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1983 – Gastón Gori, escritor

Carta prólogo.

Gastón Gori, escritor.

Ponencia titulada Gastón Gori – De lo regional a lo Universal, aprobada por el Consejo Académico de la Universidad Nacional de Misiones – Congreso Nacional de Literatura, 1983.

Posterior edición, sugerida por Gastón

con el título Gastón Gori, escritor.

Edición Litar Soc. Anón, Santa Fe de la Vera Cruz,

 Septiembre de 1984. Entregada o remitida por correo

a cuatrocientos escritores y docentes de distintas provincias.

 

Carta prólogo

GASTÓN:

Aun cuando más de cuatro décadas sean suficiente prueba de esfuerzo y talento en una obra magnífica para ejemplo de las generaciones argentinas, usted sigue sorprendiendo con sus nuevas publicaciones.

Mi osadía -como le expresé en mi reciente visita-, me impulsó a recrear algunos de sus personajes, en una unidad temática que sólo sirve para demostrar la unidad de su obra, la coherencia de sus actos, la ecuanimidad de sus juicios.

Siento al publicar este trabajo la misma emoción que me embargó cuando cumplí 15 años y la bibliotecaria de la Escuela de Comercio Domingo G. Silva, C.P.N. Amparo S. Fernández, sabiendo mi predilección por la poesía, me regaló “Se rinden los nardos”… Desde mi adolescencia esa obrita tan pura, ocupó un lugar de privilegio en los anaqueles, y también mis hijos la hojearon más de una vez, leyéndola mientras les relataba esto que le cuento hoy.  ¿Y cómo no iban a leer “Y además, era pecoso…”, si es una de las mejores cosas que han hecho en las escuelas santafesinas, incorporarlo para lecturas en el aula.

Siento la misma emoción que tuve cuando usted me distinguió al hablar en la presentación de “Poemas para Tioco”, que nació fundamentalmente, porque quise rescatar en el tiempo, la imagen querida y admirada de mi abuela.

Y hoy, al entregarle estas hojitas, vuelvo a decirle con mi mayor respeto: es usted para mí un gigante de las letras… por eso insisto tanto en la estatura moral de Dalmacio Gálvez, ese niño que felizmente aún vive en la pureza de su amor que se trasunta en cada página que pasa por la imprenta, en cada gesto suyo de la calle, en cada mano tendida en su hogar.  Por eso insisto en la estatura moral de Gastón Gori… una estatura que no figura en ningún documento de identidad, pero que es justamente la identidad.

A usted y a Charito que me regalan el nombre de amiga, para los dos, porque vibran al unísono, estas páginas junto con mi abrazo.

Nidia A. G. Orbea de Fontanini

Santa Fe, 26 de Junio de 1983.

Gastón Gori, escritor.

“Creo que escribí este poema en la ciudad donde transcurre lo más importante de mi existencia, porque alguna vez la sentí claramente latinoamericana, iluminadas ciertas implicancias históricas en viajes desde Tierra del Fuego hasta Canadá -sobrevolados los EEUU- que me ubicaron en modalidades hemisféricas, dilucidados sus orígenes y enaltecidos sus fervores palpitantes aún de llanuras, ríos y legendarios bosques”, explica Gastón Gori en el prólogo de “Canto a la Ciudad – Corazón legal de la República”, y le canta a Santa Fe, fundada cuando “Noviembre encendía ceibos”… diciéndole: “¡Eras la misma y nueva, con tu sangre joven, / con tu alma vieja / de España / renovada de estirpe / americana! / El camino de los ríos / te sacaba a las afueras / del mundo conocido. / Ya tenías tu sitio / en el universo, / para moverse la vida / para quietarse la muerte. / Se vieron llegar hombres / al corazón legal de la república. / Diputados constituyentes / del hombre a caballo / y del sueño de la simiente.  /  El nombre de Garay / se arrastra en tus cimientos y sube hasta la punta de las torres… /  El mundo está en tus calles, / te conmueve una bomba de Indochina, / y te importa Watergate / tus calles son el mundo, / vive el universo / en penas y alegrías / de tus mujeres / y tus hombres, / y lo terrestre / y lo eterno / están contigo, en ti, / universal / argentina y latinoamericana”. (Fragmento)

Considero que es ésta la mejor forma para sintetizar el por qué de este ensayo, que no es crítico, sino de exaltación de los valores auténticos y permanentes, que emanan de la obra total de Gastón Gori, quien como escritor ha publicado: 1940: Anatole France (ensayo), Bajo el naranjo (prosa y verso). 1942: Mientras llega la aurora (poemas). 1943: Vidas sin rumbo (cuentos). 1946: Se rinden los nardos (poemas). Intermezzo de las Rosas (ensayo). 1949: El camino de las nutrias (cuentos). 1956: La muerte de Antonini (novela). 1958: El desierto tiene dueño (novela). 1960: Eduardo Wilde (ensayo).  1975: Poemas en la tormenta. 1976: Palabras de refutación gozosa (poemas). Nicanor y las aguas furiosas (novela). Pase señor fantasma… (cuentos). 1977: El moro Aracaiquín (novela). 1981: Canto a la ciudadLos seis caminos (poemas). El obsequio de los pájaros (relatos-apólogos). 1983: Todo en un día (cuentos).

No incluye los estudios históricos, sociológicos y otros ensayos del autor.

 

Sin seguir en la exposición un orden cronológico, por cuanto lo que se ha pretendido es recrear en una nueva unidad temática parte de la obra de Gastón, Gori, es posible decir que con las mismas palabras de “Y además, era pecoso…”, se transmiten vivencias del autor, que permiten descubrir nítidamente su perfil, su ubicación en el tiempo y en el espacio, su amor a la libertad, su respeto por el hogar y la familia.  De “Se rinden los nardos”, se transcribe el poema “El paraíso”, y ha sido elegido, porque Gastón Gori ha osado su fantasía de niño y adolescente en las ramas, en las hojas, en las flores, en el perfume de esos ramilletes liláceos por donde pasaban volando calandrias y zorzales.  Esos pájaros libres a los que admira en tantos cuentos y relatos, los que huyen cuando llega la inundación de la que nos habla en “Nicanor y las aguas furiosas”.  De “Todo en un día” y de “El obsequio de los pájaros” se han seleccionado vivencias y conceptos sobre las injusticias sociales, igual que de Vagos y mal entretenidos”, hombre-historia y realidad, toman el carácter de denuncia.  Una importante parte de la obra queda sin rever; ensayos sociológicos, historia, diversos folletos sobre la realidad argentina: su pasión.  Porque él es un HOMBRE y necesita su TIERRA.   AMA por ello a la VIDA y a la PATRIA.  Que con su grandeza, sepa perdonar mi pequeñez, porque esto es sólo una aproximación a lo que es Gastón Gori, un escritor sin fronteras.

II

Cuando en la tierra de doradas espigas, en Esperanza, provincia de Santa Fe de la República Argentina, nacía Gastón Gori, ese 17 de noviembre de 1915… bajo el mismo sol nacía también Dalmacio Gálvez, el muchacho de “Y además era pecoso…”   Juntos han transitado los mismos caminos, han dado nacimiento a las mismas historias, pero a través de los recuerdos hilvanados en torno a la figura de Dalmacio Gálvez, vamos a penetrar en la vida y en la obra de Gastón Gori.

¡Dalmacio Gálvez!… Sus primeros relatos son bellas descripciones de la vida en la “colonia”, y los árboles y los pájaros atraen su infantil atención.

“Desde hace tres días, llueve torrencialmente.  El viento sacude con fuerza los árboles, y violento, ha arrancado de cuajo un ciruelo.  ¡Lástima de planta con sus frutos en sazón!  Quedan algunos en las ramas, y muchos desparramados en el barro o flotando sobre el agua que corre por los declives.

En el jacarandá cuelgan gajos quebrados, y junto a las tapias del jardín las dalias se inclinan pesadamente.  La lluvia y el viento arrecian.

…Debo decir que aún en medio de la lluvia torrencial, hubiera salido en busca de pájaros a mano armada, a pecho descubierto, a cabeza despejada.

La tarde anterior la había ocupado en la preparación de gomeras, bodoques y piedritas: armas y proyectiles… A mis años, los elementos cinegéticos los constituían armas rústicas pero terribles.

Hubo pájaros y árboles, y también de vez en cuando, lágrimas, en el asomo primero de una vida que no desconoció la angustia ni el dolor…

Mi vida transcurría en la calle y en los caminos.  Era pues común en mí, el anhelo de privar a los árboles de nidos y de cantos a la primavera… Porque he de confesar que cuando niño, la desdicha ajena no aminoraba un punto mi alegría.  No creáis que era perverso.  En aquellos años de niñez traviesa y bullanguera, no sabía que los hombres formamos parte de una especie poco venturosa.

Mis elementales conceptos sobre la vida humana, me volvían desdeñoso para con las imperfecciones.  La belleza, en cambio, me deleitaba hasta aturdirme.  Cierta vez sorprendí a dos palomas que se restregaban los picos, posadas sobre una derruida cornisa que doraba la luz del atardecer, y el misterio de una verdad deliciosa, me llenó de goces indefinibles.  Caminando entre las plantaciones de naranjos florecidos, aspiraba el perfume dulce y penetrante; era para mí una delectación inefable.  A mi vida bullanguera y desobediente se unía el movimiento y el dolor de los seres y las cosas placenteras.  Era como si las guardara para mi intimidad, a manera de sahumerio exquisito que me refrescara en secreto: rincones amorosos de un corazón fácil a la ternura…  La atracción de lo bello, me poseyó entonces, e incapaz de comunicarlo, saboreaba una buena impresión en la soledad de mi espíritu”.

Dalmacio Gálvez, ese pecoso travieso y sensible, que están empezando a conocer, “tenía ya arraigado fuertemente el sentido de la responsabilidad, que aplicaba hasta en sus faltas.  Todo lo decía con convicción”.  Cuando “los pensamientos” le “abrumaban” y su “conciencia” le pesaba como un trozo de plomo”… pensaba que “sí, -la ternura de su madre- era fresca y se acrecentaba con el agobio de sus penas”… “Sentía a” su “madre en su corazón”.

Cuenta Dalmacio que 1914 fue un año terrible y recuerda.

“—Mi madre comenzaba a habar haciendo pasmarotas con ambas manos.  Levantaba las cejas, y en los ojos, tenía una expresión de asombro y de dolor.  Era muy ingenua mi madre, por lo tanto muy emotiva.  ¿Cuántas veces nos había narrado los mismos episodios de la inundación?  No lo sé; pero la escuchábamos siempre con profundo interés.  ¡Ella sabía mucho!   Eran los suyos profundos conceptos sobre la vida humana, que expresaba con mucha sencillez.  Había trabajado y sufrido con exceso, y conservaba una bondad conmovedora por sus semejantes”.

Dalmacio “no conocía a la muerte como disgregadora total, como inexorable aniquilamiento del individuo”… cuando su madre, sensible al dolor de sus amigos, le dijo: “-Parece que don Jerónimo está grave y va a morir…”  Recordó Dalmacio entonces “cuando Jerónimo -el hijo, y amigo de horas compartidas junto con Lucio- era objeto de burlas”,  porque “su zona débil oscilaba entre lo curvado de sus piernas y los remolinos de sus cabellos.  ¡Pobre Jerónimo!  Su familia estaba marcada por el escalpelo fatal: la tuberculosis la devoraba”.  Pero “él disfrutaba de libertad y jamás lo castigaban; por este privilegio le” otorgaban “cierta jerarquía”.

“Lucio, era rubio, suave y tímido.  Unido a nosotros por afinidades inexplicables, jamás mató un pájaro.  Era una bella figura, demasiado pálida para bajar nidos o robar ciruelas…” y Dalmacio recordaba que cuando Jerónimo y él estuvieron en un aprieto porque le habían quitado las ropas al ‘pobre amigo’ Jerónimo…, Lucio los había abandonado por miedo”; pero “en el fondo de su corazón lo perdonaba.  Comprendía su debilidad era mayor que su osadía.  No, no era valiente… Huyó por solidaridad: él sintió nuestro mismo desasosiego”, piensa Dalmacio.  Y después de una pausa, agrega: “Su abandono respondía a una inclinación invencible de su naturaleza.  Hoy lo perdono más que nunca, porque de la vida, no ha conocido después más que la caricia superficial de la fortuna”.  ¡Esa es la estatura moral de Dalmacio Gálvez!… quien un día pensó: “No somos bastante inteligentes como para comprender que un niño desnudo es como un pájaro, como una flor.  Jerónimo con sus carnes al aire y al sol, estaba abrumado y acorralado.  La humanidad vestida era su enemiga.  Yo me sentía con más aplomo.  Una generosidad sin límites, me impulsaba a sacrificarme por él”.  Tenía razón Dalmacio, él no era perverso, y cuando las mezquindades del niño fueron sepultadas por el sentimiento generoso del adolescente, la desdicha ajena aminoraba su alegría.  Es porque como cuando era niño, después de haber sido besado por su madre en las mejillas, habiéndole palpado las cobijas, “sentía a” su “madre en “su “corazón”…   Su madre, de quien dijo una vez:  “Es santa, es santa.  ¡Líbrame Dios mío, de ofenderla, ya que soy torpe…!”   Soy torpe, se había dicho Dalmacio, como consecuencia de “una frase tremendamente injusta” –según él- cuando su “padre lo llamaba rudamente y él se hundía en la contemplación, defendiéndose de su voz”.   Y ese día su padre le había dicho: “-¡Sos tonto!” ésta fue su reacción:  “Cuando nadie pudo verme, sentado en el suelo, con el rostro apretujado sobre las rodillas, lloré con fuerza reconcentrada como para llegar hasta la hondura de mi sandez.  En el fondo, y después del llanto, halle que mi corazón era puro y mis pensamientos se esclarecieron con magnífica limpidez.  ‘¡No, no era un tonto!  Era un indefenso que no tenía más apoyo que sus propias fuerzas.  Esta certidumbre, me llenó de melancolía.

Durante la cena, levanté los ojos hasta los de mi madre.  Su mirada dulce, sostenida, me inundó de ternura que reprimí gallardamente, casi con crueldad.

Dulces lágrimas mojaron la almohada, eran las mismas que en mis anteriores desconsuelos, había vertido para apaciguar las tormentas de mi corazón. NO enjugaba los ojos; al sentirlas tan abundantes y tibias, aumentaban la intensidad de mi ternura y me abandonaba a ellas hasta sumergirme en sueño dulce y reparador”.

Dalmacio dijo una vez: “La bondad de mi padre, con la frescura de la mañana, sonreía al dolor inexpresado… Festejaba el baño de los cardenales que sacudían sus alas sumergidas en el agua; silbaba a los canarios que picoteaban yemas de huevos cocidos.  Las martinetas huían bajo los altos helechos: por un instinto arisco, no se reconciliaban jamás con la voluntad el carcelero.  Fuera de su ambiente, golpeándose a veces contra el tejido, sangrábanse la cabeza.  ¡Manchas de sangre, en el recinto de su cautiverio!… Mi padre amaba los pájaros…”  y pensó otras veces: “El hombre suele distraer sus muchas amarguras y labores, con la felicidad sencilla de acariciar un ave mansa.

Yo abriría las jaulas del mundo para que, con las alas extendidas, todos los pájaros viviesen libres, tan libres como el viento.  La libertad es un don insustituible; ella, sólo ella, hace que la vida guste plenamente y que se logren instantes de felicidad. Los pájaros encerrados se me ocurren poetas perseguidos… ¡Poetas encarcelados y poemas rabiosos en la estridencia de las gargantas diminutas!”  Es que ya por esos tiempos, Dalmacio sabía del rigor y del castigo.  En silencio, soportaba el ejercicio de la “patria potestad… estaba en torno a su abdomen y era de cuero”.  Y relató una vez, en alusión a sus amigos: “De los tres, yo era el más zamarreado.  Mentía, pero no me castigaban sin realizar prolijas investigaciones.  Escapado, procuraba divertirme holgando sin freno; llegaba tarde a casa a menudo, pues, siempre igual el castigo recibido, gozaba mejor mi libertad.  La paternal legislación represiva se reducía a una ley invariable: aplicaciones de cinto.  ¡Jamás pude hacer que variara tan dura jurisprudencia familiar!

Cuando en la escuela estudiábamos la Asamblea del año XIII, pensaba ‘aunque no tenía seguridad sobre su empleo en la época-, que debió también abolirse el uso del cinto para ajustar los pantalones.  El cinto grueso y largo que utilizaba mi padre para menesteres tan semejantes, era el símbolo de su potestad severa e indiscutible”.   Rememora Dalmacio:…: “No puedo precisar en qué poca fui adquiriendo la costumbre de permanecer en mi hogar días enteros.  No me atraía ni una cosa  de las que antes tan caras eran para mi corazón.  Estaba en el umbral de la pubertad.  Ensueños y angustias desconocidos se entronizarían en mi corazón”.  Quizá Jerónimo… suspire y diga: “También  para mí se abrió de par en par la puerta de un mundo demasiado triste y mi tierra fue verdaderamente llanura de lágrimas.  Aprendí a estar sin la compañía de mi amigo y ese afecto tan hondo, fue de los primeros que me instruyeron también sobre la facultad del alma para olvidar.  Otras preocupaciones serias llenaban mi espíritu.

Esquivaba la mirada de mi padre porque, si nuestra mutua comprensión no alcanzó nunca a aproximarse a lo que normalmente se llama armonía, ahora me parecía que nos iba separando una barrera infranqueable y como si temiera que un día interrumpiera mis ensueños con una palabra brusca que me hiriera, revestía a menudo mi debilidad con insolencias.  Esto me valía serios castigos, y abrumado por la incomprensión, me alejaba a los fondos del patio para dejar que mis pensamientos, febriles como nunca, construyeran la visión de una hermosa vida que yo sentía palpitar a mi alrededor.  Un hombro desagrado cavaba en mi espíritu los contornos de mi soledad.

Los más serios problemas que preocupaban mi niñez, los he meditado bajo los árboles umbríos, quizá porque su frescura fue siempre beneficiosa para el descanso de mi cuerpo y para dulcificar mi espíritu”.

Estaba un día meditando sobre la muerte del padre de Jerónimo, cuando “mi madre -cuenta Dalmacio-, cruzando entre plantas de amapolas y recogidas las puntas del delantal lleno de lechugas recién cortadas, se acercó sonriéndome con apacible ternura.

-¿En qué piensa mi bandido?

-Pensaba cómo hará Dios para conocer a toda la gente que muere y no equivocarse al castigarla…

-Tonto, Dios no necesita conocerlas como las conocemos nosotros.  Todos somos de Dios y Él nunca castiga, comprende nuestra vida y le basta saber que los malos sufren más que los buenos.

-Ya llegará el tiempo en que pensarás verdaderamente sobre esto; deja ahora a la muerte y a Dios, y andá a escardarme los canterios invadidos por las quinuas…

Me sentí reconfortado más por sus modales que por sus palabras…”

Es que Dalmacio ya sabía dar el verdadero significado a las palabras y a las acciones.  Tonto, acababa de decirle su madre… más él no se había sentido agraviado como cuando su padre le dijera ¡Sos un tonto!… Aquella vez lloró acongojado, él, que había visto “a un niño, soportar en un rincón un castigo sin llorar, porque no comprendía su culpa, ni comprendía la penitencia.  ¡Su silencio, era silencio de pájaro cautivo!… había reflexionado.

Al atardecer, cuando la sombra de los paraísos se alargaban y el cielo se ruborizaba luciendo la primera estrella, Dalmacio iba dejando una huella profunda en su espíritu, que le serviría de rumbo para toda su vida en plenitud.  Amar al hombre, a la libertad, a la justicia… amar a todo lo creado.

Corría el año 1946… y Gastón y Dalmacio, mientras “setiembre florecía”, tenían entre sus manos los poemas de “Se rinden los nardos”… En “El paraíso”, se calló la calandria para escuchar los versos puros, recuerdos siempre vivo, de un tiempo compartido:

 

Yo he visto cuando niño

-con el ojo absorto, por el misterio-

cómo mi padre, a pala y a cuchillo,

hundía tus raíces en el suelo.

Entonces yo ignoraba su esperanza

en la vida diminuta de tus ramas.

El patio de la casa

donde sólo crecían

las hierbas, en derredor a las tapias,

tuvo por ti la primera armonía.

Te azotaban las lluvias;

te golpeaban los vientos.

Sufrías en verano,

sufrías en invierno.

¡Cuántas veces unas manos callosas

blanquearon la corteza de tu tallo!

En tardes calurosas,

soñamos la frescura de tu amparo.

Cuidado por mi padre,

obróse en ti el milagro de las hojas.

Ya se te veía desde la calle,

y era breve tu sombra…

Tú fuiste como un niño

en la casa construida con ahorros;

tú fuiste como un niño

en hogar donde el pan era el tesoro.

Creciste con nosotros;

mis hermanas jugaron

bajo el palio esmeralda,  junto al tronco.

De ti corté la rama

con que guiaba soldados

a lo recio de innúmeras batallas.

De gajos tuyos, mis rústicas flechas

querían desde el aire

llegar a las estrellas…

Cuando en edad temprana

caí enfermo de luna,

a tus nutridas ramas

les confié mi ternura…

Y buscaba tu sombra

en soledad del patio;

sufría las delicias de las cosas

que no se nombran…

Nadie supo jamás -lo oculté siempre-,

que yo aspiraba el olor de tus flores

y que unía a tu aroma de setiembre,

la dulzura de un nombre.

 

(“El paraíso”, poema de Gastón dedicado a su padre.

En “Se rinden los nardos, Buenos Aires, Ed. Porter, 1946, p. 39-42.

Sólo una coma y dos guiones agregados al poema

Publicado en Mientras llega la Aurora, Santa Fe de la Vera Cruz,

Editorial Castellví, 1942, p. 67-69.)

 

Es el árbol un símbolo en la obra de Gastón Gori, y lo son también las espigas y las mazorcas.  Habla él de “la claridad de estrellas remotas que lloran lágrimas de luz en el cielo de verano seco, crujiente de chalas y de tallos partidos, débiles, sin espigas”… Ésa es la alternativa: sequías y miseria… o cosechas buenas y pobreza…, porque sólo en los sueños “la inmensa masa de maíz desgranado cubriría la tierra llegando hasta el cielo en el horizonte”… [1]

¡El oro y el maíz tienen hermoso el color!… Y en ese simbolismo, refleja su profundo sentimiento de rebeldía contra las injusticias de los hombres, porque “el sometimiento es una desgracia que un hombre soporta, pero de mala gana…” [2]

Y a Dalmacio Gálvez, el sometimiento, la esclavitud le resultaban siempre actitudes cobardes, cobardes aún para quien utilizara su poder para generar mayores dependencias, porque no ha de haber mayor cobardía que la de no saberse vencer a sí mismo, en las mezquindades, en las debilidades, en la mediocridad.  Dalmacio admitió una vez como sabias, estas palabras: “¡Es preferible ser viuda de un héroe, que esposa de un cobarde!… ¡Es preferible no ser madre, antes que procrear esclavos!”  Y siempre ha rondado en su cabeza un relato de Don Nicanor Bongar, amigo de Gastón: “…Tendría lo más nueve años cuando desalojaron a mi padre de un campo que tenía… Desde entonces pienso que el hombre que hace sufrir a otro por interés, no merece perdón de Dios.  Hay hombres que deberían sentir vergüenza de tener el dinero que tienen”. [3]

¿Cómo no recordar a Do Nicanor, si con él Dalmacio y Gastón -inseparables- padecieron la desdicha de la inundación?  Recuerda Gastón:  “El mundo que nos rodea está sucio de lodo y fastidioso de humedad…”  pero en otro fango más ruin se hundían las esperanzas y el trabajo de los hombres, cuando en vez de ser el Paraná embravecido el que daba la orden de partida, era la voz déspota del administrador la que entregando la liquidación justa que marca la ley, ordenaba abandonar el rancho, con la cría.  Don Nicanor enseñó muchas cosas a Gastón, y éste como buen alumno, no las olvidó y gratificando los bienes espirituales recibidos, repite muchas veces para que otros lo escuchen, aquellas magníficas lecciones, en las que preguntando daba a la vez las respuestas. “¿Usted cree que la tierra se puede decir que es de unos y de otros no?  Si el hombre no está en la tierra, no puede estar en ningún lado.  El hombre nació para ocupar un lugar, y ese derecho se lo niega el mismo hombre a otros hombres”.  “Será digo yo ¿no? que Dios ha hecho la tierra fácil par unos y para otros no?”  “Cuando a un hombre del campo le sacan el trabajo, le sacan todo.  Lo despiden, pero eso es algo nomás del mal que le hacen, porque también lo desalojan.  Sin trabajo que da sin casa; sin sueldo para comida y vestido, y sin techo donde vivir. Es el desamparo total…  El mundo no tiene lugar para el hombre de campo, pobre y sin propiedad…  En cualquier lado que esté es de paso”.  Eso eran muchas veces los “vagos y mal entretenidos” a quienes Gastón Gori describe en su libro, cuando dice. “El vago en todo el país era un desprendimiento de la sociedad feudal que se hacía más notorio cuando más amplio era el radio de sus actos de libertad sublevada; pero la declaración policial del estado de vagancia de un hombre no siempre respondía a hechos reales; invocada por la autoridad tuvo la ductileza de un argumento de opresión.. Familias forzadas a deambular, recuerdan aquellas tribus de la época zarista que iban destruyendo y matando lo que hallaban a su paso, en su propio territorio, pero porque detrás tenían a las fuerzas militares que las perseguían…  [4]

Y como en toda sociedad injusta hace cien años (1877)… “también eran mal entretenidos los que teniendo algún arte, industria o conchabo abandonaban sus ocupaciones en los días de trabajo para ‘frecuentar cafés, tabernas y los lugares sospechosos’…”  El miedo, las amenazas, las persecuciones, los fantasmas…, son también símbolos en toda la obra de Gori.  Desde “Y además, era pecoso” -ateniéndonos a al orden de estas citas- hasta “Pase señor fantasma…” donde dice: “En esos años, mucha gente tenía miedo, no sé de qué; miedo de hablar, miedo de disentir, miedo de todo, miedo al miedo… un fantasma parecía estar en la gente… no precisamente del nuestro, del doméstico, sino otro, que dominaba el corazón de muchos hombres”.  [5]

¡Miedo de hablar!… Volvamos entonces a los relatos de Don Nicanor Bongar, la imagen de uno de los tantos argentinos que diría: “Mire, no le sabría decir lo que es la patria, aunque sí le aseguro que sin ese sentimiento no sabríamos ser padre, ni hijo, ni hermano, ni amigo.  Vendría a ser un amor sentido que le viene de al tierra que conoce, y ese amor es para todos los hombres”…  Nicanor, como Dalmacio y como Gastón, sabían que sólo es posible honrar a la Patria, con trabajo con valor.  Del trabajo había sentenciado un día Nicanor: “Uno a uno… nos vamos entregando para servir en provecho de otros.  Eso es trabajar”.  Sabía bien Nicanor que “Los Espinillos eran veinte mil hectáreas, que la misma compañía que es extranjera y más vieja que él, tiene… dos estancias más en Santa Fe… Además, cruzando el Paraná hay otra estancia en Entre Ríos que es como si fuera una misma cosa, una misma tierra desde aquí hasta allá en la otra provincia.  Para mi modo de pensar debe haber muchos hombres que son dueños, y que no conocen la tierra de esas propiedades o que ni siquiera conocen a Argentina, que es mi patria y la de usted”.

“A veces hay cosas tan bárbaras que dan risa”… Y entre las legalidades “bárbaras” estaba aquella que amparaba en la impunidad, a la adversión de la clase poseedora… para ella, todo hombre sin bienes que holgase era sospechoso…  La pobreza era una agravante o una presunción de delito, para cualquier comisario que entendiera con rudeza los textos legales”.  [6]

Y era realmente una “barbaridad” haber leído una vez “un título a dos columnas: CAMPAÑA DE ALFABETIZACIÓN”… mientras se sabía que una vez algunos niños argentinos “tuvieron escuela, creada a orilla de la ruta asfaltada… que después de tres años de trabajo en las aulas, cuando alguien llegaba al rancho de don Nicanor, lo primero que buscaran, para mostrarlos, eran sus cuadernos… Hasta que un día el padre recibió la nota de “Los Espinillos”; le daban quince días de plazo para desalojar el rancho… salir en busca de nueva ocupación y de alojamiento… La liquidación por preaviso y despido era exacta, ni un centavo de más, ni un centavo de menos.  Justo lo que correspondía por ley”.

Aunque Gori no ha puesto fecha en sus relatos, es fácil ubicarse históricamente de acuerdo a la verdad que fluye en cada palabra convertida en auténtico testimonio.  Esto le ocurrió a Don Nicanor, mucho después de los tiempos aciagos de “LA  FORESTAL”…

Era seguramente en un lapso comprendido entre aquél en que Pedro, el hijo de Doña Amalia, tenía “una fe ciega, un deslumbramiento apasionado… que ejercía el dominio de sus nuevos actos”… O cuando Bartolo callaba porque temía que por cualquier conflicto con las personas le quiten la pensión.   Él pensaba… ¡Son tan delicados estos militares!…  Bartolo poco sabía de la historia, y menos parecía de los militares.  Seguramente se hubiera sorprendido si hubiera leído la obra de Gastón Gori, porque “los procedimientos policiales comunes culminaban destinando al ejército a los infractores… con tal de reclutar soldados, se sorprendía la tranquilidad de los hogares pobres”.   “Las milicias de todas las provincias litorales eran cárceles de puertas abiertas por las cuales entraba bajo violencia la parte más miserable del pueblo”.

“Para el enrolamiento en los batallones se tenía a tal punto las miras puestas en los delincuentes, que mientras no se formaron por sorteo con criterio militar y republicano, la existencia de vagos y mal entretenidos estaba comprendida dentro de los estímulos castrenses…”

“En noviembre de 1854, se dictó en Corrientes un decreto cuyo art. 4º decía: ‘Todo peón, aunque tenga papeleta, que se ocupe de transitar y recorrer los partidos sin licencia expresa del juez territorial, será reputado como vago y como tal capturado y destinado al servicio de las armas’.   No se diferencian substancialmente estos textos del resto de las provincias que venían aplicándose en disfavor de la clase desvalida… en algunas provincias se hacía recaer su sanción sólo sobre los hijos del país, no obstante su poder policial, vale decir que no admitía excepciones por razón de nacionalidad”.

“Hubo militares que por lucrar alentaban el cuatrerismo en soldados de su mando… 1820… Santa Fe.  “El deber de todo ciudadano de armarse en defensa de la patria y el servicio militar obligatorio por sorteo, legislado como consecuencia del juego normal de las instituciones, pusieron fin a una turbia época de reclutamiento que tuvo en su contra la aversión popular.   Ése deber reglamentado concluyó en absoluto con el servicio como extensión de una condena del orden policial y con el enganche de argentinos y extranjeros… cometiendo una injusticia monstruosa e introduciendo la desmoralización cuando debiera ser la base de la formación de todo cuerpo de línea la más estricta moral”.

Bartolo lo único que sabía era que “tenía una pierna ortopédica y una pensión del ejército.  Se accidentó prestando el servicio militar… no tenía obligaciones fijas..  Es en el mismo tiempo en que Pedro, el hermano de Bartolo se fue “por segunda vez a trabajar en cosechas ajenas… Para vivir se necesita dinero… Por otra parte ¿quién lo hubiera podido retener?… Es en ese tiempo en que su madre, Doña Amalia piensa: “Tiene ideas en la cabeza, este último tiempo… ¡Esas ideas!… Canta ‘los muchachos’, ahora”.

Y siempre de la mano de Gastón Gori, hay que volver a la sabiduría de Don Nicanor: “…Tener ideas es como un regalo que se le ha hecho al hombre.  Ésa es su principal diferencia con los animales.  No dejar decir todo lo que tenemos en la cabeza, por un decir ¿no?, es como no querer que uno sea un hombre”.

En esta Argentina de más de cuatro décadas, hay muchos… Pedro o Eduardo, que –según relata en Calchaquí su suegro “Don José” – “es un muchacho con ideas… como diré, con ideas, en fin ¡con esas ideas!… Es difícil tener ideas y vivir tranquilo, de modo que a nosotros también nos comenzó a preocupar todo: la suerte de él, mi trabajo, la influencia que tendría sobre mí hija… Y reconocía Don José que cuando en vez de un fantasma entró en su casa un policía para pedir datos sobre su futuro yerno y su propia familia, a pesar de haberle dicho que era “una simple gestión, nada más”…

“Pasó mucho tiempo antes de que se curara de esa angustiosa sensación de sentirse espiado, perseguido… Lo confiesa, ha vivido horas de miedo”.

Siguiendo toda la obra de Gastón Gori, no se halla término para este lapso que empezó en 1945, cuando nacía “Y además, era pecoso”, y sin proponérselo Gastón Gori ha transpuesto las fronteras de lo regional, de lo nacional para trascender en lo universal.

Habría sido un error que este trabajo hubiera pretendido ser una crítica literaria.  Gastón Gori, Premio ‘ANÌBAL PONCE’ – AÑO 1982, plantea siempre el problema de la existencia humana, como resultado de una falta de amor de donde se derivan todas las injusticias.  Y si de un signo habría que hablar, por ser una constante en toda su trayectoria, éste sería el signo del amor, y sólo sus palabras tienen verdadera elocuencia; por ello, de él puede decirse:   “Ama al hombre en sus errores, con sus debilidades, sus crueldades.  Y lo ama tan apasionadamente que a veces castiga con rigor las injusticias. Ama a los que ‘serán dueños del reino del cielo’ y nada poseen sobre la tierra.  Y con él coincidir en que ‘lo terrible no es la naturaleza del hombre, sino lo que debe ‘vivir’ el hombre… asombra lo que es capaz de hacer con su ingenio, lo que descubre y lo que construye”.

…“El universo ya no es sólo una concepción: el hombre está en la perspectiva del universo.  Y le ha reducido en medida inmensa el espacio para la arbitrariedad del pensamiento”.  [7]

Libre como las aves, se ha dejado llevar por la imaginación escribiendo magníficos apólogos, y en sus relatos, está escrito para que todos meditemos: “¡La tristeza, esa hermana tan íntima, del silencio!…  Escribir es un medio y un fin, es una manera de utilizar la vida, dándola.  Este mundo… todavía es nuestro, mío y tuyo.  No hay herencia aún… es patrimonio común.  El mundo tiene un sentido no totalmente alcanzado aún, pero en ese mismo encontrará su dicha de continuar viviendo para algo”.

Para Gastón, la plenitud es comparable “con la imagen de un rostro de mujer, dulce, apacible, con la serenidad del amor logrado”.

“El mar es lo principal, la gota lo accesorio”.

“Ningún hombre de este país podrá ser acusado de ideas foráneas porque defiende sus riquezas de la voracidad imperialista o su soberanía en contra de las presiones de EEUU!

En esta unidad de hoy -1982- del pueblo argentino, está insertado este convencimiento”.  [8]

Ésta es la estatura moral de Gastón Gori, un ejemplo.

 

 

Nidia A. G. Orbea Álvarez de Fontanini.

 

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[1] Gastón Gori. Todo en un día.  Cuentos.  Santa Fe de la Vera Cruz,  Ed. Litar Soc. Anón, 1983.

[2] Gastón Gori. Nicanor y las aguas furiosas. Relatos. Santa Fe de la Vera Cruz, Ed. Nuevo Best Seller, 1976.

[3] Ibídem.

[4] Gastón Gori. Vagos y mal entretenidos – Aporte al tema Hernandiano.  Santa Fe,  Edit. Colmegna, 1965; 3ª edición, Buenos Aires, Editorial El Ateneo.

[5] Gori, Gastón. Pase señor fantasma… Santa Fe de la Vera Cruz, Editorial Nuevo Best Seller, 1976.

[6] Gori, Gastón. Nicanor y las aguas furiosas. Ob. cit., relato titulado “El cantor Perales”.

[7] Gori, Gastón. El obsequio de los pájaros. Santa Fe de la Vera Cruz, Editorial Nuevo Best Seller, 1981.

[8] Gori, Gastón. Del discurso pronunciado al recibir el Premio “Aníbal Ponce – 1982”.  Con posterioridad, Gastón Gori fue designado Miembro Correspondiente de la Academia  Argentina de Letras. / Sea tenido en cuenta que el 2 de abril de 1982 comenzó el Operativo “Rosario” en las Islas Malvinas, detenido el gobernador inglés fue izada la bandera argentina, hasta el 14 de junio de 1982, día del cese del fuego en el Conflicto Armado con el Reino Unido de Gran Bretaña.

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