- Los buenos chismes.
- Los buenos aires.
- Los buenos remeros.
- Los buenos pasajeros.
- Los buenos andariegos
- Los buenos panes.
- Los buenos comentarios.
- Los buenos pájaros.
- Los buenos herederos.
- Los buenos desenlaces.
Los buenos… entre aficiones y ficciones.
1. Los buenos chismes…
Aunque parezca lo contrario, es inexplicable la razón por la cual esta historia comienza así: “Chisme según el diccionario de la Real Academia Española, es la noticia verdadera o falsa con que se pretende indisponer a unas personas con otras, o se murmura de alguna. El chisme se instala en zonas de penumbra y se nutre con indiscreciones. Suele ser un susurro, un alarde de audacia o un chispazo de ingenuidad. Puede acabar en risa o en llanto Si un haz de Verdad lo ilumina, el chisme se desintegra en frágiles fragmentos de intimidad.”
La razón es inexplicable y al mismo tiempo inevitable. Octubre sembraba de sombras la siesta. Mi mirada se refugiaba en la blanca flor del esturio, que conmovía por su belleza, cerca de la ventana. Un impulso inesperado me acercó una vez más al cofre de las palabras del idioma de mi abuela, castellana. Una catarata de recuerdos invadió el estrecho espacio del pensamiento. Mezquindades inútiles intentaban manipular misteriosamente las ilusiones y las esperanzas que intento preservar hasta el Gran Día.
Pequeña soy y sola me siento, para enfrentar la aventura de transcribir breves historias, en claves esenciales. Sé que no debo temer -aunque tiemble-, cada vez que me asome al abismo existente entre la biografía que me contiene y la vida –la Vida…- que en mí transcurre. Hay síntomas inequívocos de la condición humana: la búsqueda de renovadas emociones y la pasión por las reiteraciones.
Todas las mañanas fracaso en mi intento de sepultar viejas costumbres, porque algún ruido cómplice se encarga de despertarme para que esté alerta y sepa agotar primero todas las rutinas.
La siesta es pródiga para el diálogo esperado.
También lo es la madrugada…
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2. Los buenos aires…
La cálida jornada del 3 de febrero de 1536 encontró a orillas del Riachuelo, a las familias querandíes sorprendidas por el avance de los barcos donde llegaban Don Pedro de Mendoza, sus ayudantes y los mancebos siempre dispuestos a la aventura de poblar otras tierras. Descendieron e inmediatamente empezó el trabajo sobre la tierra americana: había que construir el Fuerte y levantar una muralla de barro, de tres pies de ancho, que sería la necesaria protección ante cualquier ataque.
Han contado que los aborígenes se acercaron y ofrecieron alimentos: pescado y carne que en estas tierras cercanas al Río de la Plata siempre han sido abundantes.
Así transcurrieron tres meses hasta que algo disgustó a los querandíes y los acosaron hasta impedirles salir del Fuerte. Empezaron a morirse, debilitados por el hambre.
Un cronista alemán comentó que “no bastaron ni ratas ni víboras; hasta los zapatos y los cueros; todo tuvo que ser comido”.
Se ha comentado que Isabel de Guevara -una de las valientes mujeres que recorrieron el Paraná-, dejó su testimonio: “todos los trabajos cargaban sobre las pobres mujeres, hasta cargar las ballestas cuando los indios venían a dar guerra”. Después llegó el vizcaíno Juan de Garay y el 13 de junio de 1580 plantó el palo de la justicia y labró el acta de la fundación. Se repitió el entusiasmo que en 1573 le había permitido fundar la ciudad de Santa Fe, en tierra de quiloazas: una ranchada abierta, sin foso ni muralla.
Tanto optimismo pronto se alteró cuando los aborígenes empezaron con sus correrías y cuando entre vecinos se disputaban las mejores chacras. se colocaron los primeros mojones y el 16 de diciembre de 1608 se trazaron las primeras calles que terminaban donde empezaba el río.
La violencia del pampero los obligaba a reemplazar los techos de paja con excesiva frecuencia. Cincuenta años después Ascarette de Biscay afirmó:
“El aire es templado, muy semejante al de Andalucía”.
Merodeaban los perros y los gatos. Algunos naranjos, limoneros y durazneros anunciaban sus frutos. La higuera lucía sus ásperas hojas. Era armonioso el trinar de los pájaros.
Tres siglos después, hasta aquel puerto de los buenos aires llegaron más viajeros: algunos como inmigrantes para arar y sembrar, otros para dedicarse al comercio y hacerse amigo de los que mandaban.
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3. Los buenos remeros…
Transcurría el último domingo de la primavera de 1873 cuando el presidente Domingo Faustino Sarmiento contempló la belleza del Delta del Río de la Plata y navegó cerca de los entusiastas remeros que fundaban el Buenos Aires Rowing Club.
La denominación en sí misma es una insoslayable revelación, porque aparece el vínculo de dos palabras del idioma castellano con dos sajonas, inglesas. Una mirada sobre su crecimiento demuestra que dos años después los ingleses fundaron el Tigre Boat e importaron nuevos botes desde Gran Bretaña.
En ese tiempo los barcos traían las bodegas cargadas con mármoles, vajilla y obras de arte destinadas a las mansiones que hacían construían los poderosos que aprovechaban la mano de obra a bajo costo, aportada en mayoría por los hábiles inmigrantes.
El río siguió su curso arrastrando camalotes y la esperanza de los humildes pescadores. Algunos yates hacían alarde de opulencia y eran evidentes los contrastes que asomaban apenas se comparaban las distintas huellas de los hombres.
Los ceibos esperaban el beso vespertino del veloz picaflor y el federal, anunciaba con su silbo otra despedida desde el pajonal. El biguá secaba sus plumas al sol y ensayaba el buceo que culminaría con el placer de un gran bocado.
Cintas plateadas huidizas eran las mojarritas, que en cardumen se desplazaban al ritmo del oleaje escapándose de picos y de anzuelos. Una abuela retiraba los últimos panes del horno de barro y recogía las cenizas con cuidado.
El Delta seguía siendo un laberinto natural, con ríos y arroyos.
El viento recogía el bullicio de los niños que cantaban sobre las canoas y el ruido del hacha durante la tala. En el chiquero, gruñían los insaciables cerdos.
Todo era semejante a un concierto imposible de registrar sobre un pentagrama.
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4. Los buenos pasajeros…
El ancho Paraná de las Palmas conducía a las islas Nutria y Lucha y más al sur, siguiendo el curso del Río Unión estaba la bella Santa Mónica. El Río Luján bordeaba San Fernando y San Isidro.
Las maderas olorosas se convertían en pilares y en escaleras, en balcones y en habitaciones, en curiosas torres donde algún nido era otro testimonio del renovado vivir y convivir en armonía con la Naturaleza.
Es bueno recordar que desde Retiro, el 18 de febrero de 1938 llegó el poeta con su desesperanza en la mochila invisible de sus sueños. La lancha se mecía sobre el río y Leopoldo sostenía un pequeño paquete con envoltorio verde. Se ubicó en El Tropezón, donde las frescas habitaciones suelen ser refugio de zumbones mosquitos. Lugones caminó por los senderos perfumados con hierbas silvestres. Prisionero de la influencia sajona, pidió que le sirvieran un whisky. Volvió a su posada agreste y en soledad participó del último e irritante convite. Vencido por el desaliento, bebió su última copa para deslizar con el líquido la pastilla mortal con fragancia de almendras que lo ubicó en el deslinde entre lo finito, en el umbral de lo Infinito. Esa anoche, la distante luna delató su reflejo sobre las conchillas de nácar que ostentaban su sosegada iridiscencia. Las ranas y los grillos asistían a la ceremonia nocturna compartiendo los lúgubres sones.
Más allá, la Isla Martín García seguía ofreciéndose como su original un abanico de historias, de misterio y de leyendas.
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5. Los buenos andariegos…
Una abuela española invitó a recorrer algunos laberintos: Imagínate el perfume del ligustro recién podado. Las primeras flores intentando sobresalir para ser besadas por el rocío al amanecer. No necesitas calzarte las sandalias andariegas, puedes estar sin calzado para evitar que opresiones inútiles perturben tu placer de caminar sobre la húmeda tierra cargando en la invisible mochila, la fantasía del ensueño”…
Contaba que en el siglo XVII, en Europa los niños jugaban recorriendo los laberintos. Comentaba que el más antiguo estaba cerca de Londres, que fue construido en 1690 en Hampton Court y se abarcaba aproximadamente dos kilómetros. Sonreía y confesaba: no lo visto ni siquiera en una fotografía.
Otra abuela, argentina, afirmaba que en el siglo XX se han construido varios laberintos y uno de ellos los había recorrido, iluminada por sus soles: sus hijos y sus nietos.
Se emocionaba al decir que ellos son quienes proyectan su sombra siempre cercana a la de su amante.
Recordaba que durante el recorrido por el laberinto de Los Cocos, en la serranía cordobesa, el juego de los espejos provocó una carcajada abortada por prudencia, cuando las grotescas imágenes se alargaban o se ensanchaban desmesuradamente.
Se miraban y parecían no ser, lo que realmente eran, personas vulnerables ante cualquier inesperada transformación.
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6. Los buenos panes…
Ha trascendido que cuando Demócrito de Abdera sintió próxima su muerte, pidió a los griegos que lo acompañaban que le acercaran una ración de pan recién horneado, convencido de que su aroma lo reanimaría para vivir unos días más. Nunca se dijo si era pan de cebada, de centeno, de avena o de qué cereal y cómo lo habían aromatizado.
Algunas crónicas romanas indican que en Grecia se amasaban aproximadamente ciento setenta y dos tipos de pan, de acuerdo a lo expresado en 1991 por Carlos Duelo Cavero en La Nación.
Tampoco se sabe cuándo una persona ponderó por primera vez a otra diciendo que era un pan de Dios, semejante al Pan de la Comunión cristiana…
Alguna vez se ha dicho que un hombre era “más bueno que el pan”, sin necesidad de aclarar si era un pan francés, alemán o ruso…
Azorín halló sonoros sinónimos para referirse al pan: “Hogaza, mollete, rosca, libreta, tetera, morena, obladas, bodigo, zatico, cantero, corrusco, pan leutado, o con levadura, o leutada, pan ázimo o cenceño, sin levadura, pan pintado, en fin, pan con adornos o dibujos, trazados con la pintadera. Y si hay pan blanquísimo, pan candeal, también hay pan sustancioso, pan moreno, bazo o prieto”.
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7. Los buenos comentarios…
La mujer había anotado: He vivido observando las conductas humanas, empezando por la propia que con frecuencia aparentaba alguna contradicción entre lo deseado y lo realizado. He percibido lo inmediato como una misteriosa hilera de pircas que obligaba saltar continuamente diferentes obstáculos hasta vislumbrar la frontera de lo mediato
Percibo que el escenario de la comedia humana es tan vasto como el Universo.
El hombre –mujer o varón- es parte de él; transcurre su existencia en una exploración constante que lo sitúa en el asombro placentero o en el abrumador caos y necesita reservarse un tiempo para la ficción. Algunos prefieren apoyarse en el azar.
No pertenezco a esa legión, porque ni siquiera he sentido la tentación del juego como escalón para alcanzar algún propósito material. Mi debilidad buscó sostén en la esperanza.
La sutil distancia entre lo mutable y lo inmutable sigue siendo la dimensión donde convergen las dudas y las Verdades. Aunque haya intentado acompañar a los hechos, el tiempo me ha demostrado que en la mayoría de los casos estuve en todas las circunstancias unos instantes después, quizás por la tendencia a contemplar el Todo, donde se aprecia la relatividad de las partes y la minúscula porción de lo humano.
Hay que admitir lo difícil que es encontrar la meta personal.
Más difícil aún -casi imposible- es vislumbrar la meta de la humanidad.
He caído vencida en millares de frustraciones y he resucitado en la mirada de los seres amados. Millones de letras he pulsado para satisfacer el insólito delirio literario o histórico. Quedaron sorprendentes laberintos entre las líneas de la sensible escritura
Aunque todo esté en constante revisión y en vertiginoso movimiento, ha sido suficiente una mirada sobre la pared verde que se prolonga en los renovados brotes del jazmín y de la madreselva para interpretar el orden de la Naturaleza y aprehender que no hace falta la razón para revelar la armonía y la belleza.
Alguna vez, me detuve a contemplar a los parásitos y debo reconocer que siguen siendo un enigma para mi limitada comprensión. Vestigios de la frecuente incomprensión es la fugaz tristeza que conmueve mi espíritu.
Cuando en la primavera he escuchado el estrépito del granizo en su rítmica ruptura sobre las piedras del rústico pasillo, he conjeturado que a las brasas de la pasión suele hacerlas chisporrotear la inesperada granizada del abandono y del olvido. No sorprende tanto el granizo durante el invierno, como perturba su violencia cuando con fría solidez hiere los brotes, quiebra flores y tallos o arranca los frutos maduros.
Hoy es primero de noviembre de mil novecientos noventa y seis. Un tapiz de brillantes hojas verdes y de pétalos blancos y amarillos espera mis demorados y resignados pasos. Los cristales de la pródiga ventana, solidarios con mis lentes me regalan el prodigio de lo distante.
Cada vez es más difícil descubrir el vuelo de las mariposas en los jardines urbanos y sólo aparecen en la diversidad de imágenes de los mensajes ecológicos, donde lo propio y lo ajeno se enlazan en lo nuestro. Al gozar en la contemplación de ese vuelo, se puede valorar la metamorfosis de la larva y su liberación, que al mismo tiempo es sometimiento, porque avanzará sobre un espacio cargado de espionajes y de trampas. Su fugaz existencia inspira a los poetas, sirve a la trama de los cuentos y las leyendas o reposa fotografiada en las enciclopedias.
Vuelvo la mirada al hombre y se develan ciertas semejanzas.
Cada día es más complicado transmitir la historia familiar a las nuevas generaciones porque suele ser demasiado breve el lapso de convivencia y lo urgente se impone obligando a postergar lo importante: la propia historia, la historia de nuestra casa.
Aunque la diplomacia, hable en las Cumbres describiendo a la Tierra como nuestro hogar común, algunos fenómenos generan zozobra en los hombres. Esos temores se acrecientan cuando se ven -en la mayoría de los casos desde cómodos asientos-, los rastros de bravíos huracanes y las huellas de los lejanos terremotos tan perturbadores como las guerras -luchas sangrientas, hambre e ignorancia- que soporta una considerable parte de la humanidad y que la tecnología expande en imágenes que se captan en todos los continentes. Los hombres observan las pantallas prácticamente sin posibilidad de reacción, como si estuvieran anestesiados por la impotencia o la desesperanza.
En esos momentos en algunos casos, suele aparecer la reiterada duda sobre la razón que impulsa a los hombres a la excesiva ambición de poder.
El poder. El Poder. ¿Acaso autoridad? ¿Quizás omnipotencia?
O apenas el vuelo de la codicia en la trayectoria del egoísmo, para dominar a los humildes.
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8. Los buenos pájaros…
En una de las tantas agendas, quedaron más anotaciones:
Los pájaros cantan y los poetas cantan a los pájaros.
Las metáforas suelen ser los límites que reducen la comprensión del poema.
Recuerdo cuando mi madre repetía los versos de Carlos Guido y Spano:
“Llora, llora urutaú / en las ramas del yatay,
ya no existe el Paraguay / que yo amaba como tú”
Lo hacía tal vez con el propósito de atenuar mi llanto infantil y adolescente.
En ese tiempo yo no sabía que el urutaú era un ave nocturna, una especie de lechuza de gran tamaño, con plumas color ocre en la cabeza y el vientre, grises las restantes y con manchas negras sobre las alas, la frente y la corona.
Tampoco sabía que la palmera yatay no tiene ramas sino enormes hojas; ni me detuve a pensar si un pájaro, sin lágrimas… podía llorar.
El ocio sirvió a mi memoria para jugar con esos versos, sin lágrimas.
Imaginé al pájaro cantando a su soledad.
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9. Los buenos herederos…
Contaba la anciana que durante su paseo por los buenos aires de la Argentina, el filósofo español Fernando Savater evocó a su bisabuelo que había emigrado hasta la atractiva ciudad-puerto donde instaló su taller de tejidos. Allí vivió con su familia hasta que por confiar demasiado en la velocidad de los equinos de pura sangre y en el azar, perdió sus bienes y decidió volver a su patria, España, la madrepatria. Su hija adolescente, a pesar del trasplante transmitió a su nieto la emoción de sus vivencias.
Es probable que durante tales confidencias se haya formado la equilibrada urdimbre que sostiene la trama de las experiencias de Fernando, quien cuando habla completa su mensaje con una sonrisa cómplice…
En la cálida siesta de noviembre, otro rasgo reveló las huellas de lo heredado: Fernando anticipó que iría al hipódromo porteño y despejó cualquier duda: “…A esta altura de la vida ya me siento más seguro cuando hablo que cuando juego… Para conversar con la gente, confío en mí mismo.”
Desde el principio, Savater advirtió que “la ética es el arte del buen vivir: busca la plenitud, la alegría, el placer y la buena convivencia con los otros”.
Recordó la autoevaluación de Antonio Machado: “Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno” y que en España se suele decir: “Es muy buena persona, el pobre”…
Don Fernando ha dicho que “es difícil encontrar el equilibrio entre orden y libertad”; afirmó ser “ateo”, haber participado en una “asociación mundialista de carácter libertario que había fundado Bertrand Russell” y estar afiliado al Partido Radical italiano, que desde 1988 “se convirtió en agrupación transnacional”. Aunque ha votado por los socialistas y por los vascos no violentos, se niega “a hacerlo hasta que no haya listas abiertas” porque no quiere “estar obligado a apoyar a un grupo cerrado de nombres entre los cuales no puedo optar”. Insistió con la propuesta de despenalización de la droga. Invitó una vez más a la lectura para comprobar que la heroína se vendió en las farmacias en la primera década del siglo XX y que el consumo creció a partir de la prohibición y la penalización. Recordó que en la equilibrada fórmula de una bebida gaseosa, hasta 1925 se incluyeron las hojas de coca. Esa observación provocó una inmediata evocación de las estampas de la Quebrada de Humahuaca, donde los jujeños y bolivianos mastican las hojas de coca durante horas, abultando sus oscuras mejillas… [1]
Es frecuente confundir la bondad que es una virtud, con el exceso de autocontrol, que como cualquiera exageración delata un defecto.
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10. Los buenos desenlaces…
No sé cuántas veces escuché decir que lo bueno si breve, dos veces bueno.
Acércate, quiero contarte que…
¡He oído tantas veces hablar de los buenos!
Casi tantas, tantas, como de los malos.
Y no me interesa si hay buenos o malos.
Me duele que haya injustos.
Siento agobio porque soy vulnerable.
Desde el Silencio me reconforta la Esperanza.
Ahora, te propongo que seas tú quien califiques.
Sólo quedan aquí algunas señales útiles para esbozar determinadas claves…
Miércoles 13 de noviembre de 1996
Hora 20:25.
[1] Buenos Aires. Clarín. Domingo 24 de noviembre de 1991, Opinión, p. 18-19.. Nota de Daniel Ulanovsky Sack titulada “No hay que aceptar todas las prohibiciones” con trascripción de diálogos con el filósofo español Fernando Savater, de San Sebastián durante su permanencia en la Capital de la República Argentina con motivo de un ciclo de conferencias organizado por el ICI -Instituto de Cooperación Iberoamericana.