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1976-1983 – Ataduras y mordazas…

Dijeron los sutras budistas en el primer milenio:

“El mundo está ardiendo, el fuego de la ignorancia, el fuego de la codicia, el fuego de la agresividad lo devoran”.  [1]

 

Durante el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, en la República Argentina, otros fuegos devoraron a vulnerables militantes y a vehementes militares.

Sabido es que los hombres pueden comunicarse mediante diversas actitudes y que también el silencio suele ser elocuente, así como las palabras sirven para determinadas expresiones, tanto como los gestos.

Durante aquel Proceso era frecuente que tras algún comentario relacionado con la detención de estudiantes y de trabajadores, sólo tres palabras sintetizaran la duda y el temor: “por algo será”…

En consecuencia, recomendaban: “lo mejor es tomar distancia…” o “no te metás…” o “hay que terminar con eso porque queremos vivir tranquilos”…

No había sido por casualidad que en diciembre de 1975 se ordenara a las fuerzas armadas realizar operativos tendientes a aniquilar la subversión.  Enseguida se puso en marcha un operativo que desde el punto de vista de Ibérico Saint-Jean estaba orientado hacia hacer desaparecer primero a los subversivos y a quienes los apoyaban, después a los indiferentes y tímidos.

 

Árbol de la Vida…

Sabido es que durante el Proceso, en la mayoría de las facultades de las universidades argentinos se vivió con intensidad la rebelión revolucionaria y la represión militar.

A partir de diciembre de 1983 asumieron las autoridades nacionales, provinciales y municipales electas por los ciudadanos empadronados y desde entonces, empezaron a hablar quienes antes se habían sentido amordazados por el terrorismo.

En la Facultad de Arquitectura de la Plata, al rememorar a las víctimas de esa guerra civil no declarada, decidieron plantar un tilo y en algo así como un anfiteatro, escribieron los nombres de los ex-alumnos desaparecidos

En esa circunstancia, se generó el movimiento Hijos, integrado por los descendientes de aquellos jóvenes que soportaron torturas y que fueron asesinados en los lugares de detención o arrojados al río de la Plata desde los aviones, después de haber sido obligados a ingerir fuertes drogas tranquilizantes.

En distintos lugares se han instalado monumentos para recordarlos pero veinte años después, viven –o sobreviven- los padres que siguen buscando a aquellos secuestrados y las abuelas que intentan hallar a sus nietos y nietas nacidos en cautiverio, enseguida adoptados por matrimonios que los registraban con otra identidad.

La autoinmolación…

Entre los argentinos, durante el período de represión a la subversión se insistía en que los guerrilleros llevaban en todo momento una pastilla de cianuro para autoeliminarse antes de ser detenidos.  Acerca de ese misterioso proceso interior que también es otro síntoma de extrema violencia, se ha referido la escritora Margherite Yourcenar teniendo en cuenta los conflictos que acosan a las personas en distintos continentes y a las reacciones en el seno de la cultura oriental.  Por algo necesitó escribir:

“…preciso es admitir que ninguna de las acostumbradas razones que nosotros hubiéramos podido darles para que siguieran viviendo es lo bastante fuerte para retener a alguien que ya no soporta el mundo tal cual es.  Y no sirve de nada decirles que los más hábiles o tal vez los más listos aún pueden arreglárselas en este caos en que nos encontramos o incluso extraer del mismo unas parcelas de felicidad o de triunfo personal, cuando aquello por lo que ellos mueren no es por su propia angustia sino por la de los demás.”

Después explicó:

“Creo que a ese sacrificio de monje budista, tan digno de admiración dentro de su horror, sólo podemos oponer lo que nos cuenta la tradición sobre el mismo Buda, quien, ya a punto de entrar en la paz, decidió permanecer en este mundo mientras hubiera una criatura viva que necesitara su ayuda. Los que se fueron eran, sin duda, los mejores. Los necesitábamos”…

 

Algo parecido se sigue comentando en distintos continentes, también entre los argentinos: millones de personas pertenecientes a la civilización occidental y cristiana y a distintas religiones.

Por algo todavía en el tercer año del tercer milenio, cuando se habla de los desaparecidos -que no han sido sólo los oprimidos y muertos durante el proceso militar iniciado en 1976 en el extremo sur de América-, se percibe aún el eco de vibrantes lamentos:

“Los que se fueron eran, sin duda los mejores.  Los necesitábamos”…

 

“Prefiero rosas”…

No ha sido por casualidad que Fernando Pessoa en su poema titulado Autopsicografía haya necesitado expresar:

 

“El poeta es fingidor

 Finge tan completamente

 que hasta finge que es dolor.

 El dolor que en verdad siente.”

 

 

Por algo, el primer día de junio de mil novecientos dieciséis, el poeta Pessoa escribió:  [2]

“Prefiero rosas, mi amor, antes que patria.

 Y amo más las magnolias que la gloria y la virtud.

 Con tal que a mí la vida no me canse, yo dejo

 Que la vida por mí pase

 Con tal que continúe siendo el mismo.

 ¿Qué le importa a quien nada ya le importa

 que uno pierda y otro venza,

 si la aurora raya siempre,

 Si en cada año con la primavera

 Las hojas parecen

 Y en el otoño cesan?

Y el resto, lo demás que los humanos

Agregan a la vida,

¿Qué le aumenta a mi alma?

Nada, salvo el deseo de apatía

Y la confianza leve

En la hora fugitiva.”

[1] Yourcenar, Marguerite. El tiempo, gran escultor.  Madrid, Alfaguara, 1999.  Estos párrafos corresponden al ensayo publicado en 1970, referido a algunos sentidos de  la autoinmolación.

[2] Diario “El Litoral” –“Cultura”.  Santa Fe de la Vera Cruz, sábado 9 de octubre de 1999, p. 5.

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