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1909-1996 – El andariego Javier Villafañe…

Primeros vínculos con los títeres…

Su labor literaria……

Oportuna advertencia……

La novia del anciano.

El viejo titiritero y la Muerte.

Vínculo con los títeres desde la niñez…

Viejos titiriteros italianos…

Entre el servicio militar, las mágicas marionetas y los viajes…

Ocaso del siglo XX…

Ser vagabundo…

Su creencia…

El eco de los títeres…

Trotamundos, por el camino de Don Quijote…

Acercamiento al doctor Alfredo Palacios…

Acerca de la educación…

Navegando… entre sirenas…

Diálogo insoslayable…

Desafío existencial…

Conclusiones insoslayables……

Títulos de algunas ediciones……

Algunas distinciones.

Otros ecos…

Vivencias y anécdotas…

Hacia 1944: génesis de El gallo pinto……

“Historia de pájaros”……

Inversiones tras el primer premio…

Propuestas de lectura…

El caballo que perdió la cola.

Romancillo del viejo ratón…

De Circulen, caballeros, circulen

La Pared.

La Selva.

Legado en Historiacuentopoema

El día y la noche.

Fue en Montemar

En Montemar Silvia se preguntaba.

Los grandes negocios.

El sueño del niño negro.

 

El talentoso Javier Villafañe, nació el 24 de junio de 1909. [1]

Tenía dos hermanos: Clotilde y Oscar. Después del mediodía, la madre les contaba cuentos y a los cinco años, ya improvisaba títeres con algunas medias.

Primeros vínculos con los títeres…

Con algunos compañeros de la escuela primaria, con dos sillas y una frazada puso en marcha un teatrillo ambulante y se instalaban en los pasillos de las tradicionales casas chorizo de aquel tiempo, con amplias galerías: cobraban siete centavos la entrada para poder comprar telas.

Desde la niñez, con sus hermanos se acercaba al Teatro de Marionetas que funcionaba en el Jardín Zoológico de la ciudad de Buenos Aires. En aquel tiempo, con una media en las manos representaban personajes de La Historia de los descabezados que ellos habían inventado.

En su juventud -a los dieciocho años-, conoció a Juan Pedro Ramos y desde entonces fue su compañero de aventuras.  Asistían al Teatro de títeres del barrio de La Boca, junto al Riachuelo.   Después, decidieron comprar un carro –casi carreta– y un caballo para desarrollar un original proyecto: instalar un teatrillo y recorrer distintos caminos.

Con ese carruaje reconocido como La Andariega –en realidad, su vivienda, escritorio y escenario…- lograron llegar a pueblos de distintas provincias y emocionar a niños y adultos hasta que decidieron dejarla en Miramar y seguir con un carro de menor tamaño.

En diversas oportunidades recordó que el 26 de junio de 1933 generó a Maese Trotamundos, el presentador que con su voz anunciaba el comienzo de la función:

“-¡Público!  ¡Respetable público!…”

A partir de 1935, con su amigo Juan Pedro Ramos empezó a difundir sus obras trasladándose en La Andariega y así llegó hasta la provincia de Entre Ríos.

Medio siglo después, recordó aquellas vivencias:

“Por esa época me encontraba haciendo títeres en una plaza de Gualeguaychú, ahí me vio un pintor, navegante solitario, un anarquista hermoso que se llamaba Carolo Yunges, y se enamoró de mis títeres, le encantó mi oficio y me invitó a su canoa, primero a conocerla y luego a vivir en ella para ir a hacer títeres juntos por los ríos Paraná y Uruguay, para mí era un sueño así que acepté y nos fuimos a trabajar juntos.

De mis viajes por el Litoral me queda una impresión muy profunda de sus pueblos, la costa del Paraná y del Uruguay, su vegetación, los animales del lugar, la gente.

Todo este período me dio mucho, me enriqueció, tal que luego descubrí que yo era como un tipo de allí, que describía las cosas de allí, por una cosa emotiva, por la gran impresión que me causaba la tierra, los ríos, la gente.”

Al rememorar las experiencias durante el año 1940, Javier Villafañe dijo:

“Conocí entonces a otro pintor con el cual seguimos muy amigos, con él anduvimos por el Litoral en ‘La Andariega’, viajamos juntos haciendo pueblo por pueblo, fue el compañero con el que más he viajado, estuvimos en Uruguay, Brasil, el norte argentino, Chaco, Formosa, siempre haciendo títeres, era la única forma de viajar.  Ellos nos daban el pan y el vino nuestro de cada día, hacíamos espectáculos para grandes y chicos, vivíamos y moríamos de eso.  Él se llama Liber Fridman, estuvo mucho tiempo en Santa Fe, escribiendo y estudiando las construcciones coloniales de esa ciudad.  [2]

Fuimos luego al Paraguay ya que él tenía gran interés por ver las cosas misioneras, estudiar la labor de los jesuitas en las misiones, de este viaje me quedan anécdotas, cuentos de la gente que yo recogía, de los chicos, sus dibujos…”

Han reiterado que “con el correr de los años, sus caballos fueron cambiando, primero fue Guincha y le siguieron Miserias, Firme, Conde y más tarde fue la yegua Mariposa quien tiró de este carro que le servía de vivienda, escritorio y por supuesto, de teatro de títeres.”

Su labor literaria…

Su labor literaria comenzó a ser reconocida a mediados de la década del ’30 cuando se editaron sus primeras obras teatrales.

Después de la persecución padecida en 1967 mientras detentaba el poder el general Juan Carlos Onganía -impulsor de la autodenominada Revolución Argentina-, Javier Villafañe decidió radicarse en Venezuela.  Allí desarrolló una fecunda siembra en la Universidad de los Andes: fundó el Taller de Títeres como contribución a la formación de artistas. El gobierno venezolano apoyó su iniciativa y pudo repetir la experiencia con La Andariega y “con un teatro ambulante recorrió el camino de Don Quijote a través de La Mancha, en España”.

Cecilia M. de Heer difundió su diálogo con Javier Villafañe a comienzos de la última década del siglo veinte:

“Fui a dar a Venezuela, allí trabajamos juntos en colaboración con mi compañera de entonces, la madre de mi hijo Sebastián, Lucrecia Chávez.  Ella ilustraba los libros de la Universidad.  Yo recolectaba cuentos relatados por analfabetos, viejos, publicamos así ‘La gallina que se volvió serpiente’.  Los cuatro cuentos que me contaron, más los cuentos de Oliva Torres, una juglaresa que vivía en Los Andes.

Venezuela es un país mágico, muy bello, con gente muy hermosa.  Seguí viajando, la canoa había quedado atrás y ahora era una casa rodante.  Luego me fui a Europa y Asia.”

Sabido es que el 10 de diciembre de 1984 terminó el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional entre los argentinos, asumió el presidente electo Dr. Raúl Ricardo Alfonsín y al año siguiente, Javier Villafañe retornó a su patria. Siguió trabajando con entusiasmo y dejó sus testimonios en sucesivas entrevistas:

“Una vez, yo andaba con una fiebre galopante. El médico no podía dar en la tecla. Entonces me puse a gritar como loco, y a enumerar proyectos. Después le confesé al doctor que eso fue una actuación, y que los gritos eran para que la muerte se fuera, para que se diera cuenta de que estaba muy ocupado. Y se fue: la fiebre me bajó abruptamente. Es que la muerte no es boba, sabe con quién meterse. Hay tantos hombres por ahí que se quieren suicidar…”

 

Oportuna advertencia…

Javier Villafañe reiteraba:

“Muchos de mis colegas -los caballeros de la tercera edad- suelen decir: -Hay viejos jóvenes y jóvenes viejos-. Y no es cierto. Los viejos son viejos y los jóvenes, jóvenes. Esta perogrullada no tiene vuelta de hoja. Abundan y sobran viejos insoportablemente viejos y jóvenes que ‘andan con la mufa a cuestas, tirando pálidas de melancolía’. Huir, huir de ellos”.

Al atardecer, trascendió que su voz era tenue, casi un susurro, mientras dialogaba con una periodista y rememoraba su infancia y adolescencia.   [3]

Durante una pausa, escribió:

“Toda mi vida fue buscar el lugar donde quería morir. Aún sigo viajando.

En otra circunstancia, escribió el cuento titulado…

La novia del anciano

“Todas las noches el anciano les contaba cuentos a los nietos. El cuento que más les gustaba era el de la novia del abuelo, cuando el abuelo tenía doce años y paseaba en bicicleta con su novia.

Comenzaba así: ‘Ella era suave y hermosa. La cabellera larga y los ojos redondos y luminosos como los mirasoles. Andaba siempre en bicicleta.’

Una noche lo interrumpió Luis, el menor de los nietos:

-Abuelo, no cuente cómo murió esa tarde porque hoy vino a buscarme en bicicleta cuando salía de la escuela.

-Abuelo -dijo Irene-, esta mañana dejó la bicicleta apoyada en un árbol y jugó con nosotros en el patio. Me escondí detrás de sus cabellos y nadie me vio.

-Abuelo -dijo Esteban-, tiene los ojos tan grandes que aprendí a nadar en sus ojos.

-Abuelo -dijo Claudia-, ella lo está esperando.

Y con una tijera le cortó la barba, la quemó con la llama de un fósforo y en el humo apareció una bicicleta. El abuelo bajó las escaleras pedaleando y cuando llegó a la calle se encontró con su novia.

Los nietos los vieron irse en bicicleta.”

No ha sido por casualidad que escribiera tales relatos.  También una causalidad determinó la redacción de:

El viejo titiritero y la Muerte

“Salió de su casa con el teatro al hombro. Iba silbando como todos los domingos y en el camino lo atajó la Muerte. Entonces, el titiritero sacó del bolsillo un títere casi tan viejo como él. Era el Anunciador. Lo calzó en la mano derecha -su acostumbrado cuerpo, su piel- y con la voz del Anunciador le dijo a la Muerte:

-Respetable señora, le ruego espere unos minutos. Él -y señaló al titiritero- jamás llegó tarde a hacer un espectáculo y quiere justificarse. ¿Comprende?

La Muerte dio un paso atrás.

El viejo titiritero guardó el títere en el bolsillo. Cruzó la calle. En la esquina había un teléfono público. Metió una moneda en la ranura, marcó un número y dijo:

-Habla el titiritero para disculparse. Hoy no puede hacer la función.

Volvió a cruzar la calle con el teatro al hombro. Sabía quién lo estaba esperando en la vereda de enfrente.”

………………………………………………………………………………………………………………………

Javier Villafañe, el 1º de abril de 1996, desde la ciudad de Buenos Aires, inició su Último Vuelo.

Estaba internado en el Sanatorio del Valle para ser atendido por una arritmia que lo afectaba desde hacía tiempo.  Su hijo Juano, durante un diálogo con periodistas del diario Clarín de Buenos Aires, dijo: “Tuvo una recaída y estaba descompensado… Últimamente no estaba bien, no comía mucho, le costaba caminar y había perdido mucho peso.”

Falleció tras un paro cardiorrespiratorio y el velatorio se realizó en el Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires –Perú y Avenida de Mayo-, a partir de las 19 por iniciativa de los legisladores Eduardo Jozami y María Elena Naddeo, inmediatamente aprobada.

Vínculo con los títeres desde la niñez…

“Era muy pequeño, vivía yo aquí en el barrio de Almagro, el mismo en que vivo ahora y venían todos los chicos del barrio y en el patio de mi casa ponía unas sillas y con unas medidas hacía títeres, nos divertíamos muchísimo.

Por aquella época, recuerdo que estando en la escuela primaria me impresionaron mucho unos pájaros, serían gorriones, comiendo en el recreo unas migas de pan, bebiendo de algunas gotas que quedaban de la lecha que nos daban y allí yo estaba haciendo eso, pensando, tuve entonces la necesidad de anotar esas cosas que me parecieron hermosas.  En ese momento la maestra que me veía distraído toma lo que yo había escrito, me hace pasar al frente a leerlo y se ríe, se ríe con todos los chicos.  Para mí fue terrible, este episodio me hirió y me inhibió durante mucho tiempo en el que no pude mostrar las cosas que escribía.

En la época de la adolescencia nos mudamos a Belgrano, allí iba mucho a la biblioteca del barrio y a una placita con un cuaderno y escribía cosas, versos, cuentos, pero yo no los mostraba imposibilitado por aquel pavoroso recuerdo de la infancia.”

Viejos titiriteros italianos…

Entre los diecisiete y dieciocho años, un escritor y periodista amigo que recién se iniciaba, José Pedro Correch, me llevó a ver los títeres de San Carlino, en la Boca, eran manejados por unos viejos titiriteros italianos que representaban obras en genovés, eran episodios que duraban un año entero, obras que tomaban textos de Ariosto, Taso, Orlando El Furioso, con mago y duendes y me impresionaron de una manera muy profunda.

Entre el servicio militar, las mágicas marionetas y los viajes…

A los veinte años seguía viendo títeres cuando me toca hacer el servicio militar, fui soldado desertor porque entonces me negaba a usar un arma, no lo concebía.  Sin embargo lo hice una parte en el hospital (creían que estaba enfermo, que estaba loco y otra parte como bibliotecario en Palomar y estando allí escribí mi primera obra para títeres que se llama ‘Don Juan Farolero’, esa pieza aparecería años después en la primera edición de ‘Títeres de La Andariega’ en la colección de la biblioteca Ameghino.

Era una pieza para marionetas, no títeres de mano, influenciado por las marionetas de La Boca y por Valle Inclán… por los esperpentos que me influenciaron enormemente (gracias a Dios) imagínese si en vez de estarlo por él lo hubiera estado por Benavente, pobre de mí.

Tiempo después, estando con un compañero con el que habíamos escrito un libro, por el año ’32 publicado en el ’33, en una edición tan lamentable que se llamó ‘El figón del palillero’ con tantas fe de erratas que el escritor y amigo Enrique Wernicke la bautizó ‘El fisgón de las erratas’, entonces estábamos con este compañero y vemos pasar un carrito de dos ruedas cargado de pasto, iba un hombre manejando y otro tendido sobre la carga fumando y mirando al cielo.  [4]

Juan Pedro Ramos y yo pensamos al mismo tiempo, ¡qué hermoso sería tener un carro y largarse por los caminos fumando y mirando el cielo!, ahora como hay una edad en que el hombre (en todo momento y en cualquier edad) tiene que hacer lo que quiere para no quedar angustiado y triste, nos lo hicimos, elegimos.  Ahora bien, vimos el carro, nos enamoramos y al día siguiente compramos uno, más grande al que disfrazamos con una lona, era una especie de carreta y nos fuimos a vagar.  Primero fue la carreta y después los títeres, pero la idea era vagar, pescar, muy importante, internarnos por ahí, vivir.  Juan Pedro escribía poemas, colaboraba con el suplemento de La Nación, era un tipo muy querido del que Leopoldo Lugones y Enrique Banchs habían dicho cosas muy lindas y pensamos en los títeres, sin saber cómo hacerlos, entonces mi madre y unos amigos nos hablaron del papel maché y el mate.”  [5]

Sabido es que Javier Villafañe fue amigo de Atahualpa Yupanqui, Federico García Lorca, Julio Cortázar… y que después de desandar la ruta de Don Quijote y de escribir el libro titulado ámese trotamundo en el camino del Quijote, fue recibido por el rey Juan Carlos, en Madrid, España.

Ocaso del siglo XX…

Sabido es que el titiritero-poeta Javier Villafañe expresó que “el títere obedece, pero a veces se sale…”   [6]

En 1988, en el Teatro Cervantes de la ciudad de Buenos Aires presentó su obra El panadero y el diablo.

Después de ochenta y dos años de miradas en distintas direcciones mientras brillaba el iris celeste sus ojos, luciendo su blanca barba convivió “en su casa del barrio de Almagro, con su octava mujer y dos sapos que comparten el jardín” y decidió presentar su Historiacuentopoema, “un libro de viajero”.

Sabido es por una vasta difusión, que este Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires ha sido “amante del buen vino, el mate y las medialunas”…

Ser vagabundo…

Ha insistido Javier Villafañe diciendo que “vagabundo es el que anda, el que camina. Da la sensación de uno que no hace nada, o que camina por caminar, pero el vagabundo es el que va por los caminos y no sabemos qué pasa adentro de él, cuál es el motivo de esa huida. A lo mejor huye de sí mismo. O existe el vagabundo que da la vuelta a la manzana todos los días. O aquel que se va y anda y no sabe que es vagabundo. Todos lo son.”

Su creencia…

Javier Villafañe no duda cuando lo interrogan acerca de sus creencias:

“-Sigo creyendo en el amor, en la unión. Se comprueba que el hombre no quiere compartir las cosas, quiere el árbol propio, el perro propio, la pared propia, y uno debería querer a un árbol porque es árbol y no porque sea de uno. Ese árbol -señala uno del patio- es mío pero también es tuyo.”

Durante una entrevista, Yanina Kinicsberg le preguntó si “eso se relaciona con la idea que usó en el libro Historia-cuentopoema de no poner comillas cuando cita textos” y Villafañe contestó:  [7]

“-Cuando leés algo que te impresiona y lo repetís y lo repetís, y eso te impresionó tanto, ya es tuyo. Porque el que lo escribió lo sacó de algo que para él fue impactante y lo comunica tan bien que te lo da a vos como una cosa tuya. La labor de uno es ir escuchando cosas, soy como una gran oreja, pero nada es de nadie, las palabras andan por el aire y hay que tender una mano, tomarlas y pasarlas a máquina; las comillas son la cárcel de las palabras.”

(En la Cofradía de los Duendes lugar para el sosiego y el asombro-, somos defensores de la libertad en un armónico equilibrio de deberes y derechos e interpretamos que las comillas, son signos que cual notas en un original pentagrama generan oportunos llamados de atención…)

El eco de los títeres…

-Yo les he hecho muchos reportajes a los títeres. Me han hablado, o al menos yo les hago preguntas y si uno pregunta es porque tiene la certeza absoluta de que hay eco. A veces los espío adentro de la maleta. Cada títere no puede dejar de ser el personaje que es, no como pasa con los actores de carne y hueso. Siempre trato de agarrar a María y Juan, que son dos títeres enamorados, haciendo el amor, y aunque todavía no los pesqué, estoy seguro de que lo hacen.

Trotamundos, por el camino de Don Quijote…

Durante un diálogo con Cecilia M. de Heer, Javier Villafañe expresó:

“-Trotamundos es un personaje muy particular, a veces un poco intelectual, tanto como lo es el personaje del diablo. El diablo no deja de recordar que fue un ángel y el primer revolucionario; repite siempre que si aquella vez él hubiera ganado, entonces sería Dios y Dios sería el diablo. Trotamundos está un poco disconforme porque toda su vida fue un querer viajar y yo -titiritero vagabundo- no he viajado. Viajar para Trotamundos es irse y no volver al punto de partida.”

Luego, rememoró:

“No hace mucho en España, hice un viaje por la ruta de Don Quijote, siguiendo sus huellas y ahí la editorial Seix Barral publicó un libro que se llama ‘Maese trotamundos por el camino de Don Quijote’.  Además he recogido muchos cuentos que me contaron por el camino de Don Quijote y ‘Los cuentos que me contaron por los caminos de Aragón’.”

Acercamiento al doctor Alfredo Palacios…

Es oportuno tener en cuenta lo expresado por Javier Villafañe:

-Una vez le escribí una carta a Alfredo Palacios, que en ese momento era rector de la Universidad de La Plata, socialista, romántico, un tipo extraordinario. La carta era porque él había insultado a un conservador de que estaba actuando como un títere porque obedecía. Yo le decía que equivocaba terriblemente el término porque no se podía utilizar la palabra títere como una expresión peyorativa, denigrante, sino que significaba dignidad y que compararlo con un hombre iba en beneficio de ese hombre. El títere obedece pero a veces no, a veces se sale.”

Acerca de la educación…

Al comenzar la última década del siglo veinte, Javier Villafañe dijo “que allí donde se olvida la educación están matando a un pueblo, se puede hablar de reformas, pero cuando no se tiene en cuenta la educación, cuando no se respeta a los maestros, cuando se les quita la comida a los niños en las escuelas, ese gobierno no está gobernando, está destruyendo.”

Es oportuno destacar que en la ciudad de Trelew -provincia de Chubut, en la Patagonia argentina-, funciona la Biblioteca Infantil y Juvenil “Javier Villafañe”…

Navegando… entre sirenas…

La perseverante Yanina Kinicsberg, interrogó a Javier Villafañe acerca de las circunstancias aludidas en sus obras y él, contestó:

“-A veces conozco después de haber escrito. Pero en general las conozco y no las conozco. Por ejemplo, en el secundario yo siempre contaba a mis amigos sobre la relación que había tenido con un capitán de barco; era mentira, pero ellos se entretenían con la historia. Y una vez conocí a un capitán que me invitó a hacer un viaje largo, y lo hice. Miraba el mar, leía. Lo increíble era que el capitán de barco, imaginado en cuentos, apareció en la realidad.”

Diálogo insoslayable…

Dijo enseguida Yanina Kinicsberg:

“-Leí que una vez iba en barco y le tiró a las sirenas su reloj, documentos y pasaporte, ¿cree en las sirenas?”

La respuesta fue contundente:

“-Por supuesto. ¿Vos no? Quería sorprenderlas con el reloj, pero ya lo conocían y no se asustaron del tiempo. Pero a las sirenas las conocí mucho antes… en una Ilíada y una Odisea contadas por mi madre.”

Continuó el diálogo: “-En esa Navidad en la que viajaba de Gualeguaychú a Paysandú sobre una canoa y se dio vuelta por la tormenta, pasó toda la noche en una boya y al día siguiente salió publicado en los diarios que había muerto, ¿qué sintió?

-Me asusté mucho, es que uno le cree a los diarios. Mis amigos me miraban y creían que era un fantasma o una aparición.

-¿Qué cosas tienen magia?

-¡Hay tantas cosas con magia! Afortunadamente sigue viviendo conmigo ese ser que tiene la fortuna de asombrarse. Una vez yo pensaba sobre lo que es el asombro. Sólo basta con asombrarse de poder asombrarse; parece una paradoja pero no lo es. Mucha gente pone paredes, redes, para no asombrase, como si el asombro nos apartara un poco de la realidad; esa gente que cree que la realidad no es el asombro, esa no entra adentro de él. Si cuando vas a poner la cabeza en la almohada antes de dormir hacés un recuento de lo que ocurrió en el día, las cosas que prevalecen, las que recordás con más entusiasmo son las que no te imaginabas que iban a pasar. Y no sólo para el tipo que camina por la calle buscando cosas, sino también para el que está todo el día en su casa. A veces hay días tan huecos que querés recordarlos y no podés.

Desafío existencial…

Contó Javier Villafañe otra inquietante experiencia:

«Una vez descubrí que vivía un poco engañando a la muerte. Estaba yo con mucha fiebre, una pulmonía tremenda, un estado moribundoso, ya en las últimas. Un médico amigo venía a verme tres, cuatro y hasta cinco veces por día. Una tarde le grité al oído: Estoy bien, además tengo que firmar un contrato para unos espectáculos dentro de tres años, tengo que hacer… Empecé a enumerar cosas y el tiempo que me iban a llevar, tres, cinco y diez años. El médico pensó que estaba sordo por cómo levantaba la voz. Cuando se iba le di un abrazo y le dije al oído, en voz baja: Vos sabés que la muerte está detrás de todas las paredes, las puertas y es muy probable que esté aquí también. Entonces cuando escuche que este caballero de la tercera edad tiene planes y libros para hacer y que va a tardar un montón de años, la muerte va a pensar: ‘¿Cómo lo voy a llevar? Hay tanto joven con ganas de suicidarse, hay tanta gente que no tiene planes’, que decide: ¡vamos a dejarlo! Cuando el médico se fue, me dio la mano y había bajado la fiebre.”  [8]

Conclusiones insoslayables…

No ha sido por casualidad que Javier Villafañe expresara:

“El títere nació el primer amanecer, cuando el primer hombre vio por primera vez su propia sombra y descubrió que era él y al mismo tiempo no era él. Por eso el títere al igual que su sombra, vivirá con él y morirá con él.”

Tampoco fue por casualidad que afirmara: “Soy comunista” y que, refiriéndose a su profesión dijera:

“…no me llamen titiritero, díganme observador. Mirando y escuchando es como se puede vivir bien. Hay que escuchar al otro y darle lo que necesita”.

Títulos de algunas ediciones…

  • 1934: El figón del palillero.
  • 1936: Títeres de La Andariega (Seis obras). Buenos Aires, Edición Asociación Ameghino.
  • 1937: Coplas, poemas y canciones.
  • 1938: Una ronda, un cuento y un acto para títeres.  Coplas, poemas y canciones.
  • 1943: Teatro de Títeres (Obras presentadas en el tablado de La Andariega en distintas localidades para diversión de los niños. Buenos Aires, Editorial Tiritrimundo.
  • 1944: El gallo Pinto (Canciones ilustradas por niños argentinos), Buenos Aires, La Plata, Edición de la Universidad Nacional de La Plata.
  • 1944: Los niños y los títeres.
  • 1945: Libro de cuentos y leyendas.
  • 1956: De puerta en puerta.
  • 1957: Historias de pájaros. Buenos Aires, Editorial Emecé.

La maleta.

  • 1960: Atá el hilo y comenzá de nuevo.
  • 1963: Los sueños del sapo (Cuentos y leyendas ilustrados por niños). Buenos Aires, Editorial Hachette. (2004: Ediciones Colihue, Buenos Aires.)
  • 1963: Don Juan el zorro. Censurado y retirado de la circulación en 1967.
  • 1965: El gran paraguas.
  • 1967: Títeres.
  • 1970: Los cuentos que me contaron.
  • 1977: La gallina que se volvió serpiente y otros cuentos que me contaron.
  • 1979: Cuentos con pájaros. Buenos Aires, Editorial Hachette.
  • 1983: Maese Trotamundos por el camino de Don Quijote. Editorial Seix Barral.
  •             El caballo celoso. Editorial Espasa-Calpe.
  • 1986:   Cuentos y títeres.  Editorial Colihue, Buenos Aires.

La vuelta al mundo.  Madrid, Espasa Calpe.

  • 1987:   Los cuentos que me contaron por el camino de Don Quijote. Venezuela, Caracas, Editorial Alfadil LAIA.
  • 1989: El juego del gallo ciego.
  • 1990: Recuerdo de un nacimiento.  Los cuentos que me contaron por los caminos de Aragón.  Poesía.  
  • 1990:   Los ancianos y las apuestas. (Cuentos.) Buenos Aires, Editorial Sudamericana.

(En ese tiempo, Javier Villafañe durante un diálogo expresó: “Ahora sale el libro ‘Los ancianos y sus apuestas’, donde dicen que hay un desbordante erotismo y crueldad y yo no sé si eso es cierto, uno hace las cosas y después otros las juzgan.  En  prensa hay una nueva edición de ‘Falta uno para quince sonetos muchos’ y seguiré trabajando ya que aún hay piezas de teatro que no han sido publicadas y que estoy leyendo para ver si me gustan, creo que son representables”.)

  • 1991: El hombre que debía adivinarle la edad al diablo. Buenos Aires, Editorial Sudamericana.
  • 1992: Historiacuentopoema.  Buenos Aires, Ediciones Colihue.
  • 1995: Circulen, caballeros, circulen.  Buenos Aires, Editorial Hachette; luego en Ediciones Cronopio.

Javier Villafañe, a comienzos de la última década del siglo veinte, dijo:

“De los géneros que he frecuentado en la literatura, con los que más feliz he sido son la poesía y el cuento.  La recopilación de material escrito u oral es interesante.  Mi intención no era preservar sino hacer conocer a la gente las bellezas en las formas maravillosas que tienen de contar el niño y el pueblo.

Algunas distinciones

Durante su trayectoria, Javier Villafañe recibió diversas distinciones, entre ellas:

  • 1936: Premio Municipal de Literatura, y en décadas siguientes:

-Premio Nacional de Literatura Infantil.

-Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes.

La Fundación Konex le otorgó diplomas y premios:

  • 1984: Letras – Diploma al Mérito – Teatro para Niños.
  • 1984: Letras – Premio Konex de Platino – Teatro para niños.
  • 1991: Espectáculos. Diploma al Mérito – Pantomimas y títeres.
  • 1991: Espectáculos. Premio Konex de Platino. Pantomima y títeres
  • 1994: Letras – Diploma al Mérito – Cuento: Quinquenio 1984-1988.

Acto realizado en el Salón Dorado del Teatro “Colón” de la ciudad de Buenos Aires, República Argentina.

  • 1994: Ciudadano Ilustre de  la Ciudad de Buenos Aires (Reconocimiento otorgado también ese año a Mercedes Sosa y a Osvaldo Pugliese.)
  • 1996: Premio Gallo otorgado por Casa de las Américas, La Habana, Cuba. Otorgado días antes de su fallecimiento…

En 1996, en la programación del Teatro Municipal General San Martín de Buenos Aires, incluyeron el montaje de su obra Puede ser, o es lo mismo dirigida por el santafesino José María -Cocho- Paolantonio y estrenada el 15 de mayo.  En agosto, el “Grupo de Titiriteros” estrenó otra obra del talentoso observador, como él prefería ser reconocido…

Otros ecos…

Gastón Cerana, nacido el 5 de mayo de 1974 en Santa Fe de la Veracruz -capital de la provincia de Santa Fe, “corazón legal de la República” como escribió Gastón Gori-, elaboró textos teatrales y adaptaciones.  También produjo obras cinematográficas. Como actor participó en 1994 en la puesta en escena de Currículo Vitae de Javier Villafañe con dirección del talentoso santafesino Carlos Thiel.

Vivencias y anécdotas…

Tal como sucede aún, Javier Villafañe impulsado por algunas sugerencias de su madre, imaginaba personajes y sucesivas historias.

Así fue como él recordó algunas vivencias.

Hacia 1944: génesis de El gallo pinto

“Yo inventaba situaciones.  Un día en que no había nadie en casa, le digo a mi madre:

-Hacé un chocolate.

-¿Por qué?, me dice ella.

-Porque es el cumpleaños de un perro y lo queremos festejar.  Yo había inventado un perro, esas cosas me las fomentaba mi madre.

Hizo el chocolate con galletitas, con vainillas y vinieron todos los chicos.  Tenía ya muchos poemas para ellos y el libro se llama ‘El gallo pinto’.  Ninguna editorial quería publicarlo porque estaba ilustrado con dibujos de chicos, decían que eran mamarrachos.  Una noche voy a comer a la casa de Alfredo Palacios, que en ese entonces era rector de la Universidad de La Plata, llevo el libro, los originales y los dibujos, se los muestro y le leo el prólogo.  En él digo: ‘Que no hay ningún lugar donde el niño se exprese mejor que le otro, pero sí que el niño dibuja mejor allí donde mejor come.’

Eso lo entusiasmó a Palacios y me dice: ‘Eso lo ha leído en un libro mío, está en Pueblo Desamparado’.  Yo le expliqué que aún no lo había leído, pero que lo iba a hacer ya que un amigo mío, Caribé, había hecho los dibujos para su ilustración y me había regalado un ejemplar.  Con ayuda de Palacios la Universidad de La Plata, haciendo una excepción publicó mi libro que se agotó rápidamente.”

Javier Villafañe ha destacado:

“Yo siempre me interesé por los dibujos de los chicos, mucho antes de empezar con los títeres, como tantas otras cosas, estro no me nace a través de la lectura, de la cosa intelectual, sino de un profundo amor.  Yo vivía, escribía y leía en alta voz, y un día que había hecho un romance que terminaba diciendo “…y el santo descabezado lleva en la ronda el compás…’, lo estaba leyendo y veo a mi sobrina Alicia que dibujaba todo lo que escuchaba y quedé maravillado por esos dibujos, tanto que se los muestro a  la gente, a mis amigos, esos dibujos aparecen en un libro que publiqué llamado Los niños y los títeres”, tal como lo reiteró Cecilia M de Heer desde las páginas del diario El Litoral de la capital santafesina, durante el verano de 1991.

“Historia de pájaros”…

Sabido es que Javier Villafañe –como tantos escritores de la primera mitad del siglo veinte-, publicaba sus trabajos en suplementos de diarios y en revistas.

Durante el verano de 1991, dijo:

“Otra gran pasión mía han sido siempre las aves.  Viajaba y me interesaba por ellas, tanto que escribí durante un tiempo para el suplemento de la revista ‘Mundo Argentino’ en una sección de aves argentinas, luego reuní este material y aparecieron en un libro que editó NC y que se llama ‘Historia de Pájaros’.

Escribir ha sido una constante aun cuando salía con los títeres, así salió ‘Circulen, Caballeros’, ‘El gran paraguas’, ‘De puerta en puerta’, todos estos libros de poemas.  En  prosa, ‘La cucaracha’, ‘La Jaula’.”

Inversiones tras el primer premio…

Javier Villafañe ha rememorado que durante sus andanzas con La Andariega decidió enviar un cuento al concurso organizado por el diario La Prensa de la ciudad de Buenos Aires y que al ser seleccionado, empezó a ser uno de los colaboradores.

Durante el diálogo con Cecilia M. de Heer, expresó:

“Al año siguiente, tenía terminado un libro y lo llevé a Colombo a imprimir, me preguntó cómo se iba a llamar mi libro y le dije ‘Coplerías’.  Vuelvo y me encuentro con su poeta amigo, Luis Cané, autor de ‘Mal estudiante’, y le cuento que voy a publicar este libro con tal título y me dice:

-No seas ladrón.

-¿Cómo ladrón?, le digo.

-Sí, ese título es mío, yo voy a publicar un libro con ese título.

-¿Y no pueden aparecer dos libros con el mismo título?, pregunto.

-No, porque es mío, además te lo debe haber dicho alguien.

Y entonces le hice una broma.

-O vos leíste en uno de mis libros, en la pieza par títeres ‘Fausto’ donde dice: ‘Maestro en coplería’…

y nos reímos mucho, pero ya no le pude poner ese nombre a ese libro.

Colombo me dijo que hiciera un libro con coplas, canciones y poemas, pero como la edición me salía cara me propuso mandarlo al Premio Municipal de Literatura de Poesía, si me daban el premio se lo pagaba, sino no.  Por suerte lo gané, pagué la edición y me alcanzó para comprarme una máquina de escribir y un abrigo que no tenía.”

Propuestas de lectura…

Al evocar a un escritor se genera la necesidad de difundir su obra.  Aquí, con tal propósito, estos textos escritos por el titiritero-poeta Javier Villafañe:

El caballo que perdió la cola

Javier Villafañe escribió esta interesante narración:

“Esta es la historia de un caballo que perdió la cola. Era un caballo blanco con una larga cola blanca. Un día, al cruzar un arroyo, vio en el agua su belfo mojado, sus orejas puntiagudas, sus cuatro patas, y no vio su cola. Entonces, se detuvo; miró hacia atrás, y la cola no estaba.

-¿Dónde olvidé mi cola? -se preguntó el caballo blanco.

Retrocedió. Fue a buscar la cola. La buscó entre unos tréboles; después fue a buscarla donde había comido flores de cardo. Reconoció sus huellas, y a cola no estaba.

Y volvió a preguntarse:

-¿Con qué espanto las moscas en verano?

Y agregó:

-Quizás la olvidé en el agua.

Regresó al arroyo. Miró hacia el fondo, abajo. Vio unas piedras limpias; vio pasar el agua; vio raíces, unos troncos; vio unos peces, un botón; vio un pez largo, delgado, y la cola no estaba.

-Estuve… -trató de recordar-. ¿Dónde estuve? Recuerdo que esta mañana al despertar tenía mi cola. Recuerdo -añadió- que tenía también mi cabeza, mi cuello, mi lomo. Y había un perfume a yerbabuena. Después…

(La pampa es larga, ancha. Ni el cielo la limita, ni unos postes con alambres de púa. El ojo ve donde se juntan cielo y tierra; pero la pampa va más lejos. Siempre hay un pájaro, una nube, un molino, un hombre caminando que no llega.)

-Quizás -se dijo el caballo- nunca tuve cola. Quizás llevaba atrás la rama de un árbol, la rama de un sauce.

Se puso triste. Lloró unas lágrimas redondas, espesas. Y se tendió en la hierba sollozando.

-Un caballo sin cola no es nada  -dijo.

Y se quedó dormido.

Esa noche soñó el caballo blanco. ¡Chas! ¡Chas! ¡Chas! Sus patas en el agua. ¡Chas! ¡Chas! ¡Chas! Su cola en el agua.

Y vio en un trebolar su cola alta y su cabeza abajo, su belfo abajo, sus dientes masticando. Y vio entre los cardos su cola arriba, alta, y sus dientes mordiendo espinas, tronchando tallos que crujían, y el belfo a ras de tierra.

Y vio el campo que se abría como un abanico. Y él sintiendo unas espuelas, un látigo, unas riendas, un hombre, y atrás su cola en el viento que lo iba llevando por una luz altísima.

Y vio en el sueño su cola enorme, su cola de caballo bajo la lluvia. Su cola y un hombre arriba, sudando, con un mensaje entre la camisa y el pecho.

Y vio en el sueño su larga cola mansa, y un hombre silbando que lo llevaba lentamente, y un llegar donde hay fuego, y donde una voz canta y suena una guitarra.

Y vio en el sueño su cola luminosa, inmensa, colgada entre un árbol y la luna, y él subía detrás, buscándola.

Al día siguiente despertó el caballo blanco y se preguntó:

-¿Cómo puede caber en un sueño una cola tan larga?

Miró hacia atrás y…

(Señoras, caballeros, niños; hay que darle fin al cuento. Tengo un papel, una lapicera; puedo escribir -éste es mi oficio-:

‘Al despertar, el caballo blanco no tenía cola; la había perdido entre unos tréboles; fue a buscarla, y no la encontró’. O bien, escribir: ‘Al despertar, el caballo blanco encontró su cola; se le había perdido y la halló al pie de un cardo, o a la orilla del agua, y fue feliz’).

(Le ponemos la cola; es mejor. Pero no esa cola inmensa, luminosa como la de un cometa, que llegaba desde la copa de un árbol a la luna. No, le ponemos una cola razonable y útil; la cola de un caballo, y puede ser larga, puede llegarle hasta la corva o más abajo, a los garrones. Una cola que a moje la lluvia, que se llene de abrojos o que a veces se le enreden esos hilos sedosos de una flor de sapo o algunas mariposas muertas o la baba del diablo. Una cola que pueda espantarle las moscas en verano.)

(Además, ¿quién ha visto un caballo sin cola?)

Romancillo del viejo ratón…

En el vasto legado poético de Javier Villafañe, perdura este Romancillo del viejo ratón:

Hay catorce lauchas

en torno a un ratón

viejo, rengo y ciego

pelado y rabón.

-Cuéntanos, abuelo,

lo que le pasó…

Y repite el cuento

que otra vez contó:

Pito Colorín…

Pito Colorón…

Por una cocina

me paseaba yo.

limpias las baldosas,

fregado el fogón,

no había en el suelo

ni un grano de arroz.

La señora escoba

todo se llevó.

Pito Colorín…

Pito Colorón…

Dormida en un banco

sobre un almohadón,

una gata negra

hacía ron ron…

Cuando el gato duerme

pasea el ratón.

Esto lo sabemos

ustedes y yo.

Pito Colorín…

Pito Colorón…

Andaba esa noche

del banco al fogón,

con mi cola larga

como un gran señor.

Pito Colorín…

Pito Colorón…

De pronto descubro

que allá en un rincón,

un trozo de queso

la escoba olvidó.

Lo que no se barre

lo come el ratón.

Esto lo sabemos

ustedes y yo.

Pito Colorín…

Pito Colorón…

Huelo, me relamo,

doy un mordiscón

y en una trampera

mi cola quedó.

Pito Colorín…

Pito Colorón…

Por comer de prisa

me quedé rabón…

La laucha más laucha

pregunta al ratón:

-Y la grata negra,

¿no se despertó?

-Fue por un milagro

que no me comió.

-Este cuento, abuelo,

sirve de lección…

Pito Colorín…

Pito Colorón…

De Circulen, caballeros, circulen

Aquí, como homenaje al talentoso escritor, se reiteran dos textos narrativos:

La Pared

“En una ciudad, en la costa del Pacífico, hay una pared que está por caerse. Son los restos de una muralla que hace siglos -piedra sobre piedra- levantaron los indios.

-Cuidado -decían los habitantes de la ciudad cuando algún turista iba a pasar al lado de la pared-, cruce la calle. Esa pared puede caerse.

Era un peligro esa pared. Podía caerse de un momento a otro.

Sobre la pared dormían la siesta los gatos en invierno.

Había lagartijas al pie de la pared.

Había una enredadera.

Había hormigas que subían y bajaban por la pared.

Había ratas debajo de la pared.

En un hueco de la pared había un nido de pájaros. Había arañas.

Un día hubo un terremoto. Todo se derrumbó en la ciudad: la iglesia, el hotel, la cárcel, los árboles. Sólo quedó la pared de pie, inclinada, a punto de caerse.”

 La Selva

“Sembró demás en el fondo de la casa.

Una tarde, después de haber regado, no pudo salir. Gritó: ¡Auxilio! ¡Socorro!

Nadie podía oír. Estaba en la selva. Una víbora -la manguera­- lo había enroscado hasta ahogarlo. El gato daba vueltas a su alrededor. Caminaba con el andar felpudo de los pumas.”

Legado en Historiacuentopoema

La escritora Laura Davetach –con autorización de la editorial Colihue-, ha difundido estos versos de Javier Villafañe:

El día y la noche

Hay que tener mucho cuidado

cuando se cierran los ojos

y sobre todo de noche.

El día es la luz

el apogeo que despierta el gallo.

La noche el primer miedo del hombre

la que borró el espejo de las rocas

donde el bisonte iba a caer atrapado

la que inventó el radar de los murciélagos

el rocío que envuelve las uvas

esas gotas de vino

que bebe la tierra.

Todas las noches no sabemos

si será el día siguiente.

 Fue en Montemar

El cazador

apuntó
disparó
y sangró el gallo de la veleta.

 En Montemar Silvia se preguntaba

Cuando se mira

un espejo

en otro espejo

¿cuál es el espejo

que se mira

y qué ve un espejo

en el espejo

cuando el otro espejo

también lo está mirando?

 Los grandes negocios

Cambiar un monte por un caballo

Una red por una barca

La H por la J

Un cuchillo por una lámpara

Una plegaria por una golondrina

Un perfume por un olor

Una pared por una enredadera

Un círculo por un punto

Un recuerdo por una veleta

Una tijera por un alfiler.

Hemos perdido mucho tiempo caminando

Somos viejos ahora, pero todavía

quedan grandes negocios por hacer

cambiar, por ejemplo

un resorte por una incubadora

o un árbol por las alas de un buitre.

El sueño del niño negro

Letra de Javier Villafañe.

Música de Tata Cederrón.

“Sueños de muchos colores

suelen soñar los morenos.

A la sombra gris oscura,

bajo un blanco limonero,

almohada de verdes hojas,

se ha dormido el niño negro.

Se ve un caballo zaino

por campos amarillentos.

Violeta el jacarandá

azul el río a lo lejos.

El saco marrón y lila,

verde y granate el sombrero

y una rosa color rosa

lleva en el blanco pañuelo.

Negra niña se le acerca

y le pide al niño negro

que moje en el río azul

sus rojos labios sedientos.

Galopa el caballo zaino

por el campo amarillento.

Que celeste esta la tarde

y que celeste esta el viento!

Las frescas aguas azules

mojan los labios bermejos.

Sonríe la niña negra

y sonríe el niño negro,

sonrisas de blancos dientes

y de bronceados hoyuelos.

Canto un rojo cardenal

en el blanco limonero

y apartando verdes hojas

se despierta el niño negro.”

 

Lecturas y síntesis: Nidia Orbea Álvarez de Fontanini.

 

[1] He advertido que en la página web Parque Chacabuco, está incluida esa fecha en efemérides de Junio y por error, reiterada la información en Julio, pertinente al  24 de julio de 1910.

[2] Sabido es que Liber Fridman (1910-2003), fue un destacado restaurador. Desarrolló una fecunda labor docente junto a Mirna Fridman. Uno de sus discípulos (en el lapso 1976-1985) fue su hijo Ariel Fridman, nacido en Miraflores (Perú), el 20 de diciembre de 1965 cuya obra es reconocida en latinoamérica, España, Estados Unidos… Ariel Fridman, residente en la Buenos Aires, restauró el mural de Carlos Castagnino en Avellaneda (provincia de Buenos Aires). Entre diciembre de 1994 y enero de 1995, expuso en Barcelona (Cataluña, España). Auspiciado por el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales –Comité de Estudios de Asuntos Culturales- Comisión de Artes Plásticas, el 31 de julio de 1989 participó en el programa Diálogo con Artistas. # Liber Fridman, del 3 al 19 de mayo de 2002, en Buenos Aires presentó una exposición de pinturas: Sólo pájaros.  En una crónica destacan que Liber Fridman, “ha sido un andariego impenitente, recorredor de América y Europa, dividiendo su tiempo de pintor con el de un estudioso del pasado histórico de los pueblos que recorrió, desde la provincia de Santa Fe, pasando por el Para y las misiones guaraníticas y siguiendo por el Brasil y su barroco, hasta la selva amazónica. Conoció la América del Norte y Europa, pasó por Venezuela para recalar en Perú, donde se convirtió en un auténtico indagador del pasado precolombino de cuya riqueza derivó experiencias y enseñanzas, con las que en su obra, actualiza un pasado que sigue vivo, trabajando con técnicas endiabladamente complejas que se nutren de idénticas preocupaciones. La encaústica donde los pigmentos de color, algunos hallados en las mismas tumbas, amasa cera y resinas con instrumentos que trasmiten el calor fijando los colores de modo indeleble y definitivo. Los retazos de telas y gasas con los cuales trabaja son además auténticas reliquias estéticas que hacen a la singularidad de su obra. Al insuflar a la materia inerte, la alquimia de su propia alma- en palabras de Rafael Squirru- Liber rescata las criaturas del tiempo efímero para transformarlas en obras de arte” # Leer… Vigil Cartagena, Pilar, Yo, de allí. Una biografía de Liber Fridman, Ediciones del Sol, Bs. As., 1994.

[3] Diario El Litoral de Santa Fe de la Vera Cruz, sábado 23 de febrero de 1991, p. 4. ¡Oh casualidad!… o causalidad… estoy escribiendo esta nota, catorce años después. Hoy, miércoles, 23 de febrero de 2005, hora 12:49:53 p.m.  // “La andariega vida de Javier Villafañe por Cecilia M. Heer.

[4] Enrique Wernicke fue un destacado titiritero en la Patagonia argentina y compartió tales experiencias con  Alberto Burnichon -nacido en una isla el delta del Paraná, el 14 de febrero de 1918, año de la Reforma Universitaria-; otro perseverante andariego que hacia fines de la década del ’30, junto a Manuel Agromayor condujeron la Sociedad de Críticos, Cronistas y Ensayistas de Cine.  En 1943 decidió quedarse en Tucumán mientras organizaba y dirigía el teatro de títeres de la Universidad.  Allí, Burnichon  –el poeta peligroso-, fundó el grupo La Carpa y comenzó su fecunda tarea de difusión literaria mediante sucesivas ediciones de obras de autores de distintas localidades, distribuidas en pueblos y ciudades…   Después, vivió en Córdoba incrementando sus trabajos literarios y editoriales.  Cuando se produjo su fallecimiento, estaba trabajando en la edición de La violencia que abarcaba textos e ilustraciones de diversos artistas. Casado con Rosa Alacid, padre de María Wernicke, quienes participaron en el acto de homenaje realizado el martes 8 de septiembre de 1998, al conmemorarse el 30º aniversario de su fallecimiento, en la Sala “Jorge Luis Borges” de la Biblioteca Nacional (Diario Clarín de Buenos Aires, edición del domingo 06-09-1998.)

[5] Entre comillas, datos incluidos en La andariega vida de Javier Villafañe, por Cecilia M. de Heer, en el diario El Litoral, Santa Fe de la Vera Cruz, sábado 23-02-1991, página 4.

[6] Fuentes: Villafañe, Javier. El caballo que perdió la cola en Los sueños del sapo.  Buenos Aires, Editorial Hachette, 1963. / Obras y recopilaciones (Selección y biografía por Pablo Medina). Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1990.

[7] Difundido en el sitio Temakel por Esteban Ierardo. Es oportuno reiterar lo expresado desde ese lugar: “Como se aclara en la portada, Temakel es una variación de temaukel, la divinidad misteriosa, lejana, de los onas, antiguos habitantes de la Isla Grande de Tierra del Fuego. La creencia indígena en una divinidad distante, enigmática, es intuición de una grandeza oculta, pero presente.  En Temakel deseamos explorar la dimensión de lo trascendente en el arte, el mito y el pensamiento a través de, específicamente, los mitos y leyendas ancestrales, las diversas expresiones artísticas (literatura, cine, música, pintura, teatro), el simbolismo animal, la literatura fantástica, la obra solar de grandes  creadores, la Patagonia mítica, la percepción simbólica y poética de las ciudades, la geografía sagrada, la filosofía, el poder trascendente del sonido y la música, las proezas de viajeros y exploradores, la recuperación de textos olvidados y otros fervores.”

[8] Entrevista de Yanina Kinicsberg editada originalmente en revista La Maga, Buenos Aires, República Argentina, 20 de mayo de 1992.

 

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