir en una isla del Pacífico, el veneciano Sebastián Caboto llegó al Río de la Plata en 1527, con una nave menos porque había naufragado frente a la costa brasileña de Santa Catalina.

Se acercaron a una isla que nombraron San Gabriel, estuvieron varios días reconociendo esa zona y encontraron al grumete Francisco del Puerto, el único sobreviviente del grupo que diez años antes desembarcó con Juan Díaz de Solís.

Ese lugar les pareció apto como puerto, lo nombraron San Lázaro. El 8 de marzo de 1527, Caboto decidió seguir navegando por ese ancho río  hacia el norte, se acercaron al delta con exuberante vegetación y vieron que eran tierras con escasa población. Más al norte, navegaron con las embarcaciones más pequeñas hasta la desembocadura del río Carcarañá, donde el 9 de junio de 1527, Caboto –o Gaboto-, ordenó la construcción del Fuerte de Sancti Spíritus mientras pacientes miembros de tribus timbúes y abipones miraban con asombro.  Llegaron luego unos guaraníes con sus canoas y avisaron que en el islote de San Salvador estaban con hambre y sin apoyo porque los dueños de la tierra y de sus frutos, se habían enemistado con los españoles. Ordenó Caboto la partida con una goleta para recuperarlos y que dejaran allá las naves mayores a cargo de Antón de Grajeda.  Embarcaron a aquellos hombres debilitados para que convivieran en  el nuevo Fuerte; soportaron vientos, lluvias e intenso frío.

Seis meses después, Caboto con un bergantín siguió navegando rumbo al norte, con ciento treinta tripulantes pasó por el río Coronda, brazo occidental del río Paraná y en esas circunstancias, los acosaba el calor y los insectos. Llegaron hasta el Alto Paraná, navegaron por los ríos Paraguay, Pilcomayo y Bermejo.

Las tres columnas que por orden de Caboto se dirigieron hacia el norte para seguir explorando esa zona.  Caminaban con dificultades entre tupidos montes de espinillos, altos pajonales, bajos cardos y ortigas, casi sin poder observar cómo volaban los pájaros y las mariposas porque tenían que mirar hacia el suelo para evitar más lastimaduras con las ramas secas, pequeñas piedras o la picadura de alguna víbora.  Comían poco, descansaban al anochecer cuando se acentuaba el monótono croar de las ranas y los sapos; andaban por nuevos caminos desde el amanecer.

El rezagado Diego García había logrado reparar sus embarcaciones en las Islas Canarias, llegó al río de la Plata y al encontrarse con Antón de Grajeda al cuidado de las naves mayores, se enteró de que Caboto navegaba río arriba. Protestó porque él estaba autorizado para variar el rumbo, ordenó que embarcaran a los indígenas en una carabela para que los transportaran como esclavos a España.

Diego García llegó al Fuerte de Sancti Spiritus en marzo de 1528, exigió a Gregorio Caro que acatara su autoridad y así fue.  En esas circunstancias, regresaba el capitán Francisco César que había cumplido con las órdenes de Caboto y desde el río Carcarañá habían caminado hacia el oeste y se encontraron con indios dóciles -quizás diaguitas-, pastores y tejedores hospitalarios. Habían explorado durante cuatro meses, decía haber visto unas montañas -tal vez sierras-; creía haber estado en la región del Rey Blanco y traía muestras de plata labrada. De las otras dos columnas no tenían noticias. El primero de abril, el ambicioso Diego García navegaba río arriba con el propósito de impedir más logros de Caboto. Había comenzado la leyenda de los Césares que movilizó a distintos expedicionarios…

En los primeros días de mayo se encontraron Caboto y García, discutieron sobre sus derechos, es decir sobre el poder, pero las experiencias vividas hasta entonces demostraban que no era tiempo de disputas porque no tenían víveres, juntos tenían que organizarse para disponer de alimentos y estar alertas ante los posibles ataques de los indígenas.  Así fue como en agosto de 1528 bajaron hasta el islote de San Salvador, donde los timbúes  no toleraban la presencia de los españoles.

Gregorio Caro había quedado con ochenta hombres en Sancti Spiritus y durante una noche, a principios  de septiembre, fueron atacados por los timbúes con flechas incendiarias, sobrevivieron cincuenta y enseguida bajaron hacia el islote de San Salvador para encontrarse con Caboto y García.

Ellos intentaron reconstruir el Fuerte pero sólo encontraron ruinas y cadáveres. Diego García fue el primero en partir con “sus gallegos”, a principios de octubre de 1529, en un pequeño galeón y Caboto, en marzo de 1530 se embarcó con “sus andaluces”, después de haber recogido la cosecha de trigo.

Durante cuatro años habían estado luchando para llegar a las tierras del Rey Blanco, donde abundaban los metales preciosos y regresaban a España con el agobiante peso de la derrota.  Caboto tenía cincuenta y tres años cuando debió enfrentarse con los empresarios que habían financiado la expedición y exigían indemnizaciones.  No poseía bienes, perdió su puesto de piloto mayor y fue desterrado a Orán.

(Sebastián Elcano eludió ese castigo con astucia y en 1548 llegó a Inglaterra; murió en Bristol en 1557, a los ochenta años.)

 

En Europa, mediante el Tratado de Zaragoza (1529), el rey Carlos V renunció a sus pretensiones sobre las islas Molucas y recibió el pago de 350.000 ducados de oro.

Aparentemente, para el rey de España tal sería el valor de lo perdido en la expedición puesta en marcha a fin de descubrir una nueva ruta para el comercio con las Indias orientales: habían perdido naves, sobrevivieron comiendo cueros y ratas; los habitantes del lugar explorado en aquellas lejanas islas asesinaron a Hernando de Magallanes y a sus acompañantes…

Españoles en “el Pago de la Costa”.

Cuando llegaron el “noble y riquísimo cortesano” don Pedro de Mendoza, el primer Adelantado con los expedicionarios que lo acompañaron hasta las costas del río de la Plata, decidieron instalar en las tierras del oeste, el real y puerto que nombraron Santa María del Buen Ayre.

El real era un rancho de barro y techo de paja, cercado por una empalizada, lugar para protección, almacén y taller, supuesto germen de una ciudad.  Quienes llegaron con don Pedro, era “gente limpia” como establecían las Leyes de Indias, es decir cristianos “sin rastro de moriscos o judíos”, gente limpia que podría estar acusada de asesinato o de lesiones en riña porque “no era cosa que tocara a la honra y se podía pasar por alto” ya que tales expediciones necesitaban de hombres con coraje y aunque no estaba escrito en las leyes, debían ser soldados hábiles para matar.

 

Durante el viaje habían racionado el bacalao, las galletas y los garbanzos;  prácticamente agotaron sus víveres y luego lograron que algunos hombres de estas tierras –querandíes y pampas-, tras las primeras comunicaciones les ofrecieran carne de guanaco y de ñandú que enseguida consumieron. Después cazaron perdices, aves abundantes en esa llanura y carne preferida por don Pedro de Mendoza.

Los sacerdotes mercedarios tenían que cumplir con su misión evangelizadora y pidieron a los indígenas que enviaran a sus hijos para enseñarles la doctrina.

Fue entonces cuando reaccionaron con violencia porque habían tolerado esa inesperada presencia cerca de la costa pero no estaban dispuestos a ceder ante tales exigencias.  En esos días, los españoles pidieron alimentos “en forma perentoria” y los indígenas les respondieron con flechas envenenadas. Entre altos juncos y totoras estaban al acecho “los tigres” que obligaban a los españoles a quedarse en el refugio cuidando incluso a sus caballos para que no fueran atacados.

Don Pedro a principios de marzo envió a su sobrino Gonzalo de Mendoza en busca de alimentos y embarcaron en el galón Santa Catalina rumbo a las costas brasileñas mientras doscientos hombres debían ir caminando hasta las islas del delta. Regresaron abatidos por la agresividad de los indígenas y el Adelantado ordenó “un castigo ejemplar” que suspendió por conveniencia ya que tampoco tenía noticias de su sobrino y acompañantes. En mayo, el alguacil mayor Ayolas partió río arriba con trescientos hombres.  Luego salieron el almirante Diego de Mendoza con sus sobrinos Pedro y Luis Benavídez, los capitanes más destacados y también los castigados, hacia el cercano río Luján -voz indígena Huyan o Schuyan– donde estaban los indígenas en sus tolderías y los atacaron el 15 de junio de 1536, día de Corpus Christi, hecho registrado como Combate de Luján.  Murieron Diego y sus sobrinos, todos los capitanes y entre ellos Galaz de Medrano…

Tales nombres son señales latentes en la memoria en torno a esa expedición conquistadora y colonizadora, porque sabido es que después de la escala en las Islas Canarias, reanudaron el viaje en octubre y Don Pedro viajaba en la nao Magdalena, de doscientas toneladas, casi sin ser visto y asistido por su médico.

Comenzaron las intrigas porque Juan Osorio se comunicaba con la mayoría de los tripulantes e insistía en que “las cosas mejorarían cuando se ‘ahorcase a unos cuantos caballeros (capitanes)’ y se devolviese a España al doliente adelantado; entonces la ‘gente’ iría al Imperio de la Plata sin obedecer más ley que su conveniencia propia”, tal como luego dijeron “haber oído el alguacil mayor Ayolas y el capitán Galaz de Medrano”…  [2]

Así fue como Don Pedro, sólo teniendo en cuenta algunas acusaciones contra Osorio, “dictó la inicua sentencia a ejecutarse cuando las circunstancias lo hicieran conveniente: ‘que do quiera y en cualquier parte que sea tomado el dicho Juan Osorio, mi Maestre de Campo, sea muerto a puñaladas o a estocadas o en cualquier forma que lo pudiera ser, las cuales sean dadas hasta que el alma le salga de las carnes…”.   Continuó la navegación mientras rogaban a Nuestra Señora del Buen Aire que el viento los ayudara para avanzar seguros y más rápido hasta que el 30 de noviembre, el Adelantado ordenó que recalaran en una bahía -la de Río de Janeiro-, mientras las otras naves seguirían hacia el Plata al mando de Don Diego de Mendoza.  [3]

Tres días después, don Pedro ordenó bajar y en una playa solitaria instalaron la tienda de campaña.  “Hace llamar a Osorio, y mientras habla con él, Ayolas y Medrano toman al maestre de campo de los brazos; Ayolas saca a Medrano su daga y la hunde varias veces en la espalda de Osorio.  Éste cae implorando confesión, que Ayolas contesta: ‘¡No, traidor, no hay confesión para Vos!’.  El cadáver es expuesto con un cartel infamante: ‘A éste mandó matar Don Pedro de Mendoza por traydor y amotynador’.  Así -antes de llegar al río argentino- termina el primer caudillo y queda dominado por un acto de injusta  aunque tal vez imprescindible energía, la primera inquietud de la ‘gente’.  Diríase que el fantasma de Juan de Osorio siguió a los conquistadores como una maldición.  Las trágicas horas a vivirse en breve, el desgraciado fin de Mendoza, Ayolas, Galaz de Medrano, y los Benavídez, enemigos jurados del maestre de campo, parecieran debidas a su muda acusación.”

(En la ciudad indiana como en la castellana –cibdad-, entre la gente surgieron los caudillos –cabdillos con reminiscencias medievales- porque los pobladores llegaban a lugares generalmente desconocidos o peligrosos y necesitaban defenderse.

Eran frecuentes los combates y los soldados rasos o milicianos de bajo rango que por su coraje lograban imponerse tanto como las autoridades, eran los distinguidos como caudillos.”)

 

Los historiadores no han podido registrar señales sobre la identidad de los indígenas que también quedaron en el campo de batalla, tampoco sobre los huérfanos.  Sí han reiterado que después del combate de Luján, las tribus reaccionaron e hicieron sonar sus tambores de guerra, llegaron más indios pampas y sitiaron el real y los navíos, quemaron con flechas incendiarias los techos de paja y algunas embarcaciones.

Cuando Don Pedro observó que tres soldados habían matado un caballo y comieron su carne, ordenó que los ahorcaran porque era necesario reservarlos para la guerra.

Era tanta el hambre que por la noche, otros tres soldados llegaron al lugar donde pendían los cuerpos y comenzaron la macabra ceremonia de la cena que tal vez era el desayuno.

  Don Pedro de Mendoza seguía padeciendo por su enfermedad y nombró a Ayolas como sucesor en el Adelantazgo, alguacil mayor que regresó con los víveres que le habían entregado los guaraníes.  En esos momentos se advertían más contrastes: por la docilidad de esos indios y la hostilidad de otras tribus.  Al comentar lo sucedido,  comprobaron que el mismo día 15 de junio, mientras unos morían junto a las tolderías,  Ayolas e Irala con sus hombres estaban construyendo la segunda fortaleza o real -cerca de la actual Coronda santafesina- nombrada Corpus Christi como homenaje a esa celebración religiosa.  Allí habían quedado cien hombres esperando otro encuentro.

Entusiasmado Don Pedro con el relato del alguacil mayor, aunque la sífilis le provocaba enormes dificultades y su médico doctor Hernando de Zamora le aconsejaba regresar pronto a España, decidió embarcarse con Ayolas.  Partieron con las goletas y otros navíos aptos para avanzar contra la corriente, acompañados por cuatrocientos hombres. En el Real del Buen Ayre quedaron sólo cien personas con las naves que por su calado no podrían navegar por el Paraná. Durante los treinta días del viaje con Ayolas, algunos se morían de hambre o agotados por el esfuerzo de remar, sólo doscientos llegaron en septiembre al Fuerte de Corpus Christi donde los españoles estaban delirantes hablando de las tierras del Rey Blanco.

Don Pedro se quedó en el Fuerte porque declinaba su salud y Ayolas avanzó hacia el norte con ciento treinta hombres y al mando de uno de los bergantines iba el guipuzcoano Domingo Martínez de Irala, hombre con contratiempos en Andalucía y que se había embarcado como soldado raso. Destrozada la carabela por una tormenta, parte de los hombres de Ayolas siguieron a pie hacia el río de los “payaguás”, al decir de los guaraníes.  El 2 de febrero de 1537, en una ribera de ese río construyeron la Fortaleza de Nuestra Señora de la Candelaria donde quedaron Irala y los treinta y tres hombres que estaban en peores condiciones después de acordar que sería como máximo por cuatro meses, porque “más no resistirían los bergantines la carcoma de las aguas tropicales”.

Don Pedro de Mendoza desde Santa Catalina había mandado a Juan de Salazar, capitán del rey para que avanzara hacia el norte y el 23 de junio de 1537 llegó a la Candelaria, precisamente el día en que moría el primer Adelantado cerca de las Islas Terceras.

Domingo y Juan salieron en busca de Ayolas pero regresaron enseguida por las características de la selva; acordaron que Irala se quedaba en la Candelaria mientras Martínez de Irala se aproximaba a la tierra de los carios. Así fue como el 15 de agosto de 1537, fundó la fortaleza o real que nombró Nuestra Señora de la Asunción por ser el día de la festividad.  Tras la prolongada ausencia de Ayolas, Salazar decidió ir a buscar a Ruiz de Galán dejado por Mendoza al mando del real del Buen Ayre y lo convenció para concentrar la mayoría de las naves y soldados en la Fortaleza recién instalada.

El rey Carlos V enterado de la muerte del Adelantado Don Pedro de Mendoza y de las dificultades de los expedicionarios en la región del río de la Plata, estaba preparando otra expedición con Alonso de Cabrera como veedor, ya que este capitán aunque había zarpado con el resto de las naves de Mendoza, se retrasó y luego se desvió hasta Santo Domingo, debió regresar a España para que repararan su nave: la Marañona. Así fue como el 12 de septiembre de 1537 firmó la Real Cédula dirigida a Cabrera y que establecía: “Hagáis juntar a los dichos pobladores y los que de nuevo fuesen con Vos y habiendo jurado elegir persona cual convenga a nuestro servicio y bien de dicha tierra, elijan por Gobernador en Nuestro nombre, y Capitán General de aquellas provincias, a la persona que según Dios y sus creencias parezcan más suficientes para el dicho cargo y la persona que así eligiesen todos en conformidad, o la mayor parte de ellos, use y tenga el dicho cargo.. con toda paz y sin bullicio ni escándalo.”

En noviembre de 1537 partió Alonso de Cabrera con la expedición y la Real Cédula de autonomía,  perdió la mayoría de las naves cuando entraron al río de la Plata, naufragó la casi legendaria Marañona.  El perseverante Cabrera logró llegar a Asunción, retiró del gobierno a Ruiz Galán y ordenó que asumiera Irala teniendo en cuenta los poderes que le había dejado Irala, conforme a la real Cédula deciden que cuando sepan que ha muerto Ayolas convocaran a los pobladores para elegir gobernador.  El gobernador Irala dispuso que 280 hombres entraran hacia el noroeste para buscar a Ayolas y un indígena sobreviviente de aquella expedición les comentó que habían llegado hasta la zona del altiplano, el país de la plata y que “hizo allí un rico botín de metal”.  Supieron luego que Ayolas regresó a Candelaria (marzo de 1538) y como no encontró a Irala estuvo al principio desorientado pero “en una calabaza, bajo una cruz, halló cartas de su teniente con las indicaciones para guiarse hasta asunción.  No llegó allí.  A poco los payaguás lo mataron -a él y los suyos-, al parecer incitados por Romero, solamente se salvó el indio que trajo la noticia a Irala.”  [4]

Entre junio y julio de 1541 se produjo el despoblamiento del real y puerto del Buen Ayre.  Irala fue elegido gobernador; el 16 de septiembre de 1541; quedaron reunidas las guarniciones que habían llegado hasta ese lugar, integraron el Cabildo y nombraron las autoridades.

El rey de España, el 10 de marzo de 1540 estar enterado de la muerte de Ayolas, mediante una capitulación nombró a Álvar Núñez Cabeza de Vaca para suceder a Mendoza en el Adelantazgo.  Así fue como asociado con Martín de Orduña que financió la expedición, llegaba el segundo Adelantado “sin derecho de sucesión”…

Comenzó otra historia.

Los capitanes no obedecían sus órdenes.

“Como se sentían pobladores más que conquistadores, se entregaban a la tarea de poblar, negándose a nuevas ‘entradas’ a la sierra del plata: tenemos en nuestra casa indias y vivimos tan castamente como es posible… que Dios lo remedie si le place, decía el factor Dorantes en carta al rey.”

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Después que don Juan de Garay, el 15 de noviembre de 1573 fundó la ciudad de Santa Fe en tierra de calchines y mocoretás, siguió navegando por el río Paraná hacia la desembocadura en el río de la Plata.  Fundó la ciudad de la Trinidad y el Puerto del Buen Ayre en junio de 1580, el 24 de octubre de ese año repartió las tierras del conocido Pago del Río arriba, según han anotado, cincuenta y seis suertes, es decir parcelas limitadas de entre 350 y 400 varas de ancho por legua de largo, a partir de las barrancas.

Las autoridades hicieron otros repartos entre 1590 y 1617, con indígenas encomendados y esclavos que trabajaban en la labranza o en distintos servicios, construían galpones sobre las barrancas del río.

La calidad del terreno, el clima y el trabajo de los pobladores facilitó el crecimiento de la población de Trinidad y zonas cercanas. En un acta del Cabildo del Buenos Aires del 28 de abril de 1608 se menciona el Pago del Monte Grande -equivalente a Pago de la Costa– y tres años después, el Cabildo aprobó la primera división de esas tierras: con límite norte en el actual río Reconquista y el actual Partido de San Fernando, se estableció el denominado  Pago de las Conchas donde los pobladores vivían en ranchos y recién a fines de ese siglo construyeron la primera capilla (1694), también con paredes de barro y techo de paja. Han reiterado que estaba en el lugar donde por orden del capitán español Domingo de Acassuso luego se instaló el altar mayor de la Catedral de San Isidro, siendo San Isidro Labrador el patrono del pueblo.  En esa zona, en 1715 construyeron la segunda capilla bajo la advocación de la Virgen del Pilar de Zaragoza, actual zona de la Recoleta.

A mediados del siglo XVIII, el Capitán Acassuso en su chacra plantó olivares y la fecundidad de la tierra y las lluvias favorecieron el crecimiento y la formación de un monte, lugar reconocido como Paraje de los Olivos; luego Punta y Puerto de los Olivos, como consta en Acta del Cabildo de febrero de 1779: “…en el Paraje que dizen los olibos”… (actual partido de Vicente López.

En el Pago de Olivos, vivió el virrey Juan José Vértiz y Salcedo, nacido  en 1718 en Mérida (Nueva España) -expresa el historiador José María Rosa, nacido en Yucatán (Méjico)-, hijo de Juan José Vértiz y Houtañon. Residió en la chacra de don Pascual de Ibáñez de Echavarri.  [5]

Es oportuno tener en cuenta algunos datos sobre la población en la ciudad de Buenos Aires de acuerdo al censo realizado por orden del gobernador de Buenos Aires don Domingo Ortiz de Rozas en 1744:[6]

Blancos

Indios

Mestizos

Negros

Mulatos

Pardos

8.068

188

99

1.150

330

221

Población en la campaña bonaerense:

4.934

431

40

327

180

123

Aquella chacra del Pago de Olivos luego esa propiedad fue adquirida por el coronel Cornelio Saavedra y posteriormente perteneció a Juan José Castelli, primo del general Manuel Belgrano (actualmente Vicente López, calle Miguel de Azcuénaga al 1100).

También en ese Pago de los Olivos, vivió el ex-virrey Antonio Olaguer y Feliú…

1777: Antonio Olaguer y Feliú en el Río de la Plata…

Antonio Olaguer y Feliú nació en 1740, en Villafranca del Vierzo, en el reino de León, España “y procedía de una familia de Tamarit de Litera, Cataluña”.  [7]

Terminados sus estudios ingresó al servicio militar y participó en combates por conflictos internacionales.

Llegó a Buenos Aires con el gobernador Pedro Antonio de Cevallos y Cortés (1756-1776) para desempeñarse como “especialista técnico militar”.

Creado el virreinato del Río de la Plata en 1776, el Capitán General Pedro A. de Cevallos asumió como virrey provisorio.

Entre el 24 y 25 de febrero de 1777 las fuerzas del Capitán Cevallos ocupó la isla de Santa Catalina y Antonio Olaguer y Feliú participó en ese sitio; también en los hechos del 22 de abril cuando el virrey Cevallos cercó por tierra y agua a la “Colonia del Sacramento” hasta lograr que el 5 de junio, el gobernador portugués Francisco Javier Da Rocha le entregara esa jurisdicción situada frente a la costa meridional brasileña.

Durante breve tiempo, Antonio Olaguer y Feliú debió cumplir otras misiones en las Antillas, en Argel y regresó a Buenos Aires en 1783, nombrado Inspector de las tropas del Virreinato en el Río de la Plata (último año de desempeño del virrey Juan José Vértiz y Salcedo).

En 1787 se casó con Ana de Azcuénaga Basavilbaso descendiente de “criollos”, hermana menor de Miguel –el brigadier-, de Flora (casada con Gaspar de Santa Coloma, uno de los integrantes del grupo Peninsulares: Martín de Álzaga, cuyos negocios abarcaban desde Buenos Aires a Chile, a Lima y Potosí; José Martínez de Hoz, Gastón Elorriaga… que como han destacado varios historiadores, financiaron el movimiento de mayo de 1810, época en que Inglaterra era proveedora de las armas y que a partir del año siguiente, el mayor proveedor fue Estados Unidos…)

Han reiterado que Ana de Azcuénaga, dos años antes de su casamiento recibió una herencia de su cuñado Gaspar de Santa Coloma.

1777: decisiones del gobernador Juan José Vértiz y Salcedo.

Sabido es que Vértiz había sido gobernador interino en el bienio 1770-1771; gobernador titular en el lapso 1771-1777.

Defendió con valentía los territorios de la Corona española en América: el 15 de febrero de 1774 salió de Montevideo al frente de las tropas y derrotó a los invasores portugueses.

(Desde mediados de mayo de 1764 estaba en Buenos Aires el Sargento Juan de San Martín y Gómez -nacido en Villa de Cervatos de la Cueza, provincia de Palencia, perteneciente al ejército español desde el 18 de diciembre de 1746. En su foja de servicios extendida el 31 de diciembre de 1776, consta estuvo casi dieciocho años en el regimiento de Lisboa y doce años en la Asamblea de Infantería de Buenos Aires; mencionan -Plaza de Melilla y de Granada, diversas comisiones “a satisfacción de sus jefes; “dos meses de cuartel en el Bloqueo de la Colonia del Sacramento y comisionado desde mediados del año 1767 en asuntos de Temporalidades” en el pueblo de las Vacas y en los Pueblos de Misiones.  [8]

Confirman esos datos que por disposición don Pedro de Cevallos sirvió en el Bloqueo -real de San Carlos- y luego mandó en los dos partidos de las Víboras y de las Vacas (en la Banda Oriental),  hasta que llegó el virrey Francisco de Paula Bucarelli y Ursúa.  Expulsados los jesuitas, el virrey le encomendó “el secuestro de la Calera de las Vacas” -es decir verificar los bienes que habían dejado-, quedando como administrador hasta 1775.

En 1767 había llegado a Buenos Aires Gregoria Matorras y del Ser -nacida en Paredes de Nava el 12 de marzo de 1738- con su primo Jerónimo Matorras y dos años después conoció a Juan de San Martín, decidieron casarse y como él no podía dejar de prestar sus servicios, otorgó poder para la celebración del matrimonio que se concretó en la Iglesia Catedral por el Obispo Manuel Antonio de la Torre, el 1º de octubre de 1770.  [9]

Después de rendir cuentas y dejar “las grandes mejoras” por orden del gobernador y Capitán General Juan José de Vértiz, fue relevado y nombrado “Teniente de gobernador de Cuatro Pueblos de Indios de la Nación Guaraní del Departamento de Yapeyú” desde principios de abril de 1775 hasta el 29 de octubre de 1777.  [10]

1778-1784: Virrey Juan José de Vértiz.

La creación del virreinato del Río de la Plata mediante Real Cédula del 27 de octubre de 1777, implicó el desmembramiento de la jurisdicción del virreinato del Perú y abarcaba el territorio de las actuales repúblicas Argentina, de Bolivia, Paraguay, Uruguay, parte del Brasil y el Corregimiento de Cuyo que pertenecía a Chile.

En el mismo documento fue designado virrey Juan José Vértiz.

“El Cabildo había solicitado la permanencia de Cevallos y protestado por la designación de Vértiz en términos que el rey entendió ofensivos y castigó con destierro a las Malvinas.  El nuevo virrey, que no era rencoroso, intercedió por los capitulares, en retribución le dejaron intervenir en las cosas edilicias por las cuales Vértiz sentía vocación.”  [11]

Cesó el Capitán General Pedro Antonio de Cevallos y Cortés, virrey provisorio. Vértiz asumió el 26 de junio de 1778 y Rafael de Sobremonte y Núñez Carrasco, nacido en Sevilla en 1745 se desempeñó como secretario.

El virrey Vértiz insistía en su propósito de lograr que Buenos Aires fuera “digna capital del virreinato” y fue conocido como el virrey de las luminarias porque “puso candiles de aceite de potro -reemplazados después por faroles de velas de sebo- en las esquinas céntricas, levantó veredas de tierra sobre el nivel de la calzada, construyó ‘pasos de piedra’ en las esquinas de las calles céntricas, mandó hacer un teatro”…  Convencido de que “los paseos públicos son unos adornos que contribuyen a la diversión y salud de los ciudadanos como a la hermosura de la ciudad”, ese mismo año “sombreó con ombúes el camino de la Alameda”, desde el Fuerte hacia el norte -Leandro Alem de Rivadavia a Cangallo-.

El virrey Vértiz también se destacó por algunas prohibiciones: “de bailes ultrafamiliares de carnaval -menos aquellos de la Casa de Comedias garantizados por su presencia-, no permitir mujeres de color en las calles después de las diez de la noche aunque fuesen acompañadas, y crear la Casa de Corrección o cárcel de mujeres públicas.”

La Casa de Comedias estaba en la Ranchería hasta que en el primer lustro del siglo diecinueve, el virrey de Sobremonte –“de honradez administrativa y vida privada intachable”-, dispuso el traslado al nuevo edificio -Cangallo y Reconquista- y cambiaron su nombre por Coliseo o Teatro Argentino.

En España, el 15 de enero de 1779, el Rey Carlos III “en atención al mérito y servicios” de Don Juan de San Martín, Ayudante mayor de la Asamblea de Infantería de Buenos Aires”, le concedió el “Grado de Capitán de Infantería del Ejército” y tras sucesivas instrucciones, el rey ordenó que “el Virrey, y Capitán Gral. de las Provincias del Río de la Plata, de la orden conveniente para que se tome razón y asiento de este grado”… [12]

Diez años después, Juan de San Martín decidió regresar a su tierra natal con su familia.  Los hijos varones se incorporaron al ejército: Manuel Tadeo, Juan Fermín, Justo Rufino y José Francisco, ingresado como cadete el 21 de julio de 1789 en el Batallón de Infantería Ligera – Voluntarios de Campo Mayor. En la foja de servicios de José de San Martín y Matorras, después de sucesivos ascensos anotaron que desde el 2 de noviembre de 1804 era Capitán Segundo; hasta fin de diciembre de 1806 había acumulado 17 años, 5 meses y 10 días de servicios; tenía 27 años.

En 1779, el médico irlandés Miguel O’Gorman que había llegado al río de la Plata con la expedición de Pedro de Cevallos, le propuso al virrey Vértiz la creación del Primer Tribunal del Protomedicato, primera escuela de Medicina en el virreinato del Río de la Plata ya que sus integrantes eran examinadores de quienes debían probar sus conocimientos sobre medicina y aptitudes para ejercer el arte de curar, tal como había dispuesto el rey Alfonso II de Aragón, en España.

En 1780 continuaba la guerra contra Inglaterra, y desde el tiempo del virrey Cevallos se había organizado una eficaz defensa, “Vértiz puso a Buenos Aires, Montevideo y las Malvinas en estado de alarma; se construyeron baterías en Maldonado y Ensenada y se internó a los ingleses residentes en Buenos Aires.  En 1780 hubo el rumor de un ataque inglés a  Buenos Aires combinado con una sublevación de indígenas; se pusieron atalayas en Tigre, San Isidro, Olivos y Palermo al norte”, también en el sur.

Ese año, la sublevación de Tupac-Amarú se extendió hasta Jujuy y temían que Inglaterra pusiera en marcha el plan de atacar con “un ejército de 1.500 inglés y de 2.000 cipayos indios para operar contra el Río de la Plata, que llevarían 15.000 armas de fuego a los indios sublevados” pero al declararle la guerra Holanda, suspendieron esa intención de conquista en el extremo sur de América.  Dos décadas después se animaron e invadieron el puerto y la ciudad de Buenos Aires…

En 1780 el virrey Vértiz creó el primer Tribunal del Protomedicato de Buenos Aires; tres años después también por iniciativa de O’Gorman, el virrey envió a Madrid un pedido de autorización de la Corona para fundar una “Academia de Medicina” que fue autorizada en 1793, para enseñar medicina y cirugía. Ocho años después comenzaron los cursos, con trece alumnos.

El primer protomédico en el Río de la Plata fue Francisco Argerich, cirujano mayor de los Ejércitos del Rey con grado de coronel.  Hasta entonces, generalmente ejercían la medicina los barberos y entendidos en herboristería o como sucede aún en el siglo veintiuno, algunos curanderos y locuaces personajes que la gente suele reconocer como “sanadores”…

Vértiz habilitó la Casa de Niños Expósitos con los recursos obtenidos de la impresa que habían pertenecido a los Jesuitas en Misiones hasta la expulsión en 1767 y luego trasladada a Córdoba.  Ordenó un censo municipal en Buenos Aires, registraron 24.750 habitantes en la ciudad y 12.925 en la campaña; mejoró las guarniciones en los fortines de esa provincia.

En 1783, Juan Francisco Aguirre en su Diario escrito en Buenos Aires, anotó:

“En parte alguna se cumple como aquí el refrán el poder mercader, el hijo caballero, el nieto pordiosero”.

La llegada de los primeros inmigrantes había modificado la estructura social y “vinieron después españoles de tercera emigración (gallegos, asturianos, catalanas o navarros) que prosperaron con sus boliches al menudeo, más tarde abrirían ‘tiendas’ y ‘registros’ en el centro y mandaron sus hijos al colegio de los jesuitas.”  Vicente Fidel López los reconoce como la clase de los enriquecidos con indisputable conocimiento:

“Los enriquecidos forman una clase social muy diversa de la clase de ricos.  El enriquecido está demasiado cercano al punto inferior desde donde se ha levantado y conserva todos los resabios de la ignorancia de cuyo seno sale, de la avaricia y mezquino egoísmo con que ha acumulado su capital pieza por pieza.  Antes de que esa clase de enriquecidos se eleve a las dotes esenciales de una aristocracia se requieren cuatro o cinco generaciones, salvas las excepciones de los que nacen con distinción personal y que son tan pocos”. …

Destacó López que “los enriquecidos vivían en Buenos Aires sin veredas, sin caminos, sin calles practicables, sin alumbrado y sin ninguna de aquellas mejoras o solaces reclamados por la cultura social.  No se les había ocurrido cotizarse para gastar un candil por la noche al frente de sus casas; y no era porque no necesitaran de todo eso, sino porque antes que poner su contingente poderoso en común para beneficiar los que no eran enriquecidos, esta clase prefiere siempre cerrar los ojos sobre lo que sufren todos y aun ellos mismos”.

Terminó el período del virrey Vértiz y el 7 de marzo de 1784 asumió el tercer virrey: Mariscal Nicolás Cristóbal del Campo, Marqués de Loreto, nacido en Sevilla y “afecto a las buenas letras”.

Siguió con las obras de empedrado en Buenos Aires, promovió el cultivo del trigo y la exportación de harina a Cuba, “pero se precisaba algo más que bandos para convertir a los pastores en labradores; inició, por órdenes del ministro Gálvez, con la sal de patagones y las arquerías para barriles traídas de España, los primeros ensayos de conservación de carnes en saladeros”. Constituía el origen del comercio del tasajo que en las primeras décadas del siglo veinte, significó la continua llegada de barcos hasta la ensenada de Barragán en el Río de la Plata…

Opinión del conde Aranda: Estados Unidos e hispanoamérica…

El 3 de septiembre de 1783, el conde Aranda como embajador ante la corte de Luis XVI, expresó con respecto a Estados Unidos:  [13]

“Esta república federativa ha nacido pigmea, por decirlo así, y ha necesitado el apoyo fuerza de dos Estados tan poderosos como España y Francia, para conseguir su independencia.  Llegará un día en que crezca y se torne gigante, y aun un coloso temible en aquellas regiones. Entonces olvidará los beneficios que ha recibido… el primer paso será apoderarse de las Floridas… aspirará a la conquista de Nueva España que no podremos defender… luego seguirá Cuba, Santo Domingo y toda la América meridional”

El conde de Aranda proponía la formación de “un imperio español dando independencia a México, Costa firme y Perú bajo forma de monarquías con infantes españoles y tomando Carlos IV el título de emperador; entre los cuatro príncipes habría uno unión y alianza última.  En otra carta de 1786 a Floridablanca, sugiere la independencia de Buenos Aires con un infante español en su trono, y la cesión de Perú a Brasil a cambio de Portugal ‘porque me he llenado la cabeza de que la América Meridional se nos irá de las manos, y ya que habrá de suceder, mejor es un cambio que nada’.  A lo que Floridablanca responde (6-4-1776) que ‘ese sueño es más para deseado que para conseguido’.”

Cuarto virrey: Nicolás de Arredondo (1789-1795)

Al virrey Nicolás Cristóbal del Campo, le sucedió el virrey Teniente General Nicolás Antonio de Arredondo, nombrado por Carlos IV, desde el año anterior sucesor de su padre Carlos III.

Es oportuno tener en cuenta lo que sucedía en el hemisferio norte.

Sabido es que la Revolución francesa del 14 de julio de 1789 generó inmediatos cambios políticos y sociales, sirvió para consolidar la revolución industrial inglesa porque durante la noche del 4 de agosto, en la Constituyente abolieron los obstáculos para el tráfico internacional: se impuso la doctrina liberal porque los lectores de Adam Smith estaban convencidos de que la libertad de comercio es la base de la riqueza, “verdad científica y sin réplica”…  Mientras tanto, en la América hispánica persistía la resistencia al libre comercio y no cedían ante las pretensiones británicas “aunque vinieran envueltas en promesas de independencia”.  No fue por casualidad que en 1790 el caraqueño Francisco de Miranda estuviera en  Londres, predicando la independencia de la América española: “quería para América española un gobierno ‘libre, sabio y equitativo”; luego se entrevistó con Pitt, le entregó un Memorial que al ser leído impulso la idea de organizar una invasión a Buenos Aires y otra a  México, los extremos norte y sur de hispanoamérica, no para promover la libertad política sino para facilitar sus intereses económicos.   Miranda se sintió desorientado, se acercó a los franceses y al ser rechazado, regresó a Londres. Allí formó una logia con residentes iberoamericanos -ncluso los argentinos José Moldes y Mariano Castilla- y emitió memoriales al ministro de Colonias Castelreagh.

(En 1803, el coronel James F. Burke -irlandés-, fue destinado a Buenos Aires para entusiasmar a la población y lograr apoyo para “la futura conquista británica”.  En dos años, Burke logró fundar centros de espionaje reuniéndose en la casa del norteamericano Guillermo Pío White -comerciante- y de otro irlandés, Edmundo O’Gorman, sobrino del protomédico; también se reunían en la Posada de los Tres Reyes.

Tales eran las urdimbres que preparaban en el Río de la Plata, teniendo en cuenta los intereses creados del imperio británico…)  [14]

Antonio Olaguer y Feliú, gobernador de Montevideo.

El virrey Arredondo nombró a Antonio Olaguer y Feliú, Gobernador e Inspector Militar de Montevideo. Distintos historiadores han expresado que ese gobernador e Inspector de milicias de Montevideo en algunas circunstancias era arbitrario en las cuestiones protocolares.

El 15 de diciembre de 1793, primer año de fundación de la Casa de Comedias, en la Plaza Mayor, los cabildantes que intentaron ingresar se encontraron con que la puerta de acceso estaba cerrada con candado y la llave la tenía el gobernador Olaguer y Feliú.  Cuando denunciaron ese hecho, él negó ser responsable de esa situación y empezaron a acumularse hojas en un prolongado proceso que terminó con la aceptación de sus razones.

Mientras tanto, continuaba la guerra en Montevideo y esas cuestiones menores eran las más comentadas por los vecinos de la comarca.

En otro relato, destacaron que el gobernador Olaguer y Feliú había pedido a los cómicos que entonaban tonadillas antes de comenzar la función, que las dedicaran primero a su persona y después a “los ediles”.  Como suele suceder con los rumores, algunos miembros del Ayuntamiento hablaron con los cómicos y les advirtieron que serían detenidos por la policía si no saludaban primero a ellos, como correspondía.  Fracasaron porque los policías respondían a las órdenes del gobernador.

En la siguiente función, ese lugar estuvo custodiado por gente armada y el día Jueves Santo, el viento trasladaba los volantes que habían arrojado pidiendo que retiraran a “la policía” y dejaran a la población que asistiera sin dificultades a las iglesias…

Aunque parezca inverosímil, los Cabildantes describieron tales hechos y por intermedio de Domingo González Espinosa se dirigieron a la Corte de Madrid protestando por las actitudes del Olaguer.

Han comentado también que el 24 de noviembre de 1794, el secretario del gobernador  Estevan Liñan -también catalán-, asistió a una corrida de toros y ocupó un lugar en el palco destinado a los Regidores.  Fue observado por un alcalde de segundo voto y han destacado que “con buenas maneras” le pidió que se retirara porque mediante una Ordenanza estaba establecido que en ese palco se ubicaban sólo los miembros del Ayuntamiento.  El secretario enfurecido se retiró y al enterarse el virrey, pidió explicaciones a “los ediles”.  No aceptó sus argumentos y les advirtió que era inaceptable que personas de su gobierno no pudieran ocupar esos sitios.

Aunque la Ordenanza establecía que la señal de comienzo de la corrida debía hacerla el Alcalde de primer voto, el gobernador ordenó que la concretara su secretario Estevan Liñan y así fue, con gente armada cerca para evitar inconvenientes.

Obras del virrey Nicolás de Arredondo

El virrey continuó con las obras edilicias iniciadas por el virrey del Campo: empedrado en las calles céntricas y estableció rondas por razones de moralidad y para vigilar  la matanza clandestina de animales.

Destacó el historiador José María Rosa que durante el gobierno del virrey Arredondo, en 1794, el intendente de Salta y Tucumán Ramón García de León Pizarro, marqués de Casa Pizarra, fundó “la última ciudad argentina levantada en tiempos españoles: San Ramón Nonato de la Nueva Orán, la actual Orán en la provincia de Salta.  En 1795, el virrey Arredondo instaló el Consulado.  [15]

Quinto Virrey: Pedro Melo de Portugal (1795-1797)

El virrey Pedro Melo de Portugal y Villena “de la Orden de Santiago y Primer Caballerizo de la Reina, nacido en Badajoz en 1733, fue designado por su influyente paisano Manuel Godoy (nacido también en Badajoz), favorito de la reina María Luisa y dueño de la voluntad de Carlos IV”, ex gobernador intendente del Paraguay. Han reiterado que “dispuso el abastecimiento de agua de la ciudad, reglamentando la función de los carros aguateros que la traían desde el río: será su sola medida administrativa de importancia”.

En los primeros días de 1797, el virrey Melo había decidido crear el Cuerpo Veterano de Blandengues de la Frontera de Montevideo con la misión de defender a la población de los ataques de los indígenas; custodiar las fronteras controlando el contrabando y evitar el avance de los enemigos portugueses.  El 7 de enero de 1797 envió comunicaciones al Rey y al Ministro de Real Hacienda de Montevideo a los fines de la asignación de 30.000.-$ para los gastos de organización.

Es oportuno tener en cuenta que desde 1793, Francia combatía contra Inglaterra y tras la firma del Tratado de San Ildefonso en agosto de 1796, mientras Napoleón ejercía su dominio en Europa, en octubre de ese año España inició la guerra contra Inglaterra, generándose un impedimento más para la libre navegación debido al predominio naval británico

En febrero de 1797, ocupada por los ingleses la Isla Trinidad, España perdió definitivamente ese territorio.

Tras el repentino fallecimiento del virrey Melo de Portugal, el 15 de abril de 1797, en Pando (Banda Oriental), actuó provisoriamente la Real Audiencia de Buenos Aires. Ese año, en Madrid renunció el ministro Manuel Godoy, desplazado por Gaspar de Jovellanos hasta 1801.

Virrey interino: Antonio Olaguer y Feliú (1797-1799)

En mayo de 1797, Antonio Olaguer y Feliú -hasta entonces Inspector de Armas y  gobernador delegado en Montevideo-, asumió las funciones de virrey con carácter interino desempeñándose durante casi dos años.

En ese tiempo, el ex-secretario del virrey Vértiz, Rafael de Sobremonte y Núñez Carrasco en 1779, luego intendente de Córdoba durante catorce años, donde desarrolló obras de mejoramiento edilicio y construyó fortines en la frontera (Río IV y La Carlota),  al asumir el virrey Antonio Olaguer y Feliú era “subinspector de tropas regladas y milicias, el más alto cargo militar del virreinato: como tal va a la Banda Oriental a defenderla de los portugueses que se han apoderado de las Misiones Orientales; recupera éstas por hacerse la paz.”   [16]

En España continuaba la guerra y los ingleses seguían amenazando con atacar en el río de la Plata. La corona española concentraba todas sus fuerzas militares para aquellos combates y les destinaba los necesarios recursos financieros. Ese conflicto provocó la interrupción del tráfico comercial entre España y las Colonias y los comerciantes de Cádiz pidieron que les autorizaran a reanudarlo mediante el uso de una bandera neutral como había sucedido durante la guerra de 1779-1783.

Carlos IV acordó ese permiso y hasta el puerto de Buenos Aires siguieron llegando barcos con banderas de distintos países neutrales.  La plata y los cueros que cargaban en sus bodegas, eran depositados en los puertos de países extranjeros, los menos en algunos puertos españoles.

El virrey Olguer y Feliú nombró al segundo Protomédico José Alberto Capdevila para que enseñara en la Academia de Medicina autorizada por la Corona de Madrid en 1793 y al expresar que no podría hacerlo porque debía dedicarse a la atención de enfermos.

(Fue reemplazado por Agustín Eusebio Fabre a partir de 1801 y al año siguiente, trece alumnos comenzaron esos cursos de medicina y cirugía.)

La influencia de la Revolución Francesa a partir del 14 de julio de 1789 había generado reacciones en distintos continentes y al ser advertidos los movimientos de algunos grupos en el Río de la Plata, el virrey Olaguer y Feliú ejerció su inmediato control.  [17]

El virrey Antonio Olaguer y Feliú aumentó el control del contrabando y soportaba las amenazas de fuerzas británicas y portuguesas contra Buenos Aires cuando autorizaron a los buques neutrales y extranjeros a ejercer el comercio en ese puerto rioplatense.  El 20 de abril de 1799, la Corona española mediante una Real Cédula suspendió ese sistema de barcos neutrales.  El 26 de noviembre de ese año, por iniciativa de Manuel Belgrano y del marino español Félix de Azara, se creó la Escuela de Náutica para formación de los jóvenes, como lo era desde meses antes y también por iniciativa de Belgrano, la Escuela de Dibujo, con enseñanza de geometría, perspectiva, arquitectura y “toda clase de dibujo”.

El historiador Diego Abad de Santillán refiriéndose al virrey Olaguer y Feliú, escribió:

“Su administración fue honrada y remitió a España fuertes caudales y vigiló la recaudación de los tributos aduaneros.  La casa virreinal adquirió en su tiempo un boato notable.

En marzo de 1799 el tenaz Antonio Olaguer y Feliú terminó esas funciones al asumir el virrey Teniente General Gabriel de Avilés y del Fierro, Marqués de Avilés hasta entonces capitán general de Chile promovido por Gaspar de Jovellanos que reemplazaba   [18]

Cumplida tal misión en el virreinato del Río de la Plata, Antonio Olaguer y Feliú regresó a su tierra natal y el rey Carlos IV lo nombró Secretario de Guerra.

Falleció en Madrid.

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(Del matrimonio Olaguer y Feliú-Azcuénaga Basavilbaso nació un hijo, también nombrado Antonio que falleció ciego y sin herederos, dejando en 1903 su herencia a su sobrino y ahijado Carlos Villate Olaguer, quien en su testamento firmado en 1911 donó esa chacra ubicada en el Paraje “Nuestro Señor del Huerto de los Olivos”, para que fuera residencia de los presidentes argentinos.

En 1918, tras el fallecimiento de Carlos Villate Olaguer, el presidente doctor Hipólito Yrigoyen, firmó el 30 de septiembre la aceptación de esa donación, y han reiterado que sólo la visitó una vez.)

Catalán José Olaguer y Feliú

En 1801, Manuel Godoy retomó su influencia en España y desterró a Gaspar de Jovellanos.

Sabido es que durante la primera década del siglo dieciocho, España sólo estuvo en paz en el bienio 1802-1804, luego siguieron los conflictos armados internacionales hasta fines de esa década.

En el virreinato del Río de la Plata, estaba todo por hacer…

 

El virrey Rafael de Sobremonte, en 1804 decidió la construcción de “un nuevo Gran Teatro” en las actuales calles Rivadavia y Reconquista.   El catalán José Olaguer y Feliú vinculado al Cabildo logró la autorización para construir un teatro con el mismo plano oficial, reducido. Así fue como en la esquina de las actuales calles Reconquista y Presidente Perón inauguraron el Coliseo Provisorio, único en la ciudad durante treinta y dos años, reconocido como Teatro Argentino desde 1838.

Tras la declaración de la independencia en Tucumán, el 9 de julio de 1816, por iniciativa de “los principales hombres de la cultura de la ciudad” de Buenos Aires, en 1817 constituyeron la Sociedad del Buen Gusto del Teatro con el propósito de controlar las obras que eran representadas, prácticamente ejerciendo la censura.

En la casa de Juan Martín de Pueyrredón se reunían el dueño del teatro, don José Olaguer y Feliú, Julián Álvarez, Manuel Belgrano, Valentín Gómez, Vicente López y Planes, Juan José Paso…   [19]

En el Cuerpo de Blandengues

A mediados del siglo XVIII continuaban las incursiones de los indígenas hasta los centros poblados por españoles e inmigrantes y en 1752, el Cabildo de Buenos Aires dispuso la creación de tres Compañías para defender las fronteras.

El gobernador del Río de la Plata José de Andonaegui y Plaza (1745-1756) se desempeñó como Brigadier de los Reales Ejércitos; los soldados carecían de uniformes militares, disponían de diferentes tipos de armas y prácticamente sin recursos durante algunos años permanecieron en fortines aislados hasta que esas milicias fueron disueltas. Con los recursos disponibles, el gobernador Andonaegui puso en marcha una expedición a la Banda Oriental contra los indígenas.

La Corona de España ordenó al Teniente Coronel Pedro de Cevallos y Cortés el mando de una expedición -integrada con cinco naves, incluyendo una fragata; con 1099 tripulantes- y lo nombró gobernador del río de la Plata en reemplazo de Andonaegui encomendándole como prioridad, el traslado de los siete pueblos de indígenas que estaban en la margen derecha del río Uruguay para dar cumplimiento al Tratado de Permuta de 1750 entre España y Portugal tras la guerra guaranítica desarrollada entre 1753-56.

La expedición partió del puerto de Cádiz el 23 de abril de 1756, Cevallos viajaba en el navío Panteón y llegaron a Buenos Aires el 4 de noviembre de 1756, día de la asunción como gobernador.

Desde mediados del año siguiente y hasta fines de 1758, el gobernador Cevallos trasladó aproximadamente 26.000 indios, a la otra orilla del río Uruguay, otros dos mil fueron llevados por los portugueses para sus explotaciones en el norte de Brasil y calcularon que dos mil habían fallecido.

Los vaivenes en la política de la Corona española incidían en las colonias americanas porque la firma de los denominados Pactos de Familia y el cumplimiento de esos acuerdos no sólo incrementaban los gastos, también obligaban a resarcir pérdidas y entregar territorios.

El 11 de septiembre de 1759 fue coronado el rey de España Carlos III, hijo de Felipe V y de Isabel Farnesio, hermanastro de su antecesor Fernando VI.

El 12 de agosto de 1762, la escuadra española fue derrotada por la inglesa frente a Cuba y los británicos ocuparon La Habana.

 

El virrey Pedro de Cevallos se desempeñó hasta 1766, un año antes de la expulsión de los jesuitas por orden del rey Carlos III y luego el gobernador Francisco de Paula Bucarelli y Ursúa (1766-1770). Durante un año, cumplió esas funciones Juan José de Vértiz y Salcedo, quien asumió como virrey titular tras el período provisorio del capitán general Pedro Antonio de Cevallos  (1777-1178).

Reconocida la necesidad de reorganizar las fuerzas militares, el virrey Teniente General Juan José de Vértiz y Salcedo (1778-1784), decidió la creación de seis compañías, con uniforme y armamento.

En 1797, el virrey Pedro Melo de Portugal creó el Cuerpo Veterano de Blandengues de la Frontera de Montevideo con la misión de evitar el avance de los indígenas y de controlar a los enemigos portugueses y al contrabando en la Banda Oriental.  En consecuencia, para cumplir tales misiones como soldados gendarme y aduaneros, estaban instalados en distintas zonas.

En carta del 7 de enero de 1797, Melo de Portugal comunicó al Rey su propósito de constituir el Regimiento, y en la misma fecha se dirigió al Ministro de Real Hacienda de Montevideo para participarle las medidas destinadas a dar ejecución al proyecto, asignando $30.000 a los gastos de organización.

Sabido es que en ese tiempo se registraron cambios en el gobierno de Montevideo porque el Mariscal de campo don Antonio Olaguer y Feliú (en funciones desde 1790) pasó el mando a don José de Bustamante Guerra, y luego asumió en reemplazo del Virrey Melo de Portugal.

El rey Carlos IV mediante Real Cédula del 12 de mayo de 1797 autorizó la formación del Regimiento y fue recibida en Montevideo a fines de agosto, momento en que el virrey Olaguer Feliú registró su firma en ese documento.

En ese tiempo, Francisco Rodríguez Alonso, conocido como “el gallego Farruco” (nacido el 3 de enero de 1746 en Santa María de Paranhos, al sur de Galicia), residente en el Río de la Plata desde 1764 como soldado del ejército español, logró autorización para instalar un fortín en una zona de contrabando, lugar donde levantaron la capilla de Nuestra Señora del Rosario.

Francisco Rodríguez Alonso trabajó con honestidad para lograr la unidad entre los gallegos y los uruguayos.  En esos lugares, conocían a un astuto joven de 36 años y Rodríguez Alonso le sugirió que se incorporara al ejército: era Gervasio de Artigas.

El 7 de noviembre de 1797 se establecieron las normas de reclutamiento para el Cuerpo de Blandengues y fueron condonadas las deudas con la justicia a fin de incorporar más soldados.

José de Artigas teniendo en cuenta tales normas, influyó sobre otros jóvenes y todos se integraron al Cuerpo de Blandengues.

En 1805, el gobernador de Montevideo lo nombró Oficial del Registro de Comisos en la zona de la Aguada, prácticamente con funciones de “policía”.

El gallego Farruco, murió el 12 de noviembre de 1806 cuando conducía aproximadamente cien hombres para combatir contra los invasores ingleses.

El virrey designó a los primeros oficiales del Cuerpo de Blandengues de la Frontera.  Semanas después, nombró comandante de esas fuerzas  -ocho compañías, cada una con aproximadamente cien soldados-, al Sargento Mayor don Cayetano Ramírez de Arellano -primo del Marqués de Sobremonte-; conocido por su desempeño como ayudante de la asamblea de infantería de Buenos (20-10-1784), Capitán desde el 20 de febrero de 1793 y promovido al grado siguiente al confiársele la misión de conducir ese Cuerpo.  Ramírez de Arellano sirvió durante diecisiete años, hasta el Sitio de Montevideo, circunstancias que provocaron prácticamente el aniquilamiento de tales batallones.

(El jefe del Cuerpo de Blandengues logró en 1810 que cambiaran el nombre; lo denominaron Regimiento de Caballería de la Patria.) [20]

Domingo Basabilvaso.

El 31 de julio de 1748 se registró el despacho inicial de correos desde Buenos Aires a Potosí, a cargo del “Primer Teniente de Correo Mayor de la Ciudad de Buenos Aires, D. Vicente de Vetoloza”.  [21]

Sabido es que “el título de Teniente de Correo Mayor de Buenos Aires, se otorgó por cinco años a D. Mateo Ramón de Álzaga, el 31 de enero de 1767, teniendo la suerte de contar entre sus colaboradores al vizcaíno D. Domingo de Basabilvaso -uno de sus tres apoderados- que desde 1748 bregaba por instalar el servicio en la gobernación.

Basabilvaso continuó la obra de Vetolaza como administrador provisorio -julio de 1767- y propietario en 1768.  [22]

 “Al retornar a la corona el 13 de octubre de 1769, la merced de Correo Mayor de Indias, la concesión otorgada a Álzaga desapareció de hecho, pasando a las autoridades españolas la fiscalización de los correos marítimos, fluviales y terrestres en América, sin que el administrador de Buenos Aires fuera removido de su puesto”.  El autor alude a “Las reflexiones que se forman para el establecimiento de Correos en los virreynatos del Perú y Santa Fe, obra del marqués de Grimaldi, de 5 de abril de 1769” con normas para el transporte de pasajeros, encomiendas y correspondencia”. Grimaldi fue designado visitador de Correos y Estafetas el 12 de enero de 1771 y llegó a Buenos Aires el 20 de junio de 1771.

El 23 de junio de 1771, tres días después de la designación del marqués de Grimaldi, renunció Basabilvaso y lo reemplazó su hijo Manuel a partir del 8 de febrero de 1772.  Alonso Carrió de la Bandera en noviembre de 1771 viajó al Perú, “siguiendo los itinerarios establecidos por contrata y con carácter oficial por D. Domingo Basabilvaso”.

Comenta también el autor que El Lazarillo de Ciegos y Caminantes de Concolorcorvo, es en realidad el informe de la inspección practicada en el virreynato del Perú que incluía la gobernación de Buenos Aires, por el visitador D. Alonso Carrió de la Bandera” a fin de “verificar la aplicación de las Reflexiones que en su Nº 10 dividía la carrera de Lima a Buenos Aires en cuatro partes: Lima al Cuzco; desde el Cuzco a Potosí; desde Potosí a Salta y de Salta a Buenos Aires”.

“Creado el virreynato del Río de la Plata el 6 de agosto de 1776, D. Manuel Basabilvaso con el apoyo del nuevo gobernante, se dedica a estabilizar la ruta entre Buenos Aires, Salta y Jujuy.  Ni los mismos funcionarios tenían una noción exacta de las postas”.

El 28 de mayo de 1785, “se examinan en Salta las cuentas de la conducción a Córdoba del reo Pedro Arduos” y en ese documento están mencionadas las “postas estables: De Salta-Cobos 9 leguas; a la Ciénaga 7 leguas, al Pasaje 9 leguas, al Rosario 14 leguas.  “Yatasto podía ser en 1785 un paradero no oficial mientras su propietario procuraba obtener la concesión”.

Basabilvaso se preocupaba por mejorar los recorridos en territorio de la gobernación intendencia de Salta.  Prestaba atención a los informes que suministraba el veedor, hacendado y coronel D. Francisco Gabino Arias, que con el encargado de la estafeta de Salta D. Cayetano Viniegra fiscalizaba el servicio de Tala a Jujuy. Los intereses del coronel estaban vinculados a su hacienda del Rosario y al parecer le interesaba fraccionar el largo recorrido del Rosario a Conchas (11 leguas) y proponía a Basabilvaso desde Salta el 24 de julio de 1789 establecer una parada en el paraje de Las Cañas, hacienda de D. Vicente Toledo”.

Luego, “Vicente Toledo y Pimentel heredero de la mayoría de los bienes de D. Francisco Toledo, fue propuesto oficialmente por el administrador de la estafeta Salta D. Cayetano Viniegra, para establecer la posta en Cañas”.

“Desde la Encrucijada de Cañas, el 8 de setiembre de 1789, D. Vicente agradecía al administrador su nombramiento… el contrato debió durar hasta fines de 1802 en que la hacienda de Metán desplaza a sus vecinas de Concha y Encrucijada, instalándose la posta en la hacienda de D. Juan Manuel Sierra, deudo de Toledo y Pimentel, con el cual no estaba en muy buenas relaciones.

Manuel de Basabilvaso.

Manuel de Basabilvaso -o de Basavilbaso en algunos escritos-, era hijo de los vizcaínos Rosa de Uturbia y Domingo de Basabilvaso, el comerciante con abundantes recursos y que conocía el camino de las postas desde Buenos Aires hacia el noroeste.

A partir del 8 de febrero de 1772, tras la renuncia de su padre, Manuel ejerció esas funciones.  Creado el Virreinato del Río de la Plata -6 de agosto de 1776-, las autoridades advirtieron que aún desconocían todo el recorrido y las sucesivas postas desde el puerto de Buenos Aires hacia aquellas regiones. Fue entonces cuando Manuel Basabilvaso tuvo mayor protagonismo al ser designado Administrador General de Correos.

En 1774, Manuel de Basabilvaso compró frente al río de la Plata una fracción de terreno en el Paraje “Nuestro Señor del Huerto de los Olivos” que se integraba a la serie de chacras que tenía desde la zona de Retiro hasta San Isidro.

El primer dueño de esas tierras fue Rodrigo de Ibarola, uno de los pocos militares que llegó con don Juan de Garay.

A mediados del siglo dieciocho, reconocían a esa zona como el Pago de la Costa o el Pago del Monte Grande, refiriéndose con esa palabra Pago -derivada del latín pagus– a un paraje de tierras o de heredades…

Sabido es que el Pago de la Costa, abarcaba desde la actual Plaza San Martín en la ciudad de Buenos Aires y los actuales barrios de Recoleta, Palermo, Belgrano, Núñez; los Partidos de Vicente López, San Isidro y San Fernando hasta el río Las Conchas, actual río Reconquista en la zona de Tigre.

Tras el fallecimiento de su esposa, el joven viudo Manuel Basavilbaso se casó con doña Francisca Garfias y tuvieron una única hija: Justa Rufina que en 1795 se casó con un primo, el conocido funcionario Miguel de Azcuénaga que en 1777 fue Regente del Cabildo, luego Alférez Real y Alcalde de segundo voto, Síndico y Procurador General; Jefe de Milicias y Guerra en Buenos Aires (1786-1790).

En la década siguiente, cuando se produjo la primera invasión inglesa (1806), Santiago de Liniers había ordenado el desembarco con el conocido Puerto de la Punta de los Olivos pero una tormenta obligó a que las tropas embarcadas en Montevideo anclaran en el Puerto de las Conchas, zona de Tigre.  Fue entonces cuando los miembros del Cabildo advirtieron la necesidad de mantener baterías en esa costa y nombraron Jefe de la instalada en Vicente López, al capitán de artillería Juan Bautista Bustos luego de destacada actuación en la provincia de Córdoba y en la zona litoral.

Durante la segunda invasión, en esos parajes ya estaban más preparados para la defensa y desde el Pago de los Olivos partieron los hombres que se sumaron a los Húsares de Pueyrredón  y al Regimiento de Labradores y Quinteros.

En esa década se proyectó otra subdivisión de tierras. Ya se estaban formando diferentes grupos de poder que influyeron en los años siguientes en las decisiones en torno al libre comercio…

En la chacra de Olivos, vivió Miguel de Azcuénaga con su familia hasta que comenzó el movimiento revolucionario de mayo de 1810.

Crisis y repercusiones hasta mayo de 1810…

Es oportuno tener en cuenta algunas consecuencias de la invasión napoleónica en las colonias americanas.

Sabido es que en 1803, los ingleses habían proyectado una invasión a México y a Buenos Aires y que enviaron al coronel James F. Burke -irlandés-, para organizar espionajes y conseguir apoyo.  Tres años después concretaron la primera invasión a Buenos Aires, desembarcaron el 25 de junio de 1806 a las 11; al día siguiente combatieron en Quilmes y tras vencer sucesivas resistencias, Guillermo Carr Beresford, el 29 de junio habló a la población, amparada bajo “el honor, la generosidad y la humanidad del carácter británico”, alude a la libertad y al libre comercio. No sabían dónde estaban los caudales y se enteraron de la acción del virrey Rafael de Sobremonte.  Había partido antes de que llegaran, llevándose los documentos y todo el metálico. El británico Beresford se instaló en el gobierno con beneplácito de algunas familias porteñas mientras grupos de catalanes y gallegos -entre otros inmigrantes- junto con criollos e indígenas, organizaban la resistencia: al mediodía del 12 de agosto concluyeron las fuerzas en la Plaza Mayor y Beresford, tiroteado por todas partes comprendió que era el momento de arriar la bandera inglesa. “Pasan entre una doble calle silenciosa y dejan las banderas y las armas a los pies de Liniers. En la plaza hay tendidos cuatrocientos ingleses entre muertos y heridos, y un número aproximado o superior de criollos. Son las tres de la tarde del 12 de agosto de 1806”, escribió el historiador José María Rosa.

Beresford y un teniente fueron confinados al Cabildo de Luján y al año siguiente, ante las amenazas de una segunda invasión, por indicación de Martín de Álzaga dispusieron el traslado a Catamarca.  El 5 de marzo de 1807, los ingleses ocuparon Colonia mientras Liniers ordenó al coronel navarro Francisco Javier de Elío -“que acababa de recorrer disfrazado Montevideo y la Banda Oriental- que organizara la defensa.  El 28 de marzo los ingleses desembarcaron en la Ensenada de Barragán y divididos en tres columnas avanzaron hacia la Reducción de Quilmes. El 2 de julio se enfrentaron en el combate de Miserere; tres días después ala mañana comenzó el ataque de los ingleses en las calles centrales de Buenos Aires y ese día a la tarde, la ofensiva que los obligó a pedir una tregua. Mientras tanto, los soldados británicos asaltaban las quintas de la costa: “fueron constantes entre el 3 y 4 de julio, durante la entrada a la ciudad hubo saqueos con muerte de niños y violación de mujeres; profanaciones y muertes en Santo Domingo y aún en Las Catalinas, donde las monjas fueran sacadas de la clausura.  Era lo habitual en las guerras -explica el historiador José María Rosa-,  y a nadie causó extrañeza.  No puede inculparse a los oficiales, pues muchos impusieron orden matando a los suyos.  Los soldados eran enganchados o condenados a servir las armas, que al hallarse solos se entregaban al desenfreno; algunos perecieron  a escobazos de las musculosas esclavas negras que defendían la casa y la honra de sus señores, otros fueron sacrificados por la población”.

El 7 de julio de 1807 celebraron el triunfo con vuelos de campanas; a las 13, los ingleses se preparaban para trasladarse a Montevideo y el virrey interino Santiago de Liniers “les ofrece una comida ‘de paz’… brinda ‘por la salud de Jorge III’ y obsequia al general inglés un sable de guarnición inglesa regala por el Cabildo de Lima en ocasión de la Reconquista.  Retribuye Whitelock con un brindis por ‘Carlos IV’ y una espada de hoja toledana que le había dado el Príncipe de Gales”.  [23]

Ese año 1807, el rey Carlos IV había autorizado la entrada de las tropas francesas para obligar a Portugal a cumplir la orden del bloque comercial con Gran Bretaña, dada por Napoleón Bonaparte, el emperador de los franceses.

El 30 de noviembre de 1807, parte del ejército francés llegó a Lisboa y se encontraron con que el día anterior, habían retirado los archivos y caudales para embarcarlos en una escuadra británica donde también se trasladaba hacia Brasil toda la familia real.  Por primera vez llegó al continente hispanoamericano un gobierno imperial europeo: en enero de 1808 llegaron a Bahía y el 7 de marzo de ese año desembarcaron en Río de Janeiro, sede de la Corte.

Tras el motín de Aranjuez en España -17 de marzo de 1808-, se aceleró la crisis: abdicó el rey Carlos IV a favor de su hijo y comenzaba el reinado de Fernando VII; primera vez que en la moderna España un rey era destronado por su hijo.

En Buenos Aires recibieron dos informes contradictorios: “la protesta de Carlos IV del 6 de mayo” y “un manifiesto de Murat del 2 de mayo como ‘lugarteniente’ del reino” y en consecuencia, el virrey Santiago de Liniers decidió postergar el acto de juramento de obediencia de Fernando VII, previsto para el 12 de agosto, segundo aniversario de la expulsión de los británicos tras la primera invasión.

En España se formaron improvisadas Juntas en Sevilla y en Asturias; aceptaron ayuda hasta de la enemiga Corte británica.

Entró en Madrid un ejército francés; Napoleón convocó al padre y al hijo a una reunión en Bayona y hacia el otro lado de la frontera partieron los dos hombres que parecían rehenes del emperador.

El 5 de mayo, el autoritario emperador francés presionó para que Fernando le devolviera la corona a su padre, quien la puso a su disposición aunque en realidad, Napoleón ya se la había ofrecido a su hermano José.  En septiembre de 1808, en Aranjuez constituyeron la Junta Central Suprema Gubernativa de España e Indias, considerando a Fernando VII como rey legítimo porque declararon nulas las abdicaciones de Bayona.

En la Nueva España ya habían comenzado los movimientos independentistas: en 1806, Francisco de Miranda apoyado por la corona británica, estableció su base en la Isla Trinidad que España había perdido recientemente por la guerra. Desembarcó en Coro y advirtió que en Venezuela no apoyaban su propósito de “acaudillar la independencia”…  Era evidente que la población no quería cambiar de Corona y aunque no se animaran a poner en marcha la revolución, deseaban ser independientes.

Tiempo después, Miranda murió en una prisión en Cádiz.

La hermana de Fernando VII era doña Carlota Joaquina, esposa del príncipe Don Juan que gobernaba en nombre de su hermana la reina Doña María I porque estaba demente y se habían instalado en la colonia portuguesa desde marzo de 1808 esperando el retiro de las tropas francesas de la península ibérica.  [24]

En mayo de 1808, llegó a Buenos Aires la noticia de la situación en la península y de la proximidad de la Corte portuguesa.  No fue por casualidad que el 1º de enero de 1809 se manifestara el levantamiento de Martín de Álzaga; tampoco fue casual el fracaso ni las detenciones…

El 15 de septiembre de 1808, en México destituyeron al virrey José Joaquín de Iturrigaray porque temían que reconociera como rey al francés José I, hermano de Napoleón Bonaparte y “la Junta Central dio por bueno este golpe contra un discípulo de Godoy”…

Han mencionado como “grandes proyectos de los ilustrados españoles, de una visión política fuera de toda duda, los planes de Aranda, bajo Carlos III, y de Godoy, con Carlos IV, para crear diversos reinos, independientes casi absolutamente de España, colocando a infantes borbónicos en sus tronos, con  lo que se hubiera evitado el sangriento trauma de la guerra de independencia hispanoamericana.

La burocracia latinoamericana descansaba en el principio de subordinación total de las jerarquías a la autoridad de la corona”.  [25]

En Caracas, el 19 de abril de 1810, forzaron la renuncia de las autoridades, constituyeron una Junta…

Así fue como nacen los brotes

…que estallan al grito de ¡Libertad! en Buenos Aires, el 25 de mayo de 1810 frente al Cabildo,

…que se rompen tras el fusilamiento del ex virrey Liniers en julio de 1810 y la inmediata sucesión de conflictos.

Movimientos en Montevideo…

El 12 de enero de 1811, el general Francisco Xavier de Elío nombrado virrey del Río de la Plata por el Consejo de Regencia, llegó a Montevideo con 500 hombres, estableció allí la sede del virreinato e inicio negociaciones de paz con la Junta de Buenos Aires pidiendo que enviaran un diputado a las Cortes de Cádiz. El Triunvirato rechazó la propuesta, el virrey de Elío les declaró la guerra mientras la campaña oriental se rebelaba contra las autoridades realistas en Montevideo y apoyaba a las autoridades de Buenos Aires. El capitán de Blandengues José Gervasio de Artigas apoyó a la Junta porteña y también el capitán José Rondeau generó la insurrección de la campaña a favor de la causa independentista.  El 28 de febrero de 1811, Venancio Benavídez y Pedro José Viera reunieron en las orillas del arroyo Asencio a un grupo de gauchos y pobladores de la banda oriental para informarles sobre la decisión de Artigas y fue entonces cuando se generó el grito de Asencio, la protesta de la población a viva voz, desconociendo al gobierno español recién instalado en Montevideo. El 4 de marzo de 1811 comenzó el bloqueo ordenado por el virrey de Elío, y ese día, en altamar, murió el doctor Mariano Moreno, a la edad de treinta y tres años, cuando junto a su hermano Manuel debían cumplir una misión diplomática…

Luego, el capitán Artigas intervino en las reuniones en la quinta de “La Paraguaya”, en Tres Cruces, “donde se expuso la necesidad política y militar que abandonasen la provincia Oriental a Elío y se resignaran a la dominación española.  Fue inútil una protesta a nombre de ‘todos los orientales’ que hizo el joven Miguel Barreyra, sobrino de Artigas.”

El 14 de octubre quedó levantado el sitio y en esas circunstancias, mientras Rondeau se embarcaba hacia Colonia con trescientos civiles, “los demás quedaron junto a las murallas de Montevideo, a la espera de la orden de Artigas, aclamado como Jefe de los Orientales. Inútilmente quiso José Julián Pérez que Artigas lo acompañase ante Elío.  Se ‘negó a intervenir en aquellos tratados que consideraba inconciliables con las fatigas del pueblo oriental’.”  El historiador José María Rosa, destacó que tras la firma de ese convenio, “había concluido la Revolución empezada en mayo de 1810.

José Gervasio de Artigas, “nombrado General en Jefe de los Orientales por sus convecinos, dirige la lentísima emigración de los habitantes de la Banda: blancos, indios, negros; hombres, mujeres y niños; sólo los viejos y los enfermos quedarán en la tierra desierta.  La población ‘ha quedado reducida a menos de la quinta parte’ dice el gobernante español. Se van con Artigas, los vecinos de Montevideo expulsados por Elío, que no quisieron volver a la ciudad aceptando los términos deshonrosos de la capitulación… es la emigración de un pueblo entero.”

Tras ese éxodo, “toda la costa del Uruguay está poblada de familias que salieron de Montevideo, unas bajo las carretas, otras bajo los árboles y todos a la inclemencia del tiempo; pero con tanta conformidad y gusto que causa admiración y da ejemplo”.

En tales circunstancias, Artigas escribió: “El gobierno de Buenos Aires abandona esta Banda a su opresor antiguo, pero ella enarbola a mis órdenes el estandarte conservador de la libertad.  Síganme cuantos gusten, en la seguridad de que yo jamás cederé; el 7 de diciembre, desde las riberas del Dayman contesta a la junta de gobierno paraguaya que le ofrece su ayuda: ‘Yo llegaré a mi destino con este pueblo de héroes… nuestra suerte es idéntica a la de nuestros hermanos de esa provincia.  Sea cual fuere la suerte de la Banda Oriental deberá trasmitirse hasta esa parte del norte de nuestra América’…”

“En el éxodo, Artigas encontró la hostilidad de los portugueses.  En diciembre hubo una sableada en Belén que costaría 50 muertos.”

Sin tener en cuenta lo tratado, el 4 de marzo de 1811 realizaron el cuarto bombardeo de Buenos Aires. Manuel de Sarratea, presidente del Triunvirato, hábil diplomático, “irá en persona a ponerse al frente del ejército de la Banda Oriental, que al mando de Artigas estaba acampado en el Ayuí cerca de Concordia… el gobierno no lo quiere a Artigas que ha tomado nombradía en las masas populares, y se diseña como futuro caudillo del Río de la Plata”…

Sarratea habló con los tenientes, “cumple un propósito, que desde luego no ha hecho público, de minar el prestigio de Artigas… empieza una obra de seducción… les da grado, dinero y posiciones. Hasta el segundo de Artigas, su pariente Fernando Ortogués, será ganado por la diplomacia y los medios del triunviro.  No hay plata para mandarle a Belgrano, pero sobran los recursos tratándose de eliminar al artiguismo”.  [26]

Manuel Belgrano al mando del ejército revolucionario estaba operando en el Paraguay y el 9 de marzo de 1811 fue derrotado en Tacuarí; después del combate envió a José A. Echeverría para proponerle al gobierno paraguayo el cese de hostilidades porque sólo tenía el propósito de apoyarlo en su emancipación. Meses después, la gobernación intendencia del Paraguay se desvinculó de España y dejó aislada a Montevideo. En Buenos Aires, durante la noche del 5 de abril, el doctor Joaquín Campana, el Alcalde de las Quintas Tomás Grigera y el coronel Melchor Rodríguez al mando de los Húsares, apoyados por el coronel Cornelio Saavedra y el Deán Gregorio Funes, organizaron una asonada contra los morenistas, significó un triunfo conservador porque el doctor Joaquín Campana se convertía en nuevo secretario de la Junta aunque muchos integrantes de ese movimiento sufrieron el destierro. La primera división del ejército de Belgrano, pudo llegar el 9 de abril a la localidad de Mercedes en la Banda Oriental y a las órdenes del general Belgrano quedaron Artigas y Rondeau, ascendidos por la Junta al grado de Teniente Coronel.

El 18 de mayo de 1811, Artigas venció en la batalla de Las Piedras  y el virrey de Elío le propuso un canje de prisioneros y un armisticio. Tres días después, Artigas sitió Montevideo, situación que continuó hasta 1814, con breves interrupciones.)

Milicias en el Pago de los Olivos…

Desde entonces, ocuparon esas tierras para instalar campamentos militares con aproximadamente siete u ocho mil soldados.  En 1814, allí estuvo el teniente coronel Juan Zufriategui (nacido en Montevideo en 1786), al mando del Regimiento de Húsares de la Unión, reconocido como Regimiento 8º de Caballería.

El gobierno decidió la división de esas tierras y en 1821, se estableció el Pueblo de San José de Flores; cuatro años después en aquel Paraje también se instaló una población y fundaron la primera escuela destinada a niños de esa zona.

Tras el fallecimiento de don Miguel de Azcuénaga, el 19 de diciembre de 1833, la propiedad de Olivos pasó por herencia a su hijo Miguel José -hermano de José Antonio, con seis hijos- y fue entonces cuando puso en marcha una cabaña para cría de ganado.  En 1854, Miguel José encargó al arquitecto y pintor Prilidiano Pueyrredón la construcción del chalet y mejoraron otras instalaciones, los jardines y la chacra.   [27]

A mediados de ese siglo, el gobierno decidió promover la inmigración y establecieron parcelas de aproximadamente dos hectáreas destinadas a los contingentes de europeos que llegaban con sus familias con más esperanza que enseres…

En la llanura se escucharon otras voces, las de españoles e italianos -entre ellos los trabuco-, las de los alemanes Bemberg, Bieckert, los Ader, los Bosch

En esas tierras, la mayoría de las familias porteñas de mayores recursos  empezaron a construir casas para descanso y veraneo. Las líneas de ferrocarril inauguradas a partir de 1860 estimularon a otras familias para vivir en esos lugares que parecían ser aldeas europeas donde también se alojaban algunos viajeros, por parentesco u hospitalidad.   En las chacras trabajaban hombres de escasos recursos con sus familias y los frutos producidos con sus esfuerzos generalmente eran destinados al consumo de la gente de Buenos Aires.

En aquel tiempo, ya eran visibles más señales del país de los contrastes porque hasta las barrancas del río llegaban los fines de semana algunos paisanos y familias de Buenos Aires que se ubicaban a la sombra de los bellos sauzales para disfrutar mirando el paisaje, tomando mate y dialogando.

Tiempo después, algunas  quintas de aquellos inmigrantes fueron legadas a la municipalidad de Vicente López: en la casona de los Trabuco funciona un centro cultural y alrededor hay un parque semipúblico; en otro lugar se destaca la Torre de Ader que su dueño había ordenado construir para observar mejor qué sucedía en los alrededores.

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La Quinta de Olivos para los presidentes argentinos…

Sabido es que Miguel José de Azcuénaga, heredero de la chacra de Olivos no tuvo descendencia y siendo ya anciano, en su testamento estableció que sus bienes pasaran a sus sobrinos Olaguer Feliú Azcuénaga.  La vivienda construida por el arquitecto Pueyrredón y la chacra del Paraje de los Olivos fueron heredadas por su sobrino Antonio Olaguer Feliú Azcuénaga, ciego, como otros miembros de esa familia, soltero y sin sucesores.

En 1903 falleció y había legado esa propiedad a favor de su sobrino y ahijado Carlos Villate Olaguer, distinguido joven que entonces tenía treinta y seis años.  Ocupaba la mayor parte de su tiempo en viajes a Francia y residía en París. Cuando volvía a Buenos Aires, se embarcaba en su yate que anclaba en el muelle construido en su chacra y ordenaba los preparativos para sucesivas fiestas y agasajos a sus amigos.

En 1903 renacía el partido Radical después de la pausa patriótica. El 26 de julio celebraron en un acto otro aniversario de la revolución del Parque y reunieron aproximadamente cincuenta mil personas, “la mayor hasta entonces en un acto político. En septiembre inauguraron el Comité en la capital federal, donde se destacaban Vicente Gallo, José Camilo Crotto, Delfor del Valle, Tomás Le Breton, Bernardo Saguier…

Destacó el historiador doctor José María Rosa:  “Desde que se reorganizó en 1903, el partido tomó el camino revolucionario.  Hipólito Irigoyen, su enigmático jefe, era una conspirador nato.  Retraído, misterioso, este nieto de mazorqueros era persistente en la acción y desinteresado en los fines.  No puede decirse que fuera popular (los sería después); en 1904 era un apóstol que adoctrinaba con palabra seductora y el ejemplo de una vida austera, un vago ideal de regenerar la Patria para concluir con el materialismo al que llamaba régimen oprobioso.  Su magnetismo era poderoso, y lo empleaba en sumar militantes, especialmente jóvenes oficiales.  No le era difícil convencer a quienes ansiaban ser convencidos.

Sabía transmitir como nadie su pensamiento, ‘con dulzura, con calor, con energía -lo ve Rodríguez Larreta, ministro de Quintana-, invocaba el deber, el honor, la gloria, la Patria, y ello vibraba en el timbre persuasivo de su voz’…”

El 4 de febrero de 1905 estalló la revolución y triunfó en Bahía Blanca, Rosario, Córdoba y Mendoza y fracasó en el principal objetivo: el Arsenal de Buenos Aires.  [28]

En aquel tiempo, los pagos de la Costa estaban comunicados por varios caminos. En 1905 se extendía el uso del ferrocarril y a esos lugares los reconocían con distintos nombres: el Pago de la Costa o del Monte Grande, o el Pago de la Costa de San Isidro, zona donde ese año, se creó el Partido de Vicente López mediante ley de la legislatura de la provincia de Buenos Aires sancionada el 21 de diciembre, comienzo del verano.

Todos los sectores políticos ya se estaban preparando para la campaña electoral de 1906 previa a la elección de diputados nacionales.  El 2 de marzo de ese año, murió Manuel Quintana y “enterrado el presidente con las frases laudatorias de rigor y escasa emoción popular, José Figueroa Alcorta asumió la efectividad del poder, que desempeñaba provisoriamente desde diciembre por enfermedad del titular”.

Donación de la Quinta de Olivos

Carlos Villate Olaguer falleció joven,  en 1913, a los 46 años, en su Quinta de Olivos.  En su legado había establecido la donación de esa quinta para que fuera residencia veraniega de los presidentes argentinos y si el gobierno no la aceptara, era su voluntad que allí construyeran “un gran parque, dándolo al gobierno nacional para beneficio público

Desde el 12 de octubre de 1910 hasta 1913 gobernó Roque Sáenz Peña e integró su gabinete con personas de distintas provincias: eran porteños el ministro de relaciones exteriores Ernesto Bosch –su amigo y ministro en París-; el ministro de Hacienda José María Rosa –apolítico y destacado en su anterior ministerio en 1898-; el salteño Indalecio Gómez, en el ministerio del Interior, su amigo personal dispuesto a cumplir con la promesa de la reforma electoral. Ese gabinete “no era la expresión de una política partidaria”, escribió el historiador José María Rosa, hijo.

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El doctor Hipólito Yrigoyen había asumido el 12 de octubre de 1916 “acompañado de una multitud jamás vista en esos actos, prestó juramento ante el congreso… No leyó el habitual mensaje ni ocultó su displicencia en la breve ceremonia legislativa. Al ir a la casa de gobierno, el público desenganchó los caballos del carruaje y, como a Rosas en 1835, lo arrastró a pulso con fervorosa devoción.”

Recién en 1918 se concretó la aceptación de aquella donación, mediante el decreto del 30 de septiembre de ese año, firmado por el presidente doctor Hipólito Yrigoyen, quien según han reiterado, sólo la visitó una vez y simbólicamente tomó posesión el doctor Honorio Pueyrredón.  [29]

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Terminado el mandato de Yrigoyen en 1922, asumió el presidente Marcelo Torcuato de Alvear desempeñándose hasta 1928, momento de la asunción de Hipólito Irigoyen: segunda presidencia interrumpida por el golpe militar del 6 de septiembre de 1930.

Asumió el general  José Evaristo Uriburu; durante algunos meses vivió en la Quinta de Olivos.

El entonces capitán Juan Domingo Perón participó en aquellas acciones, acompañó al General Uriburu hacia la Casa Rosada y luego escribió: “En el Congreso se estaba preparando para repeler la pequeña columna que conducía al General Uriburu y con grandes probabilidades de éxito. Sólo un milagro pudo salvar la revolución.  Ese milagro lo realizó el pueblo de Buenos Aires, que en forma de una avalancha humana se desbordó en las calles al grito de ‘viva la revolución’, que tomó la casa de Gobierno, que decidió a las tropas a favor del movimiento y cooperó en todas formas a decidir una victoria que de otro modo hubiera sido demasiado costosa sinó imposible.  Por eso pienso hoy con profunda satisfacción que nuestro pueblo, no ha perdido aún el ‘fuego sagrado’ que lo hizo grande en 120 años de historia.”  [30]

El capitán Perón, el 20 de abril de 1931 le escribió al agregado militar en Japón, teniente coronel Sarobe:

“Creo que al cuadro de oficiales esta revolución le ha hecho un gran mal.  Será necesario que los hombres que vengan a gobernar vuelvan las cosas a su lugar.  Esto no tiene otro arreglo que multiplicar las tareas.  El año 1932 debe ser para los oficiales un año de extraordinario trabajo en todo orden: sólo así podrá evitarse todo el mal que produce el ejército de la ociosidad, la murmuración y la política.  Será necesario que cada militar esté ocupado en asuntos de su profesión de diana a retreta.  De lo contrario esto irá de mal en peor’.”

El Teniente coronel Ángel Zuloaga, director de Aviación Militar, en la misma fecha le escribió a su camarada Sarobe refiriéndose a la necesidad de que los militares se dedicaran exclusivamente a su profesión:  [31]

“Sin este requisito no podrán existir por mucho tiempo como órganos de defensa nacional al margen de las luchas políticas naturales en los pueblos cultos.  De no proceder con mano férrea  en este problema, el país tendrá que lamentar el triste espectáculo de conatos revolucionarios”.

Perón en su relato sobre el derrocamiento de Irigoyen, escribió:

“Cuando llegaba mi automóvil blindado a la explanada de Rivadavia y 25 de Mayo en el balcón del 1er. Piso había numerosos ciudadanos que tenían un busto de mármol blanco y que lo lanzaron a la calle donde se rompió en pedazos, uno de los cuales me entregó un ciudadano que me dijo:

“Tome mi Capitán, guárdelo de recuerdo y que mientras la patria tenga soldados como Ustedes no entre ningún peludo más a esta casa’.  Yo lo guardé y lo tengo como recuerdo en mi poder.”  [32]

 

Es oportuno reiterar lo expresado por el presidente de facto General Uriburu, el 29 de febrero de 1932:

“Creo sin jactancia que la Revolución del 6 de septiembre de 1930 señalará una época en la historia de nuestro país, porque no existe recuerdo de otro movimiento análogo. /…/ El pueblo, que merece nuestra gratitud, debe al ejército y a la armada el mismo reconocimiento. Porque jamás ejército ni marina alguna han dado ejemplo más alto de desprendimiento, de consciente disciplina y de comprensión de los sagrados intereses de la Patria”.

 

Rodolfo Ghioldi expresó otras conclusiones:  [33]

“…‘Radicales, socialistas, demócratas progresistas, más otros grupos de menor cuantía responden al imperialismo inglés’ mientras uriburistas, demócratas nacionales, grupos fascistas, Legión Cívica Argentina, radicales antipersonalistas, etc., ‘dependen del imperialismo norteamericano’.”

No ha sido por casualidad que el historiador José María Rosa haya titulado a un capítulo de su Historia Argentina:

“1932.  El año terrible.”

El general Uriburu decidió entregar el poder el poder el 20 de febrero, día de conmemoración de la Batalla de Salta.

El día anterior indultó a don Hipólito Yrigoyen quien rechazó “ese acto de gracia que ni ha impetrado ni necesita”, se embarcó con su hija en el guardacostas Independencia que lo trasladó hasta la casa de su sobrino Luis Rodríguez Yrigoyen.

El General Agustín P. Justo no aceptó que se hiciera el desfile militar; durante el acto de asunción nombró a Uriburu sólo como ciudadano general y simple ciudadano de la República.

Esa noche no se había levantado el estado de sitio y en las calles de Buenos Aires se manifestaron los radicales celebrando la liberación del caudillo que saludaba desde un balcón…

El 3 de julio de 1933 falleció el doctor Hipólito Yrigoyen y una multitud participó en las ceremonias del velatorio y sepelio; llevaron el féretro a pulso hasta el cementerio de la Recoleta. Por una amnistía, Marcelo T. de Alvear regresó de la isla Martín García y encabezó esas manifestaciones.

En 1933, en la Quinta de Olivos instalaron una “Colonia de Vacaciones”, mejoraron el parque y la casa; en las veredas colocaron baldosas de Obras Sanitarias de la Nación

Un artístico alambrado rodeó al predio y retiradas las antiguas tranqueras blancas, colocaron amplios portones con techumbre de estilo colonial.

Después del General Agustín P. Justo asumió la presidencia de la Nación el doctor Roberto M. Ortiz, durante ese período se sucedieron las denuncias por negociados, por su enfermedad y ceguera estuvo con licencia reemplazado por el vicepresidente doctor Ramón S. Castillo. Renunció el 22 de agosto de 1940 y continuó a cargo del Poder Ejecutivo el doctor Castillo; los militares protestaban y conspiraban; en Europa continuaba la segunda guerra mundial,  el gobierno argentino aunque soportaba presiones se manifestaba neutral. Los políticos comenzaron a organizarse para la sucesión presidencial.

El 11 de enero de 1943 murió Agustín Justo.  Ya estaba en marcha otra revolución y el Coronel Perón era uno de los principales integrantes del grupo de oficiales unidos. El 4 de junio se concreta el plan y es destituido Castillo, a las 2 de la madrugada del 5 de junio, “se llega a la segunda revolución” porque los oficiales no toleraron que el General Arturo Rawson asumiera el gobierno de facto y eligieron al General Pedro Pablo Ramírez.  Luego, Perón escribió: [34]

“Conviene recordar que las revoluciones las inician los idealistas con entusiasmo, con abnegación, desprendimiento y heroísmo, y las aprovechan los egoístas y los nadadores en río revuelto”.

Perón fue electo presidente de la Nación con amplia mayoría y asumió el 4 de junio de 1946; reelecto y en funciones desde el 4 de junio de 1952 hasta la autodenominada revolución libertadora del 16 de septiembre de 1955.

Violentos manifestantes rompieron los bustos que encontraban en edificios y paseos, descolgaban y quemaban los cuadros…

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Desde entonces, en la Quinta Presidencial de Olivos vivieron los presidentes electos, también los que detentaron el poder tras destituirlos…

 

¿Cuántos habrán sido los españoles que vivieron en los pagos de la costa?…

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¿Cuántos los que lucharon por la libertad y la justicia?

 

En la historia de la Historia, son millones los hacedores anónimos

 

Nidia A. G. Orbea Álvarez de Fontanini.

[1] La Casa de Contratación se creó en 1503 a los fines del control de las expediciones a América.

[2] Sabido es que integraban esa expedición su hermano Diego de Mendoza, almirante de la flota, sus sobrinos Gonzalo de Mendoza y Pedro y Luis Benavídez; su médico doctor Hernando de Zamora, “los maestres de campo Hernández de Ludueña y Juan Osorio, el alguacil mayor Juan de Ayolas, los capitanes Alonso de Cabrera, Galaz de Medrano, Juan de Salazar, Rodrigo de Cepeda (hermano de Santa Teresa de Jesús), y muchos más.  También varios frailes de la Orden de la Merced.  (Párrafos correspondientes a: Orbea de Fontanini, Nidia A. G.  Más allá del abambaé y el tupambaé. 99 páginas. (Encuentro de las dos culturas, los Jesuitas y sus misiones; convivencia en las Reducciones…

[3] Ibídem, 99 páginas. Entre comillas, reiteración de párrafos leídos en: Rosa, José María. Historia Argentina 1. Buenos Aires, Editorial Oriente, 1992, p. 126-133.

[4] Rosa, José María. Historia Argentina. Tomo 1. Buenos Aires, Editorial Oriente, 1992, p. 146-150.

[5] Ibídem, p. 400.

[6] Ortiz de Rozas era el apellido del Brigadier Juan Manuel de Rosas; así como Domingo Faustino Sarmiento era Faustino Valentín Quiroga Sarmiento y adoptó “Domingo” porque así lo nombraba su madre.

[7] Abad de Santillán, Diego. Historia Argentina – Tomo 1. Buenos Aires, Tipográfica Editora Argentina, 1965, p. 206.  En otros libros, anotan que nació en 1742 en Villafranca del Bierzo…

[8] La Gloria de Yapeyú.  Buenos Aires, Instituto Nacional Sanmartiniano, febrero de 1778. Edición “Homenaje al Libertador General José de San Martín en el bicentenario de su nacimiento”.  Reproducidos los datos en la foja de servicios al 31 de diciembre de 1776, Archivo General de la Nación, Buenos Aires, Libro: Fojas de Servicios, L. Z., foja 39.)

[9] En el acta consta: “….casó por palabras de presente y según orden de nuestra Madre Iglesia a don Juan Francisco Sumalo, capitán de dragones de la dotación de esta plaza, como poder-habiente de don Juan de San Martín, ayudante mayor de la asamblea de infantería y en su nombre, con doña Gregoria Matorras, hija legítima de don Domingo Matorras y de doña María del Ser, vecinos que fueron de la villa de Paredes de Nava, obispado de Palencia, en España”… (Archivo Militar de Segovia, Legajo 1.207, documento reproducido por José Pacífico Otero en Historia del Libertador José de San Martín, tomo I, Capítulo II.)

[10] p. 200 y 205.  Documento en el Archivo General de Indias, Sevilla, Sección V, Audiencia de Buenos Aires, Legajo 24.)

[11] Rosa, José María. Historia Argentina. Tomo 1. Buenos Aires, Editorial Oriente, 1992, p. 400.

[12] Documento reproducido; original en Archivo General de la Nación, Buenos Aires, División Colonia, Sección Gobierno. Despachos. Títulos y Cédulas 1783-1809, tomo 12.

[13] Rosa, José María. Historia Argentina. Tomo 1, p. 402.

[14] Rosa, José María. Historia Argentina. Tomo 2. Ob.  cit, p. 13-14.

[15] Ibídem,  403-404.

[16] Ídem, p. 406.

[17] En el bienio 1799-1801 se desempeñó el virrey Gabriel de Avilés y del Fierro. Suspendió las encomiendas entre los guaraníes, les reconoció la libertad y les entregó la “propiedad privada de la tierra”.  Impulsó el desarrollo cultural, la publicación del Telégrafo mercantil y la inauguración de la Escuela de Náutica creada por iniciativa de Manuel Belgrano desde el Consulado.

[18] El Marqués de Avilés, participó en el Perú en la represión a las tropas encabezadas por Tupac Amarú (1780), capitán general de Chile y presidente de la Audiencia de Santiago (1796), virrey hasta mayo de 1801.

[19] Información incompleta: El 26 de abril de 1798 fue bautizada en Sevilla María Regla Jacinta, hija de José Olaguer-Feliú, Teniente.  Casada el 15 de enero de 1834…

[20] Referencias mencionadas 1938 por el Señor Azaróla Gil, diplomático, historiador y publicista, durante la conferencia pronunciada en el Regimiento “Blandengues de Artigas” de Caballería Nº 1.

[21] Hay datos de 1755 acerca del Derrotero de Postas, Caminos y leguas desde Buenos Aires a Potosí.  Y  otras noticias curiosas… y a partir de Tucumán, indican: a los Nogales 2 leguas; a Taficito, 3 leguas, a Tapia 4 leguas, a Río de los Bipos 6 leguas, a los Acequiones 6 leguas, a Paso del Pescado 4 leguas, a Río de Tala 2 leguas; a Arenal 8 leguas; a Río de los Sauces 3 leguas; a Rosario 4 leguas, a la Palata 3 leguas; a Río Blanco 3 leguas, a Yatasto 2 leguas, a Metán 2 leguas, a Río Solórzano 2 leguas, a Río de las Piedras 4 leguas, a Río Blanco 2 leguas, a Rodeo de Tala 2 leguas, a Portezuelo 2 leguas y a Paso del Río Pasaje 2 leguas.

[22] El itinerario del Correo Mayor de Indias entre Buenos Aires y Lima, formado en 1767… mantenía a Yatasto como posta en el tramo Rosario-Río Pasaje”: desde Río de Rosario a Llatasto 8 leguas, de Llatasto a Río de las Piedras 14 leguas y hasta el Río Pasaje 16 leguas.

[23] Rosa, José María. Historia Argentina. Tomo 2. Ob. cit., p. 68.

[24] Historia Universal.  Tomo 3. Barcelona, Océano, 1995, p. 794.

[25] Ibídem, p. 834.

[26] Rosa, José María. Historia Argentina. Tomo 2. Buenos Aires, Editorial Oriente, 1992, p. 338-344.  Carta de Artigas a Mariano Vega, fechada “el 16 de noviembre desde el Perdido…”.

[27] Es oportuno tener en cuenta que además de los cargos enunciados, Miguel de Azcuénaga al comenzar el movimiento emancipador fue nombrado Vocal de la Primera Junta y fue separado por los Saavedristas tras el movimiento del 5-6 de abril de 1811; decidió exiliarse en Mendoza y regresó el 8 de octubre de 1812, cuando estaban en el gobierno sus amigos.  Ese año fue nombrado gobernador militar y Jefe del Estado Mayor.  Integró la Comisión para ratificar el tratado de paz con Brasil.

[28] Rosa, José María. Historia Argentina. Tomo 9.  Buenos Aires, Oriente, 1992, p. 113-114; 116; 125.

[29] En una página informativa, consta que esas referencias fueron recopiladas por la “Sra. Rosa Roskin.”

[30] Perón, Juan Domingo.  Tres revoluciones.  Buenos Aires, Editorial Síntesis, 16 de septiembre de 1974, p. 81-82.

[31] Citado por José María Rosa, Historia Argentina, Tomo 11.  Ob. cit., p. 336.

[32] Ibídem, p. 77.  “El peludo” era el apodo de Yrigoyen, porque salía poco, prefería estar en su casa.

[33] Ghioldi, Rodolfo. Marx y la alianza demócrata-socialista. (Rosario, 1931), p. 7. Citado por los historiadores Rodolfo Puiggrós y José María Rosa.

[34] Perón, Juan Domingo. Tres Revoluciones. Ob. cit., p. 87-89.

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