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“El Madrid que conoció Manuel Belgrano” (1793)

Sinopsis:  1786: Manuel Belgrano en Salamanca. 1793: en Madrid.

                        Situación política.  Encuentros. Lecturas en bibliotecas.

 

 

Leí esta crónica durante el otoño de 1950

“Año del Libertador General San Martín”

Revista “Argentina” – Año II – Nº 14.

1º de Marzo de 1950.

Edición del Gobierno Nacional

Ministerio de Educación de la Nación.

(Biblioteca de Eduardo Rodolfo Fontanini Doval.  [1]

Avda. Freyre 1438 – Santa Fe de la Vera Cruz)

Manuel Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, nació en Buenos Aires el 3 de junio de 1770. El menor de los hijos de Domingo Belgrano Peri y de María González Casero. Hacia Salamanca lo orientaron sus padres con el propósito de que continuara los estudios superiores…

Creador de la Bandera Nacional Argentina. Luchó por la independencia nacional.

Pasó a la inmortalidad el 20 de junio de 1820.

 

Reitero el texto completo de la nota elaborada por Eduardo Mario y publicada con el título El Madrid que conoció Manuel Belgrano.

 

“Luego de estudiar en Salamanca, donde llegó en 1786, Manuel Belgrano en 1793 pasó a Madrid.  Fue breve estada la suya y escasas las noticias que nos alcanzan de aquellos días.  Sin embargo, es interesante esbozar siquiera una evocación.   Con ella se ilustrará, no sólo su biografía, sino la de otros patriotas que estuvieron en la Villa y Corte poco antes de producirse la Revolución.

Madrid llegaría entonces a los 100.000 habitantes.  Ofrecía muchos atractivos al extranjero o al que, siendo hijo de la colonia, llegaba a ella, ansioso de conocimientos, como Manuel Belgrano, que a la sazón contaba veintitrés años de edad.

La capital del declinante imperio español era el centro de la mitad del mundo, aun sometido, pero atento a las inquietudes del que estaba más allá.  Madrid ¿se preocupaba de esas inquietudes de tan significativos sucesos?  ¿Qué pasaba en Francia?  ¿Revolución? ¿Reyes coaccionados?  ¿Asambleas populares?  ¿Deseos subversivos exteriorizados a grandes voces?  ¿La nobleza perseguida?  ¿La moda de unas ideas poco congruentes sembradas por Aranda?  ¿Libros peligrosos prohibidos?   Madrid tenía el oído atento así como las entendederas.  Tenía España un rey bonachón y confiado, Carlos IV, nacido en 17848.  La revolución francesa había estallado a poco de subir él al trono.  Llevó a su lado a Manuel Godoy, colocándolo a los 25 años de edad al frente del gobierno.  La reina era María Luisa, hija de Felipe, duque de Parma.

Inglaterra encabezaba la primera coalición contra Francia, aliándose con Austria, España, Cerdeña, Prusia y Holanda.  El 21 de enero había sido guillotinado Luis XVI, y el Comité de Salvación Pública, con Dantón, había alcanzado el poder supremo en Francia.  Meses después, en octubre, también era guillotinada la reina María Antonieta.  Otro hecho significativo en aquel año fue la independencia de Haití, proclamada por la Convención francesa.

Pero había en Madrid cómo satisfacer las necesidades del espíritu.   Se acababa de fundar el Instituto de San Isidro, en las casas contiguas a la Real Iglesia.  Jovellanos había publicado la Ley Agraria. Cabarús era el fundador del Crédito Público.  No faltaban libros.  Vivían en la corte Jovellanos, Moratín, Cienfuegos, Quintana, Clavijo, el periodista. El flamante graduado salmantino se vinculó con hombres de letras y economistas en el seno de la sociedad denominada ‘Santa Bárbara’, y a ellos les adelantó capítulos de sus Principios, que más tarde publicaría en Buenos Aires.  Un poco antes había alcanzado del papa Pío VI licencia para leer la Enciclopedia y los escritos de Voltaire, Bayle, Rousseau y Montesquieu; excluidos de los anaqueles del librero Sancha.

El rey presumía de buen jinete.  Se le veía recorrer el Pardo y Aranjuez, calles y paseos, sereno y marcial, sobre un caballo rampante, aunque no tanto como aquel en que le mostraban cuadros y estampas.  Era bastante ingenuo y, según decían, su padre, Carlos III, más de una vez habíale reconvenido diciéndole: ‘¡Ay, Carlos, qué tonto eres!’.  Y esto, en público.  En los cafés frecuentados por artistas y literatos, algunos, como el de San Sebastián y el de La Fontana de la Corte, circulaban papeles con aleluyas alusivas. Él, empero, alto, fornido, gustaba luchar con sus criados y dominar caballos.  Tocaba el violón y coleccionaba relojes.

María Luisa gozaba de fama de un buen temperamento excesivo y un talento que, aunque claro, dominado como estaba por sus pasiones, no ocupaba en cosa de beneficio público.  Era, además, en extremo mentirosa.  El padre Coloma asegura que no era ni siquiera regular de facciones.  ‘Una de esas bocas grandes y hendidas que prometen para la vejez una ridícula proximidad entre la nariz y la barba’, dice.

Estos eran los reyes que encontró Manuel Belgrano al llegar a la Villa y Corte. ¿Qué pensaría de ellos?  ¿Qué pensaría, igualmente del apuesto, del inquieto, del ambicioso y cada vez más encumbrado Manuel Godoy?

Y en una hora y otra hora, la Puerta del Sol, con sus cafés de literatos y de políticos y su ir y venir de gentes llegando por las mudas calles que en ella desembocan, trayendo los mil rumores y sensaciones al gran mentidero ciudadano, en las gradas de San Felipe el Real.

Belgrano no llegó a ver en su esplendor a la plaza Mayor, pues un incendio, tres años antes, la había destruido.  Era  el lugar tan frecuentado como la Puerta y desde uno de los costados, el de la Real Panadería, asistía la familia del monarca a las fiestas.

El Colegio de San Isidro, con sus cursos y la biblioteca pública, la misma Biblioteca Real, la del duque de Osuna y, sobre todo, el Gabinete de Historia Natural, en la calle de Alcalá, próximo a la Academia de San Fernando, donde estaban las colecciones preciosas reunidas en América por don Pedro Francisco Dávila, debieron ser lugares frecuentados por el curioso sudamericano, como lo demuestran luego sus iniciativas en materia educacional y periodísticas.

Como espectáculo teatral, las veladas en el Coliseo de la Cruz o en el de la del Príncipe.  Además, un acontecimiento casi insólito: las ascensiones del globo de don Vicente Lunardi, desde la plaza de Palacio, el 8 de enero de 1795.  Se elevó al mediodía y cayó a las dos de la tarde en Pozuelo del Monte, muy cerca.

Madrid tenía feria todos los días de la semana.  A la de la jarana y de la burla, no desdeñaban de acudir los nobles en sus carrozas de colores de abanico de vitrina ni los extranjeros deseosos de alcanzar, en un solo golpe, en un vistazo, todo el palpitar y el joyante casticismo de la Villa.

En las jornadas de holgorio, las riberas del Manzanares, orillas campechanas sin humedad alguna y las meriendas populares bajo los chopos y las acacias.  La aristocracia, en cambio, en Aranjuez, refugiándose en aquel rincón fértil y umbrío, con jardines versallescos, doradas carrozas, encajes y orgía de colores, pelucas y casacas. Todo con aire de minué en tono menor y mientras el vendaval revolucionario soplaba colándose por los intersticios de los Pirineos.

Tal el Madrid que conoció Manuel Belgrano, en plena juventud, antes de regresar a su patria y entregarse a su servicio por completo.

 

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Al final de esa página, con recuadro, esta advertencia:

Mi mejor amigo es el que enmienda mis errores o reprueba mis desaciertos.                                     

José de San Martín.

 

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Mayo de 2006 – Incluido en el CD “Del Vivir y vibrar”.

SEPA (Servicio de Educación por el Arte)

Nidia A. G. Orbea Álvarez de Fontanini

Presentación: Miércoles 10 de mayo de 2006 a las 19:30

en el Centro Comercial de Santa Fe.

Santa Fe de la Vera Cruz – República Argentina.

[1] Eduardo, mi amado amante, nacido el 1º de septiembre de 1926 en Santa Fe de la Vera Cruz, provincia de Santa Fe, República Argentina.  Lo conocí durante el invierno de 1946. Él, un año después. Comenzamos a caminar juntos, hasta la proximidad del deslinde.  Su Último Desprendimiento: 1º de julio de 2000 a las 0:15 en su ciudad natal…

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