¿Relatos para niños y jóvenes o para adultos?.
Tras las señales de Lucila Godoy Alcayaga (Gabriela Mistral).
Vocación de escritora y “maestra”.
Asombroso encuentro en Provenza.
Entre doradas espigas y la miseria.
Canto de los segadores argentinos.
Tras las señales de Marta Elena.
1921: insoslayable huelga de maestros santafesinos.
Títulos de algunos libros editados.
13 de Junio: Día del Escritor
¿Relatos para niños y jóvenes o para adultos?…
Miro hacia el anaquel y observo libros del siglo veinte:
-Las aventuras de Gulliver.
-Cuentos de Perrault.
-Cuentos recopilados por los hermanos Grimm…
-Alicia en el país de las maravillas
De lejanas tierras…
Sabido es que Lewis Carroll narró ese cuento a la niña Alicia Liddell, casi una excepción en aquel tiempo porque es evidente, que la mayoría de las obras luego incluidas en la clasificación de literatura infantil, pertenecían en realidad al mundo de los adultos.
Desde la época de los griegos, han sorprendido los relatos acerca de animales que aquellos hombres imaginaron con cualidades excepcionales, tales como los caballos voladores y los poderosos héroes cuya superioridad determinaba que fueran admirados o temidos por sus semejantes.
La fantástica imaginación describió deidades en mares, ríos y arroyos y al elevar la mirada hacia el espacio infinito, se animaron a decir que había escorpiones, osos, toros y leones esbozados por los astros cielo, nombrándose así a algunas constelaciones.
La fascinante oscuridad de las noches sin resplandor de Luna, estimuló la creación de mitos y de leyendas, enigmáticos relatos generados entre hombres de cultura maya, azteca, egipcia, germana, inglesa, francesa…
Prolongados diálogos durante el día también estimularon los relatos relacionados con dioses y la naturaleza, historias referidas al bien y al mal, a la vida y la muerte.
Las recopilaciones existentes indican que desde el medioevo, tras los mitos comenzaron las leyendas donde hay algunas señales de protagonistas de hechos históricos en un contexto fantástico y en algunos casos con desenlaces trágicos.
Han destacado que tales relatos no son convenientes para niños menores de cinco o seis años porque en esa edad son recomendables los cuentos con “finales felices”.
Sonrientes hadas emigraron de Arabia, de Oriente y de Persia hasta cruzar el Mediterráneo para instalarse en Italia, Francia y España en relatos de abuelos a nietos, de padres a hijos mientras la varita mágica lograba convertir viejos vestidos en ropaje lujoso, calzado deslucido en zapatos brillantes, pan duro en manjares para una fiesta de cumpleaños…
Carlos Perrault estaba cerca de los cortesanos vinculados a Luis XIV y con su ingenio consiguió que reyes y bufones quedaran callados escuchando sus historias acerca de Caperucita Roja, Cenicienta o La Bella Durmiente, sus relatos en torno a Piel de Asno y El Gato con Botas, veloz y aventurero.
Entre las hadas aparecían algunas brujas malvadas, personajes haraganes y dañinos, mujeres crueles que no alimentaban a los niños y madrastras que castigaban sin piedad.
El miedo se instalaba en la memoria de quienes escuchaban y esos efectos perduraban impidiendo distinguir lo real de lo imaginario.
Después, voces en distintos idiomas también relataron leyendas y fábulas…
De acá y de allá…
En días luminosos, nublados o lluviosos, aun con granizadas o nevadas, en distintas latitudes, los fabulistas o fabuladores contaban qué habían hecho algunos árboles y qué habían dicho los animales, lógicamente incluyendo a hombres, mujeres y niños.
Así fue como los monos empezaron a ser famosos por sus piruetas, los zorros por su astucia, los asnos por su trote lento yendo de acá para allá con gastadas alforjas; los ratones por sus protestas contra los gatos en casi interminables asambleas.
Verso tras verso iban apareciendo las imágenes a veces confusas para el entendimiento de los niños, pero necesarias para orientar hacia las breves moralejas.
No han escrito qué día fue, cuando interesados especialistas se acercaron a los narradores: innovadores pedagogos, sicólogos y profesores de Literatura diplomados y algunos autocalificados expertos en literatura infantil. Casi todos con el propósito de revisar lo escrito y clasificarlo por temas, por edades…
Éste sí, éste no; éste mejor para los más pequeños, éste para los adolescentes y después, tal clasificación fue registrada en un fichero, luego en un catálogo… y así llegaron al aula más que libros, sucesivos boletines con sugerencias acerca de títulos de libros, algún comentario sobre contenidos, editoriales, números de páginas.
A mediados del siglo veinte, aquellas redes de especialistas estaban difundiendo sus primeras conclusiones y así fue como promovieron encuentros en distintas localidades de diferentes continentes donde solían hablar en idiomas diferentes. Seminarios, simposios y congresos estarían indicando que los adultos estaban muy interesados en la educación de los niños, en la promoción de la lectura, en la selección de los contenidos en función de las aptitudes que ya estaban previstas en los estudios sobre la sicología evolutiva.
Entonces, cientos o miles de personas leían y se animaron a colocar más señales en los anaqueles: libros para ser leídos a niños entre uno y tres años; entre cuatro y seis años; libros recomendados para la lectura inicial entre siete y ocho años.
No se sabe en qué momento, reemplazaron las hojas de grueso papel por cartones y hasta por rectángulos de tela con escritura y dibujos impresos en distintos colores para entretener a los infantes que se entrenaban en el movimiento de sus manos más que en el hábito de mirar y ver… Tampoco hay precisión acerca de cuándo editaron los primeros librillos con hojas plegables y aquellos más caros, troquelados y con inserciones móviles que días después terminaban mutilados.
¡Grande ha sido el esfuerzo de los grandes trabajando para avanzar hacia una literatura infantil atractiva y fecunda!…
Aproximación a las Ferias…
Tan grande fue el esfuerzo de los grandes para entusiasmar a los niños con el propósito de que leyeran más y más, que considerando insuficientes a las librerías para tantas ofertas, comenzaron a organizar Ferias del Libro Infantil.
Entonces sí, algunos niños pudieron llegar hasta esos lugares donde la primera recomendación de sus acompañantes era: “-Se mira y no se toca”, igual que cuando estaban frente a algún escaparate de venta de golosinas.
Como por arte de magia aparecieron escritores especializados en literatura infantil y a la vez narradores. Acá, allá y acullá se reprodujeron las lagartijas, los cuises, las tortugas, los carpinchos… las ardillas, los conejos, los burritos… los ciervos, los elefantes, los leones…
Casi todo eso sucedió como por arte de magia. Entretanto ir y venir, escribir, corregir, imprimir, distribuir, comprar y leer, se fueron acumulando millones de títulos de libros de autores alemanes, ingleses, franceses, dinamarqueses, árabes, japoneses, rusos, chinos, hispanoamericanos… con traducciones a diferentes idiomas.
Acá, allá y acullá, había pueblos sin maestros para enseñar a leer y a escribir ni a los niños ni a los adultos analfabetos que tampoco sabían sumar, restar, multiplicar o dividir.
Eran incontables las comarcas donde no había librerías ni bibliotecas, ¡ni libros!
Algo importante había en esos lugares.
Era la posibilidad de dialogar y sonreír, de jugar y compartir, de soñar aún con los ojos abiertos.
Las madres cantaban nanas.
Las abuelas contaban cuentos de nunca acabar…
¡Casi un milagro a fines del siglo veinte!
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Tras las señales de Lucila Godoy Alcayaga…
Ahora, hoy sábado, 15 de julio de 2006 a las 11:51:16… aquí, esta propuesta desde el cuartito verde hacia un lugar para el sosiego y el asombro, siguiendo las señales de Lucila Godoy Alcayaga, la mujer que “tenía hondas raíces elquinas por el lado materno”, como destacó su amiga Marta Samatán, también chilena, nacida en 1901, distinguida abogada y escritora santafesina. [1]
“Su madre, Petronila Alcayaga Rojas, Petita, era descendiente de pobladores del valle afincados desde la época colonial. Pero hacía tiempo que las fincas ya no pertenecen a esa rama empobrecida, que vivía oscuramente, con la constante preocupación de ganarse el pan de cada día.” /…/ [2]
“Petita Alcayaga era muy religiosa, con ese sentido místico de la gente elquina. /…/
La señora concurría mucho a la iglesia. Para rezar, desde luego, pero sobre todo para cantar. Había recibido el don de una voz muy hermosa y nunca la mezquinaba. Cantaba para los amigos en las amables tertulias de pueblo chico, pero más le complacía cantar en los oficios religiosos, ofrendando su canto con una devoción. Su voz resultaba un atractivo extraordinario y dicen que, con motivo de ciertas festividades, había gente que viajaba de La Serena a Vicuña cuando sabía que Petita actuaba en el coro. Fue esa voz la que conmovió profundamente a un seminarista que pasaba unos días en Vicuña durante el mes de noviembre de 1885 y asistía diariamente a los oficios del mes de María. Ese seminarista se llamaba Jerónimo Godoy Villanueva. p. 15-17
En esa oportunidad Godoy sólo conoció la voz de Petita, voz que nunca pudo olvidar. El encuentro real se produjo dos años después, cuando él, renunciando a ser sacerdote, abandonó el seminario y obtuvo un nombramiento de maestro para la escuela de La Unión.
Jerónimo Godoy Villanueva había nacido en San Félix, muy al interior del Valle de Huasco, en la provincia de Atacama. Sus padres, Gregorio Godoy e Isabel Villanueva”… p.17-18
Isabel Villanueva de Godoy vivió largos años en La Serena, siempre entregada a sus devociones. Ella fue la que inició a su nieta Lucila en la lectura de la Biblia”… p. 19
Escribió Marta Samatán que Jerónimo Godoy Villanueva “a sus conocimientos generales, bastante amplios, unía excelentes aptitudes para la música que se traducían en melodías llevadas a las cuerdas de su guitarra. Tenía aficiones literarias y solía componer versos. Si a estas cualidades, muy bien acogidas en esa época, añadimos que su inteligencia era brillante y su palabra fácil y elocuente, comprenderemos que su presencia siempre despertaba simpatías en todos los medios sociales. / Pero no era un hombre ordenado y tenía mucho de bohemio. Vivía siempre en el hoy y nunca en el mañana. El sistema de rezos de doña Isabel se había mostrado ineficaz para disciplinarlo. Dicen, empero, que fue buen maestro, el mejor que tuvo La Unión. / Cuando se encontró con Petita y reconoció su voz, se enamoró en seguida y quiso casarse inmediatamente. Pero la señora tardó un poco en darle el sí. Su vacilación respondía a un motivo que ella consideraba muy serio: cuarenta y dos años cumplidos tenía ella y sólo veintiocho su pretendiente. / Terminó por aceptar, sin embargo, porque es difícil para una mujer mantenerse impasible ante la vehemente insistencia de un enamorado que sabe hacer juegos malabares con palabras cariñosas. Se casaron casi a fines de 1887.” p. 19-20
“No había terminado el año cuando marido y mujer debieron sobrellevar días de dura prueba. Ciertas quejas llegadas a las autoridades sobre el desempeño de Godoy en su trabajo motivaron la suspensión de ése, sin goce de sueldo, hasta que esas denuncias quedaron debidamente aclaradas. Teniendo en cuenta la lentitud proverbial de los procedimientos burocráticos esa situación de incertidumbre amenazaba prolongarse hasta los límites de lo tolerable. Petita resolvió que lo mejor era trasladarse a Vicuña donde ella conservaba una modesta casa heredada de su madre. /…/ La casa era muy pobre y apenas tenía muebles. Como todas las del lugar, eso sí, poseía un amplio huerto cruzado por una acequia para el riego. Allí vivieron largas semanas de estrecheces. Petita y Emelina siempre estaban ocupadas. Además de las labores caseras, cosían, cultivaban alguna verduras y, sobre todo, rezaban. Madre e hija eran devotas de la Virgen del Perpetuo Socorro y tenían constantemente una vela encendida frente a su imagen. / Jerónimo Godoy, por su parte, aplacaba la impaciencia de la espera ocupándose del jardín, prodigando madreselvas por todos los rincones para que la casa luciera hermosa y perfumada. / Terminó el verano de 1889 y llegó el otoño. El seis de abril el gobernador de Elqui don Ramón Herrera, mandó llamar a Godoy para comunicarle que habían sido desestimadas las quejas presentadas en contra suya y, por lo tanto, quedaba repuesto en el cargo, entregándole en el acto una orden de pago por los meses corridos desde la suspensión.
Esa misma noche, Petita comprendió que se hallaba muy próximo el alumbramiento. En la madrugada del día siete nació una niñita que fue llamada Lucila de María del Perpetuo Socorro. Fue bautizada en la iglesia de Vicuña y fueron sus padrinos Rosario Álvarez y Mateo Torres Ossandón. / El júbilo de Godoy no conoció límites. Durante horas y horas contemplaba a su hijita con ojos enternecidos. Su emoción comenzó a volcarse en canciones de cuna que luego Petita entonaba con su dulce voz: p. 21-23
Duérmete, Lucila,
que el mundo está en calma.
Ni el cordero brinca
Ni la oveja bala.
Duérmete, Lucila
que cuidan por vos,
en tu cuna un ángel,
en el cielo, Dios.
Duérmete, Lucila,
ojitos de cielo,
mira que tu madre
también tiene sueño.
Ángel de la Guarda,
házmela dormir
para que a su madre
no la haga sufrir.
Ángel de la Guarda,
cuídame este lirio
que mañana al alba
rezará conmigo.
Duérmete, niñita,
duérmete, por Dios,
que si no te duermes
me enojo por vos.
Esas nanas no se generaron como por arte de magia si se tiene en cuenta lo que había expresado Marta Samatán: “…No había comenzado la primavera de 1888 cuando surgió la esperanza de un hijo. Ese anuncio hizo que Godoy viviera días de intensa serenidad, subyugado por esa promesa de vida que fuera emanación de la suya. Los padres, generalmente, anhelan un hijo varón. Él, en cambio, desde un comienzo, expresó su deseo vehemente de que naciera una niña. La quería de ojos claros como los de su madre y conjuraba a los cielos para que recibiera desde la cuna todas las mejores cualidades, físicas y espirituales.” p.21
“Pero a veces su inspiración quería tornarse más honda, imitando traducir esa dulce esperanza que la vida incipiente de la hija había hecho surgir de entre los sueños artísticos ya arrumbados en los desvanes del alma:
¡Oh, dulce Lucila,
que en días amargos
piadosos los cielos
te hicieron nacer!
¡Quizás te preparen,
para ti, hija mía,
el bien que a tus padres
no quiso ceder!
Cuando al cielo elevas
tus ojos celestes
¿quién te llama, dime,
para allá tornar?
¡Con quién te sonríes,
preciosa inocente,
cuando alzas alegre
tus ojos allá?
Pese a todo su arrobamiento, Godoy jamás llegó a convertirse en el padre amante y solícito que se presumía. Su manera de ser no cambió nunca. Por eso, cuando él debió retornar a La Unión para reiniciar sus actividades docentes, Petita encontró más de una excusa para prolongar su estada en Vicuña con las dos hijas. El marido aceptó ese arreglo y se avino a periódicos traslados para visitar a los suyos. Pero los lazos se fueron aflojando cada vez más y el sentido de la responsabilidad del jefe de la familia se atenuó tanto que terminó por desaparecer. p. 24-25
Las apreturas económicas no amilanaban a Petita. Estaba acostumbrada a ellas desde la infancia. Además, no estaba sola pues contaba con la ayuda inapreciable de su hija Emelina Molina, su brazo derecho dentro y fuera de la casa. / Quince años contaba Emelina cuando nació Lucila. No era más que una niña, pero ya le incumbían responsabilidades de persona madura. Nunca las rehuyó. No sólo intervenía desde muy temprano en los habituales menesteres domésticos, sino que secundaba a la madre en sus costuras, se ocupaba del cultivo del huerto, confeccionaba dulces y se daba maña para sacar el máximo provecho de las cosas. Ningún quehacer era dejado de lado si podía proporcionar alguna ventaja, por pequeña que ésta fuera. Esa escuela de riguroso trabajo preparó a Petita y a Emelina para los rudos años que se verían obligadas a afrontar más adelante. / A su laboriosidad unía Emelina un insaciable afán de aprender. Se hizo costurera junto a Petita, y los vestiditos de Lucila, hechos con retazos, fueron sus primeras armas en ese terreno. También aprendió a bordar y a confeccionar labores que exigían el máximo de habilidad. Pero no se atuvo a las tareas manuales. Por las tardes, a eso de la oración, concurría a casa de la directora de la escuela de niñas, Adelaida Olivares, para desempeñar el oficio de lectora porque esa señorita iba perdiendo la vista poco a poco.”
(Tales eran los vínculos que Petita había elegido a Adelaida para el madrinazgo en la ceremonia de Confirmación de Lucila…)
“Emelina se interesaba por todo lo que leía y escuchaba con mucha atención los comentarios añadidos por la maestra. Esa hora diaria de trabajo tuvo gran importancia par ella pues no sólo le ayudó a repasar los conocimientos adquiridos en la escuela primaria, sino que los amplió notablemente. Había sido una alumna sumamente aplicada y su inteligencia natural le facilitaba la retentiva. Pero lo que más la favorecía era su profundo interés por todo lo que la rodeaba, su vigilante observación y la aguda penetración que acompañaba sus juicios.
Aunque en forma menguada, Godoy alguna ayuda les prestaba y así, un poco a los tirones, la familia subsistió hasta 1891. Ese año Jerónimo Godoy fue trasladado a Panulcillo, no lejos de Ovalle, y desde entonces sus noticias se hicieron cada vez más escasas y los envíos de dinero fueron espaciándose tanto que no hubo mayor asombro cuando al fin no llegaron más. La familia se vio frente al desamparo.”
Así fue como Petita y su hija “se movieron, hablaron, interesaron a algunos amigos y, por fin, se consiguió para Emelina un nombramiento de ayudante en la escuela de niñas de Paihuano. Escaseaban entonces las maestras con título y era forzoso recurrir a idóneas para completar el personal en los lugares apartados. / Paihuano es un pueblo situado al interior del valle de Elqui, a nueve kilómetros de Rivadavia, punto terminal del ferrocarril. La madre y la hermanita se fueron con la adolescente elevada a la categoría de sostén de los suyos. Se instalaron muy pobremente y Emelina comenzó su aprendizaje de maestra mientras Petita cuidaba del hogar y cosía. Lucila jugaba prendida a la pollera de su madre. Al anochecer las dos mujeres pulsaban sus guitarras y cantaban. Así endulzaban añoranza y recuerdos. / Tanto se aplicó Emelina en su labor docente y tan buen concepto se formaron de ella los que la vieron actuar, que al año siguiente la nombraron directora de la escuela de niños de Montegrande. Apenas tenía dieciocho años”. /…/ “Fueron a vivir a la misma casa de la escuela, una humilde construcción de adobe cuyo huerto se iba pendiente hacia el río. Y allí transcurrieron casi diez años de relativa felicidad. / La familia gozó durante ese período de cierta seguridad económica que disipó el estado de angustia frente al porvenir. Seguridad económica que no significaba holgura, desde luego. El sueldo de Emelina era escaso y se requería un despliegue extraordinario de habilidad para equilibrar los gastos. Pero la gente elquina sabe ser económica hasta las heces y domina el arte de arreglarse con poco. Petita cosía, descosía y volvía a coser. Tenía que estar muy gastada una tela para que se la desechara. El huerto era generoso cuando se lo sabía atender y la frugalidad era la norma de todos los habitantes de la aldea. Se vivía muy sencillamente y nadie desplegaba lujos, ni siquiera los dueños de los fundos más renombrados. Los domingos por la tarde se improvisaban reuniones donde la guitarra y el canto eran siempre bien acogidos. Petita y Emelina enriquecían constantemente su repertorio de canciones.
Eso años de Montegrande marcaron para siempre a Lucila Godoy Alcayaga. Jamás olvidó su infancia montañesa y hasta el día de su muerte siguió proclamándose ‘campesina elquina’ por encima de todos.
‘He andado mucha tierra -escribió largos años después en uno de sus recados– y estimado como pocos los pueblos extraños. Pero escribiendo, o viviendo, las imágenes nuevas me nacen siempre sobre el subsuelo de la infancia; la comparación, sin la cual no hay pensamiento, sigue usando sonidos, visiones y hasta olores de infancia, y soy rematadamente una criatura regional y creo que todos son lo mismo que yo’.” p. 26-30
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Primeros aprendizajes…
“En Montegrande comenzó Lucila su aprendizaje del mundo. Tuvo para iniciarse en el conocimiento de la vida la mejor de las maestras. Niñita ya de tres años, acompañaba a su madre en sus quehaceres y ésta le iba nombrando las cosas que la rodeaban:
‘Tú ibas acercándome, madre, las cosas inocentes que podía coger sin herirme; una hierbabuena del huerto, una piedrecita de color; y yo palpaba en ellas la amistad de las criaturas. Tú, a veces, me comprabas, y otras me hacías, los juguetes: una muñeca de ojos muy grandes como los míos, la casita que se desbarataba a poca costa… Pero los juguetes muertos yo no los amaba, tú te acuerdas: el más lindo era para mí tu propio cuerpo… Tu rostro inclinado era para tu hija todo el espectáculo del mundo. Con curiosidad miraba tu parpadear rápido y el juego de la luz que se hacía dentro de tus ojos verdes; ¡y aquello tan extraño que solía pasar sobre tu cara cuando eras desgraciada, madre!… Sí, todito mi mundo era tu semblante; tus mejillas, como la loma color de miel, y los surcos que la pena cavaba hacia los extremos de la boca, dos pequeños vallecitos tiernos. Aprendí las formas mirando tu cabeza: el temblor de las hierbecitas en tus pestañas y el tallo de las plantas en tu cuello, que, al doblegarse hacia mí, hacía un pliegue lleno de intimidad.’
La niña comenzó a ir a la escuela, pero nunca olvidó las primeras lecciones de Petita: ‘Todos los que vienen después de ti, madre, enseñan sobre lo que tú enseñaste y dicen con muchas palabras cosas que tú decías con poquitas’… [3]
Y al recordarla desde lejanas tierras pudo la hija traducir su gratitud:
‘…Y mi madre pasó por los caminos que blanqueaban de salvias y de jacintos, llevándome como una copa colmada’.
Lucila fue una buena alumna, aplicada y estudiosa, dando satisfacción a Petita y a Emelina. Pero en cuanto se le presentaba la ocasión, corría a la huerta a jugar entre las plantas, a tratar de descubrir algún tordo entre las ramas de los frutales o a buscar hierbas olorosas: salvia, romero, o albahaca.” /…/ p. 31-34
“Lucila Godoy Alcayaga vivió plenamente su infancia elquina, identificándose con ese espíritu de sus moradores que aceptaba el trabajo impuesto por las asperezas de su suelo como un sino inexorable, el trabajo para todos: hombres, mujeres y niños. p. 35
‘Somos las gentes de esa zona de Elqui mineros y agricultores en el mismo tiempo. En mi valle el hombre tomaba sobre sí la mina, porque la montaña nos cerca de todos lados y no hay modo de desentenderse de ella; la mujer labraba en el valle. Antes de los feminismos de asamblea y de reformas legales, cincuenta años antes, nosotros hemos tenido allá en unos tajos de la Cordillera el trabajo de la mujer hecho costumbre. He visto de niña regar a las mujeres a la medianoche, en nuestras lunas claras, la viña y el huerto frutal; la he visto hacer totalmente la vendimia; he trabajado con ellas en la llamada ‘pela de durazno’, con anterioridad a la máquina deshuesadora; he hecho sus arropes, sus uvates y sus infinitos dulces llevados de la bonita industria familiar española’.” [4]
Lucila Godoy Alcayaga, “ya vieja, en Rapallo le confesó a Matilde Ladrón de Guevara:
‘Fui dichosa hasta que salí de Montegrande; y ya no lo fui nunca más’.
Las tres derramaron lágrimas amargas cuando tuvieron que abandonar ese rincón elquino que les había dado tantas horas de paz.” [5]
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Distancia e injusticias…
Matilde Ladrón de Guevara -como lo ha reiterado Marta Samatán-, sabía que ya en el ocaso del siglo diecinueve, cuando Emelina fue traslada a Diaguitas -ocho kilómetros al norte de Vicuña-, su madre decidió acompañarla y dejó a Lucila con su tía abuela Angela Rojas Aguirre.
Montada en su caballo, Lucila viajaba los sábados hacia aquel pueblo porque necesitaba estar más cerca de su madre mientras intentaba soportar las exigencias en una escuela aún dirigida por Adelaida Olivares, su madrina de confirmación y a quien Emelina había servido como lectora.
Doña Adelaida solía agredir verbalmente a Lucila y se justificaba con cualquier argumento hasta que un día la acusó por la sustracción de un cuaderno, circunstancia que obligó a la madre y a la hermana a viajar a Vicuña para escuchar sus explicaciones: “…habló con desdén de esa criatura poco capacitada, a la que ella sólo consideraba apta para los quehaceres domésticos. Petita comprendió que de ningún modo podía la hija continuar en ese ambiente donde imperaba la más arbitraria mezquindad. Era preferible que el año escolar quedara trunco. Se la llevó a Diaguitas y allí Lucila repasó lo aprendido junto a Emelina.
Ese episodio tan lleno de ruindad marcó a fuego a Lucila Godoy Alcayaga. Lo recordó una vez al afirmar: ‘Personar es un don divino o es una falta de dignidad’… ”
No ha sido por casualidad, lo escrito por Matilde Ladrón de Guevara:
“De su infancia, la perseguía una escena que le provocó un trauma… Se le gravó aquella injusticia como algo obsesionante. Hay quienes no la comprenden. Yo sí. Hay heridas que se le infieren a los niños y quedan atrozmente retenidas como en una cámara fotográfica. La fantasía las va agrandando con el tiempo. Marcan, por otra parte, una línea divisoria entre los sueños de un alma sensitiva, que los lanza a colocarse frente a la realidad. Después, viven quebrados para siempre. No se explica de otra manera aquel recuerdo pertinaz en la vida de la poetisa’.” [6]
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Entre amasigos y libros…
La familia de Lucila subsistió tras diversas emergencias y ella no pudo completar los estudios primarios. Vivieron en una finca en El Molle, en el valle de Elqui donde Petita y Emelina “una vez por semana se dedicaban a amasar y el pan hecho por ellas era llevado a lomo de burro hasta Marquesa”… mientras Lucila, “prestaba ayuda en las tareas de la casa y solía atender el negocito. No carecía de buena voluntad, aunque su madre y su hermana le reprocharan a veces esa tendencia suya a arrinconarse por ahí, con algún libro o con algún cuaderno.
Es que el espíritu de Lucila Godoy permanecía abierto a un sin fin de curiosidades y sólo podía satisfacerlas mediante la lectura. Satisfacerlas a medias, por supuesto. Porque no eran numerosos los libros que podía conseguir en el lugarejo. Ni de mucha calidad. Pero la niña devoraba esas obras, leyendo y releyendo con afán.
Pero junto a esa afición por la lectura, Lucila alimentaba otra, siendo ésta una verdadera pasión: la de escribir. Había asomado en los días de Montegrande y en El Molle irrumpió con violencia. Llenaba páginas enteras con prosa y verso. Luego las escondía. No era comunicativa, pero se volcaba entera en sus escritos.
Vocación de escritora y “maestra”…
En 1904 la adolescente Lucia Godoy Alcayaga realizó un acto de afirmación en su carrera de escritora. Envió algunos de sus trabajos a periódicos de Vicuña y La Serena y éstos los publicaron. No siempre firmaba con su nombre. En general prefería utilizar algún seudónimo vago y circunstancial: Alguien, Alma, Soledad. [7]
Durante los años siguientes, tras diálogos de su madre y de Emelina con amigos y posteriores trámites en oficinas, Lucila logró “un nombramiento de ayudante en la escuela de La Compañía” y allí fue donde conoció a Don Bernardo Ossandón Álvarez. bachiller en Filosofía y Humanidades y en Leyes y Ciencias Políticas. Hombre generoso, le prestó algunas obras de su importante biblioteca en el tiempo en que ella advertía:
“¡Pobrecilla generación mía, viviendo en cuanto a provinciana, una soledad como para aullar, huérfana de todo valimiento, sin mentor y además sin buenas Bibliotecas Públicas!” [8]
Su abuela paterna Isabel Villanueva de Godoy, residente en La Serena, en ese tiempo le recomendó la lectura de la Biblia y desde entonces fue uno de sus libros preferidos, reflejándose sucesivas influencias en casi toda su obra.
Lucila, sin títulos, “empezó su oficio de maestra” mientras el continuo fluir de sus versos y relatos producía el incesante desgaste del grafito de sus lápices.
La ausencia de su padre influyó en el ánimo de Lucila. Jerónimo Godoy Villanueva falleció “en 1911 en San Félix, su pueblo natal, sin haber dado jamás noticias suyas ni a Petita ni a Lucila”.
Si alguna noticia tuvo don Jerónimo acerca de la vocación de escritora de su hija, “lo que no pudo sospechar siquiera fueron los triunfos literarios que aguardaban a esa niña de ojos verdes cuyo nacimiento tanto lo había conmovido”. [9]
Tampoco sospecharon las tres mujeres lo que había vivido Jerónimo “cuando regresó a su valle de Huasco”.
“La chilena errante”…
Lucila, “la chilena errante” -como destacó su amiga Marta-, en enero de 1926 se embarcó hacia Europa como “miembro representante de Chile ante el Instituto de Cooperación Intelectual de la Liga de las Naciones, acompañada por “su gran amiga, la mexicana Palma Guillén, quien iba dispuesta a secundarla durante el primer período europeo asumiendo con toda solicitud las funciones de secretaria”. [10]
Lucila en una carta a Carlos Sotomayor, escribió:
“En París me encontré con un empleo bueno para mecanógrafa, con horario de nueve a seis de la tarde, que allá es de noche. Rehusé, naturalmente, trabajar con ese horario; no jubilé para pasar a una servidumbre peor”.
En el Instituto necesitaban su presencia, “se buscaron soluciones y terminaron por proponerle un cargo de jerarquía, sin obligación diaria de trabajo: el de consejera técnica para las diversas secciones”. El intenso frío provocó reacciones en su organismo “reapareciendo un viejo reumatismo contraído en Punta Arenas”, cerca del canal de Magallanes. Acosada por los intensos dolores aceptó viajar a Bélgica para un tratamiento en “los Baños de Spa”.
Como una herida que no terminaba de cicatrizar, en la memoria de Lucila perduraba la sentencia de Adelaida Olivares acerca de sus aptitudes “para los quehaceres domésticos”. En su camino fue descubriendo otras posibilidades y en Bélgica, conoció “al gran reformador de la escuela primaria, el creador de los centros de interés, al doctor Ovidio Decroly”.
Regresó a París y en ese tiempo la conmovió “la muerte de su sobrina Graciela Barraza Molina, acaecida el 29 de marzo”…
“La residencia en París no le era del todo grata…
Aparte del clima que le resultaba desagradable, tropezaba con otras dificultades de índole económica que le tornaban la vida un tanto difícil. El cargo que desempeñaba le imponía ciertas obligaciones sociales y éstas implicaban gastos que ella no estaba en condiciones de efectuar. Como, por ejemplo, visitar a cuanto literato extranjero de cierta importancia que se asomara a la capital francesa, agasajarlo, recibirlo. Es decir, mantener, en cierto modo, una especie de salón literario.
Felizmente, contaba con un grupo selecto de amigos que trataban de ayudarla en todo sentido: Alfonso Reyes, Ventura García Calderón, Gonzalo Zaldumbide y José Vasconcellos”…
“Alfonso Reyes, entonces embajador de México, le abrió ampliamente su casa. Ventura García Calderón se afanó por conseguirle colaboraciones pagadas que aliviaron en algo su situación económica, ajustada en demasía.”
“Su trabajo en el Instituto de Cooperación Internacional no le acababa de satisfacer, porque, explicaba, ‘es puro burocratismo de estadística, información general sobre América y algunas cosas definitivas de tarde en tarde, como una colección de clásicos hispano-americanos que preparamos y donde van intercaladas páginas chilenas, las únicas que valen entre los muertos, las de historia.”
Asombroso encuentro en Provenza…
En agosto de 1926, Lucila Godoy Alcoyaga “ávida de sol y cielo azul, aprovechó unas breves vacaciones para marcharse a Provenza en viaje de exploración”, junto a su amiga Palma Guillén quien regresaría a México en diciembre de ese año. [11]
Entre tanto trajín literario y burocrático, llegó un día un joven chileno para “hacerle unas consultas sobre sus documentos. La escritora estaba acostumbrada a que se presentaran visitantes de esa clase y siempre los atendía con muy buena voluntad. Tomo los papeles para examinarlos y grande fue su sorpresa cuando descubrió que ese chileno, que tenía delante de ella, era hijo de Jerónimo Godoy Villanueva, fruto de otro hogar formado por su padre cuando regresó a su valle de Huasco.
Se cruzaron las explicaciones del caso y el hombre se llenó de asombro…
De la conversación surgió que ese hermano caído del cielo, andariego y bohemio como su padre, se debatía con un serio problema a cuestas. De su unión con una catalana había nacido un niño. La madre se estaba muriendo de tuberculosis en un sanatorio y él no sabía a quién confiar ese hijo que, posiblemente, no había sido deseado.”
La inmediata reacción de Lucila fue pedirle que lo acercara porque “ella lo tomaría a su cargo. Y para siempre”.
Así fue como Juan Miguel Godoy, “llamado Yin-Yin por todos los que le rodeaban… pasó a formar parte de su vida. Fue su niño. Empezó a elucubrar planes sobre la formación de su personalidad, sobre su educación, sobre los trabajos que emprendería cuando fuera grande. Yin-Yin iba a ser la alegría de su vejez.
Entre niñez y Educación…
En 1927, designaron a Lucila Godoy Alcayaga representante de la Asociación de Profesores de Chile ante el Congreso Internacional de Educación que se celebraba en Locarno… Ese mismo año tuvo que asistir a otro Congreso, el de Protección a la Infancia realizado en Ginebra. Ambas tareas le resultaron sumamente gratas pues respondían a todas sus preferencias: el niño y la educación. También en 1927, el Consejo de la Sociedad de las Naciones la designó para integrar el Consejo Administrativo del Instituto Cinematográfico Educativo creado en Roma…
Intensa era su actividad pues de ninguna manera aceptaba designaciones honoríficas…” [12]
“En enero de 1928 fue invitada especialmente a la Primera Convención Interamericana de Maestros que debía reunirse en Buenos Aires. Le fue imposible asistir… pero inmediatamente junto a su adhesión, envió un trabajo titulado Los derechos del niño. Éste tuvo honda repercusión en el magisterio de toda América que luchaba con firmeza por la renovación Escolar.
Poco después le tocó representar a Chile, y al Ecuador ante el Congreso de la Federación Internacional Universitaria de Madrid. Con esa designación recibía una muestra de la confianza que había depositado en ella la juventud americana.”
Meses después, encontró una finca en el pueblo de Bedarrides, en el departamento de Vaucluse cerca del Ródano, donde había moreras como en su inolvidable Vicuña y “allí se instaló con Yin-Yin, una secretaria a sueldo, de las tantas que tuvo, y una persona de servicio. Los campos aledaños estaban cubiertos de olivares, la casa era grande y cómoda, el paisaje amable y sereno”. [13]
Anfitriona sin remilgos…
Como suele suceder tras diversos comentarios, quienes se enteraban del lugar donde podían encontrar a la destacada escritora y educadora, inmediatamente se acercaban y así fue como un día llegó un joven veinteañero: el mexicano Andrés Iduarte que debió alejarse de México por su participación en luchas estudiantiles. Ella tenía cuarenta años, Yin-Yin cuatro años, y el mexicano supo aprovechar su hospitalidad no sólo compartiendo lo que generosamente ella le ofrecía porque fue registrando página tras página, las sensaciones percibidas en ese clima casi mágico descubierto durante aquellas jornadas del irrepetible otoño-invierno en la Provenza.
Día a día, “desde el 28 de abril hasta el 8 de agosto de 1929”, el díscolo Andrés anotaba sus vivencias y así logró elaborar un valioso documento relacionado con la trayectoria de “la chilena errante”.
No habrá sido por casualidad que Andrés tras prolongadas discusiones con su anfitriona, escribió:
“…Temí, antes de venir, que la intimidad matara la admiración y la simpatía, porque como es viejo, los héroes no son héroes para los que los ven a un metro de distancia durante varios meses”…
“Es en lo personal, además, franquísima, y no tiene nada de mieles estorbosas. Llama a las cosas por su nombre. No anda con remilgos para exponerle a uno sus ideas opuestas”…
“Combatía contra esto y aquello, contra todo cuanto creía anticristiano y demoníaco, le saliera al frente, o por la izquierda o por la derecha, o tuviera que resolverse y desandar sus más largas y firmes embestidas”…
“Ella… cree en el demonio. Cree que es una ráfaga de mal que sopla por el mundo y que al más bueno le llega intempestivamente”…
“Paso con ella ratos agradabilísimos charlando de lo humano y lo divino. En lo humano, tiene sus estrecheces de criterio, cosa naturalísima en quien no se casó: imposible raspar esos prejuicios. En lo divino se excede, como que es mística, y cree aún en los milagros y las inspiraciones: en esto no ha podido dejar de ser americano”.
Andrés Iduarte, refiriéndose al niño Yin-Yin, escribió:
“…el centro de la casa: vive jugando con todo el mundo y está muy consentido; es buena raza: es catalán. Y por ello inteligente y vivísimo. Me ha hecho diabluras enormes”…
Recorrido por Centroamérica…
Sabido es que el 7 de julio de 1929, la madre de Lucila: Petronila Alcayaga Rojas, murió en La Serena y su hija recibió esa noticia “con toda serenidad” dos días después.
“El día 11, Iduarte anota lo siguiente:
‘Ella sigue tan compacta como su estatua pétrea de mi capital: sin una grieta’…” [14]
Al año siguiente, el presidente chileno Carlos Ibáñez le suspendió el pago de la jubilación y ella debió dejar a su niño Yin-Yin en su finca y al cuidado de una persona de confianza porque aceptó ofrecimientos de trabajo en Estados Unidos y distintos países centroamericanos. Recorría diferentes caminos, conocía distintas culturas y ratificaba su convicción, difundida ya en la década anterior: [15]
“¡América, América! Todo por ella; porque todo nos vendrá de ella, desdicha o bien.”
En 1931, Lucila Godoy Alcayaga llegó a Guatemala y “la Universidad le confirió el doctorado ‘honoris causa’…”
Al año siguiente, le restituyeron la jubilación y mediante un decreto, el presidente chileno don Juan Esteban Montero y el ministro de relaciones exteriores don Carlos Balmaceda la designaron Cónsul particular de elección, con destino en Nápoles. Allí no permitían que las mujeres desempeñaran tales cargos y la destinaron a Madrid, “donde reemplazó a su comprovinciano Víctor Domingo Silva”.
Las dificultades económicas que seguía soportando esta notable chilena, generó un movimiento de apoyo en su país y el presidente chileno Arturo Alessandri en 1935 remitió al Congreso un proyecto pidiendo autorización para crear “un puesto único fuera de escalafón, un cargo y una renta especiales, inamovibles y vitalicias”. Promulgada la ley el 24 de septiembre, fue designada “en un cargo permanente de Cónsul de Profesión en reconocimiento a sus grandes méritos y al alto prestigio que daba a Chile en el extranjero. Podía ejercer el cargo en el lugar que ella eligiera”.
“En 1936 el gobierno chileno le confió una misión en Guatemala… Allí tuvo rango de Encargada de Negocios y Cónsul General, es decir, casi ministro plenipotenciario.” [16]
Dos años después, el gobierno chileno le confió una misión diplomática itinerante y la acompañó su amiga, la profesora portorriqueña Consuelo Saleva -Connie– encargada “lógicamente, de los detalles prácticos”…
En enero de ese año, en la República Oriental del Uruguay estuvo junto a Juana de Ibarbourou y a Alfonsina Storni. Al mes siguiente, las tres fueron recibidas por Victoria Ocampo en su residencia marplatense. En ese tiempo, la chilena escribió:
“Victoria, la costa a que me trajiste,
tiene dulces los pastos y salobre el viento,
el mar Atlántico como crin de potros
y los ganados como el mar Atlántico.” [17]
Ha destacado Marta Samatán, amiga entrañable de Lucila Godoy Alcayaga, que “a poco de llegar”, la perseverante chilena le entregó a la mecenas argentina, “los originales de Tala, libro que iba a publicar la editorial SUR. El convenio entre ambas escritoras… no podía ser más original. Victoria Ocampo, en su calidad de editora, regalaba enteramente la impresión del libro”. La autora, “destinaba todo el producto que se pudiera obtener del mismo a las instituciones catalanas que hubieran servido de refugio a huérfanos de la guerra española”.
Entre doradas espigas y la miseria…
A fines de marzo de 1938, Lucila Godoy “se dirigió al litoral argentino y visitó el ‘trébol de ciudades’, Santa Fe, Paraná y Rosario, invitada por la Universidad Nacional del Litoral.
Quedó impresionada por la fertilidad de la pampa gringa y resonó su canto de los segadores argentinos:
………………………………..
Los brazos segadores
se vienen y van.
La tierra de Argentina
tiembla de pan. [18]
………………………………..
Navegó por las aguas del río Paraná y admiró su grandeza. En Rosario, poco antes de despedirse, escribió su Mensaje a los niños del Litoral Argentino, que allí mismo fue dedicado a Dolores Dabat y Olga Cossettini, maestras ejemplares del Paraná:
……………………………………………………………………………………………………………
‘Vosotros oís un repertorio de música que hacen las mágicas espigas del Paraná. El trigal recién nacido ondula blando, el trigal maduro suena virilmente áspero, y el chorro de oro que sube y baja de los graneros mecánicos, ése canta a repechadas de música’…”
……………………………………………………………………………………………………………
Después, viajó por los lagos del sur patagónicos. Luego llegó a Perú.
Ha destacado su amiga Marta Samatán que “en Chile quedó aterrada por la miseria que pudo ver en el bajo pueblo. Y ese deprimente espectáculo había seguido acompañándola” y así lo había expresado en una carta enviada a la talentosa santafesina:
‘Tanta miseria vi allá que me duele la carne de acordarme. Dan ganas de llorar. El resto del Pacífico es aún peor, es una llaga.
…Hambre, mugre y dictadura”.
En 1939, ella estaba imaginando la continuidad de su itinerario diplomático en Niza o en Atenas, porque como le contó en otra carta, “Estados Unidos no le acababa de gustar y si la situación europea se ponía peor, ella se hubiera decidido por la Argentina, aunque la gente oficial no le caía en gracia. Pero le hubiera agradado instalarse en Córdoba, en las afueras, porque, decía, ‘me iría a vivir al campo. Tengo una hambre rabiosa de pastos, de silencio y de vacío: de pampa’.”
Lucila Godoy Alcayaga recordó tiempo después, que ese año, su amiga Adela Velasco -de Guayaquil-, le escribió a su compañero entonces presidente de Chile señor Pedro Aguirre Cerda, proponiéndole que impulsaran su candidatura al Premio Nobel y con el apoyo de su esposa, Juana Aguirre habría comenzado la campaña… [19]
Entre las condiciones impuestas por la Academia Sueca se destacaba que no aceptarían proposiciones de organismos oficiales y los candidatos debían tener obras traducidas al sueco o por lo menos al inglés y francés. Así fue como ese año, el poeta Hjalmar Gullberg tradujo algunos poemas al sueco; breve antología publicada dos años después con el título Poema del hijo.
Sueños y fantasmas…
Destacó su amiga, la doctora Marta Samatán, que Lucila Godoy Alcayaga “salió de Europa con el espíritu angustiado” y en una carta, “le había comentado:
‘Esta guerra me ha ennegrecido hasta el betún mis esperanzas mis ilusiones sobre la cultura. Tengo que rehacerme, como quien dice, media visión del mundo. Hay que tener mucho coraje para sembrar en las ruinas. Pero no basta el coraje, Marta; se necesita la juventud que ya no tengo’…”
Meses después, la chilena errante viajó a Brasil y residió en Nictheroy y en Petrópolis. En ese tiempo seguía soñando con vivir en el campo, junto a su niño ya adolescente. Disponía de ahorros, podría vender su casita de Santiago de Chile “a buen precio”…
“Pensaba que si Yin-Yin se especializaba en estudios agrícolas, iba a resultar el mejor colaborador para esas tareas rurales. Eso implicaría, además, un porvenir seguro para el muchacho”.
Como suele suceder, Yin-Yin fue el primero en oponerse porque no era su vocación. Estaba acostumbrado a la cultura europea, aprendió a hablar en francés y así prefería expresarse. Sabían que en ese tiempo no podrían regresar porque Francia estaba bajo el dominio de los nazis. En 1941, Lucila celebró que en Santiago publicaran su Antología y el 23 de febrero de ese año, diez días después de compartir junto a Yin-Yin y Connie, un almuerzo en la casa de Stefan Zweig y su esposa, se conmovió al saber que habían ingerido una dosis de potente veneno aniquilados por conflictos interiores como consecuencia del exilio y del desarrollo de las acciones bélicas.
El 3 de marzo de 1942, desde el diario “La Nación” de Buenos Aires, difundieron la carta de Lucila Godoy Alcayaga a Eduardo Mallea, en ese tiempo integrante de la redacción:
“…Porque no sabemos todo lo que este hombre padeció desde hace unos siete años, desde que el escritor alemán fiel a la libertad pasó a ser bestia de cacería. Su sensibilidad superaba a la mostrada en sus libros: era una sensibilidad femenina en el mejor sentido del vocablo; habría que decir ‘inefable’. Cuando hablábamos de la guerra, yo seguía en su cara, punto apunto, su corazón en carne viva e iba midiendo lo que yo podía decir, lo cual no me ha ocurrido con ningún hombre de letras. Y no era que perdiese en momento alguno su control riguroso: era que los hechos brutales, o simplemente penosos, no parecían oídos, sino tocados por él en el mismo instante en que los escuchaba y le caía al rostro una tristeza sin límites que lo envejecía de golpe’.”
El agobio de la desesperanza incide en los enigmáticos laberintos de la mente humana y suele provocar nefastos desenlaces.
Sabido es que Yin-Yin, aunque era discreto para expresar su insatisfacción desde su llegada a la comarca brasileña, fue acumulando frustraciones hasta que se enamoró de una joven alemana. Le confió a su tía Lucila -Buda, en su intimidad-, que quería casarse. Enseguida escuchó un llamado de atención porque ella insistía en que primero debía tener los recursos necesarios. Día a día continuaron las discusiones y ella luego recordó aquellas circunstancias:
“Cuando yo vi que su crisis de adolescencia era muy fuerte, y cuando, en el último tiempo, vi su obsesión de aquella muchacha, llegué a decirle que aunque me dolía que fuese alemana y aunque nunca la había visto, él podía casarse con ella y traerla a este caserón vacío.
La respuesta de Yin-Yin fue que no pensaba casarse. Siguieron días de calma. Todo parecía solucionado”…
Seis meses después del suicidio de los Zweig, el 14 de agosto de 1943, el joven Yin-Yin se envenenó y en vano intentaron su recuperación: “no hubo servicio médico de Petrópolis que no se movilizara para intentar el rescate de su vida…
Todo fue inútil, La agonía duró la noche entera y en algún momento de lucidez Yin-Yin manifestó su arrepentimiento y su deseo de vivir. Pero ya era tarde.
El golpe fue espantoso para Gabriela. Le dio la noticia a su hermana Emelina en una carta que parecía un alarido de dolor. Años después, en Rapallo, le dijo a Matilde Ladrón de Guevara:
‘Hermana, después de aquella caída, nunca he vuelto bien a la tierra y sólo me quedó un alivio, a través de los años’.” [20]
Gabriela, acongojada, repetía:
“…Y no hay quien me haga comprender que ese niño que se levantaba a media noche por haberme oído respirar mal, se haya matado en estado normal sin que me lo hayan enloquecido con una droga cualquiera de las que abundan en los trópicos…”
“Y siguió insistiendo en que su niño no se había suicidado: ¡Me lo mataron! ¡Me lo mataron, hermana!
Y ese ¡Me lo mataron! lo fue repitiendo hasta el final de su vida.”
Desde esa maraña de enigmas y pesadumbre, el persistente eco de sus voces interiores generó su poema Luto:
En solo una noche brotó de mi pecho,
subió, creció el árbol de luto,
empujó los huesos, abrió las carnes,
su cogollo llegó a mi cabeza.
……………………………………………………….
En una pura noche se hizo mi luto
en el dédalo de mi cuerpo
y me cubrió este resuello
noche y humo que llaman luto
que me envuelve y que me ciega.
……………………………………………………….
En lo que dura una noche
cayó mi sol, se fue mi día,
y mi carne se hizo humareda
que corta un niño con la mano. [21]
…………………………………………………………………………………………………………………………
1945: Premio “Nobel”…
La Academia sueca durante el desarrollo de la segunda guerra mundial, en el lapso 1940-1944 decidió suspender el otorgamiento de los Premios Nobel.
En marzo de 1945, a Lucila Godoy Alcayaga le habían otorgado la Medalla José Enrique Varona “por su valor; dos meses después reeditaron Ternura.”
El 12 de abril de 1945 murió el presidente de los Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt, electo en 1936, 1941 y 1944.
El 17 de julio de ese año, los estadounidenses realizaron en el desierto de Nuevo Méjico el primer experimento con un arma de destrucción masiva accionada por la fisión nuclear, perfeccionada junto a los ingleses y tres semanas después, el 6 de agosto de 1945, en distintos continentes difundieron noticias acerca del bombardeo atómico en Hiroshima: 160.000 víctimas, entre muertos y heridos de extrema gravedad. El 9 de agosto, la segunda bomba atómica sobre Nagasaki y el 14 de ese mes, la rendición del gobierno japonés.
Tres meses después, la Academia sueca que ya había reanudado la entrega de sus premios, el 15 de noviembre de 1945 distinguió por primera vez a un autor hispanoamericano, a una mujer: la chilena Lucila Godoy más conocida como Gabriela Mistral… [22]
Ella le contó a su amiga Matilde Ladrón de Guevara cómo recibió esa noticia:
“Estaba sola en Petrópolis, en mi cuarto de hotel, escuchando en la radio las noticias de Palestina. Después de breve pausa en la emisora, se hizo el anuncio que me aturdió y que no esperaba. Caí de rodillas frente al crucifijo que siempre me acompaña y bañada en lágrimas oré: ¡Jesucristo, haz merecedora de tan alto lauro a ésta tu humilde hija!’
Y casi inmediatamente, Gabriela hizo esta aclaración con mucha seriedad:
‘Matilde, si no fuera por la traducción maestra que hizo de mi obra el escritor sueco, puliendo mi técnica, y con ello, mejorando mis poemas, tal vez jamás me habrían favorecido con el gran premio. Créalo, hermana’.”
Emoción creciente…
El escritor Manuel Mujica Láinez participó en la ceremonia de entrega de los Premios “Nobel” de 1945, como enviado especial del diario “La Nación” de Buenos Aires. Durante un diálogo con la escritora chilena tras desembarcar en Göteborg, “la notó muy cansada… pensó que era la emoción del premio la que contribuía a hundir sus rasgos, a tornar más vagos aún sus ojos clarísimos.”
Fue en ese momento cuando ella dijo:
“Evidentemente, lo que Suecia deseaba es que la alta recompensa recayera en la América del Sur. Otros hubo que pudieron recibirla con tantos o más méritos que yo…
Si a alguno creo celebrar es a esa multitud de niños de ayer que son los hombres de hoy que en todo el continente me conocieron y me quisieron, porque yo los conocí y los quise”.
Ceremonia y discursos…
Sabido era que la ceremonia de entrega de premios debía realizarse el lunes 10 de diciembre de 1945 a las 17, “en el Concert Hall, Palacio de los Conciertos, de Estocolmo. Asistirían al acto más de tres mil invitados, entre los que se contaban los miembros de la familia real, los del cuerpo diplomático, el primer ministro sueco y muchas otras personalidades. El rey Gustavo V haría entrega de los premios”.
La escritora Marta Samatán destacó que “Mujica Láinez nos ha dejado una viva descripción de esa ceremonia. A las 17 en punto el rey Gustavo V entró al Palacio de los Conciertos acompañado por su familia. Los premiados fueron apareciendo en el proscenio precedidos por el anuncio metálico de los clarines. La escritora chilena llegó del brazo del secretario de la Academia de Letras. Entre los que habían merecido ese galardón se encontraban Fleming, Chain y Florey a quienes debemos la penicilina”.
(Es oportuno nombrar a Alexander Fleming, inglés; Ernst Boris Chain, inglés y estadounidense y Howard W. Florey, inglés distinguidos con el Premio Nobel de Medicina y Fisiología…) [23]
“Se ejecutó el himno sueco, se escuchó un breve discurso del presidente de a Fundación y luego se procedió a presentar a los premiados. A medida que éstos eran proclamados, descendían del estrado y recibían de manos del rey el diploma y la medalla. El monarca pronunciaba unas palabras y los aplausos se oían en la sala.
Cuando le tocó el turno a Gabriela Mistral, los aplausos se hicieron más intensos. Era el primer escritor hispanoamericano que recibí el premio y la quinta mujer a quien se otorgaba esa recompensa.” [24]
Hjalmar Gulldberg -quien en 1939 había traducido algunos de sus poemas- cumplió con su misión de presentarla y terminado ese discurso, le emocionada chilena “se dispuso para recibir el premio Mujica Láinez comenta: ‘¡Con qué señorío calmo bajó los escalones ella, a quien yo había visto poco antes tan inquieta! ¡Qué apropiada justeza hubo en su leve inclinación delante del rey y en el lento movimiento de la mano con que agradeció la ovación del público!’.
Esa noche debía servirse el gran banquee de honor para 610 cubiertos en el Palacio del Ayuntamiento. Los premiados fueron presentados al príncipe heredero, que iba a presidir la fiesta, y él condujo del brazo a Gabriela Mistral hasta el asiento que le correspondía, a su derecha.
Luego de un discurso en inglés, resumiendo el elogio de los laureados, éstos hablaron por turno, cada uno en su propio idioma y no más de cinco o seis minutos. Éstos fueron los conceptos de Gabriela:
‘Suecia hoy se vuelve hacia las lejanas Américas de habla española, para honrar a una de sus muchas obreras en el campo intelectual. El espíritu universalista de Alfredo Nobel estaría bien contento al incluir dentro del círculo de sus esfuerzos, para proteger la esfera cultural de la vida, al hemisferio sur, tan poco y tan mal conocido. Como hija de la democracia chilena, estoy profundamente conmovida cuando veo ante mí tal espléndida demostración de las tradiciones democráticas de Suecia, cuya originalidad consiste en rejuvenecer las creaciones sociales más valiosas, en la acepción del presente y anticipación, del futuro, que sostienen a Suecia y honran a Europa y significan un ejemplo maravilloso para el continente americano”.
“Hija de un país nuevo, saludo a Suecia en su espíritu emprendedor. Por ella he sido ayudada más de una vez. Me refiero a sus hombres de ciencia, que enriquecen la vida material y espiritual de la nación. Recuerdo a sus profesores y maestros de escuelas que me mostraron sus escuelas maravillosas, y contemplo con verdadero amor a otros representantes de la nación sueca, a su población rural, sus artesanos y obreros”.
“Por una circunstancia afortunada que sobrepasa mi comprensión, soy en este momento la voz directa de los poetas de mi raza y la voz indirecta de los dos nobles idiomas, el castellano y el portugués. Ambos se sienten felices por haber sido invitados a sentarse por un momento entre la raza nórdica ayudados por el espíritu de su folklore y de su poesía milenaria’. [25]
Y Manuel Mujica Láinez nos cuenta al final: ‘Cuando me encontré con Gabriela Mistral, vi que sus ojos brillaban de lágrimas retenidas, y con el solo título, en este caso sobrado, de ser un argentino que la conoció hace años y que volvía a encontrarla por gracia de la casualidad den este país hospitalario, pero tan distinto, tan remoto de todo lo nuestro, la abracé y le dije: ‘Señora, considere usted que es el abrazo de nuestra América’.” [26]
En aquella ceremonia también estuvo Enrique Gajardo Villarroel, ministro de Chile en Suecia, quien rememoró aquellos hechos en 1967 al pronunciar conferencias en las ciudades de Santiago y de Valparaíso, sobre El día que Gabriela Mistral recibió el Premio Nobel. Recordó que “fue la tercera en ser llamada: [27]
‘Acto seguido, Gabriela Mistral se levantó de su asiento y, lentamente, con esa majestad de sacerdotisa antigua, atravesó el proscenio y ascendió la pequeña escalera para ir a presencia del rey. Todo el teatro se puso de pie. Resonaron las trompetas, llenado el ambiente de dulces armonías.’
‘El rey saludó con mucho afecto a Gabriela, cuyo rostro se iluminó con esa suave sonrisa, que encantaba a los que la conocían. Sus ojos brillaban con una mirada afable y humilde, como si no fuera para ella el premio que en esos momentos se le entregaba’.
‘Mi emoción fue intensa. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y sentí que mis ojos se humedecían. Veía frente al anciano monarca a Lucila Godoy Alcayaga. La pobre profesora rural de los pequeñuelos del Valle de Elqui. La campesina, la mestiza aimará que por su talento, sus virtudes, su exquisita sensibilidad, recibía el más alto galardón a que puede aspirar un escritor. Veía, también, a una chilena, genuina representante de nuestro pueblo, de nuestra raza’.” [28]
Marta Samatán ha destacado:
“Un mes permaneció Gabriela Mistral en Suecia, gozando de la cordial hospitalidad nórdica. Luego se dispuso a cumplir los compromisos contraídos con algunos países europeos”.
“Mientras tanto su presencia era solicitada por distintos países europeos. Había especial insistencia de parte de Inglaterra, Italia y Francia. Alguien lanzó la noticia de que Franco la había invitado. La misma Gabriela la desmintió, añadiendo que si esa invitación se hubiera producido, ella la habría declinado.
Estando en Suecia se enteró de que su gobierno le ofrecía un traslado a California, a Los Ángeles. Lo aceptó complacida.” [29]
“Toda América se asoció a su júbilo”.
“La escritora, realmente, se había convertido en la americana cabal. Con toda razón decía Victoria Ocampo que ‘oír hablar a Gabriela de su Continente es oír florecer una rama -si ese festín estuviese destinado al oído-cuando el sol se apoya en ella con todas su fuerzas”. [30]
Dolor y agónico desenlace…
Dos años después de recibir el Premio Nobel de Literatura, “el 27 de marzo de 1947, murió Emelina Molina de Barraza en La Serena, la maestra rural. ‘La loca de caridad’ la llamaba Gabriela, añadiendo: ‘Era en verdad, una vieja mujer un poco santa’. Era la única familia que le quedaba”…
Diez años después, en el cuerpo de Lucila Godoy el cáncer de páncreas aceleraba otro desenlace en la habitación 220 del cuarto piso del Hospital de Hempstead, Long Island, Estados Unidos.
Llegaron a dialogar con ella sus amigos Victoria Ocampo, Jacques Maritain y Germán Arciniegas. Después de siete días de agonía, murió el 10 de enero de 1957.
Victoria rememoró aquellas circunstancias:
“Ausente, me miraba con su mirar verde el fantasma de Gabriela”… [31]
Dispusieron el traslado a Chile después del velatorio y las honras fúnebres en la Catedral de San Patricio. El 18 de enero le rindieron honores funcionarios del gobierno y el pueblo congregado en las calles, “no quedó círculo artístico o intelectual que no hubiera mandado delegados. Al paso del cortejo formaron tropas de la Fuerza Aérea, oyéndose los acordes de la marcha fúnebre de Chopin. El gobierno había dispuesto que se le rindieran honores de general de división, decretando tres días de duelo nacional y manteniendo la bandera a media asta.
Los restos fueron velados en el salón de honor de la Universidad de Chile. Desfilaron miles y miles de personas, desde las más encumbradas hasta las más humildes, desde el presidente de la República hasta el último ‘roto’.
Del mundo entero llegaban mensajes compartiendo el dolor de Chile. No hubo lugar de América donde no se le rindiera homenaje.
El sepelio se realizó el 21 de enero. Ese día Chile vivió sólo para honrar a su escritora. La columna salió de la Universidad al compás de la marcha fúnebre de la Sinfonía Heroica, digiriéndose a la Catedral donde se celebró un oficio religioso a cargo del cardenal José María Caro. Luego el cortejo tomó el camino del cementerio”… [32]
Destacó su amiga Marta Samatán: “Pero el mayor homenaje que se le debía a Gabriela Mistral era el cumplimiento de la cláusula novena de su testamento: ‘Es mi voluntad que mi cuerpo sea enterrado en mi amado Monegrande, Valle de Elqui, Chile’.
El 23 de marzo de 1960 se cumplió ese deseo y la tumba de Lucila Godoy Alcayaga quedó emplazada sobre una colina que domina las casas de la aldea:
No me lloren, no me busquen
en cementerio perdido
ni cuando cae la nieve
ni travesea el granizo.
Vendré olvidada o amada,
tal como Dios me hizo,
como una fruta cogida
que vuelve dulce la marcha
y me inventa compañía.
Mi madre va, va conmigo
ni olvidada ni rendida. [33]
…………………………………………………………………………………………………………………………
Del legado de Lucila…
Lucila Godoy Alcayaga había expresado:
“Yo escribo sobre mis rodillas y la mesa escritorio nunca me sirvió para nada, ni en Chile, ni en Lisboa”.
“Escribo de mañana o de noche, y la tarde no me ha dado nunca inspiración, sin que yo entienda la razón de su esterilidad o de su mala gana para mí”.
Algo más sabemos tras esa lectura: que no habrá sido a la tarde cuando Lucila empezaba a escribir…
Con tal que duermas
La rosa colorada
Cogida ayer;
el fuego y la canela
que llaman clave;
el pan horneado
de anís con miel;
y el pez de la redoma
que la hace arder:
todito tuyo,
hijito de mujer,
con tal que quieras
dormirte de una vez.
La rosa, digo;
digo el clavel.
La fruta, digo,
y digo que la miel;
y el pez de luces
y más y más también,
¡con tal que duermas
hasta el amanecer!
Hallazgo
Me encontré a este niño
cuando al campo iba:
dormido lo he hallado
en unas espigas…
O tal vez ha sido
cruzando la viña:
buscando los pámpanos
topé su mejilla…
Y por eso temo,
al quedar dormida
se evapore como
la helada en las viñas…
¿En dónde tejemos la ronda?
¿En dónde tejemos la ronda?
¿La hacemos a orillas del mar?
El mar danzará con mil olas,
haciendo una trenza de azahar.
¿La haremos al pie de los montes?
El monte nos va a contestar.
¡Será cual si todas quisiesen,
las piedras del mundo, cantar!
¿La haremos, mejor, en el bosque?
La voz y la voz va a trenzar,
y cantos de niños y de aves
se irán en el viento a besar.
¡Haremos la ronda infinita!
¡La iremos al bosque a trenzar,
la haremos al pie de los montes
y en todas las playas del mar!
Ronda de los colores
Azul loco y verde loco
del lino en rama y en flor.
Mareando de oleadas
baila el lindo azulcador.
Cuando el azul se deshoja,
sigue el verde danzador:
verde-trébol, verde-oliva
y el gayo verde limón.
¡Vaya hermosura!
¡Vaya el Color!
Rojo manso y rojo bravo
-rosa y clavel reventón-.
Cuando los verdes se rinden,
él salta como un campeón.
Bailan uno tras el otro,
no se sabe cuál mejor,
y los rojos bailan tanto
que se queman en su ardor.
¡Vaya locura!
¡Vaya el Color!
El amarillo se viene
grande y lleno de fervor,
y le abren paso todos
como viendo a Agamenón.
A lo humano y lo divino
baila el santo resplandor:
aromos gajos dorados
y el azafrán volador.
¡Vaya delirio!
¡Vaya el Color!
Y por fin se van siguiendo
al pavo-real del sol,
que los recoge y los lleva
como un padre o un ladrón.
Mano a mano con nosotros
Todos eran, ya no son:
¡El cuento del mundo muere
al morir el Contador!
Gayo: alegre, hermoso.
Agamenón: Rey legendario de Micenas,
el príncipe más poderoso de Grecia,
a quien se le confió el mando
de la expedición contra Troya.
La manca
Que mi dedito lo cogió una almeja,
y que la almeja se cayó en la arena,
y que la arena se la tragó el mar.
Y que de la mar la pescó un ballenero,
y el ballenero llegó a Gibraltar;
y que en Gibraltar cantan pescadores:
-“Novedad de tierra sacamos del mar,
novedad de un dedito de niña.
¡La que esté manca lo venga a buscar!”
Que me den un barco para ir a traerlo,
y para el barco me den capitán,
para el capitán que me den soldada,
y que por soldada pide la ciudad:
Marsella, con torres y plazas y barcos,
de todo el mundo la mejor ciudad.
que no será tan hermosa como una niñita
a la que robó su dedito el mar,
y los balleneros en pregones cantan,
y están esperando sobre Gibraltar.
La pajita
Ésta que era una niña de cera,
pero no era una niña de cera;
era una gavilla parada en la era.
Pero no era una gavilla,
Sino una flor tiesa de la maravilla.
Tampoco era la flor, sino que era
un rayito de sol pegado en la vidriera.
No era un rayito de sol siquiera,
una pajita dentro de unos ojitos era…
¡Alléguense a mirar cómo he perdido entera,
en este lagrimón, mi fiesta verdadera.
“En Chile llamamos ‘flor de la maravilla’,
al girasol. (Nota de la autora).
El aire
Esto que pasa y que se queda,
esto es el Aire, esto es el Aire,
que sin boca que tú le veas
te toma y besa, padre amante.
¡Ay! le rompemos sin romperle;
herido vuela sin quejarse,
y parece que a todos lleva,
y a todos deja, por bueno, el Aire…
Canto de los segadores argentinos
Columpiamos el santo
perfil del pan,
voleando la espiga
de Canaán!
Los brazos segadores
se vienen y se van.
¡La tierra argentina
tiembla de pan!
A pan segado huele
el pecho del jayán
a pan su padrenuestro,
su sangre a pan.
Alcanza a la cintura
el trigo capitán.
Los brazos segadores
los lame el pan.
¡El silbo de las hoces
es único refrán,
y el fuego de las hoces
no quema al pan!
Matamos a la muerte
que baja en gavilán,
braceando y cantando
la ola del pan.
(Jayán: persona de gran estatura,
robusta, con mucha fuerza.)
De “Ternura” – Buenos Aires, 1945.
Editorial “Espasa- Calpe”.
Colección “Austral” Nº 503.
(Selección de Delia Travadelo.
“Júbilo del canto”. Edit. Castellví, 1954.
Santa Fe de la Vera Cruz
República Argentina.
Caperucita Roja
“Caperucita Roja visitará a la abuela que en el poblado próximo postra un extraño mal.
Caperucita Roja, la de los rizos rubios, tiene el corazoncito tierno como un panal.
A las primeras luces ya se ha puesto en camino y va cruzando el bosque con un pasito audaz.
Le sale al paso Ámese Lobo, de ojos diabólicos:
‘-Caperucita Roja, cuéntame a dónde vas’.
Caperucita es cándida como los lirios blancos.
‘-Abuelita ha enfermado. Le llevo aquí un pastel y un pucherito suave, que deslíe manteca.
¿Sabes del pueblo próximo? Vive a la entrada de él’.
Y después, por el bosque discurriendo encantada, recoge bayas rojas, corta ramas en flor y se enamora de unas mariposas pintadas que le hacen olvidarse del viaje del traidor…
El Lobo fabuloso de blanqueados dientes, ha pasado ya el bosque, el molino, el alcor, y golpea en la plácida puerta de la abuelita que le abre. (A la niña ha anunciado el traidor).
Ha tres días el pérfido no sabe de bocado.
¡Pobre abuelita inválida, quién la va a defender!
…Se la comió sonriendo, sabia y pausadamente y se ha puesto enseguida sus ropas de mujer.
Tocan dedos menudos a la entornada puerta.
De la arrugada cama dice el Lobo:
‘-¿Quién va?’.
La voz es ronca. ‘-Pero la abuelita está enferma’, la niña ingenua explica.
‘-De parte de mamá’.
Caperucita ha entrado olorosa de bayas.
Le tiemblan en la mano gajos de salvia en flor.
‘Deja los pastelitos, ven a entibiarme el lecho’.
Caperucita cede al reclamo de amor.
De entre la cofia salen las orejas monstruosas.
‘¿Por qué tan largas?’, dice la niña con candor.
Y el velludo engañoso, abrazado a la niña:
‘¿Para qué son tan largas? Para oírte mejor’.
El cuerpecito rosa le dilata los ojos.
El terror en la niña los dilata también.
‘-Abuelita, decidme: ¿por qué esos grandes ojos?’
‘-Corazoncito mío, para mirarte bien…’
Y el viejo Lobo ríe, y entre la boca negra tienen los dientes blancos un terrible fulgor.
‘-Abuelita, decidme: ¿por qué esos grandes dientes?’
‘-Corazoncito, para devorarte mejor…’
Ha arrollado la bestia, bajo sus pelos ásperos, el cuerpecito trémulo, suave como un vellón; y ha molido las carnes, y ha molido los huesos, y ha exprimido como una cereza el corazón…” [34]
Tras las señales de Marta Elena…
Marta Elena, segunda hija de la criolla chilena María Isolina Madariaga y del inmigrante francés Urbano Samatán, nació el 2 de diciembre de 1901 en Vicuña, provincia de Coquimbo en la República de Chile. [35]
Cuatro años después, el ingeniero Samatán siendo técnico en el Ferrocarril Francés, se instaló con su familia en el Barrio Candioti de la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz, en la República Argentina.
Desde la adolescencia, Marta Elena se destacó como tensita y nadadora. En 1918, recibió el título de Maestra Normal y “ejerció la docencia en una escuela céntrica y al producirse la huelga docente de 1921 se enroló en las filas de protesta, oportunidad en que pierde el cargo”…
1921: insoslayable huelga de maestros santafesinos…
Acerca de aquella huelga, es oportuno tener en cuenta lo expresado por el ingeniero Elías Díaz Molano: [36]
“…me parece oportuno evocar ligeramente las características que tuvo la huelga de 1921, en circunstancias en que Raimundo J. Peña presidía, en Santa Fe, la Asociación el Magisterio. Gobernaba entonces la provincia el Dr. Enrique M. Mosca y a los maestros se les adeudaba 14 meses de sueldo, atraso que había ido acrecentándose durante el gobierno anterior. Se buscaron soluciones pero el mandatario no tuvo éxito, por no contar con el apoyo legislativo. Las cámaras no formaban quórum; en consecuencia, el presupuesto, donde se incluían soluciones, no entraba en consideración.
Peña era entonces director de la escuela J. J. Paso y había sido maestro de varias, e incluso vicedirector de la Escuela Rivadavia.
En 1921, siendo ministro el Dr. Agustín Araya, el presidente del Consejo General de Educación José Amavet apoyaba la demanda de los maestros y el gobernador Mosca decidió aceptarles la renuncia. El 21 de abril asumió en el ministerio el Dr. Mateo Quijano y en la presidencia del Consejo don Vicente Palma, persona no aceptada por los maestros.
“La Federación del Magisterio dio un plazo extremo para que los haberes atrasados se abonaran: el 15 de mayo. Caso contrario, los docentes interrumpirían su labor. El 14 de mayo las cosas se agravaron. El gobierno dispuso clausurar las escuelas, declarando en comisión al personal, para proceder a su reorganización.
En tales circunstancias, Peña se entrevistó con el gobernador intentando encontrar soluciones y tres días después, el 17 de mayo se realizó una Asamblea presidida por él.
Durante esa convulsionada semana de mayo, el desenlace fue la comunicación de las cesantías y entre los primeros incluyeron a Raimundo Peña y su esposa Justina Pérez.
Según Marta Samatán, que la trató y fue su amiga, Justina poseía “las mejores cualidades de la raza ibérica, era valiente y decidida”.
El 20 de mayo se realizó otra asamblea de maestros y en vano Peña intentó convencer a los maestros acerca de la voluntad conciliadora del gobernador.
Destacó el ingeniero Díaz Molano en su crónica:
“…Pasaron varias semanas y a don Raimundo Peña le ofrecieron un puesto administrativo, muy bien rentado, que no aceptó, pues deseaba volver a su escuela muy bien rentado, al fin, enferma y muere ese mismo año, el 26 de octubre con sólo 39 años de edad. /…/ No interesa señalar la dolencia física que lo afectó tan gravemente, como el dolor espiritual que afectó su alma, esto fue más decisivo.
El ‘Santa Fe’ le dedicó al día siguiente de su desaparición una sentida nota que comenzaba así: ‘En plena vida, como un roble destrozado por un rayo, ha caído Raimundo J. Peña, el maestro bueno, el maestro noble, el criollo caballeresco y digno, el de las arrogancias argentinas, pese a su exterior modestísimo.
La deuda de los haberes a los maestros fue saldada ese mismo año, pero al siguiente se reanudaron los atrasos. Por otro lado, el 31 de diciembre había informado el ‘Santa Fe’ lo siguiente: ‘Se acaba de pagar a la administración; el 29 cobró la gobernación, hoy los ministerios. ¿Y los maestros, cuándo? ¿Cómo pasarán el año nuevo?”
No ha sido por casualidad que el ingeniero Díaz Molano, en su nota difundida desde el litoral a principios de abril de 1987, haya necesitado expresar:
“Al examinar lo que ocurre hoy con los docentes, no sólo de Santa Fe sino de todo el país, considero que las cosas no han cambiado mucho. Los maestros, para nuestros gobiernos, radicales o peronistas, siguen siendo -perdóneseme- ‘el último orejón del tarro’.” [37]
Regreso al aula…
Marta Elena Samatán fue una de las tantas maestras que después retornó al aula para continuar con su fecunda siembra, ya no en la “escuela céntrica” porque la reincorporaron destinándola a “una humilde escuelita del barrio Piquete (Las Flores), de cuya experiencia nació su primer libro de poesías Cantos de la vida diaria publicado en 1930.”
En 1927 obtuvo el título de Abogada en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional del Litoral, fue una de las primeras egresadas y no ejerció esa profesión.
Ejerció la docencia en la Escuela “Mariano Moreno” de barrio Candioti, su barrio, hasta decidió su retiro en 1939.
Logró organizar un movimiento con el propósito de defender los derechos de la mujer, constituyéndose así la filial Santa Fe de la Unión Argentina de Mujeres que presidía Victoria Ocampo en Buenos Aires. En ese tiempo, escribió una anota que fue publicada en la revista Sur y luego en la revista internacional bilingüe “Humboldt” editada en la República Federal Alemana.
Seleccionada por concurso, ejerció como traductora en la citada Facultad hasta su cesantía por razones políticas. Trabajó como traductora en una editorial de Buenos Aires y tras el movimiento cívico militar del 16 de septiembre de 1955 fue designada Interventora en al Biblioteca de la citada Universidad, luego fue Directora interina. En el lapso 1959-1966 ejerció la dirección -interina- en el Departamento de Extensión Universitaria y fue directora fundadora del Departamento de Pedagogía Universitaria, retirándose definitivamente en 1966.
En 1965, publicó su libro Autodidactos que incluye como primera figura al maestro sanjuanino que “ya tenía sus letras cuando fue inscrito como alumno de la escuela” nombrada Escuela de la Patria -de enseñanza primaria-, inaugurada el 22 de abril de 1816 por el gobernador Dr. José Ignacio de la Roza, teniendo en cuenta una solicitud de su amigo el general José de San Martín, “establecimiento que fue confiado al maestro Ignacio Fermín Rodríguez”.
Destacó Marta Samatán: “Él mismo cuenta que a los cuatro años empezó a enseñarle a leer su tío don José Manuel Eufrasio de Quiroga Sarmiento, más tarde obispo de Cuyo. A los cinco años leía de corrido y su padre hacía que se ejercitase diariamente en voz alta, velando por su aprendizaje. ‘Debí pues, a mi padre –dirá en sus Recuerdos de Provincia– la afición a la lectura que ha hecho la ocupación constante de una buena parte de mi vida, y si no pudo darme educación por su pobreza, diome, en cambio, por aquella solicitud paterna, el instrumento poderoso con que yo por mi propio esfuerzo suplí a todo, llenando el más constante, el más ferviente de sus votos.”
La doctora Marta Elena Samatán, integrante de la ASDE (asociación santafesina de escritores fundada el 24 de octubre de 1955), ejerció la presidencia desde 1969 a 1975.
En 1976, la Asociación Santafesina de Escritores le otorgó el “Premio a la Labor Literaria” por el conjunto de su obra.
Cercano su octogésimo aniversario, en 1981, recibió el Primer Premio de la Asociación de Mujeres de Negocios y Profesionales “Alfonsina Storni”, compartido con la doctora Sara Faisal, abogada y destacada educadora santafesina.
Falleció en la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz, el 27 de julio de 1981.
Edgardo Pesante meses después, refiriéndose a su novela “Ocaso”, en la hoja suelta entregada con esa edición, destacó que fue escrita “en el lustro que va de 1955 a 1960… se desarrolla en Santa Fe, en la primera mitad de nuestro siglo. Los amigos y admiradores de Marta Elena Samatán proyectaron su edición en vida de la autora, para celebrar sus ochenta años. El propósito se cumple como digno homenaje, pues la obra es reducto que vence al tiempo”.
Meses después, la Asociación Argentina de Lectura -Filial Santa Fe-, presidida por María del Carmen Villaverde de Nessier, anunció el homenaje que se realizaría el 5 de julio de 1982.
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Títulos de algunos libros editados…
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- 1930: “Cantos de la vida diaria” – Poemas.
- 1934: “Evocación familiar”.
- 1939: “Campana y horarios” – Relatos.
- 1957: “La obra educacional de Manuel Belgrano”.
- 1965: “Autodidactos”.
- 1966: “Penumbra” – Novela.
- 1967: “Por tierras de Elqui”.
- 1969: “Gabriela Mistral, campesina del valle de Elqui”.
- 1972: Dos cuentos integran la edición “Orilla a Orilla” (Colmegna, Santa Fe de la Vera Cruz).
- 1973: “Los días y los años de Gabriela Mistral”.
- 1975: “Herminia Brumana, la rebelde”.
- 1981: “Ocaso” – Edición homenaje.
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Aproximación a su “Ocaso”…
El 9 de diciembre de l981, en la legendaria editorial Colmegna donde era gerente Néstor Lammertyn y Vilma Antolí corregía las páginas antes de la impresión, terminaron la edición de su libro Ocaso y es oportuno reiterar lo escrito por Marta Samatán en torno a las costumbres en las primeras cinco décadas del siglo veinte:
“…Un día de primavera se produjo un acontecimiento que arrinconó a los otros problemas. A don Alejo le dio un derrame mientras conversaba con don Telésforo Luna. Quedó paralítico del lado derecho y casi sin habla. Así sobrevivió durante cuatro meses para mal de los suyos. Murió en el mes de enero, un día de 39 grados a la sombra. Por la noche estalló una terrible tormenta con truenos, relámpagos y lluvias torrenciales. Todas las goteras de la vieja casona entraron en acción.
Doña Bernabela comunicó de inmediato a los suyos que se cumplirían al pie de la letra las disposiciones no escritas que reglamentaban los lutos desde tiempo inmemorial. Las mujeres se encerraron y cuando salían por obligación a la calle lo hacían cargadas de crespones. Dentro de la casa no podía oírse ni acordes de guitarra ni cantos de ninguna clase. Ese encierro debía durar dos años o casi. Por las tardes llegaban las viejas amigas de la casa para acompañar a las cautivas y hacerles más llevadera la vida de reclusión. Era un deber de mutua asistencia que se cumplía con riguroso precepto.
Para los varones, por supuesto, las reglas se tornaban sumamente elásticas. Las mujeres eran las únicas abrumadas por los duelos familiares”. p. 79
“…Para Maruja el encierro no significaba gran cosa. Sus idas a la escuela bastaban para distraerla. Por las tardes se absorbía en sus quehaceres escolares. Tres veces por semana atendía a su novio”… p. 81
(“…Nunca vi relaciones de una monotonía más desesperante. Leonardo la visitaba tres veces por semana: martes, jueves y sábado después de cenar, de nueve a once. Era de una puntualidad ridícula. Maruja lo recibía en el comedor grande. Los novios se instalaban en uno de los extremos de la larga mesa y en el otro doña Bernabela o Matilde disponían sus costuras para hacer acto de presencia, como era de rigor en esa época”…) p. 74
Beatriz, en cambio, no podía soportar esa vida. La perspectiva de ese largo confinamiento la había enfurecido. A pesar de la compañía que la rodeaba todas las tardes (la mayoría de las visitas eran para ella), pasaba horas y horas sumergida en hosco enfurrunamiento. (sic) Perdió su gracia para los chistes y todas sus respuestas iban cargadas de insoportable acritud. Se había tornado inaguantable.
Para disipar su mal humor, Beatriz buscaba todos los posibles motivos de salida. En compañía de Estela Meneses (otra desocupada como ella) casi no había atardecer en que no fueran a la iglesia, a alguna novena, a la bendición, a un trisagio. También iba con frecuencia al cementerio, pero entonces doña Benabela exigía que la acompañara una de las tías.
En su desesperación por evadirse de la casa, cuyo encierro le pesaba como verdadera pena de presidio, Beatriz Llegaba a regocijarse íntimamente cuando moría laguna persona conocida porque era el mejor pretexto para ver gente, mucha gente, sin causar escándalo (a pesar de las ebulliciones de su temperamento no se atrevía a romper lanzas con la opinión pública. Eso lo hizo después). Estela Meneses era la que solía llegar con la noticia fúnebre y Beatriz inmediatamente iniciaba sus aprontes para concurrir a la casa mortuoria, así la persona difunta hubiera sido sólo una relación superficial (siempre que fuera del barrio, se entiende, pues en aquellos años las relaciones de vecindad eran muy tenidas en cuenta y la gente se interesaba por la vida y la muerte de los que moraban a su alrededor).
Tanto Estela como Beatriz alargaban sus condolencias todo lo que podían y, si era factible, si encontraban agradable y amena la compañía, se quedaban la noche entera con el propósito confesado de consolar a los deudos y el no confesado de entretenerse un poco y cortar la monotonía de los días de reclusión.
Beatriz rehuía, eso sí, los rosarios y las oraciones de difuntos a que tan aficionada eran las viejas del barrio. Aunque a veces no había más remedio que emprenderla con un padrenuestro y avemarías. Pero mientras sus labios murmuraban mecánicamente las palabras, sus ojos miraban de soslayo y buscaban algún motivo de esparcimiento”… p. 81-82.
No fue por casualidad que Marta Samatán en el penúltimo capítulo de su novela Ocaso haya sentido el impulso de escribir:
“Llegó junio de 1943. Fueron momentos de angustia porque veíamos al nazismo que se nos echaba encima con todo su desprecio por los valores humanos. La derrota de Hitler nos fue trayendo un poco de alivio. No duró mucho El remolino de los acontecimientos nos fue arrastrando hasta hacernos caer en los brazos del peronismo, un totalitarismo que se arropaba en demagógicos palabreríos y gestos a lo Mussolini.
Todos estos sucesos repercutían en mí profundamente. Me exaltaban o me deprimían. A Maruja la dejaban indiferente. Hasta se asombraba de mi preocupación por ellos.
Me costaba mantener una conversación con una persona que no hacía más que dejarse vivir, ajena a todo lo que ocurría en el mundo. Me apenaba encontrarla cada vez más hundida en su pasado. /…/ Mis visitas se hacían cada vez más breves y ocurrían cada vez más de tarde en tarde”… p. 104-105
Tampoco fue por casualidad que en los dos primeros párrafos del primer capítulo de su Ocaso, Marta Elena Samatán necesitara expresar:
“Cuando estalló la revolución, en septiembre de 1955, mi primer pensamiento fue para Beatriz Velásquez Alcaraz. La había tenido presente en tantas oportunidades durante los últimos meses que me era imposible no recordarla en esas circunstancias. Hacía tiempo que no mantenía ninguna clase de relación con ella y no la veía desde la muerte de Maruja, pero a la fuerza hube de enterarme de su importancia política ya que su nombre figuraba a diario en la prensa de todo el país. Y también su fotografía. Tenía que ser muy sólida su posición dentro del peronismo para que no le mezquinaran la propaganda. Es cierto que Eva Perón ya no existía y nadie la había reemplazado en la dictadura absoluta que ella ejercía sobre sus huestes, especialmente para impedir que otra se destacara, atreviéndose a echar alguna sombra, aunque fuera levísima, sobre la indiscutible posición de conductora que ella se había arrogado.
La carrera política de Beatriz había comenzado unos cuatro años atrás, a mediados de 1951. Primero apareció en los actos públicos importantes, codeándose con los grandes del momento, Después se puso a actuar abiertamente y no tardó en ser elegida diputada por la provincia de Santa Fe. Se convirtió en personaje, con despacho y secretarias. Para hablar con ella había que solicitar audiencia y hacer amansadora.” p. 7 /…/
“Con su familia fue generosa. Hizo nombrar a sus hermanos en cargos bien remunerados y sin mayores obligaciones, menos a José Luis, que estaba hecho un borracho perdido. Pero a éste lo hizo jubilar. No sé cómo se las arregló para eso ni de donde salieron los años de servicios. Pero el caso es que el hombre se jubiló.
La que nunca se le arrimó para nada fue Etelvina Ruiz. No la volvió a ver. Vivió penosamente de su magra jubilación, haciendo prodigios de equilibrio con los pesos para llegar a fin de mes. Pero se mantuvo firme en su contrerismo y murió sin dar su brazo a torcer.
Sólo leí uno de los discursos de Beatriz como diputada, su panegírico de Eva Perón en vísperas de su muerte. Era una especie de himno apoteótico en donde se la comparaba a Isabel la Católica, a Juana de Arco y a Catalina la Grande. Aquello era un torrente descontrolado de adjetivos laudatorios desparramados sin ton ni son. Claro que Beatriz no había escrito una sola palabra de esa brillante pieza oratoria (entiendo que existía algo así como un equipo especial encargado de confeccionar los discursos, para velar, sin duda, por la pureza de la ‘doctrina’). A Beatriz le bastaba poner la voz y los gestos para dar énfasis a cualquier galimatías. Siempre se destacó por la elocuencia de su mímica y los matices dramáticos de su entonación”. p. 8-9 /…/
“Era indudable que tenía arrastre personal y ya se perfilaba como candidata segura a una senaduría nacional cuando se produjo la caída del régimen.
Muchos habían llegado a pensar que un nuevo lustre renovaba los viejos apellidos y que los antiguos pergaminos volvían a adquirir prestigio. Por lo visto, no fue más que un esplendor efímero. Las sombras envolvieron otra vez a la familia y poco a poco el olvido se echó sobre ella como pesada lápida. Los Velásquez Alcaraz prosiguieron resignadamente su marcha hacia el ocaso.
Pensé que para Beatriz ese derrumbe iba a resultar trágico.” p. 9-10
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Lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.
Jueves, 27 de julio de 2006 – Hora 19:43:14
[1] Marta Elena Samatán, ejerció la docencia primaria desde 1919 a 1939 y participó activamente en la defensa de los derechos de los maestros. Terminados los estudios de Abogacía “intervino en la dirección de la biblioteca de la universidad del Litoral, al frente de la dirección de extensión universitaria y en la organización del departamento de pedagogía universitaria. Trabajó a favor dela escuela nueva y de la renovación del magisterio”. Desde su infancia estuvo vinculada a Lucila Godoy, más conocida como Gabriela Mistral. Títulos de algunos libros editados: “Cantos de la vida diaria”; “Educación familiar”; “Campana y horario”; “La obra educacional de Manuel Belgrano”; “Penumbra”, novela (1966); “Por tierras de Elqui” 1967. Tengo a la vista el libro comprado en “Inmaculada Concepción – Librería y Editorial – Mayoristas – Irigoyen Freyre 2797 3000 Santa Fe Rep. Argentina”, sello colocado en la primera página. Seleccionado en la sección libros “usados”, en la primera página esta fecha manuscrita: 31 de marzo 1975. En la tercera, anteportada: Impreso “Biblioteca Cajica de Cultura Universal / 124”. Manuscrito: “Para Domingo Buonocore, con toda simpatía. Marta E. Samatán.” Pie de página: “Los días y los años de / Gabriela Mistral” y en vertical sobre esa escritura, el sello de la “Inmaculada Concepción…” Edición de 2.000 ejemplares, a la vista el Nº 0921.
[2] Samatán, Marta. Los días y los años de Gabriela Mistral. Puebla (México), editorial José M. Cajica Jr.SA, 1973, p. 15. / La autora anotó: (1) Para más datos sobre Elqui, ver Marta Elena Samatán, Por tierras de Elqui, Instituto Amigos del Libro Argentino, Buenos Aires, 1967. (2) Para más detalles sobre los primeros años de la escritora ver: Marta Elena Samatán, Gabriela Mistral, campesina del valle de Elqui, Instituto Amigos del Libro Argentino, Buenos Aires, 1969.
[3] Mistral, Gabriela. Lecturas para mujeres. Prólogo de la autora. México, 1924, páginas 34 y 36.
[4] Mistral, Gabriela. Recados: Contando a Chile. Santiago de Chile, Editorial del Pacífico, 1954, p. 127
[5] Ladrón de Guevara, Matilde. Gabriela Mistral, rebelde magnífica. Santiago de Chile, p. 28.
[6] Ibídem, p. 29. Como en la anterior, cita de Marta Samatán en Los días y las horas…, p. 40.
[7] Samatán, Marta. Los días y las horas…, p. 43-44.
[8] Ibídem, p. 53-54.
[9] Ídem, p. 284.
[10] Íd., p. 277-278.
[11] íd., p. 279-283.
[12] íd., p.288.
[13] íd., p. 290-291.
[14] íd., p. 296.
[15] íd. p. 299. Marta Samatán destacó que “el 17 de abril de 1922 había aparecido en Repertorio Americano, de San José de Costa Rica, un escrito suyo titulado El Grito” que empezaba así.
[16] íd., p. 308-309.
[17] Mistral, Gabriela. Tala. Buenos Aires, Editorial Sur, 1938, p. 265. Libro dedicado “A Palma Guillén, y en ella, a la piedad de la mujer mexicana.”
[18] Mistral, Gabriela. Ternura. Madrid, editor Saturnino Calleja, 1924, p. 80.
[19] Samatán, Marta. Las horas y los días, p. 386.
[20] Íbídem, p. 371-372.
[21] Mistral, Gabriela. Lagar. Santiago de Chile, Editorial del Pacífico, 1954, p. 45.
[22] Samatán, Marta. Las horas y los días…, p. 381.
[23] En 1945, recibió el Premio Nobel de Física Wolfgang Pauli, estadounidense y noraustraliano; de Química Arturri Virtamen, finlandés; de la Paz Mr. Cordell Hull, estadounidense.
[24] Samatán, Marta. Las horas y los días…, p. 394-395.
[25] La autora anotó: “La Prensa, Buenos Aires, 12-XII-1945.
[26] Nota de la autora: “Manuel Mujica Láinez, La Nación, Buenos Aires, 12-XI-1945.”
[27] Ídem, p. 400-402.
[28] La autora anotó: “El Mercurio, Santiago de Chile, 1-IX-1967.”
[29] Samatán, Marta. Las horas y los días…, p. 402-403.
[30] Ibídem, p. 407 y 410. La autora indica que Victoria Ocampo expresó esa valoración en su nota titulada Y Lucila que hablaba a río… Revista SUR, Nº 134, Diciembre de 1945.
[31] Ídem, p. 439. Cita: “Victoria Ocampo. Y Lucila que hablaba a río... en SUR, Nº 245, marzo-abril de 1957.”
[32] Íd., p.440-441.
[33] Mistral Gabriela. Poema de Chile. Santiago de Chile, Editorial Pomaire, 1967, p. 58.,
[34] Revista LEA (Libros de Edición Argentina”. Año 6, Nº 23, Marzo-Abril de 1987. (10 de enero de 1987: trigésimo aniversario del tránsito a la inmortalidad de Gabriela Mistral.)
[35] Bertero, Gloria de Quién es ella en Santa Fe. Buenos Aires, 1995, p. 508-509. Síntesis biográfica elaborada por Mariano Puente. En la página suelta entregada con su libro Ocaso -edición homenaje en diciembre de 1981, hay un comentario firmado por Edgardo A. Pesante y al dorso, impreso: “…segunda hija de Juan Samatán y María Isolina Madariaga”. En el título del libro de relatos editado en 1939, está escrito “Campaña y horario” y lo correcto es “Campana y horario”.
[36] Díaz Molano, Elías Ingeniero. Profesor en la Escuela Nacional de Comercio “Domingo Guzmán Silva” de Santa Fe de la Vera Cruz, autor del libro biográfico sobre ese maestro ejemplar. En la nota titulada “Un dirigente gremial – Raimundo J. Peña”, publicada en el diario “El Litoral” de Santa Fe el miércoles 8 de abril de 1987, el Ingeniero destacó: “Era un hombre alto y recio. Lo recuerdo aún, pese a que yo era un niño entonces y sólo pude apreciar su físico de lejos o mirando hacia arriba. Había casado con una maestra, Justina Pérez, de menor estatura, con quien compartió dichas y desgracias. Tuvieron dos hijos, Alberto y Blanca Rosa, que aún viven. Ahora que los docentes primarios de nuestra provincia han reanudado las tareas, luego de enfrentar la actitud de un ministro que cree haberlos sometido”… Conocí a la Señora Justina Pérez de Peña a principios de la década del ’40, siendo alumna del nivel primario en Colegio de Nuestra Señora del Calvario de la capital santafesina y ella, respetada profesora en el nivel secundario.
[37] Explicó el ingeniero Díaz Molano: “A Peña se le han rendido homenajes merecidos, el primero en 1928, en a Escuela J. J. Paso, donde hablaron el entonces inspector general de escuelas, Prof. Juan Mantovani, y la maestra luchadora que fue Julia García. Necesito agregar: el Profesor Juan Mantovani estaba casado con Frida Schultz. Era primo de Alcira Doglioli de Nicchi, esposa de Carlos Nicchi, un adolescente que llegó a la capital santafesina con Carlos Ferdinando Fontanini Doval, cuando decidieron alejarse de Esperanza en el departamento Las Colonias… “La maestra luchadora que fue Julia García” era hermana del doctor Lorenzo García; luego Señora de Cuesta. Conocida cuando ya se había jubilado, fue la persona que se acercaba a nuestro hogar para vendernos diccionarios, la colección de cuatro tomos de “Historia Argentina” de Diego Abad de Santillán, la “Historia Universal” de H. G. Wells que incluye ensayo sobre Historia hispanoamericana elaborado por Enrique de Gandía… # El Ingeniero Díaz Molano terminó su comentario sobre Raimundo Peña con estos párrafos: “En 1936, fue creada, a pedido de la Asociación del Magisterio, la escuela que hoy lleva su nombre, en la avenida Blas Parera más allá del cementerio. Ocupóse, para ello, la vieja casona donde nació Raimundo Peña. / Sería injusto terminar esta nota, sin decir algo de su esposa. Al fallecer su marido, ella tenía 30 años y le sobrevivió mucho tiempo. Según Marta Samatán, que la trató y fue su amiga, Justina poseía “las mejores cualidades de la raza ibérica, era valiente y decidida”. Frente a la desgracia, asumió la responsabilidad de mantener el hogar, integrado por dos niños pequeños. Llegó a ser inspectora de escuelas, por méritos propios, y como dice Marta, fue en definitiva, “el padre y la madre de sus hijos”. Se ocupó de su educación y aún viven; el varón es ingeniero civil; la mujer, profesora en letras. / Creo que uno de los sueños de Raimundo J. Peña y de su compañera se cumplieron; el otro no: sus hijos siguen honrando el apellido, pero los maestros continúan sometidos al menosprecio de los gobiernos.” # Al dorso de esa página del diario “El Litoral” publicaron una nota con recuadro “Indulto no previsto ‘todavía’ por Ángel D. Anaya. Buenos Aires”.