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06 de Enero de 1817 – La Bandera del Ejército de los Andes

Aportes del pueblo mendocino a la campaña del General San Martín.

Recomendaciones en un bando: “la idea del bien común”.

Memorable Navidad de 1816.

1817: “Epifanía del Señor” – Día de los Reyes Magos.

El gran Capitán José de San Martín trabajaba en la organización del ejército que partiendo de Cuyo contribuiría a la libertad de los pueblos iberoamericanos.  Los soldados necesitaban ropa, alimentación y una mínima retribución para sostener sus familias.

Aportes del pueblo mendocino a la campaña del General San Martín…

Mendoza se hizo cargo de una parte de esos gastos y «secuéstranse los bienes de los prófugos; créase una contribución extraordinaria de guerra; se organizan donaciones gratuitas en especie y dinero.  Grávase con un peso cada barril de vino que se extrae del territorio y es tal el espíritu de abnegación y desprendimiento, que todos desean contribuir antes que se les exija; los artesanos se prestan a servir en los talleres militares, a ración y sin sueldo y las mujeres contribuyen con sus labores, cosiendo gratuitamente los uniformes de los soldados.  Todos deben concurrir a la obra, con sus brazos, su persona y cuanto esfuerzo fuere necesario para coronarla.  Es la patria que está amenazada; hay que sostener la causa de la libertad para no volver al vasallaje y a la esclavitud.

Recomendaciones en un bando: “la idea del bien común”…

Un bando dice entre otras cosas: ‘Basta de ser egoístas a la idea del bien común y a nuestra existencia, todo debe sacrificarse.  Yo graduaré el patriotismo de los habitantes de esta provincia por la generosidad, mejor diré, por el cumplimiento de la obligación de sus sacrificios.  Cada uno es centinela de su vida».  Allí, en Mendoza estaba la esposa del Gran Capitán, doña María de los Remedios Escalada de San Martín, quien encabezó el grupo de mujeres que asistieron a una audiencia en el Cabildo para manifestar:  «Los diamantes y las perlas sentarían mal en la angustiosa situación de la patria, que exige sacrificios de todos sus hijos y antes de arrastrar las cadenas de un nuevo cautiverio, oblamos nuestras joyas en su altar».  Ese desprendimiento fue exaltado por el Gran Capitán en distintas oportunidades.

Memorable Navidad de 1816…

Cuando Manuel Olazábal se disponía a escribir sus memorias sobre la guerra de la Independencia, pidió a su esposa Laureana Ferrari que le «relate nuevamente» aquellos acontecimientos.  Evocó la abnegada esposa:  «…aquella comida de Navidad de 1816, al terminar la comida y brindar por los presentes y por nuestra patria, San Martín manifestó deseos de que se confeccionara una bandera para su ejército.  Inmediatamente, Dolorcita Prats, Margarita Corvalán, Mercedita Álvarez y yo, nos dedicamos a buscar seda apropiada para la obra, pero desde luego, dimos con el inconveniente de no encontrar el color adecuado; en una tienda de la calle Mayor hallamos una seda que mostramos a San Martín, pero le pareció demasiado azul, tampoco encontramos sedas para bordar color carne, para las manos del escudo.

1817: “Epifanía del Señor” – Día de los Reyes Magos…

Así pasaron días recorriendo las calles de Mendoza sin encontrar ni una ni otra cosa y San Martín quería que para el día de Reyes el ejército tuviera su bandera, por fin llegó el día 30 de tu cumpleaños; la noche antes habíamos convenido con Dolorcita, Mercedita y Margarita, que habían ido a pasar unos días a casa, para bordar el escudo, que la mañana siguiente nos levantaríamos temprano para recorrer nuevamente las tiendas y adquirir el género para la enseña y algún recuerdo para ti, pero llegaron las 8 de la mañana y mis amigas dormían con tanto gusto que daba pena despertarlas; en eso llegó Remedios Escalada a quien impuse lo que ocurría, de modo que sin esperar más nos salimos a recorrer los comercios; ya desesperábamos de encontrar la tela cuando fuimos a parar a una callejuela que llamaban del Cariño Botado, allí había una tienda tan pobre que íbamos a pasar de largo en la seguridad de que no tuvieran lo que buscábamos, pero salió el tendero y nos ofreció con tanto afán sus mercaderías que nos dio lástima y convinimos entrar y comprarle alguna cosa, cual no sería nuestra alegría cuando al observar las pocas piezas de tela que había, encontramos una justamente color de cielo como deseaba San Martín, desgraciadamente quedaba poca cantidad y no era de seda sino simplemente sarga, pero tan lustrosa que presentaba un bonito aspecto.  Naturalmente, la adquirimos enseguida junto con la tela blanca de igual clase o muy parecida y volamos a casa con nuestro hallazgo, participando a nuestras amigas.

Inmediatamente Remedios se puso a coser la bandera, mientras nosotras preparábamos la seda y demás menesteres para bordar; de dos de mis abanicos sacamos gran cantidad de lentejuelas de oro, de una roseta de diamantes de mamá sacamos varios de ellos para adornar el óvalo y el sol del escudo, al que pusimos varias perlas del collar de Remedios.

En cuanto estuvo hecha la bandera, dirigidas por Dolorcita Prats nos pusimos a bordar; la primera dificultad fue bordar el escudo, no sabíamos cómo hacerlo, cuando Dolorcita, que para todo tenía ingenio, tomó una bandeja de plata que había en el comedor y pasando un lápiz contra los bordes quedó marcado el óvalo deseado en la bandera; otra idea de Dolorcita fue poner en agua hirviendo con lejía unas cuantas madejas de sedas roja que había para bordar el gorro frigio, de esa manera perdió la seda el color de tal modo, que vino a quedar del rosa más o menos deseado para bordar las manos.  Como recordarás, celebrando tu día hubo invitados en nuestra mesa esa noche, y aprovechando la presencia de San Martín le prometimos tener listo el estandarte para el 5 de enero próximo; y así fue, trabajamos sin darnos punto de reposo y la misma Remedios nos ayudó bordando muchas de las hojas de laurel que rodean el escudo; por fin a las dos de la mañana del 5 de enero de 1817, Remedios Escalada de San Martín, Dolores Prats de Huisi, Margarita Corvalán, Mercedes Álvarez y yo estábamos arrodilladas ante el crucifijo de nuestro oratorio, dando gracias a Dios por haber terminado nuestra obra y pidiéndole bendijera esa enseña de nuestra patria para que siempre la acompañara la victoria; y tú sabes bien que Dios oyó nuestro ruego».

Así se cumplió uno de los sueños del Gran Capitán y en el día de Reyes el ejército de los Andes tenía su Bandera para acompañarlos durante la gesta sanmartiniana.  En sólo veinticuatro días se hizo la campaña y cruzaron la cordillera: «… concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile».  [1]

Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

[1] Argentina. Congreso Nacional. Cámara de Diputados, 1948, t.II, p. 1491-1492.  Texto trascripto en la fundamentación de un proyecto del Dip. Juan de la Torre, mendocino.

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