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7 de Junio – Día del Periodista

El doctor Mariano Moreno, secretario de la Primera Junta de gobierno constituida el 25 de mayo de 1810, impulsó la edición de la Gazeta de Buenos Ayres:

“…En él se manifestarán igualmente las discusiones oficiales de la Junta con los demás jefes y gobiernos, el estado de la Real Hacienda y medidas económicas para su mejora y una franca comunicación de los motivos que influyen en sus principales providencias, abrirá las puertas a las advertencias que desea de cualquiera que pueda contribuir con sus luces a la seguridad del acierto.”

 

En la imprenta de los Niños Expósitos elaboraron la primera edición del 7 de junio de 1810 y por ello se reconoció a esa fecha como Día del Periodista.

Hasta la última impresión en 1821, lograron difundir 541 ediciones comunes y 240 extraordinarias.

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Es oportuno reiterar lo publicado en el diario “El Litoral” de Santa Fe de la Vera Cruz, el viernes 11 de diciembre de 1992, con el título:  Dodecálogo de deberes del periodista y tras la primera reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa en España, cuando se presentó la edición bilingüe de Dodecálogo The Journalist’s de deberes /  Twelve duties del periodista, texto del escritor y periodista Camilo José Cela, “Premio Nobel de Literatura 1989”.

 

“El periodista debe:

  1. Decir lo que acontece, no lo que quisiera que aconteciese o lo que se imagina que aconteció.
  2. Decir la verdad anteponiéndola a cualquier otra consideración y recordando siempre que la mentira no es noticia y, aunque por tal fuere tomada, no es rentable.
  • Debe ser tan objetivo como un espejo plano; la manipulación y aun la mera visión especular y deliberadamente monstruosa de la imagen o la idea expresada con la palabra cabe no más que a la literatura y jamás al periodismo. (Advierto que uso el primer adjetivo en la acepción, para mí todavía viva, que la Academia se apresuró y pienso que precipitó- a considerar anticuada).
  1. Callar antes que deformar; el periodismo no es ni el carnaval, ni la cámara de los horrores, ni el museo de figuras de cera.
  2. Ser independiente en su criterio y no entrar en el juego político inmediato.
  3. Aspirar al entendimiento intelectual y no al presentimiento visceral de los sucesos y las situaciones.
  • Funcionar acorde con su empresa -quiere decirse con la línea editorial- ya que un diario ha de ser una unidad de conducta y de expresión y no una suma de parcialidades; en el supuesto de que la no coincidencia de criterios fuerza insalvable, ha de buscar trabajo en otro lugar ya que ni la traición (a sí mismo, fingiendo, o a la empresa, mintiendo), ni la conspiración, ni la sublevación, ni el golpe de estado son armas admisibles. En cualquier caso, recuérdese que para exponer toda la baraja de posible puntos de vistas ya están las columnas y los artículos firmados.  Y no quisiera seguir adelante -dicho sea al margen de los mandamientos- sin expresar mi dolor por el creciente olvido en el que, salvo excepciones de todos conocidas y por todos celebradas, están cayendo los artículos literarios y de pensamiento no político en el periodismo actual, español y no español.
  • Resistir toda suerte de presiones: morales, sociales, religiosas, políticas, familiares, económicas, sindicales, etc., incluidas las de la propia empresa. (Este mandamiento debe relacionarse y complementarse con el anterior).
  1. Recordar en todo momento que el periodista no es el eje de nada sino el eco de todo.
  2. Huir de la voz propia y escribir siempre con la máxima sencillez y corrección posibles y un total respeto a la lengua. Si es ridículo escuchar a un poeta en trance, ¡qué podríamos decir de un periodista inventándose el léxico y sembrando la página de voces entrecomilladas o en cursiva!
  3. Conservar el más firme y honesto orgullo profesional a todo trance, manteniendo siempre los debidos respetos, no inclinarse ante nadie.
  • No ensayar la delación, ni dar pábulo a la murmuración, ni ejercitar jamás la adulación: al delator se le paga con desprecio y con la calderilla del fondo de reptiles; al murmurador se le acaba cayendo la lengua, y al adulador se lo premia con una cicatera y despectiva palmadita en la espalda”.

 

Lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini

 

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