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Francisco Medrano (Español, 1570 – 1607)

DÉCIMAS.

1 En la fiesta de San Antonio.

ROMANCES.

Romance de la muerte.

SONETOS.

A Fernando de Soria Galbarro.

Ver: Tus ojos, bella Flora, soberanos,

  1. S. Pedro, en una borrasca, viniendo de Roma.

En la playa de Barcelona, volviendo de Roma.

Al Licenciado Cristóbal de Mesa,

Al mismo entrando en las escuelas de Salamanca.

A Fernando de Soria Galvarro.

ODAS.

a Don Alonso de Santillán.

A N., hermosa y astuta dama de Sevilla.

A Francisco de Acostas.

A Don Alonso de Santillán, que volvía de las Indias.

Profecía deel Tajo en la pérdida de España.

 

Francisco Medrano, nació en Sevilla en el año 1570. Fue educado en institutos de los Padres Jesuitas y egresó de la Compañía mientras cursaba el noviciado. Luego estudió en Salamanca; estuvo vinculado a grandes escritores de españoles, entre ellos los sevillanos Baltasar de Alcázar (1530-1606) y Fernando de Herrera, apodado “el Divino” (1534-1597)…

En “el Parnaso”… no hay señales sobre su trayectoria ni ecos de sus poemas.  [1]

Aquí, lo leído en la “red de redes”, casi tres siglos después de “su Último Vuelo”…

DÉCIMAS

1
En la fiesta de San Antonio

Si tenéis sed de virtud,
venid, almas, y vebed,
y mataros a la sed
la fuente de la salud.
Y aunque no es agua de pie
sino de mano de Antº,
eterna es por testimonio
que desso nos da la fee.
A su casa recién hecha
Antº quiso traella

y damos junto con ella
de virtudes gran cosecha,
que es aquel niño divino
agua de fuente de vida,
consagrada y convertida
en casto y virginal vino.
Y por tan dichoso lance
es con gran razón llamada
de Jesús esta morada,
que es de salud en romance.
2
Bien sé que se ríe el mundo,
de ver cómo taño y canto,
auiendo llorado tanto
mi dolor graue y profundo.
Sepan que en esto me fundo,
que en los tormentos mortales
y las penas desiguales,
no me aprobecha llorar;
y ansi procuro cantar
por ver si espanto mis males.

Canta el presso alegremente,
los duros grillos tocando,
y el trabajador, cantando,
su trabajo menos siente;
cata dulcíssimamente
el paxarillo enjaulado.
Y yo, de penas rodeado,
procuro cantar un poco;
mas no piensen que estoy loco,
sino de llorar cansado.

Vn tiempo alegre canté,
mas fue tal mi suerte auara,
que lloré porque cantaba,
y oy canto porque lloré.
Si de mí mismo no sé,
¿por qué se espantan si canto,
y auiendo llorado tanto
y sabiendo en qué consiste,
pues siempre el canto del triste
suele conuertirsse en llanto?

Burle el mundo de mi canto,
y burle quien me mató;
mas sepan que entiendo yo
que fue disparate el llanto.
Ya me alegro, taño y canto,
ya no quiero más llorar
que me quisieron matar;
mas pues el cielo lo ordena,
para mitigar mi pena,
quiero tañer y cantar.

ROMANCES

1
Que toques a recoger
te a persuadido mil veces,
pensamiento, el desengaño:
yerras si no le obedeces.
En los sulcos que as arado,
más, pensamiento, no siembres,
que la cosecha es estéril,
y vas, sin duda, a perderte.
Ponte, pensamiento mío,
con vn amo que te premie,
que el seruir y no medrar
es vil linage de muerte.
Quando te lisongearen

con deleites aparentes,
quita la máscara al gusto
y echarás de ver que mienten.
Deleite y necessidad
tienen la cara de erege:
necessidad quando bive
y deleite quando muere.

Y en la tragedia del mundo,
haze los buenos papeles
no a el que apadrinan sus partes,
sino al que ayuda la suerte.
Pero al fin de la jornada,
así a desnudarse viene
el que gouernó dos mundos
como el que rigió dos bueyes.
2

Romance de la muerte

Al son cuerdo de las cuerdas
de cordura y de prudencia,
en la vigüela de vida,
porque siendo vida vuela,

un officio de difuntos
cantar si puedo quisiera;
váyase quien no gustare
de este mi requiem eternam.

De mill engaños çercados,
no vemos cómo se açerca,
ay, nuestra çercana muerte
para saltar nuestras çercas.

Yo mismo que canto agora,
si un punto me detubiera,
no cantara más que un canto
ni hablara más que una piedra.

Digo, pues, que vendrá día
quando la rara belleza
pierda su bella figura
y no aya quien quiera vella;

quando verá más el alma
a la luz de una candela,
que agora ve a medio día
quando la deel sol esfuerça;

quando los ojos que viuos
christales de roca fueran
derrocando coraçones,
se derruequen a la tierra;

quando la cara más cara
tan barata se nos venda
que miralla cara a cara
por caro preçio se tenga,

y a las delicadas manos,
que en todo la mano lleuan,
ya todos les den de mano,
y aun de pie si las enqüentran,

y de los rubios cauellos
de que mill ánimas cuelgan,
cuelguen doblados gusanos
que por ellas se descuelgan;

quando el pecho de alabastro
a quien oy el mundo pecha,
a la tierra pague pecho,
andando pecho por tierra,

y la cabeça cargada
de perlas y ricas pieças,
hecha pieças, sobre sí
tenga una carga, de piedras;

y perdiendo el propio nombre,
le tome de calauera,
porque quien cala verá
en qué paran las cabeças;

quando por la cama blanda,
la tierra dura suçeda,
dura que al que en ella dura
durar mucho no le deja,

y por ropa libre y ancha,
justa y angosta librea;
y por las joyas, la hoya;
y las piedras, por las perlas;

quando con nueuos cantares
y músicas de tristeza,
casen nuestros huessos tristes,
por ser huessos, con la güessa.

Razón es, pues, aprestamos,
pues la muerte viene presta,
y en su presto y breve tranze
aprestarse sólo presta.

Con la consideraçión
paseemos la carrera:
carrera que emos de dar
sola una carrera en ella.

Y quien la memoria de esto
tiene por agora presa,
entonçes la presa, rota,
le molerá de represa.
3
Un bulto casi sin bulto
de güessos de un hombre sancto,
un cuerpo de poco cuerpo,
de carne de un descarnado,

remontado por los montes,
solo, puebla un despoblado,
y por entre peñas viuas
trae su vida despeñando.

Sobre las sierras peladas
andan los güessos pelados
de Francisco o de la sombra
de Christo cruçificado.

Viste el desecho del mundo,
y dél se a deshecho tanto,
que es, por deshecho y de hecho,
dechado de desechados.

Un capote de sayal
es su vestido ordinario,
hábito de quien tenía
hábito de andar gallardo.

Los dessencasados ojos
trae con el çielo casados,
y con los clauos de Christo
errado, pero no herrado.

Todo eleuado en el çielo,
de tierra todo eleuado,
eleuado porque a Dios
su coraçón es lleuado.

Quiérese llamar menor
por su mayor menoscabo,
menoscabo porque cabe
en qualquiera menor cabo.

Dios por su menor le toma,
y en todo le a mejorado
viendo que es lo que le da
mejorado y mejor dado.

Çiñe una cuerda su cuerpo,
cuerdo en todo y acordado,
pues con la cuerda concuerda
los quereres discordados.

Sus pies descalços por tierra,
mas por el çielo descalços,
siempre en vela sus sentidos
y de velar desuelados.

De su çiliçio y çilençio,
por no rompérselo, callo,
y de sus santas rodillas,
también callaré los callos.

Si sus milagros contara,
fuera muy largo y milagro.
Ceso, pues, y de su seso
puede otro seso alabarlo.

Sólo diré que en su iglesia
Dios puso exemplo tan raro
a perfectos y imperfectos
para imitallo y mirallo.

SONETOS

1

A Fernando de Soria Galbarro

Este soneto es como prefación y dedicación de los demás

Sé que allá corre el mundo asaz ligero
donde (fatal ministro de su muerte),
pródigamente ponçoñoso, vierte
más de dulçura el verso lisongero.

Bien como a infante pues, que sin entero
seso el remedio de su mal no advierte,
beba lo falso, y a beber acierte,
yendo engañado al bien, lo verdadero.

Sólo aquel tocó el punto, que prudente
con lo dulce templó lo provechoso
(¿y a quién fue Apolo, a quién, assí clemente?).

Yo, Sorino, lo intento, cudiçioso
deel pro común; tú apruebas que lo intente:
succeso den los cielos venturosos.
2

Tus ojos, bella Flora, soberanos,

Tus ojos, bella Flora, soberanos,
y la bruñida plata de tu cuello,
y ese, embidia del oro, tu cabello,
y el marfil torneado de tus manos,

no fueron, no, los que, de tan ufanos
quanto unos pensamientos pueden sello,
hiçieron a los míos, sin querello,
tan a tu gusto vitorioso llanos.

Tu alma fue la que vençió la mía,
que spirando con fuerça aventajada
por ese corporal apto instrumento,

se lançó dentro en mí, donde no avía
quien resistiese al vencedor la entrada,
porque tuve por gloria el vencimiento.
3

A. S. Pedro, en una borrasca, viniendo de Roma

Pescador soberano, en cuyas redes
los monarcas mayores an estado
dichosamente presos, y cambiado
en gloria sus prisiones y en mercedes;

tú que abrir y cerrar el çielo puedes,
con poderosa llave, a tu ganado,
y alcaçar en la tierra as alcançado
con colunas de pórfido y paredes:

los ojos vuelve al mar enfureçido,
y pues tal vez osó mojar tu planta
aun siendo ‘ollado de tu fee animosa,

su ‘inchazón rompe, acalla su rüido,
y enseñado dicípulo, levanta
mi fee y mis pies con mano poderosa.
4

En la playa de Barcelona, volviendo de Roma

Pláçeme veer el mar quando se enoja,
y a montes d’agua montes acumula,
y al experto patrón (que disimula,
prudente, su temor) puesto en congoja.

También me plaze veerle quando moja
la orilla malavés, y en leche adula
a quien sus culpas llevan, o su gula,
a cortejar qualque birreta roja.

Turbio me plaçe, y pláçeme sereno;
veerle seguro, digo, desde afuera,
y éste medroso veer, y éste engañado:

no porque me dé gusto el mal ageno,
más por ‘allarme libre en la ribera,
y deel mar falso asaz desengañado.
5
Vine, y vi, y sujetóme la ‘ermosura
de un serafín que, en apariençia humana,
a los mortales ojos tal se allana
que aunque flacos, sostengan su luz pura.

Assí mirarse deja con segura
vista el temprano sol de la mañana,
y entre nubes de nieve tinta en grana
permite a nuestra vista su figura.

Vençióme, y tan dichoso fui vençido
quanto sin tiempo de gozarme en sello,
porque me priva ausençia de gozallo;

que de muy sin ventura siempre a sido
llegar al bien, y vello ya, y tocallo,
y para más dolor, luego perdello.
6

Al Licenciado Cristóbal de Mesa,

 en su poema de la Restauración de España

Hizo astillas el iugo, y la coyunda
afrentosa rompió con que oprimida
se vio España, la espada no vençida
que imperio nuevo al gran Pelayo funda.

Tentó malgrato el tiempo, con profunda
embidia, olvidar gloria tan creçida;
y a los ojos deel sol y a nueva vida
oy la ofrege tu pluma sin segunda.

A aquélla la morisma infame muerta,
a ésta el olvido bárbaro vençido,
y a una y otra su gloria, debe España:

mas si una de los moros la liberta,
y si otra la liberta deel olvido,
¿quál haze de las dos mayor hazaña?
7
Estaba de mi edad en el florido
abril, que fruto asaz me prometía,
y de mi Flora en el regaço un día
vi reposar al niño Amor dormido.

Las alas, que tan alto le ‘an subido,
por no bajar, abandonado ‘auía;
yo, que de zelos y de embidia ardía,
tenté con ellas usurparle el nido.

Volar tenté, mas de la luz medroso
de tus soles, oh Flora, mudé intento,
con el fracaso d’Ícaro avisado;

que es más valor tal vez ser temeroso,
y no siempre Fortuna da al osado
fabor, ni quiere el gusto ser violento.
8
Borde Tormes de perlas sus orillas
sobre las yerbas de esmeralda, y Flora
hurte para adornarlas al’ Aurora
las rosas que arrebolan sus mexillas;

viertan las turquesadas maravillas
y junquillos dorados, que atesora
la rica gruta donde el viejo mora,
sus Dríades en cándidas çestillas,

para que pise Margarita ufana,
tierra y agua llenando de fabores.
Mas si uno y otro mira con desvío,

ni las Nynfas de Tormes viertan flores,
ni rosas hurte Flora a la mañana,
ni su orilla de perlas borde el río.
9

Al mismo entrando en las escuelas de Salamanca

Soberano Señor, cuyo semblante
tal vez nos representa a Marte crudo,
con el estoque vengador desnudo
y la túnica estrecha de diamante:

tal, nos pone pacífico delante
(preso el cabello con curioso ñudo
de lauro, y con un libro por escudo)
no menos sabio a Apolo que elegante:

honrra ahora las letras, y con ellas,
émulo de tu padre y de sus leyes,
da a la paz el dominio de tu tierra.

De tu abuelo después sigue las huellas,
pues igualmente es propio de los reyes
amar la paz y exercitar la guerra.
10

A Fernando de Soria Galvarro

Vos, oh común Señor, esta criatura
vuestra ezistes del polvo, i vuestro aliento
le prestó ser, i vida, i movimiento,
i la razón derecha, i la figura.

Yo, ciego (¡i cómo ciego!), la dulçura
seguí de un breve i falso bien, sediento
(¿qué útil pudo al polvo traer el viento?),
y olvidéos, fuente llena siempre i pura.

¡Oh agrauio sin igual! ¿Qué recompensa
dar puedo, si aun me duelo escasamente,
i otra repito luego, i otra ofensa?

Largádmelas, Señor, que si las sañas
guardáis Vos, un tan franco i tan paciente
Dios, ¿en quién avrá fáciles entrañas?

ODAS

1

a Don Alonso de Santillán

Alférez Real de los Galeones

Santiso, ¿ahora, ahora la riqueza
de los Ingas embidias, y, guerrero,
ya oprimes con azero
la frente, y con destreza
juegas ya el hierro fiero?

¿Fabricas al flamenco y inglés pirata
cadenas? y amenaza tu estandarte
a aquella oculta parte
do, sediento de plata,
osó penetrar Marte.

Sea; y ufano tus rebeldes huella,
de ellos violento dueño apoderado.
¿Servirte han de su grado
esclava la donzella
o el moço aprisionado?

¿Ardes por oro?; bebe, bebe; y tanto
el avaro y más que Átalo posea:
poder matar no crea
su sed: fáltale ¡oh, quánto!
a quien mucho desea.

Bien posible será volver el río
que de altas cumbres vierte despeñado,
a sus fuentes, de grado;
veerse elado el estío
y el hibierno abrasado;

quando tú aquellas con razón divinas
letras deel Aristótil que estimaste
ya, y sédulo aquistaste,
¡en quáles disciplinas,
malconstante, trocaste!:

la çiença noble en mercantil cuidado,
y la que sobra todas alabanças
toga modesta, en lanças:
‘aviendo de ti dado
tan otras esperanças.
2

A N., hermosa y astuta dama de Sevilla

A N., hermosa y astuta dama de Sevilla
Si pena alguna, Lamia, te alcançara
por cada voto que perjura quiebras;
si almenos una de tus rubias hebras
en cana se trocara,
creyérate: mas luego que, engañosa,
la fee rompes debida al juramento,
tú, de la juventud común tormento,
despiertas más ‘ermosa.

Falta pues, Lamia bella, al siglo ‘onrrado
de tu defunta madre, sin reçelo;
falta a tu vida misma; falta al çielo
la fee que les ‘as dado:
pues de veer quánto número confíe
de moços en tus juras, y qué artera
burles al más astuto que te espera,
todo el çielo se ríe.

Más: que la juventud para ti creçe
toda; créçente nuevos servidores,
y de los que hoy desprecias amadores
ninguno te aborreçe:
de ti la madre teme a su querido
hijo; terne de ti el viejo avariento;
teme la esposa que tu dulçe aliento
detenga a su marido.
3
¿Qué pide al çielo el biendiciplinado
filósofo? De Creso no el tesoro,
ni de Midas el oro,
ni de Augusto el estado,
ni el trigo que Seçilia fértil siega,
ni las vacadas de Calabria gruesas,
ni las anchas dehesas
que el Guadalquivir riega.

Poden aquellos a quien dio Fortuna
viña, y la plata con primor labrada
sirva al que estima en nada
el golfo, y le importuna
y sulca tres y más vezes sin pena,
caro a los çielos mismos. Yo, contento
con poco, el mar violento
veré desde la arena,
y al çielo pediré sola una onesta
y mediana fortuna, con buen seso;
una vejez de peso,
ni a mí ni a otro molesta.
4
El entero varón, de culpas puro,
por do quiera sin flecha enherbolada
y sin arco, Sabino, y sin cargada
aljaba irá seguro,
ora traviese páramos desiertos,
de ‘umanas plantas no jamás ‘ollados,
ora çerradas breñas, o empinados
y malseguros puertos.

Tal vez pasé, con religioso antojo
de veer al gran pastor que el Vaticano
mora, los montes donde el africano
caudillo perdió un ojo,
y, de Flora cantando la belleza,
sin armas con que deél me defendiera,
huyó un lobo de mí, que mayor fiera
no vio Naturaleza.

Véame, pues, en la región ardiente,
negra y estéril con eterno estío;
véame en la que siempre abrasa el frío,
y al sol no vee luziente;
que en cuanto el çielo vueltas multiplica,
para que el sol al mundo luz envíe,
amaré a Flora, la que dulçe ríe,
la que dulce platica.
5
Ya, ya, y fiera y ‘ermosa,
madre de los amores, quebrantado
desamparé tu enseña. ¿Y tú, embidiosa,
a mí? ¿tú a mí, malsano y desarmado?
¿Qué te podré yo ser? Al vulgo vano
risa, y silvo afrentoso;
Al sabio ¡oh, quánto espanto!, y al piadoso;
¡quál fábula al profano!

Deel venusto semblante
la ya florida tez huyó marchita,
y el pelo, que en la frente alçó arrogante
cresta, desnudo otoño lo exercita.
Ni contender con el ribal podría,
ni esperar, vanamente
crédulo, amor reçíproco en la ardiente
llama sabrosa mía.

Puedo apena sufrirme,
inútil carga, ¿y burlas, oh ‘ermosa?
¿o provócasme seria? ¿y conduçirme
a tu milicia esperas peligrosa?
Su Cypro, ay, Venus a desamparado,
y en fuego convertida
y en belleza (ya tal se mostró en Ida),
toda en mí se a langado.

Árdenme aquellos ojos
negros de la Amarili, que, serenos,
roban el sol; aquellos sus enojos
árdenme, de sal -más que d’ira- llenos;
su dulçemente açerba rebeldía,
y de su negro pelo
el oro, el fuego. ¿Arabia y Mongibelo
tal fuego, oro tal cría?

¿Quién trocará, prudente,
por cuanto el Inga atesoró, el cabello
de Amarili? ¿y por todo el rico Oriente?:
quando ella tuerçe -¡oh, cómo hermosa!- el cuello
a mis ardientes besos, y, rogada,
con saña fácil niega
lo que ella, más que el mismo que le ruega,
dar quisiera, robada.
6
Huyó la nieve, y árboles y prados
de hoja y grama se visten;
la tierra se rebeza, y, amenguados,
los ríos no la embisten.

El año te amonesta que no esperes
bienes aquí immortales,
y el día, que arrebata los plazeres
y gustos no cabales.

Amansa deel hibierno yerto el frío
con Fabonios templados;
y al verano ahuyentan, deel estío
los soles requemados.

Éste fallesce luego que el sabroso
otoño nos madura
los frutos, y el hibierno perezoso
por tornar se apresura.

Mas los daños deel tiempo, presurosas,
las lunas los reparan;
y restituye el Zéfiro las rosas
que los Çierços robaran.

Nos, de peor condiçión, si tal vez una
a aquesta luz cedemos,
¿en qué abril, a qué viento, con qué luna
renovamos podremos?
7
Quando tú me encareçes
oh Amarili, de Iulio el talle hermoso,
y, mirando, enmudeces,
a Iulio, con descuydo malcurioso,
¡ay, cómo arde en mi pecho
infernal rabia! Y con dolor esquivo
rebienta a mi despecho
por los ojos el llanto fugitivo.

Y, cambiando colores,
indicaçión da el rostro fatigado
de quán fieros ardores
en mi alma lentamente se an lançado.

Quémame veer señales
de burlas en tus braços de alabastro;
quémame en los corales
de tus labios veer de otro fuego el rastro.

No (si tú bien me escuchas)
con moços libres, so color de juego,
osada emprendas luchas,
que allí oculto de Venus yace el fuego.

Oh tres vezes dichosos
los que añuda con lazo Amor tan fuerte
que zelos rigurosos
primero no lo rompan, que la muerte.
8
Si de renta más qüentos
que los Ingas y chinos alcançares,
y tus anchos çimientos
las tierras ocuparen y los mares,
ni la certera flecha
de la muerte huirás, ni de su miedo
la importuna sospecha
tenerte dejará el ánimo ledo.

¡Oh, mejor el gitano,
sin patria conocida ni solares,
vive!, y el africano
en movedizas casas aduares,
a quien fruto creçido,
no con lindes tasado ni mojones,
el campo agradeçido
rinde, y de trigo fértiles montones.

Y, con labor de un año
llenos, holgar permiten a la tierra;
y al que administra ogaño,
igual otro succede, paz y guerra.

Allí el varón no rige,
soberbia con la dote, su casada,
ni el vicio malcorrige,
deel poderoso adúltero fiada.

Gran dote es la nobleza
y onestidad, allí, de los mayores;
el pecar, gran vileza,
o su precio morir. Si los fabores
-oh tú, quienquier que seas-
de los siglos pretendes immortales;
si escrito ser deseas
Padre deel pueblo en públicos anales,
osa enfrenar, severo
cuerdamente, la vida licençiosa,
y al siglo venidero
virtud, que imite, ofreçe generosa.

Pues tal es que, imbidiosos,
en los presentes la virtud odiamos,
y, de ella cudiciosos,
si a los ojos falleçe, la buscamos.
¿qué sirven las querellas
si el castigo las culpas no descreçe?
¿qué las leyes, qual ellas
vanas, si, esento el pueblo, no obedece?

Ni ya el estéril suelo
de la tórrida, ardiente siempre y solo,
ni ya el eterno yelo
de los siete Trïones y deel polo,
al mercader desvía
de sus torpes ganancias: vence artero,
con pertinaz porfía,
tamaño golfo un breve marinero.

Y presta la pobreza
(grande oprobio oy) paciencia y ardimiento
para qualquier vileza,
y pone en torpe olvido el santo intento.

O al común (do la fama
y aplauso popular con glorïosos
apellidos nos llama),
o al mar vezino los rubís preçiosos
y el oro inútil demos,
de todo mal ¡quán çiertas ocasiones!

Y si nos malqueremos
las maldades, si bien somos varones,
de la torpe avaricia
las letras no se aprendan, no, primeras;
mas beba en la puericia
diciplinas el ánimo severas.

No qual oy que no gusta
ni andar sabe a caballo el ahembrado
moçuelo, y la robusta
caça teme: ¡oh el naype, assí, y el dado!

Y tú, oh padre perjuro,
y trefe a tus amigos y usurero,
¿con recambios el juro
apresuras, y el çenso, a ese heredero?

Está bien. Y sin tasa
crezca la ‘azienda; crezca. Mas, ¿qué importa,
si la cudiçia escasa
siempre en un no sé qué la llora corta?
9

A Francisco de Acostas

en la muerte del padre Iosef Acosta, su hermano

¿Quién pondrá freno y término al deseo
de una vida, Faustino, assí preciosa?
¡Oh, cómo fuera dino aquí el empleo
de tu voz numerosa
y de tu lyra, Orfeo!

Eterno sueño al grande Acosta oprime,
cuyo par no vio el sol. Y la fee pura
y la entereza, sin consuelo, gime
sobre la sepoltura;
ni ay quien no se lastime.

Faltó en dolor de muchos; mas ninguno
al tuyo igual. Tú, aquél, piadoso en vano,
al cerrado sepulcro, tú, aquél, uno,
al cielo soberano
demandas importuno.

Bájase fácil a la hoya escura;
pero dar paso atrás, y a aqueste aliento
y luz común volver (¡oh, cómo es dura
provincia!) no es intento
permitido a criatura.

Es grave asaz la pérdida, y terrible
y fiero es el dolor que de ella avino;
mas (si emendar el hado es imposible)
modérelo, Faustino,
la paciencia invencible.
10
No estimes, no, por afrentoso el ñudo
que con esclava te enlazó tan bella;
pues otra ya, menos ermosa que ella,
a Aquiles arder pudo.

Agamemnón, la prez y ‘onor deel griego
vando, ¿triunfo no fue de su cativa?;
y otra la condición de Aiace altiva
rendir pudo a su fuego.

¿Qué, Tirso? ¿no será que ilustre padre
engendrase a tu Fili, y que los çielos
le diesen, como a ti, nobles abuelos?,
si no bien igual madre.

Su aquel ánimo, almenos, generoso;
aquel su coraçón assí arredrado
de interés y doblez, no fue heredado,
no, de padre afrentoso.

¡Y el rostro! ¿Dó se vio par hermosura?
¡Qué pie!, ¡qué manos tan a tomo hechas!
Sano la alabo, Tirso, ¿qué sospechas?
Ya la edad me asegura.
11

A Don Alonso de Santillán, que volvía de las Indias

¡Oh mil vezes comigo reduzido
al postrer punto de la vida odioso!:
¿quál astro poderoso
oy te ha restituido
a tu suelo dichoso,
Santiso, la mitad del’alma mía?

Contigo alegremente los ardores
de los soles mayores,
contigo no sentía
deel cierço los rigores.

Ambos deel mar huimos proceloso
la saña; a mí por medio del cerrado
peligro mi buen hado,
alegre y vitorioso
a puerto me a sacado.

A ti segunda vez, maladvertido,
la resaca sorbió deel mar hambriento;
y al arbitrio deel viento,
y al caso, permitido
te viste y sin aliento.

Cumple tu voto, y, grato al cielo santo,
con lágrimas gozosas ya el sereno
rostro vaña, y el seno;
que yo, Santiso, al tanto,
te espero en Mirarbueno.

¡Oh, fuese a mi vejez firme reposo
este lugar!; de mis navegaciones
y peregrinaciones,
¡oh, término dichoso
fuese!, y de mis pasiones.

Este rincón, de todos los deel suelo
me place más, do brota la primera
y la rosa postrera;
do siempre es uno el cielo,
do siempre es primavera.

Éste a la mesa espléndida conmigo
y al brindis te combida. ¡Oh cuerdo ecceso!
Dulce me es ser travieso,
cobrado un tal amigo;
dulce perder el seso.
12

Profecía deel Tajo en la pérdida de España

Rendido el postrer godo a la primera
y última hermosura que en el suelo
vio el sol, del Tajo estaba en la ribera,
moviendo embidia al cielo,
de su adorada fiera.
La real corona y cetro el ciego amante
derribaba (¿y qué no?) a los pies de aquélla.

Huéllalo todo altiva, y con semblante
fiero otra vez lo huella;
y él, ay, pasó adelante:
¡oh maldulce deleytel Puso luego
calma enojosa en su corriente el río
para advertir, aunque ofendido, al ciego
rey, en su desvarlo,
deel hyerro assí y deel fuego

que le amenaza: «En punto desdichado
ofendiste a esa ‘ermosa, oh godo injusto,
que vengará con tanto y tal soldado
África, de tu gusto
y de tu real estado
despojándote. ¡Ay, ay, quánta fatiga!;
¡quánto afán al caballo y al valiente
infante amaga! ¡a lança y a loriga!
Mueves contra tu gente
¡quánta diestra enemiga!

Ya suena el atambor; ya las vanderas
se despliegan al viento; ya, obedientes
al açicate, corren en hileras
los ginetes ardientes
y las yeguas ligeras.

No escusas, no, la lança y el trançado
arnés, en sólo el ámbar y el curioso
peyne (¡oh varón!, ¡oh rey!) exercitado:
¿no vees quán espantoso
vaja el campo, y formado?

Mira cómo Tarife, travesando
osado por las huestes y valiente,
tu enseña abate, y Muza destroçando
(asombro de tu gente)
los campos va talando.

Conoçerás allí al nunca vencido
Almançor, que en tu mengua se engrandeçe.
Mas al conde, ay, ¿no vees quán sin sentido
y hierbe y se enfureçe,
buscándote ofendido?

No assí medroso gamo, no assí presto,
será que deel hambriento lobo huya,
qual flaco tú deel émulo molesto:
haviendo a aquesta tuya
prometido no aquesto.

Trayrá -presago yo- al godo su día,
tras no muchos diziembres, la africana
armada que ya el Çielo ayrado guía:
cayrá tu soberana
y antigua monarquía.”

(He de seguir buscando

más señales

de aquel Don Francisco Medrano,

poeta del dieciséis, eterno en el diecisiete.

Josefina Medrano de Pereyra

amiga a perpetuidad,

me ha llamado y ha dicho

que ella desciende de aquella familia

de estirpe española y nada sabe,

como yo tampoco sé de la nuestra…

Mas asumo el desafío

y he de seguir buscando

tal vez en ese camino

encuentre algún peregrino

que pueda acercar más datos.

Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

Santa Fe de la Vera Cruz

República Argentina.

Domingo, 09/05/04 Hora 20:17:03)

 

[1] Parnaso. Diccionario Sopena de Literatura. Barcelona, Editorial Sopena, 1972, Tomo I.

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