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Fábulas de Esopo

La zorra y el asno.

El león y el ciervo.

Las gallinas gordas y las flacas.

El joven y el ladrón.

 

Entre las Fábulas de Esopo, esta breve selección…  [1]

La zorra y el asno.

Un asno que se encontró cierto día una piel de león se vistió con ella, y así disfrazado, se dio a correr campos y bosques sembrando el terror entre los otros animales.  Habiendo encontrado a una zorra quiso espantarla, y para ello no se contentó con embestirla sino que la mismo tiempo se le ocurrió imitar el rugido del león.

-Señor mío, si  os hubieseis callado os habría tomado por león, como los demás animales, pero ahora que oigo los rebuznos os reconozco y no me dais miedo.

Al hombre se le conoce por sus acciones.

El león y el ciervo.

El ciervo perseguido por unos perros, al verse casi alcanzado por ellos, corrió a una caverna para esconderse.

Mas apenas había entrado en ella salió del fondo un león el cual, abalanzándose sobre el desgraciado, lo despedazó entre sus garras.

-Infeliz de mí -exclamó el ciervo al morir- que entrando en esta caverna para huir de unos perros y, he venido a caer en las garras de un león.

A veces, por evitar pequeños peligros caemos en otros mayores.

Las gallinas gordas y las flacas.

Vivían en cierto tiempo en un corral varias gallinas.  Unas estaban gordas y bien cebadas; otras, por el contrario, vivían flacas y desmedradas,  burlábanse las pequeñas de las últimas llamándolas esqueletos, muertas de hambre.

Mas he aquí que un día, debiendo preparar el cocinero de la casa algunos platos para la cena, bajó al patio a elegir las mejores aves.  La elección no fue dudosa.  Entonces, viendo las gallinas gordas su fácil destino, envidiaron a sus compañeras flacas y desmedradas.

No despreciemos a los débiles y pequeños, quizá prestan más útiles servicios que los fuertes y grandes.

El joven y el ladrón.

Estando sentado un joven junto al brocal de un pozo, vio que se acercaba un ladrón, y, conociendo que venía con intención de robarle, fingió que lloraba amargamente. Preguntóle el ladrón qué motivos tenía para afligirse de tal manera, y el sagaz joven le dijo que, habiendo venido a sacar agua con un cántaro de oro, se le había roto la soga y se había quedado el cántaro dentro.  Tan pronto como el ladrón oyó esta noticia, se quitó los vestidos, movido por la codicia, y bajó al pozo en busca de lo que no debía encontrar, porque no existía.  Entretanto, el mozo tomó los vestidos del ladrón y echó a correr.

Tanto ciega al perverso su propia malicia, que muchas veces no ve los peligros a que se expone.

 

[1] Zeballos, Estanislao, Rodó, José Enrique -doctores-, Holmberg, Adolfo D. y otros.  El tesoro de la juventud o Enciclopedia de Conocimientos Tomo VII.  Londres-Madrid… editores W M. Jacson Inc., p.  2502-2503.

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